Los riesgos insospechados de la ambición (20)

Marta se ve obligada a someterse también a su cliente, pero con sorpresa añadida e inesperada

Carlos

1

Y a cuatro patas, al lado de la mesa de reuniones, y también de la mesa de Roberto, esperó instrucciones. Y llegaron.

-       Vaya, Marta, de verdad que no me esperaba que te masturbases en pelotas delante de mí, cada vez que vea ese vídeo me pondré a cien, vaya calentura que tenías. Pero bueno, ya nos queda poco, por desgracia, tenemos que preparar la reunión.  Verás, te adelanto que no quiero que te limpies, quiero que te vistas en cuanto demos el paseíto.

Le pareció increíble que quisiera obligarle a recibir al cliente sucia, con ése inconfundible olor a esperma que desprendía su piel, olor que ahora a ella la mantenía vibrante, porque era el olor del macho que la estaba sometiendo, y no conseguía sentir ni el más mínimo desagrado, lo que nunca le había ocurrido. ¡Pero se moriría de vergüenza de recibir a Shariff sabiendo que ese olor inconfundible también lo percibiría él!  Claro que, en esos momentos hasta le pareció excitante la idea de vestirse con todos esos olores inseparables de su piel.

Y no tuvo tiempo de pensar mucho más, pues enseguida él volvió a colocar la cadena en el collar, dándole nuevas instrucciones.

-       Venga, que tenemos prisa, vete primero a la cocina, luego a la sala de reuniones, y luego al cuarto de baño. Y ya sabes, meneando bien el culo, que me vuelve loco.

Inició el humillante paseo, pero disfrutándolo, arrastrándose sensualmente por el sueldo de su despacho, abriendo sus piernas lo suficiente y desplazando cada rodilla lo más lejos que podía, para que sus nalgas se abrieran al máximo en cada ocasión, con el movimiento más sensual posible, y de esa forma deleitarle con ese movimiento, con la visión de su plateado tapón anal, ¡y de su sexo!, sabiendo además que la estaría grabando con todo detalle, lo que no hacía sino incrementar su humillación, su excitación y su deseo.

Y mientras se desplazaba saliendo del despacho, camino de la entrada, él no desaprovechó la ocasión para manifestarle su satisfacción por la forma en la que se estaba comportando.

-       ¡Qué bien meneas el culo, jodida! ¡Me estás poniendo a cien otra vez! ¡Y ya no tenemos tiempo de echar otro polvo! Venga, que tenemos prisa, vete primero a la cocina, luego a la sala de reuniones, y luego al cuarto de baño.

¿Cómo era posible que le halagaran tan denigrantes cumplidos? ¿Cómo podía sentirse contenta porque aquel desalmado había mostrado de nuevo su deseo de poseerla?  Y ella no pudo evitar volverse para comprobarlo, y ciertamente su falo había iniciado una vez más la senda del poder, aunque todavía lejos de alcanzar su máximo esplendor, lo que de nuevo la halagó, ¡era la prueba evidente de que una vez más estaba despertando su deseo!

¿En qué tipo de mujer se estaba convirtiendo a pasos acelerados, por culpa de esos dos desalmados? No, no se reconocía, no era la misma que aquella mañana salió de su casa, y que ni remotamente se podía imaginar que unas horas después se masturbaría a conciencia, totalmente desnuda, delante de su compañero Roberto, mientras la grababa, ¡y voluntariamente!  Y lo más extraño era que ni siquiera se sentía ya humillada, estaba interpretando ese papel de sensual sumisa con tanto entusiasmo que en esos momentos ¡era una maldita sumisa! ¡se sentía entregada a él, dispuesta a obedecer cualquier orden! Definitivamente, no se reconocía.

Y su nuevo amo no dejó de darle instrucciones para seguir humillándola, sin saber que en esos momentos eso ya no era posible, no podía sentirse humillada, ¡quería más órdenes humillantes!, ¡quería ser suya!.

Sí, la obligó a subirse, por supuesto a cuatro patas, en la mesa de su secretaria, que estaba frente a la puerta de entrada al despacho, y en la preciosa mesa de reuniones que tenía en la sala de reuniones, de madera de nogal, rodeada de diez elegantes y cómodos sillones, en una sala que también estaba rodeada por estantes de madera llena de libros de derecho, y por supuesto, haciéndole fotos desde todos los puntos de vista, y ella tenía que mirarle, que seguir a su móvil por dónde fuera, sonriéndole.

¡Pero ahora la sonrisa no era simplemente un estiramiento de labios, o una sonrisa forzada entre simples conocidos,  estaba a gusto dejándose grabar, fotografiar! ¡Quería excitar a ese hombre, que la devorase con la mirada, que deseara con toda intensidad de nuevo poseerla! ¡En dónde fuese! ¡En la boca, en su sexo que otra vez se humedecía! ¡o en su mismísimo ano! Y encima de esas mesas, no se limitó a permanecer a cuatro patas, también apoyó los antebrazos y su mejilla en la mesa, separó sus rodillas y juntó sus pies, para que no perdiera ni un detalle de sus intimidades ¡Y no hacía más que vigilar casi hipnotizada los movimientos de ese falo, otra vez en crecimiento, otra vez adquiriendo vigor! ¡y todo por su cuerpo! ¡por su espectacular cuerpo de mujer!

Pero las instrucciones más humillantes las recibió cuando, finalmente, llegaron al cuarto de baño, en el que realmente solo había el lavabo, con su espejo, y a su lado el wáter, y un pequeño armario enfrente. ¡Y las recibió con deleite!

-       Bueno, Marta, por hoy ya hemos terminado (le quitó la correa con la cadena).  Como te dije, no quiero que te laves, quiero que huelas toda la tarde a mi leche, te quiero así de guarra.  Eso sí, si quieres mear ahora es el momento, pero delante mía. Y después me lavas bien, me lavas la polla, y los sobacos, he sudado como un pollo mientras te follaba.  Claro que para eso me tendrás que quitar la camisa. Y cuando me hayas lavado, me vestirás de arriba abajo, y luego, limpiarás bien el suelo del despacho, y la mesa dónde te has corrido como una loca. Y una vez todo limpio, te vestirás, por supuesto delante mía.

¡Sintió un inexplicable fastidio cuando por fin le quitó la correa del cuello!  ¡Y hasta hubiera deseado orinar delante de él si en ese momento hubiera tenido necesidad! Pero lo que no iba a desperdiciar era la oportunidad que le brindaba de tener al alcance de su mano ese falo,  así que se volvió permaneciendo arrodillada, y con absoluta pasión agarró por fin con sus manos ese miembro viril que la había sometido, lo masturbó con cuidado, con mimo, sintiendo ya en su mano cómo se estiraba  adquiría su grosor extremo, todo su esplendor, y empezó a lamer el glande, el poderoso tronco, deslizando su lengua una y otra vez por todos los recovecos de su verga vigorosa  para acto seguido introducirla en su boca con delectación, aunque para su sorpresa, y su frustración, él la detuvo, de repente.

-       ¡Quietaaa! ¡No te he dicho que me la chupes, te he dicho que me la laves!  ¡Joder, qué tía más caliente! ¡Qué ganas de rabo tienes! ¡Por hoy está bien!.  Venga, quítame la camisa, y cuélgala, y luego límpiame bien.  Cabrona, ya me has vuelto a poner caliente, pero tenemos que preparar la reunión, joder, no tenemos ya mucho tiempo.

Obedientemente se puso en pie, y ahora tenía a su alcance todo su cuerpo de fino hombretón del sur, porque lo cierto era que el maldito Roberto también se cuidaba, jugaba mucho al tenis, y al pádel, alguna vez incluso lo había visto jugando con su marido, y ciertamente se notaba que su cuerpo no albergaba grasa alguna, le gustaba mantenerse en forma. Y ahora lo tenía a su disposición, y disfrutó absurdamente desabrochándole uno a uno los botones de su camisa, descubriendo su amplio pecho, con algo de pelo que le hacía todavía más malditamente atractivo, no pudiendo evitar acariciarlo furtivamente.  Y para deslizarle la camisa por sus fuertes brazos no dudó en hacerlo de frente, restregándole sus pechos por ese firme torso, y sintiendo su poderosa y deliciosa verga aplastada contra su pelvis. ¿Cómo podía ella actuar de esa forma? ¿Por qué seguía excitada, por qué seguía ardiente?  Se había rendido, sí, completamente rendido, y una vez que se había convencido que nada podía hacer para evitar el desastre, su cuerpo tomó el mando de su voluntad deseoso de sacar provecho de la situación, vencida su vergüenza, su pudor, incluso su honor.

Y cuando regresó después de colgar pulcramente su camisa no dejó de admirar su trasero, su cuerpo firme y aguerrido, y sin poder evitarlo por detrás abrazó ese fornido cuerpo, y deslizó una de sus manos a su verga, que veía en pleno apogeo en el espejo frente al que estaban, pues el narcisista Roberto se estaba admirando su rostro fino y delicado, mientras ella empezaba otra vez una suave masturbación, aplastando sus pechos en su poderosa espalda.

-       ¿De verdad no quieres que te la chupe?

-       ¡Qué jodía eres! ¡Ya me has encendido otra vez! ¡Menuda zorra estás hecha! Pero tenemos que prepararnos, la próxima vez ya te digo que podremos estar toda la tarde follando, pero hoy no. Venga, a lavarme.

