Los vecinos
Como decido dar un buen espectáculo a nuestros vecinos de enfrente
A veces les veía en su terraza regando las plantas o tomando el sol en unas hamacas que tenían mientras acababan botellines de cerveza, era al comienzo de la primavera, eran dos hombres de unos treinta y pocos uno y el otro ya de cuarenta y tanto años los que habitaban el piso de enfrente desde hacia unos meses;
ambos edificios eran simétricos el uno del otro, dormitorio con dormitorio, cocina con cocina salón con salón terraza con terraza. S
u piso quedaba a no más quince metros del nuestro aunque nosotros vivíamos en un tercero y el de ellos era un cuarto.
Alguna vez les había visto apoyados en la barandilla de la terraza dirigiendo sus miradas con descaro a nuestro piso mientras mi mujer y yo arreglábamos la casa o regaba las plantas de la terraza; o eso me parecía a mi y a mi calenturienta cabeza.
Comencé a fantasear con esa idea aunque no fuera verdad y era la fantasía favorita cuando me daba placer a mi mismo.
Un sábado por la mañana a finales de Mayo cuando me fije que nuestros vecinos de enfrente, desde su cocina nos observaban desde la sombra; no eran cosas mías, nos estaba observando, serían alrededor de las once mientras desayunábamos en la cocina mi mujer y yo cuando el ruido de una moto sin tubo de escape me hizo desviar la atención hacia la ventana y les vi, trate de aparentar normalidad e hice como que no les había visto, sentí un calambrazo de adrenalina.
Unos metros por debajo de su ventana mi mujer, de pie, se tomaba su café, de espaldas a la ventana apoyada su hombro desnudo en el frigorífico y mantenía las piernas cruzadas, no noto para nada mi azoramiento ni mi empeño en mirar más allá de la ventana. Pensé que era normal que al tipo se le saltaran los ojos viéndola con ese camisón blanco tan transparente de tirantes que se había empezado a poner cuando el calor comenzó a apretar, un camisón que me encantaba, le quedaba a medio culo y por delante dejaba al descubierto el comienzo de su sexo, tres o cuatro centímetros; aparte de trasparentar el resto de su cuerpo ese día las braguillas negras que llevaba puestas resaltaban sobre lo demás. Nuestros vecinos se estaban poniendo las botas.
Desde entonces comencé a fijarme en ellos, a hacer una especie de contraespionaje y a tratar de conducir a mi mujer por la senda que a mi más me excitaba sin yo decirle nada por lo que empece a provocar con mi esposa situaciones más o menos calentorras. Unas veces sobándola con descaro, otras metiéndole mano, le daba algún que otro azote, la levantaba la falda o incluso la intentaba bajar las bragas, o se las bajaba como si fuera un juego. En resumen, que en cuanto tenía ocasión y sabía que ellos estaban al loro me gustaba calentarles a costa de mi mujer, lo que a su vez me producía a mi otro calentón. Aunque la mayoría de las veces no hacía falta que yo interviniera para nada pues ella solita con esa manía que tenia de quedarse en camisón hasta terminar de tener la casa recogida y limpia como los chorros del oro no se iba a la ducha así que suponía que por lo menos conocerían toda la variedad de bragas de Brigida.
Mi cabeza no paraba de dar vueltas a la situación ni aún en el trabajo, porque yo quería más, ideaba situaciones para que ellos tuvieran todo lo que yo deseaba e incluso en mis fantasías mientras masturbaba les veía a los a los tres desnudos disfrutar ellos del cuerpo de ella y a ella dándoles el máximo placer sometida a cualquiera de sus deseos sexuales.
Fue otro sábado cuando terminamos de desayunar que me decidí a ir a por ello, empezamos a arreglar los estropicios de la fiesta de la noche anterior. Mi mujer fue la primera en terminar y ya empezaba a acarrear vasos del salón hacia la cocina. Entretanto mi cabeza no paraba de dar vueltas a la situación, mire con disimulo a la ventana no había nadie, entonces me dirigí al salón, con cuidado recorrí con la vista los ventanales de su terraza cubierta por una maleza de geranios descuidados; localice a uno, ahí estaban los dos y uno de ellos además miraba armado con prismáticos, tuve una ligera descarga de adrenalina, su reflejo lo delataba; no pude evitarlo e inmediatamente mi cabeza o mejor dicho mi polla me dijo lo que tenía que hacer.
A medida que pasaba el tiempo mi respiración se acrecentaba, mi mujer mientras, se había puesto a arreglar de uno en uno los aplastados cojines del sofá para volver a darles su forma original, cogía uno se liaba a puñetazos con el cojín y lo ponía en su sitio correspondiente, para ello tenia que agachar su espalda y dejar su trasero a la vista; como las bragas se le metían dentro de la raja del culo los vecinos debían estar disfrutando de lo lindo del espléndido trasero de mi mujer. Se me olvida decir que un día que yo estaba solo en casa y no había vecinos estuve haciendo comprobaciones de la visibilidad que ellos podían tener de nosotros, e incluso para ver si nos podían ver cuando estábamos sentados en el sofá ponía mi cabeza apoyada en los cojines e iba subiendo para saber a que altura se les podían cortar nuestros cuerpos, sentados o de pie en ciertos puntos, mi satisfacción fue completa cuando vi que tenían visión de sobra desde diversos ángulos.
