Los Serr-ano (3)

Episodio 3. Visita A Medianoche

  • ¡Que no, Santiago, que no!

  • Pero, Lourditas… Que ya hace un par de días que….

  • ¡Que no, y no hay más que hablar! Estoy cansada, me he pasado la noche corrigiendo exámenes, y mañana tenemos claustro en el colegio, Santiago.

  • Pero, pero… Mi palomita, que mira cómo voy

  • Santiago, no hay más que hablar. Buenas noches.

Santiago, el tabernero hermano de Diego, se quedó solo en el sofá. Cuando Lourdes, su mujer, se ponía así, no había forma de hacerla cambiar de parecer. Era su palomita, su amor, y la mujer más dulce del mundo, pero cuando sacaba el genio, no había nada que hacer. De todas formas, Santiago podía dar gracias a la vida de que un gañán como él se hubiese casado con semejante mujer; buena, delicada… ¡Pero si hasta era virgen, cuando se casaron! Santiago era feliz; sólo una cosa enturbiaba esa felicidad: las relaciones sexuales. La frecuencia de las mismas, exactamente. A pesar de lo bruto que era el tabernero, había conseguido hacer disfrutar a Lourditas del sexo, pero… no repetían las veces que Santiago quisiera. No es que lo hicieran de higos a brevas, como muchos matrimonios, o sólo los sábados. Al contrario, más o menos cada día caía algo, pero a Santiago, un hombre muy ardiente, no le bastaba; por él, lo harían cada día dos, tres veces

Como era un buen hombre, Santiago se conformaba. Como se veía obligado a hacer aquella noche. Regordete, bajito, muy velludo incluso en la espalda, se había quedado sentado en el sofá, en camiseta de tirantes y pantalones de chándal largos. Cómodo, para estar en casa. Había intentado mantener relaciones con Lourdes esa misma noche, pero no había habido manera. Sin embargo, Santiago estaba cachondo… Como otras veces, pilló un DVD, de los que guardaba en la taberna y traía a casa escondidos. Éste te titulaba “Hagas lo que hagas, ponte bragas 2”. Lo puso en el reproductor, y se acomodó en el sofá.

Pronto, en el televisor un par de nenas cachondas se contoneaban delante de un negrata, que las miraba con evidentes ganas de ponerlas a cuatro patas. Santi, espatarrado en el sofá, bebiendo una cerveza de lata, se acariciaba con la otra mano el miembro; no llevaba calzoncillos debajo del pantalón gris, y se lo acariciaba por encima, preparándose para hacerse una soberana paja. Cuando ya había transcurrido más de media película, y el negro les había dado pa’l pelo a las dos chavalas, y Santiago se hallaba en pleno pajote, con los pantalones por las rodillas, sonó el timbre.

Riiiiiiiiiing! Riiiiiiiiiiiiing!

“Joder”, pensó Santiago, “¿quién cojones será a estas horas?”.

-¿Dígame?-, habló, por el telefonillo.

-¿Santi? Soy Fernando.

-¿Qué Fernando?

“Uf…”, pensó Fernando, y rectificó:

  • Fermín, Santiago, Fermín

  • ¡Hombre, Fermín! Sube, sube

A pesar de que Fernando, el psicólogo del instituto, compañero de Lourdes, fuese “trucha“, como decía Santi, lo cierto es que sentía una gran simpatía por él, y había ayudado siempre a su hermano. Se dio cuenta de que seguía todo empinado, así que se obligó a pensar en la taberna, en facturas, en albaranes….para poder subirse los pantalones y atender a Fernando.

-¡Hola, Santi!-, saludó éste, entrando en el piso.

-¿Qué tal, hombre, qué tal…? -contestó Santiago, palmeándole la espalda.

  • Bien, bien… Verás, Santiago-, explicó el psicólogo, aún de pies en el recibidor, -sé lo tarde que es para hacer una visita sorpresa, pero… quisiera hablarte de un tema que me preocupa.