¡Lavarlo con lo excitada que estaba! Lejos de humillarla (ya nada podía humillarla), deslizar sus  manos enjabonadas por su falo, su pecho, sus sobacos y su cuello no hizo más que aumentar su grado de excitación, incapaz de controlarla. Y luego tuvo que secar ese cuerpo, y luego, ya en su despacho, arrodillarse ante él, ponerle los calzoncillos, no sin dar un último beso a esa verga ya en plena decadencia, luego los pantalones, la camisa, y la chaqueta.  Y cómo no, la corbata. Y desnuda ante él, siempre desnuda ante él.

Y una vez que lo hubo vestido, su nuevo amo se sentó en su sillón giratorio, y entonces ella tuvo que empezar, ¡desnuda!  las tareas de limpieza, con una fregona y un trapo que recogió de la cocina, con sus senos balanceándose continuamente a la vista de su socio y ahora dueño mientras limpiaba suelo  y mesa, que quedaron relucientes.

Y finalizada la limpieza, se vistió, delante suya, aunque ahora sin poder sostenerle la mirada, pendiente solo de colocarse esa ropa sobre su cuerpo sucio, y por supuesto, sin hacer ni amago de quitarse el gustoso tapón anal plateado. Lo que sí se quitó fue el liguero y las medias rojas, que sustituyó por sus  medias de señora decente, las que llevaba cuando llegó, y luego se colocó la falda, un poco más corta de lo normal, quizá de jovencita atrevida, y la camisa blanca, que sin duda no ocultaba demasiado que no llevaba sostén.  Y se puso también la chaqueta, que algo ocultaba su penosa situación.

-       Déjame el liguero y esas medias, de recuerdo.

Las recogió del suelo y se las puso sobre la mesa, sin discusión posible. Por fin estaba vestida, por fin las aguas volvían a su cauce, pero ahora le espantaba volver a la tierra, salir de esa realidad paralela en la que había estado en la última hora, y que de alguna forma había ya asumido, ¡y malditamente disfrutado!. Pero ahora volvía a ser una señora abogada, una mujer fina y elegante, una profesional curtida, una mujer voluntariosa, firme, sensata.  Una mujer normal. ¡Pero en su memoria se habían grabado vívidamente todas las denigrantes imágenes de lo ocurrido allí durante la última hora!

Y con esas imágenes grabadas en su cabeza no le resultó fácil pasar de una realidad a otra, abandonar su excitante papel de sumisa para sumergirse en la vida normal, máxime cuando era plenamente consciente de que en su cuerpo seguía el baño de esperma con el que le regó su ahora compañero, sintiéndose irremediable y malditamente sucia.  Y sabiendo que había sido forzada brutalmente a someterse a ese malnacido, y que además había disfrutado endiabladamente sometiéndose.

Pero, desde luego, Roberto no iba a dejar que se olvidase ni un segundo de lo que había pasado, de que esa realidad paralela seguía siendo muy real, y quería dejarle muy clara la situación, y encima, para presionarla todavía más, si es que era posible, revelándole un secreto que ni se había imaginado.

-       Que mona estás vestidita, aunque se te ve algo sucilla, un poco guarra, pero así es como quiero verte hoy. Y debo reconocer que lo has hecho muy bien, menuda zorra estás hecha, sí que te gusta un buen rabo. Y por cierto, para que mantengas este nivel en lo sucesivo, quiero que sepas que, además de todas las fotitos y vídeos que te hecho con mi móvil, todo lo que ha pasado dentro de estas cuatro paredes ha quedado grabado, tengo siempre dispuestas dos cámaras por lo que pudiera pasar, que por supuesto no son fáciles de localizar, de eso se trata.  Pero bueno, para tu tranquilidad te diré que, mientras no me des motivos, esto quedará entre nosotros.  Bueno, quizá le enseñe a algún amigote las fotos de tu culo con este taponcito tan mono, pero por el culo no te reconocerán, vamos, ni se imaginarán que ese culo es tuyo. Eso sí, no me des motivos, porque creo que ya te he dicho que a tu maridito le tengo ganas, y desde luego se lo contaría todo, con pelos y señales. Bueno, y ahora a trabajar.

¡Había quedado grabado todo! ¡No se lo podía creer! Claro que con todas las fotos y vídeos que le había hecho el animal tenía material de sobra, pero para colmo, encima, ¡había grabado todo lo que había pasado entre esas cuatro paredes aquella tarde!. Y no podía quejarse, no tenía ninguna baza contra él, no serviría de nada, y además ahora lo que quería era volver cuanto antes a la normalidad, si es que era posible que volviera a sentirse normal después de los sucesos de ese día.

-       ¿Puedo recoger ya todo lo que tenía en mi bolso? (lo que realmente quería era recuperar su móvil, pero tampoco era cuestión de que su lápiz de labios, su rímel, sus cremas, estuvieran desparramadas en su mesa, ¡incluso el maldito sostén transparente estaba sobre su mesa!).

-       Puedes, menos el sostén. Y ya  sabes que te quité la clave del móvil, de momento no pongas otra, o pones la que yo te diga.  Todavía no sé si darle un repasito a esas fotitos que te envió Pedro. Aquí lo tienes.

Había guardado su móvil en uno de sus cajones, y lo depositó sin cuidado delante suya. Desde luego, no podía ponerle más nerviosa la posibilidad de que él accediese a esas fotos, pese a que ya la había visto en todas las posiciones, en todas las posturas. No tenía mucha lógica, pero la avergonzaba profundamente que pudiera ver de la forma en que se exhibió ante el portero, ¡y en una vía pública!  Pero ahora no podía más que resignarse, esperar que finalmente le respetase al menos su móvil.

Y una vez recogidas las cosas desparramadas de su bolso, se sentó en la mesa de reuniones, en una de las sillas dónde había estado uno de sus pies mientras él la poseía, y mientras se masturbó para él, completamente desnuda y con las piernas todo lo abiertas que pudo. La vida continuaba.

2

No pudo sentirse más extraña sentada en esa mesa después de lo sucedido, después de la lujuriosa pesadilla que acababa de protagonizar, y para que no hubiera dudas Roberto tardó poco en recordarle su nueva situación.

-          Bueno, Marta, ahora volvemos a ser compañeros, como si nada hubiera pasado. Pero como comprenderás, a partir de ahora te conviene tenerme contento, porque no dudaré ni un segundo en utilizar todo el material que tengo como no hagas lo que te pida, y no se trata solo de contarle a tu maridito todo lo que le he hecho a su mujercita, para enseñarle que donde las dan las toman, también se lo contaré a todos a mis amigos, a los tuyos,  a todo Dios, con abundante material gráfico. En fin, has tenido la oportunidad de evitar todo esto sincerándote con tu marido, pero como has querido enfangarte, tendrás que pagar las consecuencias. ¿Lo tienes claro, Marta?

-          Sí, muy claro, lo tengo muy claro, me parece que te lo he demostrado (no fue capaz ni de mirarlo al contestarlo, y se ruborizó por completo, porque ya no estaba en el papel y aquella conversación la humillaba).

-          Bien, pues vamos a la faena, repasemos la situación, en meda hora llegará Shariff.

Desde luego se trataba de un asunto importante, donde había mucho dinero en juego, pero más bien turbio, precisamente porque el cliente era turbio. Ella lo conocía desde hacía años, de su época de pasante en uno de los mejores despachos de la ciudad, que le llevaba sus asuntos.  Le llamaban Shariff, por su parecido con el actor, pero realmente se llamaba Don Carlos de la Rua Lavanga, todo un personaje, un empresario muy conocido en la ciudad, aunque no había nacido ni vivía en ella, únicamente tenía en la ciudad las oficinas centrales de sus innumerables empresas, y un lujoso apartamento, porque normalmente pasaba en la ciudad dos o tres días a la semana.

Aunque era indudable su atractivo, con unas facciones muy latinas, moreno, unos impresionantes ojos negros, de mirada penetrante y, cuando quería, muy dura, y con un físico muy cuidado, sin nada que le sobrase, pese a que se podía permitir todo lo que quisiera, lo cierto es que a ella nunca le había agradado, porque era de una prepotencia insufrible, trataba a casi todo el mundo, incluidos sus abogados, como si fueran sus subordinados,  empeñado en hacer valer ostentosamente y en todo momento su condición de hombre rico y poderoso, jefe y señor de cualquiera que trabajara para él.  Y claro, con las mujeres todo empeoraba, porque se creía en el derecho de conquistarlas si le resultaban atractivas, simplemente porque tenía el absoluto convencimiento de que la combinación de hombre guapo, atractivo, rico y poderoso era necesariamente irresistible para cualquier mujer, que inevitablemente se rendirían a sus pies ante el abrumador peso de sus encantos, físicos, económicos y mentales, sin más opción que inclinarse ante él y rendirle pleitesía. Y no digamos ya si, encima, trabajaba para él.

Por supuesto, con ella lo intentó desde el primer momento, y en unas cuantas ocasiones, sin el menor problema, pensando sin duda que sería una presa fácil, pues él era uno de los principales clientes del despacho, y ella una recién llegada, y cuando lo conoció, ni siquiera estaba casada, tenía simplemente un “novio”, aunque su actitud tampoco cambió mucho cuando se casó, esos detalles no le interesaban. Y para su sorpresa ella se mantuvo firme, nunca consintió que él se propasase con ella, lo mantuvo a raya, procuraba evitar encontrarse a solas con él, y cuando no tenía más remedio, guardaba siempre las distancias. Si algo siempre tuvo claro en su vida era que quería triunfar por su valía, no por su cuerpo. Sí, era atractivo, tenía su encanto, ¡y era muy rico! pero resultaba demasiado obvio que para él ella (cualquier mujer, en realidad) no era más que un objeto más de usar y tirar, concretamente de gozar y tirar.

