Los Serr-ano (4)

Episodio 4. Tres Hombres Y Un Biberón

La "Taberna Serrana" no estaba muy llena a aquella hora de la mañana. Era la ocasión que aprovechaba Fructuoso para hacer un alto en el taller, y tomarse una caña.

  • ¡A los buenos días! -, saludó el mecánico.

  • Buenas... -, contestó Santiago, atareado.

  • ¡Hombre, Fiti, buenos días! ¿Cañita? -, preguntó Diego, más atento.

  • Ya estás tardando, compañero; venga esa caña -, replicó, sentándose en la barra. - Y una tapita de jabuguito, ¿no?, aquí pa los curritos...

  • Ja, ja... Ya va, hombre, ya va...-, rió Diego.

  • (Psé) (eh, Fiti) -, susurró Santiago.

  • ¿Qué pasa, Santi? -, preguntó divertido Fiti.

  • (Shhhhhhhh) (vente, vente pal almacen) -, le indicó. -¡Dieeeeego! -, avisó, - ¡que me voy a repasar los pedidos!

  • ¡Vale, vale, no grites, Santi! Mira que eres bruto...

Santiago salió de la barra, dirigiéndose al almacen; en realidad, una pequeña oficina con su mesa, teléfono, libros contables, pero también cajas de envases, botellines, etc...

  • Oye, Diego -, improvisó Fiti. - Que me voy un momento con Santi -, y bajando la voz, - mayormente, a ver si me presta una película de esas verdes que guarda por ahí, je, je, je.

  • ¡Hale, otro bestia! Si es que tenéis la mirada sucia... - se quejó, divertido. - Aquí te dejo la caña y el jamoncito.

  • Vale, vale, ahora vengo-, y se dirigió también al almacén. Entró, cerrando la puerta.

  • ¡Cuidao! -, avisó Santiago, - no la cierres del todo que anda mal el pestillo; cago en la hostia, que no macuerdo nunca de arreglarlo...

  • Oído cocina, Santi -, y dejó la puerta ajustada pero sin cerrar del todo. - Bueno, ¿qué pasa?

  • Fiti, que estoy preocupao por mi hermano, por Dieguito.

  • ¿Qué ocurre?

  • El otro día vino Fermín a casa, por la noche. Estuvimos, ejem, hablando y resulta que Diego había ido a verle hacía unos días, desanimao. Mal, Fiti, mal, mi hermano no está bien...

  • Tranquilo, Santi, tranquilo... Sí que es cierto que no está pasando una buena temporada, lo que viene siendo tristeza primaveral...

  • Yo había pensao que podríamos animarle, Fiti, que es mi hermano, coño, y tú, pues como si fueses de la familia.

  • Vale, puta madre. ¿Y qué habías pensado?

  • Pues... Aprovechando que pa una vez está en Madrid mi sobrino Marquitos, que podríamos hacer una barbacoa sorpresa con todos los amigos; tú, la Choni, Josico, Lourditas y yo... ¿Qué, qué te parece?

  • ¡Hostia, pues muy buena idea! Mayormente somos todos... Bueno, falta Fernando, yo creo que también tendríamos que contar con él, ¿no?

  • ¿Qué Fernando?

  • Ay.... Fermín, so burro, Fermín...

  • ¡Ah, claro...! Eh, sí, sí, claro, Fermín también, sí... -, aceptó el tabernero, aunque algo incómodo. Fiti no se dió cuenta de ello.

  • Oye, Santi, cuanto más lo pienso, más cojonuda me parece la idea, macho. Me has tocao la patata, de verdad.

  • De esto, chitón ¿eh? Ha de ser una sorpresa.

  • Traaaanqui, Santi, que soy el Fiti, y soy como un candado. Lo montamos entre los dos, y que sea una sorpresa para Diego.

  • ¿Qué sorpresa? -, preguntó Diego de golpe, abriendo la puerta del almacén.

Los dos amigos se pusieron rojos. Mal empezaban si Diego les pillaba a la primera.

