Los tres más que perros

Relato entre erótico y pornográfico. Polvos para aburrir. Romanticismo escaso. Hetero, anal, oral, tríos, un poquito de todo.

Comentad, se sortea una yogurtera entre todos los comentarios.

Desde el rellano de la escalera se oían voces del otro lado de la puerta. El joven volvió a pulsar el timbre, esperando que cesara la discusión y alguien se decidiera a abrirle.

--Pasa, tío ¿vienes por lo del anuncio? –preguntó un chico vestido tan solo con unos holgados bóxers sujetando la puerta que acababa de abrir.

--Sí ¿aún está libre? –el recién llegado no se decidía a entrar, observando incómodo la casi desnudez del rellenito muchacho—. Me llamo Damián.

--Lolo –dijo estirando la mano, quien había abierto la puerta. Este se hizo a un lado permitiendo el paso de aquel que aguardaba en el rellano.

El recibidor se encontraba atestado por mochilas de deporte, un casco de motorista y varias bolsas de basura.

--Ese es Miguelín –Lolo señaló a un delgaducho que descansaba sobre el sofá del salón fumando un enorme porro de marihuana.

--Paz, hermano –el joven recostado, tampoco es que llevara encima mucha más ropa que el primer chico. Tan solo un pantalón corto de deporte. Era un Septiembre caluroso a pesar de lo cual, para Damián, tanta libertad resultaba desconcertante.

--Este, cuando no estudia, se pasa todo el día tirao, leyendo y fumando. Cultiva una maría de primera –Lolo presidió la comitiva hacia el fondo del pasillo. Ambos jóvenes se detuvieron delante de una puerta cerrada--. Es pedante como él solo, pero buena gente. Ya lo conocerás. Nando es un poco más quisquilloso, ahora verás.

A pesar de los insistentes golpes de Lolo en la puerta del final del pasillo, nadie salía a abrir.

--Pasa perraco y no seas pesado –se escuchó una voz atenuada por la madera de la puerta.

Lolo se introdujo en la habitación, seguido por el potencial inquilino. Al fondo de la estancia, junto a la ventana, un melenudo de cabellera negra como ala de cuervo, pintaba frente a un caballete.

--Tío, ¿Qué es eso tan cursi? –preguntó Lolo al concentrado pintor.

--Una hilandera ignorante y, por muy cursi que sea, se paga bien –Nando punteaba con un pincel, matizando la luminosidad de la costumbrista estampa.

--Pos me mola más cuando pintas tías en bolas –el gordito oteaba la obra por encima del hombro del pintor--. Este es Damián. Viene por lo de la habitación. Nando tampoco se queda corto con lo de pedante pero lo bueno es que es más calladito.

El melenudo pintor, giró sobre su taburete encarando al desconocido muchacho. Este miraba fijamente la camiseta negra del tal Nando, en la que se podía ver la estampa de Eddie, portando una bandera confederada en una mano y un sable en la otra.

--¿De dónde se ha escapado? –preguntó Nando—. Parece algo raro con esos pantalones de pinzas y el polo metido por dentro.

--Bueno… pretendía dar buen aspecto… no sabía con qué me iba a encontrar –Damián trataba de justificarse aunque Fernando no se le hubiera dirigido directamente.

--Joder tío ¿Que te ha vestido tu madre? Pero si llevas náuticos y todo –el pintor miraba boquiabierto el calzado de Damián.

--Yo creo que con un cambio de look estaría muy bien. Es guapete el zagal –dijo  Lolo pensativamente--. Podría servirnos como anzuelo.

Mientras tanto, en el piso de enfrente, la llegada del comienzo de curso también traía inquilinos nuevos.

Inés había tenido que insistir muchísimo para que su madre dejara de subir a todos y cada uno de los pisos que visitaba. Las miradas de las chicas y chicos cuando abrían la puerta y la veían junto a su madre, eran indescriptibles.

Encarnación se había mostrado inflexible. Tenía que saber bien dónde dejaba a su niña, no había recorrido 200 kilómetros desde el pueblo para dejar a su hijita con cualquiera. Si ningún piso le convencía, de cabeza al colegio mayor.

Inés llamó con creciente ansiedad a la puerta. Era la última oportunidad antes de que la llevaran a la residencia femenina. Su padre estaba de un humor de perros, se había pasado toda la mañana callejeando por aquella enorme ciudad con su viejo Mercedes y no veía la hora de regresar al pueblo. Su madre permanecía detrás de ella, tiesa como un palo.

--Buenos días –dijo una adormilada joven de impresionante estampa.

--Vengo… por lo de la habitación… --las proporciones de la rubia que acababa de abrir la puerta dejaron a Inés anonadada.

--Me llamo Adriana –la enorme chica, de más de metro noventa, alargó una manaza estrechando la mucho más menuda de Inés--. Pasad y os enseño la habitación. Usted será la madre, ¿No?

La rubia, vestida con una larga camiseta de los Chicago Bulls con el número 23, se alejó por el pasillo en dirección a una de las habitaciones.

--No es muy grande, pero tiene todo lo necesario para poder estudiar y dormir –Adri había calado inmediatamente a la peculiar pareja. Se consideraba una buena observadora y aquella señora, llevaba tatuado en la frente “conservadora”--. No se permiten chicos ni invitar a nadie a pasar la noche. Cecilia en ocasiones trae a merendar a los niños de catequesis, pero bueno, se lo permitimos porque le hace mucha ilusión a la pobre.

Para Adriana, engatusar a aquella madre, fue pan comido. Tenía demasiada experiencia con la suya propia como para dominar el tema de una madre sobreprotectora y conservadora.

--Es una lástima que no pueda conocer a las otras dos compañeras –dijo Encarnación algo más calmada tras confirmar que aquella gigantona chica parecía decente.

--Bueno… si a Adriana no le importa, podrías venir otro día del pueblo para conocerlas –Inés se sentía visiblemente más relajada.

La alta rubia continuó un rato más calmando todas las inquietudes de la desconfiada madre hasta que esta se dio por vencida, decidiendo marcharse. La despedida fue lacrimógena pero breve. Ramón esperaba abajo con el motor encendido, dispuesto a regresar al pueblo en el menor tiempo posible.

Minutos más tarde, la puerta del piso se abrió con estrépito.

--Me cago en Dios y en mi puta vida –gruñía una vocecilla desde el recibidor-- ¿Quién carajo ha dejao una puta maleta nada más abrir la puerta?

Dos jóvenes entraron en la cocina donde Adri e Inés preparaban la comida. La primera de ellas, bajita, pelirroja y malhumorada, se dirigió directamente a la nevera, abriendo un bote de cerveza del cual se bebió la mitad de su contenido de un solo trago. La segunda chica era una morenaza de pelo rizado, de insólitos y profundos ojos violetas, cargada con multitud de bolsas de ropa.

--Inés. Esta es Ceci –dijo Adriana señalando a la pelirroja de almendrados ojos verdes--                   , ten cuidado. Suele morder si te acercas mucho. La divina de la muerte se llama Jimena –la alta rubia señalaba ahora hacia la esbelta morena--. Esta es Inés y es nuestra nueva compañera de piso.

--Por cierto, te conseguí tu colonia –Cecilia sacó de su bolsillo un frasquito de Carolina Herrera, alargándoselo a la enorme rubia—. Son 30 pavos.

--¡CECI por favor! No te vuelvo a llevar de compras. Siempre birlas alguna cosa –la estilosa morena fruncía el ceño enojada con la menuda pelirroja.

--Es que me aburría mucho. Te has probado diez vestidos, incluso uno de ellos te lo has probado dos veces. “Ai Mari… es que no sé, o sea, no me termino de ver… Además me cobráis mucho de alquiler –Cecilia imitaba las poses de afectación de una niña bien.

--Pero serás japuta, enana de los cojones. Si llevas dos meses sin pagar –Adriana apuntaba con una cuchara de palo a la menuda chica.

--Eh, tranqui, que las cucharas las carga el diablo. Por cierto Inés, bienvenida. El oso que tú conoces como Adriana se llama Sabas. A la princesita la puedes llamar Taylor, a mí puedes intentar llamarme Pumuki, si tienes ovarios para hacerlo.

--Lo de Taylor y Pumuki lo entiendo pero… ¿Sabas? –preguntó tímidamente la nueva inquilina.

--Mi padre es lituano. Cuando era joven jugaba al baloncesto en equipillos de segunda fila. Como soy medio lituana y pívot en mi equipo, me llaman Sabas por Sabonis –explicó Adriana sin lograr que la cara de ignorancia de Inés cambiara lo más mínimo--, bueno, que da igual. Llámanos como te parezca.

Berta subía pesadamente los ocho tramos de escalera hasta el rellano de su piso. La guardia en el hospital había sido terrorífica. Agradeció con toda su alma el delicioso olor que provenía de la cocina.

--mmm qué bien huele –dijo la enfermera mientras entraba en la cocina.

--Musaka –respondió escuetamente una rubia de apretada trenza que la miraba fijamente tras unas escuetas gafitas de intelectual.

--¿Qué tal el día en el curro? –preguntó Berta mientras agarraba una botella de agua de la nevera.

--Aburrido –Ángela era trabajadora social. Detestaba tener que estar haciendo papeleo todo el día, sin más acción que sacar un café de la máquina. No había estudiado aquella carrera para rellenar informes como un administrativo.

La exuberante joven se plantó delante de la rubia en dos largas zancadas estirando la trenza de esta. Ángela, inmediatamente interpretó el gesto de su compañera de piso y relajó el ceño. Cada vez que ponía cara de vinagre, como decía berta, esta le estiraba de la trenza hasta que relajaba el semblante.

--¿Qué tal con la conserje? ¿Ha habido progresos? –preguntó Berta a su amiga sonriéndole tiernamente con sus carnosos labios, haciendo que dos hoyuelos se insinuaran en sus mejillas. Tomó asiento enfrente de esta a esperar que sonara la campana del horno.

Ángela se disponía a fruncir el ceño, cuando recordó el tirón de la trenza. Miró fijamente los grandes ojos pardos de su compañera y negó con la cabeza.

--¿Ha habido progresos con Ceci? –continuó Berta el interrogatorio, el cual parecía más un monólogo, por las escuetas respuestas de su compañera.

--La vi en el portal –la joven rubia no pudo evitar que un brillo delatador se reflejara en sus azules ojos.

--¿Le hablaste?

--Bueno… lo intenté…

Berta posó su mano sobre el hombro de su amiga. Si le pudiera transmitir algo de confianza en sí misma, pensó la joven enfermera.

--Tenemos que pegarnos una buena juerga. Hace tiempo que no salimos juntas y la verdad que yo por lo menos lo necesito.

--Sales todos los fines de semana –corrigió la delgadita rubia.

--Por eso mismo. Necesito un fin de semana sin chicos, solas tú y yo de juerga. ¿Has conocido a la nueva de las vecinas? Podríamos quedar con ellas para irnos las seis de marcha.

Lolo, Migue y Damián veían aburridos un programa de preguntas y respuestas en la tele del comedor. Bueno, aburridos Lolo y Damián, puesto que Migue respondía cada una de las preguntas anticipándose a los concursantes televisivos.

--¡Joder Miguelín, para ya! –refunfuñó Lolo.

--Dionisio… elefante… Formentera… glaciar… --Migue continuaba respondiendo preguntas sin prestar la más mínima atención a su compañero de piso.

--Dami, recuerda que mañana es el día –Lolo interpelaba al apuesto chico que parecía dormitar.

--¿Y si rechazan la invitación? –preguntó mientras se desperezaba—. No las conozco de nada.

--Tú ponte guapete, sonríe tímidamente y no te dirán que no. Recuerda que las bolleras viven en el 4B, no vayas a tocar a la loca de los gatos.

--Lyon, Berta no es lesbiana, Minerva, si es a lo que te refieres con bolleras, Neruda  –corrigió Migue entre respuesta y respuesta.

--Mejor, porque no veas lo buenisma que está. Madre mía quién la pillara –Lolo se relamía tan solo con pensar en la vecina de abajo--. Bueno me piro, vengo para la cena. Hoy le toca a Nando. Recordádselo que estará empanao con el pincelito.

El alto y rellenito joven salió del piso. No tuvo que llamar al ascensor puesto que su destino era la puerta de enfrente. Tras tres timbrazos y unos segundos esperando, por fin le abrieron.

--Joder, ostia puta, qué rica que estás Jimi –Lolo, con su impulsividad acostumbrada, no se había podido controlar al observar a la morena cubierta tan solo por una toalla.

--Madre mía. No tienes precio haciendo piropos –respondió Jimena aferrando con fuerza la toalla.

--¿Está la Pumi?

--Pues como esté y haya tenido que salir yo a abrirte me va a oír. Anda, pasa –la morena se apartó librando el paso al vecino. Desde el fondo del pasillo se acercaba Ceci, peleándose con el botón de sus vaqueros--. ¿Por qué narices no has abierto tú?

--Joder tía, que me habéis pillado culminando un dedo brutal. No era cuestión de quedarme a mitad –Jimena puso los ojos en blanco, acostumbrada como estaba a los exabruptos de su compañera. Lolo, por su parte, no pudo reprimir una risita.

El joven acompañó a la bajita pelirroja hasta su dormitorio. Ceci cerró la puerta tras el muchacho para que nadie pudiera cotillear. Lolo se percató enseguida del calor que hacía en la habitación. La ventana, incomprensiblemente por lo caluroso de aquel septiembre, se encontraba cerrada.

--Pues para estar dale que te pego, debería oler bastante a chumino –dijo el gordito mientras abría la ventana.

--Si estaba echando la siesta, pero mola un puñao ver la cara de la Taylor –Ceci se precipitó a cerrar la ventana--. ¿Tas loco? El puto niño del tercero no termina de tocar la puta tuba hasta dentro de media hora. Un día se la meto por su puto culo.

--Vale, vale tía, tranquilita y a ver si aprendes alguna otra burrada, que vas a gastar puta de tanto usarla. Por cierto, ¿tienes lo mío? –Lolo se había sentado en la silla del escritorio, frente a la cual se podía ver el portátil de la joven con el salvapantallas activado.

--¡Si tocas el ratón te corto la polla!

--A pues… a lo mejor lo del pajote iba enserio –fue la única excusa que se le ocurrió a Lolo para aquel exceso de confidencialidad.

Cecilia, haciendo oídos sordos,  rebuscó debajo de la cama hasta dar con un paquete de franqueo postal.

--Está todo, pero el Popper no he podido conseguirlo –la muchacha depositó la caja encima de las rodillas de su vecino--. A ver melón, dime una cosa, con la de tapersex que hay ¿Por qué me lo pides a mí?

