Los vecinos de arriba
El amante que aun hoy se tira a mi esposa, incluso en nuestra propia cama.
Hace ahora aproximadamente seis años y poco que el piso de arriba fue ocupado por una pareja nueva. Simpáticos desde el principio, amables. Él trabaja como funcionario mientras que su mujer lleva una tienda de moda. Se incorporaron y adaptaron rápidamente a nuestra comunidad vecinal, participando en todo de manera armoniosa desde un primer momento.
Con el tiempo observamos que ella cada tres meses, mas o menos, viajaba a por nuevas y novedosas prendas para su tienda. Esto hacía que su marido permaneciera en casa por, al menos, siete o diez días sólo, ya que como nosotros, tampoco tienen descendencia. También en nuestra relación de vecinos, fluida de hecho, notamos como ella, sobre todo, quizás en la seguridad de sus ingresos en conjunto, aparentaba demasiada soltura, aunque al menos públicamente siempre se mostrara sumisa y atenta hacia su marido. Aun todo eso, confieso que no es mi tipo, por lo que, sin perder mi amabilidad, tampoco le he prestado nunca demasiada atención. Por su parte, él, mostraba un total dominio de la situación en sus vidas, tal vez por los mismos motivos que ella.
Maijo me había comentado reiteradas veces que notaba, en reuniones y encuentros casuales con él, sus miradas, a veces hasta demasiado evidentes, incluso sus comentarios a las ropas que usaba mi esposa, reconozco que suele vestir bastante provocativa normalmente. Por supuesto, siempre me ha gustado que mi mujer use prendas de ese tipo. Nos habíamos visitado mutuamente algunas ocasiones, o bien subíamos nosotros a su piso, con las mismas características de composición que el nuestro, o eran ellos dos los que bajaban al nuestro, para charlar y compartir algunos momentos, normalmente en las tardes de domingos, cuando todos estábamos en nuestras casas.
Una tarde mi esposa me comentó que Fernando, así se llama nuestro vecino, mientras subían juntos en el ascensor, le había dicho que en ocasiones se sentía algo abandonado cuando su mujer salía de viaje, al verse sólo en la casa y que hasta deseaba salir de aquella rutinaria situación cuando eso sucedía. El mensaje evidente a todas luces había provocado en Maijo interés y siguiendo nuestra pauta de hablarlo todo, me puso al corriente de ello. La confianza de mi esposa con Carol había ido en aumento y ésta última hacía apenas unos días que la había informado que tenía ya vuelo cerrado para viajar y estar una semana fuera de casa.
Durante aquellos días cada vez que retozábamos en la cama, de una forma u otra aparecía Fernando en nuestras conversaciones. Era consciente de las intenciones de María José, sabedora como es, de mi deleite por sus infidelidades, insistía de manera indirecta buscando mi consentimiento para su goce. Cuando me confirmó que Carol al día siguiente salía de viaje, se preguntó directamente si quizás Fernando entraría en ese estado que le comentara una semana antes, todo ello mientras manteníamos una relación marital exquisita. Mi respuesta a su auto pregunta fue contundente cuando le dije que debía averiguarlo y tratar de ponerle remedio. Me mordió el labio al escuchar mi respuesta y se corrió placenteramente.
Carol tomó un vuelo nocturno el lunes, de madrugada, para amanecer a primera hora en su destino, normalmente siempre hacía igual porque ya tenía concertadas algunas citas para ese día y su alojamiento también estaba resuelto en casa de su hermana. Esa tarde, cuando Fernando regresó a su casa, mi mujer, de manera inteligente, forzó un encuentro en la entrada del edificio. Entre algunas otras cosas, le dijo que si necesitaba algo durante aquellos días, no dudara en pedirle lo que fuera.
Durante esa semana, Fernando estuvo en casa cada tarde un par de horas compartiendo con nosotros, por ello supimos que tanto el jueves como el viernes iba a estar libre de sus obligaciones ya que había solicitado esos dos días, que por derecho le pertenecían, para tratar de poner orden en la casa. Ese comentario lo hizo el martes mientras charlábamos distendidamente en el salón de casa y, esa noche mi mujercita me indicó que la oportunidad estaba próxima.