  • ¿Qué ha pasao, qué ha pasao? -se alteró Santi.

  • Nada, nada… Tranquilo, Santi, no es nada grave, pero me gustaría comentarlo contigo.

  • Pasa, anda, pasa al salón.

Los dos hombres entraron en el salón; al menos, a Santi le había dado tiempo a apagar la pantalla.

  • Siéntate, siéntate, Fermín-, ofreció Santi. - ¿Quieres una cerveza, agua…?

  • No. No, gracias, Santi. -contestó el psicólogo. Se había sentado en el sofá, y tenía delante al tabernero, que recogía su cerveza anterior, y unas revistas que había por el sofá, haciendo sitio. “Vaya pintas….”, no pudo evitar pensar Fernando: con la camiseta de tirantes aún se le veía más rechoncho, y en cuanto al vello… Le cubría fuertemente los brazos, el pecho, y se veía la espalda también cubierta de recia pelambrera morena. Era la imagen del españolito de las películas de Alfredo Landa. “Pobre Lourditas”, pensó, “al menos, me consta que es un hombre noble, eso sí”. Instintivamente, echó una mirada a la bragueta. “No puede ser…”, se dijo. Y es que bajo el chándal gris le parecía haber visto que se bamboleaba algo. Algo que llegaba a medio muslo. “Debe llevar algo en el bolsillo del pantalón… seguro, es imposible”, seguía, asombrado, el psicólogo.

Santiago, mientras, había dejado la lata vacía en la cocina. Volvió, y se sentó en un sillón enfrente del psicólogo.

  • Bueno, Fermín, ¿qué ha pasao? -preguntó.

  • Verás, Santiago… Es sobre tu hermano, Diego.

  • ¿Dieguito? ¿Qué le pasa?.

  • Bueno… Hace unos días vino a verme, al instituto. Estaba agitado, nervioso… El caso es que…el caso es…. -, vacilaba Fernando.

  • ¡Coño, Fermín, dime! -pidió el tabernero, - estoy preocupao ya con tanta vuelta.

  • Vale, vale… El caso es que creo que tu hermano está muy solo, ¿me entiendes?

  • Hombre, tiene a sus hijos, a su familia, a mí, a Fiti

  • No, no….No voy por ahí. Desde que Celia le dejó, Diego, pues…pues que no ha tenido mucha vida sexual, ¿sabes?

  • ¡Ahhhhh, coño….! Ahora, ahora sí que sé por dónde vas, jodío, -se tranquilizó Santiago, repatingándose en el sillón.

  • ¿Sí?-, inquirió Fernando. - Me alegro de que lo notes, porque… -de golpe, se quedó callado. Todo este rato, Santi había estado con las manos entre los muslos, pero ahora había colocado los brazos en los reposabrazos del sillón. Y el paquete no quedaba oculto. “¡Ostia!” se dijo Fernando, “pero…pero….no puede ser…”. En medio de los muslos, se marcaba un bultazo, redondeado, tensando la tela del chandal, que parecía impedir que Santi pudiese cerrar las piernas.

  • ¿Fermín? -, preguntó Santiago, al ver que Fernando permanecía callado.

  • Eh…Sí, sí, perdona… -balbució Fernando. “Madre mía, maaadre mía…”, continuaba pensando, echando disimuladas miradas a aquel bultazo. Era obvio que no estaba erecto, por la redondez del paquete, pero saber eso aún le ponía más nervioso. Continuó:

  • Decías….decías que ya veías por dónde iba, Santiago

  • Pues claro, hombre… Que a mi hermano lo que le hace falta es encontrar una buena jaca, una real hembra, vamos, pa quitarle las tonterías de encima

  • Eso…de eso, más o menos, se trata, Santiago.