Cuando ella se independizó, aunque él seguía llevando la mayoría de sus asuntos con su antiguo despacho, también le remitía a ella algunos, y ciertamente siempre pensó que no tenía otra intención que mantener el vínculo por si alguna vez conseguía que cediera, pues tampoco se rendía nunca, ni se planteaba cambiar de actitud con una mujer por el hecho de que lo rechazara, y no tenía repararos en volver a la carga una y otra vez, con galanteos inapropiados, rozando siempre la grosería,  y por supuesto, con invitaciones sugestivas (a dar un paseo en su yate, a comer en el mejor restaurante de la ciudad, a fiestas dónde acudían gente “conocida”), pues se convencía de que el rechazo era fingido, que en realidad ocultaba el verdadero deseo de ser poseída por un hombre como él.

Eso sí, había que reconocerle que nunca había intentado (al menos no con ella) ir más allá, forzar las cosas, hacer uso de su poder en el despacho, amenazarla con algún mal,  arrinconarla, o simplemente toquetearla inadvertidamente, o descaradamente, si bien estaba segura de que no perdería la ocasión de aprovecharse de ella, o de cualquier mujer, en situaciones de manifiesta debilidad (por tener necesidades económicas, o un exceso de alcohol, o cualquier otra circunstancia que las hiciera vulnerables), situaciones que desde luego nunca tuvo con ella.  Claro que esto era cuando todavía tenía plena libertad y control sobre su cuerpo y sobre su vida, cosa que ya no tenía, para su desgracia, encontrándose ahora en una situación de absoluta debilidad.

Y resultó que un buen día Carlos se presentó en su despacho con un asunto verdaderamente importante, una operación inmobiliaria especulativa que podía  reportarle a él unas importantes plusvalías si se ataban los dos cabos esenciales que cerrarían la operación: por un lado, la compra de unos terrenos estratégicamente situados a un agricultor ya mayor, sin hijos, que quería jubilarse, y desprenderse de todas sus tierras; y por otro, la recalificación urbanística por parte del Ayuntamiento de esos terrenos, para que se pudiera construir en ellos de todo, pues él tenía muy buenas relaciones con algunos políticos que a los que había convencido la conveniencia de recalificar la zona donde se situaban esos terrenos, y ella se podía imaginar cómo los había convencido. Según supo luego, esos mismos políticos la recomendaron, pues ciertamente su marido conocía y mantenía muy buena relación con la mayoría de ellos, y por ese motivo (debía reconocerlo, era obvio) el propio Ayuntamiento le empezó a encargar asuntos también a ella, lo que derivó en que mantuviera una buena relación con los técnicos del Ayuntamiento.

Desde luego, el cliente tenía las ideas muy claras en cuanto a los negocios, y por eso no dudó en contar con ella por esas privilegiadas relaciones que mantenía con esos técnicos, cuyos informes serían imprescindibles para que se aprobase la recalificación de los terrenos.   Y le pidió también que buscase otro abogado para negociar con el agricultor y preparar todos los documentos necesarios para comprarle ese terreno, porque quería que no supiera que él estaba detrás de la compra, no quería que se le relacionara con el asunto mientras pudiera evitarlo, y por supuesto, no quería que se pudiera relacionar la compra de la finca con la recalificación, lo que sería más fácil que ocurriera si ella directamente se encargase de todo. Y no podía estar más arrepentida de haber elegido precisamente a Roberto, la peor decisión de su vida, a la vista de lo ocurrido.

Pero el asunto, en cualquier caso, no era precisamente fácil, desde luego en la parte urbanística era un asunto muy completo, y no menos complicado era el acuerdo con el agricultor, que no podía ser más desconfiado, lo que hacía que pasaran los meses sin avances claros. Y Carlos se impacientaba, sabía que el tiempo era fundamental para conseguir su objetivo, dependía de unos políticos que hoy estaban aquí y mañana no se sabía dónde, sin contar que en unos años habría nuevas elecciones, y podrían pasar a meros secundarios sin influencia en la toma de decisiones municipales.

Recibía frecuentes llamadas de él, tenía que informarle de todas las reuniones que mantenía con los técnicos, incluso remitirle todos los correos electrónicos que se cruzaba con ellos, la documentación que se enviaban, en fin, lo tenía casi literalmente encima.  Y por supuesto, igual le sucedía a Roberto. Y sin duda la reunión que esa misma tarde iban a tener no tendría otra finalidad que apretarles las tuercas una vez más, quejándose de que no hubiera avances significativos ni con unos ni con otros, que siguieran estancados, recordarles que el paso del tiempo lo empeoraba todo, y desde luego cuando se enfadaba con los que consideraba “inferiores” no tenía miramiento alguno en cuanto a las formas, podría gritarlos, insultarlos, vejarlos, a su libre albedrío. Así que ella suponía que, sin duda alguna, se trataría de una reunión desagradable. Lo que realmente no se imaginó, quizá por estúpida inocencia, era hasta qué extremo iba a ser desagradable.

3

Revisaron la situación de las negociaciones de las que cada uno era responsable, comentaron la situación, la postura de los técnicos municipales, los problemas con el agricultor, y por supuesto, las excusas que darían al cliente por el retraso en las negociaciones, lo que no les llevó mucho tiempo, llegando a las mismas conclusiones de siempre. En lo que a él respectaba, el problema era que  el agricultor quería conservar una parte de su finca, lo que desagradaba al cliente, y por supuesto, tampoco estaba conforme con el precio ofrecido, pero lo peor sin duda era su empeño en que hubiera un compromiso de que las tierras seguirían dedicadas a la agricultura, lo que invalidaba el interés en la compra de esos terrenos; y para ella, el problema era que los técnicos no consideraban la zona adecuada para el desarrollo de la ciudad, o en todo caso, sería una zona propia para parques o zona verde, otro obstáculo insalvable para el objetivo de su cliente.  Sin embargo, lo importante era que seguían hablando, negociando, y por tanto, seguían convencidos que conseguirían su objetivo en los dos casos.

.

Y finalmente quedaba fijar la estrategia para la reunión, marcar las pautas, fijar el papel de cada uno, lo que siempre le correspondía a ella, sin discusión.  Pero esta vez ni lo intentó, aunque tampoco tuvo ocasión, y lo peor es que no tardó en comprender lo que pretendía de ella, no solo en la reunión si no, sobre todo, después de la reunión. En realidad, lo que pretendían de ella. Lo oía y no se lo creía.

-          Bueno, Martita, te resumo lo que he hablado hoy con Shariff, para que sepas lo que esperamos de ti (no pudo sonarle peor ese plural, anticipo de lo que se le venía encima).  Como te dije cuando te vi en bragas en tu despacho, él intentó hablar contigo esta mañana, pero como estabas follando con el portero, pues no pudo y me llamó, muy cabreado contigo porque se enteró de la reunión ésa que tú me comentaste, en que casi acabas a hostias con los técnicos, especialmente con Alfredo, que precisamente es el más importante, el que decide. Yo desde luego le conté tu versión, sobre todo que ya habías tenido otra reunión posterior en que habías hecho las paces, y por tanto que nada había cambiado, aunque la cosa sigue atrancada. Pero el tío estaba muy cabreado, me dijo que estaba hasta los cojones de nosotros, que no podía estar más arrepentido de haberse puesto en nuestras manos, bueno, ya sables, lo que dice cuando se cabrea. Y por eso me exigió esta reunión. Lo que no sabes es lo que hablé con él después de verte en bragas y saber que estabas liada con el portero, y dispuesta a follar conmigo con tal de que me estuviera calladito. Esta vez lo llamé yo, y como sé que el Shariff está loco por echarte un polvo, tú mismo me lo has dicho en más de una ocasión, y desde luego se le nota a las leguas cuando está contigo (¡no podía creerse que aún en la situación que estaba se pudiera sentir estúpidamente halagada con semejante cumplido!), le dije a las claras que si tenía ganas de follarse a su abogada, yo sabía cómo podría conseguirlo, que lo tenía fácil, si seguía mis consejos.

-          Roberto, espera, no me lo puedo creer, ¿que le llamaste para decirle que iba a poder follarme si seguía tus instrucciones? ¿lo he entendido bien?

No podía ser, no podía llegar Roberto tan bajo, ¡ofrecerla como mercancía al cliente que compartían! No daba crédito a lo que estaba escuchando.

-          ¡Lo has entendido perfectamente! De eso se trata, si sigue mis instrucciones, podrá echarte un polvo, porque por supuesto tú te prestarás.

-          ¡No me puedes pedir eso! ¡Ese tío conoce a todo el mundo aquí! ¡Conoce a muchos amigos de mi marido! ¡Todo el mundo se enteraría, mi marido el primero! ¿Es que te has vuelto loco? ¡Eso no lo haré ni de coña! ¡Y no es lo que hemos acordado! ¡No me voy a follar a quién tú quieras!

-          Mira, como comprenderás ese tío precisamente no va por ahí presumiendo de las tías que se ha follado porque no tiene ninguna necesidad, se folla a todas las que quiera, no vas a ser tú la primera ni la última, serás una más, querida.  Y desde luego no creo que presuma precisamente de tirarse a una mujer casada, y menos aún a la mujer del tío que conoce a todo el mundo en el Ayuntamiento, del que pretende que le apruebe una recalificación que le daría una pasta gansa. De ese no te tendrías que preocupar, de quien te tendrías que preocupar es de mí, que yo si estoy deseando poder contarlo todo.  Y chulerías las precisas, Martita, porque si me estaré calladito es únicamente porque te puedo sacar partido, no solo follándote, sino también obligándote a follar con quien me convenga, como es el caso de Carlos.  Y mira,  tengo aquí un vecinito muy salido, que ya me ha dicho que estás de muerte, y lo mismo me lo traigo un día para que te folle aquí mismo, delante de mí, si me sigues tocando los cojones. ¿Quieres que lo llame? ¿O llamamos a tu marido? ¿le mando ahora unas fotitos de su mujer masturbándose delante mía?