--Mujer yo, por hacerte un favor. Para que se lleve otro la comisión te la llevas tú.

--Ya y yo me chupo el dedo. Como que mañana o pasado no vendréis a invitarnos a una fiestecita de las vuestras.

--Pues mira, no te voy a engañar. Sí, es para una fiestecita –Lolo examinaba el contenido de la caja, mirando con detenimiento todas las botellitas y frasquitos--. Y tú, no vas a decir nada. Es más, me ayudarás a que Jimi se beba las gotas.

--Ya, claro. Por tu cara bonita.

No, por mi cara bonita no. Porque te voy a dar treinta pavos y todo esto te lo pagaré después de la fiesta del viernes.

--Mira gordi, eso me lo pagas antes de atravesar la puerta. ¿Qué te piensas, que tengo yo 200 pavos para pagar el pedido? Además, no voy a traicionar a mi amiga.

--Vale, vale, joder. Te daré la mitad ahora y ciento cincuenta después de la fiesta.

--Olvídate, no le voy a poner las gotas a nadie. Además, eso no sirve para nada, es una tomadura de pelo.

--Coño ¿y por qué lo vendes?

--Joder, porque paletos como tú, pagan. Anda, dame la pasta y lárgate.

--¿Pero les pondrás las gotas a las chicas? Va, te doy 200 ahora y 100 por el trabajito extra. Además tú vas a disfrutar puteándolas más que yo.

Ceci se mordió el labio inferior, sopesando la idea de llevarse 100 pavos extras por tirar las gotas por el retrete. Extendió su pequeña mano cerrando el trato.

--Yo me quedo con las Eropharm y con las Intimate Livido Formula. Lo que hagas tú con la colonia de feromonas y con las pastillas es cosa tuya. ¿Vais a invitar a la modelo y a la bollicao? A esas no les podré meter las gotas.

El dormitorio de CECI era una auténtica leonera. El escritorio estaba lleno de libros, cargadores y cables varios.  Cuando Lolo se levantó para marcharse, empujó un libro con el codo. Este a su vez, impactó contra el ratón externo del portátil. Ante los sorprendidos ojos del joven, apareció en el reproductor de video, una imagen congelada de Sara Jessica Parker.

--Joder Ceci, en la vida me hubiera imaginado que tuvieras esos gustos. Sexo en Nueva York… jo, jo, jo, jo.

--Tú no has visto nada. Si abres el buzón te corto las pelotas –la pelirroja se afanaba en minimizar la ventana del reproductor.

Los jóvenes se despidieron en la puerta del piso. Lolo no las tenía todas consigo de que la Pumi cumpliera su parte del trato, dudaba también de la efectividad de las feromonas de la colonia.

Damián salió atemorizado al rellano. No le terminaba de hacer gracia eso de ir de pregonero, anunciando la fiesta de sus peculiares compañeros de piso. Además nadie le había consultado sobre si deseaba hacer una fiesta o si quería ir invitando a las vecinas. Recordó la amenaza de fregar los platos durante un mes y se armó de valor para llamar al timbre de la puerta de enfrente.

--Hola –dijo una bonita chica de largo y ondulado cabello castaño-- ¿Deseas algo?

--Soy Damián… tal vez no me conozcas porque soy nuevo… solo llevo quince días viviendo aquí enfrente… --saludó atropelladamente el joven.

--Yo soy Inés, también soy nueva en el edificio. ¿Quieres que llame a alguna de las chicas?

--No, no será necesario. Venía tan solo a invitaros a una fiesta que haremos mañana por la noche.

Jimena, sentada en la tapa del inodoro, pintaba con minuciosidad las uñas de sus pies. Tras la cortina de la bañera, Adriana cantaba desafinadamente mientras se enjabonaba su enorme cuerpo.

--Porfa, Adri, calla un poquito, corazón –Jimmy intentaba ser delicada pero le había dicho ya tres veces que no cantara-- ¡estúpida! me has mojado toda.

--Pero si solo ha sido un refrescón. Además estás medio en pelotas –Adri se destornillaba de risa mientras devolvía el chorro de la ducha a su propio cuerpo tras haber empapado a la morena.

--¿Sí? –preguntó Taylor ante los golpes en la puerta.

La cara sonrojada de Inés apareció por un resquicio de la puerta, mirando con una muda pregunta en sus melosos ojos ante la estampa de ambas chicas desnudas.

--Hay un chico en la puerta.

--¿Y qué quiere? –preguntó Jimmy mientras estrujaba su empapada camiseta.

--Quiere invitarnos a una fiesta, mañana por la noche.

--¿Es alto, gordito y despeinado? –Preguntó Adri secándose vigorosamente con una toalla-- ¿Es un gafapastas, delgadito y calvete?

--No y no.

--¿Es un heavy moreno con melena a mitad de espalda? –retomó las preguntas Jimena.

--No, tampoco.

--¿Nos vas a decir de una puñetera vez quién o cómo es? Porque ya no me quedan más perracos –preguntó con impaciencia Adriana poniéndose un tanga azul.

--Pues… es un chico… bastante guapo… alto y moreno. Dice que es nuevo en el piso de enfrente.

--¡Nuevo! Eso lo tengo que ver yo –dijo Adri abrochándose un sujetador a juego con el tanga y abriendo la puerta del baño de golpe.

Damián se quedó anonadado ante la visión de la hembra que se le venía encima. Cual valquiria escandinava, la rubia de opulentas curvas que se acercaba a grandes zancadas, parecía salida de una leyenda nórdica.

--Vaya, con que tú eres el nuevo… --Adri se había cruzado de brazos con lo que juntaba y elevaba sus dos grandiosos pechos.

--Yo… yo… --Damián, ante la visión, en conjunto de ropa interior, de aquella formidable mujer, no podía ni articular palabra.

--Sí, sí, tú, tú –Adriana disfrutaba con la cara de alelado que tenía aquel guapo muchacho, mirando sus grandes tetas con ojos de incredulidad-- Joder tío, ¿nunca has visto una mujer en ropa interior?

--Yo… yo… --Damián había entrado en un bucle del cual no podía escapar. Oculta tras la rubia, Inés reía quedamente ante los intentos del muchacho por hablar.

--Pero bueno, ¿me quieres mirar a los ojos y decir qué carajo quieres? –la enrojecida cara de Damián se elevó hasta fijar sus pupilas en el mentón de la altísima rubia—hombre, no son mis ojos pero bastará.

--In… invi… invitaros fiesta… mañana… nueve noche… en frente… --su metro ochenta y cinco, no eran suficientes para darle la más mínima seguridad ante aquella diosa nórdica en ropa interior que le sacaba más de cuatro dedos.

--Vale Tarzán, mensaje recibido, cambio y corto –Adri cerró la puerta sin esperar respuesta del patidifuso joven.

Tuvo que sentarse un buen rato en las escaleras antes de que acumulara fuerzas para decidirse a bajar hasta el cuarto piso a invitar a las otras dos chicas.

--¡Búh! –Damián casi salta del escalón ante el susto que le habían dado. Ceci se partía el culo de risa, con una bolsa de basura en la mano—. Ja, ja, ja, vaya careto. Yo soy Cecilia ¿tú eres el nuevo perrito?

--Yo… yo… Damián. –el joven no se explicaba como no había oído abrirse la puerta.

--Por cierto, no le tengas miedo a la rubia, no muerde –gritaba Pumuki bajando las escaleras hacia la calle--, y no te toques mucho esta noche pensando en sus tetas.

El muchacho se armó de valor y siguió a la menuda chica hasta el rellano de la planta cuarta, tocando a una de las puertas. Varios maullidos acompasados se escucharon desde el interior del piso. Damián maldijo su suerte cuando vio que le abría la puerta una anciana de turbia mirada.

Lolo, Migue y Fernando veían los Soprano cuando se abrió la puerta del piso.

--¡Coño, Dami, por fin! Creíamos que te había pasado algo –Lolo, con su acostumbrada impulsividad, se acercaba haciendo aspavientos hacia el recién llegado.

--Nada, nada, un pequeño contratiempo. ¿Ha quedado algo de cenar? –tras las dos horas de cháchara con la loca de los gatos, el estómago del muchacho rugía demandando ser llenado de inmediato.

Por lo menos, cuando la ancianita le dejó marchar, le fue bien con las chicas del piso de enfrente. Una menuda rubia de gafitas le había atendido muy educadamente, prometiendo que se lo comentaría a su compañera de piso. Damián nunca había visto a una lesbiana, en el pueblo no había, pero le pareció una chica muy normal. Estaba seguro que aquella rubita sería la tortillera, porque de modelo no tenía nada. Era bonita, sí pero no espectacular como le habían dicho que era Berta, por lo que dedujo que aquella debía ser Ángela o Angi según Lolo.

En el piso de los chicos todo era agitación y nervios. Habían recolocado todo el mobiliario del comedor para hacer sitio. A falta de dos horas para la fiesta, casi todo estaba preparado, tan solo faltaba que los cuatro jóvenes se acicalaran.

--¿Qué haces tío? –preguntó Fernando al entrar al baño, ante la imagen de Lolo en pelotas espatarrado sobre la tapa del retrete.

--¡Pues qué voy a hacer carajote! Rasurarme los pelicos de la base del rabo –el joven rellenito continuaba dando suaves pasadas de cuchilla con una mano, al tiempo que con la otra estiraba del pellejo del pene--, que con las cosas de comer no se juega, tronco.

Nando movió la cabeza de derecha a izquierda observando la maniobra de su compañero. Se puso desodorante y comenzó a peinarse con deliberada parsimonia.

--Vaya overbooking –dijo Migue entrando en el baño con una toalla al hombro y unas chanclas por toda indumentaria-- ¿Qué haces, Lolo?

--Joder, otro cochino que no se asea el rabo. No sois tíos modernos, hay que ser más metro-sexual.

--¿Hay albaceteños metro-sexuales? Migue también movió la cabeza de derecha a izquierda, introduciéndose en la ducha.

Cuando llamaron al timbre, los cuatro compañeros de piso se encontraban en perfecto estado de revista. Nando vestía una camiseta negra, con el pétreo rótulo de Iron Maiden, siendo triturado por las fauces de Eddie. El conjunto lo remataba con unos vaqueros negros elásticos que definían su estilizada figura. Lolo se había puesto un polo Burberry, de imitación, que por su oscuro color vino ocultaba bastante bien su barriguilla. Con la ayuda del rellenito chico el nuevo miembro de la perrera, nombre que les daban las vecinitas, había logrado quitarse esa imagen de niño repelente y se le veía algo más moderno sin llegar a pijo. Como siempre, la nota discordante la daba Migue, que vestía su vieja, raída y amarillenta camiseta de Anarchy in the UK, combinada con unos vaqueros aún más viejos y destrozados.

Lolo se apresuró a abrir la puerta tras el segundo timbrazo. Un sonriente oriental le aguardaba tras esta.

--Encalgal comida –el chinito movía la cabeza adelante y atrás como los perritos de los coches.

--Anda, trae. ¿Cuánto es? –preguntó Lolo al sonriente oriental.

--Cincuenta y cuatlo Eulos.

--¡espera un momento! –dijo Migue examinando todos los envases de comida—. Aquí no está el pollo al limón. Ha traído pollo con almendras.

--Pollo sí, pollo –el chino no cesaba de sonreír mientras preparaba cambio para sesenta Euros.

--Pollo al limón ¡No! –insistió Migue.

--Pollo sí, pollo sí –repetía mecánicamente el chino mientras se guardaba los sesenta Euros.

--Déjalo tío, a ver si se va a dar cuenta del billete de veinte y vuelve –dijo Nando dirigiéndose a Migue—. Además, tú no soportas el limón, merluzo.

--Bueno, que se joda con el billete falso –refunfuñó el joven de gafas— pero le repetí a la china tres veces pollo al limón.

Volvió a sonar la puerta. En esta ocasión fue Damián, quien al estar más cerca, decidió abrir. Al otro lado de la puerta, Cecilia sostenía con dificultad cuatro litros de Cerveza entre sus brazos. Damián, caballeroso, se apresuró a liberar a la pequeña chica de su carga.

--¡Eeeei chavales! –Pumuki, con una sonrisa tonta, parecía que hubiera comenzado antes de tiempo con las cervezas.

Tras la pelirroja venía Inés cargada con bolsas de snacks. Los tres muchachos restantes decidieron que no se la veía apurada como para necesitar ayuda.

--¿Y el resto? –preguntó Lolo mientras abría una de las cervezas.

--Están terminando de arreglarse. No veas, parece que vayan a la ópera –Ceci, con una sencilla camiseta sin mangas, con el dibujo de Doraemon en el frontal, sus eternos tejanos y su pequeña mochila a la espalda, rebuscaba entre los distintos envases de comida, armada con un tenedor—. Coño, qué hambre tengo ¿No habéis pedido pollo al limón?

Dos pares de ojos miraron inquisitivamente a Migue. Este, por toda respuesta, se encogió de hombros.

--Hay que ser un buen anfitrión –respondió el joven delgado ante la muda pregunta.

--Ya, claro –respondieron Fernando y Lolo al unísono. Ceci masticaba sonoramente pan de gambas mirando alternativamente a Migue y a sus dos compañeros de piso.

--¿Algún chiste que no he pillado? –preguntó la menuda chica—. Bueno pues ir a por platos y a guardar las cervezas en el frigo.

Ceci vigilaba los movimientos de los cinco chicos, buscando la oportunidad para perpetrar su plan. Cuando estuvo segura de que nadie la observaba, comenzó a verter gotas afrodisíacas en cada uno de los envases de comida. Una vez que todas las raciones tenían una buena dosis de aquel mejunje, aún le quedaba más de media botella. Oliendo el contenido de la misma, se dio cuenta que olía a frutas del bosque. De un trago, vació la botella hasta un tercio. Se dijo que debía probar lo que vendía. Además estaba convencida que aquello era placebo. Vertió lo que quedaba en un vaso que había en la mesa rellenándolo con coca-cola.

--¿Hay Coca-cola? –preguntó Inés detrás de la pelirroja.

--Toma un vaso lleno que había aquí, no parece que sea de nadie –la sonrisa maliciosa que se dibujó en los labios de Ceci fue instantánea.

--Sabe un poco rara –dijo Inés.

--Será Pepsi. A mí no me preguntes, lo mío es la birra.

El timbre volvió a sonar y Damián permitió el paso a las dos vecinas del cuarto. Berta y Ángela entraron en el salón saludando a las dos chicas que ya se encontraban allí. La delgadita rubia, vestida de manera muy discreta, enrojeció visiblemente cuando Ceci le plantó dos sonoros besos agarrándola de la cintura. Berta apareció espectacular, con un vestidito veraniego que realzaba su bronceada piel.

