Los vecinos se follaron a mi madre

Todos en aquel edificio deseaban follársela, pero solo unos pocos aprovecharon la ocasión.

(CONTINUACIÓN DE “CÓMO PILLÉ A MI MEJOR AMIGO FOLLÁNDOSE A MI MADRE”)

Mientras tanto Rosa que había estado duchándose en su casa después de los polvos que la había echado Oliver, el amigo negro de su hijo, escuchó un fuerte portazo. Era su hijo, Juan, que, al salir de la vivienda, no había podido impedir que la puerta se cerrara violentamente, pero eso no lo sabía la mujer, así que, cubriéndose con una toalla salió asustada del cuarto de baño.

Llamó a Oliver pero nadie le respondió ya que no había nadie en la vivienda. Recorrió temerosa el pasillo camino de la entrada y al llegar a la puerta miró detenidamente por la mirilla sin ver a nadie. Pensó por un momento que quizá Oliver se había caído por las escaleras y, si le pillaban los vecinos o el portero, podían asociarlo con ella y provocar un escándalo, que era precisamente lo que menos deseaba. Así que, abriendo la puerta, sacó algo más de medio cuerpo de la vivienda con la intención de observar si veía al negro.

En ese momento la fuerte corriente de aire que había provocó que la puerta de la casa se moviera violentamente, golpeando en las nalgas a una Rosa que no se lo esperaba, empujándola a las escaleras y, al cerrarse, pillar la toalla que cubría a Rosa, dejándola completamente desnuda en las escaleras.

  • ¡Ay, no!

Aterrada la dio tiempo a chillar antes de lanzarse hacia la puerta cerrada y empujarla con todas sus fuerzas y, al no poder abrirla, tiró de la parte de toalla que sobresalía de la puerta sin lograr sacarla ni siquiera moverla. ¡Estaba sólidamente atrapada!

Volvió a embestir contra la puerta para abrirla, empujándola en repetidas ocasiones, intentando infructuosamente abrirla.

Impotente, al tener la certeza de no poder entrar en su casa, se quedó mirando primero la puerta cerrada y luego alrededor por si alguien la observaba.

  • ¿Y ahora qué hago?

Pensó desesperada a punto de tener un ataque de nervios, pero aun así se cubrió con una mano la entrepierna y el otro brazo se lo cruzó en el pecho, cubriéndose al menos los pezones, no fuera alguien a observarla.

Estaba completamente desnuda en las escaleras, sin poder entrar en la casa, sin tener un móvil con el que poder llamar a su marido o a su hijo para que vinieran a abrirla la puerta, y además había vecinos que ya la habían acosado sexualmente en el pasado y que seguramente estarían encantados de pillarla como estaba y humillarla y violarla.

Tenía que conseguir las llaves para entrar en su casa, y las llaves más próximas las tenía el portero de la finca que ahora estaría abajo en el portal, pero claro no podía ir así a verlo, con las tetas, el coño y el culo al aire, tenía que vestirse antes, pero … ¿cómo? Quizá llamando a la vivienda de unos vecinos con los que no corriera peligro y que la dejaran alguna prenda para taparse.

En ese momento pensó en doña Pepa. Una mujer bondadosa y muy afable de casi setenta años que vivía en el octavo con su hijo subnormal y con la que muchas veces hablaba en el portal. La anciana decía que casi nunca salía de casa y que todos los días venían a buscar a su hijo para llevarle a una escuela especial. Rezaba porque estuviera ahora la mujer en casa.

Así que no escuchando ni viendo a nadie en las escaleras, se atrevió a ir subiendo despacio, con cuidado y sin hacer ruido. Siempre cubriéndose las tetas y la entrepierna con sus brazos.

Al llegar al séptimo piso escuchó a unos niños pequeños hablando en una vivienda y de repente se abrió la puerta de ésta, dando a Rosa solo tiempo de esconderse detrás de una columna.

Salió un niño de unos cuatro años al rellano de las escaleras, mientras su hermana de cinco se quedaba en el marco de la puerta esperando a su madre que se retrasaba cogiendo algo del interior de la vivienda.

Rosa, acurrucada detrás de la columna, permanecía en silencio y sin atrever a moverse, pero aun así el niño la vio y, en silencio, se acercó, deteniéndose frente a ella.

Mirándola fijamente, no se atrevió el niño a decir nada y Rosa, con el rostro encarnado como un tomate, sonrió avergonzada al niño y, moviendo la mano que la cubría una teta, primero se puso un dedo en los labios indicándole que no dijera nada y luego le hizo gestos para que se marchara.

Pero el niño, lejos de irse, empezó a succionar una y otra vez el chupa-chups que tenía metido en la boca, mientras recorría con su vista el cuerpo desnudo de la mujer.

En eso que salió la niña de la vivienda y, viendo a su hermano, se acercó curiosa para ver que miraba con tanto detenimiento, pero, al ver a Rosa completamente desnuda tras la columna, empezó a gritar aterrorizada y se metió corriendo en la vivienda de la que acababa de salir.

  • ¡Mamaaaaaaá! ¡Mamaaaaaaá!
  • Pero ¿qué te ocurre, hija?

Preguntó asustada la madre, saliendo al paso de su pequeña.

  • ¡Una mujeeeeeer! ¡Una mujeeeeeer des… des ….des …!
  • ¿Cómo? Pero arranca, hija, que no te entiendo.
  • ¡Desnuda, una mujer desnudaaaaaaaaa!

Y señaló con su brazo extendido hacia la puerta de la calle, provocando que la madre saliera corriendo hacia la entrada, donde encontró a su hijo mirando hacia la parte superior de las escaleras.

Hacia allí miró la madre pero no vio a nadie, y es que Rosa, al escuchar a la niña gritar y entrar en su casa histérica, echó a correr por las escaleras hacia los pisos superiores, ante la atenta mirada del pequeño que no dejó de observarla el culo mientras subía corriendo.

  • ¿Qué … qué has visto, Dani, qué has visto?

Le interrogó la madre al niño, poniéndose en cuclillas frente a él, pero este, mirando ahora a su madre, no dijo nada sino que metió su mano en el escote de la camisa de ella y la sacó una teta.

  • Pero … ¿qué coño haces, Dani?

Se incorporó la madre, metiéndose apurada la teta y colocándose la camisa, sin dejar de mirar alrededor por si alguien lo había visto.

  • ¡Estás tonto, niño! Venga, vamos, Marisa, que nos vamos a la calle.

Y entró la madre a por la niña, sacándola al rato al rellano. Llamó al ascensor y, una vez llegó al piso, se subieron en él, bajando a la calle.

Mientras todo esto sucedía, Rosa permanecía en silencio en el piso superior, escuchando, y cuando el ascensor bajó con la madre y sus dos hijos, se atrevió a acercarse a vivienda de doña Pepa y llamar al timbre de la puerta.

Un solo timbrazo se atrevió a dar. No quería hacerse notar mucho, solo lo imprescindible.

Esperando a que la abrieran, miraba hacia todos lados, sin dejar de cubrirse tetas y sexo. No parecía que hubiera nadie en la vivienda frente al de la anciana ya que no se escuchaba ningún ruido aunque siempre podían mirar a través de la mirilla de la puerta.

Rezó para que estuviera la anciana y no sabía qué podía hacer en caso de que no estuviera.

Iba a volver a pulsar el timbre cuando escuchó aliviada que alguien se acercaba al otro lado de la puerta.

Percibió un cambio en la tonalidad de la mirilla lo que significaba que alguien la observaba a través de ella.

Sonrió tímida a la mirilla sin decir nada y escuchó como alguien la preguntó a través de la puerta cerrada.

  • ¿Quién es?

Era doña Pepa la que la interrogaba.

  • Yo, Rosa, tu vecina del sexto.

Respondió en voz baja la maciza.

  • ¿Quién?

Volvió a preguntar la anciana y Rosa tuvo que volver a responder en voz más alta, mirando asustada hacia todos lados por si ponía sobre aviso a los vecinos y la veían, pero tenía que hacer todo lo posible porque la abriera la puerta y la dejara pasar.

  • Soy Rosa, tu vecina del sexto.
  • ¿Quién dice que es?
  • Rosa, soy Rosa. Soy tu vecina del sexto.

Gritó ahora Rosa.

  • ¡Ah, Rosita! Pero ¿qué quieres, hija?, ¿qué quieres?
  • Por favor, abra un momento la puerta y la explico.
  • Espera, hija.

Y, descorriendo varios cerrojos, abrió la anciana la puerta, encontrando a Rosa, completamente desnuda, de pies frente a la puerta, aunque eso sí, tapándose con un brazo los pezones y, con la mano del otro, la entrepierna.

Abriendo mucho los ojos, la sorprendida anciana observó de abajo a arriba a la mujer desnuda que tenía frente a ella, y, al llegar al rostro de Rosa, ésta, con el rostro encendido de vergüenza y sonriendo con cara de circunstancias, la dijo balbuceando abochornada:

  • Lo … lo siento. He tenido un … accidente y … por favor, déjeme entrar.

