Los vestuarios

Un día, llegué a casa de Clara y me dijeron que estaba en el campo de fútbol, limpiando los uniformes. No podía imaginar lo que pasaría luego.

Bueno, esto es la continuación de mi anterior relato, con Clara en el trastero.

Antes que nada, volveré a daros la descripción de Clara y mía, para los que no os acordéis o no hayáis leído el anterior relato.

Clara era una chica algo menor que yo, de 19 años. Estatura mediana, morena de ojos verdes y delgada. De pechos maravillosos y trasero pequeño pero bien puesto, era, en definitiva, una auténtica belleza.

Respecto a mí, entonces era más delgado que ahora, ligeramente más alto que ella, pelo marrón tirando a rubio, ojos marrón verdoso y ligeramente musculoso. Respecto a mi atributo, debo decir que estoy orgulloso de mis 23 centímetros. Además, tienen un grueso que, sin llegar a ser excesivo, si es considerable.

Mi novia y yo seguimos follando en el trastero, y lo convertimos en nuestro lugar habitual, aunque cuando podíamos lo hacíamos en una cama. Desde aquella vez en el trastero, llegaba con mucha más facilidad al orgasmo e incluso no hacía falta que estuviéramos en nuestro nidito, bastaba con que la acariciara como me enseñó ese maravilloso libro. Es una pena que no recuerde su nombre...

Un día llegué a su casa y me dijeron que estaba lavando los uniformes. He de aclarar que el padre de Clara trabajaba de utillero en un equipo regional, y que Clara y su madre le ayudaban de vez en cuando. Esa mañana, por lo visto, había habido entrenamiento, y su padre pidió a Clara que limpiara los uniformes, pues él tenía cosas que hacer. Así pues, me dirigí al campo de fútbol.

Cuando llegué, llamé y me pidió que esperara mientras encerraba a los perros que tienen para vigilar las instalaciones. Al abrime, como era verano, iba vestida con unos pantalones vaqueros de color azul claro y una camiseta roja, y llevaba puesto un delantal según me dijo para no mojarse. Entré en el edificio de los vestuarios mientras ella volvía a soltar los perros y luego me seguía. Me besó en los labios y me dijo que acababa enseguida. Le pregunté si había algo que yo pudiera hacer, y me pidió que le acercara unos chándales que le faltaban de coger. Así pues, me dirigí a los vestuarios, cogí los chándales y fui donde estaba ella poniendo la lavadora, que es de carga superior. Ella me daba la espalda, así que la abracé por detrás y la besé en el cuello, mientras ella cerraba la tapadera y la ponía en marcha.

  • Amor, te he echado mucho de menos. Te deseo. ¿Quieres que lo hagamos?

Ella no respondió, pero tampoco se apartó. Se limitó a apoyar las manos en la lavadora, cosa que entendí como que me respondía afirmativamente. Subí mis manos desde sus caderas, recorriendo su vientes hasta llegar a sus pechos. Estaban duros y, pese a la camiseta y el delantal que tenía puestos, notaba perfectamente sus pezones duros, de punta. Dejé una mano allí y la otra la fui bajando hasta su entrepierna, acariciándola sobre le pantalón. Empezó a gemir quedamente, y eso me animó a introducir mis manos bajo la ropa. Sus pechos estaban maravillosamente duros, como me gustaban, y su coñito estaba muy mojado. Ella se dio la vuelta y nos besamos con pasión, juntando nuestras lenguas, mezclando nuestras salivas. Ella aprovechó para abrir mi bragueta y acariciar mi poya, primero sobre el calzoncillo y luego directamente.

Eso me calentó sobre manera. Mis labios abandonaron los suyos y empecé a recorrer su cuello con mi lengua, bajando la cabeza poco a poco mientras le quitaba el delantal y le levantaba la camisa y el sujetador, dejando sus pechos al descubierto. Mi lengua llegó a sus montañas y empecé a chuparlas, a adorarlas, concentrándome en sus pezones. Sus gemidos se hicieron continuos.

Tras un rato de tan maravillosa labor, mi lengua continuó su exploración, cruzando su vientre hasta llegar al comienzo de sus vaqueros. Se los quité junto a las bragas, y ante mi apareció su coñito en todo su maravilloso esplendor. Esa visión siempre me gustó, más cuando estaba humedecido por la excitación, como en este caso. La subí a la lavadora y empecé a recorrer su gruta con mi lengua. Poco a poco, fui abriéndome camino por los pliegues de su coño, penetrándola cada vez más, hasta llegar a su clítoris. Lo sorbí, lo lamí, lo acaricié, lo adoré. Pasaba mi lengua de arriba abajo de su rajita, intentaba meterla en su agujero, titilaba su clítoris... sus gemidos pasaron a ser gritos de placer. Mientras tanto, mis manos acariciaban sus pechos. Su coño empezó a contraerse y se vino en... bueno, no sé si fueron uno o varios orgasmos, pero si solo fue uno fue bastante largo. Chupé y lamí hasta limpiarlo todo.