--¿Una cervecita? –preguntó Lolo apareciendo de la nada.

--No gracias. No suelo beber –respondió la sensual Berta.

--Venga mujer, vamos a tomarnos unas sangrías que está muy fresquita y entra muy bien –Cecilia bailaba al ritmo de una música inexistente aferrando a Berta por la cintura.

--Mira, pues una sangría fresquita sí me tomaría –respondió la escultural enfermera.

La pelirroja se ofreció a ayudar a Lolo con la jarra de vino endulzado. . Cuando ambos llegaron a la cocina, Fernando y Migue se dirigían al salón cargados de platos de snacks.

--Eh, vigila que nadie venga –dijo Pumuki mientras sacaba los briks de sangría de la nevera.

En segundos, la chica preparó en una jarra lo que parecía un combinado completamente casero. El toque especial se lo dio con un segundo frasquito que guardaba en su mochila. Fresa, pensó al oler el contenido del frasco que vació por completo en la jarra.

El timbre de la puerta sonó por tercera vez. Damián se apresuró a abrirla, permitiendo el paso a una espectacular Adriana. La joven rubia parecía más guapa que nunca con aquel vestido veraniego de tirantes. Su exuberante cuerpo se sugería majestuoso bajo la ceñida tela, sus facciones se dulcificaban con un maquillaje bien aplicado, sus ojos parecían más grandes de lo normal mientras que se minimizaba su amplia boca.

--¡Moza recia! ¿Te apetezcoooOOO? –Lolo, cargado con la enorme jarra de sangría, se dirigía al comedor cuando se cruzó con la altísima rubia— Joder, porque me pillas con las manos ocupadas que si no…

Una no menos bella Jimena quedaba oculta tras el imponente cuerpo de Adriana. Ambas muchachas entraron juntas al salón, donde la rubia fue objeto de adulaciones y bromas por igual.

--Estás guapísima Adri –dijo sinceramente Berta mientras se servía el primer vaso de sangría—. Deberías arreglarte más a menudo.

--Si supieras lo que cuestan unos zapatos bonitos del cuarenta y cuatro no pensarías lo mismo –Adriana miraba con interés sus veraniegos zapatos de medio tacón—. Además, no los había totalmente planos y me siento rarísima.

--Tía, te tenías que haber puesto las Air Jordan con el vestido. Hubieses estado monísima –Ceci fumaba a cortas caladas de un estilizado canuto que le acababa de pasar Migue—. Además, no te quejes que yo tengo que llevar zapas de la sección infantil, a ver quién encuentra tacones del 34 –la mirada de la chica se clavó en sus diminutas Converse rojas.

--Y no te pongas esos escotes, que no somos de piedra –bromeó Lolo con la boca llena de crujiente wan ton--, descocá, que eres una descocá.

Jimena, por su parte, se había acomodado en un rincón de la sala, desplazada por las constantes atenciones de su rubia compañera de piso. Se había esmerado muchísimo en estar radiante. Aquel conjunto violeta, le favorecía muchísimo y aunque no era muy sexy, mostraba por completo los brazos y una buena dosis de pierna. Pero claro, sus manzanitas no se podían comparar con aquellos desproporcionados melones.

--¿Quieres una cerveza, una sangría, una cola? –preguntó una calmada Ángela, la cual había decidido aislarse un poco ante tanto barullo.

--creo que necesito un copazo –ambas chicas se dirigieron a la cocina en busca de las bolsas de bebida blanca. Parecía que se resguardasen de las risas y bromas que procedían del comedor. Jimi se preparó un ron-cola  con mucho hielo. Ángela, por una vez en su vida, se desmelenó solicitando a la morena que le preparara otro para ella.

Las dos estuvieron un buen rato bebiendo mientras picoteaban frutos secos y snacks.

--¿Pero qué hacen escondidas las dos chicas más guapas de la fiesta? –Berta les miraba bajo el dintel de la puerta. Sus enormes ojos pardos chispeaban fruto de los dos enormes vasos de sangría que se había tomado. Se dejó caer sobre una silla, junto a las dos jóvenes que le acompañaban en la cocina. Cruzó sensualmente sus piernas, dejando al aire una buena porción de broncíneo y torneado muslo--, tenéis que probar la sangría, está buenísima, tiene un punto a fresa muy logrado.

--Puf –resopló Jimena ante aquella exhibición de poderío que la hacía sentirse un poquito más pequeña.

--Como no volváis pronto os quedaréis sin comida china. -Adriana y Ceci parece que no hubieran comido en su vida--. Además, esos cubatas sin nada en el estómago os van a pegar un pelotazo de narices –dijo la guapa muchacha mientras probaba el combinado de Ángela.

Los tres años que Berta les sacaba a la mayoría, parecían más cuando se encontraban en aquellas situaciones lúdico-festivas. Jimena, con un suspiro, se resignó a su papel secundario en aquella juerga. Intentaría relajarse y ver qué le deparaba la noche.

Cuando las tres regresaron al salón, Love In An Elevator de Aerosmith sonaba en el equipo de música. Fernando, con su inmutable cara seria y los brazos cruzados sobre el torso, vigilaba de cerca la reproducción del estéreo.

Por toda la sala se disgregaba la gente formando dúos y tríos. Inés se había decidido a probar la sangría, picoteando como un pajarillo de los distintos platos de comida oriental. Hablaba más distendida de lo normal con el tímido Damián. Ambos parecían encantados de la compañía mutua. Lolo, ejerciendo de camarero, presentaba ante Adriana los distintos platos de comida de los que esta disfrutaba con deleite.

La que mejor se lo estaba pasando era la pequeña Ceci. Frente a Fernando, se dedicaba a hacer muecas y gestos esperpénticos. Se partía el culo ella sola de ver la inmutabilidad del rostro del melenudo heavy que la miraba como si esta estuviera loca.

--Gordi, ofrécele ternera con brotes de soja. Creo que aún no la ha probado –Migue junto a Adriana y a lolo, aunque sin formar parte del grupo, ironizaba con las atenciones de su compañero a la explosiva rubia--. Adri toma una servilleta para limpiarle las babas.

Jua, jua, jua, me parto el pecho –refunfuñó el joven rellenito ante las hirientes atenciones de su amigo.

Berta insistió a sus amigas en la necesidad de cenar alguna cosa. Ángela se sirvió un poco de todo en un plato y se marchó al sillón más alejado de la algarabía. Jimena oteó el panorama. En un primer momento pensó en atacar a Migue, que parecía no estar con nadie y estar con todos. Finalmente se decidió por poner en su sitio a la nueva. Damián estaba muy bueno e Inés debía empezar a saber quién mandaba allí.

Jimmy no perdió el tiempo y a los dos minutos de distendida conversación, ya estaba dando de comer con su propio tenedor al apuesto joven.

--¿Verdad que está muy rico? –preguntaba la coqueta morena mientras se llevaba a su boca la otra mitad de lo comido por Damián.

--¿Vas a dejar que te levanten al morenazo? –Susurró una tenue voz al cuello de Inés—para ella solo es un ligue más pero te he visto mirarle. A ti ese chico te gusta en serio.

La joven pueblerina se giró descubriendo la sonrosada cara de Cecilia. En aquel momento, con los mofletillos ruborizados, aquella afilada barbilla y esos grandes y vidriosos ojos, le evocó a uno de los querubines de los frescos de la iglesia de su pueblo. Aunque esta era más un diablillo que un ángel.

--¿Y qué hago? –susurró a su vez una inquieta Inés.

--Tira a degüello –Ceci se afanaba en desabrochar el primer y segundo botón de la blusa de la joven, dejando entrever el comienzo del canalillo. Jo, se lo iba a pasar bomba aquella noche malmetiendo por aquí y por allá.

Berta, viendo que Fernando estaba solo, se dirigió a él, pasando antes por su bolso a recoger algo de su interior.

Runaway de Bon Jovi sonaba a medio volumen cuando Berta se acercó a Nando, mostrando orgullosa un lápiz de memoria en su mano.

--¿No te apetece algo más moderno? –preguntó la joven con la voz más sensual que fue capaz de poner, aunque esta no fuera suficiente, para evitar que el heavy moviera con exasperante lentitud su barbilla hacia la derecha y de regreso hacia el centro— venga… es que queremos mover un poco el cuerpo…

--He puesto lo más movido y Light que tengo –respondió Nando clavando su fría mirada de oscuros ojos. Berta contraatacó pasando sus brazos por encima de los hombros del chico, cruzando sus muñecas tras la nuca de este—. Estás agrediendo mi espacio vital.

--Aún puedo agredirlo más –la joven acercó su nariz a la del gélido muchacho hasta que casi se rozaron, al tiempo que aplastaba sus generosos pechos contra los duros pectorales de este--. Venga, una canción cada uno.

Berta no estaba dispuesta a perder aquella partida. Además era lo más divertido que podía hacer en ese momento. El ver las payasadas de Pumuki frente al estirado heavy le había dado la idea de tocarle un poco las pelotas.

--¡Y si no acepto? –preguntó el joven con la voz rasgada debido a la sequedad de su garganta.

--Tendré que rebasar por completo tu espacio vital –Berta susurraba al oído de Nando, completamente aplastada a este.

Fernando estaba acostumbrado a las payasadas de Cecilia y no les buscaba doble sentido, pero aquello… ¿buscaría reírse de él aquel pibón o tan solo quería cambiar de música? ¡Joder! Su amiguito estaba comenzando a despertar y no las tenía todas consigo de que aquello fuera una broma de Berta. La cabeza del melenudo joven bullía con estos y mil pensamientos más.

Un lametón en el lóbulo de su oreja fue el resorte que impulsó a sus manos a apoderarse de las femeninas caderas. El corazón se le detuvo unas centésimas, hasta que sintió cómo el pubis de Berta se juntaba más al suyo. Un suspiro mental de puro alivio, resonó en su cráneo.

--Entonces, ¿puedo cambiar la música? –la pregunta de Berta, susurrada directamente al lívido de Fernando, se produjo entre las breves pausas de los lametones a la oreja de este.

--Hombre, si me lo pides así, me obligas a decirte que no para que incrementes el soborno –Nando no sabía cómo, tenso como estaba, había logrado ser tan agudo en su respuesta o al menos eso esperaba. A ver si ahora se iba a cagar todo.

--Entonces ya no será una canción mía y una tuya. Lo quiero todo para mí –las quedas palabras a milímetros de sus labios, hicieron que el corazón de Nando retumbara como un tambor.

Un clic se produjo en el cerebro del muchacho, que sin pensárselo dos veces, no fuera a acojonarse, aferró el gordezuelo labio inferior de la chica entre sus dientes, acariciando con su lengua cuanta carne había quedado apresada en el interior de su boca.

Tras aleccionar a la pobre Inés, el diablillo pelirrojo, viendo que Adri estaba muy atareada comiendo y bebiendo todo lo que Lolo le servía, decidió acercarse al sofá, donde Migue y Ángela conversaban tranquilamente, para desquiciar un poco a aquellos dos pasmarotes.

--¿Molesto? –dijo Ceci sentándose en el regazo del gafapastas. El sofá, aunque era de tres plazas, tan solo permitía que dos personas se sentaran con comodidad-- ¿De qué hablabais? Fijo que con vuestra cara, de cosas tristes…

--Pues… de todo un poco… amor…. Sexo…. Dualidad entre relaciones esporádicas y permanentes… esas disyuntivas de mentes elevadas o de fumetas… --Migue había tenido que beber varias veces para tranquilizarse por los nervios que le producían los pequeños glúteos de Ceci sobre su paquete.

--Joder, si seguís así dentro de un rato os pillará llorona y acabareis abrazándoos y compadeciéndoos de vuestras desdichas –Ceci decidió arrebatar el vaso del que bebía Migue--. Puaj, coño avisa que es whisky y encima con limón.

--Pues creo que estábamos casi llegando a ese punto. No tenemos ninguno mucha suerte en el amor –la voz de Ángela era casi un susurro aunque la proximidad de los tres muchachos hizo que el mensaje se entendiera a la perfección.

--¡oOoohhh, pobrecita la bollicao que no la quiere nadie!… ¿a ti tampoco te quiere nadie, calvorotas? ¡Coño! Lanzaos, leches, que la vida es corta –Ceci apoyó el codo en el hombro de Migue palmeando enérgicamente la calva del joven--, que tenéis horchata en las venas.

--A que te meto un morreo por bocazas –amenazó Migue sujetando la mano de Ceci para que cesase en los palmetazos.

--Anda, mirad, la Nurse con el heavy, qué fuerte –el ángulo de visión de Pumuki estaba perfectamente enfocado a la guerra de labios que tenía lugar al otro extremo de la sala--. Pobrecita Angi, que te han levantao la chati.

Cecilia estiró las piernas apoyándolas sobre el regazo de la delgada rubia.

--Oye Miguelín, podrías ser un chico majo y traerme un gin-tonic –Ceci se acomodaba cada vez más en el regazo de sus dos compañeros--. Angi, si me quitas las zapas te pego un besazo para que se te olvide lo de Berta.

--¡Que no me gusta Berta! Ceci, ¿tú qué has bebido? –preguntó la rubia.

--Pues así a bote pronto: dos birritas en mi casa, tres más aquí, cuatro vasos de sangría y un gin-tonic si me lo trae el gafotas –la bajita joven intentaba liberar su mano para continuar con el golpeo de la calva de Migue-- ¿Y quién te gusta a ti angi?

--A lo mejor  le gustas tú… --dijo socarronamente Migue.

--¿Yooo? ¿Tú estás mal?–preguntó la achispada chica mientras la aludida enrojecía hasta la raíz del cabello.

--¿Qué pasa, no le puedes gustar a otra chica? –preguntó el joven.

--¿Yoo? Mira chaval, así de peña tengo tras de mí, tíos buenorros, pibónes de tías, de todo. Soy una machine del sexo –la pelirroja, visiblemente afectada por el alcohol, saltaba sobre el regazo del joven de gafas.

La situación se estaba complicando bastante. CECI no había estado en su vida con ninguna chica, es más sus relaciones sexuales se resumían en tres novios que había tenido desde los diecisiete años. Angi por su parte, estaba al borde de las lágrimas por el sofoco que toda aquella situación le producía. Migue estaba encantado con el respingón trasero sobre su paquete, desviando la atención de la pelirroja hacia Ángela.

--Ostia, Inés –dijo Cecilia levantándose de un salto poco ortodoxo, que casi la lleva de bruces al suelo.

Inés, con visibles muestras de mareo, había alargado el brazo en busca de algo sólido donde apoyarse. Dado que estaba a más de un metro y medio de la pared, recorrió esta distancia trastabillando hasta apoyarse en el muro, donde se pudo inclinar vomitando copiosamente.