Pero la viejecilla la miraba asombrada, sin entender lo que la decía, por lo que Rosa intentó explicárselo para que no cerrara la puerta y la diera con ella en las narices.

  • Me he quedado … así … en las escaleras y la puerta de mi casa se ha cerrado y.. no puedo entrar. Por favor, déjeme algo de ropa para taparme.
  • Pero … ¿qué te ha ocurrido, hija, para quedarte así … con todas las tetas, esa carnaza y el potorro al aire?
  • Estaba duchándome cuando escuché la puerta de la calle. Me puse una toalla y salí para ver quién era. Había corriente y la puerta se cerró, atrapando mi toalla y dejándome así … sin ropa y sin llaves para entrar.

Le resumía Rosa lo sucedido para que la dejara entrar cuando escuchó que se abría una puerta en el piso de abajo, haciendo que la maciza involuntariamente se lanzara aterrada hacia delante, empujando a doña Pepa para entrar y ésta, apartándose, la dejó entrar al tiempo que la decía:

  • ¡Pasa, pasa, hija! ¡Ay, qué prisas tiene esta juventud!

Una vez dentro, la anciana cerró la puerta, y, antes de que Rosa hiciera o dijera nada, la dijo:

  • Pero pasa, Rosita, pasa dentro y explícame todo.

Y la hizo pasar al salón donde la señaló con la mano el sofá para que se sentara al tiempo que ella lo hacía en una butaca.

  • Siéntate, querida, y cuéntamelo.

Completamente desnuda, Rosa, siempre cubriéndose como podía sus vergüenzas, se sentó de puntillas y muy cortada en el borde del sofá donde la anciana la dijo.

  • Cuéntame, Rosita, cuéntame lo que te ha pasado.

No se atrevía la mujer a hacer nada que pudiera molestar a la vieja, no fuera a irritarla y que la echara así como estaba de la casa.

  • Es lo que la comenté antes. Estaba en mi casa, duchándome, cuando me pareció escuchar un ruido en la puerta de la calle. Me puse una toalla y salí para ver quién era. Miré por la mirilla y no vi a nadie, pero, para estar más segura, abrí la puerta de la calle. Como debía haber corriente, la puerta se cerró, atrapando mi toalla y dejándome así … sin ropa y sin llaves para entrar.
  • Pero, hija, que mala suerte. ¿Cómo se te ocurrió abrir la puerta con las tetas y el potorro al aire? Podía haber algún hombre malo que se aprovechara de ti.
  • Llevaba una toalla cubriéndome, doña Pepa, y no vi a nadie al mirar por la mirilla.
  • Entonces, ¿por qué saliste, hija, si no viste a nadie? ¿por qué? ¿Es que te gusta lucirte desnuda y poner calientes a los hombres?

No pensaba Rosa decirla a la anciana que salió a las escaleras por si el amigo de su hijo, que acababa de follársela como casi todos los días, le había sucedido algo y pudieran pensar que salía de su casa después de follársela. Lo que era verdad. Así que mintió.

  • No me diga esas cosas, doña Pepa, ya sabe que no me gusta hacerme notar.
  • Pero, hija mía, con ese cuerpo que tienes siempre te harás notar y más aún si vas con vestidos ajustados, escotados y con minifaldas, que resaltan tus tetas, tu culo, tus muslos,…
  • Es que hace calor, doña Pepa, y ya sabe lo mal que llevo yo el calor.
  • Una cosa es que haga calor, hija mía, y otra que vayas provocando a los hombres. Pero cuéntame, Rosita, el motivo por el que saliste con todo al aire a las escaleras. Lo extraño es que solo hayas perdido la ropa, lo natural es que hubieras perdido también la virtud, ya que la vergüenza hace tiempo que la perdiste.
  • Verá, doña Pepa, yo no salí desnuda a las escaleras, como ya le he dicho, sino que salí envuelta en una toalla. Pensaba que alguien se había caído por las escaleras y era mi deber ayudarlo.
  • ¿Ayudarlo, Rosita, cómo ibas a ayudarlo si ibas desnuda? Desde luego que resucitarías a un muerto si te viera con esas tetas, esos muslos y ese culo al aire, sin nada que lo cubriera.

No quería Rosa continuar la conversación para no enojar a la vieja y que la echara desnuda de su casa, así que, cruzándose de piernas, cambió de conversación para centrarse en lo que deseaba.

  • Verá, doña Pepa, como no tengo las llaves para entrar en mi casa, tengo que pedírselas al portero, pero claro, yo no puedo bajar así a pedírselas, así que la agradecería que diera unas ropas para poder cubrirme y bajar a por mis llaves.
  • Verás, hija, aquí no tengo ropa para cubrir esas tetazas y ese culazo tan … exuberante que tienes, pero voy a bajar a la calle y te compro un vestidito que te tape y así puedas bajar a pedir las llaves a Orestes. ¿Cómo lo quieres? ¿De qué color?

Y Rosa, que solo quería ponerse cualquier cosa y salir de la casa de la anciana, la dijo su talla, pero la vieja, sin ni siquiera escucharla, se levantó de la butaca y se fue a por su bolso, no sin antes decirla:

  • No te levantes, Rosita, que enseguida vuelvo.
  • La agradecería, doña Pepa, que me dejara alguna prenda o tela para cubrirme hasta que usted vuelva.

Sin moverse del sofá, esperó Rosa que la anciana volviera con lo solicitado pero, en lugar de hacerlo, se encaminó al acceso a la vivienda y, cogiendo el monedero y las llaves, abrió la puerta, exclamando en voz alta, antes de cerrarla:

  • Enseguida vuelvo, Pepito. Te dejo en compañía de Rosa, de tu vecina favorita. Pórtate bien.
  • ¡Pepito!

Cruzó como una ráfaga esa palabra por la mente de Rosa.

  • Pero … ¿está en casa? ¿No está en la escuela espacial a la que asiste?

En un instante varias preguntas explotaron en su mente mientras miraba aterrada hacia el pasillo por si aparecía el hombre.

No pasaron ni un par de segundos cuando, por el umbral de la puerta, apareció de pronto la cabeza de Pepito, luego lentamente su cuerpo, como si fuera una aparición, un fantasma.

Rosa, al verlo aparecer, pegó un brinco aterrada en su asiento, pero no se atrevió a moverse, se quedó como petrificada, contemplando cómo la cabeza y el cuerpo del hombre aparecían en el umbral de la puerta e iban despacio entrando en el salón, acercándose a donde estaba ella.

Pepito que, a pesar de su baja estatura de algo menos de un metro sesenta, era ya un hombre adulto que ya estaba en la treintena, aunque su capacidad intelectual y emocional era de un niño de unos seis años. Siempre que había coincidido con Rosa en el portal y en la calle, iba siempre acompañando a su madre, y, tímidamente solía responder con monosílabos a las preguntas que le hacían, aunque no perdía detalle de las voluptuosas curvas de la vecina, especialmente de sus tetas y de su culo, masturbándose convulsivamente en la intimidad recordándolos.

Desde su habitación el hombre había escuchado como llamaban a la puerta y cómo su madre había ido a abrirla. Había prestado especial atención al escuchar qué era Rosa la que había llamado y, más aún, cuando escuchó la conversación que tenía con su madre en el mismo salón de su casa. Salió sigilosamente al pasillo y se acercó despacio y con cuidado al salón de donde partían las voces.

Escondido en la oscuridad del pasillo miró, como siempre acostumbraba, al interior de la habitación, observando a … ¡una mujer desnuda! ¡una mujer completamente desnuda sentada en el sofá! Y ¡tenía unas tetas, unos muslos y unas caderas cojonudas! Pero … ¡si era Rosa! ¡Rosa, la vecina macizota y buenorra que inundaba todos sus húmedos sueños onanistas, se había masturbado infinitas veces pensando en ella!

Se quedó observándola alelado y en silencio, ocultado en la penumbra. No prestaba atención a lo que hablaban ella y su madre, solo tenía ojos para esas carnes tan prietas y sonrosadas. Se bajó por delante el pantalón corto que llevaba, se lo puso bajo los cojones, dejando su enorme verga erecta al descubierto, y empezó a acariciársela, a acariciársela lenta y reiteradamente. No quería jalársela a lo bestia como hubiera sido su deseo ya que el ruido hubiera alertado a su madre y a su lujuriosa visita.

Cuando su madre se levantó de la butaca y se encaminó hacia donde él estaba, pensó que le habían pillado y, asustado, reculó, ocultándose todavía más en las sombras, pero la anciana hizo un requiebro en el último momento y, cogiendo el monedero y las llaves, abrió la puerta de entrada y, antes de salir y cerrarla, exclamó en voz alta:

  • Enseguida vuelvo, Pepito. Te dejo en compañía de Rosa, de tu vecina favorita. Pórtate bien.

