Los riesgos insospechados de la ambición (6)
Marta se entrega por segunda vez al joven desconocido
Los riesgos insospechados de la ambición (6)
6
Pasados unos interminables minutos, que no hicieron sino aumentar su confusión por lo sucedido, sus peores temores se confirmaron, porque aquel jovenzuelo por muy inexperto que fuera no era precisamente tonto, y para su desgracia, tenía experiencia con fulanas, aunque sabía que no era ni siquiera necesario tenerla para llegar a una inevitable conclusión.
- ¡Joder, qué pasada! ¡Qué ganas tenía de correrme!
Se había vuelto a levantar, se quitó de los tobillos el bañador, apartándolo de una patada, y quedó de nuevo desnudo ante ella, que no sabía dónde esconder la mirada.
- Sabes, tú no eres una puta… bueno, quiero decir, eres bastante puta… menuda pinta tienes con toda mi leche por tu cara y tus tetas… pero no una profesional… ni de coña me habrías hecho una mamada sin asegurarte que te iba a pagar, y sabes de sobra que no tengo un duro… y tampoco ha sido la mamada del siglo… yo solo he tenido sexo con putas baratas pero me lo hacen de coña, y lo tuyo ha sido un poco chapuza… el Crispín no se fiaba de usted y tenía mucha razón..
- Pues bien que te has corrido… y muy rápido…
Asustada por sus palabras, desconcertada por completo, veía que había sido una estúpida dejándose llevar por aquel jovenzuelo descarado, diez años menor que ella, pero que ahora la tenía en su mano con solo amenazarla con contarle a él lo sucedido, y sus fundadas sospechas. Debía aparentar calma e indiferencia, si quería librarse de la amenaza, pero ni se veía capaz de calmarse, ni creía que él soltara fácilmente su presa ahora que sabía que la tenía bien agarrada. Y para colmo, todavía sentía su semen escurriendo por su cara, y por su cuerpo, y veía claramente como él disfrutaba viéndola así, pues sin duda se sentía orgulloso de su potencia sexual, cómo no.
- Ya, no te puedes ni imaginar lo caliente que estaba, ahí está mi lecha para demostrarlo, pero tú tampoco te has quedado corta, creo que estabas casi más caliente que yo, que ya es decir. Y ya te digo que nunca he visto una fulana tan ardiente, todas lo fingen pero sabes que es teatro, por más ilusión que a uno le haga. Y lo tuyo no ha sido fingido, ni de coña (el jovenzuelo no dudaba en mostrar los triunfos que tenía en la mano, para someterla ya completamente).
- Oye, termina de una vez tu trabajo, ya tienes lo que querías, así que ahora podrías ser un poco más rápido, me está entrando frio otra vez. Y ponte el bañador, no creo que a tu jefe le haga gracia verte en bolas si pasa otra vez por aquí.
- Menos le gustará saber que tú no eres una profesional, aunque se dará cuenta de todas formas cuando se la mames, porque no sabes chuparla. Pero bueno, yo no le contaré nada si tú dejas de darme el coñazo y te portas como Dios manda.
- Joder, estoy siendo muy obediente, ya lo has visto, así que date prisita y terminemos pronto, que seguro que tu jefe estará deseando ya que termines.
Le había faltado tiempo a él para amenazarla expresamente, y parecía que en los últimos meses se las apañaba para conseguir ponerse en manos de indeseables que no dudaba de aprovecharse de ella a cambio del silencio, y aquel no era sino otro caso más en la cuenta. La única diferencia era su juventud, pero parecía que no estaba dotada para resistirse al sometimiento, y quizá tenía que empezar a pensar que no era mera casualidad todo lo que le estaba pasando.
Mientras pensaba en el desastre en el que se había convertido su vida, él se puso el bañador, signo inequívoco de que le temía a su jefe, lo cual comprendía perfectamente pues a ella le daba simplemente pánico. Y recibió nuevas órdenes.
- Bueno, ahora sigamos por donde lo dejé. Y dado que te has portado bien, no te voy a pedir que te abras de piernas como antes, me basta con que pongas los pies en el asiento, y abras las rodillas. Y lo primero será limpiarte mi leche, no queremos que te vea así el jefe, echa un asco. Cierra bien los ojitos, porque tendré que empezar por tu cara.
