Los sueños. Segunda parte

Dreams come true

LOS SUEÑOS

Segunda parte.

El sueño se fue desvaneciendo. Tanto así, que el relato que hice con tanto detalle es un producto más de mis deseos que del recuerdo del sueño. He despertado no hace mucho y todo empieza a cambiar velozmente. Tengo que cumplir con mi vida real, cosa que incluye a ver a mis primos y portarme bien. Porque ser con ellos en la realidad como lo fui en mis sueños era un sentimiento sumamente embarazoso, insoportable con solo imaginarlo cuando los tenía al frente de mí. Apenas se alejaban, sin embargo, la vergüenza desaparecía y ellos, especialmente Pedro, se convertían en machos muy atractivos y deseables para mí.

No podía entender esa conducta tan rara. Cómo en tan pocos segundos podía yo cambiar tan radicalmente? Sobre todo, no era capaz de alterar ninguna de esas conductas. Me excitaba tanto recordarlos, pero me asustaba cuando los veía.

Un buen día cayeron los cuatro por mi casa. Mi mamá les pidió que se quedaran a cenar. Era temprano, así que había suficiente tiempo para estar con ellos. No podía saber qué pasaría, ya que nunca había estado expuesta ante ellos mucho rato.

Como era ya costumbre, en mi casa yo siempre llevaba puesto un calzón debajo. Y el solo saber lo que tenía puesto me hacía sentir muy incómoda.

Nos pusimos a jugar a las cartas. Y antes de sentarnos a la mesa, noté que Pedro tenía el miembro erecto. Lo cogió con la mano y me miró fijamente.

—Pepe, te has puesto rojo. De qué te avergüenzas?

—Es que recordé que una vez mi mamá me vio así como estás tú.

—¿La tenías al palo?

—No tanto como tú, pero algo así.

—Nadie la tiene tan grande como la mía.

—Ya veo. Jajajaja!

—Quiero ver la tuya.

—No, por favor.

Nos pusimos a jugar a las cartas. Y todo estuvo bien hasta que a Lucio se le ocurrió que jugáramos a que se saque una prenda de ropa el que pierda.

Palidecí.

Correría el riesgo de que ellos vean el calzón que llevaba puesto. No sabría qué hacer en esa situación. No se me ocurría nada para pasar el momento. Nada justificaría la presencia de ese calzón allí. Entonces me levanté para ir a cambiarme. Pedro me detuvo.

—Voy a ponerme calzoncillos. No tengo nada debajo del pantalón. Y eso no es justo. Estaría en desventaja.

—No. Las reglas son así. Se juega con lo que se tiene.

Llamé a mi mamá para pedirle ayuda, pero ella estuvo de acuerdo con Pedro.

Resignada, sólo me quedaba mi buena suerte. ¡Y vaya que la tuve! Uno a uno, los cuatro se fueron quedando sin ropa. Yo ganaba todas las partidas.

Primero fue Pedro. Quedó desnudo con su miembro erecto, que era tal cual lo vi en mi sueño. Esa visión fue también lo que hizo flaquear a las ruinas de mi ya muy debilitada masculinidad.

Muchas de mis fantasías ocurrían conmigo como protagonista, siempre como mujer. Tenía muchos videos de transexuales, y cuando me deleitaba mirándolos, mi atención estaba sobre ella y no sobre él. Me imaginaba en su lugar, pero ignoraba al chico que hacía de activo. Era como siempre fuese el mismo en todos los videos. Con la chica no sucedía lo mismo. Yo asumía la personalidad de cada una de las que veía. A veces era rubia, otras morena. Podía llegar a ser una asiática. Me gustaba la personalidad y el lenguaje corporal de Kimber James, pero odiaba su enorme miembro. Me costaba trabajo ponerme en su sitio con mi manicito. Otra que me encanta es Lucimara Santos, tan femenina ella (tan femenina yo) con un pene diminuto (el mío es mucho más chico aún) y siempre muy femenina.

Entonces entendí por qué actuaba así con mis primos. Mi feminidad era de alguna extraña manera solo la condición de mujer, sin ningún hombre específico. Eso empezó a derrumbarse con el sueño donde Pedro me daba un orgasmo anal y vaginal al mismo tiempo (voy a referirme a mi maní como mi “vagina”, porque así siento que debe ser). Mis primos fueron los primeros hombres a quienes vi como tales. Admiré los músculos de Pedro, que, por cierto, en la realidad superaban ampliamente a los del sueño.

De pronto algo empezó a cambiar. Ya no me sentía incómoda con ellos allí. Mi madre ya estaba durmiendo y mi padrastro andaba de parranda seguramente siéndole infiel.