Adri y Lolo, que ya habían terminado de cenar y comenzaban en ese momento con los cubatas, se habían marchado a la cocina. Jimena parecía desconcertada por la situación y Damián miraba alucinado. Fue Cecilia, a pesar de su propio mareo, la primera que llegó junto al desmadejado cuerpo.

--Anda, yo te ayudo. Vamos a llevarla al baño –dijo Ángela agachándose para ayudar a la menuda pelirroja a aferrar el laxo cuerpo de Inés.

Entre las dos chicas pudieron, no sin esfuerzo, sostener a Inés hasta llegar al baño. Puesto que no parecía que las arcadas fueran a iniciarse de nuevo, le metieron medio cuerpo dentro de la bañera, con el fin de poderla refrescar y adecentar.

--¿Qué carajo hacéis? –preguntó Lolo mirando desconcertado cómo el chorro de agua bañaba toda la cabeza de Inés.

--Pues mira, que nos aburríamos y nos hemos dicho la bolli y yo ¿Por qué no le lavamos el pelo a Inés, Que es una cosa muy típica entre chicas a las doce de la noche?

--Anda Pumi, no me rayes y saliros que tengo que mear.

--Coño, pues mea todo lo que quieras, No vamos a dejar a la muchacha aquí sola con tu pito desenfundado.

--Sí claro, voy a mear delante de vosotras ¿No? Un pijo.

--Me encantas cuando sacas ese puntito albaceteño tuyo –Ceci sujetaba la frente de Inés mientras Ángela dirigía el chorro de agua.

--Como miréis os meto un capón –Lolo, sin poderse aguantar, se dirigía a la taza dando la espalda a las tres muchachas--. Me cago en tu puta madre, enana. Pírate de ahí –Ceci asomaba la cabeza por el lateral del muchacho mirando fijamente el pene de este.

--Vaaa tío que nunca he visto mear con una picha –la pelirroja se sujetaba la cabeza, la cual le daba vueltas por la borrachera y por la súbita incorporación desde su posición inclinada sobre la bañera--. ¿Te ayudo?

--Suelta, loca. Suéltame la chorra –el diablillo, atendiendo a un impulso, había alargado la mano aferrando el miembro de su vecino. Este, con la polla al aire y sin poder aguantar más, comenzó a orinar.

--Yiiija, yijaaa –Cecilia, con el fláccido instrumento aferrado por tres dedos, se entretenía dibujando círculos alrededor del sifón con el cálido líquido. Alternaba con chorreos en el agua del fondo del retrete, lo cual le hacía mucha gracia a tenor de las risitas que profería.

Lolo estuvo apunto de golpear aquella cabecita roja, pero tras el susto inicial, casi disfrutaba de que le manipularan la minga mientras meaba, aunque todo aquello pareciera una mala pesadilla.

--¡Guarro, cochino! –Ceci no había podido evitar, que ante la creciente rigidez del pito, los últimos chorros hubieran impactado sobre la tapa abierta del inodoro—. Ahora lo limpias tú.

La dureza del miembro masculino continuó un rato incrementándose hasta que logró una semi-erección a mitad de ningún camino.

--Jajajajaja, qué gracioso –la pelirroja parecía entusiasmada con las gotitas que surgían tras las varias sacudidas de despedida—. Jajajaja. Ahora entiendo bien lo de sacudírsela.

--He conocido muchas tías, pero tan tarada como tú, ninguna –Lolo se dedicaba a guardar su herramienta dentro de los pantalones.

--¿Sabes una cosa, Lolo? Lo que te vendí, era todo una mierda, por mucha colonia de feromonas y por mucho que te agarre el pito no me pones lo más mínimo.

--Ya te gustaría a ti –replicó Lolo herido en su orgullo mientras se disponía a abandonar el baño tras adecentar la taza.

--Tía, estás fatal –Ángela miraba a Ceci con ojos como platos--. ¿Qué hacemos con Inés?

--La podemos pasar a nuestro piso o buscarle una habitación aquí –la menuda chica se enjabonaba las manos en el lavabo con cierta cara de concentración--. Oye Angi, verás. Quería pedirte disculpas por lo de antes, he estado muy faltona.

--No pasa nada, lo entiendo –dijo la interpelada en un susurro desviando la mirada de los ojos verdes de su amiga—. Me suele pasar, no es nuevo

--No lo he dicho porque no me parezcas una chica atractiva…. Pero Migue me ha pillao desprevenida y he dicho lo primero que se me ha pasado por la cabeza…

--Cecilia, por favor, déjalo. No hace falta,  estoy acostumbrada.

Ceci observó brillar los ojos azules mientras enderezaban a Inés y la arrastraban fuera del baño. Joder, le sabía mal haberse metido con Angi y haberla dejado tan melancólica. ¿Cómo sería enrollarse con otra chica, besar unos labios femeninos? ¿Acariciar esa suave piel? La cabecita roja bullía con mil pensamientos.

--¿por qué me miras así? –preguntó la rubita.

--Eh, nada, nada –la sangría le hacía pensar tonterías, se dijo Cecilia, pues ¿no le estaba mirando los labios a Ángela?

Ambas chicas se dirigieron a la primera puerta. Pumuki no sabía bien a quién pertenecía pero nada más abrir les quedó claro. Jimena, de espaldas a ellas y sentada a horcajadas en el regazo de Damián, le comía a este la boca desesperadamente.

--¡Venga Jimi, dale, a por él!  --jaleaba Ceci desde la puerta.

La menuda joven cerró la puerta a tiempo para que un cojín se estampase contra esta y no contra su cara. Continuaron hasta la siguiente habitación. Esta debía ser la de Migue por la gran cantidad de libros de biología y ciencias naturales que adornaban las estanterías.

Angi abrió las sábanas mientras Ceci quitaba los zapatos de Inés. Cuando el trabajo hubo concluido, ambas se miraron fijamente.

--Esto… yo… --Ceci se dejó de cháchara y posó un ligero piquito en los labios de la rubia. Esta abrió los ojos de par en par.

--Se… se…. Será mejor que volvamos. Llevo dos cubatas en el cuerpo y no respondo.

--¿Te he molestado? –preguntó Cecilia—. Yo también estoy un poco pedo. Ha sido un impulso.

--Muchas chicas quieren saber qué se siente –las lágrimas amenazaban con desbordar los tristes ojos azules--. Debe dar morbo probarlo.

--Joder tía, disfruta y no te comas el tarro –Ceci aferró a Angi por las orejas zarandeándola al tiempo que le sacaba la lengua haciéndole burla—hmmm, hmmm, hmmm.

Jimi había visto su gran oportunidad cuando la pobrecita paleta comenzó a vomitar. El chico más guapo tenía que ser suyo. No podía poner en riesgo su prestigio, maltrecho por los modelitos de Adri y Berta.

--¿Te apetece que vallamos a algún sitio más íntimo? Me podrías enseñar tu dormitorio.

--Por supuesto que sí, no faltaría más –Damián se sentía muy cómodo con aquella chica que parecía escucharle y entenderle, además de que era una preciosidad.

Jimena aferró la mano del muchacho y le condujo por el pasillo. Cuando ambos chicos pasaron por delante de la puerta del baño, una algarabía se escuchaba tras esta.

Damián estaba visiblemente inquieto. No paraba de moverse por el reducido espacio del dormitorio, mostrándole la funcional decoración como si Taylor no pudiera ver la cama, la silla, el escritorio y el armario.

--Anda, ven –Jimena tomó de las manos al muchacho, depositando sendos besos en cada una de ellas—. Siéntate aquí en la cama, que no te voy a comer.

Un latigazo de electricidad recorrió todo el cuerpo de Damián, cuando Jimena se sentó sobre sus rodillas. La creciente ansiedad se incrementó cuando los brazos de la chica aferraron su nuca atrayéndolo hacia aquella boca que medio abierta, prometía un paraíso de sensaciones.

Los labios se degustaron con delicadeza al principio, catando el manjar que devorarían posteriormente. Tuvo que ser Jimi quien colocase las inertes manos del muchacho sobre sus propios glúteos, iniciando un forzado masaje guiado por esta.

Damián, ante la firmeza y tersura de aquellas carnes, se animó a profundizar en la cálida boca. Introdujo su lengua con timidez al principio, pero su excitación hizo que dejara atrás cualquier tipo de reparo.

Una súbita interrupción llegó desde la puerta. La voz de Ceci gritaba no sé qué tontería. Damián, con un súbito arranque de determinación, aferró un cojín que había junto a su cadera y lo lanzó en dirección a la puerta.

Berta se había quedado tranquila al ver que Angi se encargaba de la pobre chica borracha. No es que dudara de Cecilia, pero su compañera de piso era mucho más sensata y madura.

--Bueno, entonces, ¿me dejas cambiar de música? --la enfermera se giró volviendo a mirar a aquellos ojos oscuros que tenían tanto magnetismo.

--Pues ahora no recuerdo si me habías llegado a convencer –dijo Nando con toda la seriedad que fue capaz de simular.

--Pues nada, dejamos la música que está porque por lo visto eres duro de convencer.

Fernando pulsó varias veces el botón de avance hasta escuchar el sonido de un helicóptero. Los arpegios de One de Metallica comenzaron a sonar poco después. Asió con fuerza a la espectacular castaña acercándola hacia su propio cuerpo.

--Creo que esta es más indicada para este momento que tus Black Eyed Peas –susurró el heavy a escasos milímetros de los jugosos labios de Berta.

--Depende qué tengas pensado para este momento.

El interrumpido beso, por el malestar de Inés, se retomó con más pasión si cabía. Ambas lenguas juguetearon a mostrarse y esconderse simultáneamente. Aquella boca ardía con un fuego dulce y sensual al tiempo que rabioso y pasional, pensó Nando intentando archivar todas las sensaciones que experimentaba.

Berta se había fijado, desde que entrase al piso, en lo expuesto que quedaba el paquete de Fernando con aquellos vaqueros elásticos. Quiso comprobar si la vista no le engañaba. Acarició con las yemas de sus dedos la esponjosidad de aquel bulto adosado a la pierna izquierda del melenas. Entre aquella carne moldeable, detectó una rigidez que inflamó su lívido además de su ego femenino.

--Me han dicho que pintas muy bien –dijo en un ronco jadeo la muchacha-. ¿Me enseñas tu obra?

Nando sintió un ligero apretón en su miembro cuando Berta le propuso ir a su habitación. A pesar de que aún no podía creérselo, pensó que tenía buena estrella aquella noche.

--Vamos a dejarle a esta gente algo más movidito ¿No? --Berta agarró al chico por una mano mientras con la otra cambiaba las memorias USB del equipo de música.

Lolo aún sentía el cosquilleo que su visita al baño le había producido. Entre la bebida, la meada surrealista y aquellas dos rocas que bailaban delante de él, dudaba que se pudiera contener sin abalanzarse sobre Adriana.

Meneando las caderas al ritmo de la música dance que había logrado poner Berta, fue girando alrededor de la rubia hasta colocarse detrás de esta.

Se animó a posar sus manos sobre la cintura de la chica. Aquel primer paso había sido relativamente sencillo, era una maniobra inocente y estaba seguro de que no entrañaba riesgos para su integridad. Las manos de Adri eran enormes y no quería acabar abofeteado por estas.

Con qué gracia se mueve la jodía para lo grande que es. Pensó Lolo mientras sentía aquel vacío en la boca del estómago, antesala de una acción irreversible. Aguantando el aire en los pulmones fue estirando poco a poco de la rubia hacia sí mismo.

Ambos estuvieron así un pequeño intervalo de tiempo que a Lolo se le hizo interminable. Ni lo rechazaba ni lo aceptaba abiertamente. No sabía qué pensar cuando la solución llegó por parte de Adriana. Esta aferró las manos del muchacho y las llevó hasta su vientre, haciendo que el abrazo se cerrara por completo.

El duro culazo de la altísima rubia se deslizaba ahora sobre el paquete de Lolo a cada movimiento de caderas. La nariz del joven fue a inspeccionar la parte posterior de la oreja de la chica, inmovilizándose en aquella zona. De nuevo, fue Adriana quien tomó la iniciativa girando la cabeza lo justo para dejar su oreja a tiro de boca de los labios del chico. Este no se hizo de rogar y apresó el lóbulo entre sus dientes, comenzando a lamerlo muy despacio.

Las manos femeninas apretaron las de Lolo sobre su propia tripa, dando el visto bueno a la acción de este. Envalentonado el muchacho, lamió con mayor intensidad ascendiendo con su lengua hasta el interior del oído de la rubia. Un ligero gemidito escapó de los labios de esta cuando sintió la humedad y el calor dentro de su oreja.

Adri acariciaba los desnudos antebrazos de su vecino cuando sintió como uno de ellos se desplazaba hacia arriba.

--¡Coño, que me haces daño! –Lolo se quejaba de un pellizco recibido en el momento que rozó con las yemas de sus dedos una de las monumentales tetas de la rubia.

--¿Te he dado yo permiso acaso? --Adriana se partía el culo en silencio, viendo la cara de pasmao del joven—. Jajajaja qué careto has puesto. Te tenías que ver.

Impulsivamente, Adri se giró dando un fugaz beso en los labios de Lolo. Este respondió con cierta timidez e incredulidad. ¿Servirían para algo los afrodisíacos? Se planteaba esta pregunta dando por bien invertidos los 300 pavos si aquello prometía el desenlace que él esperaba.

--¿Te traigo un taburete? –bromeó Ceci al pasar junto a la abrazada pareja, observando divertida cómo Adriana con su medio tacón superaba a Lolo en más de un palmo.

La pelirroja, con Angi de la mano, se dirigió hacia el sofá en el que Migue fumaba y bebía solitariamente.

--Joder ¿la nurse y el heavy también se han perdido por alguna habitación? –preguntó Pumuki al ebrio muchacho.

--Y esos dos no van a tardar mucho. Vaya tela con el veranillo de San Miguel.

Ángela rió por la comparativa de Migue con el veranillo de su santo. La alegría se congeló en sus labios cuando, una vez sentada, vio como Ceci en vez de sentarse en las rodillas de Migue, se sentaba en las suyas propias.

Una angustia repentina invadió el pecho de la delgadita rubia que no sabía ni qué hacer ni qué decir. La situación se complicó mucho más cuando Ceci aprovechó los laxos brazos de aquella, para hacerse un cinturón rodeando su propio talle. Angi no sabía qué hacer con sus sudorosas manos, las cuales sentían el calorcito del cuerpo de Ceci a través de la fina camiseta de esta.