Fernando sabía muy bien que no podía explicarle a Santi exactamente lo que Diego le había contado sobre su situación con Marquitos. Pero, pensaba, al menos, con la ayuda de Santi, que Diego se sintiese libre para tener fantasías (las que fuesen), y masturbarse, no creándose así problemas de nerviosismo, ansiedad

  • Bueno… Mi hermano es un tipo currante, un señor, y muy buena persona. Además, qué cojones, con buena planta, si ya lo decía padre… Seguro que tarde o temprano encontrará a una señora de bandera, ya verás, Fermín-, dijo Santi.

  • Ya, ya… Seguro, Santi -, siguió el psicólogo, - pero, mientras tanto… bueno, Diego es un hombre, y un hombre tiene sus necesidades…y me parece que Diego es reacio a…bueno, a propocionarse placer él mismo

-¿A hacerse pajas? -soltó el bruto de Santi.

  • Glups…sí, eso mismo

-¡Ja, ja, ja, ja! -rió el tabernero. - ¡pero si ya de muchachos era un cortao! Pero si me acuerdo yo, de mocitos, que dormíamos en la misma habitación, y anda que no se ponía colorao si le pillaba yo cascándosela. Y eso que yo, con esas edades, buah…. La tenía todo el día como una piedra.

Mientras Santi hablaba, Fernando iba poniéndose nervioso… Seguía echando miradas a aquel enorme bulto entre las piernas del rechoncho tabernero, y que de golpe estuviesen hablando de pajas y tal… no ayudaba a que se calmase. Disimuladamente, se colocó su cartera de trabajo sobre las piernas. Y es que notaba que se estaba empalmando por momentos

  • Lo que yo te diga-, continuaba Santi. - Me acuerdo yo, por las noches, los dos en el cuarto, yo en la litera de arriba y Dieguito en la de abajo.Hablando de tías buenas, de tetas, de culos, de chochos, y, bufff…. Mientras Diego se cortaba, yo, hale, venga a pelármela. Igual me metía tres o cuatro pajas seguidas. ¡Ja, ja….! Me acuerdo yo que usaba los calcetines para echar toda la lefada, cojones… Me los tiraba Diego desde abajo, quejándose de que fuese tan guarro, pero a esas edades, Fermín, ya se sabe…. Coño, entre la que al final se metía mi hermano, y las corridas que me había pegado yo, no te cuento cómo olía la habitación; a tigre, a polla, a lefa… Je, je, las broncas que nos hemos llevado de padre, caguen la puta

  • Bueno….pues, pues….a eso me refiero, Santi-, cortó Fernando, intentando que el tema no fuese a más, y resistiendo el impulso de acomodarse bien la polla en los calzoncillos; se le había empinado del todo, torcida, y le molestaba, aunque al mismo tiempo, le ponía más cachondo. - Hay que animar a Diego a que…a que se la pele, como tú dices, hasta que encuentre pareja.

  • ¡Jo, jo… -. Siguió Santi, - como si con pareja uno no se la pelase…! -rió, mientras se rascaba la entrepierna.

“La hostia….”, se percató Fernando, “¿eso son los huevos…?”. Y es que al rascarse el bultazo, medio bulto redondo se había movido arriba y abajo, apretado contra el pantalón.

  • Pues claro, coño… Yo mismo; no me quejo para nada de mi palomita, pero… Fermín, que uno es un hombre, y cuando se te llenan las pelotas, hay que descargar, aunque la parienta no esté de humor

  • Va-vaya… Y…¿y te ocurre con frecuencia esto, Santi?

  • ¡Je, je, je….! Hombre, con más de la que quisiera. Mira, mira, ahora mismo, cuando has llamao, estaba ahí en plena pajaza

-¡Qué dices! -, se asombró el psicólogo, mientras notaba su propia polla latiendo… Menos mal que estaba ladeada, porque se notaba un lado del calzoncillo ya húmedo

-¡Je, je, sí, hombre…! Mira, pon la tele, que estaba viendo una peli que….

