Los sueños
Roxana sueña y vive los sueños como si fueran reales.
Yo sé que estoy jugando. Es un juego inocente. Se trata de vestirme de mujer. Felizmente mi hermana tiene un clóset abundante y delicioso. Voy a probarme su ropa por primera vez.
También sé que aquella inocencia puede ser sumamente peligrosa. Es decir, siento que es un acto inocente mientras lo disfruto, pero ignoro adónde me llevará. Hasta ahora he podido escapar del sueño. Regreso a mi vida normal y la experiencia vivida es sólo eso, una experiencia linda, auténtica y, a su modo, verdadera, pero temporal. Cuando vuelvo, no me provoca pensar en el sueño. Una cierta vergüenza y un temor de que me descubran se apodera de mí. Entonces mi vida sigue como siempre… hasta que un nuevo sueño sucede. En él me ocurren cosas increíbles.
Cuando llegó el primero de esos sueños, yo tenía siete años. Esa noche me vi de pronto convertida en mujer, en medio de mis cuatro primos. No me llamaban por mi nombre real. Me decían Roxana. Yo tapaba mi rostro, muerta de vergüenza. Mientras que ellos me rodeaban y me levantaban el vestido y me bajaban el calzón para ver mi partes íntimas. Me aterraba que descubrieran que no era una chica. Y cuando más asustada estaba, ya con el calzón abajo, ninguno pareció que hubiese visto algo distinto de lo que esperaban ver. Entonces miré hacia abajo y yo sí me sorprendí, pues en lugar de mis bolitas y mi maní, una bella y equilibrada vagina, con labios pronunciados y perfectamente simétricos aparecía ante mí y ante mis primos. Yo me levanté el calzón y salí corriendo. Los cuatro me perseguían, y cuando uno de ellos me alcanzó y me tomó por el cabello, yo desperté. Una sonrisa de oreja a oreja adornaba mi rostro. Acababa de tener mi primera experiencia femenina, fue un despertar maravilloso.
Ahora, cuando ya he tenido cientos de ese tipo de sueños, aquel primer sueño me recuerda mi estado más inocente. Mi feminidad a estas alturas, ya con mis quince años, ha recorrido bastante. Y aunque todo esto se desarrolla en el mundo de la fantasía, es muy intenso y verdadero cuando ocurre.
Anoche justamente disfruté muchísimo de un sueño mucho más atrevido e intenso.
Me encontraba mirándome al espejo, comprobando que el vestido que tenía puesto me quedaba perfecto. Mi figura era deliciosamente femenina, con caderas anchas y nalgas que atraían las miradas lujuriosas de los hombres. Tenía los labios pintados, el rostro impecablemente maquillado. Mi mirada era de mujer, mi corazón de mujer, mi alma de mujer. A diferencia de lo que pasó en mi primer sueño, mi sexo era el real. Ahora sé que el tamaño diminuto de mis bolitas y mi pene que no era nada distinto de un maní me estaban enviando un mensaje. Percibí claramente una excitación que nunca antes había sentido. Sabía que me dirigía a un abismo peligroso, pero no podía hacer nada para evitarlo. Se trataba de mi naturaleza de mujer, de una mujer especial. Había dejado de ser la niña con vagina. Y la belleza de aquella inocente vulva competía en igualdad de condiciones con mi cosita real. En verdad, la prefería a la vagina. Estaba muy cerca de descubrir el papel de mi trasero en mi sexualidad onírica…
De pronto aparecieron mis primos. Los cuatro. Entonces me sentí mal porque ellos esperarían ver la vagina de mi primer sueño. No fue así. Pedro, el más grande y fuerte de los cuatro, me agarró por atrás y me tomó de la cintura. Me pasaba la lengua por la nuca mostrándome una nueva dimensión de placer. Su pene, enorme, duro y contundente, se paseaba por entre mis nalgas metiéndome el encaje de mi calzón.
—Tengo algo que confesarte —le dije.