Aunque le parecía imposible que llegara a tal vileza, era evidente que no podía negarle nada, ni remotamente podría soportar que todo lo que allí había pasado lo conociera su marido, o sus amigos, todo el mundo, y no solo eso, también que había estafado a unos humildes agricultores, y sin duda lo veía muy capaz de cumplir con la amenaza, era un completo desalmado, no iba a poder negarle nada después de todo lo que había pasado aquella tarde, de esos vídeos que habrían recogido con detalle todo lo que hizo ella en ese despacho, ¡en esa misma mesa! Sí, no tenía posibilidad de negarle nada, aunque ni remotamente se imaginó que, por si fuera poco, además de disponer de su cuerpo para su uso y disfrute, pretendía entregarla como si fuera su fulana a cualquiera que le interesara. Y el caso es que no podía negarse, y menos en el caso de Carlos, que desde luego no parecía que fuera el tipo de hombre que luego fuera vanagloriándose de su conquista, siendo evidente que precisamente no tenía problemas para conquistar mujeres, y que tampoco le podía interesar que le gustaba acostarse con las mujeres de otros. Sí, no podía negarse, solo intentar convencerlo de que no la obligase, de que no era necesario.

-          Roberto, por favor, no me pidas eso, ya verás cómo le convencemos, no va ahora a prescindir de nosotros, y empezar desde el principio con otros, perdería mucho tiempo, no creo que se le ocurra. Y ya sabes que nos ha amenazado muchas veces, para presionarnos, pero ahora mismo seguro que no tiene una alternativa mejor. Nos echará la bronca, nos dará un ultimátum, pero no puede prescindir ahora de nosotros, mientras no estén rotas las negociaciones, y no lo están.

-          Pues convéncele, pero ahora que sabe que se puede acostar contigo con solo apretarte un poco, la verdad, no sé si lo conseguirás por las buenas.

-          No entiendo que me odies tanto, Roberto, fui yo el que te propuse a Carlos, tienes este asunto gracias a mí, no me podía imaginar que fueras tan cabrón.

-          Verás, Marta, no es que te odie, es que a mi me pones, no sé como decírtelo, estás muy buena y yo no pude desperdiciar esta ocasión que me pusiste a huevo, ¡mira que abrirme la puerta de tu despacho en bragas! ¡no puedes ser más gilipollas!  Y la verdad, pensar en verte aquí mismo follando con el Shariff, pues que quieres que te diga, me pone a cien. Y yo no tengo la culpa de que seas tan zorra, y tan ladronzuela.  Así que esto es lo que hay, cumple con lo que te ordené y si no, pues ya sabes lo que hay.

-

-          ¿Cómo que aquí mismo? ¿No pretenderás que me lo traiga aquí? ¡Joder, Roberto, no me puedes pedir eso! ¡Ya me tienes pillada por todos lados, no me hagas esto! Además, él querrá llevarme a su apartamento, supongo, no sé, pero joder, ¡no puedes pedirme esto, encima!

-          Oye, si se me ocurrió ponerte en bandeja al Shariff, era precisamente pensando en que podría verte follando con él, y ¡en directo! Me estoy poniendo cachondo solo de pensarlo, él metiéndotela en esta misma mesa, como hice yo hace un rato, y como sigamos hablando de esto, me la vas a tener que chupar, y no nos queda tiempo, ya mismo estarán aquí Cecilia y e Shariff.

Marta comprendió que irremediablemente lo que estaba consiguiendo era excitarlo de nuevo, y no que se apiadara de ella, como pretendía, así que no le quedó otra que intentar regresar a la conversación original, para enterarse de qué le había contado al cliente.

-          Está bien, está bien, no me dejas otra. ¿Y qué se supone que le has contado a Shariff?.

-          Así está mejor, verás, cuando lo llamé esta tarde, después de verte en bragas (quería que quedara claro ese momento temporal) le dije que yo te conocía muy bien y que sabía la forma en la que podía tirarte, le dije que eras una tía muy ambiciosa, que tu ambición no tiene límites, que te has empeñado en comprarte una casa espectacular, en la urbanización más elitista de la ciudad, lo cual, por cierto, ya lo sabía él, como bien dices, tenéis amigos comunes; y lo que me inventé es que ahora estáis muy entrampados, que tú medio engañaste a tu marido con las cuentas para convencerle de comprar la casa, y que ahora necesitas la pasta que ganarías con este asunto, que contabas con ella cuando comprasteis la casa, y que  tú no soportas bajo ningún concepto el fracaso, que no contemplas la posibilidad de tener que vender la casa por no poder pagar las deudas y que tu marido se entere de que le mentiste, y desde luego tampoco soportarías el gran fracaso profesional que supondría que fueras echada de un asunto como éste, que harías lo que fuera para no fracasar. Como verás, he exagerado muy poco, es más, tengo mis dudas de que no fueras capaz de acostarte con él con tal de que no te quitara este asunto.

Sí, en alguna medida se reconocía en ese retrato, de hecho ése había sido el origen de todos sus problemas, su obsesión por comprar esa casa, por vivir en esa urbanización, dónde se codearía con lo más granado de la sociedad, no podía engañarse. Y había demostrado sobradamente que haría lo que fuera por mantener su posición social, lo sabía muy bien Roberto, había aprovechado bien su debilidad. Solo que ella no se habría entregado a Carlos para no perder este asunto, para ella no era vida o muerte, realmente era la única exageración.

-          Está bien, ya me imagino lo demás.

-          Pues eso, él hoy pensaba apretarnos de lo lindo, te iba a echar una buena bronca a ti, y yo también me llevaría un repasito, pero supongo que ahora que sabe esto exagerará todavía más, probablemente nos diga que se acabó lo que se daba, en fin, lo llevará todo al extremo.  Yo te dejaré sola con él unas cuantas veces, con cualquier excusa, y será el momento en  que tú le dirás lo que él espera oír. ¿Alguna duda?

Pocas dudas tenia, no podía haber hablado más claro: le estaba ordenando que esa misma noche practicara sexo con su cliente, y ella sabía que solo por el gusto de humillarla, de tratarla como si fuera su fulana, porque realmente los dos sabían que se entregase o no a Shariff, no dudaría en quitarles el asunto si pensaba que no conseguiría su objetivo con ellos. Pero no podía hacer otra cosa que obedecer.

-          No, está todo claro.

-          Verás, cuando terminemos le diré de tomarnos una copa juntos, los tres, por aquí cerca. Y os dejaré solos, pero acuérdate de pedirme la llave del despacho, ya sabes que quiero que te lo folles aquí.

Sí, era el colmo, no podía imaginar mayor humillación, tener que entregarse al cliente sabiendo que todo quedaría grabado por las cámaras de su nuevo dueño, pero no iba a quejarse de nuevo, solo conseguiría excitarlo.  Y  en ése momento se escuchó la puerta de entrada del despacho abrirse, sin duda sería su secretaria, Cecilia, ya le había dicho que llegaría un poco antes que Carlos.

-          Siempre tan puntual, ya está aquí Cecilia, y ya mismo llegará Shariff. Y por cierto, espero que no vuelvas a tratarla mal, siempre se me está quejando de lo gilipollas que eres con ella.

Sí, no se tenían ningún aprecio, y ambas lo sabían. Era una estúpida, una niña de papá, de la misma clase social que Roberto, o que su marido, casada también con otro altivo representante de la casta de la ciudad, pero que no llegó a estudiar nada, y sin duda la había contratado por sus extraordinarias relaciones sociales, al parecer odiaba ser ama de casa. Y claro, una mujer así, de la clase superior, no podía admitir que una cualquiera, procedente de los suburbios, por muy abogada que fuera, la tratase como a una simple e incompetente secretaria, y sin duda también la envidiaría, precisamente por haber conseguir ser una abogada conocida en la ciudad, socia de su jefe.  Y no podía negar que ella misma la envidiaba también, su belleza demoledora, el pelo que lucía siempre, brillante, subyugador, su maldita simpatía natural, su sonrisa deslumbrante, su piel morena, siempre en el tono justo, su cuerpo esbelto, suave, fruto más de la puñetera naturaleza que del esfuerzo, ¡y esa elegancia en el vestir, consiguiendo destacar siempre, irremediablemente!  A su lado era muy consciente que cualquiera averiguaría quién procedía de la clase superior y quién de los barrios periféricos y olvidados de la ciudad.

Pero desde luego, tratarla mejor, evitar los roces con ella, era el menor de sus problemas. Él salió para hablar con su secretaria, y enseguida regresó, cerrando la puerta.  Ahora no podía permitir que Roberto se alterase, ciertamente era un peligro tenerla tan cerca, y no dudó en advertírselo, por si no se había dado cuenta de ello.

-          Roberto, tienes que tener mucho cuidado con ésta, no te tengo que decir lo cotilla que es, y conoce a todo el mundo.  No sé si ella tiene acceso a tu ordenador, o a esas malditas cámaras, pero cómo se entere de algo, se te va a acabar el chollo, porque lo va a saber todo dios. Y tenlo muy presente, como al final mi vida se joda, como al final me deje mi marido por tu culpa, yo no dudaré en hacer todo lo posible para joderte a ti la vida. Así que haz el favor de tener cuidado, que ésa es una harpía, no sé cómo cojones se te ocurrió contratarla… bueno, me lo imagino, pero ten mucho cuidado.