Cerrada la puerta, su pensamiento volvió a la vecina desnuda y, acercándose silenciosamente de nuevo al salón, la observó todavía sentada en el sofá, completamente desnuda, con las piernas cruzadas y con sus manos tapándose los pechos, pero esta vez en tensión, con su rostro crispado y su mirada ahora aterrorizada dirigida hacia donde estaba él , Pepito.

Sin pensárselo, se desplazó lentamente hacia la luz, dejándose ver por la mujer que brincó aterrada en su asiento, para, a continuación, quedarse inmóvil, mirándole fijamente y con los ojos muy abiertos.

El pantalón corto del hombre continuaba bajado por delante, sujetado bajo los cojones, dejando al descubierto su enorme pene erecto, congestionado y ahora colorado de tanto sobe.

Sin hablar nada ni él ni ella, se fue acercando Pepito como a cámara lenta hacia Rosa, como un experto cazador, como un despiadado depredador, hacia su víctima, inmovilizada por el miedo, Mientras la mujer seguía con su horrorizada mirada la verga erecta, el hombre la miraba, entre el miedo y la lujuria, las tetas. Casi encima de ella su mirada bajó a la entrepierna que, al tener las piernas cruzadas, se la había ocultado pero ahora sí, la veía, veía el triángulo que formaba el escaso vello púbico cubriendo su más que deseada vulva.

Dándose cuenta Rosa a donde dirigía Pepito su mirada, emitió un gritito y bajó rauda una de sus manos a su sexo, cubriéndoselo, al tiempo que descruzaba sus torneadas piernas.

Se sentó el hombre en el sofá, al lado de ella, provocando que Rosa, emitiendo otro gritito, se alejara pero sin levantarse del mueble.

Al ver Pepito cómo su vecina se alejaba, también él se desplazó hacia ella, provocando que Rosa, al no tener ya sofá donde huir, comenzó a incorporarse para huir, pero, antes de que lo hiciera del todo, el hombre la cogió por las caderas, tirando fuertemente de ellas, y haciendo que se sentara directamente sobre su regazo, haciendo que las nalgas redondeadas y sonrosadas de la hembra aterrizaran violentamente sobre el cipote congestionado y duro del macho.

Ahora si chilló ella asustada y, botando sobre el miembro del hombre, intentó nuevamente incorporarse pero solo lo hizo unos centímetros ya que los brazos nervudos del macho volvieron a tirar de ella, haciendo que se sentara nuevamente sobre su verga. Otro intento más hizo que ahora el cipote de Pepito se clavara en una de las nalgas de Rosa. Dejó que otra vez la mujer lo intentara con la intención de ahora meterla el cipote por el coño, pero, cuando ya estaba a punto de penetrarla, la mano de Rosa, le apartó el miembro, errando por escasos centímetros en su objetivo.

Sentada en el regazo del macho, la hembra se revolvió, intentando soltarse. Las manos de Pepito volaron de las amplias caderas de Rosa a sus erguidas y grandes tetas, cogiéndolas con fuerza, provocando chillidos de dolor en su dueña.

  • ¡Ay, ay, no, no, Pepito, no, no! ¡Que va a venir tu madre y nos va a pillar! ¿Qué la vamos a decir?

Girándose hacia el macho, logró la hembra que retirara las manos de sus pechos, y, una vez libre, intentó levantarse del regazo del hombre. Pero, cuando se estaba incorporando, Pepito la sujetó ahora por las nalgas, atrayéndola hacia él, y provocando que ella se sentara a horcajadas frente a él, chocando sus tetas con el rostro babeante del hombre.

  • ¡Ay, ay, que bruto, Pepito, qué fuerza, no, no! ¡Que me vas a hacer daño, Pepito! ¡Que me vas a tirar al suelo!

Pepito, al observar a escasos milímetros las sabrosas tetas, dio, como si fuera un ansioso y hambriento bebé que busca la leche de su madre, un chupetón al pezón más próximo, induciendo un nuevo chillido de dolor en Rosa.

Cogiéndola con sus manos por las duras nalgas para que no huyera, la dio un lametón en el otro pezón, luego otro y otro, y del dolor se pasó a las cosquillas, y los chillidos dieron paso a las risotadas de la hembra, que brincaba histérica sobre la polla congestionada del macho.

  • ¡Ay, ay, no, no, Pepito, no, jajajaja, no, no, jajaja, Pepito, jajaja, no, jajaja! ¡Tu madre, Pepito, tu madre nos va a pillar, jajajaja!

Aprovechando el frenesí del momento el macho intentó montar a la risueña hembra, pero, con los botes, no atinaba con la entrada una y otra vez, y, cuando estaba a punto de metérsela, Rosa le cogió con su mano la verga, y deteniéndose, empezó a jalársela rápido y con energía arriba y abajo, arriba y abajo.

También Pepito se detuvo, dejó de chuparla y lamerla las tetas, bien por miedo a que le rompiera o arrancara el miembro, bien para disfrutar de la paja que le estaba haciendo la tetona.

Solo se escuchaba el ruido de la mano de Rosa meneándole con fuerza la polla al macho.

  • ¡Zas, zas, zas, zas, zas, zas!

Pepito babeaba de placer mirando fijamente las tetas a Rosa y ésta, sin detenerse, tiraba arriba y abajo, arriba y abajo, del cipote cada vez más congestionado del hombre.

  • ¡Que te la quiero meter!

Fue lo único y último que exclamó Pepito antes de correrse a lo bestia en la mano de Rosa, empapándola hasta el codo de un abundante y viscoso esperma, cubriéndola también el vientre, el pecho y hasta el rostro.

  • ¡Aaaaaaaahhhhhhhh!

Chilló el hombre al sentir el intenso placer que sentía al correrse.

  • Tranquilo, Pepito, tranquilo.

Le dijo suavemente la mujer para tranquilizarle pero sin dejar de ordeñarle la verga hasta que soltara la última gota de lefa y se tranquilizara.

Cuando ya no salía más y el hombre estaba babeando de placer y relajado con la vista perdida en los senos de Rosa, ésta le soltó la verga e, incorporándose, le dijo suavemente:

  • Me voy a limpiar, Pepito, y te aconsejo que hagas lo mismo antes de que venga tu mami ya que, si te ve así, se enfadará mucho contigo.

Y se fue al cuarto de baño, donde, cerrando la puerta, se limpió a conciencia todos los fluidos que tenía pegados a su cuerpo.

Pepito, escuchando cómo el grifo del baño, corría, se fue a su habitación, dejando un reguero de esperma por el camino, y se encerró dentro, limpiándose el semen en las sábanas como siempre acostumbraba.

No pasaron ni diez minutos cuando doña Pepa entró en la casa, con una bolsa de plástico, en sus manos, encontrando a Rosa sentada tranquilamente en el sofá y con las piernas cruzadas. Seguía completamente desnuda, tapándose con sus manos los senos, y en la misma postura que tenía antes de la partida de la anciana, pero su rostro estaba mucho más relajado, extrañamente relajado.

  • Te he comprado unos trapitos. Y esta es la factura, Rosita, me la pagas cuando puedas.

La tendió la factura y se la puso sobre el sofá, sacando a continuación un vestido rojo de la bolsa para que se lo pusiera.

Lo cogió Rosa entre sus manos y, levantándose del sofá, le dio la espalda pudorosa a doña Pepa y comenzó a ponerse el vestido.

La anciana, mirando el culo erguido y redondeado a su vecina, la preguntó suspicaz:

  • No te ha molestado mi Pepito, ¿verdad, hija mía?
  • No, no, que va. No lo he visto ni lo he oído en ningún momento.
  • Es que es tan … tan bueno y obediente.
  • Buenísimo. No sabe usted que joya tiene de hijo, tan bueno.

Mientras Rosa luchaba por ponerse el ajustado vestido, doña Pepa la tocó de improviso con sus dos manos las nalgas que todavía no había podido cubrirse, apretándolas, sobándolas, y la preguntó:

  • ¿Cómo consigues, hija mía, tener un culo tan duro, tan redondo, tan … ?

Rosa, que no se lo esperaba, se detuvo, sin saber qué decir, y la anciana continuó, sin dejar de amasarla las nalgas.

  • ¿Te montan mucho, Rosita? ¿Te cabalgan mucho, hija mía?
  • ¿Queeeé? ¡No, … no!

Avergonzada, no sabía muy bien qué decir para no molestar a la anciana. Solo quería vestirse y marcharse de allí lo antes posible antes de que la anciana y su hijo la violaran o la hicieran cosas todavía peores, por lo que, tirando del vestido hacia abajo, se lo quería poner cuanto antes.