Fernando tenía al lado el mando; la encendió.

-¡Haaaaala! -, exclamó, al ver la pantalla. La peli había ido avanzando, y ahora se veía cómo dos tíos se zumbaban a una de las chicas, por delante y por detrás, a todo trapo.

  • ¡Joder, cómo le están dando! -, dijo el tabernero. - Pues eso, aquí estaba, zumbándomela

Fernando desvió la atención hacia Santi. Este se había quedado callado, mirando como follaban a lo bestia en la pantalla. Hacía cara de tonto, parecía embobao.

-¡Ufff…..! -reaccionó, - y aún sigo con las pelotas a reventar, coño…. Joder, cómo se la follan los cabrones…. Mira, mira, Fermín, si se me está empinando de nuevo

  • Hostia….hostia, Santiago-, sólo puedo musitar Fernando. Efectivamente, el bultazo había crecido hacia el muslo. Una enorme salchicha se marcaba por todo el pantalón casi hasta la rodilla. “¡La puuuuta!”, se dijo Fernando, “Diego no está nada mal armado, pero esto…estooooo….joder, joder, ¡joder!”. Casi temblaba de cachondez, el pobre psicólogo.

  • ¡Ufff….!-, gimió Santi. - Oye, esto me recuerda a cuando estaba con mi hermano, je je…. Como que me la voy a sacar, coño, me la saco y me pajeo bien….

Con dificultad, se bajó los pantalones del chandal, sin dejar de estar espatarrado en el sillón.

-¡Uah! Así….joder, todo el rabote duro, coño….qué bien, joder…. -, exclamó.

-¡La puta!-, exclamó esta vez en voz alta Fernando. Medio inclinándose, Santi había hecho resbalar los pantalones por sus muslos, gordos, velludos a más no poder, y al llegar casi hasta la rodilla, había saltado todo el nabazo. ¡Y menudo nabazo! Dejaba pequeño al de su hermano Diego. La punta del capullo amoratado rozaba las tetillas del tabernero, a través de la camiseta; venoso, grueso como la lata de cerveza que había tirado antes… “¡No se lo coge con dos manos!”, alucinaba Fernando, “¡esa polla no se la agarra con dos manos, no llega, jooooder!… Y esos cojonazos….dios mío…¿qué son esos cojonazos, la viiiirgen?”. Reposando sobre el sofá, dos pelotazas velludísimas ponían cardiaco a Fernando. Se notaban robustas, llenas a tope

  • ¡Ufff, uf….!-, gemía Santi, ahora pajeándose libremente, pasando la mano con lentitud por todo el tronco de la gigantesca polla hasta la punta del capullo.- Fermín…si quieres cascártela con la peli….aunque seas trucha…supongo que también…¡uahh..! Se te empina…¿no?

  • Si…si…. -contestó Fernando, sobrepasado por la situación.

  • Pues hale….tú mismo…yo pienso…¡ahmmmm! cascármela de puuuta madre….

Aunque cortadísimo, el psicólogo se dejó llevar. Levantándose, se desabrochó los pantalones, quitándoselos. Al quedarse en gayumbos, Santi se apercibió del manchón que tenía donde apretaba la punta de la polla, torcida a la izquierda… El psicólogo había estado babeando tanto, que también la ingle y el muslo se veían mojados.

  • ¡La leche! -dijo el gañán - ¡cómo te babea la picha, Fermín!

  • Yo…yo….-, sólo podía decir el psicólogo. Sin manías, se quitó también los calzoncillos, haciendo que su nabo, normalete, saltase empinadísimo hacia arriba. Un nuevo hilo de precum colgaba de la punta del nabo, balanceándose.

  • ¡Ja, ja, ja…-, rió el tabernero, mientras seguía metiéndose caña al nabo. -¡Eso es bueno, hostia puta!