  • Nada, nada, Diego... Que todo lo quieres saber, cojona. Es un asunto entre Fiti y yo -, respondió Santi, azorado.

  • Eso, eso... Lo que viene siendo un asunto privado, Diego -, afirmó el mecánico.

  • Bueno... Os dejo con vuestras rarezas; Santi, ¿dónde están los albaranes del pedido de Jamones Salamanca? Tenemos aquí al proveedor y... -, dijo Diego, entrando en el almacén y cerrando la puerta detrás suyo.

  • ¡¡Cuidaooooo!! -, avisó Santiago.

¡PLOM!

  • Coño, ¿qué ha pasado? -, se giró Diego. Santiago se lanzó sobre la puerta, girando el picaporte. Un "clanc-clanc-clanc" metálico se oía a través de la puerta, hasta que de golpe otro "¡plom!" indicaba que la pieza metálica se había caído al suelo, por fuera del almacén.

  • ¡Me cago en la puta de oros! -, maldijo Santiago; se habían quedado encerrados.

  • ¡Hostia! -, exclamó Fructuoso, - ¡pues la hemos liado buena!

  • Pero, pero... Santiago, ¿desde cuándo está roto el pestillo? -, preguntó Diego, empezando a enfadarse.

  • Pues....hace unos días, y...coño, que voy liao de trabajo, hermano, ya sabes cómo es la taberna, y un día por otro, pues....

  • Joder, Santiago... Pues sí que la hemos fastidiado -, se quejó Diego. - Como para que vengan ahora clientes. Vaya ruina, hermano, vaya ruina...

  • Lo siento, Diego... ¡Qué cabeza la mía, me cago en mi puta suerte! -, se maldecía el pobre tabernero.

  • Encima, sin aire acondicionado... Joé, menudo calorazo que hace aquí... -, comentó, no sin razón, Fiti. El cuarto en sí era pequeño, y con los tres hombretones dentro, aún se cargaba más el ambiente.

  • Bueno, bueno, tranquilidad-, se ocupó de la situación Diego. - Llamo a Marcos, y que avise a un cerrajero.

Telefoneó a Marquitos, que, entre risas, se hizo cargo de la situación. Cuando consiguió contactar con un cerrajero de urgencias, avisó de que tendrían para un par de horas.

  • ¡Madre mía! ¡Dos horas perdiendo clientes, en pleno junio! ¡Qué desastre, qué desastre...! -, se quejaba Diego.

  • Bueno, bueno...-, intentaba mediar Fructuoso, - que tampoco es para tanto; es laborable, y a esta hora tampoco hay mucho movimiento, ¿no?

  • Es verdad... Bueno, pues nada, a esperar -, se resignó Diego.

  • Lo siento, hermano... Manda huevos, si lo llego a saber...Me cago en tó... -, se lamentaba, impotente, Santi.

  • Va, que no pasa nada... Esperaremos tranquilamente -, acabó Diego, sentado en la silla. Fiti se apoyaba en una pared, y Santiago se sentaba sobre una de las cajas de bebidas.

Iban pasando los minutos, ya hacía más de media hora que seguían en el almacén. El mediodía había ido avanzando, y el calor subiendo en el pequeño cuarto.

  • ¡Ufff....! -, suspiraba Fiti, - ¡menudo calorazo!

  • Ya, ya... -, corroboró Santiago, - estoy chorreando, cojona. - Los tres hombres sudaban, pero Santiago, debido a toda su pelambrera, tenía la camisa empapada en sudor, toda la espalda, el pecho, la barriga... Cercos más oscuros de sudor se veían en los sobacos.

  • Si que pega, sí... -, afirmaba también Diego. Seguía sentado, con la cara roja, notándose toda la raja del culo peludo sudada.

Fiti, por su parte, llevaba una camiseta sin tirantes negra, y cuando movía los brazos, se notaban todos los pelos de los sobacos mojados, casi chorreantes.

Pasaron quince minutos más. Fiti, que seguía apoyado en la pared, empezó a mover una pierna rítmicamente.