Sin duda le agradeció la nueva postura, bastante más cómoda, aunque igual de humillante. Colocó sus piernas tal como le dijo, y cerró los ojos esperando el jabón sobre su rostro, y enseguida le enjabonó la cara, y el cuello, y los senos, y el torso, no sin antes colocarle de nuevo las manos sobre la cabeza.
- Joder, tenías por todos lados mi leche, eso te pasa por no tragártela, menudo asco.
Buscaba humillarla, pero era difícil estarlo más, allí completamente desnuda, con las piernas bien abiertas, las manos en la cabeza, a disposición del jovenzuelo. Pasaron unos segundos, o un minuto, no sabía cuánto tiempo. Ella seguía en la misma postura, incluso seguía con las manos recogiéndose el pelo. Pero con los ojos cerrados, lo cual le inquietaba, pues no sabía qué estaba haciendo él.
- Antes de echarme agua, avísame, que está muy fría.
Todavía pasaron unos segundos más, quizá otro minuto, o dos, él estaría deleitándose con su desnudez, con su entrega, quizá estaría masturbándose delante suya, aunque rápidamente cambió de pensamiento, pues enseguida le excitó esa imagen del joven agarrando y agitando su miembro viril delante de ella, y al quitarse la imagen le volvió la impaciencia.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo?
- Ahora no hay prisa, estamos en faena. No sabes lo buena que estás, y el gusto que me da verte así, después del coñazo que me has dado.
- Joder, ya me has visto de todas las formas posibles, ¿es que no te hartas?
- No veo todos los días una tía en pelotas tan maciza, ¡y tan obediente!
Por alguna maldita razón le encantaba que le elogiaran su cuerpo aún en momentos tan delicados y humillantes, era superior a su fuerza, no podía estar más orgullosa de su poderío físico, muy trabajado por otra parte, y se sintió de nuevo contenta con su respuesta sincera aunque inevitablemente grosera. Pero el agua no llegaba. Pasó otro desesperante minuto.
- Por favor, no me tengas más así, me va a entrar jabón en el ojo.
- Joder, es que no me canso de mirarte las tetas. ¡Me dan ganas de enjabonarte otra vez!
- Venga, échame el agua de una vez, porfi
Empezaba a hablarle casi como si fueran colegas, lo cual era muy poco apropiado, pero era lo mejor que podía hacer, buscar ahora su simpatía.
- Sí, me parece que el jefe se va a enfadar. Debe estar ya deseando follarte, como yo.
- Pues venga, quítame este jabón.
Aunque deseaba librarse del jabón de la cara, se sorprendía más descubrir que, en realidad, le gustaba que aquel jovenzuelo la devorase con su mirada, que no tenía ya prisa por irse de allí, que su humillación ya no le incomodaba del todo, que formaba parte de su excitación, pues su total entrega, el hecho indudable de que no le negaría nada, que podía poseerla sin que ella pudiera resistirse la subyugaba, manteniéndola en ese estado de excitación casi permanente en el que estaba instalada desde que empezaron sus malditos juegos.
Y entonces sintió una fina lluvia por su rostro, cuello y torso que agradeció sobre manera, y cuando abrió los ojos por fin se dio cuenta de que se había situado a su espalda, y enseguida le cogió de nuevo los pechos, deslizando acto seguido una de sus manos hasta su sexo, mientras la otra seguía sobando sus pechos, demostrándole que ahora haría lo que quisiera con ella.
Y sin la menor vacilación, el jovenzuelo empezó a besarle el cuello totalmente mojado y a deslizar sus hábiles dedos en su sexo mientras le susurraba obscenidades que, como se temía, surtían el efecto esperado.