--¡Vamos, No me jodais! ¿También vosotras me vais a dejar aquí tirao? –Migue simulaba una indignación que estaba lejos de sentir.

--Probecito Migué --La diablillo, desde su posición más elevada frotó la brillante calva de Migue, tras lo cual le plantó un casto beso en la frente.

--¿Me dejareis por lo menos mirar? A malas me quedo de Voyeur.

--Tranqi, a ver si te crees que esta va a lanzarse –Ceci se giró mordiendo simpáticamente la sonrosada mejilla de la rubita.

Ángela, ante aquella provocación, no supo si la cosa iba en serio o era todo una broma cruel. El mordisco le dio la excusa perfecta para avanzar un pequeño paso. Introdujo sus delgados dedos por debajo de la camiseta de su vecina, comenzando a torturar el vientre de esta con rápidas e incesantes cosquillas.

--Me las vas a pagar, bribona –reía Angi contagiada repentinamente por los alaridos y jadeos de la pequeña pelirroja.

Sin saber bien cómo, Ceci acabó tumbada, protegiendo su estómago de las cada vez más insistentes cosquillas de Angi. En aquella posición tan cómoda, decidió estirar los pies apoyándolos en el regazo de Migue.

--Uf, qué augustito se está así –dijo Cecilia cuando hubo recuperado el resuello tras la tortura de Angi. Migue, repentinamente, se levantó saliendo del comedor tras Adriana y Lolo.

Damián estaba subido en una nube. Con las chicas de su pueblo todo era más directo, ninguna mujer le había besado y lamido el cuello como se lo estaba haciendo Jimena en aquel momento, ascendiendo con deliberada lentitud desde la unión de sus clavículas hasta el lóbulo de una de sus orejas y vuelta a empezar hacia el lado opuesto. Cada pasada de aquella cálida y lúbrica caricia, excitaba todas sus terminaciones nerviosas, para acumular toda la energía generada entre sus ingles. Estas vibraban con un cosquilleo incesante, ansiosas por recibir atenciones.

Taylor se esmeraba cuanto podía. Aquella noche la recordaría Damián como la mejor de su vida pero ella necesitaba también de las atenciones del chico, y este no parecía muy activo. Ella misma estiró su falda, sorteando la presión ejercida por los muslos de los dos hasta que pudo permitir que las manos de Damián se introdujeran bajo la prenda.

Las yemas de los varoniles dedos recorrieron la sedosa piel de los muslos y las caderas sin decidirse a retrasar su posición. Devolvía como podía los tratamientos que estaba recibiendo en su cuello. Lamía con fruición el exterior de la oreja de Jimi atreviéndose puntualmente a penetrar su orificio auditivo con la punta de su lengua, emulando las acciones de esta.

Al borde del colapso como se encontraba, se decidió a aferrar las tersas carnes de las nalgas de Jimena. Amasó los carnosos glúteos sintiendo la frescura de la piel de aquella zona. Prácticamente todo el trasero de la morena quedaba a su alcance, pues tan solo el valle entre sus redondeces quedaba ligeramente tapado por la fina tira del tanga.

Las manos femeninas se introdujeron bajo la camiseta del joven, estirando de esta hasta que el masculino torso quedó al desnudo. Jimena, enderezándose para lograr algo de distancia, acarició el imberbe pecho, delineando los bordes de la marcada musculatura.

Damián, sin poder ni querer contenerse, abandonó el delicado manjar que suponía el culo femenino para ir en búsqueda de nuevos alimentos. Con manos temblorosas se apropió del primer botón de la blusa de Jimi, la cual continuaba erizando toda la piel de los pectorales y abdominales.

Jamás había sentido sus dedos tan torpes como en ese instante. Los botones se mostraban como un rival difícil de vencer. La fortuna para el joven era que tan solo debía desembarazarse de cuatro cierres pues la blusa de Jimi era escueta en cuanto a su longitud.

Un sujetador violeta, a juego con los ojos y con el vestido, se anteponía al objeto de sus deseos. Con delicadeza fue despojando el  cuerpo de su blusa, llenando de cálidos besos todo el pecho y el canalillo de la chica.

Jimi se contentó con aferrar el abundante pelo de la nuca de Damián, ejerciendo presión hacia su propio pecho. La lengua de este recorría lascivamente el bordado de las copas del sujetador, intercalando piel y tela en su degustación.

Los masculinos dedos no se mostraron mucho más habilidosos con el cierre posterior del sostén. Tuvieron que intentarlo tres veces hasta que la espalda quedó completamente libre de cualquier prenda. La lengua se introdujo bajo la fina tela, ascendiendo por el tirante de la prenda hasta llegar al hombro femenino. Ejerciendo presión con su húmedo apéndice logró deslizar el tirante de la prenda brazos abajo.

Uno de los pechos había quedado al descubierto, quedando el otro precariamente tapado. Damián fue quien tomó cierta distancia en aquel momento, aprovechando para liberar por completo el torso femenino.

La mirada del joven, se deleitaba grabando en sus retinas cada milímetro de piel, cada pequeña peca, cada ligerísima imperfección, que dotaba de mayor realismo aquel maravilloso cuerpo. Extasiado, fijaba sus pupilas en los sensibles pezones como si quisiera acariciarlos con su simple deseo.

Jimena no cabía en sí de gozo. Tan solo con observar la cara de adoración de Damián, su lívido se elevaba a cotas inalcanzables.

Con indecisión, la yema del pulgar del muchacho se acercó al femenino pezón. El contacto fue electrizante para ambos. El hasta ahora sedoso y suave pezón, adquirió una consistencia pétrea con un simple roce del dedo. La aureola se contrajo erizándose, como si un repentino frío la hubiera hecho encogerse.

Damián tuvo que lubricar sus resecos labios con varias pasadas húmedas de su inquieta lengua. No podía besar aquellas joyas con los labios resecos, pensó, entre la bruma de sensaciones que llegaban a su cerebro.

Fernando apretaba su aprisionado miembro contra los carnosos glúteos de Berta. Sus brazos rodeaban el talle femenino, sujetando con fuerza a su sueño, no fuera a desvanecerse. La muchacha de pié frente al caballete, observaba los pequeños trazos del pincel en la luminosa piel de la hilandera. Que le besaran el cuello, era la manera más sexy que había tenido en su vida de observar un cuadro.

Berta, extrañamente despejada pese a los varios vasos de sangría, tenía una sensación rara en la boca del estómago. Nando, a pesar de su hoyuelo en la barbilla y de sus rasgos angulosos, no era de lejos el muchacho más atractivo con el que había estado. Pese a esto, algo la impelía a disfrutar de aquello con calma, con detenimiento. Tal vez fuera la paz que inspiraba la pintura, tal vez los movimientos lentos y delicados de su amante.

Aún sentía aquel raro rumor en su interior, cuando las delicadas manos del chico ascendieron aferrando sus pechos por encima del vestido. Su cuello se arqueó buscando que la lengua que atendía su oreja se dedicara ahora a su boca.

Nando no se hizo esperar y saboreó con delicadeza los jugosos labios femeninos. No fue un beso pasional, tampoco desesperado ni ansioso. La lentitud e intensidad dominó los labios, las lenguas. Bailando en una armoniosa danza, intercambiaron humedades y temperaturas.

La mano de Berta se adentró entre su propio trasero y el pubis masculino en busca de la zona donde más tensa estaba la tela vaquera.

--Bájame la cremallera del vestido –rogó con voz trémula la joven, mientras acariciaba con toda la palma de su mano el voluminoso paquete de Fernando.

Este no se hizo de rogar y en pocos segundos había logrado dejar la espalda de Berta al aire. El veraniego vestido cayó delicadamente en el momento que Nando pasó los tirantes por los estilizados hombros de la escultural hembra que tenía delante suyo.

Berta, con un habilidoso movimiento de pies, logró desembarazarse de la prenda dejándola en el suelo, reanudando de inmediato la tarea de frotar el paquete que tanto atraía a su mano. Fernando, con el ojo experto de un estudiante de bellas artes, examinaba cada detalle del armonioso reverso, del bronceado cuerpo.

--Eres una preciosidad –la voz enronquecida del joven surgió como si escapase de una profunda caverna.

Con la cantidad de hombres con los que había estado, Berta había recibido todo tipo de piropos, entre los más comunes, el manido que buena estás, vaya tetas más bien puestas y varios del estilo. Era la primera vez que le habían llamado preciosidad y encima con aquella voz grave y profunda. Algo en el vientre de Berta se estremeció impulsándola a girarse, abrazando con fuerza a aquel melenudo malencarado.

Las bocas volvieron a buscarse con ternura, ni siquiera necesitaron de sus lenguas. Los labios se abrían y fruncían saboreando las mieles de la pasión contenida. La punta de las lenguas se rozaban ligeramente, volviendo cada una a su propia humedad.

Las manos de Nando por fin se decidieron a acariciar la piel del cuerpo de Berta. Los dedos descendieron por las vértebras de la femenina espalda hasta llegar a la goma del tanga. Ascendieron por los costados de la chica hasta rozar con la yema de los pulgares los trémulos laterales de los firmes pechos.

Una mano de largos y finos dedos, se las ingenió ella solita para bajar la cremallera y abrir el botón de los tejanos. En el momento que se introdujo bajo la prenda vaquera sintió palpitar la dura carne bajo la palma de su mano. Los ajustados boxers no eran impedimento para que Berta sintiera el calor que emanaba de la entrepierna de Fernando. La suavidad de la licra y la dureza del miembro, eran como un imán para los dedos de Berta, los cuales recorrían una y otra vez toda la longitud fálica, desviándose de vez en cuando para masajear con toda la palma los blanditos testículos.

Lolo estaba que no cabía en sí de felicidad. Llevaba todo el verano sin meter en caliente y si nada fallaba, aquella noche cortaría las dos orejas y el rabo. Pero algo no iba del todo bien. A esas alturas debería llevar más de media hora empalmado como un burro pero su amiguito no pasaba del estado morcillón en que se había quedado tras mear.

--Me están matando los tacones. ¿Qué tal si nos ponemos cómodos? –Adri había tenido que hacer una pausa en el baile para tomar aliento.

--Pues en el sofá no va a ser –respondió Lolo observando al trío que se había hecho fuerte en el sillón—. Si prometes no abusar de mí, te puedo invitar a mi habitación.

--Anda vamos, tontorrón --Adriana pellizcó la regordeta mejilla como si se tratase de un muchachito imberbe.

La grandullona rubia arrastró al incrédulo muchacho tras de sí. Detrás, a corta distancia, les seguía Migue, aunque este se desvió camino de la cocina.

Adriana, sentada sobre la cama, se afanaba por desabrochar las hebillas de sus sandalias mostrando inequívocas muestras de satisfacción cuando pudo mover libremente los dedos de los pies. Lolo rebuscaba entre su colección de CDs algo romántico que acompañase en aquel momento íntimo. Tras examinar algunos títulos, se decidió por Mike Oldfield, lo solía usar para hacer los ejercicios de contabilidad financiera. Si servía para relajarle a él, no vendría mal para aquella circunstancia, aunque en su foro interno pensaba que no era relajación lo que su perezoso amiguito necesitaba.

Tras darle al play, se acercó a los pies de la cama donde descansaba recostado el gran cuerpo de Adriana. Dando tiempo a que su amigo despertara, se sentó en el suelo, delante de los pies de la chica. Aquello lo había leído en una novela y además no se le ocurría otra cosa para hacer tiempo. Si las culpables de aquello eran las tres pastillas retardadoras que se había tomado, iba a matar a la enana. Esta le había terminado por convencer que todo aquello era un timo y a pesar de que el prospecto indicaba tomar solamente una, él pensó que tal vez con tres se notase algo el efecto.

Tomó delicadamente uno de los largos y delgados pies entre sus manos. Pese al calor reinante, notó como estaba helado. Comenzó por frotar toda la superficie plantar con una mano mientras que la otra se dedicaba simultáneamente a frotar el empeine. Lentamente el pie comenzó a entrar en calor. Los sonidos provenientes de Adriana le reforzaban su decisión inicial de comenzar con aquel masaje.

Sujetando con firmeza pero delicadeza el pie entre sus dedos, comenzó a masajear los metatarsos con las yemas de sus pulgares. Recorría con lentitud las crestas de los delgados huesos hasta finalizar en los pequeños dedos de los pies. Intentaba no insistir mucho en los dedos, pues había notado ciertos espasmos cuando rozaba la yema de estos.

Con la misma dedicación, realizó idéntica tarea en el otro pie. Los suspiros de gusto de Adriana cada vez eran más audibles. Ascendió por este nuevo pie hasta los maléolos del tobillo, envolviendo con sus manos el talón, acariciando con las puntas de sus dedos el tendón de Aquiles.

El joven sabía por el basket que veía en la tele, que los pies sufrían mucho en ese deporte.

Cuando terminó con ambos tobillos, ascendió delicadamente por las pantorrillas femeninas. Desde su posición, con los muslos de Adriana ligeramente abiertos, tenía una vista inmejorable de las moradas bragas de la chica aunque aquello parecía no interesarle a su pequeño amiguito.

Frotó los gemelos, al principio delicadamente hasta que entraran en calor, luego más enérgicamente. Con los pulgares delineó las tibias hasta llegar a las  rodillas. Dios aquellas piernas eran interminables, pensó el muchacho.

Para proseguir con los prietos muslos decidió ponerse de rodillas. Era de brazos largos pero la dimensión de las piernas hacía difícil la tarea si continuaba sentado. Sin pedir permiso, alzó la parte delantera de la falda hasta dejarla plegada sobre el vientre de Adriana. Si antes había podido ver una pequeña porción de las bragas, ahora las tenía ante sí, en todo su esplendor. Una repentina sequedad secó su garganta haciendo imposible que pudiera tragar saliva. Joder, y todas para mí solito, pensó Lolo.

Posando cada una de sus nerviosas manos sobre una rodilla, comenzó a ascender con movimientos inseguros. Cuando cada uno de sus pulgares rozó la fina piel de las ingles, aguantó la respiración en espera de la reacción de Adriana. Esta no se hizo esperar abriendo ligeramente los muslos para que las manos pudieran trabajar con mayor comodidad. Lolo tomó confianza, ascendiendo y descendiendo con más destreza cada vez que repetía el camino.

--¿Pasa algo? –preguntó un desconcertado Lolo cuando la joven se incorporó quedando sentada. Esta, por toda respuesta, estiró de la cremallera de su ajustado vestido. De un rápido movimiento se despojó de la prenda pasándola por su cabeza.