  • Fiti, no me digas que te están dando calambres; lo que faltaba... -, se preocupó Diego, mientras con el antebrazo se limpiaba el sudor de la calva y la frente.

  • Je...No, no, ¡ojalá! -dijo este. - Yo...en realidad, como que me están dando unas ganas de orinar...

  • ¡Coño, Fiti, no jodas! -, se inmiscuyó Santiago. - Aguanta, compañero, que no tenemos lavabo ni ná, aquí dentro...

  • Ya, ya.... Ya me gustaría, pero...- y, sin parar de mover la pierna, - pero....coño, que me estoy meando... que no voy a poder aguantar mucho más....Ay, ay, ay...

  • Fiti, por tu madre -, terció Diego. - Aguanta como un hombre.

  • Diego...ay, por mi madre, que no sé si puedo aguantar... Uff... -, se quejaba el pobre Fiti.

  • Espera, a ver si encuentro una papelera por aquí o algo... -, se levantó Santiago, más pragmático. Moviéndose, el olorazo a sudor era más intenso.

  • ¡Ufff....! -, se apartó instintivamente Diego, en la silla,

  • hermano, hueles que...

  • Coño, Diego, pues si estoy aquí encerrao venga a sudar, pues claro que huelo, no te joroba... -, se lamentó Santiago. Pero era cierto que, uno por otro, el aroma a macho sudao se hacía más intenso cada instante.

Fiti, bastante tenía con lo suyo: - ¡Ay, Santi...! ¡Esa papelera...que no me puedo aguantar...! -, se quejaba, ahora encogido con las manos entre los muslos, sin parar de mover una pierna.

  • ¡No me lo puedo creer...! -, continuaba Diego. - Serás capaz de no aguantarte y mearte aquí, por amor de Dios...

  • Déjale -, le aconsejó Santiago. - Cuando la necesidad aprieta... ¡Mira, la papelera! Anda, ten, Fiti...

  • ¡Gracias! -, exclamó este, que vió el cielo abierto.

  • ¡Espera, espera! -, avisó Diego. - ¿y si nos pasa a los demás? Esa papelera es bien pequeña...

Tenía razón; era una minipapelera de despacho, y si a los tres hombretones les daba por mear, aquello no daba abasto.

  • ¡Joder, pues tienes razón! -, se quejó Fiti, que ya estaba desabrochándose los tejanos.

  • Hum...-, pensó Santiago. - Mira, Fiti...sin paños calientes. Lo mejor es que...coño, que te mees en los gayumbos.

  • ¿Qué? -, respondió Fiti, incrédulo.

  • ¿Cóoooomo? -, alucinó Diego. - ¿Pero qué majadería dices, hermano?

  • Majadería, ninguna -, se defendió Santiago. - Esta papelera parece de juguete, y si a tí o a mí también nos dan ganas... Los gayumbos contendrán un poco todo el chorreo, vamos, digo yo...

Diego no daba crédito, mirando a su hermano enfrente suyo, con la cara roja de sudor y aquellos sobacos de la camisa chorreantes, de hito en hito. Echó un vistazo a su amigo Fiti, indeciso pero sin aguantarse mucho más...

  • Bu-bueno.... si no hay más remedio... -, admitió Diego, aunque sudando aún más con la situación.

  • Pues venga, Fiti, sin cortarse -, le animó Santiago.

-¿S-sí...? ¿Seguro...? -, preguntó el mecánico, algo cortado.

  • ¡Que sí, hombre, que sí, que hay confianza, coño...! -, le animó Santiago, poniéndole la pequeña papelera a sus pies.

  • Bueno...pues, con vuestro permiso...ufff, es que no aguanto... -, avisó Fiti. Se quitó los pantalones y las bambas, quedándose en camiseta, gayumbos y calcetines. Con las piernas aiertas, y la papelera debajo, se quedó parado, mirándose el paquete.

  • Venga, Fiti, hombre... -, le insistió Santiago.

  • Es que...me corta... -, se excusó Fiti. - Nunca lo he hecho...coño, con calzoncillos puestos, y...ay, no sé....