Al ponerse el vestido se dio cuenta Rosa que el vestido casi ni le cabía, le estaba pequeño, era de al menos dos tallas menor que la suya, pero no la dijo nada. Quería marcharse de allí cuanto antes, no fuera a sufrir un mayor acoso por parte de la vieja y de su hijo, intención que mantuvo incluso cuando se dio cuenta que la anciana no la había traído ningún calzado y tenía que marcharse descalza.

Apretando sus pechos dentro del vestido, logró después de mucho esfuerzo, abotonarse el botón de arriba y un par de abajo, dejando los de en medio sin abotonar, de forma que la mayor parte de sus senos salían del vestido por ese hueco.

Aun así, dejando a la anciana palmoteando en el aire, se fue hacia la puerta a paso rápido, diciéndola:

  • Me voy ya, doña Pepa. Me queda fenomenal. Muchas gracias. Luego pasaré a pagarla.
  • Pero, Rosita, espera, hija. No vayas con tanta prisa, que seguro que con algún retoque te queda mucho mejor.

Viendo que Rosa se marchaba a toda prisa sin poder detenerla, gritó, pidiendo auxilio para que su hijo ayudara a retenerla:

  • ¡Pepito, Pepito! Ven a despedir a Rosita que se quiere ir. ¡Pepito, Pepito!

Abriendo Rosa la puerta de la calle, escuchó qué Pepito abría la puerta de su habitación, por lo que, temiendo que la atraparan y la metieran en la casa para hacerla barbaridades, cerró de un portazo la puerta a sus espaldas y echó a correr escaleras abajo.

Con las prisas, no era consciente Rosa lo corta que era la falda del vestido que llevaba, ya que la llegaba poco más abajo de sus nalgas y de su entrepierna.

Mientras bajaba a toda prisa no dejaba de mirar asustada hacia arriba sin darse cuenta que en el piso de abajo estaba Lucas, un adolescente de unos quice años que vivía con sus padres y que en ese momento esperaba al ascensor que ya había llamado.

Lucas, escuchando que bajaban corriendo las escaleras, miró hacia arriba, viendo que venía hacia él una mujer desnuda de cintura hacia abajo. Desde la posición en la que se encontraba, podía ver a las piernas y el coño de Rosa por debajo de la pequeña falda del vestido.

Sorprendido, se quedó observando estupefacto, hasta que la mujer, llegando ya al piso, no frenó a tiempo y chocaron sus tetas con pecho de él.

  • ¡Ay, ay, perdona, no te había visto!

Exclamó Rosa al verle, deteniéndose, al tiempo que llegaba el ascensor.

Sobre excitada como estaba, no se imaginó en ningún momento que el joven la hubiera visto desnuda bajo la falda, que la hubiera visto la jugosa vulva.

Abrió la puerta del ascensor y entró la primera dentro sin darse cuenta como el adolescente la tocaba, de forma digamos involuntaria, el culo bajo la falda.

  • ¡Ay, el ascensor, qué suerte! Bajas tú también, ¿verdad?

Mirándola las tetas se metió Lucas en el aparato con ella, situándose uno en frente del otro a pocos centímetros de distancia.

Pulsó Rosa el botón del bajo y empezó el ascensor a bajar.

  • Tú también vas abajo, ¿verdad?

Repitió la mujer muy nerviosa, soltando a continuación una risita, al ver además cómo el adolescente la miraba detenidamente las tetas que sobresalían del vestido.

  • Me está un poco justo, ¿verdad? Pero no salgo así a la calle, ¿sabes? Solo voy a pedir al portero las llaves de casa que me las he dejado dentro.

Con el rostro encendido de vergüenza quiso la mujer justificarse entre risitas nerviosas, intentando infructuosamente cerrarse el vestido con las manos para taparse los pechos, pero provocando, sin quererlo, que uno de los botones del vestido, concretamente el superior que estaba antes abotonado, saltara entre ambos, liberando todavía más las tetas que saltaron del vestido y casi chocan con el ansioso rostro del lúbrico adolescente.

Intentando coger el botón que saltaba las manos de Lucas y de Rosa revolotearon en aire, aprovechó el adolescente para dar un buen sobe a las grandes y erguidas tetas de la mujer, que, al sentirse manoseada, se cubrió con sus manos los senos y se echó un poco hacia atrás hasta chocar su espalda y su culo con la pared del ascensor.

Siguiendo la trayectoria del botón, miró Rosa hacia abajo, y, viendo la tremenda erección que levantaba la parte frontal del pantalón de Lucas, exclamó asustada:

  • ¡Ay, dios mío, tú también!

En un instante los ojos del joven pasaron de dar un buen repaso a las ubres de la mujer a bajar hasta el suelo siguiendo al botón.

Rápido se puso Lucas en cuclillas para coger el botón que botando en el suelo se metió, juguetón, entre las torneadas y macizas piernas de Rosa, y el adolescente, sin pensárselo, se metió también entre ellas.

Emitiendo un gritito al sentirse en cierta forma violada, Rosa, entre excitada y avergonzada, se cerró rauda de piernas, apresando a Lucas entre ellas. Éste, al sentirse atrapado, intentó incorporarse, cogiendo con sus manos el interior de los muslos de la mujer y, metiendo su cabeza bajo la falda, restregó su rostro y sus labios por la entrepierna y el sexo lubricado de Rosa.

Sofocando grititos para no alertar a los vecinos y provocar un auténtico escándalo, sujetó Rosa con sus manos la cabeza del joven para impulsarlo hacia abajo y quitárselo de su entrepierna, pero el impulso de él hacia arriba y el de ella hacia abajo hizo que Lucas restregara su rostro, lamiera y besara una y otra vez la vulva cada vez más empapada de la excitada mujer. No deseaba la mujer que se levantara el joven no fuera a que, con el frenesí, se la follara.

  • ¡Ay, aay, aaaahh, ay, ay!

La pornográfica pugna se resolvió al llegar el ascensor al piso de abajo y abrirse al momento la puerta del aparato.

Era Orestes, el portero, el que atraído por el griterío que surgía del elevador, abrió la puerta para ver qué sucedía, encontrando a una Rosa con las tetas brincando desnudas y desordenadas al aire y un joven en cuclillas bajo sus faldas, lamiéndola ansioso el coño entre sus piernas.

Salió corriendo Lucas del ascensor, dejándole vía libre el portero que, asombrado, observaba a la vecina maciza con las tetas al aire y el coño también al descubierto al tener ella la pechera abierta y subida la falda del vestido sin tener nada debajo que la cubriera.

Bajándose la falda con un brazo y, tapándose los senos con el otro, una abochornada Rosa con el rostro rojo como un tomate, exclamó balbuceando:

  • ¡La … las … lla… llaves … las llaves … las llaves! Por favor, Orestes, … ¿me puede dar mis llaves … las llaves de mi casa?

Pero el hombre estaba tan absorto mirándola las tetas y la vulva que ni la escuchó, por lo que, a los pocos segundos, la mujer, aclarándose la garganta, volvió a decir en voz más alta:

  • Por favor, Orestes, ¿me puede dar las llaves de mi casa?

Tuvo Rosa que repetírselo otra vez más y casi gritando para que el portero reaccionara y éste, mirándola atolondrado a la cara, dijo:

  • Sí, claro.

Y se giró automáticamente, como si fuera un robot, teniendo en las pupilas y en el pensamiento a la vecina prácticamente desnuda y al adolescente a cuatro patas lamiéndola el coño.

Se fue hacia el pequeño apartamento donde vivía con su mujer y donde además guardaba las llaves de todas las viviendas, no sin antes decir a la mujer que le siguiera:

  • Sígame, por favor, doña Rosa.

Y la maciza, muy obediente, le siguió, cubriéndose los pechos con sus brazos cruzados, por el pasillo que conducía a la vivienda.

Entró Orestes en su vivienda y, dejando la puerta abierta para que entrara la mujer, se fue hacia el cuarto donde tenía las llaves de los vecinos.

No se escuchaba ningún ruido porque la mujer del portero no estaba en ese momento en casa, como bien sabía él.

Las llaves estaban colgadas en clavos que sobresalían de la pared a algo más de dos metros del suelo. Estirándose cogió Orestes las llaves de la vivienda de Rosa y las cambió por otras situadas lo más alto posible.

Mientras tanto la maciza se quedó en la puerta sin atreverse a entrar pero, el portero al ver que no entraba, la dijo muy amable que lo hiciera:

  • Entre, por favor, doña Rosa, y venga, por favor, que no encuentro sus llaves. Estoy al final del pasillo.

Y dudando qué hacer, la mujer entró y, caminando cauta por el pasillo, se acercó a donde estaba el portero que la dijo, al tiempo que se desplazaba a un lado y la dejaba pasar:

  • No las encuentro, doña Rosa. Mire usted, por favor, si las ve que bien sabe usted cómo es su llavero.

La maciza se acercó a las llaves y se puso a buscarlas con la mirada.

