Los sonidos del Látigo (2)

Sigue la sesión con su ama y el desconocido.

Entonces lo entendió, Dios esa mole le iba a follar, le iba a dar por el culo y ¿entonces su ama?, ¿como iba a follar el a su ama?

En un segundo se disiparon sus dudas. El ama se sentó en la silla los pies en el potro, las piernas bien abiertas y la polla de la modaza justo en la entrada de su coño y a una señal, Bestia

Le metió todo aquel trozo de carne de un solo golpe y con la fuerza del empujón él a su vez penetró a su ama. Así es como iba a follarla. Con la fuerza de las embestidas de Bestia, la propia inercia hacía que la polla de su boca entrara y saliera del coño de su ama. Era la humillación total, ni siquiera le permitiría tocarla, sería ese Bestia a través de él el que follaría a su ama. El dolor era intenso, pero la humillación fue lo que le hizo llorar.

¡Bestia para! Vete ya no necesito tus servicios, lárgate.

Pero ama, no me he corrido, quiero correrme dentro de este culo apretado.

Bestia no paraba de bombear, cada vez más fuerte, se notaba que le faltaba poco para el orgasmo y que quería lograrlo. No estaba dispuesto a quedarse a medias, quería correrse y la excitación le impidió darse cuenta de la furia que se hizo visible en la cara del ama. No se dio cuenta que se bajaba de la silla, ni de que se acercaba a él. Pero si que gritó de dolor cuando la mano de su ama cogió sus huevos y los apretó salvajemente, clavando sus uñas en el escroto sin importarle si provocaba heridas incluso si sangraba.

¡He dicho que ya no necesito tus servicios! – Las palabras salieron siseando entre los dientes apretados de la boca del ama - ¿Te crees que me importa una mierda si te corres o no? Cuando digo basta, es basta. Cuando digo que pares, es que pares, inmediatamente, en seco. ¿Quién coño te has creído que eres tu, mierdecilla? Eres un esclavo más, uno más de mis perros. Hoy te ha tocado estar de pie, pero la próxima vez puede que seas tu el que esté en ese potro. No eres nada más que lo que a mí se me antoje en cada momento: un machito follador, un perro faldero, una puta sumisa, un mueble más de mi casa. Me has cabreado y mereces un castigo.

Lo estaba oyendo todo, pero no podía ver. Bestia había enfadado al ama, había desatado toda su furia y ahora debía pagar. Las palabras del ama le habían excitado, el ama había dejado claro que bestia no estaba por encima de él en ningún aspecto, era su igual. Los dos debían competir por el afecto de su ama en la manera que a ella se le antojara, pero eran iguales.

Mientras estos pensamientos llenaban su mente, ante sus ojos apareció el ama arrastrando a bestia por lo huevos. Este iba sollozando y suplicando perdón al ama. Te equivocas, pensó, no debes suplicarle perdón al ama, debes darle la razón, aceptar tu culpa, entender tu equivocación y acatar el castigo que te imponga, para aprender a complacerla mejor. Eso es lo que debe hacer un buen sumiso. El ama llevo a Bestia hasta uno de los postes de castigo, cogió una cuerda de cáñamo, la ató a la base de la polla y los huevos maltrechos del pobre hombretón. El otro extremo de la cuerda la ató en un gancho del poste junto con las manos de Bestia, a una altura que solo le permitía estar de puntillas, ya que si intentaba poner planos los pies y acomodar la postura, estrangularía sus genitales de una forma muy dolorosa.

Bueno perro, quédate aquí un rato y reflexiona sobre tus faltas. Debes aprender la lección.

¡Ama por favor, perdóname! ¡No podré aguantar, me arrancaré los huevos! ¡Te lo suplico mi reina, disculpa mi torpeza, no volverá a pasar, lo juro!

Pues claro que no volverá a pasar, aprenderás la lección y si es necesario te quedarás sin huevos para ello.

Y dejó al pobre hombre colgado de los cojones, de puntillas. La cara de Bestia ya no mostraba arrogancia, era puro dolor y pánico. El no sabía cuanto tiempo hacía que era siervo del ama, pero desde luego no la conocía, no la entendía, ni mucho menos deseaba ser suyo. Si fuera de esa manera confiaría en ella, sabría que no dejaría que el mal fuera extremo, sabría que el ama cuidaba de sus sumisos y le entregaría todo el dolor y sufrimiento con placer, incluso con alegría. Pero desde luego no tendría esa expresión de terror en sus ojos y su cara.