  • Vamos, Fiti, amigo -, llegó incluso a animarle Diego, viendo cómo sufría su colega. - Tú déjate ir... -, le aconsejó, pensando que debía ser lo más acertado.

  • Sí....ufff, voy....mmmmmffff... -, y, mientras hacía fuerza, una pequeña mancha oscura apareció en los calzoncillos azul claro, típicos de mercadillo.

  • Venga, Fiti....Anda, méate a gusto, va.... -, continuó Santiago.

  • ¡Mfffffff! -, gimió Fiti, en un último esfuerzo, - ¡Ufffff, me meeeeeeeeooooo!! -, y, efectivamente, de golpe un manchurrón de meo creció rápidamente por todo el paquete, bajando por la cojonera, y cayendo en un chorro firme en la papelera por la zona entre los huevos y el culo.

  • ¡Oooooole! -, le animaba Santiago. Diego miraba la escena sorprendido, viendo como su amigo suspiraba de gusto mientras se meaba en los calzoncillos, empapándolos a conciencia de meao.

  • ¡Uffff.....qué gusto, joder...! -, exclamó Fiti, después de haber vaciado bien la vegija. Los gayumbos habían pasado a ser casi completamente de color oscuro, chorreantes de meao. Aún goteaban, pero la idea de Santiago había sido buena, y la papelera enana aún guardaba sitio para otra meada, si se daba la ocasión.

  • Uffff....-, aún suspiró Fiti. - Ufff, amigos.... Qué bien...

  • ¿Ves, Fiti? Ya te has quedao a gusto -, reconoció Santiago.

  • Ya, ya... Pero, es que además... Coño, que da gustito...

  • ¿Qué quieres decir...? -, se interesó Diego.

  • Pues... Joder, que empiezas a mear, y notas la polla contra la tela, y cómo se humede todo, caliente, y...uffff, qué vaya gustazo, Diego...

  • Va, Fiti, va... No seas guarro, hombre... -, le cortó Diego, aunque nervioso; y es que hacía unos minutos que también le estaban dando ganas de soltar una buena meada. Movía también las piernas, debajo de la mesa, y su hermano Santiago, desde su altura en la caja de bebidas, se dió cuenta.

  • Ay, hermano... Que me parece que tú también tienes ganas de...

  • ¡Anda, Santi! Yo aguanto-, aseguró Diego. Pero en su fuero interno no lo veía tan claro...

  • Diego -, le dijo Fiti. - Anda, no seas burro; si te estás meando, hay que mear...

El mecánico se inclinó, cogiendo la papelera y haciendo el gesto de pasársela a Diego. Seguía obviamente en calzoncillos, para no manchar el pantalón, y estos, aunque habían aguantado bien la meada, iban goteando por doquier. Cuando se acercó a la mesa, inclinándose para darle la papelera a su amigo, unas gotas cayeron sobre la madera y unos albaranes.

  • ¡Coño, quita guarro..¡ay! -, y es que al ir pegar un manotazo a Fiti, con las ganas urgentes que le habían entrado de mear, le fue imposible controlar un chorro de meo, que le empapó toda la bragueta.

  • ¡Coño, hermano! -, le avisó Santiago, - ¡mejor que te dejes hacer, que te vas a mear hasta los pantalones!

  • ¡Ay...joder, joder...! -, se puso en pie rápidamente Diego. Pero aún fue peor el remedio que la enfermedad, porque al levantarse, y notándose todo mojado, la naturaleza hizo su curso, y empezó a mearse sin control.

  • ¡Ja, ja, ja! -, rió Fiti, viendo la escena. - ¡Jooooder, Diego! ¡Tú sí que has salido guarro al final, madre mía!

  • ¡Me meoooooooooooo.....! -sólo pudo decir Diego, soltando chorrazos que empapaban aún más la bragueta, los muslos del pantalón, cayendo directamente sobre el suelo del almacén.

  • ¡Así, hermano! -, le apoyó Santiago, - tú ni caso, méate a gusto...