- Ahora te toca a ti correrte, zorra, te has quedado con ganas de polla así que te voy a compensar… te voy a meter mis deditos hasta el fondo… no te resistas… vas a ser mía… hmmm… la almejita se ha abierto... eso es… puedes gemir lo que quieras…
Y ella se dejó llevar, una vez más, y desde luego, aquellos susurros la enardecieron por completo, la derrotaron, entregándose una vez más al placer que empezaba a inundarla, poniendo de nuevo de manifiesto que no era precisamente una profesional. Y hasta buscó sus labios para apagar los gemidos, no dudando él en volverle el rostro para besarla finalmente con ardor y desenfreno, mientras se retorcía en el asiento buscando el orgasmo definitivo que antes se le había escapado entre las manos. Y sintiendo aquellos dedos accediendo sin freno a su interior y esa lengua nerviosa manejándose en su boca como si le perteneciera, y sus labios que hacían lo que quería con los suyos, el orgasmo llegó casi con la misma rapidez con el que él sucumbió cuando poseyó su pene inexperto con sus ardientes labios. Tanta tensión sexual no podía finalizar de otra forma, ni de mejor forma, y ella gimió y gimió de forma contenida y desaforada en sus labios y en su boca, totalmente desatada. Sí, era evidente, ya era malditamente suya, como pronto lo sería irremediablemente de su jefe. No era una profesional, pero desde luego no podía contener su deseo cuando se encontraba sometida, una historia que se repetía con harta frecuencia en los últimos meses.
Ahora fue ella la que se acurrucó, inclinándose hacia delante hasta abrazar sus rodillas por completo, avergonzada, sometida, sumisa, entregada. Y se daba cuenta de que aquello no terminaría bien, que el joven pronto volvería a requerirla, y que sería inevitable que Crispín entrara en escena sorprendiéndoles en plena faena. Apenas pasó un minuto, quizá dos, el tiempo ya escaba a todo control, y de nuevo escuchó la que ahora consideraba su autoritaria voz.
- Ahora que la señora ya ha recibido lo suyo, volvamos a la tarea, póngase como antes, que la voy a seguir enjabonando.
Obedeció al instante, deseosa de volver a la rutina por si llegaba de improviso Crispín. Y aunque sabía que se delataba con ello, no pudo evitar pedirle silencio sobre lo sucedido.
- Oye, no le cuentes nada a Crispín, se enfadaría con nosotros.
- Sobre todo contigo, pero puedes estar tranquila, tú hazme caso y todo irá bien. Llevo unos años con él y sé manejarlo.
Menudo farol, nadie podría creerse semejante cosa, pero no iba a reírse en su cara, no estaba en condiciones, y además, le gustaba ese tono protector, le inspiraba una mínima confianza.
- Vale, confío en ti.
No confiaba nada en él, pero no tenía escapatoria, y debía reconocer que se había manejado bien con sus besos y sus dedos, que denotaban más experiencia de la que habría imaginado. Sintió como retiraba la silla y se le acercaba de nuevo, enjabonándole ahora la espalda, en toda su gloriosa extensión, y por supuesto las nalgas, que las apretujó todo lo que quiso, para luego seguir de nuevo por los muslos hasta los tobillos. Y de nuevo sintió el agua fría, que de hecho ya no le parecía tan fría, y también su mano saltando de glúteo en glúteo mientras la regaba como si fuera una planta.
Acabó su faena, o eso pensaba ella, pero no tardó en descubrir que para él aquello no iba a terminar así, que quería una nueva ración de placer perverso.
- Bueno, todavía nos queda darle un repasito a tu culo, ya sabes que el jefe lo quiere bien limpito.
- Oye, ya está bien limpito. Y ahora tengo un poco de frío.
- No te preocupes que te caliento en seguida. Vete hacia la mesa, y ponte en pompa, aunque apoya solo los brazos, deja tus tetas libres como el viento. Y ábrete de piernas, tengo que darle un buen repasito.
Obedeció. No podía ser más humillante la postura, mostrándole su trasero en todo su esplendor, con las piernas bien abiertas y sus senos colgando literalmente de su cuerpo. Y la incertidumbre sobre el momento en que esas manos enjabonadas y resbaladizas empezarían a patinar sobre su piel no hacía sino aumentar su excitación. Y el joven demoraba ese momento, sin duda para prolongar su excitación.
- ¡Qué culo, Dios mio¡ ¡Qué culo!
Le satisfacía irremediablemente que le alabaran cualquier parte de su cuerpo, y desde luego esa parte de forma especial, pues sabía lo importante que era para consolidar su atractivo.
- Oye, que esto resulta interminable. Empieza de una vez, en cualquier momento llegará Crispín (no albergaba dudas de que sería poseída sobre esa mesa, y sabía que ambos tenían orden expresa de no hacer el amor, en cualquier postura).