Situado detrás de la mujer, Orestes la observó detenidamente e, incluso agachándose, la miró bajo la faldita del vestido. Era evidente que no llevaba nada debajo, que iba totalmente desnuda bajo el fino y diminuto vestido.

Como estaban colocadas muy arriba, Orestes desplegó una pequeña escalerilla y se la acercó para que se subiera.

  • Suba, suba usted, doña Rosa, y las verá mejor.

Descruzándose de brazos, la mujer intentó juntar la pechera abierta del vestido para taparse las tetas desnudas, pero solo consiguió cubrírselas hasta casi taparse los pezones, dejando la mayor parte al descubierto, así que, para que no se las viera el portero, le dio la espalda y, mirando siempre las llaves que colgaban de la pared, buscó las suyas y subió la mujer el primer escalón de la escalerilla, luego otro y otro.

Mientras la maciza subía, el portero, babeando de gusto, la observaba detenidamente bajo la falda y, al llegar ella al cuarto y último escalón, al sentir el cálido aliento del hombre en sus nalgas, intentó taparse el culo metiendo la faldita entre sus piernas, pero perdió el equilibrio, emitiendo un ligero gritito, pero ahí estaba la mano de Orestes que, metiéndose debajo de la falda de Rosa, la sujetó por las nalgas desnudas para que no se cayera.

Estabilizada metió el hombre la otra mano también bajo su faldita y la sujetó también por las nalgas, una mano en cada nalga.

Se quedó ella paralizada, sin saber qué hacer ni qué decir, al sentir cómo el portero la sujetaba firmemente por las nalgas desnudas.

  • ¡Qué corte! ¡Qué vergüenza!

Pensó la mujer, sintiendo como la ardía el rostro avergonzada.

Fue el hombre el que, después de unos segundos, la preguntó:

  • ¿Encuentra usted, doña Rosa, sus llaves?

Aterrada, levantó Rosa despacio la mirada hacia las llaves y vio las suyas. Estiró lentamente su brazo y las cogió.

  • Sí, sí, las tengo.

Respondió en voz apenas audible y descendió despacio una pierna hacia el escalón inferior de la escalerilla.

En ese momento una de las manos de Orestes abandonó uno de los glúteos de la mujer y se metió entre las piernas de ella, colocándose bajo su vulva, metiendo sus dedos entre los labios vaginales de la hembra que contuvo aterrada la respiración.

  • No se preocupe, doña Rosa, que la tengo cogida para que no se caiga.
  • Gra … gracias.

Respondió balbuceando la asustada mujer que se había quedado nuevamente paralizada al sentir cómo la metía mano.

La mano del hombre se frotaba lenta e insistentemente en la vulva cada vez más lubricada de Rosa y ésta solamente se atrevió a preguntar en voz muy baja:

  • ¿Pu … puedo bajar?

Y, sin recibir respuesta, sintiendo cómo se ponía cachonda, bajó despacio un nuevo escalón y luego otro, pero, antes de que bajara al último, las manos de Orestes subieron a las tetas desnudas de la mujer, cogiéndolas y atrayéndola hacia él. Emitió aterrada un gritito pero se calló, al sentir algo grande y duro sobre una de sus nalgas desnudas.

¡Era el cipote, el cipote erecto y congestionado del portero que se apoyaba sobre su culo! ¡Lo tenía fuera del pantalón y lo apoyaba desnudo contra su también desnuda nalga!

Y escuchó un susurro amenazador en su oído.

  • Tenía tantas ganas de tenerla así … doña Rosa.
  • No … no me hagas nada, por favor.

Suplicó llorosa la mujer.

  • Nada que no la haga su negro … doña Rosa.
  • Por favor, no.

Y sintió cómo la verga erecta se frotaba por su culo, intentando encontrar un agujero para entrar, pero ella, apretando y cerrando sus glúteos y sus piernas, no quería que la penetrara.

Forzando con una pierna logró el portero meterla entre las dos de la mujer, abriéndoselas lo suficiente para que pudiera meterse su cipote y restregarse por la entrepierna de ella.

  • No, no, por favor, no.

Suplicó una vez más la maciza pero fue inútil. Orestes encontró con el miembro el acceso a su vagina y se la metió hasta el fondo.

Rosa, al sentirse penetrada, emitió un chillido para a continuación contener la respiración y, cuando él, sin dejar de sujetarla por las tetas, amasándoselas, empezó a balancearse adelante y atrás, una y otra vez, follándosela, se mantuvo en silencio pero poco a poco comenzó también a gemir y a suspirar.

¡Gemidos, suspiros y soplidos inundaron la estancia, aunque el ruido más alto y machacón fue el de los cojones de Orestes chocando una y otra vez con la entrepierna de Rosa!

Entre mete y saca, la verga se salió y Orestes, ansioso, en lugar de volver a metérsela, la volteó violentamente, provocando que emitiera nuevamente un gritito asustada, y la puso frente a él. Y ahora sí, en esta posición, la cogió por los glúteos, uno en cada uno de ellos, y al levantó del suelo, penetrándola ahora por delante.

Dando un paso hacia atrás el portero apoyo su espalda en la pared, para soportar mejor el peso de la vecina, y continuó follándosela.

Abrazada Rosa con sus brazos al cuello y con sus piernas a la cintura del hombre, aguantó, con los ojos cerrados, el frenético mete-saca durante menos de medio minuto que fue lo que duró Orestes antes de correrse dentro del coño de ella.

Unos pocos segundos aguantó con la verga dentro, descargando, hasta que la depositó suavemente en el suelo.

Se mantuvo quieta la mujer, asustada y con la mirada baja. No se atrevía a moverse hasta que Orestes, cogiendo un paquete, sacó de él varias toallitas húmedas y la limpió suavemente la entrepierna, la vulva, entra sus labios genitales e incluso dentro de la vagina. Ella permaneció quieta mientras el portero la manoseaba y la limpiaba la entrepierna.

De repente, Orestes, cogiéndola con una mano por la barbilla, la miró, muy serio, fijamente a los ojos y la amenazó con voz grave.

  • Si me denuncias o le dices a alguien que te he violado, diré que viniste a mi casa y te ofreciste a mí, que me acosaste para que te follara. Muchos vecinos me apoyaran ya que conocen lo puta que eres. También diré lo que he visto en el ascensor, que obligaste a que un niño te comiera el coño. ¿Entiendes? Si me denuncias te meterán en la cárcel por puta y por abusar de menores.

Respondió Rosa en voz baja, evitando la mirada del portero.

  • No diré nada … pero tú tampoco debes decir nada … por favor.
  • Venga, vete antes de que venga mi mujer y te pille aquí así, como la gran puta que eres.

La apremió el portero, soltándola la barbilla, y, cuando ella se daba la vuelta para marcharse, la propinó un fuerte y sonoro azote en las nalgas.

Mientras la observaba marcharse, Orestes tomó su móvil y envió rápido un escueto whatapp a Arturo, uno de los vecinos que también se querían tirar a Rosa, y que sabía el portero que había entrado en el bar de la esquina.

  • Ven rápido al portal. Rosa OK.

Y salió deprisa tras la mujer, sujetando la puerta del ascensor que ya se cerraba con ella dentro.

Abrió la puerta de par en par, mirando a Rosa, sin decir nada y con una sonrisa socarrona en la cara.

Rosa, asustada, no dijo nada. No sabía muy bien que quería ahora el portero, si quería volver a violarla, simplemente humillarla todavía más o pedirla perdón, pero la mujer lo único que quería era irse rápido a casa sin que nadie más la viera ni supiera lo que la había sucedido.

Reteniendo la puerta, Orestes miraba hacia la entrada al portal esperando que llegara el vecino al que había llamado.

Enseguida apareció no solo Arturo, sino dos vecinos más. Los tres que estaban en el bar bebiendo un cubata tras otro mientras hacían planes para follarse a Rosa.

El portero, al sujetar la puerta del ascensor, no dejaba a Rosa ver quienes venían, pero, al escuchar que alguien preguntaba a Orestes, se dio cuenta que la situación podía hacerse incluso más peligrosa.

  • ¿Dónde está?
  • ¡Aquí! Venga deprisa.

Y, moviéndose el portero hacia un lado, dejó que una aterrada Rosa y los tres vecinos se vieran directamente.

La mujer dejó escapar un ligero chillido de terror al verlos, pero, cuando quiso reaccionar, ya estaban los tres en la puerta, además del portero.

Apelotonados en la puerta la comieron ansiosos y babosos con los ojos, desde la punta de los dedos de los pies hasta la cabeza, incidiendo sobre todo en las tetas que prácticamente estaban fuera del vestido y en sus muslos, ya que la faldita la cubría el coño por escasos milímetros.

  • ¡Ostias, la Rosa! ¡Está casi en cueros pero qué buena está!

Exclamó uno de los vecinos y ella, cubriéndose con sus manos los voluptuosos pechos, se alejó encogida al fondo del ascensor, bajando su mirada al suelo.

  • ¡Venga, adentro!