--Continúa –la sonrisa con la que dijo aquello relajó mínimamente los nervios de Lolo, los cuales se habían crispado ante la visión de aquellas rocas, grandes como melones. El pequeño refuerzo del vestido le había engañado pensando que Adriana llevaba sujetador. Ahora, con ella tumbada, podía apreciar perfectamente cómo las semicircunferencias se expandían por efecto de la gravedad sin que por ello los pálidos pezones dejaran de apuntar al techo.

Sintió en su entrepierna como su amigo cabeceaba contento ante aquella maravillosa visión. Bueno, la cosa comenzaba a despertar, no está mal del todo, recapacitó lolo.

El siguiente paso se le antojaba un dilema al muchacho ¿Quitarle las bragas y comerle el conejo así a las bravas?, ¿Sentarse a horcajadas sobre ella y continuar con el masaje en la parte superior? Había dado más de veinte pasadas a sus muslos y no era cuestión de continuar toda la noche así.

Cecilia y Ángela se reían de la historia de la primera con las gotas afrodisíacas.

--¿De qué os reís? –preguntó Migue acercándose al sofá con tres vasos de tubo en las manos.

--Eres un encanto, Miguelín –dijo Ceci alzando los pies del sitio del muchacho para que este pudiera tomar asiento.

--Ceci me estaba contando que ha intentado envenenarnos a todos con rollos raros afrodisíacos.

--¿Y estáis cachondas? Porque yo no noto nada –respondió el muchacho—gin-tonic, ron-cola y whisky-limón para mí.

--Eso son patrañas –dijo la pelirroja bebiendo de su combinado-. Yo lo único que siento es algo de dolor de cabeza y eso que me he bebido un tercio de frasquito.

--Ya, algo tendrán que ver los tres porros y el litro de sangría que te has mamado –Migue se dedicaba laboriosamente a liar un canuto de maría mientras Celia le sujetaba el whisky entre sus tobillos. Esta, sujetaba el cubata en su propia mano, acariciando los delgados dedos de Angi con la otra. Su cuero cabelludo era masajeado por la rubita en los intervalos en los que no bebía de su propio tubo.

--Migue, tío. Si me das un masajito de pies ya la flipo –pidió CECI con sonrisa ladina mientras tomaba el porro de los dedos del chico.

--Tú tienes mucha confianza en esas gotas tuyas.

--Vaaa porfaaa –rogó Ceci mientras intentaba aferrar un cubito de hielo entre sus fauces—. juos a lo.

--¿Qué? –preguntó Angi.

--Creo que ahora quiere jugar a pasarse el hielo. Es como una niña –Migue desataba los cordones de las diminutas converse rojas.

--Uuuuhhhh –Ceci hacía morritos mirando a Ángela para que esta le arrebatara el hielo de sus labios.

--Chica, no me digas que te da corte ¿Nunca has jugado al hielo? –preguntó el calvito mientras acariciaba superficialmente las plantas de los pies de Ceci.

Angi, roja como un tomate, se inclinó en dirección a la boca de su pequeña amiga. Esta se revolvía como una lagartija, presa de las cosquillas que le suministraban en los pies. El traslado del hielo se complicó por las gracias de Migue en las diminutas plantas de Pumuki. Los labios se rozaron mucho más de lo estrictamente necesario aunque no pareció importarle a ninguna de las dos muchachas.

--Eeeehhh cabrito paraaaa –gritaba Ceci ahora con la boca libre--, ahora se lo pasas a Miiiguelín…

Migue, expectante, observó como el pánico se apoderaba de Angi. Sin darle tiempo a reaccionar, se acercó a sus labios agarrando delicadamente el hielo.

El contacto de los labios había sido fugaz. En un principio Ángela se había quedado bloqueada pero debía reconocer que había sido una estúpida por ver más allá de un simple juego.

Varias rondas más con el hielo y este comenzó a tener una dimensión más parecida a la de un pequeño dado.

Migue, deliberadamente, lo había mantenido unos segundos más de la cuenta dentro de su boca en la última ronda. Acercándose todo lo que pudo a la incorporada cabeza de Ceci, introdujo la lengua dentro de esta, moviendo el hielo por el interior de la boca, mientras ambas lenguas se peleaban por él.

El juego comenzaba a tener mucho más de beso con lengua que de inocente pasatiempo. Dejar caer aquel diminuto cubito desde la altura de Miguel a la recostada Ceci había sido relativamente sencillo. Lo difícil iba a ser que Angi se pudiera hacer con el hielo.

La pelirroja frunció los labios sujetando levemente el pedazo de hielo. Angi, confiada, puso la misma posición y acercó su boca en busca del premio. Con un movimiento vertiginoso, los labios de Ceci se abrieron, dejando caer el hielo y dando paso a una veloz lengua que repasó de derecha a izquierda y de arriba abajo los fruncidos labios de la rubita. Después hielo y lengua se introdujeron en el interior de su boca, permitiendo que ambas lenguas se paladearan.

Cuando cesó el apasionado beso, Angi pensó que o bien se lo había comido sin querer o el calor y la pasión del beso lo habían derretido.

--No tengo el cubito –dijo Angi con una sonrisa bobalicona.

--Vaya por dios, sí que lo siento –ironizó Migue—. Ha debido ser muy duro perderlo en tan terribles circunstancias.

--Qué tonto que estás –bromeó algo achispada la rubia golpeando cariñosamente el hombro del gafapastas.

--Ahora nos tienes que hacer un streptease –dijo muy seriamente Miguel mirando a Ángela.

--Sí claro…

--Que va enserio, Angi. El que pierde al hielo se despelota –Aguantar la risa fue todo un suplicio para Cecilia, viendo la cara de susto de Angi.

Tras mucho meditarlo, Ángela tomó la decisión de contentar a sus compañeros de juerga. No pasaría nada por desmelenarse una vez en su vida, Decidió para concluir.

--Vale, pero la ropa interior no –advirtió Angi.

--Eh, tiene que ser todo. Si hubiésemos perdido nosotros no seríamos tan recataditos. Además que tienes un tipín muy mono –las palabras de Ceci terminaron por dar el impulso que necesitaba la perdedora.

La música marchosa de Pitbull sería ideal para el streptease. Ángela se levantó permitiendo que Ceci ocupara su sitio.

--Jo, es que bailo muy mal –se excusó Angi.

--No nos importa ¿verdad Migue?

Con resignación, Angi comenzó a mover las caderas. No seguía bien el ritmo de la música pero a ninguno de los dos ocupantes del sofá les importó demasiado. Ambos con sonrisas tontas daban buena cuenta de un nuevo porro.

La rubia comenzó por ir levantando pausadamente su camiseta negra de tirantes. Primero dejó a la vista su plano vientre, adivinándose el final de unas marcadas costillas. Migue y Ceci, con los ojos bien abiertos, no perdían detalle del ascenso de la camiseta.

Con un rápido movimiento, la camiseta pasó por encima de la rubia cabeza, siendo arrojada con fuerza por la mano de Angi. Migue alzaba el trofeo victorioso. Dos pares de ojos se clavaron en los reducidos pechos de la pálida rubia cubiertos por un sencillo sujetador negro.

Con la punta de un pie se deshizo del zapato del pie contrario y viceversa. Angi llevó las manos a los botones de su pantalón tejano, abriéndolos con deliberada lentitud. Aquello debía ser una locura porque estaba comenzando a excitarse, pensó Angi entre las brumas del alcohol. Llevó sus manos a las caderas e impulsó el pantalón hacia los tobillos, agachándose ligeramente para facilitar la maniobra.

--Así se te ven más apetitosas las tetas, tía –puntualizó Ceci haciendo que la streeper se sonrojase aún más si aquello hubiera sido posible.

Angi alzó una pierna, arrojando su pantalón al regazo de la pelirroja. Intuía que le iban a pedir que se girara por lo que ella misma tomó la decisión de realizar la maniobra a ver si así le perdonaban la ropa interior. El pequeño y respingón trasero, cubierto por unas braguitas negras, quedó a la altura de los ojos de los dos fumetas que de inmediato comenzaron a silbar y a gritar piropos.

--rubia, ven pa acá que te hago un traje de saliva –Aulló Ceci poniendo voz de hombretón.

-Vaya estilo y elegancia ¡guapísima! –gritó Migue más controlado.

Angi comenzaba a sentirse deseada. Era una sensación tan nueva que no sabía muy bien cómo asimilarla. Había visto el deseo en los ojos de Cecilia y Migue y ahora esos gritos, que daban más risa que otra cosa.

Llevó sus manos al cierre del sujetador sin tener claras sus intenciones. Siempre podría sujetarlo con los brazos sin mostrar nada. Sujetando las copas con los brazos cruzados, estuvo un buen rato meneando su pequeño trasero para deleite de la concurrencia.

Cuando por fin se giró, arreciaron los vítores de la pareja. Angi se quedó petrificada, la mano de Migue frotaba pausadamente la entrepierna de Ceci, por encima de los vaqueros. Esta, a su vez, no se quedaba atrás magreando el paquete  de aquel. Angi pensó que se echaría a llorar en aquel instante. Se sentía estafada, abandonada. Cuando todo estaba perdido, Ceci alargó su mano libre con una invitación, al tiempo que le sonreía abiertamente.

Bueno, pensó Angi, si la única manera de tener a Ceci es compartiéndola, viva la solidaridad. Abrió sus brazos dejando caer por estos la prenda íntima. Los silbidos de los dos muchachos no se hicieron esperar al ver aparecer aquellos pequeños y saltarines pechos. Angi, olvidando lanzar el sujetador, corrió a tomar asiento en el regazo de su amiga.

Los oscuros pezones de Jimena estaban hinchados de tanta succión. Damián llevaba más de media hora sin dejar de lamer desesperado, ora un pezón ora el otro. Los dedos del muchacho habían jugueteado con su húmeda cavidad hasta arrancarle el primer orgasmo  y ya había llegado el momento en que ella desplegase sus habilidades.

Sentada de lado sobre las rodillas de Damián, no le costó trabajo arrodillarse con la intención de desabrochar los pantalones de este.

--Levanta el culete un pelín –susurró Jimi haciendo que pantalones y slips descendieran hasta podérselos pasar por los descalzos pies.

Una durísima verga apareció delante de los ojos de Jimena. Nada más verla comenzó a sentir de nuevo crecer la humedad de su interior. Volvía a tener ella el control y eso le encantaba. Acarició con suavidad la cara interna de los muslos retornando a las rodillas, cuando apenas rozaba los gordos testículos. Tuvo que empujar con su mano sobre el abdomen masculino para que este se tumbase dejándose hacer. Le encantaba que la miraran con cara de éxtasis cuando hacía una mamada pero quería que Damián se relajara y se dejara hacer.

Tras las manos llegaron los labios y la lengua. La cara interna de los muslos de Damián fue saboreada hasta el último milímetro de piel. Chupó, lamió, mordisqueó, hasta que su naricilla rozó con los pelitos de los huevos. Estos no recibieron distinto tratamiento que los muslos. Fueron degustados hasta saciar la hambrienta excitación de Jimi.

Con un testículo en cada mano, fue separándolos con mimo para acariciar con la punta de su cálida lengua toda la banda de fina piel que iba hasta el perineo. No debían haberle hecho eso jamás a Damián pues sus jadeos más parecían berridos. Percibiendo a través de su olfato la concienzuda higiene del chico, Jimena se decidió a explorar con su lengua las ingles masculinas.

Una sensación, mezcla de cosquillas y intenso placer, recorrió la entrepierna de Damián cuando sintió la húmeda lengua recorrer sus ingles. No pudo aguantar más y necesitó aferrarse la polla para intentar calmar aquella creciente angustia. Un palmetazo por parte de Jimena le hizo desistir de la idea de masturbarse.

Cuando ambas ingles hubieron recibido un tratamiento idéntico, los labios de Jimi comenzaron a recorrer el tallo de la pétrea herramienta. Comenzando por la base, fue llenando de lúbricos besos toda la lanza deteniéndose en la corona del prepucio donde permitió que emergiera la lengua para dar a aquella sensible zona el tratamiento adecuado.

Comenzó a ayudarse con una mano mientras la otra frotaba delicadamente su propio clítoris. Lamió con extrema lentitud desde el prepucio, ascendiendo por el glande hasta llegar al cráter de este. Repitió la operación varias veces con el objetivo de lubricar bien todo el glande.

En el instante en que iba a introducirse aquella cálida y palpitante asta, comenzó a sentir en su mano cómo espasmos la recorrían en toda su longitud. Retirándose el pelo con la mano se aplicó a dar rápidas lamidas sobre el frenillo de la polla, mientras enfocaba esta hacia la tripa de Damián.

El primer lechazo casi mancha el flequillo de la morena, pero no cesó de lamer el frenillo mientras la verga de Damián estuvo eructando trallazos de cálida leche. Tuvo que ser este quien le pidiera que parara, cuando las atenciones comenzaron a ser molestas.

Jimena, casi tan satisfecha como el propio Damián, trepó a la cama tumbándose junto a él, recostando la cabeza en el pecho masculino.

Berta decidió pasar a mayores cuando sintió la goma de su tanga deslizarse caderas abajo. Emulando la acción de Nando ella también deslizó la ropa de este por sus caderas.

--Te espero en la cama –rió Berta alejándose de Fernando. Este, observando su ropa en torno a sus pies, no tardó en despojarse a toda velocidad de sus zapatillas negras permitiendo que los pantalones, junto a los boxers, abandonasen su cuerpo.

Se detuvo junto a la cama, admirando el cuerpo que allí reposaba ladeado, con la pierna superior vencida sobre la más baja y con un brazo sujetando la cabeza. Los pechos firmes y plenos, caían ligeramente uno sobre el otro.

--Joder, estás para un cuadro.

--Eh, pues cuando quieras te hago de modelo. Aunque si vas así no se si podría estarme quietecita posando –Berta clavaba sus grandes ojos pardos en el endurecido miembro de Nando y en sus enormes pelotas--. Ya decía yo que tenías que ser un huevón.

Fernando se sentó sin perder de vista aquel espectacular cuerpo. Descendió hasta los dedos de los pies, besándolos con devoción. Ascendió lamiendo y besando la cara externa de la pierna que quedaba por encima, llegando hasta la redondeada cadera. Continuó dedicando sus lúbricas atenciones al costado femenino. Berta, ante la proximidad de la boca de Fernando, retiró su brazo, colocándolo detrás de su espalda.

El camino hacia los turgentes pechos, quedaba completamente libre. La boca se apropió de la pancita que hacía el seno en aquella posición. Nando saboreó aquella fina e impoluta piel en la que no se apreciaba ninguna marca solar.