Bueno, vamos a seguir siervo, todavía no he acabado contigo

El ama retiró la silla, le soltó las manos y los pies del potro y le quitó el collar de castigo. El dolor que sintió al incorporarse fue agudo y profundo, llevaba mucho tiempo en aquella postura y sus músculos se quejaban al incorporarse tan rápidamente. La mordaza seguía en su boca, impregnada de los jugos de su ama. El olor le excitaba y rogaba por que le permitiera follarla. Le colocó su collar habitual y con la cadena lo llevó hacia la mesa de reconocimiento, como la llamaba su dueña. No era otra cosa que una camilla ginecológica, adaptada a la altura que le gustaba al ama, justo para poder quedar de pié sobre ella con las piernas abiertas con sus esclavos en ella. Con movimientos suaves pero enérgicos lo colocó en la posición adecuada: los pies en los estribos, las piernas bien abiertas encadenadas a las patas de la camilla, el culo en el borde mismo de la superficie de cuero para tenerlo expuesto y completamente accesible a sus manipulaciones y por último los brazos encadenados a los pies.

Al fondo se oían los gemidos de Bestia y los esfuerzos que hacía para mantener la postura y no lastimar más sus maltrechos genitales. Su ama le había colocado en una posición que podía ver perfectamente el rincón con el poste donde se encontraba atado el pobre desgraciado y le gustaba esa decisión.

Distraído como estaba mirando la escena protagonizada por su no hace mucho torturador, no supo cuanto tiempo paso hasta que volvió a sentir la presencia del ama junto a él. Había acercado una mesa al lateral derecho de la camilla, una mesa cuyo contenido conocía muy bien y en ese momento estaba manipulando una máquina justo delante de sus abiertas piernas. La máquina constaba de un motor, una serie de engranajes y un tubo de metal horizontal al suelo que terminaba en un gran consolador grueso, largo y rugoso. El ama lo colocó justo a la entrada de su ano, lo untó con lubricante, tanto la poya de goma como el agujero de su culo y se lo metió hasta la mitad. El dolor era intenso después de la violación de la verga de Bestia, pero en cuanto su ama puso en marcha el motor del aparato y el consolador empezó a entrar y salir de su culo a un ritmo constante y suave, el dolor se mantuvo, pero también empezó a crearse una sensación cálida de placer que le provocó una erección, para satisfacción de su dueña – así me gusta mi dominio, que goces con tu castigo, que disfrutes con el dolor para mi- Y agachándose sobre la polla del sumiso, la metió en su boca y comenzó a lamer. Dios, el placer, el dolor, el placer, era tremendo. Quería que cesara el dolor, que cesara el placer, que continuase, que no parara nunca el dolor, no quería correrse nunca, estaba deseando correrse, quería explotar en esa boca de nuevo, quería aguantar toda la eternidad con ese dolor, con ese placer.

Su dueña se incorporó manipuló en la mesa junto a la camilla y pasando una pierna sobre su cabeza, se metió el falo de su mordaza en su coño con un solo movimiento, aplastándole la cara, dificultando su respiración e impidiendo la visión de lo que le preparaba su dómina. Aunque no necesitaba verlo, lo sabía muy bien. El mordisco de la primera pinza en el escroto le produjo más ansiedad que miedo y el pellizco de la segunda aceleró su corazón y aumentó su erección. Quedó esperando y oyó el clic. Todo su cuerpo se convulsionó, penetrando a su ama con el pene de su boca y provocándole un gemido. La electricidad no era suficientemente fuerte para dañarle, pero si para provocarle espasmos en sus músculos y un dolor agudo en sus huevos. De nuevo el clic y su cuerpo se relajó. Clic y de nuevo las convulsiones, esta vez un poco más fuertes, algo más de tiempo. No pudo reprimir ya los gritos que salían de su garganta. Cada vez que oía ese clic su cuerpo se tensaba, los huevos a punto de estallar y su ama cada vez más cercana al orgasmo, por dios era una delicia. Un dolor insoportable. Y al sexto clic, la fuerza eléctrica fue total, el espasmo de su cuerpo brutal y el grito de placer de su ama llenó toda la habitación. El ama apagó el aparato, pero continuó moviéndose sobre su boca, para exprimir a fondo el orgasmo producido. Los jugos de su dueña resbalaban por la mordaza y por su cara y dentro de su terrible dolor le inundaba una alegría inmensa. Le había proporcionado un orgasmo a su ama.