En la tarde el jueves, charlando en casa, mi esposa se ofreció para ayudar a nuestro vecino en las tareas que pudiera tener pendiente en la casa. Naturalmente Fernando se mostró receptivo al ofrecimiento lanzado. Maijo le indicó que el sábado en la mañana sería un buen día para ello. Al día siguiente, nuestro vecino pasó varias veces por casa, entre ellas para confirmar si mi esposa necesitaría alguna cosa concreta para el sábado. Esa noche la poseí, charlando sobre la mañana siguiente, sobre lo que podía suceder y como sería.
Mi esposa tomaba una ducha corta mientras le preparé algo de ropa. Una blusa ajustada, una escueta falda beige, una tanga blanca acanalada y unos zapatos tipo sueco, con tacón mediano, pero lo suficientemente duro como para poderla escuchar al caminar. Cuando desnuda llegó al dormitorio para vestirse, viendo la ropa que le preparase me preguntó si realmente deseaba que usara aquello. Por supuesto le confirmé que era la mas adecuada, incluso le señalé que no debía de llevar sujetador y que deseaba, si llegara el caso, escuchar sus zapatos contra el suelo, no sólo al caminar por la casa, sino si se descalzaba. Mi mujercita entendió perfectamente el comentario. Se vistió lentamente. La blusa ajustada a sus senos marcaban sus pezones en la tela y la faldita dejaba a la vista tanto sus piernas como una buena porción de sus muslos, sin decir que los zapatos la hacían parecer algo mas esbelta de lo que en realidad es.
Cuando llegó la hora acordada, mi mujer me besó despidiéndose para subir al piso de arriba. Su lengua cálida dentro de mi boca, hurgando, buscando enroscarse a la mía. Abrazada a mi me preguntó si mi deseo de escucharla era para lo que presuponía y le confirmé que efectivamente así era, deseaba conocer en todo momento donde estaba porque llegado el caso me apetecía imaginarla y, por supuesto, autosatisfacerme con ello. Cuando salió sus pezones en la tela mostraban su excitación, erectos y puntiagudos se marcaban a la perfección en su blusa. Ni que decir de mi estado en esos momentos en que mi mujercita salía para ir a casa de nuestro vecino.
Durante algo mas de media hora la escuché caminar por la casa, la cocina, la sala, el pasillo, iba y venía, entraba y salía de los cuartos, en la solana la escuché activar la lavadora, trataba de ser lo mas silencioso posible para seguirla en sus movimientos por el piso de nuestros vecinos. Los suecos, al caminar, dejaban un rastro perfectamente audible con los tacones. En la sala estuvo algunos minutos en silencio y tras ellos sus pasos se encaminaron a la cocina para al poco regresar de nuevo al salón.
La escuché por el pasillo, en dos ocasiones se paró repentinamente y sus tacones no sonaban, mas bien era como si se arrastraran unos centímetros para, al momento siguiente, continuar caminando. Entró en la habitación principal, justo sobre la nuestra y de nuevo sus zapatos hicieron aquel roce de arrastre sobre el piso. Apenas dos pasos como en círculo y silencio para repetir el mismo ruido de nuevo. Caminó alrededor de la cama mientras el agua comenzó a correr en el baño. Desde luego no era la ducha, sonaba mas bien en el lavamanos de la habitación. Un golpe, luego el segundo. Sus zapatos habían sonado contra el suelo, lanzados de alto. Supe que se descalzaba en ese preciso momento.
Desnudo como estaba me tumbé en la cama, escuchando, mi erección era increíble. El agua había cesado y nada se oía en esos momentos. Durante casi un cuarto de hora nada era audible en el piso de arriba. De repente el suave golpear en la pared me hizo comprender. El ruido era conocido ya, le habíamos escuchado juntos mientras acostados charlábamos alguna noche y, llegado a la conclusión de que debía de ser el cabezal de la cama que andaba suelto y traqueteaba contra la pared. Entendí que mi mujercita estaba siendo montada por nuestro vecino en esos precisos momentos y yo en, nuestra cama, justo bajo ellos, me acariciaba masajeando mi polla tiesa imaginándolo.