Ascendió en dirección a la oscura aureola lamiendo cuanta piel había en su camino. La mano apoyada en la cadera de Berta, descendió apropiándose de uno de los glúteos femeninos, acariciándolo con la yema de sus dedos. Recorría con la punta de un dedo la superficie del estrecho canal que separaba las nalgas. Berta sintió el cosquilleo de la caricia e intentó reprimir una risita.

La lengua circunvaló el pequeño disco del pecho haciendo que aquella fina piel se revolucionara al cálido paso de esta.

Con glotonería, los labios se apropiaron del pequeño pezón, logrando que la dureza y tamaño de este se incrementasen considerablemente. La lengua lamía la punta de la pequeña perla, mientras que la boca ejercía constantes succiones sobre el foco de interés de Fernando.

Berta, sin poder aguantar más aquella situación, se recostó de espaldas, ofreciéndose por completo a Fernando quien no desaprovechó su oportunidad llevando sus ágiles dedos hasta la cálida entrepierna.

Eléctricos trallazos crisparon a la guapa enfermera en el momento que los delgados dedos rebasaron la frontera de los labios mayores. Primero fueron lentas caricias en los labios menores, luego insinuaciones de penetración, dejándola con más ganas aún. A estas torturas siguieron las que el pulgar de Fernando realizó en el clítoris de Berta, la cual pensó que se desharía en un orgasmo en ese momento.

Todo era calidez y sutileza, hasta que Fernando decidió abandonar las atenciones de los pechos, ascendiendo hasta el largo y fino cuello.

Los jadeos de Berta comenzaron a ser escandalosos cuando sintió la lengua y los labios recorrer todo su cuello desde la oreja hasta el hombro. Cuando pensaba que el orgasmo estaba apunto de llegar, Fernando le clavó dos dedos en su vagina con toda la intensidad que fue capaz de imprimir al movimiento.

El bombeo de los dedos del joven taladrando la húmeda y flamígera caverna era demencial, como lo era la velocidad con la que la lengua lamía la oreja y el cuello femenino.

Berta dejó de saber qué le hacían. Dejó de distinguir entre dolor y placer. Tan solo se abandonó, se dejó llevar por el orgasmo más brutal que había tenido en meses.

Engarfiando sus dedos en la larga melena negra, llevó la boca de Fernando hasta la suya propia comiéndole la boca como si no hubiera un mañana.

Lolo había decidido tomar el camino de en medio, comida sí, pero de piernas. La lengua del muchacho se movía lentamente recorriendo la larguísima cara interna de los macizos muslos. Repitió la acción un par de veces hasta que Adriana le aferró de los pelos.

--¿Vas a dejar de putearme? ¡Coño, que me tienes chorreando!

Lolo Captó el derechazo, y asiendo las bragas por los laterales, las deslizó piernas abajo hasta sortear los dedos de los pies.

Los rasurados labios mayores aparecieron frente a él con una media apertura incitadora. Se ayudó de las manos para abrir por completo las puertas del paraíso. ¡Joder!, Pensó Lolo, esta tía lo tiene todo grande. Frente a sus ojos, aparecía un clítoris que más bien podría pasar por una alubia.

El joven se relamió anticipadamente pensando en el festín que se iba a pegar. Con la intención de dejar aquel manjar para el final, comenzó lamiendo la cara interna de los recién abiertos labios. Su lengua poco a poco, fue trazando cada vez círculos más estrechos hasta dedicarse en exclusividad a los labios menores, los cuales fueron torturados con la dura punta del apéndice del muchacho.

Llamando a la puerta con cerrados círculos de la lengua sobre la entrada a la vagina, esta se fue introduciendo en el ardiente horno hasta que los labios menores hicieron tope con la boca de Lolo. Este pensó que para la tarea que tenía en mente le bastaba con una única mano. Los majestuosos melones que tenía Adriana por pechos estaban sin atender, por lo que la mano libre del muchacho no tardó en amasar la dureza de aquellas tetas.

Lolo penetraba la húmeda gruta con brío, lamiendo todos los flujos que esta destilaba. Hacía chocar su lengua presionando las gelatinosas paredes, provocando espasmos en las caderas de Adriana. Su mano masajeaba una de las enormes tetas de Adriana alternando con pellizcar suavemente su diminuto pezoncillo, el cual iba adquiriendo mayor tamaño y consistencia a medida que se incrementaban las atenciones recibidas.

Con lentitud, el joven fue retirando su lengua del interior de la cavidad de Adriana, ascendió hasta lamer el hinchadísimo y enorme clítoris. El cálido interior de la chica fue inmediatamente ocupado por dos de los dedos masculinos que se adentraron con tortuosa lentitud.

Los toques con la lengua en el inflamado clítoris estaban trastornando a Adriana, que aferraba con fuerza las sábanas. Cuando la hinchadísima alubia fue aspirada por los labios de Lolo, la joven creyó desfallecer, sus caderas comenzaron a convulsionar en violentos espasmos que sacudían todo su cuerpo. Los pies y las manos se engarfiaron tensando al máximo toda la musculatura de sus largas extremidades, desde la punta de los pies hasta el culo.

La explosión orgásmica llegó como una ola que lo arrasara todo. La boca se abrió en un alarido de liberación. Lolo sentía en sus orejas, la terrible tenaza de aquellas musculosas piernas. La boca del muchacho se negaba a dejar de torturar tan sensible zona hasta que no escuchó las súplicas de su amante, rogando por un poco de clemencia.

Ceci nunca había masturbado a otra mujer aunque no debía ser distinto a hacerlo consigo misma. Otra cuestión era su destreza con la mano izquierda, puesto que la derecha la tenía ocupada.

Con el delgado cuerpo de Angi sobre sus rodillas, la pelirroja acariciaba con su mano izquierda alternativamente los muslos y el exterior de la vulva de esta. Con su mano derecha había podido, con ayuda de Migue, desenfundar su miembro el cual recibía una lenta paja de la diminuta mano.

Ceci no se quedaba atrás en atenciones recibidas. Todo su cuello y sus dos orejas estaban siendo cálidamente lamidos por las dos lenguas. Migue lamía su oreja derecha, al tiempo que con su mano ayudaba en las caricias a los muslos de Ángela. Esta saboreaba su lado contrario entrelazando sus dedos en la mano izquierda de la pelirroja acompañando en los movimientos de esta a lo largo de su propio muslo.

Cuando los labios de Angi se apropiaron de su boca, introduciendo en ella una pequeña y cálida lengua, Ceci se decidió a superar la barrera que las braguitas negras suponían. Introduciendo los pequeños dedos bajo ellas, accedió al húmedo valle entre los labios mayores. Migue, que degustaba la diminuta oreja de Ceci, ante la cara de éxtasis de Ángela, pensó que no le vendrían mal unas caricias en su pecho.

Cecilia debía dejar quieta su mano derecha sobre el duro mástil para concentrarse en los movimientos de su otra mano alrededor de la pequeña perlita de Angi. No se aclaraba disociando los gestos de las dos manos por lo que tuvo que modificar aquel lío de brazos y manos. Además, qué carajo, pensó Ceci, su Chichi estaba ardiendo y también necesitaba mimitos.

Con decisión, impulsó a Angi hasta que esta estuvo de pie con el trasero frente a su cara. Pumuki bajó delicadamente la prenda íntima de la rubia hasta que el respingón trasero quedó libre, completamente a su disposición. Un impulso llevó a la pelirroja a mordisquear juguetonamente la tierna carne de los glúteos.

Ángela tomó asiento junto a Migue, aprovechando que Ceci se había levantado y comenzaba un divertido streptease. Pegando brincos como un diminuto monito, la pelirroja se iba quitando toda la ropa, observando como el gafotas tomaba su relevo en el apretadito chochete de Angi.

A la pequeña rubia no parecían disgustarle las caricias de su vecino. Con los ojos fijos en el diminuto cuerpo en ropa interior que saltaba frente a ella, acariciaba sensualmente el dorso de la mano que tanto gusto estaba dándole.

--¿Nunca habéis visto uno rojo? -Dos pares de ojos miraron fijamente el pequeño triángulo rojizo que cubría el pubis de Ceci. Esta se sujetaba la cabeza, mirando alternativamente a uno y a otro.

--¿Qué haces? –preguntó Angi con la voz entrecortada y los dedos aferrados a la mano de Migue.

--Jugando –respondió Ceci aferrándose la cabeza con las manos—, jugando al Tetris.

--¿Eh? –preguntaron ambos chicos al unísono.

--A ver si pensáis que esto de un trío es fácil. Vaya complicación –Ceci no quería quedar mal con ninguno de los dos chicos. Angi había demostrado tenerle mucho aprecio. Además le daba muchísimo morbo estar con una mujer. Por otro lado, deseaba tener algo duro entre sus piernas y aunque a migue lo apreciaba tan solo como amigo, no dudaba que se aplicaría a fondo. Abriéndose paso al morbo y la calentura, un creciente malestar, se alojó en la boca de su estómago. Todo aquello era una majadería, ¿cómo les miraría mañana a la cara? ¿Qué repercusiones traería todo aquello? ¿Saldría alguien mal parado? La fría calma de la cabecita de Ceci luchaba a brazo partido contra el fuego de su entrepierna.

Los ojos de Pumuki se achinaron poniendo cara de concentración. Las pecas encima de sus pómulos se concentraron dibujando unas traviesas líneas convergentes en la naricilla.

Finalmente, sacando una goma de algún recoveco de sus pantalones tirados por el suelo, plastificó la polla de Migue. Retiró la mano de este de la entrepierna de Angi reanudando ella misma la tarea masturbatoria mientras se sentaba a horcajadas sobre el calvorotas. Joder, qué necesidad de algo duro dentro de ella, a tomar por culo la razón, pensó la pelirroja mientras sentía cómo las paredes de su cavidad se amoldaban a la larga y estrecha herramienta.

Cuando estuvo completamente empalada, comenzó a acariciar lentamente la húmeda perlita de Angi, mientras sus bocas se encontraban a medio camino de una y de la otra. Migue, observando el lésbico beso, sintió que se derretía. A la mierda el agnosticismo, pensó el joven, aquello debía contar con intervención divina. Pasó un brazo por la espalda de cada chica atrayéndolas hacia su pecho en el que las cobijó respetando el íntimo momento. Ya llegaría su turno, meditó acariciando espaldas y traseros.

Jimi, tumbada sobre el pecho de Damián, jugueteaba a pellizcar y besar los pequeños pezones del muchacho. Tras el orgasmo no había dado muestras de tener mucho interés en continuar la juerga. Aquello era un golpe bajo al ego de Jimena. La cabeza de esta bullía de pensamientos para levantar el líbido de aquel palurdo que la acariciaba con desgana.

La morena comenzó a trazar dibujos con el desparramado semen del muchacho. A todos los tíos les encantaba ver cómo tocabas o lamías su leche.

--Será mejor que me lave, no vayas a mancharte  –dijo Damián dando un beso en la mejilla de Jimi y levantándose en dirección al pasillo. Asomó la cabeza por una estrecha rendija de la puerta, cerciorándose de que nadie andaba por la casa. Tras cubrirse la entrepierna con las manos, salió despedido en dirección al cuarto de baño.

Jimena movía negativamente la cabeza, incrédula ante aquella demostración de indiferencia. Ella estaba a tono y aquel mentecato prefería lavarse para no mancharla. Espero que no se me haya enamorado, reflexionó Jimi acariciándose la vulva de manera inconsciente.

Trazó largos y lentos caminos entre su clítoris y su perineo, extendiendo la creciente humedad por toda su zona íntima. La puerta se abrió y ante ella apareció un limpito Damián. Ahora o nunca, pensó Jimena. Mirando fijamente a los ojos del muchacho y con toda la sensualidad de la que fue capaz, comenzó a extenderse los fluídos en dirección a su esfínter. No había nada que excitara más a un tío que la puerta trasera. Subió los pies a la cama, apoyándose en estos para mostrar su vagina y su roseta anal, sin la más mínima traba.

Con la yema de su dedo índice presionaba ligeramente su orificio trasero poniendo su mejor cara de putón. Damián miraba sin reaccionar. Observaba todas y cada una de las manipulaciones de Jimi sin tener claro cómo reaccionar. Al pobre infeliz se le había caído el romanticismo a los pies. Aunque no podía negar que aquella delicada falange penetrando el culo de Jimena tenía mucho de excitante, había estado pensando más en dormir abrazaditos que en ver cómo ella misma se sodomizaba.

Los dedos de Jimi danzaban con maestría. Unos frotaban en círculos su diminuta perlita mientras el dedo índice de su otra mano exploraba sutilmente las interioridades de su recto. A la morena le era indiferente si Damián se decidía a intervenir o se quedaba como mero espectador. Desde sus lumbares, se acercaba sin prisa pero sin pausa un delicioso, lento e intenso orgasmo.

El joven, boquiabierto, no perdía detalle de la sesión masturbatoria de Jimena. A la danza del pulgar sobre su clítoris se unieron tres dedos perforando el interior de su vagina, los cuales se quedaron muy quietecitos mientras esta se adaptaba a sus nuevos inquilinos. El dedo de su culo se movía en lentos círculos masajeando todo el contorno del esfínter.

De repente, la espalda de la chica se arqueó tensando todos los músculos del cuerpo. A tan súbita reacción, le sucedieron una serie de pequeñas convulsiones que dejaron a la guapa morena derrengada y espatarrada sobre el borde de la cama.

Damián, con gran caballerosidad, ayudó a Jimi a colocarse en el sentido longitudinal de la cama. No hacía frío como para ser necesario cobertor alguno, por lo cual el confuso muchacho se limitó a tumbarse junto a la chica abrazándola por el talle. Jimena, por toda respuesta, puso los ojos en blanco como cada vez que algo la exasperaba. Definitivamente, aquella no había sido su noche, pensó la morena mientras le invadía el sueño.

Berta no estaba acostumbrada a ceder las riendas a ninguno de sus amantes. Por muy cariñoso y atento que se hubiera mostrado Nando, no iba hacer una excepción aquella noche. Deteniendo las caricias que recibía en el costado, indicó al serio chico que se tumbara.

Le apetecía demostrar sus excelencias como buena comensal, comiéndoselo todo, todo aunque su vagina pensaba por ella misma y no parecía dispuesta a aguardar tomando el aire. Como una gatita mimosa, fue repartiendo besos por todo el plano vientre de Fernando, ascendiendo peligrosamente hacia los pequeños pezones de este. Entre maullido y maullido, dejaba asomar la punta de su sonrosada lengua dando pequeños y cortos lametones a la piel que se encontraba en su mino.

Ascendió sin pausa, sujetando entre sus nacarados dientes la protuberante nuez de la garganta masculina. Los maullidos iban derivando cada vez más en guturales ronroneos que incrementaban la dureza del mástil de Fernando a cotas inimaginables.

