Los sustitutos

Javier era incapaza de satisfacer a su mujer.

Apenas llevaban 5 años casados cuando tuvo el accidente. Un conductor ebrio se saltó un semáforo y embistió su coche. Tras varios meses hospitalizado, la mayoría de secuelas desaparecieron. Pero quedó una para marcarle el resto de su vida. Javier había perdido su capacidad de erección.

Ana, su mujer, le amaba profundamente y no escatimó en cuidados y cariños para demostrar a su marido que aquello no iba a afectar a su amor. Pero Javier se sentía hundido, destrozado. Los hombres valoramos en exceso nuestra hombría, es algo que traspasa lo físico y entra dentro de nuestro equilibrio mental. Y aquello afectó, y mucho, al de Javier.

Ana se había resignado a vivir con un marido que, aunque no pudiera satisfacerla sexualmente de un modo pleno, si lo hacía sentimentalmente. Pero para Javier aquello no era suficiente y poco a poco se iba hundiendo. Intentaba cumplir con su mujer a base de sexo oral, pero siempre le quedaba la duda de si ella fingía o de verdad le bastaba con sus lamidas de clítoris. Y tras la depresión, las dudas se hicieron hueco en su cabeza, apartando a codazos la lógica.

  • Ana... si quieres engañarme con un hombre que te haga mujer, lo entenderé.

  • ¡Qué cosas tienes!. Tú sabes que te quiero, jamás lo haría. Para mi el sexo no es tan importante. Tú me haces felíz queriéndome. No te preocupes.

Esta conversación se sucedía a las relaciones sexuales cada vez que las mantenían. Aunque era sincero, Javier no hubiera soportado la infidelidad de su mujer. Transcurrieron meses y años y el tormento de Javier seguía creciendo en su interior. Las relaciones del matrimonio cada vez se espaciaban más y Javier sentía mayores celos y sospechas. La duda de que ella le estuviera engañando le reondaba continuamente la cabeza, llegando a ser obsesión.

  • Ella me engaña, estoy seguro. Yo no puedo cumplir en la cama y ella es joven y bonita. Seguro que tiene algun chaval que se la folla.- Comentaba Javier a quien quisiera escucharle.

Ciertamente, las dudas de Javier no eran fundadas. Ana le era fiel, tremendamente fiel y, aunque mentía al decirle que no le importaba su disfunción, por su mente no paseaba el deseo de serle infiel. Simplemente, le amaba con todo el alma y no podía traicionarle. Pero su juventud también pedía a gritos disfrutar de la vida. Y cada vez lo hacía más insistentemente. Por eso no se sorprendió cuando aquella mañana de compras se detuvo, nerviosa y excitada, ante la puerta de aquella tienda de artículos eróticos. Una idea la rondaba la cabeza y, colorada como un tomate, abrió la puerta del local lanzando miradas avergonzadas a su alrededor. Casi sin pensarlo decidió tomar dos artículos de los expuestos. Un consolador de latex, de buen tamaño y otro más pequeño, anunciado como "Iniciador Anal". Sin perder por un instante la sensación de ser observada, pagó y tomó el autobús de vuelta a casa.

Javier estaba de viaje de negocios y no volvería hasta el día siguiente, por lo que esa noche dormiría sola. Metida en la cama, viendo la aburrida televisión, recordó el paquete que reposaba en la mesilla. Pensaba guardarlo para darle una sorpresa a Javier pero... estaba segura que no le importaría si le confesaba que lo había utilizado sin él. Desenvolvió ambos paquetes y los lavó higiénicamente pese a ser nuevos. Tomó un bote de crema y se volvió a la cama.

Se desnudó completamente y se tumbó, con las piernas separadas. Cerró sus ojos y comenzó a pasar su mano por la raja de su vagina, acariciándola levemente, tal y como hacía su marido con su lengua. Pronto sus dedos se concentraron en su clítoris, haciendo círculos sobre él con su dedo corazón. Cogió entonces el consolador más grande y, sin dejar de masajearse su clítoris, comenzó a pasar su punta por sus labios, entreabriéndolos, separándolos pero sin llegar a penetrar. Pronto hizo algo de presión con el consolador sobre el agujero de su vagina y este, ayudado por los flujos que de ella brotaban, entró lentamente. Los gemidos comenzaron a brotar de su boca "Así, Javier, así, metémela", imaginando que su marido estaba encima de ella, preparándose para penetrarla. Sacó el consolador de su vagina y volvió a meterlo, esta vez un poco más profundamente. Repitió este movimiento, introduciendo el consolador cada ves más profundamente, hasta que entraba casi hasta la base en su ardiente vagina. La mano libre dejó de frotar su clítoris para ir hasta su pecho, que comenzóa a estrujarse, pellizcando su pezón. Se lamía los labios y entreabría su boca, en busca de la de su marido que yacía, imaginariamente, sobre ella. Abrió más sus piernas y aceleró el ritmo de la masturbación.

Notaba próximo el orgasmo y se detuvo. Aún quedaba otro juguete por estrenar. Cambió de postura y se puso de espaldas, con la cabeza apoyada en la almohada, sobre sus rodillas, con lo que su culo quedaba en alto, como dispuesta a ser follada como una perra. En su vagina estaba metido el consolador, pues no lo había extraido al cambiar de postura. Cogió el pequeño consolador anal y untó su punta de crema, el sobrante lo esparció por el agujero de su ano. Con una mano agarró el consolador vaginal y con la otra comenzó a presionar sobre su orificio anal. Nuevamente la excitación la envolvió y lo hizo con mayor furia cuando pro fin deslizó la primera parte del consolodar anal tras su esfínter.

  • Asiii, siii, vamos, fóllame el culo y el coño, cabrón.- Gritaba excitada a un imaginario Javier. Aceleró el ritmo en su ano y vagina. Cuando el consolador vaginal salía, se penetraba el ano con el otro, y cuando su ano quedaba libre, se hundía fuertemente el rabo de látex en su húmedo coñito. Pronto notó como el placer surgía de su vientre en una explosión que sacudía su cuerpo.

  • ¡¡¡Siiiiii , hazme correrme, vamoooos siiiiiiiiiiiiiii, me corrooooooooo!!!!!.- Gritó mientras su vientre se sacudía en espasmos.

Javier, desde el salón, escuchó estos gritos y gemidos paralizado. Había adelantado el regreso de su viaje para sorprender a su mujer, en parte por el deseo de estar con ella y en parte por calmar los celos que sentía. Escuchó las voces de su mujer alcanzando el orgasmo mientras era penetrada, algo que él jamás lograría provocarla. Volvió sobre sus pasos y abandonó la casa sin hacer el menor ruido ni dejar el menor rastro.

Mientras una satisfecha Ana lavaba los consoladores y pensaba en los buenos ratos que iban a pasar su marido y ella con aquellos nuevos juguetes, el cuerpo de Javier se precipitaba a la vía al paso del tren.