-          Verás, no soy tonto, aunque si te digo la verdad, nos ha podido pillar, porque ahí dónde la ves, es muy trabajadora. Muy pija, sí, pero muy trabajadora.  Y aunque sepa que no tiene que venir hasta las siete, y que a lo mejor se tiene que quedar hasta tarde (hasta que terminemos la reunión, pero sabe Dios a qué hora), resulta que se viene quince minutos antes. Un poco más y nos pilla, menudo fallo.  Pero bueno, eso que dices lo tengo muy presente, pero tú ten muy presente también que no quiero que la trates con la punta del pie, que sé que te gusta darle por culo.

Agradeció que al menos hubiera limpiado los restos de semen del suelo, aunque estaba segura que se iba a dar cuenta de lo que había pasado allí, pues además de que le iba a notar enseguida que no llevaba sostén, tendrían que darse los besos de rigor, y el olor a semen que estaba segura que seguía desprendiendo la delataría.

Con su característica profesionalidad, y su exuberante sonrisa, no tardó en entrar en el despacho para ofrecerles café, por lo que ella no tuvo más remedio que levantarse para saludarla, sin poder evitar sonrojarse, porque cómo suponía tuvo tiempo de olerla cuando se dieron el frío beso de saludo obligado.

-          ¡Marta, hoy se te ha olvidado la colonia! ¡Y el sostén! Me imagino que por las prisas, no hay forma que Don Carlos avise con tiempo cuando quiere veros.

-          Sí, como siempre, todo muy precipitado. Bueno, el sostén me lo he tenido que quitar porque me apretaba demasiado, me equivoqué de talla.

-          Siempre tan atareada, ni tiempo tienes de comprarte las cosas en condiciones.

Las sonrisas que se cruzaron no pudieron ser más frías, y por supuesto, su querida Cecilia no dudó un instante en hacerle saber que olía mal, y que no llevaba sostén.  Y ya estaba acostumbrada a que la tutease, lo que no hacía ni con otros compañeros ni con los clientes. Lo hacía a propósito, sin duda alguna.

Por supuesto, ella le pidió un café con leche, no quería desaprovechar la ocasión de fastidiarla, de obligarla a servirla, y menos después de humillarla con sus comentarios, delante de Roberto, el cual no desaprovechó la oportunidad de dejarle claro una vez más quién mandaba, desautorizándola delante de su secretaria.

-          Gracias, Cecilia, pero no vamos a tomar café. Marta, dejémonos de cafés, todavía tenemos que repasar un par de cosas.

En cuanto se fue Cecilia, y cerró la puerta, Roberto simplemente dio por terminada la reunión, y no pudo ser más desagradable con ella.

-          Marta, te he dicho que no jodas a Cecilia, sabes que le fastidia servirte. Y bueno, a esperar.

-          Vale, vale, no era por joderla, es que necesitaba ese café.  Roberto, ¿y si Shariff no quiere venir aquí, y si prefiere su apartamento?.

-          Él lo que querrá es follarte, y no creo que te ponga muchos problemas por el sitio, no me digas más gilipolleces.

Y se acabó la conversación. Realmente, seguía sin creerse que su compañero Roberto pudiera disponer de ella a su antojo, que cuando quisiera podía ordenarle que se desnudara, y poseerla de la forma que quisiera, y por el orificio que quisiera, era la pura y dura realidad. Y para colmo, podía incluso ofrecerla a quién quisiera, era increíble. Tenía las fotos, los vídeos, las grabaciones y sabía ya lo del portero y lo de los agricultores, denunciarlo supondría tener que confesarlo todo y el escándalo subsiguiente la hundiría, podría acabar incluso en la cárcel.

Absorta en sus desesperantes pensamientos, se sobresaltó cuando escuchó el timbre de la puerta, y por supuesto era él, que no tardó en entrar, acompañado de Cecilia, Llegó la hora decisiva.

4

Sí, efectivamente, allí estaba el pomposo cliente, con una expresión muy seria en su rostro que ella conocía muy bien, y que auguraba tormenta, si bien, para su desgracia, ahora sabía que la tormenta iba a tener una finalidad muy concreta.

Se saludaron todos con cierta frialdad, y de hecho ni la besó en la mejilla, como era costumbre, lo que la habría asustado si no supiera lo que habían hablado entre ellos. Y de nuevo ella se sonrojó, aunque suponía que él ni se habría dado cuenta del olor, ni de la ausencia de sostén, pues realmente no apreció la habitual mirada a sus pechos, y desde luego no mostró señal alguna de haberse dado cuenta del olor. Aunque habitualmente era de trato afable, sin perder ni un segundo su altivez, podía mostrarse frío y adusto, seco y terminante cuando la ocasión lo demandase, y aún le gustaba a menudo cambiar bruscamente el trato para sorprender a su interlocutor.  Pero claro, lo peor era cuando, ya desde el inicio, estaba dispuesto al combate y a mostrar su aspecto más desagradable.

Se sentaron inmediatamente en la mesa de reuniones, y a ella le situó justo al lado del cliente.

-          Bueno, quiero que os quede claro cuál es la situación.  Gracias a vuestras gestiones, estoy a punto de perder una cantidad de dinero que vosotros dos juntos nunca ganaréis en la vida.  Un dinero que se va a esfumar en mis narices, cuando ya casi lo tenía en el bolsillo.  Y por supuesto, vosotros estáis a punto de perder la minuta más elevada que hayáis podido girar a un cliente en vuestras vidas. Y Marta, tú eres la máxima responsable, porque confié en ti y tú me recomendaste a Roberto. Y ahora resulta que el maldito agricultor se está arrepintiendo de su intención de vender, mucho me temo que porque tú (dirigió su mirada ostensiblemente a Roberto) has sido demasiado imprudente o transparente en tus negociaciones con él, y al parecer se huele la jugada, desconfía de lo que le estas contando, de la operación, y por tanto, según mis informadores, está a punto de romper los tratos.  Claro que también está estancada la tramitación de las recalificaciones de los terrenos, porque aunque yo ya tengo todo arreglado para que los responsables del Ayuntamiento den su aprobación, lo que está estancado es el maldito informe del Técnico municipal, que según me dicen, mi abogada ha logrado predisponerlo en nuestra contra con su maldita agresividad (ella se esperaba la mención a la maldita reunión en la que ella, ciertamente, estuvo más agresiva de la cuenta, ya le había avisado Roberto), y claro, así no hay forma de convencerlo de nada.  Os dije desde un principio, y os insistí, que él éxito de la operación era conseguir los dos objetivos con rapidez y casi simultáneamente, y también os dije que me mantuvierais permanentemente informado de cualquier contratiempo, y ni me entero por vosotros de la peleíta del otro día ni de los últimos inconvenientes que está poniendo el agricultor. Así no podemos seguir, me tengo que enterar por mis contactos de que prácticamente hemos embarrancado.  Y el primer tonto soy yo por ponerme en manos de unos ineptos que no han tenido la decencia de reconocer a tiempo su ineptitud. Así que esto es lo que hay, ya me diréis qué perspectivas tenemos.

Se hizo un silencio, ella no podía estar más desconcertada, si no supiera lo que le había contado Roberto ahora estaría asustada, se vería casi al borde del precipicio, porque además no tenía excusa el hecho de que no le hubiera contado la maldita reunión que terminó como el rosario de la aurora. Pero después de enterarse de lo que habían hablado entre ellos, no sabía qué parte era exageración premeditada, y qué parte era un reproche real. Y cuando vio el rostro serio de Roberto, que le pareció incluso desconcertado, como si aquello no respondiese a lo hablado, todavía se incrementó más su nerviosismo. Y claro, en ese momento se quedó en blanco, sin capacidad de reaccionar de forma inmediata, lo que no le ocurría desde hacía años.  Bueno, quizá desde hacía solo horas, pero lo ocurrido esa misma mañana en las penosas circunstancias en las que se había visto envuelta por sorpresa no lo podía tener en cuenta en ese peculiar balance.

Al menos esta vez no le correspondía a ella tener la iniciativa, aunque Roberto no pudo evitar un silencio prolongado en demasía, y por tanto, significativo, que parecía casi un reconocimiento y aceptación íntegra de lo que el cliente había manifestado, aunque por lo menos habló con cierta coherencia y hasta con un mínimo de firmeza.

-          Carlos, no sé quién te está informando pero me temo que no te están informando bien.  Aquí tengo los últimos documentos que hemos cruzado con su abogado, y ya sabes que él está siempre presente en las negociaciones, y como puedes comprobar, ellos siguen muy interesados en la venta, tan sólo discutimos el precio, porque parece que tienen una idea fija en cuanto a lo que vale sus tierras, y casi se toma como un insulto cualquier rebaja sobre ese precio.  Pero todos los demás detalles ya están despejados: todas las cláusulas del contrato están consensuadas, nos han acreditado las lindes con toda la precisión que les pedimos, y no fue fácil porque ya sabes cómo son estas cosas, que al final siempre se pelean los vecinos por los límites de sus tierras; una hipoteca que tenían sin cancelar también se canceló, ya está arreglado; en fin, el camino está despejado, sólo falta rellenar el precio en el contrato.  Y en el peor de los casos, debemos reconocer que tampoco piden la luna.  Y en cuanto a la recalificación, estoy seguro de que Marta pondrá toda la carne en el asador para conseguirla, no hay tampoco tantas diferencias entre ella y los técnicos.