Me acerque a ella con la excusa de ayudarle y le di una palmada en el trasero.
-Anda ven que te voy a ayudar.
Se incorporó con cara sorprendida pero sonriente y le plante un soberano beso en la boca mientras la rodeaba entera, brazos incluidos, trato de zafarse al principio para seguir con los cojines pero force el equilibrio y caímos los dos de costado sobre el sofá, con disimulo miré, nos miraban, en seguida la force a tumbarse de espaldas sobre el sofá pensando siempre en los vecinos me subí a horcajadas sobre su pelvis, a caballito, quería ofrecerles la mejor vista, que se masturbaran viendo a mi mujer; yo seguía observándoles de tanto en tanto, se habían aproximado a la terraza y ahora les podía ver mejor, uno llevaba una camiseta blanca y el de los prismático negra con algún dibujo o inscripción pero que yo no llegaba a descifrar solo podía ver hasta poco mas abajo del pecho, pero sus cabezas y torsos los podía distinguir mas o menos bien, aunque parecía que miraba a mi mujer mis ojos también les miraban a ellos.
Seguí besándola en la boca sin soltarla, estuvimos sí un rato hasta que decidimos sentarnos, bueno lo decidí más bien yo pensando en ofrecerles la mejor visión, frente a ellos, la fui deslizando hacia abajo poco a poco, su culo y la parte baja de la espalda comenzaron a sobresalir del borde del sofá, apoyaba los pies sobre la alfombra de algodón blanco frente a ellos, cuando deslice mi mano derecha bajo el elástico de la braga, automáticamente ella abrió las piernas; saque la mano y aparte las bragas sobre la ingle, mis dedos jugaron un rato dentro de la raja y luego abrí los labios con el fin de mostrarles lo más íntimo del cuerpo de mi mujer, estaban rojos de la excitación, seguí bajando la mano hasta que mis dedos palparon el ano y empece a masajearlo suavemente con mis dedos, algo que la vuelve loca y que la hizo poner sus pies de puntillas; estaba empapada y sus jugos se mojaban mis dedos; los extendí trazando círculos suavemente sobre la arandela por fuera y por dentro sin profundizar, no más de lo que lo hace la yema del dedo, como si estuviera apretando un botoncito delicado que se pudiera romper solo con mirarlo, repetí los masajes hasta notar el anillo distendido y relajado e introduje la punta de un dedo, esto es lo que la vuelve loca de verdad, deje lo que hacía solo para pasar mi brazo por debajo del muslo e impedir que mi propia mano les ocultara mi trabajo en el ano y volví a la carga, mi mujer sin impedimento se empezó a masturbar yo en ningún instante dejaba de pensar en los dos mirones y quería darles un buen espectáculo, calentarles al rojo vivo como hacia también con mi mujer; separe la mesa baja por si les pudiera estorbar la visión y de paso que mi mujer pudiera estar más cómoda, me quite el pantalón corto, los calzoncillos y me volvía sentar bajé sus bragas hasta que que la prenda negra quedo algo por debajo de las rodillas, me pareció que el espectáculo sería más erótico que quitárselas del todo, abrí sus piernas todo lo que pude, me volví a sentar y puse su cabeza encima de mi muslo izquierdo, recuerdo perfectamente cuando dirigí mi miembro hacia sus labios que roce con la punta jugueteando con ellos, le dije que sacara la lengua, se masturbaba trazando círculos sobre el clítoris mientras ayudada por dos dedos de la otra mano se abría el coño, tenía las rodillas separadas al máximo.
Lámela con la lengua – saco la lengua y empezó a lamer la punta.
No te masturbes, ábrete el coño – Ordené y ella estiró hacia ambos lados los labios de la vulva . Contemple su jugoso coño abierto mientras me la chupaba sabiendo que no era el único observador.
Más – mi mujer estiro abriéndose el coño de tal manera que pensé, por un instante deje de pensar en nuestros vecinos, que debía estar haciéndose daño, aunque también sé que esto le gusta porque a veces ella misma me lo pide.
- Chúpame la polla y abre más las piernas -
Dirigí con mis manos uno de sus dedos a la base del capuchón del clítoris y este salió en todo su esplendor del escondite.
- Enseña bien, quiero que se vea bien el clítoris, que se te vea lo zorra que eres. - Esa fue la orden, -que se vea bien-.