- ¿Estás impaciente, eh?
- Estoy asustada, Crispín debe estar al llegar, y ya sabes lo que… nos dijo…
Comprendió que se había delatado, que ahora ya estaba calor que ella esperaba ser poseía por detrás, y que únicamente le pedía rapidez para no ser sorprendida.
- Ya, el jefe no quiere que follemos, te refieres a eso ¿no?
- Sabes muy bien a qué me refiero.
- O sea, que sabes muy bien que te voy a follar, ¿no?
- No deberías hacerlo, el jefe nos la liaría a los dos.
- Cierto, así que aunque lo estés deseando no te follaré, otra vez será.
No pudo desconcertarla más semejante afirmación, que la humillaba por completo. Era como si ella se lo hubiera pedido, o rogado, y él se lo negara por las bravas. Afortunadamente lo tenía a sus espaldas, así que la humillación se amortiguó. Decidió no hablar más, dejar que hiciera con ella lo que quisiera.
Y no tardó en sentir esas manos jabonosas deslizándose con suavidad por su entrepierna, y enseguida, para su sorpresa y desesperación, no tardó en sentir ese delicioso miembro viril, totalmente enhiesto, duro, férreo, colándose entre sus nalgas, lo cual la sorprendió después de escuchar su negativa, y la sorpresa todavía la excitó más. Y era evidente que para provocar todavía más su cercanía, él estaba flexionando ligeramente las rodillas para adelantar su cintura al resto del cuerpo, y de una forma rítmica, con el resultado realmente excitante de que su verga se deslizaba hacia delante y hacia atrás por su entrepierna, en una especie de simulación del acto sexual desde atrás. Y cuando detenía su movimiento, se abalanzaba hacia los pechos para enjabonárselos y estrujárselos de nuevo, y ella no podía sino estar totalmente excitada con tantas caricias, tanto movimiento viril tras ella.
En esos momentos, ella se sentía ya imposibilitada para ofrecer cualquier resistencia, de tal forma que sólo deseaba que él la tomara sin contemplaciones, que acabara de una vez no de limpiarla, sino de satisfacerla, sin importarle tan siquiera que la sorprendiera Crispín. Pero tampoco podía decírselo, sólo lo dejaba hacer sin reparos esperando que no pudiera contenerse más, pese a su inicial negativa.
- ¿Te gusta cómo te estoy limpiando, eh?
Ella quería contestarle afirmativamente de forma apasionada, insinuante, abiertamente lasciva, para provocarle y que no pudiera tampoco resistirse más, pero se contuvo, sabía que aquello era una locura, que en cualquier momento aparecería Crispín.
- No lo haces mal, pero tienes que terminar ya. El jefe te va a pillar en pelotas y no le va a gustar.
- ¡Qué se joda! Además, no me ha puesto límite de tiempo. Cuando se canse de esperar, que venga.
- Pero es que como nos pille… ya sabes… tendremos un lío…
- Ya te he dicho que no te voy a follar, y el me ha dado carta libre para todo lo demás. Así que puedo seguir cogiéndote las tetas (y acompañó la frase con el correspondiente apretón de sus pechos), y el coño ( y ahora las manos se dirigieron al lugar nombrado) y el culo (y de nuevo hizo lo que anunció), siempre que no te folle. ¿O es que lo quieres es que te folle de una vez, y al carajo el jefe?
Hablar ya le resultaba difícil, porque incluso en la voz podía descubrirse el rastro nítido del placer, aunque era toda una suerte no verlo.
- Nooo… quiero que terminemos de una vez… ya me has tocado todo lo que has querido… por favor, termina ya (seguía forcejeando contra su propia voluntad).
El joven la dejó por unos segundos, y cuando notó sus manos en las pantorrillas supuso que se había puesto de rodillas. Sus manos ascendieron de nuevo a sus muslos, otra vez con deliciosos movimientos, y luego descansaron en sus glúteos, que fueron convenientemente masajeados y enjabonados.
- Ábrete un poco más de piernas, y separa las nalgas. Tengo que limpiarte el ojete del culo.