  • Buf, buf...-, entre resoplidos, Diego dejó de mear, apoyándose en la mesa, y con los calzoncillos y los pantalones chorreando.

  • ¡Vaya meada de caballo, Diego, jo, jo! -, rió Fiti, viendo lo pringao que se había quedado Diego, rojo de vergüenza.

  • Anda, anda, Diego... -, aconsejó su hermano, -quítate los pantalones, anda, que esto es una guarrería...

Así lo hizo Diego, quedándose en slips blancos. Bueno...más que blancos, amarillentos después de la meada recibida. Así pasó media hora más; Santiago sentado en su caja, con la camisa pegada al cuerpo peludo. Fiti, ahora sentado en el suelo y apoyado en la pared, en calzoncillos, y Diego que seguía en la silla, también sólo en gayumbos y camisa. Con el calor, ambos slips se habían medio secado rápidamente, pero, con lo que habían aguantado, el olorazo era penetrante.

  • Joder....cómo apesta este cuarto, Dios...-, se quejó Fiti.

  • Calla, calla, Fiti...-, le siguió Diego, que notaba cómo le subian hasta arriba los olorazos del paquete. Se echó un vistazo, y, aunque los calzoncillos se veían secos, unos cercos amarillentos se apreciaban por toda la tela. En la cojonera, los bordes sí estaban húmedos, del sudor de los huevos.

Santi seguía callado; sudando, notándose el olor que desprendían sus sobacos, junto con los paquetes de ambos hombres... Se respiraba sudor de sobacos, de huevos... todo ello mezclado con esos gayumbos empapados de meo.

  • Joder, hermano-, habló por fin, - esto me recuerda a nuestro cuarto, de chiquillos, ¿eh? Precisamente hace unos días lo hablaba con Fermín...

  • ¿Con Fernando? -, se extrañó Diego.

  • Sí... Bueno, de casualidad -, se escabulló Santiago. - El caso es que, coño...este olorazo me recuerda al de nuestro cuarto, de mozos; este apestamiento a sudor de macho, a cojones... ¿te acuerdas, hermano? ¿Te acuerdas, de las pajazas que nos pegábamos?

  • Ja, ja.... ¿Sí o qué? -, preguntó Fiti.

  • Buah...-, continuó el tabernero. - Bueno, Diego no tanto, que es un cortao, pero yo... Joder, pero si incluso el olor este me ponía la polla como una piedra, y hasta que no me corría bien, no paraba de pelármela. Ni te cuento cómo dejaba los calcetines, que los usaba para recoger la lefada. Joer, encharcaos de leche, que quedaban. ¿Sí o no, hermano?

  • Uf, si quedaban -, reconoció Diego. - Además, el tío guarro, igual usaba el mismo calcetín varias veces, y se lo tenía que pasar yo, lanzándoselo desde la litera de abajo. La primera paja, vale, le tiraba el calcetín usao, pero la segunda vez que se lo tenía que pasar, que ya estaba medio chorreando, joder, qué asquito...

  • ¡Ja, ja...-, rió Santiago. - No te quejes, hermanito, que eso no es ná comparao con lo de padre...

  • ¿Cómo? -, se alertó Diego.

  • ¿Vuestro padre? -, preguntó Fiti, curioso.

  • Coño, pues claro. Tu Diego, que eras el listo, ibas a estudiar, pero yo, que me ocupaba de la casa desde que murió madre, uf.... las cosas que había visto, hermano.

  • ¿Qué cosas...? -, preguntó Diego, sorprendido.

  • Hombre, Diego. Padre era un hombre, también. Y si nosotros nos la cascábamos, imagínate él solo en su habitación, faltando madre. Y joer, si se la cascaba, y sin calcetines ni hostias. Recuerdo una mañana que voy a cambiar las sábanas de la cama; retiro la manta, y levanto la sábana. ¡Ya noté que parecía que se despegaba, la jodía! Y no me extraña; ¡toda la sábana que cubre el colchón estaba empapada de ráfagas de semen! Algunas se veían secas, pero otros lecherazos eran bien recientes... ¡Joder, parecía que se hubiesen corrido cuatro sementales a conciencia en la puta cama! No había por dónde coger la sábana sin pringarte de lechada. La de pajas que se habría metido aquella noche, padre...