“Toda la carne en el asador” le había sonado a “Toda su carne en la cama”, o quizá ella estaba ya muy susceptible.  Si le había dicho con claridad que se insinuase al cliente, que se acostase con él esa misma noche para calmar los ánimos, para ganar tiempo, sin duda le pediría lo mismo en relación a los funcionarios municipales, empeñados en mantener sus posiciones contra viento y marea, y con ello, empeñados en enterrar mucho dinero en los malditos terrenos del agricultor (profesión maldita para ella, sin duda alguna).

En todo caso, el cliente se quedó mirándola, esperando su respuesta. Era evidente que, de momento, lo que esperaba era una respuesta profesional, no precisamente una insinuación sensual.  Miró de reojo a Roberto para asegurarse que, de momento, no esperaba otro tipo de respuesta.

-          Bueno, creo que, efectivamente, no hay ningún obstáculo sólido para que los técnicos se opongan a la recalificación, y la mayoría de los argumentos que me dieron al principio se los he ido desmontando.  Les queda sólo su propia “opinión”, su idea de que la ciudad se debe desarrollar hacia la Sierra, no hacia el valle, porque “piensan” que la agricultura que por allí se desarrolla tiene futuro, y si la ciudad se orienta hacia allí, los agricultores van a preferir especular con los terrenos antes que continuar con su explotación.  Hablamos de criterios políticos, que no les corresponde a ellos definir.

-          Sí, pero ya llevas muchos meses con ellos, sin avanzar en la dirección que queremos.  No sé si están esperando alguna “ayuda”, eso tendrías tú que haberlo detectarlo, pero lo cierto es que el tiempo se nos ha echado encima.  Y la verdad, me estoy jugando mucho dinero, y me temo que me he equivocado de personas.

La reunión continuó en un grado de tensión extremo.  Roberto defendía como podía su gestión, aunque no era difícil ocultar que se había atrancado, fruto con toda probabilidad de su poca experiencia en estas lides, y quizá también de haber subestimado al agricultor.  Y ella consideraba que había cumplido con la parte fundamental de su trabajo, porque ya no existían obstáculos legales, sino personales, de los funcionarios municipales. Pero seguían sin conseguir ningún resultado concreto, y la lluvia de millones, que inicialmente parecía fácil de conseguir, se escapaba. Y por si fuera poco, ella, que era en definitiva la que había aceptado el caso, cegada por el brillo del dinero fácil, estaba ya personalmente implicada, diría más bien que sexualmente implicada en la resolución del asunto, después de lo que le había ordenado Roberto.

Finalmente, después de muchas explicaciones, acusaciones y excusas, Carlos parecía decidido a quitarles el asunto, y además con no muy buenas formas, y realmente estaría desesperada si no fuera porque, en alguna medida, daba por hecho que su dureza formaba parte del maldito plan para conseguirla.  Una llamada de teléfono que Carlos atendió abandonando el despacho les dio oportunidad de hablar.

-          No es por nada, pero si no fuera por lo que me has dicho aseguraría que el Shariff nos va a quitar el asunto hoy mismo.

-          La verdad es que me tiene un poco desconcertado, y bueno, preocupado, nos está poniendo a caldo. Pero bueno, Marta, ha llegado tu momento. Así que cuando él regrese, me buscaré una excusa para salir fuera, comprar tabaco o lo que sea; y os dejo solos 5 o 10 minutos. Ya sabes lo que le tienes que decir, tienes que ponerte en bandeja de plata. Cuando vuelva hablamos del tiempo un rato, y le convencemos que tome algo con nosotros, qué menos que una cerveza.  Yo desaparezco y tú ya sabes lo que tienes que hacer, ponle todo lo caliente que puedas, eso se te da muy bien. Y luego, hasta dónde él quiera llegar.

No cabía negar que Roberto se había empleado a fondo en la defensa de los intereses comunes, sabía muy bien que obligarla a mantener relaciones sexuales con él no impediría que pusiera fin al asunto, si no veía posibilidad de éxito con ellos, y por eso empleó toda su energía en defenderlos. Realmente, la reunión no podía ser más extraña, en parte se estaba dilucidando el futuro de su participación en el asunto, y en parte se estaba preparando su entrega, como vulgar fulana, al cliente.

Conforme lo previsto, llegó el cliente y él se excusó. Era el momento, y no podía estar más nerviosa, ¡por tercera vez ese día se iba a ofrecer a otro hombre! No podía creérselo.

-          Carlos, la verdad es que me tienes asustada.  Yo… bueno, no te quiero contar mi vida pero… ahora… (no era fácil elaborar tan humillante discurso, aunque su nerviosismo sin duda le daba más naturalidad) bueno, me compré  hace unos años la casa de mis sueños, creo que ya te hablé de ella… y… bueno, ya sabes que nos ha costado una pasta, quizá hemos pagado por ella más de lo que valía… pero tenía muchas ganas… ¡es un sueño de casa!... y la verdad es que hicimos muchas cuentas…

-          ¡Coño, Marta, no te enrolles!, como comprenderás me importa bien poco lo linda que sea tu casa, lo que tendrías es que convencerme de que todavía puedes conseguir ese maldito informe.

-          Sí… perdona… es que…. Bueno, tengo un buen lío, necesito terminar este asunto, cuento con el dinero que pactamos para que podamos hacer frente a la hipoteca… bueno… hipotecón… ahora mismo no tengo alternativa… y por supuesto que conseguiré ese informe… pero necesito más tiempo…

-          No, no se trata de tiempo, si fuera un problema de tiempo, yo no habría pedido esta reunión. Alfredo va diciendo que no quiere saber nada más de ti, que después del pollo del otro día contigo ya no se reunía más.

-          ¡Pero se reunió! Y yo me disculpé… y el aceptó las disculpas.

-          Ya, se reunió mientras le decía a mi contacto que no quería seguir tratando contigo, y por tanto, no puedo hacer otra cosa que mandaros a los dos de paseo.

¿Hablaba en serio o era parte de su actuación para conseguirla, según las instrucciones de Roberto?

-          Oye, le he dedicado mucho tiempo a esto, se suponía que tenía que convencerlos de que no había problema jurídico alguno en lo que pretendíamos, y resulta que el capullo ése ya no pone obstáculos legales, ahora está obsesionado con que esa zona debe mantener su uso agrícola, yo creo que está buscando otra cosa, y eso dependerá ya de ti.

-          El caso es que ésa es tu versión, y el tipo ése se está plantando.  Y yo no puedo esperar más.

-          Carlos, te lo acabo de decir, yo necesito terminar este asunto y cobrarlo, ¡y te aseguro que lo terminaré! Dame dos meses, tres como mucho, y tendrás tu maldito informe, y yo el dinero que necesito como agua de mayo.

-          No te quieres enterar, que no tienes nada que hacer.

Sí, ahora sí, ahora ya parecía que la estaba explorando, y no podía estar más nerviosa, llegaba el momento definitivo.

-          Carlos, me conoces desde hace mucho tiempo, pocas veces te he fallado, creo que ninguna, y ahora no te fallaré. Y esto me lo he currado, me lo merezco, y solo te pido dos meses. No vas a perder nada por darme esos dos meses, por favor. Necesito ese dinero, no me dejes colgada.

-          Oye, esto no es nada personal, es el negocio. Y dos meses es una eternidad, me juego mucho.

-          Por favor, Carlos, no te defraudaré (le puso una mano en la rodilla, aprovechando la cercanía, empezaba el juego), de verdad que no te defraudaré, haré todo lo que esté en mi mano, como decía Roberto, pondré toda la carne en el asador.

-          Marta, ¿estás hablando de tirarte a Alfredo?

-          Joder, Carlos, no estoy hablando de eso… solo te digo que haré lo que sea necesario, lo que sea (todavía no estaba preparada para reconocerle a su cliente hasta dónde estaba dispuesta a llegar… aunque se lo ponía fácil de imaginar) ¡pero tienes que darme tiempo!

Mientras le hablaba deslizó la mano por su muslo, acariciadoramente, sugerentemente, mirándole a los ojos, mirando esos atractivos ojos negros de los que bien podía presumir su cliente.

-          Pues a él un buen polvo le ayudaría (¡pretendía sacarle tan humillante confesión! Pero ella no se atrevía, no estaba preparada).

-          Carlos, la verdad es que no sé qué pensar de él, puede que quiera algún extra, y me parece que no lo que estás pensando tú, pero lo que tengo claro es que también quiere que le convenza de que sus argumentos no se sostienen, y en eso estoy. Lo que sí te digo es que no me puedes quitar ahora el asunto, por favor, sé que lo voy a conseguir y necesito el dinero, lo necesito, además de que he empleado mucho tiempo, mucho, en esto, y no lo quiero echar por la borda. Te lo repito, necesito esos dos meses, y estoy dispuesta a hacer lo que quieras con tal de conseguir que me des esos dos meses.

No lo pudo decir más claro, pero en el momento más inoportuno, cuando por fin parecía que se iba a concretar la verdadera intención de su maldito cliente, entró Cecilia acompañada de su sempiterna sonrisa deslumbrante, y sin duda se apercibió de esa mano que se retiró rauda del muslo de Carlos.  Seguro que lo había hecho a propósito, entrar sin llamar, quería comprobar si había algo más que una simple reunión con un cliente. Eso sí, volvió a ofrecer café, o agua, y Carlos, con una gran sonrisa repentina, le pidió agua.  Y cuando regresó con la jarra y los vasos, apareció también Roberto, con una gran sonrisa, que enseguida puso fin a la reunión, invitando a Carlos a tomar una copa con ellos, que por supuesto aceptó.