Apremió Arturo y entraron los tres al ascensor, aproximándose a Rosa hasta pegarse a ella.

  • Tiene las llaves de su casa y no hay nadie allí ni se le espera hasta la noche.

Informó el portero, pulsando el botón del sexto piso, donde vivía Rosa, pensando que, en caso de problemas, le sería más fácil librarse de los cargos de violación cuantos más la violaran.

Cerrando la puerta el ascensor empezó a subir.

  • ¿Qué buscabas así? ¿a tu rabo negro? Nosotros sí que vamos a darte rabo, pero del bueno.
  • ¡Sí, sí, del bueno, del bueno!

La increparon sin dejar de mirarla desde arriba los pechos y ella, en silencio, en ningún momento levantó la vista para mirarlos.

Uno la levantó la falda por delante, descubriendo que no tenía nada debajo y exclamó entusiasmado.

  • ¡Ostias, no lleva bragas, está desnuda bajo el vestido!

Arturo la retiró violentamente las manos de los pechos y, agarrando la pechera del vestido, tiró de él, rompiéndoselo y, abriéndoselo, se quedó hecho jirones en las manos del vecino.

  • ¡Ahora sí que está desnuda!

No sabiendo qué hacer ni cómo cubrirse, Rosa se dejó caer, sentándose en el suelo con las piernas dobladas y se abrazó a ellas, escondiendo entre sus muslos los enormes senos desnudos, así como su jugosa vulva.

Cogiéndola una de las manos que tenía fuertemente apretadas, se la abrieron por la fuerza y la quitaron las llaves de su casa.

  • ¿Qué coño escondes ahí, puta?
  • ¡Las llaves, son las llaves de su casa!
  • ¡Quítaselas, coño, quítaselas, que en su casa nos la follamos!
  • ¡Venga, ostias, quítaselas, quítaselas a la tetona!

Exclamaron mientras forcejeaban para quitárselas.

Un llanto de desesperación salió dramáticamente de la garganta de la mujer, provocando risotadas burlonas de los tres hombres.

Tanto esfuerzo y humillaciones la había costado obtener sus llaves para que estos tres hijos de puta se las quitaran por la fuerza.

Al llegar al sexto piso el ascensor se detuvo y, una vez abierta la puerta, cómo la mujer no se quería mover a pesar de que tiraban de ella, la cogió Arturo del cabello y, tirando de él, la hizo incorporara y saliera del aparato, chillando de dolor.

Ella, dolorida, sujetaba con sus dos manos la mano que tiraba con fuerza de su cabello.

Mientras Arturo la tiraba del pelo, otro, entre risotadas, la propinaba fuertes y sonoros azotes en las nalgas y la sobaba con violencia las tetas, así como la entrepierna, provocando que ella chillara más de impotencia que de dolor.

Una vez fuera del ascensor, mientras uno de los vecinos abría la puerta de la vivienda de Rosa, dejando caer al suelo la toalla que estaba atrapada entre la puerta y el marco, Arturo la soltó el cabello y, agachándose, la logró levantar del suelo, a pesar de la oposición de la mujer, y se la puso sobre los hombros de forma que la mitad superior del cuerpo de ella colgaba por detrás de la espalda del hombre, mientras que la inferior colgaba por delante del vecino.

Pateando en el aire y golpeando en la espalda de Arturo con sus puños, Rosa intentó soltarse pero unas fuertes manos la sujetaban por las caderas y por las nalgas, impidiendo que cayera. Otro de los vecinos la sujetó por las piernas para que no siguiera pateando y, metiendo una de sus manos entre las piernas de ella, dio un buen sobe al sexo de la mujer, haciendo que emitiera un gritito pero que se estuviera quieta.

No quería provocar un escándalo que llegara a los oídos de su familia y que se avergonzara de ella, por lo que se negaba a gritar, pidiendo auxilio. Solamente luchaba en silencio con todas sus fuerzas, intentando escapar.

Entrando en la vivienda, la mujer se agarró con fuerza al marco de la puerta, impidiendo momentáneamente el avance, pero enseguida, a base de golpes en sus dedos y de tirones, la lograron meter dentro, cerrando la puerta a sus espaldas.

Se encaminaron hacia el dormitorio de Rosa, de forma que Arturo con su preciosa carga iba en medio con un vecino delante y otro detrás.

A los sollozos desesperados de ella, respondían los tipos con risotadas burlonas.

Entraron al dormitorio y la dejaron caer sobre la cama de matrimonio. Nada más caer, se levantó ella rápido e intentó huir rauda por la ventana del dormitorio, pero la agarraron antes de que lo hiciera por las caderas, inmovilizándola, mientras aprovechaban para sobarla las tetas, el culo, la caderas y los muslos, y la metían mano entre estos últimos, entre sus labios vaginales. Todo entre grandes risotadas.

  • ¡Ay, ay, no, dejadme, dejadme, por favor!

Sentándose Arturo a los pies de la cama, la colocó bocabajo sobre sus rodillas y empezó a propinarla fuertes azotes en las nalgas, mientras ella chillaba y lloraba y los tipos la insultaban:

  • Esto por ser una puta mala y por follar con negros.
  • ¡Puta de negros, culo gordo!

Ya tenía Arturo de sobar y azotar el culo macizo y respingón de Rosa. Era su mayor fantasía sexual y ahora la estaba cumpliendo con creces.

Mientras la mujer se agitaba, intentando huir, y chillaba presa de desesperación y dolor, los hombres se carcajeaban sarcásticamente de ella y, sin dejar de observarla, empezaron a desnudarse, dejando caer desordenadas sus ropas sobre el suelo y los muebles de la habitación.

Uno de ellos, totalmente desnudo, tomó de la cómoda un tarro de crema que Rosa utilizaba para hidratarse el rostro y, abriéndolo, cogió con los dedos una buena cantidad. Acercándose al culo de la mujer, le dijo a Arturo que se detuviera un momento y, al hacerlo éste, metió sus dedos pringados de crema entre las nalgas de Rosa y empezó a extenderla.

La mujer, al darse cuenta que lo hacían para sodomizarla, chilló todavía más alto, pero extenuada dejó de forcejear y chillar, y se puso a llorar desconsoladamente, lo que aprovechó el tipo para llenarla el culo de crema, y, especialmente, el agujero blanco e inmaculado del ano, metiendo sus dedos dentro y dilatándolo.

Una vez hecho, empezó el hombre a untarse también su verga erecta con la crema. Quería darla por culo allí mismo, pero Arturo que quería ser el primero en follársela, la hizo incorporar y la empujó encima de la cama.

Aun tuvo fuerzas la mujer para reptar sobre el colchón, alejándose de los tipos, hasta colocarse con la espalda apoyada en la cabecera de cama, y, cubriéndose con sus manos las tetas y la vulva, les miró aterrada, observando la fuerte erección que tenían los tres.

Mientras Arturo también se desnudaba, los otros dos, alrededor de la cama, observaban amenazantes a Rosa y la decían, entre risotadas:

  • Te vamos a follar por todos tus agujeros, culo gordo.
  • Te reventaremos el culo a pollazos, culona.
  • Te las vamos a meter hasta el fondo.
  • Si tanto te gustan los rabos, te vas a empachar comiendo unas buenas raciones.
  • Tu coño no va a pasar hoy hambre de polla. Se va a hartar.
  • Vas a ver lo que son unas buenas pollas, puta de negros, y no las de tu chulo, zorra.
  • No vamos a ser menos que tu negro. No somos racistas, si él te la mete nosotros también.
  • Así comparas quien la tiene más gorda y quien te la mete mejor.

Todavía no había acabado Arturo de desvestirse cuando sonó un móvil. Era el suyo y lo cogió de un bolsillo de su pantalón.

  • No jodas, tío, no lo cojas.

Le dijeron que no lo cogiera, pero lo cogió y, al ver quién llamaba, respondió sonriendo al teléfono.

  • Me pillas ocupado. No sabes cuánto ocupado estoy.

Escuchó lo que respondían al otro lado del aparato y habló nuevamente:

  • ¿En la puerta? ¡Qué cabrona! ¡Jajajajaja! ¿Cómo te has enterado? ¿El portero? Espera que voy a abrirte.

Colgando, miró sonriente a sus compañeros y les dijo:

  • Alguien más se quiere apuntar a la fiesta.
  • No jodas, tío, esto va a estar abarrotado de gente. Vamos a tener que hacer cola para follárnosla. Pero ¿quién es?
  • Ahora lo veréis.

Y se marchó hacia la puerta de entrada, vistiendo solo su calzón y unos calcetines cortos de color azul.

  • ¿Dónde está? En el dormitorio, ¿verdad? Normal, como todas las putas.

Fue lo primero que dijo la nueva visita al entrar en la vivienda y los hombres que estaban en el dormitorio con Rosa, al reconocer la voz, exclamaron:

  • ¡La Encarni, no podía ser otra!