—¿Que ya no tienes vagina? Eso lo supimos siempre, Roxanita.
—Nunca la tuve, ¿verdad?
—No. El primer sueño estuvo muy lejos de la realidad. Pero cumplió su papel: te mostró tu lado más hermoso.
—¿Sabes entonces que soy tu primo? ¡Ay, qué vergüenza!
—Mi prima, Roxana. No tengas vergüenza. Nosotros te queremos así, nosotros siempre supimos de tus inclinaciones femeninas. En tu mirada yo noté que siempre te gustaba.
—¡Ay, primo! Acabo de descubrir cuánto deseo eso que está acariciando mi sexo posterior. La distancia entre el tuyo y el mío representa cuán poderoso y masculino eres y cuán delicada y femenina soy yo. No sólo es enorme y duro, sino que también es bello, parece una estatua digna de estar en un museo.
Obviamente, ya lo tenía entre mis manos, de rodillas, besándolo con fruición, lamiéndolo y metiendo en mi boca esos jugos pegajosos y calientes.
—Deténte un rato, primita. Queremos proponerte un juego. No quiero acapararte. Mis hermanos también tienen derecho a disfrutar de ti.
—¡Estoy dispuesta a satisfacer todos sus deseos, los de los cuatro! ¡Los adoro a todos!
—Bien, se trata de que te estrenemos tu culito con un agregado para hacerlo más divertido y placentero.
—Ay, ya estoy intrigada. ¿De qué se trata?
—Tú eliges quién será el primero en penetrarte. Es un concurso. Gana el que al penetrarte por el culo lo haga tan bien que te provoque un orgasmo y una eyaculación por tu cosita de adelante, sin que la toques, sólo con la penetración anal. ¿Estás de acuerdo?
— ¿Y si pasa mucho rato y no tengo un orgasmo? ¿Me van a penetrar por horas? Seguro me va a doler mucho.
—Hay un límite. Cinco minutos. Si no eyaculas en ese tiempo, pasas a brindarle tu culo al siguiente.
Pedro tomaba su miembro con su mano derecha. Con la izquierda me acarició y me invitó a levantarme. Yo seguía con la boca llena de sus jugos. Volteé la mirada y vi a los otros tres, Lucio, Ramón y Santiago, masturbándose. Sentí que era el objeto de deseo de ellos y eso me acabó excitando mucho más.
Yo quería que fuese Pedro el que me arrancara un orgasmo. Por mucho, su miembro era el más grande de los cuatro. Ninguno era pequeño. Pero el de Santiago me pareció incapaz de hacerme orgasmear. A diferencia de Pedro, Santiago poseía una pinga con una cabeza no muy prominente. Entonces lo elegí a él como al primero. Pedro se molestó. Se acercó y me dijo al oido:
—¿Le vas a dar tu virginidad anal a alguien que no soy yo?
—Tú eres y serás siempre mi hombre, pero no estoy segura (¡referirme a mí misma en femenino es algo que me aloca!) de que al penetrarme tú tenga un orgasmo antes que tú. Quiero darte el privilegio de que tú seas el que me provoque esa sensación.
—¿Y qué tal si Santiago te lo da? Ya no te van a quedar fuerzas para mí.
—Papito —le dije con la emoción de llamar así a un hombre por primera vez—, te prometo que me guardaré para ti. Por favor, tú al último. Tus hermanos me irán preparando para el momento en que te dé lo que desde ya me muero de ganas de darte.
Y con la prisa de quien teme arrepentirse, me tomó como para darme unas palmadas como se las da a una niña malcriada, pero en lugar de castigarme, me metió bastante lubricante.
Santiago hizo que me siente encima de él, dándole la espalda. Me quiso quitarme el vestido, pero le pedí que prefería hacerlo con la ropa que tanto representaba para mi feminidad. Ni siquiera me saqué el calzón. Me dejé penetrar abriéndole paso desplazando el calzón para descubrir mi culito.