  • Hos-hostia, Santiago...-, alucinaba Diego, -esto es muuy fuerte...

  • Y que lo digas -, corroboró Fiti, ensimismado en la historia que contaba Santiago.

  • Bueno... Eso no es nada; al final, tuve que hablar con él (de esto, nunca te enteraste, Diego), porque no podíamos estar comprando sábanas nuevas día sí, día no. Padre, aunque violentado, me hizo caso. A partir de entonces, me encontraba la cama impecable, pero, la ropa...Caguen la hostia, recogías los gayumbos tirados por la habitación, enrrollados, y sólo cogerlos ya notabas que iban a estar cargados. Y así era, los pillabas con la mano y a la mínima que apretases, joooooder, chorreaban un cordón de leche hasta el suelo, te pringabas la mano, el antebrazo. ¡Madre mía, la de semen que producía padre...! Así que ese olorazo de nuestro cuarto, aunque padre nos diese la bronca, no se producía sólo en nuestra habitación; no sabes cómo apestaba a veces la habitación de matrimonio... Y este olorazo de aquí, uff....me reuerda a todo eso, a tantas pajazas, que.... coño, que se me está poniendo durísima...

Se incorporó, como para mostrar a los otros dos que así era. Ambos hombres conocían las dimensiones de aquel aparato, así que no se extrañaron de ver toda la forma de una porra desde el paquete hasta casi la rodilla.

  • ¡Joooder, Santi! -, exclamó Fiti. - ¡Cómo te ha crecido el rabo!

  • Hostia, hermano....No es momento de...-, quiso parar la cosa Diego.

  • Joder.... Es que este calor, el olorazo...uff...yo no necesito mear, hermano, pero...pero descargar los huevos, cómo que sí.... -, se quejaba, sobándose ya la monstruosa salchicha por encima de los pantalones.

  • ¡Santi, por Dios! -, protestó Diego.

  • Diego-, terció Fiti, divertido y algo cachondo con lo que estaba pasando, - piensa que nosotros hemos meado sin que Santi nos dijese nada...No sé...

  • ¡Pero, pero! -, no salía de su asombro, Diego. - ¿Me estás diciendo que se la casque tranquilamente?

  • Hombre, yo...-, replicó Fiti, -diría que sí, la verdad...

  • Uff....Gracias, Fructuoso...Joder, hermano...que no me cabe en los pantalones, coño... -, y, sin más permisos, se bajó la bragueta, desabrochándose los pantalones y bajándoselos con dificultad. ¡Menuda empalmada llevaba! Todo el rabo se había salido por una pernera de los calzoncillos, imposibles de aguantar a ese monstruo, y aún así se veía la cojonera más que llena gracias a soportar aquellos testículos de caballo.

  • ¡Joooooder, vaya trancazo, Santi! -, admiró Fiti. - Siempre me sorprende, vaya tela....

  • ¡Uah... -, gimió el tabernero, - es que está durísima....!

Si tan siquiera despojarse de los gayumbos, de pies, delante de la mesa, empezó a cascársela. Se pasaba las dos manos, a lo largo de toda la verga, suspirando.

  • ¡¡Sniifffffff!!¡¡Hummmmm, snif, snif!! -iba oliendo, aspirando todo el aroma del cuarto a machos guarros.

  • Joder, Santi... Ya te vale...-, le iba recriminando Diego, pero sin acritud, desde la silla.

  • ¡Uahh! Jooooder, qué gusto, qué pajote... -, iba diciendo el bruto, sin dejar de cascársela. Sudando a chorros, con las piernas abiertas, se la meneaba de puta madre. Cada inspiración del aire cargado del cuarto parecía que le ponía el cipotón aún más duro.