Y ella supo entonces que su suerte estaba echada, aunque realmente la interrupción de Cecilia impidió terminar la ya humillante conversación, y él no se había dado por aludida con las insinuaciones de ella, ni por tanto, confirmado si seguían o no llevando el asunto, aunque ciertamente el hecho mismo de que, sin realmente cerrar acuerdo alguno, fueran a un bar, como si tuvieran que “celebrar” un acuerdo inexistente, dejaba bien a las claras cuál era el motivo de celebración.

5

Camino del bar ella no pudo sino recordar la última vez que había tenido que cortar en seco las libidinosas intenciones de su cliente, también en un bar, después de innumerables y ostentosos intentos de acercamiento, con galanterías groseras y deslizando aquí y allá una mano solícita, cada vez más explícita y cercana, diciéndole secamente, aunque con discreción, que la dejara en paz, y de hecho lo dejó solo en el bar.  Y ahora él tenía una inmejorable ocasión de retomar aquella escena interrumpida para hacerle tragar sus palabras, y con unas armas que entonces no tenía, obligarla a entregarse sin condiciones.

Roberto eligió un pub cercano, que a esa hora no tenía apenas clientes, pero si luces tenues, un ambiente íntimo, y las clásicas camareras atractivas (pantalones vaqueros ajustados, camisetas ajustadas, pechos notorios, y al menos sin demasiados defectos en la cara). Y se sentaron en una esquina, lo más apartados posibles, dónde había una mesa baja, rodeada de sofás de una y dos plazas.  Ni que decir tiene que ella se sentó junto al cliente, en el sofá de dos plazas, cruzando las piernas para dejarle muy accesibles sus rodillas, casi invitándole a que dejara descansar su mano en ellas.  Y mientras Roberto pedía en la barra las consumiciones, Marta no dudó en reiniciar la conversación donde la habían dejado, quería de una vez saber su destino.

-          Bueno, Carlos, como entró Cecilia, muy oportuna, no hemos aclarado lo importante. ¿Seguimos o no seguimos llevando el asunto? Ya te he dicho que por mi parte haré lo que sea para seguir, en cierto modo me va la vida en ello, además de que profesionalmente no puede venirme mejor tener un cliente como tú satisfecho, completamente satisfecho. ¿Qué has decidido?

-          Verás, me alegra que me digas que harías todo lo que fuera para conseguir  de una puta vez ese informe favorable que necesitamos como agua de mayo, pero hasta ahora no he tenido esa impresión, no te he visto todo lo implicada que requiere este asunto, que es de lo más delicado.  ¿Qué vas a hacer que no hayas hecho hasta ahora?

De nuevo procedía colocar la mano en la rodilla del cliente, de nuevo tenía que humillarse, pero ahora necesitaba ser más explícita, le desesperaba que no fuera capaz de arrancarle de una vez el ominoso acuerdo que perseguía.

-          Carlos, te pido dos meses, te aseguro que me enteraré de una vez qué persigue Alfredo con su negativa, y si está en mi mano, le daré lo que quiere, pero si no depende de mí, te lo diré con toda claridad, si es que quiere algo… extra. Y si no, si fuera simple cabezonería, ya tengo a un compañero experto en temas de economía agrícola preparándome argumentos sólidos para desmontarle su pretensión de que la ciudad no puede permitirse poner fin a la actividad agrícola que se desarrolla en ese sector, lo dejaré definitivamente sin argumentos. Y Carlos, también estoy dispuesto a hacer lo que quieras con tal de que me des esa oportunidad, y sé que no te defraudaré (ahora volvía a acariciarle la rodilla, y el muslo, a través del elegante pantalón), solo dame esos dos meses.

Por fin él entró ya en detalles, humillantes sí, pero reveladores de que iba por el buen camino.

-          Vaya, Marta, esto sí que me sorprende. Ni cuando estabas soltera y empezando en esta profesión me permitiste ni tocarte un pelo, y no hace ni un año que casi me pegas por atreverme a ponerte una mano en tu rodilla, y ahora eres tú la que tiene la mano en mi rodilla, y me da la impresión de que me estás ofreciendo algo más, ¿o no?

-          Yo necesito que me dejes seguir, lo necesito, ya te lo he dicho, y estoy  dispuesta a lo que sea para conseguirlo, lo que sea, no sé cómo decírtelo más claro (ella seguía con esa mano insinuante desplazándose por su mulso, y mirándole a los ojos, no quería que aquello se demorase por más tiempo).

-          ¿Eso quiere decir que no me llevaré una hostia si te toco la rodilla?

Ni siquiera acompañó la pregunta con el gesto anunciado, así que ella le cogió su mano y la posó en su rodilla.

-          Sí, eso es lo que quiere decir, la rodilla o lo que quieras tocarme (ya no podía ser más directa), pero necesito saber que me dejas continuar, dos meses, aunque mejor tres.

-          Verás, Marta, sabes muy bien que me gustas un montón, me alegro de que por fin pueda tocarte la rodilla sin llevarme una bronca, pero en este asunto me estoy jugando mucho dinero, y como comprenderás no me la voy a jugar por toquetearte un poco.

-          ¡No hablo solo de toquetearme un poco, joder! (ella misma se impacientaba, y no era el momento más adecuado). Carlos, ¿por qué no me dices de una vez lo que quieres de mí? ¿Qué tengo que hacer para conseguir que me des esos dos meses? Porque si ya tienes la decisión tomada, no sé qué coño hacemos aquí.

Se impacientaba, no podía evitarlo, nada le molestaba más que la incertidumbre, tenía que saber de una maldita vez cuál iba a ser su destino esa noche.  Y sí, ojalá que Roberto se hubiera equivocado, ojalá que la mandara a paseo de una maldita vez, pero lo que no aguantaba era la aparente indecisión del cliente, que seguro era fingida, seguro que disfrutaba viéndola así, devorada por los nervios, pero que no terminaba de definirse.

-          Bueno, ahí viene Roberto, ahora toca relajarse un poco, que te veo muy tensa.

Seguía sin saber si el cliente aceptaba o no su oferta, y la verdad es que ahora la ofensa sería doble, y doblemente dolorosa: porque además de que profesionalmente le suponía un descrédito, si ahora prescindía de sus servicios, ¡estaba también prescindiendo de su cuerpo!, y era algo que no podría entender, que pudiera un hombre como ése rechazarla descaradamente cuando tenía la oportunidad de poseerla, un desprecio que no podía ofenderla más, para su sorpresa

Se sentó Roberto con ellos, una de esas camareras deslumbrantes les sirvió las copas, durante un buen rato hablaron de banalidades mientras bebían, y entonces Roberto anunció que se retiraba.  Marta, sin que tuviera todavía claro lo que realmente pretendía Carlos, y tal como le había sido ordenado, le pidió a Roberto las llaves del despacho. con la excusa de que se había dejado las llaves de su casa, y Roberto se las entregó, no sin advertirle de que luego se las dejara en su mesa, intentando aparentar normalidad, aunque todos sabían ya por qué ella había pedido esas llaves y por qué Roberto se las había entregado.

Y una vez que estuvieron solos, sentados uno junto al otro, ocurrió lo más inesperado, y una vez más ese día, la pura y dura realidad le sobrepasó por completo, y parecía imposible que las cosas pudieran empeorar.

Sí, ella suponía que ahora quedaría todo aclarado, iba a decirle que fueran al despacho de Roberto, que allí estarían solos y podrían hablar de todo tranquilamente, con su mano otra vez sobre sus muslos, acariciadora. Sería tan obvio su ofrecimiento que contaba ya con que él aceptaría gustosamente la sugerente invitación, y que por tanto, se irían sin demora de ese pub, sabiendo Carlos que ella se le entregaría sin remedio con tal de que le asegurara que le concedía esos dos meses.  Pero no, resultó que el cliente tenía otros planes, para su desesperación.

-          A ver, dime, ¿qué cojones os traéis entre Roberto y tú? Veras, tu amiguito me llamó hoy para decirme que tú estabas desesperada por la posibilidad de que os quitara el asunto, que necesitabas desesperadamente ese dinero, que te habías comprado un pedazo de casa en el lugar más lujoso de la ciudad y que ahora necesitabas ese dinero, y que estarías dispuesta a follar conmigo si era necesario con tal de que os dejara continuar, y como comprenderás, me sonó de lo más extraño, me sonó a que lo habíais hablado entre vosotros, no hay que ser muy listo para darse cuenta. Así es que gustaría que me explicaras cómo es posible que Roberto me ofrezca descaradamente acostarme contigo a cambio de que os deje seguir con este asunto, y por qué cojones a estas alturas estás dispuesta a acostarte conmigo cuando siempre me has mandado a la mierda. Y no me cuentes el rollo de que necesitas el dinero, porque me levanto y me largo, sé muy bien que tú, precisamente tú, no necesitas dinero, ni te acostarías conmigo por dinero.

No daba crédito a lo que estaba escuchando, era lo último que se podía imaginar, simplemente no estaba preparada para eso, ahora resultaba que Carlos no tenía suficiente con haberle ofrecido su cuerpo, quería saber el motivo de que Roberto se lo ofreciese, y el motivo por el que ella se dejaba ofrecer como mercancía, ¡y desde luego no se creía que fuera por dinero!, lo cual, estúpidamente, hasta le halagaba.  Y la verdad es que él conocía a su marido, y sabía que la familia de su marido era rica, así que era lógico que no le resultara creíble ese motivo, pero lo que no podía entender es que eso le resultara relevante como para no aprovechar la ocasión: ¡le estaba ofreciendo que dispusiera de su cuerpo a su antojo a cambio solo de que les dejara seguir con el asunto! ¿qué podía importarle que se ofreciera por dinero o por cualquier otro motivo?  Y lo peor era que no pudo evitar que de forma notoria el nerviosismo y el desconcierto se apoderase de ella, incapaz de articular una frase coherente, más allá de negarlo todo sin ningún convencimiento.