¿Podía protestar, después de todo lo que había hecho ya, de todo lo que se había dejado hacer? Y aquello era un nuevo peldaño en la humillación, y en el placer. Obedeció al instante, y al instante sintió deslizarse por su entrepierna el canto de su mano, desde su sexo hasta el ano, y acto seguido fueron sus dedos primorosos los que se deslizaron desde el bello pubiano hasta el ano, demorándose en aquellos lugares más sensibles, masturbándola de nuevo jabonosamente con el mayor descaro. Y no sólo jugueteó con sus labios externos, internos, con el clítoris, con todos los entresijos de su aparato genital, también le masajeaba el ano, con parsimonia, jabonosamente, dulcemente. Y eso sí que era nuevo, eso sí que era nuevo, y le hacía ya imposible contener la excitación ni pensando en aquella extrema situación en la que se había encontrado hacía una hora.
Y de repente, le dejó con el deseo a flor de piel, sus dedos abandonaron su entrepierna, la dejaron sola, en aquella postura, con el placer a punto de estallar. Le hubiera rogado que continuara en cualquier otra situación, pero en esa era tan comprometido que tuvo sencillamente que morderse los labios. Después de unos instantes, ella se inquietó, quería saber qué es lo que estaba haciendo, o más bien, qué pretendía hacer a continuación. Ella ya había perdido la noción del tiempo, no tenía ni idea de cuánto llevaban en aquella situación, y de hecho le parecía estar fuera del tiempo y del espacio, en un limbo que era puramente sexual, o más bien sensual, un limbo en el que ella estaba suspendida y del que no quería descender por nada del mundo, con aquel joven continuamente acariciándola, enjabonándola, enardeciéndola. Pero no iba a estar eternamente en ese limbo, por desgracia.
- ¿Qué haces? ¿Has…. has terminado? ¿puedo incorporarme? (ni lo veía ni quería mirarlo).
- Me estoy masturbando mientras miro tu culo, no he podido aguantar más. Como el jefe no me deja follarte, no me queda otra.
- ¿Y qué hago ahora? Así estoy muy incómoda.
- Apóyate en la mesa si estás más cómoda, pero mueve un poco el culo, muévelo para mí.
Aquella excitación la estaba dominando, y por tanto, el hombre que la había provocado la dominaba ya abiertamente. Al menos no incumpliría la orden del jefe, haciendo aquello, ¡y deseba hacerlo! Empezó a moverlo con toda la sensualidad de la que era capaz en aquellas circunstancias, deseando que aquel hombre incumpliera brutalmente la orden del jefe, que la poseyera con violencia, que la penetrara con la mayor intensidad. Pero sabía que no podían arriesgarse, y no sería ella la que lo pidiera.
- Oye, date la vuelta, coge más jabón y enjabónate otra vez el coño, y las tetas, y el culo. Van a quedar relucientes.
Ahora ella tenía que realizar un pequeño espectáculo para él, y realmente estaba tan excitada que se asustaba al pensar que tendría que volverse, que vería aquel miembro viril que ya se imaginaba grande y duro manejado por sus manos, y realmente no sabía si podría contenerse más tiempo. Se incorporó, se volvió, y no pudo dejar de mirar aquella mano masculina deslizándose por un pene enhiesto, pleno de vigor, en el punto más álgido de su extensión, de su grosor. El joven estaba justo enfrente suya, cómodamente repantingado en la silla, mirándola a los ojos, con una sonrisa de plena satisfacción, quizá ya en los últimos instantes antes de la explotación. Ella hubiera querido abalanzarse sobre él, retirarle la mano, cogerle el miembro entre las suyas, acariciarlo, lamerlo, llevárselo a la boca. Y él no tuvo que pensar mucho para adivinar cuál era su deseo.
- ¿Me la quieres chupar otra vez? ¿te gustaría?
Ella no podía dejar de mirar aquel espectáculo, no podía dejar de sentir el deseo de hacerlo, pero sencillamente no podía decir que sí, no podía.
- Ya sabes… ya sabes… (casi no le salían las palabras)… ya sabes que no puedo… si el jefe nos ve...
- Pues enjabónate el coño.
Ella se inclinó para coger el bote de gel, dejando que pudiera deleitarse con sus pechos mientras se inclinaba; se echó gel en la mano y volvió a inclinarse, sin prisa, intentando mostrarse sensual. Y con esa sensualidad que ya le embargaba, empezó a enjabonarse la entrepierna, los pechos, las nalgas, sin apartar la vista de esa mano que se deslizaba a lo largo de su pene.