  • ¡Venga, Santiago! ¡Dale, pajéate bien! -, le animaba Fiti, al que la situación también le estaba empalmando.

  • ¡Joder! ¡Joder! ¡Voy a echar leche como padre, hostia puuuta! -, iba diciendo burradas Santiago, salido del todo.

Diego se dió cuenta de que la tremenda paja iba a llegar a su final; de la rajita del capullazo amoratado, iban saliendo gotitas que salpicaban la mesa de trabajo, los documentos... "Menuda cerdada, joder....", pensó, malhumorado. "Y la papelera está llena de meaos...va a llenar la mesa de semen, coño".

  • ¡Fiti! -, llamó, - ¡anda, Fiti, échame una mano!

  • Voy, ¿qué pasa? -, se levantó Fiti. Los calzoncillos meados marcaban ahora una potente erección.

  • Pero...hostia, Fiti, ¿tú también? -, le increpó Diego.

  • Qué quieres... Tu hermano aquí pelándosela a todo trapo, me ha puesto burro-, se excusó, el mecánico, con el paquete a reventar. - Bueno, ¿qué pasa?

  • Pues que este -, y señaló a su hermano, que con los ojos cerrados seguía pajeándose a buena velocidad, - cuando se corra va a poner la mesa perdida, y no podemos usar la papelera, esta llena a reventar...

  • Joder, ¿y...?

  • Pues... Mira, por asco que dé, tendremos que parar los chorros con las manos, Fiti. No querrás que se quede esta mesa lefada para los restos...

  • ¡Joder! -, se quejó Fiti. - ¿Poner la mano...cuando empiece a disparar?

  • No se me ocurre otra... Estate atento, que me parece a mí que ya...

  • ¡Bufff!¡Uahhhhh!¡Buuuff! -, resoplaba Santiago. - ¡¡Joooder, tengo los huevos llenos!! ¡¡Quiero cascármela a saco, a sacooooooooo!! -, y, el muy bestia, agarrándosela con las dos manos de la base, empezó a pegar golpes con la polla encima de la mesa.

  • ¡¡¡Joooder, Santiago!!! -, alucinó Fiti, viendo esa forma de darle caña al rabo.

  • ¡Deja, deja! -, explicó Diego, conociendo bien a su hermano. - ¡Tú estate atento de que el corridón nos caiga en las manos!

Para evitar sorpresas, ambos amigos extendieron las palmas por la mesa, de tal forma que ahora los porrazos de Santiago los recibín sus manos. Santiago arreció en los golpes, ahora sobre esa superficie carnosa y caliente; las cuatro manos recibían pollazos sin pausa.

  • ¡JOOOOOODER! ¡¡COMO PADRE!! ¡¡QUE ME CORRO COMO PADREEEEEEEE!! -, rugió - ¡AAAAAUGGGGGGGGGGGGGGGGGGGHHHH! -, explotó Santiago. Aún pegando golpes, la inmensa polla lanzó dos chorrazos de denso esperma, cubriendo las manos de Fiti.

  • ¡¡Joooooooder, qué guarrada!! -, se quejó, con las manos pringadas de la leche de su amigo, aunque el cipote le había pegado un latido impresionante al sentir esa oleada de lefa cubriendo sus manazas de mecánico.

  • ¡¡TOOOOOOOOMA, MAS LECHEEEEEE!!-, aún siguió el gañán, esta vez con golpes más débiles y un buen chorrazo que dejó las manos de su hermano llenas de semen.

  • ¡Ufff...Santiago, qué cabrón eres...! -, se quejó, en serio Diego. A pesar de todo, aún controló que no cayese nada en la mesa. - Bueno, menos mal que...

PAM! La puerta.

  • ¡Hola! Bueno familia, al fín lleg... -, Marcos se quedó con la palabra en la boca.

  • ¡Hijo! -, exclamó Diego.

  • ¡Sobrino! -, exclamó Santiago.

  • Eh.... Mar-Marquitos... -, balbució Fiti

Previsor, Marcos había traído botellas de agua fría. No le cupo duda de que las iban a necesitar...