  • ¡Joder, joder…!-, dijo el psicólogo. - Yo babeo, pero tú… Hostia Santi, tienes un pene enorme, enorme...

  • ¿Pene? -, respondió este. -¡Una señora polla, joder! ¡Mira….mira que cipotón pa taladrar bien chochos, mira….! -dijo el bruto, cogiéndosela de la base y haciéndola chocar consigo mismo.

En la vida Fernando se hubiese sentido atraído por un tipo como Santi; bajito, peludo al máximo, un gañán… Pero…aquella maravilla que tenía entre las piernas….aquella polla monstruosa le perdía… Se acarició la suya, allí, de pie, delante de Santi, que no perdía la pista de la película, haciendo que manase aún más precum.

  • ¡Joder! ¡Pero vaya cerdada de picha que te gastas, Fermín! ¡Cómo chorrea, uffff…! -volvió a exclamar Santi. - Oye…oye, se me ocurre que…Vente; caguen la ostia, vente p’acá..

  • V-v-voy….-, tartamudeaba el psicólogo. Se quedó de pies, al lado del sillón donde medio sentado, medio estirado, aquél gañán se pelaba esa polla de campeonato.

  • ¡Ponte…ponte aquí, al lao, de pies…eso…joder, so trucha….ya verás! -gimió Santi.

-¿Qué…qué hago, Santi? -, preguntó Fernando, de pies. Desde su perspectiva, mirando hacia abajo, veía su propia polla apuntando al techo casi encima del cipotón de caballo de Santi.

  • ¡Pégale un meneo, coño! Venga, mariconazo, pégale un meneo de esos que chorree, que me vas a lubricar bien tol raboteee!

  • ¡Joooooooooder! -, bramó el psicólogo. Se pegó una meneada buena en la polla y, efectivamente, un chorro espeso de precum manó de la punta, cayendo sobre el glande amoratao al máximo de Santi. Durante unos segundos, ambos capullos estuvieron unidos gracias a aquel líquido chorreante, hasta que se desprendió del nabo del psicólogo.

-¡La hostia, la hostia, la hoooooooooooostia! -, gritó Santi, sin tocarse, sintiendo como por toda aquella enormidad de su polla resbalaba el cachondo precum caliente del psicólogo. Ahora sí, se la volvió a agarrar, esta vez a dos manos, y se la peló como un loco, con rapidez, gracias a la lubricación que tan bien proporcionaba Fernando.

  • ¡Ah!¡Ahhhh!¡Joder, está empapada, so maricón! -gemía Santi.

  • ¡Uffff….me la casco, me la cascoooo!! -, pudo decir Fernando, también él ahora meneándosela de verdad. Pero, al hacerlo, era inevitable que nuevas ráfagas de precum cayeran sobre la ya pringosa pollaza de Santi. Con los meneos que le pegaba Fernando al cimbrel, algunos chorros caían sobre la barriga del tabernero, en la camiseta.

  • ¡Joooder, cacho cabronazo! ¡En la polla, en la pooooollla! -exigía, meneándosela de la base del tronco e intentando recoger con la punta los hilos cada vez más gruesos de presemen que caían resbalando de la polla del psicólogo.

En un momento, semejante trabuco estaba tan pringado que Santi no sentía tanto placer pelándosela. -¡Joooder, está toda la polla empapada, la puta! -dijo.

  • Yo…yo…lo siento…. - pidió disculpas Fernando, parando la paja que se estaba haciendo. -¿Y si….Glup…y si te la…uf….te la seco…te la seco un poco? Ha sido culpa mía…y….

  • ¿Pero cómo coño me la vas a secar tú, so maricón? Las ganas que tienes, caguen tó

  • Que sí….espera…mira…-, Fernando estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de palpar mínimamente aquella polla de semental. ¡Ahora no le extrañaba nada la alegría que siempre llevaba Lourditas encima! Se retiró, agachándose, y, cogiendo sus calzoncillos, se puso de rodillas delante de Santiago.