- Acércate, aquí, a mi lado. Pero acércate a cuatro patas.
- Eso no… por favor… (no es que se opusiera, estaba tan excitada, tan dominada por él, que no pensaba en oponerse; sólo quería aumentar más su propia excitación, quería ofrecer una resistencia sensual).
- Oye, zorra, tienes que hacer lo que yo te diga, y lo sabes muy bien, ¡lo que yo te diga!. No puedo follarte, eso es lo único que no pudo hacer, así que tendrás que ponerte a cuatro patas y acercarte.
- ¿No te basta con que me toque para ti? (no había dejado de hacerlo porque necesitaba hacerlo) Me pides demasiado, ya te la he chupado, me has tocado lo que has querido, ya tienes más que suficiente.
- Si no te pones a cuatro patas ahora mismo, zorra, le contaré al jefe que le has tomado el pelo, que te pones cachonda a la primera, que de profesional nada de nada, y ya verás cómo se pone..
- El jefe no te creerá… está deseando follarme (y realmente lo que ella deseaba ahora era ponerse a cuatro patas para él, solo quería que se lo ordenara con más decisión).
- Te dije maldita zorra que todo iría bien siempre que hicieras lo que te pidiera, Así que o te pones ahora mismo a cuatro patas o me largo y le cuento al jefe todo, hasta el diré que hemos follado, y haber a quién le cree.
- Vale, vale, tú ganas, no te pongas así. Me pondré a cuatro patas.
No es que se hubiera resistido mucho, pero había disfrutado de esa pequeña conversación. Se arrodilló sin dejar de mirarle su miembro enhiesto, y apoyó sus manos en el suelo, manteniendo alta la cabeza. Se deslizó sobre el pavimento mojado con cuidado, pero con decisión. No tardó en llegar a su lado, junto a sus pies. Entonces se puso otra vez de rodillas, y observó con todo detenimiento esa sonrosada cabecita que surgía de sus manos. Se puso de pie, y se siguió enjabonando mientras le rozaba sus pies. Aquella empezaba a ser una tortura sexual, simple y llanamente. Y entonces volvió la cuestión
- Te dejaré que me la chupes si me lo pides por favor, y te enseñaré a hacerlo en condiciones.
Desgraciadamente había aprendido mucho en los últimos meses, demasiado, y aunque no podía decir que fuera ya una experta, sabía cómo hacerlo. Y sobre todo, sabía hacerlo mejor cuando lo deseaba, y ahora lo deseaba intensamente. Se humilló lo indecible sin importarle las consecuencias.
- Vale, te la chuparé…. si me dejas…
- ¡Por favor!
- Sí, por favor.
Y entonces lo hizo de nuevo, lamiendo el tronco, los testículos, la cabeza, esforzándose para que el jovenzuelo supiera que desde luego no era una novata en esos menesteres. Y de nuevo se engulló su sonrosada cabeza, deslizando los labios por ella, una y otra vez. Y de repente le cogió de la cintura, le dio la vuelta con facilidad, y la sentó sobre sus piernas ligeramente abiertas, le abrió las suyas con la mano, con fuerza, con decisión, y le elevó los brazos para apoyárselos en la cabeza. Y esos dedos primorosos, que ya no estaban enjabonados, o no tanto como antes, empezaron a deslizarse entre sus labios internos, externos, sobre su clítoris. Suponía ella que con la otra mano él seguía manejando su miembro, y lo supo con claridad cuando sintió el golpeteo de su miembro sobre la espalda. Luego ya no tuvo que saberlo, luego él le bajó una mano a su pene, la levantó y la dejó para que ella misma introdujera su pene en su sexo, de espaldas a él, en una postura nunca experimentada por ella, y enseguida gimió como una desesperada cuando aquel miembro enhiesto se introdujo en ella con la mayor facilidad, tan excitada y deseosa como estaba. Aquello era una locura, se dejaba poseer por un jovenzuelo desconocido pese a la orden tajante de Crispín, pero no pudo resistirse ni lo más mínimo. Y lo cierto es que apenas pudo deslizarse por ese poderoso tronco tres o cuatro veces, pues de nuevo el hombre estalló sin remedio, dejándola a medio camino de la nada. Y en cuanto supo que él había terminado, asustada por el peligro que corrían, se levantó, y se fue a la manguera para quitarse los restos de jabón y limpiarse su sexo, avergonzaba por lo que había hecho.
