Los Tacones Negro

El Bruno italiano que no daba una con el castellano, pero que se hacía entender de todas, todas con ese aspecto seguro y chulesco, propios de quienes fingen regresar cuando los demás ni hemos empezado. Ella no respondió. Ella se sacó la polla, se alejó con cuatro sutiles pasos para colocarse al bo

Caminé tras ella.

Lo hice con mucho disimulo.

Llevaba demasiado tiempo planeando aquel momento y no iba a ser yo quien la pifiara cuando apenas quedaban dos pasos.

Ella avanzaba con confianza, sin miedos, sin conciencia….sin arrepentimientos.

Sus tacones, esas agujas negras de ciento ochenta euros, perturbadoramente estilizados, resonaban en la acera nocturna, entre las paredes del callejón, en la avenida de semáforos rojos sin autos, paseo abajo, sobre el ajardinado sin verde y la fuente sin agua, justo en la plazoleta donde moría la parte cutre de la ciudad, y nacía la que salía en todos los retratos.

Y cuando un transeúnte, uno de esos búhos que pasean al perro o a su insomnio se giraba para lamentar la lívido que no saciaría, entonces ella taconeaba con más garra.

Como si el ecléctico vaivén de sus caderas al taconear marcara claramente, su dominio sobre ellos.

Yo, el primero.

Patético aprendiz de Carvallo, con una gabardina que nunca usaba, un sobrero que compré a última hora y un andar sigiloso y vigilante, en pos de sus pasos.

Finalmente se detuvo frente al cuarenta y ocho y pulsó sin mirar un botón del telefonillo.

La atención no la puso pues sus dedos y hábitos ya estaban domados.

Sin interrogantes, sonó directamente la descarga y la puerta cedió sin forzamientos.

Sus tacones entonces, martillearon el embaldosado de mármol dentro aquel bloque de a seis mil euros el metro cuadrado.

Y este torpe del disimulo, se quedó afuera, sin saber como componerlas, sabiendo que a esas horas, no había correo ni propagandas, menos en un barrio donde el primero lo recibía un portero uniformado y el segundo era cosas nunca vista.

Regresé rabioso, entré en mi apartamento, tomé un Valium.

Pensé que no dormiría, pensé que no habría forma.

Y sin embargo, apenas toqué la cama, me hundí en un sueño obsceno pero muy profundo.

Cuando desperté, seguía solo.

Pero ella había estado.

Su olor la delataba.

Su silueta sin difuminar en un apartamento de treinta y cinco metros cuadrados.

Sus zapatos de aguja negro, frente al armario, mal abandonados.

Se había ido.

Pero podía escucharla.

-         ¡Sigue cabrón! ¡Sigue!.

Y me incorporé de un salto.

Temeroso y descalzo, salí al pasillo con mucho recato, escuchando el inconfundible sonido de la carne al golpear con carne.

-         ¡Aaaaaaaaaa Diossssssssssssss!.

Llegué al salón, respiré hondo, abrí la puerta con las manos y las piernas temblando y mi lengua humedeciendo los labios.

Y no había nadie.

No estaba ella recibiendo gustosamente sobre el sofá los envites de otra polla….ni sobre la mesa, ni de pie en la rinconera, ni en el suelo.

-         Ummmmmmmmmmmmmmm….siiiii – susurró.

Nadie salvo el televisor encendido y su mirada fija.

Fija mientras se agarraba a una mesita, fija mientras desde atrás, aquel moroso musculoso y meticulosamente depilado, se la estaba follando.

Ella de pie, el aferrado a sus caderas, ella contemplando la digital oculta en su bolso, el, ignorante, atareado en no rendirse entre aquel coño húmedo e irresistible que ella en pompa le ofrecía.

Porque el maromo, moreno, un machorro con tatuaje céltico en el pecho seguía a lo suyo.

Y lo suyo era martillearla desde atrás, llenarla por retaguardia con un ritmo que nunca había visto, con unas embestidas furiosas que enloquecían su pelo, con sus pechos mareados, sus ojos abiertos, incapaces de retener el colosal orgasmo.

-         ¡Ti piacce, ti piacce!.

Era el.

El Bruno italiano que no daba una con el castellano, pero que se hacía entender de todas, todas con ese aspecto seguro y chulesco, propios de quienes fingen regresar cuando los demás ni hemos empezado.

Ella no respondió.

Ella se sacó la polla, se alejó con cuatro sutiles pasos para colocarse al borde de la cama, con las piernas abiertas, ofreciéndose toda.

Casi era capaz de oler el aroma de su coño al otro lado de la pantalla de plasma.

Y el Bruno al quedar solo, liberó del condón aquel impresionante monumento.

Una verga correosa por los jugos, firme, palpitante, inabarcable para su mano.

Veintitantos centímetros de aquel ser engominadamente sobrehumano, odiosamente perfecto.

-         ¿A pelo? – la escuché como si dudara – A pelo – se contestó a si misma dejándose caer sobre la cama y alzando las piernas apuntadas hacia el techo.

Se acercó, apuntó y entonces ella, en el momento justo, giró el cuello para mirar, para mirarme, abrió la boca y ofreció su gesto, el inconfundible que siempre salé cuando alguien se siente repleta.

Hasta que le llegó más al fondo que nunca. Un pequeño rictus de dolor, que rápidamente desaparecido a la segunda embestida, a la vigésima, a la centésima…por otro, desconocido, temible, subyugante.

-         ¡Uffff, uffff, uffff! – resoplaba.

El ritmo era insostenible, inhumano, inalcanzable…..

-         !Me corro, me corro Bruno, me corro!.

-         ¡Si!....

El italiano aceleró, ella se aferró a todo lo que tenía a mano….a sus omoplatos, apretando con sangre sus glúteos, a la sábana, a la esquina del lecho, a su cuello….el enarcó la espalda, lanzó un grito animal, apretó su sexo dentro del de ella y al tiempo, juntos, se destrozaron en un éxtasis inmoral que desplazó la cama, despertó al vecindario pijo y puso los pelos y pies de punta.

Gimieron, jadearon, se agotaron…el calló sobre ella, ella cerró los ojos, destensaron su abrazo….ella lo desplazó, se levantó, fue al baño.

Y cuando volvió, Bruno ya dormitaba.

Vencida la fiera.

-         Bruno mañana nos vemos en la oficina.

-         Ummmm – fue lo máximo.

Ella se vistió, recogió todo lo suyo y salió sin dar más cariño que un “Hasta la próxima…si quiero”, antes de apagar la cámara.

El ya dormía.

El televisor se hizo negro.

Y yo, con los calzoncillos mojados, descubrí entonces la nota que pegó junto al aparato.

“¿No era esto lo que querías?”.