  • ¡¡Que no, cojones!! -se quejó el tabernero, -¡¡que no me van las mariconadas!!

  • ¡Que no, tranquilo!-, casi suplicó Fernando, - que sólo te la seco un momento

Sin mediar más palabras, con la mano enfundada en los gayumbos, Fernando acarició toda la larga vara, resbalosa de su propio líquido preseminal.

  • ¡Uahhhhhhhh!!- soltó Santiago, que no se esperaba una mano ajena tocándole la verga.

  • ¡Hostia! ¡Qué polla, qué polla, qué poooooollla!! -, exclamó Fernando, subiendo y bajando los calzoncillos a lo largo de aquella monstruosidad de cipote, apretando, usándolos como una bayeta.

  • ¡¡Mariconazo!! -reventó Santiago-, ¡¡qué me haces, qué me haces!!

  • ¡¡Una señora paja!! ¡¡Me la suda todo, he de pajear esta polla!! -se reveló Fernando. No podía más, lanzó los calzoncillós empapados y, a plena mano, agarró cómo pudo la tranca.

  • ¡No me cabe!!¡No me cabe en la mano, jooooooder!! -y era cierto, no podía cerrarla alrededor de semejante cacharro.

Santi, ajeno al mundo, sudaba, resoplaba, alucinando con que Fermín estuviese a puntito de cascársela.

  • ¡¡Ahhh!! ¡¡Pues….pues….disfruuuuta, maricón de mierda!! ¡¡Jooooooder, disfruta esta pollaza!! -, se rindió, el gañán, demasiado cachondo para protestar.

  • ¡Sí! ¡Sí! ¡Siiiiiiiii! - alucinaba Fernando. De rodillas, utilizaba ahora las dos manos para cascarla, intentando cubrir y descubrir el glande del macho sin conseguirlo; debido al empinamiento mayúsculo de aquel aparato, el capullo permanecía todo el rato a la vista, morado del todo, gordo

  • ¡Uahhhhh!!-gemía este, dejándose hacer. -¡¡Cómo la meneas, cabrón!!

Fernando, a buen ritmo, pasaba una y otra vez las manos por todo el rabo. Su polla golpeaba contra el bajo del sillón, poniéndolo perdido de precum, y sentía que en beve acabaría corriéndose violentamente, con aquella señora picha entre las manos.

  • ¡Mis huevos!¡¡Jooooder, tócame…los….huevos!! -ordenó Santiago.

  • ¡¡Si…!! ¡Joder, qué pelotazas, qué pelotazas….! -agradeció Fernando. Soltando una mano, la pasó por entre los huevacos y el sillón. ¡Cómo pesaban! No conseguía medio agarrarlos bien y, agachándose más y tirando de la polla de Santi hacia arriba, consiguió casi tener uno en la mano… ¡Joder, qué cojonazos de toro! Los acariciaba, los sobaba, sintiendo su peso, lo peludos que eran… Unos cojones majestuosos…. Subió un poco más la polla que no soltaba, y notó que golpeaba con algo.

  • ¡¡HOSTIAAAAAAAAA!! -gritó aquí Fernando. Santi, al borde del orgasmo, sudando como un cerdo, tenía el cuello inclinado, la cabeza hacia abajo…¡y la polla, gracias a su extraordinaria longitud, le estaba golpeando en la cara!- ¡¡JOOOODER, SANTI!!¡¡JOOOOOODER!! -bramó el psicólogo, olvidándose por un momento de aquellos huevotes maravillosos, y emperrao en, tirando de la gigantesca porra, golpear la cara de aquel tabernero.

  • ¡TOMA, TOMA! -decía Fernando, como loco. -¿AHORA QUÉ? ¿QUIÉN RECIBE POLLA AHORA? ¡TOOOOMA, SEMENTAL!