Durante los siguientes casi veinte minutos el golpeteo iba de suave y lento a ocasiones mas intensas y veloces, lo que evidenciaba el ritmo de follada en cada momento. Luego tras unos segundos de silencio, el agua en el baño. Ahora dos grifos abiertos. Un minuto mas tarde escuché de nuevo uno de los zapatos de Maijo golpear, no contra el suelo, en esta ocasión fue contra la propia pared, posiblemente lo empujó para indicarme que volvía a estar allí. Esperaba escuchar sus andares de nuevo, sin embargo el silencio total se apoderó del piso superior.
Fue mas de medio hora tediosa, sin que nada denotara lo que podía estar sucediendo y nuevamente el golpeteo en la pared. Intenso desde el principio. Rítmico, acompasado, casi sin altibajos, estrepitoso en ocasiones, como si el cabezal golpeara de forma acelerada la pared y luego, sin perder potencia, el golpe se retardara apenas unos instantes para retornar a la velocidad inicial. La percusión en la pared se demoró mas de media hora hasta que con cuatro o cinco grandes golpes, espaciados, cesó por completo. El agua de nuevo en el baño y poco después los zapatos de mi esposa que caminaba por el pasillo. Se detuvo en varias ocasiones y alcanzó la sala. Varios minutos mas tarde regresó a casa.
Según entró en casa y me llevó al dormitorio. Casi me arrastró a la estancia, descalza desde que entrara en casa, ansiosa por llegar a la cama, sin apenas palabra alguna, le bastó un sencillo saludo de regreso y la mediática orden para que la siguiera, aunque mas bien era ella la que tiraba de mi erecto pene hacia la habitación. Yo continuaba desnudo por completo, tenso, extremadamente excitado.
En nuestro dormitorio me besó dándome la lengua, recorriendo mi boca por el interior con ella mientras la despojaba de su corta falda. La tanga venía empapada y su coño resumía humedad. Le quité la pieza de ropa a trompicones. Se tumbó sobre la cama, con las piernas colgando por el borde, boca arriba. No hacía falta que me dijera nada, sabía perfectamente lo que quería y, yo lo andaba deseando también. Me metí entre sus abiertas piernas saboreando con labios y lengua tanto aquellos muslos como su mojado coño. Aun estaba dilatado, abierto, con el canal visible. Se lo lamí, besé y chupé con deleite metiendo la lengua, la nariz, en ocasiones, mientras le sorbía la pipa, eran tres de mis dedos los que entraban y salían del maravilloso túnel de mi mujercita, que no paraba de jadear, gemir, suspirar y dar grititos placenteros. Sus manos mantenían mi cabeza entre sus muslos, apretando para que no me retirara de allí. Se impulsó varias veces hacia arriba mientras su jugo se destilaba en mis labios. Lo estaba sorbiendo con verdadero placer sintiendo lo tremendamente caliente que aun andaba mi esposa. Sus gemidos profundos mientras duró su orgasmo me pusieron mas cachondo de lo que ya estaba.
Tiró de mi hacia arriba y de inmediato la tomé con pasión. Seguía excitadísima y sus movimientos eran contundentes, follábamos mordiéndonos los labios, dándonos la lengua, respirando en nuestra respiración de forma mutua. Sus piernas enganchadas a las mías, como tratando de que no pudiera escapar, gritando a cada empuje que le daba en su interior, sus manos atadas a mi espalda, presionando hacía abajo. Volvió a correrse gritando como una loca. Su petición para que se la diera era continua, entre jadeos y gemidos, pedía sin parar que le diera mi calor. Mis huevos explotaron y por mi pene fluyó todo el líquido que deseaba depositándose en el interior de aquel chocho ardiente.
Tumbados juntos, descansando, me relató con detalle cada acontecimiento sucedido en casa del vecino, al mismo tiempo que me masajeaba la polla con una mano haciéndome una paja.