Rosa, al escucharla, no pudo dejar de emitir de forma involuntaria un chillido horrorizada, poniéndose a temblar aterrada.

Sabía el odio encarnizado que la tenía la Encarni, a ella y toda su familia.

Hacía unos tres años, cuando el marido de Rosa era presidente de la comunidad, éste se negó a que se pagará un arreglo de la vivienda de esta vecina y ella juró que se vengaría. Y siempre que tenía ocasión lo demostraba como, hacía unos tres meses, cuando entró en la vivienda de Rosa con varios vecinos con la excusa de proteger a la comunidad de posibles delincuentes y fue la Encarni una de las instigadoras para que arrancaran la ropa de Rosa a tirones, dejándola completamente desnuda y si no la violaron, fue a la férrea oposición del presidente de la comunidad. También hacía unos dos años que, con la excusa de enseñarla a jugar a las cartas, en compañía de unos colegas la emborracharon y se la follaron.

Pero ahora tampoco tenía a nadie que se opusiera, nadie que protegiera la virtud de la deseable Rosa y ella, la Encarni, bien que iba a aprovecharse.

Entró como un vendaval en el dormitorio donde dos hombres completamente desnudos y empalmados merodeaban alrededor de una cama donde una mujer, Rosa, estaba acurrucada, asustada e indefensa, así como totalmente desnuda.

La miró triunfante y, con una feroz sonrisa que, semejando una horrible cicatriz, cruzaba su rostro, exclamó en voz alta, escupiendo con rabia las palabras hacia Rosa:

  • ¡Putona, calentorra, calientapollas, enciendebraguetas! ¡Te lo dije, se lo dije al cabrón de tu marido y al maricón de tu bastardo, que me vengaría! ¡Y aquí y ahora es el momento! ¡Va a ser mucho mejor que aquella vez en mi casa! ¿Recuerdas? ¿Qué hace? ¿uno o quizá dos años? ¡Que te emborrachaste en mi casa y follaste, como la perra en celo que eres, con todos los rabos que tu asqueroso coño encontró!

Y mirando a los tres hombres, les urgió a que se la follaran.

  • Pero, ¿a que estáis esperando? ¡Es que sois unos maricones de mierda? ¡Follarosla ya!
  • No tenemos ninguna prisa, Encarni, tenemos todo el día para gozar de ella. Su marido y su hijo no vuelven hasta la noche.

La tranquilizó Arturo y otro de los vecinos la dijo:

  • ¡Que elija la Rosa, que elija quien se la folla el primero!
  • ¡Eso, eso, que elija ella!

Apoyó el tercer vecino entusiasmado..

  • ¡Venga, zorra calientacamas, elige quien te va a follar el primero!

Apremió la Encarni.

  • No creas que te vas a escapar esta vez, que te vamos a follar por todos tus agujeros hasta reventarte.

Amenazó Arturo.

  • Por favor, no me hagáis daño, yo no os he hecho nada.

Sollozó Rosa implorando.

  • ¿Nada? Nos has puesto la polla como una olla desde hace años y ahora con el puto negro que no haces más que follar. ¿Es que no tienes bastante con pollas blancas que te buscas un puto negrata para fornicar?

Replicó Arturo y la Encarni también la respondió, escupiendo sus palabras con un odio reconcentrado.

  • ¿Y a mí qué, puta? A mí no me habéis hecho nada. El cornudo de tu maridito no se negó a pagarme unos gastos que no eran míos y que tuve que vender mi culo para pagarlos. ¡Eh, putorra! ¿No te acuerdas, verdad?
  • Yo … yo … no lo sabía.
  • ¿No sabías qué? ¡Que tu maridito es un cornudo, un cabrón puto y cornudo, y que tú, su puta, vas a pagar por él!
  • No me hagáis daño, por favor, no me hagáis daño.

Suplicó Rosa aterrada.

  • Está bien, si no eliges tú quien te va a follar el primero, lo haremos por sorteo. ¡Venga, Encarni, piensa un número y el que acierte se la folla el primero!

Propuso Arturo.

  • Ya está. Pensado.

Respondió al momento Encarni sin dejar de mirar con odio a Rosa.

  • El uno.

Dijo Arturo.

  • Tú el primero.

Indicó secamente la Encarni y Arturo, acercándose a la cama mientras sacudía su enorme pene para que se irguiera todavía más, la dijo a Rosa.

  • ¡Venga, Rosa, no te hagas la interesante y colabora que ya sabes que te vamos a follar! ¡Venga, relájate, te tumbas bocarriba sobre la cama, te abres de piernas y te la meto! ¿OK?
  • Por favor, por favor.

Sollozaba Rosa pero, viendo que era imposible escapar y temiendo males mayores, le hizo caso, y lentamente se tumbó bocarriba sobre la cama y se abrió de piernas, aunque con una de sus manos se cubrió la entrepierna y con el otro brazo se cubrió, si no la totalidad de sus tetas, al menos sí los pezones.

  • Aparta los brazos que queremos verte bien el coño y las tetas mientras te follamos. Pon los brazos sobre la cama apuntando con tus manos hacia la cabecera de la cama.

La ordenó nuevamente Arturo y la mujer obedeció, cerrando los ojos.

  • ¡Eso, eso, puta calientapollas, ábrete bien de piernas para que podamos todos verte las vergüenzas y follarte como la puta zorra que eres!

La insultó la Encarni, mientras Arturo se subía a la cama y se colocaba entre las piernas abiertas de Rosa.

  • Ya verás cómo te gusta, mejor que con el negrata que tienes como amante.

La dijo el vecino mientras la acomodaba una almohada debajo de la pelvis, levantándola el sexo para penetrarla mejor.

Y una vez hecho, sacudiendo su verga para que acudiera más sangre al miembro, se inclinó sobre la mujer, apoyó sus brazos sobre el colchón, y, restregando un par de veces su cipote erecto entre los labios vaginales de ella, la dirigió a la entrada a su vagina y, lentamente la fue penetrando ante las miradas lascivas y las risotadas burlonas de los vecinos y los suspiros angustiados de ella.

Una vez hubo metido Arturo la polla hasta el fondo, hasta que sus cojones chocaron con el perineo de ella, se recreó mirándola las tetas y el rostro, pero ella no le devolvió la mirada ya que había cerrado los ojos para no ver nada e intentar abstraerse de lo que estaba sucediendo.

  • ¡Qué tetas tienes, Rosa, están como para comértelas!

Y sobándola a placer las tetas con una mano durante un buen rato, empezó, mediante pausados movimientos de pelvis y muslos, a sacar despacio su cipote de la vagina de ella. Poco a poco fue deslizando su verga hinchada dentro de la vagina de la mujer hasta que, casi cuando la tenía fuera, la volvió a meter otra vez dentro, despacio como antes, sin prisas, disfrutando del polvo que la estaba echando mientras Rosa suspiraba y gemía mientras se la follaba.

Alrededor de la cama estaban tanto la Encarni como los otros dos vecinos, disfrutando del espectáculo de ver cómo se follaban a la tetona de Rosa, la vecina calentorra con la que tanto habían soñado con tirársela. Pero no solo gozaron mirando sino que además tomaron fotos y vídeos con su móvil.

  • ¡Qué puta eres! ¡Esto se lo envió al cornudo de tu marido para que se entere quien es la Encarni y se lo envió también a todo el mundo para que se enteren también lo puta y calentorra que es la Rosa, la más puta del barrio!

Exclamó exultante la Encarni y uno de los vecinos, al escucharla, la dijo:

  • Pero ¡coño! ¡No seas aguafiestas y no la envíes ahora que también nosotros queremos follárnosla!
  • Tranquilo, tigre, que no os voy a joder como vosotros vais a joder a esta puta. Esperaré a que os quedéis secos follándola para enviar las fotos y los vídeos.
  • No envíes nada en donde aparezcan nuestras caras, que nos pueden reconocer y enchironarnos.
  • Tranqui y tú follatela que yo me encargo de todo.

Mientras la Encarni dialogaba con los otros dos vecinos, Arturo estaba poco a poco incrementando el ritmo, se la iba metiendo y sacando cada vez más rápido y con más energía. Disfrutaba ahora observando cómo las enormes tetas de Rosa se bamboleaban desordenadas en cada embestida. Se detenía de vez en cuando y la sobaba las tetas durante unos segundos para, a continuación, continuar follándosela.

En contra de su voluntad, también Rosa se iba excitando cada vez más y, sin poder aguantar en silencio, comenzó a suspirar y gemir de placer.

  • ¡Eso, eso, gime, puta calentorra, gime como la puta cerda que eres! Ya verás la cara que pondrá el cornudo de tu maridito cuando te vea gimiendo y follando como una auténtica puta.

La increpó la Encarni, sonriendo como una loca.

Aunque Arturo podía estar toda la tarde follándose a Rosa, los otros dos vecinos daban ya muestras de impaciencia y querían también participar.