Pedro tenía razón. Esa primera vez que un miembro se metiera dentro de mí fue un hecho que no podría borrar jamás. Santiago me había abierto por primera vez y estaba explorando zonas muy íntimas mías. Claro que sentí placer, muchísimo placer. Santiago estuvo entrando y saliendo primero despacio y luego rápido y luego deteniéndose con toda la longitud de su miembro adentro. Yo estaba ya muy adolorida. No eyaculé. Santiago tampoco. Durante interminables cinco minutos estuvo preparándome para la invasión definitiva de Pedro. Pero aún faltaban Lucio y Ramón.
Me animé por Lucio, quien a los pocos segundos de metérmela me dejó un chorro caliente y abundante adentro de mi culito. Se la sacó y le quedó todavía un buen chorro para mojarme las nalgas y volver a penetrarme.
A Ramón le dio cosa penetrarme después de Santiago y Lucio, sobre todo por la forma en que me dejó mojada con su leche. Me pidió que se la chupe. Obvio: antes de la tercera chupada ya tenía su semen en mi pelo, en mis mejillas, en mis ojos y en mi boca, que era donde al final descargó todo lo que le quedaba.
A Pedro no sólo no le importó que estuviese con el semen de sus hermanos repartido por todo mi cuerpo y mi tubo ya poseído, sino que creo que eso lo excitó más todavía.
Me puso en cuatro patitas, como su perrita obediente. Y cuando ya me estaba preparando para recibirlo en el tubo, su miembro se dirigió hacia mi cosita, como dominándola. La mojó con sus jugos previos y la golpeó con su miembro inmenso.
—Por aquí te voy a hacer disfrutar. Y también por el culo. Vas a conocer el sexo en dos dimensiones.
—Ponme mucho lubricante y empieza despacio, por favor. Deja que yo también lubrique tu pinga.
Y adopté mi pose más femenina para dedicarme a acariciar su miembro con el lubricante.
Me dolió. Me dolió al comienzo. Me siguió doliendo. Era mucho más gruesa que la de sus hermanos. Y ni qué decir de la longitud. Se metía dentro de mí y avanzaba lentamente y de un modo que parecía que no terminaría nunca de invadirme. Me seguía doliendo. Un poco de su líquido previo brotó y me mojó por dentro. Pedro retrocedió un poco y luego avanzó. Me dolió menos. No me dolió nada. Me encantó saber que estaba a su servicio, que mi culo era un territorio que a partir de ahora era para su uso exclusivo. Le pertenecía. Pedro estaba explorando ya partes de mi tubo tan profundas que sólo él podía alcanzarlas. Cuando sus testículos golpearon mis nalgas luego que Pedro saliera y entrara violenta y rápidamente, supe que la fiesta iba a llegar a un clímax delicioso y jamás vivido. Pedro entró y salió como quiso, a un ritmo sincronizado con mi excitación.
Entonces se inclinó hacia mi rostro, sin dejar de penetrarme, y me besó. Quiso tocar mi cosita con su mano, pero le supliqué que no lo haga. Le rogué que no deje de besarme, que me siga penetrando cada vez con más fuerza. No sé cómo hizo para penetrarme con tanta violencia y besarme al mismo tiempo con tanta ternura.
Entonces me vine, sin tocar mi cosita. De allí salió tanto semen como el que al mismo tiempo recibí de Pedro dentro de mi tubo (¡me encanta esa palabra tan vulgar!).
Pedro retiró lentamente su monumental miembro viril de mi culito y me hizo estremecer cuando su cabeza tan redonda, bella, enorme y durísima abandonó la penetración dejándome vacía. Pedro me leyó el pensamiento y se metió otra vez de frente y sin detenerse. Toda la extensión de su pichula deliciosa se introdujo en un instante y me dejó una nueva eyaculación abundante dentro de mí. Yo también contribuí con un poquito de la mía.
Eso me hizo despertar. Estaba mojada también en la vida real.