Mi poya ya me dolía por estar aprisionada, estaba super dura. Me levanté, me bajé los pantalones y los calzoncillos y se la metí, así, sin más preámbulos, ansiando volver a encontrarme con su calor. Empecé a bombearla con fuerza, entrando y saliendo de ella con un ruido sordo de chapoteo. Ella gemía y gritaba y me pedía más y más. Su coño se contrajo nuevamente en otra serie de orgasmos impresionante. Se levantó y rodeó mi cintura con sus piernas, clavando sus uñas en mi espalda mientras se corría otra vez. Sentí como si una corriente eléctrica me recorriera la espalda y estallé dentro de ella, llenándola con mi leche.

Tras ese primer polvo nos separamos y acabamos de desvestirnos. Ambos queríamos, necesitábamos más. Fuimos al vestuario local y yo me senté en uno de los bancos. Clara limpió mi poya de los jugos que aún quedaban de mi anterior corrida y se sentó a horcajadas sobre mi, ensartándose ella sola, lentamente. Era una sensación maravillosa, y siempre, incluso ahora, me ha gustado. Empezó a cabalgarme mientras nos fundíamos en un nuevo y eterno beso, juntando nuevamente nuestras lenguas, ansiando introducirnos en el cuerpo del otro hasta ser uno solo. Yo acariciaba sus pechos y su clítoris y movía la pelvis para intentar hacer la penetración más profunda. Clara volvía a gritar de placer y de su coño salía un auténtico torrente de líquidos que manchaban mi polla y el banco donde estábamos sentados. El ambiente olía a sexo y sólo se escuchaban nuestros gemidos de placer, nuestras palabras de amor y el chapoteo de mi poya en su encharcado coño, que se contraía cada poco tiempo dejando escapar un nuevo orgasmo. Ya no pude aguantar más, y termine de nuevo dentro de ella. Me miró y me sonrió.

  • Quiero probar por detrás ahora – dijo.

Decir aquello y volverme a empalmar fue todo uno. Se dio la vuelta y se sentó sobre mi, sin llegar a meterse mi poya. Yo empecé a masturbarla y, con la otra mano, cogí parte de los líquidos que le escurrían por el coño y los unté en su culo. Ella se movía subiendo y bajando, frotándose contra mi poya. Metí uno de los dedos de mi mano libre en su culo y entró sin problemas. La noté excitadísima, y su coño se contrajo en una nueva serie de orgasmos. Yo aproveché ese momento para sacar mi dedo y sustituirlo por mi poya. Se la metí hasta el fondo, sin preámbulos, mientras se corría, y lanzó un grito de dolor.

  • ¡Hay! ¡Bestia!
  • Ya estoy dentro...
  • Pero hazlo más suave.
  • ¿Por qué? Así el dolor dura menos tiempo... y sólo queda el placer.

Mientras, mis manos seguían acariciándola, una en su coño y otra en sus tetas. Al poco, Clara volvió a correrse y empezó a cabalgar con mi poya en su culo. Sus gemidos y gritos de placer llenaban los vestuarios, y hasta hubo un momento que lloró de gusto. Yo notaba su culo aprisionando mi poya de una forma maravillosa y su coño contrayéndose cada poco tiempo en un nuevo orgasmo. Se recostó sobre mi y subió las piernas en el banco para hacer la penetración más profunda, hasta que mis huevos chocaron contra sus nalgas. Yo seguía acariciando su coño y volví a adoptar la misma postura con la mano que la primera vez, cuando la usé para localizar su punto G. La palma de la mano sobre su clítoris y dos dedos dentro de su coño, con las yemas hacia arriba. Cuando hice eso, sus orgasmos empezaron a sucederse de una forma interminable, y sus jugos empapaban su culo y mi poya. Se dio la vuelta, manteniendo mi poya en su culo, y siguió cabalgándome mientras me miraba con ojos llenos de lujuria y pasión. Yo seguía acariciándola, hasta que llegó un momento en que sabía que no podría aguantar más.

  • ¡Aaaaaaaaaaaah! ¡Qué maravillosa eres, eres una diosa, Clara! ¡Me voy a volver a correr!
  • ¡Aaaaaaaaaaaah! ¡Sigue, sigue! ¡Córrete en mi culo, llénamelo de leche! ¡Cómo me gusta! ¡Te amo!
  • ¡Y yo a ti, cariño! ¡Ten mi leche! Aaaaaaaaaaaaaah...

Me volví a correr, esta vez en su culo, aunque dudo que saliera ya mucho esperma. Sin embargo, el banco estaba empapado, pero era de sus orgasmos, más que del mío. Incluso había un pequeño charco en el suelo. Descansamos un rato y luego me dijo que se iba a duchar. La vi meterse en la ducha, mientras los jugos que todavía salían de su coño sobre todo y en bastante menor medida de su culo le corrían piernas abajo. Pensé por un momento entrar y volvérmela a follar, pero estaba demasiado cansado. Cogí una fregona y limpié el suelo y el banco donde habíamos estado. Me metí en otra ducha y, mientras me duchaba, ella acabó la suya y terminó de limpiar los uniformes, dejándolos tendidos para que se secaran. Cuando terminamos, nos fuimos.

Bueno, espero que les haya gustado y lo disfruten como lo disfruté yo.