  • ¡Venga, tío, que es para hoy! Deja que también nosotros nos la follemos, que luego te la dejaremos para que te la vuelvas a tirar!

Aceleró todavía más el ritmo de forma que, en cada embestida, la cama chocaba una y otra vez con la pared, desconchándola.

Los gemidos de ella ahora se convirtieron en auténticos chillidos de placer.

Se estaba Rosa corriendo y, cuando abrió los ojos, mirando fijamente a Arturo, fue éste el que también se corrió y gritando también de placer, se detuvo, disfrutando de su orgasmo.

Pero los otros vecinos, apremiados por el deseo de también tirársela, le dieron una palmada en el hombro a Arturo para que se apartara.

Y eso hizo, sin prisas, ocupando su puesto entre las piernas de Rosa otro de los vecinos, pero éste, en lugar de follársela con la postura del misionero, fue él el que se tumbó bocarriba sobre la cama, obligándola a que se pusiera a horcajadas sobre él.

Eso hizo Rosa, obediente, recibiendo fuertes y sonoros azotes en sus nalgas cuando se incorporaba, tanto por parte del tercer vecino como de la Encarni. Quería Rosa que este suplicio acabara lo antes posible con los menores daños por lo que decidió colaborar y obedecer en todo lo que pudiese.

Colocada a horcajas sobre el tipo, de forma que cada una de las rodillas de ella estaba a cada lado de la pelvis de él, no hacía falta que la explicaran que es lo que quería que ahora hiciese. Cogió con una de sus manos el cipote erecto del tipo y se lo metió por el coño, empezando a cabalgar sobre él.

  • Más lento, puta, que quiero verte y sobarte bien las tetas antes de correrme.

La ordenó el hombre sobre el que cabalgaba y ella, obediente, redujo el ritmo.

Las manos del hombre subieron a sus tetas, sobándolas insistentemente, mientras una sonrisa lujuriosa aparecía en su gordezuelo rostro. Jugueteó con sus pezones, apretándolos y girándolos como si fueran los botones de una radio antigua. Luego sus manos fueron a sus caderas, a su cintura y hasta sus nalgas, sobándolas, apretándolas.

Ahora Rosa no cerraba los ojos, no podía ya que la obligaban a tener una actitud activa, a ser ella la que se balanceaba para que se la follaran.

Empujándola por la espalda, la obligó el tipo a inclinarse hacia delante para poder él chuparla y lamerla las tetas, y cuando lo hizo, su macizo culo respingón quedó al descubierto ante los ojos lascivos de la Encarni que, mediante gestos obscenos, indicó al tercer vecino que se la follara por el culo.

Observando con detenimiento los redondos y macizos glúteos y como se contraían y extendían los músculos en cada movimiento, el tipo se convenció y se preparó la polla para el asalto, restregándosela con crema y meneándosela con una mano para ponérsela más dura y erecta, Cuando consideró que ya estaba lista, se subió de pies a la cama y, colocándose detrás de Rosa, se puso en cuclillas y, dirigiendo su verga al agujero del culo de ella, se la fue poco a poco metiendo.

Rosa, al sentir cómo alguien más se subía a la cama, se puso en tensión y más aún cuando se colocaron a su espalda. Al darse cuenta lo que querían hacer, follársela por el culo, sodomizarla, intentó levantarse pero la sujetaron por la espalda para que no lo hiciera y gritó aterrada:

  • ¡No, no, por favor, no!

Pero su desesperado lamento fue en vano porque la verga del tipo fue entrando lentamente en su ano, dilatándolo a su paso, y sumergiéndola a ella en un intenso dolor.

Grito llorando para que pararan pero, no solo continuaron follándosela por el culo, sino que la Encarni la respondió con fuertes y burlonas risotadas.

  • ¿Te gusta, puta? ¿Te gusta que te rompan el culo, que te desgarren las entrañas? ¡Eh! Te gusta, ¿verdad que si? Pues eso es justamente lo que me hicieron más de una vez para poder pagar lo que el cornudo de tu maridito no quiso que la comunidad pagará. Y tuve que hacerlo sonriendo, así que ¡sonríe, puta, sonríe!

Chillando y llorando la sujetaron para que no se moviera mientras se la follaban por el coño y por el culo. Fue la Encarni la que la tapó la boca para que sus chillidos no ocasionaran que viniera la policía a investigar. Aun así no dejó de grabar y sacar fotos con su móvil.

No tardaron mucho en eyacular dentro de su coño y de su culo, menos de un minuto que a Rosa la pareció una eternidad.

Y cuando por fin la desmontaron, la dejaron tumbada de lado encima de la cama, en posición fetal, sin moverse, con el cuerpo cubierto de sudor, con sus manos cubriéndose el ano violado, y con los ojos cerrados aunque grandes lagrimones surcaban sus mejillas.

Arturo que, una vez se hubo corrido dentro de la mujer, fue al baño a mear, entró nuevamente al dormitorio y, al ver el deplorable estado en el que se encontraba Rosa, exclamó muy enfadado.

  • Pero ¡coño! ¡coño y coño! ¿Qué habéis hecho, gilipollas? ¡Teníamos que habérnosla follado hasta la noche que es cuando viene su familia y mirad ahora como la habéis dejado, hecha una piltrafa. Ahora no hay quien se la folle si no queremos matarla.
  • Pero, tío, es que con ese culo no hay polla que se resista.

Se justificó el que la había sodomizado, pero Arturo, mirándole con cara de muy mala leche, exclamó:

  • ¡Hay que ser gilipollas, pero que muy gilipollas, pero …! ¿con qué piensas, tarugo, con la polla?
  • Pues claro, tío, con qué mejor se puede pensar si no es con la polla.

Rompiendo la tensión que se mascaba en el aire, la Encarni empezó a reírse como una loca y Arturo, recogiendo su ropa, empezó a vestirse, al tiempo que decía:

  • Venga, nos vestimos y nos vamos que aquí ya hemos cumplido.

Los otros dos hicieron lo mismo, se vistieron rápidamente, mientras la Encarni, abriendo los cajones de la cómoda, se iba metiendo en el bolso todo lo que quería: cremas, joyas, bragas, …

Mirando preocupado a la mujer tendida en la cama, salió Arturo del dormitorio y los dos hombres le siguieron.

Como la Encarni no volvía con ellos, Arturo, desde la puerta de entrada a la vivienda, la preguntó a voces si estaba tan loca como para quedarse.

  • Espera que estoy acabando de enviar fotos y vídeos al marido cornudo de esta puta desgraciada.
  • Venga, vamos, que ya lo harás fuera.

Y la Encarni, antes de salir del dormitorio, se acercó a Rosa, que continuaba en posición fetal sobre la cama y la dio un azote en una de sus nalgas, al tiempo que la decía en tono amenazante:

  • Dile al cornudo de tu maridito que la Encarni no olvida y mi venganza no ha hecho más que empezar. Convertiré vuestra vida en un puto infierno.

Salió a continuación detrás de los tres hombres y cerrando la puerta a sus espaldas de un portazo.

Todavía Rosa permaneció tumbada en la cama en posición fetal y con los ojos cerrados durante más de media hora y, cuando estuvo segura que se habían marchado, que no había nadie en la casa, se incorporó.

Por supuesto que la dolía el ano, pero no tanto como habían supuesto los vecinos. Era simplemente una pequeña molestia. Además no era la primera que se la follaron por el culo ni sería la última, por lo que ya tenía bastante elástico el agujero y se amoldaba casi a cualquier tamaño de pene. Además se lo habían embadurnado de crema y se lo habían antes dilatado con los dedos.

Cuando se dio cuenta que iban a sodomizarla, empezó a gritar más de miedo de que la hicieran daño que del dolor mismo, y ya puesta en faena, exageró lo máximo que pudo para intentar que se apiadaran de ella y desistieran de seguir follándosela. Su estrategia funcionó, más que por piedad, porque nadie quiere follarse a una muñeca rota que además, si te pasas, puedes matarla y acabar en chirona con presos que te violan y torturaran continuamente.

Llevaba Rosa años simulando placer cuando su marido se la follaba religiosamente los sábados por la noche. Un único polvete rápido en la postura del misionero. Ya era hora que también simulara dolor, mucho dolor.

Cerró tranquilamente la puerta de la calle y echó la cadena. Luego se duchó y limpió todo, para más tarde preparar la cena para cuando su maridito y su hijo volvieran a casa.

No estaba preocupada por las fotos y vídeos que pudo enviar la Encarni al móvil de su marido ya que no era la primera vez que recibía éste estos regalitos y siempre pensaba que eran montajes que le enviaban sus enemigos y que no correspondían a la realidad.

Pensó que tendría que ser mucho más precavida, aunque no sabía exactamente cómo, especialmente con la Encarni, ya que seguro que intentarían violarla otra vez y quizá a ella no siempre la apetecería.