Los primeros momentos tras su llegada fueron de revisión y control de cosas, por eso la escuchaba ir y venir por la casa. Me comentó que la seguía a todos lados y que sólo portaba un pantalón de chándal. Después de poner en marcha una lavadora mientras él la observaba agacharse para colocar la ropa en el interior, al salir de la solana vio como se abultaba su pantalón, descubriendo que no realizó gesto o movimiento alguno para ocultar su erección. Había preparado café recientemente y le sirvió una taza en el salón. Cuando le entregó su taza, la colocó a la altura de su entrepierna, para confirmar que mi esposa notara su evidente erección. Me relató que tras beber el café sin levantarse ambos del sofá, comenzaron a besarse y magrearse mutuamente, ella sobaba su polla sobre la tela del chándal al tiempo que él metía sus manos bajo la falda.
De camino al dormitorio le quitó la blusa mientras se pegaba a mi esposa haciendo que notara la presión de su polla sobre sus nalgas y un poco mas adelante fue la falda la que tras bajar sus piernas quedó abandonada en el mismo pasillo. Mientras la sobaba ya en la habitación, ella le bajó el chándal tomando en sus manos el trozo erguido que había bajo la tela.
En lo que Fernando fue al baño, caminó al otro lado de la cama, subida en ella lanzó sus zapatos al suelo, se quitó la tanga y se acostó esperándole. Posteriormente, ya juntos, comenzaron los besos, caricias y tocamientos, ella fue bajando con sus labios y lengua por su cuerpo hasta alcanzar el tieso miembro. Lamió sus huevos, besándolos con lentitud, luego se desplazó a lo largo de la polla, mordisqueando en ocasiones mientras subía. Besó el glande y lo recorrió con la lengua para luego dejarla entrar entre sus labios y hacerle una mamada. Las manos de él la recorrían por doquier apoderándose de sus nalgas y metiendo algunos dedos dentro de su ya empapado coño que los aceptó gustoso.
La tumbó boca abajo y la masajeó por la espalda, mojándola con su lengua, apretado a ella. Le abrió las nalgas y su lengua la exploró con contundencia. Le abrió las piernas tal como estaba acostada apoderándose de su abertura vaginal desde atrás. Sintió como la horadaba así, saboreándola. Tras hacerla girar simplemente subió sobre mi mujer y la embistió, penetrándola de un solo empujón. La folló lentamente al principio mientras el cabezal comenzaba a dar golpes contra la pared. Quiso arreglarlo, sin embargo mi esposa le detuvo diciéndole que no importaba, que deseaba que sonara así. La montaba con fuerza aunque, en ocasiones, aflojaba el ritmo para instantes después volver a darle con brío. Me confirmó que la llevó dos veces al orgasmo antes de entregarle todo su caliente líquido allí donde estaba incrustado.
Visitaron el baño y al regresar, mi mujercita simuló un tropezón con uno de sus zapatos que golpeó el rodapié, indicándome que volvía a estar en la cama.
Charlaron un rato mientras saboreaban un cigarrillo. Ella le informó que desde casa se escuchaba perfectamente el golpeteo de la cama y él, extrañado, le comentó que de esa forma, yo sospecharía lo que sucedía. Le tranquilizó al decirle que no era así porque yo sabía perfectamente lo que pasaba.
Comenzaron a jugar de nuevo y al cabo de los minutos fue mi mujer la que subida sobre él, permitió nuevamente que le encajara todo su miembro dentro de su vagina. Saltaba con ganas sobre su polla hasta que él le indicara que deseaba follarla como la perrita que era. A cuatro patas, se hundió completamente en el chocho de Maijo poseyéndola con celeridad, impulsando la cama para que sonara bien contra la pared al tiempo le comentaba que si yo deseaba escuchar, iba a darme ese placer con absoluta claridad ya que deseaba no dejar duda alguna de que se estaba tirando a mi mujer. Mientras enchufaba su miembro duro en el cuerpo de mi esposa, le acariciaba el culo, llegando a introducirle su dedo medio en el ano, masajeándola por duplicado.
Cuando por fin se corrió de nuevo, mi zorrita ya estaba en su tercer orgasmo de esa sesión. Se lavaron y mientras ella se vestía, la siguió hasta la puerta diciéndole que bajase a casa y me mostrase según entrara como le había dejado el coño de usado.
Me corrí en sus manos, besándola tras su relato.
Ahora cada vez que tiene oportunidad, incluso mientras Carol está en la tienda, nos avisa por la solana para ver si mi mujercita puede subir a su casa o él bajar a la nuestra. Pero esto es para otra historia