Cuando estuvo abierta de piernas y coño al máximo y el clítoris sobresalía me agache sobre su vulva y empece a lamerle el coño con cuidado de que no perdieran detalle, pase mis brazos por debajo de sus muslos y expandí la vagina y la raja del culo con los dedos de ambas manos estirando bien hacia los lados mientras me follaba su boca. La incorpore algo para que pudiera apoyar los pies sobre el sofá, una vez así metí el cuerpo entre las piernas y force sus muslos a encogerse a cada lado de su cuerpo, la tenia ahora ofreciendo una magnífica vista frontal de su culo a nuestros vecinos; metí los dos dedos del medio de ambas manos en el ano y estire queriendo darles a entender que por ahí también tragaba, lamí la entrada del rojizo interior, note como su suavidad contrastaba con la rugosa puerta, ensalivé bien la escondida zona todo lo profundo que mi lengua consiguio penetrar muy suavemente; mis dedos profundizaron algo más y lo mantuve así unos segundos, mi mujer se dejaba hacer sin protestar mientras no paraba de dar lenguetazos y besos al glande del pene. Cuando supuse que ya lo habrían entendido me puse a horcajadas sobre sus tetas levantado sobre las rodillas para que pudieran ver su cara entre mis piernas mientras me la follaba por la boca, deje que se masturbara ante esos hombres que la observaban mientras mi polla entraba y salia de la boca.
Abre bien las piernas – no paraba de ordenar, siempre pensando en los más bajos instintos de los mirones del piso de enfrente que por cierto, agachados y se habían acercado a la entrada de la terraza para mirar entre los geranios.
Aunque estuve a punto de correrme afortunadamente conseguí no se como retenerme, decidí que era hora de cambiar el escenario no sin antes esperar su primer orgasmo; mi mujer no grita pero hace muchos aspavientos, cierra las piernas, las abre, se protege y gime, gime mucho.
Para que ellos no se perdieran detalle la senté sobre mi de cara a ellos y la penetré mientras mis manos subían por su cuerpo y alzaban el camisón cuyos tirantes habían resbalado por los brazos, lo alce hasta descubrir las tetas, medianas pero bien torneadas, pellizcaba los pezones, otra cosa que también la vuelve loca, y se las amasaba con delicadeza mientras botaba sobre mi; de reojo miraba a la terraza de enfrente.
¡Mierda! - pensé. Los muy cabrones tenían una maquina de fotos... Y bastante grande por cierto.
Aquello me excito aún más pero también me preocupo, lo que ocurrió es que no pude parar, levante a Brigida que se puso de pie e hice que se agachara y apoyara las manos sobre la mesita baja con su cara apuntando a la ventana para que tomaran las fotos que quisieran de sus expresiones sin pensar en potenciales peligros, acomode su trasero a la altura de la polla y se la volví a meter. Así estuvimos durante unos minutos yo bombeándola haciendo que su cuerpo fuera alante y atrás ocupándome también de que ofreciera su mejor cara estirando su pelo para obligarla a mantener levantada cabeza.
De nuevo nos pusimos de pie; cuando estuvimos uno frente al otro de perfil a ellos empuje desde sus hombros hacia abajo, ella se puso de rodillas, engullo con calma la polla de su marido sin saber que dos hombres más aparte de mi no perdian detalle, ya a estas alturas, yo me había encargado de que conocieran todos los agujeros de su cuerpo desnudo casi también como yo. Su boca me masturbaba pero no era eso lo que quería en ese momento pues más bien quería que diera una imagen de perfecta sumisa a los vecinos, agarre su cabeza con ambas manos y me la empece a follar, por la boca salvajemente. Al cabo de un rato vino la apoteosis final, cuando sentí que me iba a correr saque el nabo y deje que varios chorros de lefa saltaran; sobre su pelo, sobre los ojos, las mejillas, su cuerpo, rápidamente la atraje hacia mi restregándome contra la cara puse especial énfasis en que vieran esta escena, agarré una mata de pelo de su abundante cabellera y puse especial énfasis en la zona de los labios, unos labios que se abrían atravesados por una lengua que lamía y relamía el miembro en todas direcciones y extensión con avidez y una boca caliente que a veces se lo introducía. Luego me terminé de limpiar, si aún quedaba algo que limpiar, con sus pechos los restos que aún pudieran quedar.
Cuando la solté ella me miró con cara de sorprendida como preguntándose;
¿Que ha pasado?-
La cara que tenía me hizo gracia, las piernas seguian aún abiertas sosteniendo las bragas.
¿Te ha gustado?- pregunte pícaro.
No respondió, la lencería, que seguían extrañamente donde yo las había dejado cayo sola al suelo cuando se puso de pie, las recogió del suelo e inmediatamente se dirigió al baño.
Sí, me ha gustado.- gritó desde la puerta del cuarto de baño.
Lo ultimo que oí fue el ruido del agua al caer, fue un polvo magnifico, salvaje.
Cuando volví a mirar al piso de enfrente no vi nada, solo deseé que se lo hubieran pasado bien y que como yo tuvieran ganas de repetir, aunque me asaltó la duda de las de fotos y cierto enfado conmigo mismo al no haber podido o querido parar; algo dentro de mí me lo impidió.