- Por favor, ponte el bañador, seguro que Crispín estará al llegar y no de puede ver así.
Fue providencial, pura suerte, todavía estaba dándose agua con la manguera cuando irrumpió Crispín, y de hecho, no sabía si le habría dado tiempo al jovenzuelo a ponerse el bañador, pues no quería ni mirarlo.
- ¡Joder Paquillo, menudo lote te estás dando! (se fue directamente a la mesa y dejó ropa encima, que ella identificó enseguida como la suya; y se acercó a ellos). Al final, vas a ser el único que disfrutes de ese pedazo de cuerpo. Yo ya no tengo tiempo, el tío ese me ha liado y ahora me está esperando también el de la máquina de tabaco, no voy a tener tiempo estar tarde. Nena, ¡qué peras más hermosas tienes! (se había acercado, se las había tocado, pellizcado también). ¡Otra vez me voy a quedar con las ganas de follarte! Antes de irte, déjame un teléfono, porque no quiero llamar al capullo ése, y no voy a quedarme sin el polvo. ¡Con lo limpito que te habrá dejado éste el coño! Y tú, Paquillo, adentro, que dentro hay curro.
Se marchó con la misma rapidez con la que irrumpió, y ellos se quedaron sencillamente paralizados, incapaces de decir ni una palabra, como si les hubieran sorprendido robando y, sin embargo, no se hubieran dado cuenta. El joven, obediente a las órdenes de su jefe, se fue hacia el almacén, donde sin duda tendría su ropa. Pero antes de desaparecer se dirigió de nuevo a ella.
- Bueno, al final hemos follado, ¡por poco no nos pillan! Aunque me gustaría hacerlo con más calma, esto ha sido un poco estresante, aunque me he corrido de lo lindo. ¿Quedamos luego?
Ella estaba de pie, desnuda, desconcertada, excitada, enjabonada, y absolutamente confusa. Hubiera deseado que aquel joven la satisficiera de nuevo, que terminase lo que había dejado a medias, pero obviamente no iba a pedírselo. Y no podía ni pensar en quedar con él más tarde, una vez que ya hubiese recuperado la cordura, la normalidad, el control.
- Oye, aunque no te lo creas soy una profesional, y lo que pasa es que no soy de piedra, y tanto toqueteo me ha puesto a mil. Y sabes que tengo una tarifa muy cara para ti.
- Pues te iba a follar otra vez, te aseguro que podría haberte follado un par de veces más, si no llega a entrar el jefe.
- Joder, no me hables, apunto hemos estado de fastidiarlo todo, me has puesto a cien y he perdido la cabeza. Pero bueno, a lo mejor tu jefe me vuelve a requerir aquí, y te deja de nuevo toquetearme.
- No caerá esa breva, que mierda esto de ser pobre, pero ahorraré. quinientos es mucha pasta, pero seguro que me harás una rebajita, te has corrido como una loca conmigo.
- Sí, te lo has montado bien, menudo hijoputa estás hecho. Ahorra y hablamos.
Ella se sentía cómoda desnuda, había perdido la vergüenza en el camino, llevaba tanto tiempo desnuda que ya ni era consciente de su desnudez, y no tenía prisa por irse. Pero el joven sí, desapareciendo enseguida. Y ella se terminó de quitar el jabón con el agua helada, se secó con una toalla que descubrió junto al grifo, y se vistió. Cruzó el almacén y se encontró de nuevo en el bar, que seguía medio vacío. En una de las meses estaba Crispín, hablando con otro hombre. No vio al joven, que estaría en la cocina. Se acercó, lo interrumpió y le dio un teléfono que era sencillamente inventado. Crispín lo anotó en el suyo, y ella pudo por fin salir de allí, respirar el aire libre, con la firme decisión de no cruzarse jamás con él, ni con el joven. Y cuando estaba libre, libre como el viento, se acordó de la terrible historia de la clienta que la había visitado hacía unos días, y se acordó porque no podía ser más parecido a lo que le estaba pareciendo a ella.