Y así, sola con mis primos, por primera vez comencé a sentir placer con su presencia. Sus cuerpos verdaderos, sudorosos y dorados eran la antítesis de mi delicadeza femenina. Me sentí más señorita que nunca. Pero aun me quedaba algo de pudor. Ya no tenía miedo de lo que ellos pensaran, pero me faltaba un poco de valor para dar un paso que sería definitivo. ¿Qué diría mi mamá? Porque se enteraría de todos modos. ¿Cómo me trataría mi padrastro, que era un machista homofóbico?

En medio de esas cavilaciones, Pedro sacó un porro. Me invitó a darle un jalón profundo. Tosí. Me gustó el olor. Me gustó todo. Pero pasados unos cuantos segundos, sucedió la magia. Se fue el pudor y en su lugar apareció en mí una imagen de mí misma que ni yo sospeché que podría existir.

No sólo era una mujer, era mucho más que una mujer, más mujer que ninguna. Más sumisa, más señorita, más frágil, más enamorada de los hombres. Y también más puta, más dispuesta a complacerlos.

—Ahorita vengo. Voy a mi cuarto a traer algo.

—No te demores.

Tenía la firme decisión de volver a la sala vestida de mujer, arreglada como mujer. Las ganas de que me vieran así eran demasiado intensas. Caminaba pensando qué ropa ponerme, pues esa era mi única duda. De todo lo demás, de mi actitud femenina, de mi forma de caminar, de mirar, de mis locos deseos, de mi abrupta y sorpresiva salida del clóset, y en general de todo lo vivido en mis sueños llevado al plano de la realidad, de todo eso estaba más que convencida, sin miedos, sin vergüenzas.

Al entrar a mi cuarto, vi a una persona, alguien a quien no esperaba ver en ese momento. Sentada sobre mi cama, y mostrándome una sonrisa cómplice, estaba mi madre.

Se levantó y me abrazó.

—Siempre lo supe, hijita. Te escuché hablar mientras dormías. Por eso hice un plan con tus primos. Yo misma les di el porro, pues sé que fumar marihuana te daría ese impulso que necesitabas para entender tu feminidad y decidirte a vivirla. He leído tu diario, donde contabas tus sueños. Tus relatos son muy excitantes. Yo misma me he masturbado leyendo tus cosas. Déjame decirte que el sexo anal es lo que más me gusta. Al igual que tú, yo tengo orgasmos por la puerta de atrás. Tu padrastro es una bestia y la tiene muy grande. Me encanta. Es vulgar, machista y hasta cierto punto maltratador. Pero es buenísimo haciéndome el amor.

—Mamá… te quiero. Gracias.

—Yo también, Roxanita. Ahora vístete, ponte linda. Yo te voy a ayudar.

Mi madre se esmeró arreglándome. Quedé preciosa, linda y sobre todo sexy. Tenía a Pedro en mi pensamiento, pero sabía que Lucio, Ramón y Santiago seguramente querrían disputarle el privilegio de ser el elegido por mí, porque cuando lo miré y él me miró hubo una tormenta sexual en el ambiente. Me salían chispas de mi cosita. Y de su pene brotaba el juguito pre seminal preparándolo para penetrarme. Tenía yo la mirada hacia abajo, extasiada, tan fijamente que Pedro se me acercó, me abrazó y su pene dejó sus líquidos sobre mi vestido. Era el anuncio de una inminente y loca sesión de sexo salvaje.

—Mis hermanos y yo hemos preparado una sesión de iniciación para ti. Queremos que sea inolvidable. Serás el centro de nuestras atenciones, de nuestras caricias. Fúmate otro porro para que esta noche sea aun mejor. Y prepárate. Empezará Santiago, que como la tiene más chica te irá preparando para ir aumentando el calibre y la longitud. Los demás estaremos haciendo cositas en tu cuerpo, como lamer tu maní, golpear tus nalgas o introduciendo en tu boca nuestros falos.

—Estoy lista —les dije coquetamente a los cuatro.