Santi se resistía a abrir la boca, notando los golpetazos de su propia polla por las mejillas, los labios, la barbilla, la frente

  • ¡¡TOOOOMA, GAÑÁN!! ¡¡TOOOOOMA….DE TU…PROPIA…POOOOOLLA!! - seguía, enloquecido, Fernando. Se movía todo él; por un lado, sin dejar de agitar aquel cipote inmenso, contra la cara de su propietario, Por otro, pegando golpes con su picha en el sillón, notando que no podría controlarse más.

  • ¡¡ESTO ES UN CIPOOOOOTE, QUE LO SEPAS!! -, le gritaba al pobre Santi. Este, a pesar del riesgo, le pudo más su cabreo. Abrió la boca para insultarle:

  • ¡CABRRRRROOOOOOOOOOOOOGLUPS!!¡MMMMM!! -, era inevitable, con un movimiento certero, Fernando había encajado la puntita del capullo en toda la boca del tabernero.

-¡¡HAAAAAAAAAAALA!!¡COOOOOOME POOOOOLLA! -, bramó, apretando aún más.

Con lo gorda que era, no cabía mucho más, pero no hizo falta. Santiago, con los ojos desorbitados y la boca abierta al máximo, sintiendo su propio capullazo bien agarrado por Fernando, y la mamada que él mismo se estaba propiciando, reventó.

-¡¡¡¡MMMMMMMMMMMMMMM!!!!¡¡¡HHUUUUMMMMMMMMM!!! -sólo podía decir, agitando los muslos y los brazos, notando cómo un chorrazo ardiente le llenaba la boca de su propia leche.

Fernando captó enseguida lo que pasaba, y rápidamente desencajó el rabo de la boca de Santi. El nabazó saltó con violencia, lanzando un segundo chorrazo en el brazo del psicólogo.

-¡¡¡MARICOOOOOOOOOOON!!¡¡¡HIJO PUUUUUUUUUTA!!!- soltó este, por fin libre.

-¡¡¡JOOOODER, ME CORROOOOOOOOOOOOO!!!- advirtió Fernando. La visión de Santiago, insultándole, con su propia lechada resbalándole de los labios y la ración que había recibido, era más que suficiente. Pero no así para Santiago que, enfadado, esta vez se la agarró y le pegó en toda la cara un pollazo fortísimo al psicólogo. -'¡TOOOOOOMA, COME POLLA TU, MARICONA!! -le gritó, repitiendo el gesto y propinándole otro porrazo con aquella tranca, que aún iba salpicando leche.

-¡¡¡UAHHHHHHH!!¡QUE SI!!¡¡¡¡¡QUE SUELTO LECHEEEEEEEE!!!! -gritó, cachondo hasta el límite el psicólogo, abrumado con los pollazos que le pegaba aquel burro semental. Con la segunda hostia de polla y las gotas de leche que le llenaron la cara, no pudo más, y empezó a lefar el sillón a presión, en tiros cortos pero abundantes, retorciéndose de gusto, de rodillas, cayendo hacia atrás. En su vida se había corrido tan bestialmente

  • ¡Mi madre….! -se quejó Santi, más tranquilo, incorporándose del sofá, con aquella polla excesiva bajando de tamaño, bamboleándose y goteando leche. - ¡Mi madre…-, repetió, - pero qué hemos hecho….!

-¡Uf…..ufff…..Santi, yo….joder….lo…lo siento….! - contestó el psicólogo, tirado sobre la alfombra, reponiéndose.

  • Anda, anda…. Tira, tira pa tu casa, Fermín…Y de esto, ni una palabra, o te corto los huevos, maricona….-, amenazó el tabernero.

  • No, no…. -, aseguró Fernando. Se incorporó, y se fijo en una foto familiar que había en una mesita, donde aparecían Diego y Santiago: los dos hombres más pollones que había conocido en su vida.