Con la maestría que da la costumbre, Berta dejó caer sus caderas sobre el bajo vientre de Fernando, haciendo que el glande del joven quedase atrapado entre su propia tripa y la vulva femenina. Mientras mordisqueaba y lamía la afeitada mandíbula, sus caderas se movían adelante y atrás frotando sus labios menores y su garbancito con el cálido tallo del muchacho el cual resoplaba como una bestia herida de muerte.

Aquello como aperitivo no estaba mal, pensó la guapa enfermera, pero no había logrado nada salvo incrementar el hambre que tenía. Llevó su mano a la entrepierna de Nando colocando el glande de este en la entrada a su cálida intimidad. Apoyando las manos en el torso masculino, comenzó a ejercer una dulce tortura sobre la lanza que deseaba atravesarla.

Bajó apenas unos centímetros para volverse a elevar. Repitió la acción descendiendo algo más, pero no tardando nada en batirse en retirada. Cada vez que aquella cálida humedad se alejaba de su estaca, Fernando apretaba los dientes con todas sus fuerzas para no sucumbir a la violencia.

Al cuarto amago de penetración, los instintos de Fernando se desataron. Enérgicamente asió a Berta por las caderas y la ensartó de un seco y profundo lanzazo. El éxtasis se dibujó en la cara de ambos amantes en el momento que se sintieron llenos de pasión.

Las caderas de Berta, acompañadas por las manos de Fernando, iniciaron un suave trote. Si el sentirlo dentro ya había satisfecho parte del hambre que sentía su húmeda y glotona amiga, notar la fricción y el palpitar de aquella polla contra sus paredes le comenzaba a proporcionar un cosquilleo conocido en su bajo vientre.

Fernando admiraba el vaivén de las tetas de Berta sin atreverse a aferrarlas por no ocultar su visión. El juego de sombras que proporcionaba la lamparita  a espaldas de su amazona, pintaba claroscuros en las depresiones de las múltiples curvas de la joven, iluminando tenuemente las exuberantes redondeces del cuerpo femenino.

Por grande que fuese su espíritu artístico, mayor lo era su excitación. Los jadeos de Berta y el movimiento hipnótico de las firmes tetas, impulsaron a sus manos a lanzarse hacia aquellos oscuros pezones. Al primer contacto con ellos, la espalda de la chica se arqueó complacida por las nuevas atenciones. Un ligero pellizco y los jadeos femeninos se incrementaron simultáneamente al cambio de ritmo de las caderas a un trote más vivo.

Nando tenía miedo de hacerle daño y cagarla a pesar de que parecían gustarle aquellos tratamientos. Por fin se decidió a pellizcar con más fuerza al tiempo que estiraba de los durísimos pezones. Las manos de Berta buscaron las de su amante aferrándose a ellas como un náufrago a un salvavidas. Su espalda se arqueó más aún, elevando y ofreciendo sus gloriosas tetas. El galope de las caderas se detuvo de inmediato. Berta apretaba con todas sus fuerzas contra las caderas de Fernando, penetrándose todo lo que fuera posible.

Un segundo grito se unió al de la muchacha, al mismo tiempo que un mar de lava fundida anegaba sus entrañas. El ascenso al clímax fue fulgurante, elevándose sin que diera muestra alguna  de ir a decaer.

Los chorros de cálida leche se fueron espaciando hasta que cesaron por completo. Las caderas femeninas rotaban buscando todo el contacto que fuera posible. Una repentina laxitud invadió a los dos amantes, los cuales pasaron de la vitalidad más energética al sopor más delicioso en cuestión de segundos.

Berta se recostó sobre el plano pecho, sintiendo dentro de ella la menguante virilidad de Fernando. Se besaron con calma, con cansancio pero sin visos de despedida.

Nando acariciaba con lentas pasadas de su mano, toda la longitud de la suave espalda de su preciosa amiga. La profunda y calmada respiración de esta le indicaron que sus tratamientos habían surtido efecto.

Lolo pensaba que no podía existir mejor almohada en el mundo. Mientras Adriana recuperaba fuerzas tras el devastador clímax, este dormitaba con la cara aplastada contra una de las grandes tetas de la rubia.

Enseguida la boca del joven comenzó a actuar por cuenta propia. Como si de la de un bebé lactante se tratara, no tardó en aferrarse al pálido y tierno pezón. Este reaccionó al estímulo adquiriendo una dureza nada despreciable.

La lengua masculina dibujaba círculos sobre el cada vez más enhiesto pezón. Jugueteaba sintiendo entre sus labios cómo la pequeña protuberancia crecía hasta hincharse por completo, volviéndose a cada segundo más y más sensible.

Adri, dispuesta a verificar la historia sobre las pastillas que Lolo le había contado, dirigió una de sus manos a la entrepierna del muchacho. Aquello se tenía que solucionar, pensó la enorme muchacha aferrando la morcillona polla entre sus manos. Con una imperativa orden indicó a lolo que se desnudase por completo.

Aguardando sobre la cama a cuatro patas, Adri observaba la batalla entre Lolo y sus pantalones. Este, sin poder apartar la vista de las inmensas tetas colgantes, se volvía cada vez más torpe con los botones y cremalleras.

Cuando estuvo completamente desnudo, se tumbó en el sitio que le indicaba Adriana, en sentido opuesto al que ocupaba ella. Gateando como una pantera albina, la chica acopló sus piernas a ambos lados de la cabeza de Lolo. Sin el más mínimo preámbulo, los labios de Adri comenzaron a besar toda la longitud del mustio falo. El gordito no se hizo de rogar e inició su segunda degustación de conejo en aquella noche.

Lolo disfrutaba más intensamente de aquella segunda comida puesto que podía introducir con mayor facilidad toda la longitud de su lengua en la húmeda cavidad femenina. Además sus manos, laboriosamente masajeaban los prietos glúteos que se exhibían majestuosos ante sus ojos. Las atenciones recibidas por la inquieta lengua de Adri, que bordeaba con lentos lametones todo su glande, no llegaban a producir la reacción deseada pero eran terriblemente placenteras.

La femenina lengua lamía el frenillo, alternando con succiones del mediano glande sin lograr que la consistencia aumentara. Una idea cruzó la mente de Adriana. En alguna ocasión lo había probado con buenos resultados. Ensalivando bien su dedo corazón, lo dirigió al perineo del joven, en el cual estuvo realizando presiones y caricias con la habilidosa falange.

Lolo sintió un hormigueo extraño cuando el inquieto dedo de Adriana comenzó a acariciar con cortas presiones el anillo de su esfínter. No era nada desagradable y además parecía que a su pequeño amigo le gustaba. Intentando emular a su compañera, ascendió con su larga lengua hasta rozar con la misma el apretadito culo de esta. Un empujón de las femeninas caderas hacia su cara, indicaron a Lolo que aquellos tratamientos tenían la aceptación de su amante.

El ano del muchacho era asaeteado con lentos movimientos por la primera falange del dedo de Adriana, la cual sentía sobre su propio culo la calidez y humedad de la lengua de Lolo, que realizaba círculos y ligeras penetraciones sobre el femenino esfínter. Este, sin poderse aguantar más, comenzó a introducir uno de sus dedos en el apretado recto. Con la yema del mismo presionaba desde dentro tan apretadito músculo, arrancando gemidos de la glotona Adriana que no cesaba de ensalivar su polla mientras le penetraba el culo con un dedo.

--¿Quieres probar? –preguntó jadeante Adriana.

--¿por el culo? –Lolo no se terminaba de creer que fuera a tener tanta suerte.

--Despacito y con cuidadín –Adriana había descabalgado al joven agitando incitadora sus caderas.

Lolo ante aquella visión, no tardó en ponerse de rodillas tras de la rubia. La visión de aquel majestuoso culo completamente dispuesto para él, terminó por motivar a su amiguito el cual logró alcanzar su máxima longitud y dureza.

Adriana estaba segura de que aquello sería el empujón necesario para enderezar aquella polla. Con una experta maniobra, aferró la verga del muchacho conduciéndola a su puerta trasera. Tras varias caricias con el esponjoso glande sobre su prieto esfínter, agachó la cabeza del falo para, de un golpe de cadera, introducírsela por completo en su húmedo coño.

La sorpresa inicial de Lolo desapareció de inmediato al sentirse dentro de aquella gruta tan cálida y apretadita. En un par de arreones los movimientos de caderas se acompasaron iniciándose un ritmo demencial.

Durante más de cinco de los largos temas de Mike Oldfield, Lolo estuvo percutiendo con su dura polla en las entrañas de Adriana. Esta había alcanzado su segundo orgasmo poco después de la autopenetración. A aquellas alturas había perdido la cuenta de cuántas veces había ascendido la cresta y de cuántas veces su cuerpo había intentado bajarla sin conseguirlo. El clímax se prolongaba en una sucesión rápida de espasmos y convulsiones que tenía a la fuerte rubia completamente derrengada.

Con delicadeza, Adriana fue desacelerando hasta lograr que aquel trepidante ritmo se convirtiera en una suave cadencia. Las paredes de su chocho iban a arder de un momento a otro, no se iba a poder sentar en varios días. Con delicadeza extrajo el miembro de su dolorida vagina, apuntando de nuevo a su trasero. El húmedo glande no tardó en comenzar a vencer la resistencia del apretado anillo del esfínter. Lolo estaba en el cielo mirando fijamente cómo su amoratado capullo desaparecía engullido por aquel prieto culo.

Un súbito grito brotó de la garganta de Adriana, en el momento que la parte más ancha del glande atravesó su recto permitiendo que el resto de la cabeza entrase de golpe en su interior.

Tras la aclimatación inicial, Adriana comenzó a disfrutar de la maniobra en su trasero. Podía oír los sofocados jadeos de Lolo cada vez que la enculaba un poquito más. Sentía las manos de este aferrarla fuertemente de las caderas, mientras aquel fuego insoportable en sus entrañas se iba mitigando convirtiéndose en un calorcillo agradable.

Una de sus propias manos se dirigió a su perlita del placer, única parte de su intimidad que no estaba en carne viva.

El morbo de la postura, las suaves envestidas en su culo y las caricias en el clítoris, llevaron a Adriana al enésimo orgasmo de la noche. Aquella diabólica cosa seguía pidiendo guerra y llevaba más de tres cuartos de hora siendo taladrada por el coño y ahora por el culo.

Intentó presionar con los músculos de su recto, agitando las caderas en círculos, pero nada hacía que se rindiera y asomara la bandera blanca en forma de cálida lechada en su culo.

Tras el segundo orgasmo anal, ella misma se extrajo la palpitante polla de su culo. Iba a terminar para el arrastre si no cesaba aquella locura de inmediato. Aseando delicadamente el miembro masculino con toallitas húmedas, Tomó una determinación: o se corría en los próximos diez minutos o ella se iba a dormir y que se la machacara si quería.

Pidió al joven que le ensalivara por completo los pechos y el canalillo. Este se aplicó solícito a la tarea aunque de tanto jadear no era mucha la saliva que conservaba.

Sentando a Lolo bien espatarrado en el borde de la cama, se arrodilló delante de aquel demonio de polla.

A pesar de tener un tamaño nada despreciable, la polla de Lolo se perdía entre aquellas majestuosas tetas. Tan solo su amoratada cabeza se dejaba ver cuando los grandes pechos descendían ligeramente. Entre la cubana, los duros pezones acariciando sus ingles y la cara de vicio que ponía Adriana cuando estiraba su lengua para lamer el glande, Lolo sintió un volcán entrar en erupción detrás de sus pelotas.

Por fin, pensó la muchacha, cuando vio aparecer el primer lechazo y lo sintió caer entre sus pechos. A este primero le siguieron varios que fueron a caer consecutivamente debajo del primero. Adriana se sentía radiante viendo cómo la cálida lefa manchaba todo su canalillo. Lo había terminado por lograr. Aunque en varios momentos hubiera estado a punto de abandonar, había logrado que se corriera.

Lolo, con cara de pánfilo, miraba a la muchacha con adoración. Esta, alargando un poco más aquella deliciosa victoria, comenzó a embadurnarse las tetas con el cálido semen recién derramado. Con cara lasciva, alzó una de sus tetas, lamiendo con deleite toda la leche que cubría su pálido pezón. Henchida por la reacción del rostro de Lolo, recogió todo el semen que pudo con una de sus manos y comenzó a lamer con vicio cada uno de sus largos dedos al tiempo que se magreaba los pechos con la mano libre sintiendo cómo el calor de la sustancia pegajosa cubría todo su pecho.

--No… no… no puede ser… --Adriana miraba aterrada cómo la flaccidez de la verga desaparecía rápidamente para dar paso a una palpitante y venosa polla ansiosa de guerra—. Vamo… vamos… a la ducha a que te refresques.

Los dos jóvenes salieron cogiditos de la mano en dirección al baño. Adriana comenzaba a sentir los primeros dolores a consecuencia del enfriamiento de su cuerpo. Mañana no se podría mover, pensó la enorme rubia.

Los cálidos rayos de sol directamente sobre su rostro eran agradables aunque, pasados unos minutos, comenzaron a ser molestos. Aquel no era su dormitorio, pensó entre las brumas del sueño una espesa muchacha. Recuerdos vagos sobre la noche anterior,  comenzaron a llegar a su cabeza.

Con torpeza logró levantarse y salir al pasillo. Cuando se fijó en la puerta de enfrente vio que esta se encontraba entreabierta. Asomando la cabeza observó atónita los cuerpos de Adriana y el chico gordito completamente desnudos. Ella de bruces sobre la cama y él a su lado mostrando su pene completamente erecto. Se tambaleó por el shock en dirección al baño. Una nueva puerta entreabierta, antes de la del baño, le mostró el cuerpo espatarrado de una apacible Jimena que dormía de espaldas con un pecho apresado por el rostro de Damián.

Asustada, corrió hacia su bolso para volver a su piso inmediatamente. El panorama que le esperaba en el comedor era dantesco. Aquello parecía Sodoma y Gomorra. Un chico, el calvete, dormía boca arriba con la rubita sobre su pecho y con Pumuki apoyada sobre sus piernas, utilizando de almohada los testículos de este.

Con ansiedad creciente rebuscó en su bolso hasta dar con el teléfono. Precipitadamente abrió la guía llamando al primero de los contactos.

--MamaaaAAA.

Dedicatoria: Pues especialmente dedicado a los seguidores de Celia, sobre todo Fantasy, aquí tenéis un grupo de locas para que escojáis la que más os guste, sin rencores.

Para que los fusibles de la casa de mi amiga alicantina se fundan de una vez, no olvides que lo deben leer tus amigas, que en realidad se lo dedico a ellas.