Santiago me levantó el vestido y me puso en cuatro sobre el sofá. Me introdujo sólo el glande y comenzó a jugar. Pedro me la metía hasta más allá de mi garganta y dejaba mi boca pegajosa. Lucio me lamía el maní y lo hizo crecer el doble. Nunca lo había visto así, durito y mojadito. Ramón me golpeó las nalgas al ritmo de la penetración de Santiago. Estaba siendo mucho mejor que todos mis sueños juntos. Y así rotaban. Y podía distinguir claramente quién me estaba penetrando, como si en mi culito (¡mi tubo, maldita sea! ¡Mi tubo poseído, invadido, lleno de la masculinidad que nunca tuve y que a mis primos les sobraba!), como si en mi culito —decía— tuviese yo la habilidad de una experta catadora de miembros viriles. Cuando entraba la de Pedro, sabía que era él. Es muy fácil, pues se nota claramente cuando mi tubo se dilata para que su portentosa mole de carne dura, húmeda y cabezona pueda entrar dentro de mí. Santiago, en cambio, es conmovedor. Hace todo el esfuerzo pero no logra invadirme como lo hace Pedro. Para ayudarle, le voy diciendo cosas y él me responde y nuestro diálogo tiene la belleza erótica de la que lo explícito carece.

—Papi. Me gusta tu miembro. Empieza despacio, por favor, que me duele.

—¿Así está bien, mami? Sólo te he metido la cabecita.

—Juega moviéndola, girándola, metiéndola un poquito y sacándola otro poco.

—Eres una puta, una puta exquisita. Me pones loco.

—¡Ahora empújala fuerte, hasta el fondo! ¡Sácala toda y vuélvela a meter toda, con fuerza!

Ese tipo de penetración era especial para Santiago, porque así  sentía mejor su pequeño tamaño. No sé qué pasaría si Pedro hiciese lo mismo.

Lucio no poseía una pija tan grande como la de Pedro, pero su cabeza era muy especial. Mucho más grande que la de Pedro, era capaz de entrar con violencia, abriéndome aun más que cuando lo hacía Pedro. Por suerte, era un eyaculador precoz.

—Me la colocas despacio, ¿ya? Me puedes hacer daño, papi.

—Ya… ¡tómala! ¿Te gusta así?

—Me duele.

—¿Entonces no te gusta?

—¡Me duele, pero me gusta! ¡Métela toda ya!

—¡Toma, puta!

—Ay, ay, ay, aaaayyyy!!!!

Y esos gritos de dolor (fingidos, por cierto) bastaban para que Lucio suelte todo su semen adentro de mi tubo. Al salir de mí, su cabeza me producía otro placer más, porque era como una penetración en reversa. Entonces mis gritos de placer y de dolor eran auténticos. Me dolía y me gustaba.

Ramón era medio loco. Me ponía de rodillas y me la metía y sacaba en la boca cogiéndome por el cabello. Y cuando yo esperaba recibir su chorro de semen. Él la sacaba y dirigía su semen hacia mi cosita.

Entonces sólo me faltaba la segunda penetración de Pedro. Y yo me preparaba para el orgasmo que me daría mi primo preferido, mi macho, mi hombre salvaje que me hizo mujer.

Me gustaba la pose del perrito con él. Me gustaba que mi cuerpo se agite ante sus embestidas.

Pero esta vez tuve dudas para identificar el miembro de Pedro. Quise voltear para ver si se trataba realmente de él, pero no me lo permitió.

—Tienes que identificar el pene que te está penetrando, sin ver de quién se trata.

—Lo siento más grande. Me estás haciendo daño. Es realmente grueso.

—Eso te quería decir. A mí después de una buena empujada como la que te di hace un rato mi pinga crece en todas las direcciones.

—No sé si me pueda acostumbrar. Prefiero la otra, la de la hace un rato.

Y ni bien terminé de decir eso, ya tenía esa verga superlativa y gigantesca completamente dentro de mí. Mi tubo se estremeció. Enloquecí, primero de dolor y luego de placer.

—¡Ayyyyyyyyyyy!

Los vecinos se despertaron con mi grito. Por primera vez sentí que mi culito-tubo estaba conectado con mi cosita. Con cada empujón, mi pinguita de maní soltaba una eyaculación, y así siguió varias veces. Hasta que me levantó y me llenó la boca de abundante semen, una y otra vez, sin parar. Creo que fueron diez los cartuchos que me llenaron la boca.

—Papacito. La felicidad no me cabe en el cuerpo, así como tu leche tampoco cabe en mi boca. Sigo excitada. Te adoro. Voy a ser tu esclava toda tu vida.

Entonces abrí los ojos. El semen que tenía sobre mis ojitos no me dejaba ver bien. Distinguí una figura que no me era familiar.

Me limpié rápidamente y entonces vi que no se trataba de Pedro ni de ninguno de mis otros primos. ¡Era mi padrastro!

Había sido toda una conspiración para convertirme en mujer.

Pero aun me faltaba saber si mi madre me había ofrecido a su novio. Eso no parecía tener sentido.