-          No sé… no sé lo que estás diciendo… yo… yo no sabía… no sé lo que habéis hablado vosotros…  Roberto…. Yo no le he dicho nada a Roberto… esto… esto es cosa mía… (ruborizada y nerviosa, no sabía dónde esconder la mirada, se estaba delatando). Él sabe… bueno, yo se lo he dicho, que no podía permitirme perder este caso,  y sí, la familia de mi marido es rica, pero me desprecia, ¡y por nada del mundo les pediría ayuda! Y te aseguro que yo no sabía nada de que el cabrón de Roberto me ofreciera de esa manera... no tenía ni idea...

-          Ya, qué listo es Roberto, y ahora me vas a decir que prefieres acostarte conmigo para ver si, con suerte, cobras tu minuta, y así evitarte que tu marido pida ayuda económica a su familia, porque te cae mal. Después de mandarme a paseo incluso cuando estabas soltera y te habría venido bien hacerte mi amante. Y estarías dispuesta a perder tu casita por no pedirles un favor a tus suegros, que además el favor sería para tu marido. No, ese rollo no cuela.

-          Pues es así… no sé lo que te ha contado Roberto… pero…

-          Mira, que no soy gilipollas.  Pero esto es fácil de averiguar.

No sabía qué iba a hacer, no podía estar más desconcertada, no sabía cómo reaccionar, y de hecho no tuvo tiempo.  Casi sin que se diese cuenta, vio a Carlos con un móvil en la mano, haciendo una llamada, y no tardó en saber a quién llamaba, en cuanto escuchó la conversación.

-          Roberto... sí… oye, la tía ésta me lo ha vuelto a hacer, me ha mandado a la mierda, en cuanto te has ido se ha largado ella, menudo rollo me has contado.  Así que ya sabes lo que hay, se lo he dicho a ella, os podéis ir a la mierda, par de ineptos (y colgó, sin duda sin tiempo para escuchar lo que Roberto pudiera decirle).

Por si no hubiera sido ya suficientemente revelador su propio nerviosismo y desconcierto cuando le preguntó sobre los motivos de su carnal ofrecimiento, ahora no pudo evitar mostrar su más absoluta desesperación.

-          ¡Noooo! ¿Por qué le has mentido? ¡Lo que le has dicho es mentira! ¡eres un cabrón! ¡Tienes que llamarlo!

-          Verás, ahora nos vamos a ir tú y yo al cuarto de baño de las mujeres, porque estoy seguro que Roberto te va a llamar, y quiero escuchar lo que te diga. Y si no quieres, me largo y se acabó este asunto.

No podía estar más desconcertada, no sabía cómo reaccionar, otra vez al borde del abismo, ¡Roberto podría estar llamando en ese momento a su marido! Pero no, de repente escuchó el sonido de su móvil, que continuaba dentro del bolso. Y antes de que pudiera coger el teléfono, Carlos le quitó el bolso, la levantó y la arrastró cogida de la mano con determinación y firmeza, hasta verse en el interior del aseo de mujeres, realmente limpio, y amplio, con un lavabo, un espejo encima de lavabo y un wáter, todo reluciente.  Y en cuanto cerraron la puerta, Carlos le cogió el móvil del bolso, y le dio instrucciones muy precisas.

-          Ahora vas a contestar a Roberto con el altavoz puesto, y por supuesto, que él no sepa que estoy yo escuchando.  Si no tengo razón, lo sabré enseguida.

No tenía ni fuerzas para resistirse, ni realmente capacidad de resistencia. Él mismo contestó la llamada y puso el altavoz, escuchando ambos con nitidez los gritos de Roberto en el teléfono que sostenía el propio Carlos.

-          ¿Se puede saber qué cojones has hecho? El puto Shariff me acaba de llamar diciéndome que lo has vuelto a mandar a la mierda en cuanto te ha dicho de echar un polvo y que te has largado dejándolo con cara de gilipollas, y que por tanto él también nos manda a la mierda. Ya estás corriendo detrás de él y si hace falta se la chupas en la calle, lo que él te pida.  Tienes quince minutos, dentro de quince minutos lo llamaré, y si me confirma que nos manda a la mierda, se acabó lo que se daba, me encargaré de que todo el mundo conozca lo zorra que eres. Quince minutos.

No tuvo tiempo de contestar porque colgó furioso, y para colmo el astuto cliente se quedó con su móvil que guardó en su bolsillo, por lo que tampoco pudo llamarle al instante. Y desde luego, quedó en evidencia que Roberto mandaba sobre ella, y que por eso la había ofrecido al cliente en bandeja. No podía sentirse más humillada, ya no había duda alguna de que estaba actuando como la fulana de Roberto, y ahora no podía más que suplicarle que lo llamara, que le dijera que todo se había arreglado.

-          Carlos, por favor, déjame que lo llame y se lo aclaramos, o llámalo tú, pero tiene que saber que yo... que yo me he ofrecido... o me hundirá.  Haré lo que quieras, lo que quieras, pero llámalo, por favor, no soy... no soy ninguna zorra pero... conoce cosas mías que… bueno, me puede hacer mucho daño… por favor,  llámale, y nos vamos al despacho...

-          Vaya vaya, ya sabía yo que algo raro pasaba, no me chupo el dedo.  De modo que te acuestas con quien te diga Roberto, ¿no?

Ahora sí que estaba desesperada, su vida dependía de él, de esa llamada, y el tiempo corría en su contra, ¡solo tenía quince minutos para salvar su vida!

-          Carlos, ya lo sabes, por favor, llámalo y dile que me he arrepentido... y que te he convencido para continuar... y nos vamos al despacho, no te defraudaré.

-          Entonces, ¿lo de no llevar sostén era parte del plan, para ponerme caliente?

-          Sí, si, pero por favor Carlos, llama a Roberto, y haremos lo que quieras.

Como para explicarle por qué no llevaba sostén, y ni siquiera le sorprendió que se hubiera dado cuenta, era notorio con solo fijarse en sus pechos, y era evidente que él siempre se fijaba en sus pechos. Y sucedió lo inevitable, estaba a su disposición, era más que obvio, y la tentación le resultó demasiado fuerte, no era de piedra, así que sin miramientos la empujó contra la pared y, sin más, le cogió los pechos, aunque al menos sin desabrocharle la camisa.

-          Por favor…. Carlos… vamos dónde tú quieras… pero.. (protestaba débilmente, mientras él no dejaba de sobar sus senos a través de la camisa, aprovechando la ausencia de sostén).

-          Vaya par de tetas… estás jodíamente buena… si no estuvieras tan buena, os habría mandado a la mierda a los dos… pero es que estás muy rica…

-          Por favor… llámalo de una vez.. y podrás tocarme todo lo que quieras...

-          Es que me pones a mil… joder qué tetas…

No podía avergonzarla más la situación, dejándose tocar los pechos por su cliente, y encima en los servicios de señora de un pub donde la conocían,  pero no sabía cómo poner fin a aquello, no estaba en condiciones de apartar a ese hombre con brusquedad, ni se sentía capaz de apartarle las manos de sus pechos, ¡y tenía que llamar a Roberto! su futuro estaba en juego.

-          Por favor… por favor… llama a Roberto… tú lo has oído… solo tenemos quince minutos.. por favor…

-          Sí, nena, tenemos tiempo, ahora llamaré a Roberto, pero antes quítate las bragas.  Quiero tus bragas.

Sí, no iba a desperdiciar la ocasión, faltaría más. Solo que no las llevaba. Y no solo eso, ¡todavía tenía puesto el plateado tapón anal! ¡Lo que le faltaba! ¡La vería con el maldito tapón puesto! Y no podía resultarle más humillante reconocer en aquel lugar que no llevaba puestas las bragas, cuando ya sabía que era ni más ni menos que la fulana de Roberto.

-          No.. no las llevo... pero por favor, ¡tienes que llamar a Roberto! ¡y tenemos que salir de aquí!

-          No me lo puedo creer, ¿que no llevas bragas? (al menos había dejado ya de sobar sus senos, pero lo tenía tan cerca que le resultaba agobiante) ¿que has ido a la reunión sin bragas? ¿sin sostén y sin bragas?

-          Carlos, por favor, primero llama a Roberto…

-          Llamaré a tu chulo, pero quiero verte el culo primero, no sabes las ganas que tenía de vértelo…

No podían pasarle más cosas humillantes aquel día, aunque para su desgracia todavía quedaban unas horas para que terminara, en las que podía pasar cualquier cosa. ¡Ahora Carlos la trataba también como a una fulana! ¡Y consideraba ya a Roberto como su proxeneta! ¡Y tenía que enseñarle sus nalgas en los lavabos de un bar! ¡y con el tapón anal que ya ni se acordaba que lo tenía!  ¡y sin posibilidad de negarse ni protestar! Y para colmo, solo llevaba medias, ni siquiera tenía los pantis que siempre se ponía con las faldas.

Y por supuesto ni se lo pensó un segundo, se giró, se puso ella misma de cara a la pared y se levantó la falda, mostrándole el trasero a su mejor cliente, ahora también sumado al bando de los verdugos, y ¡enseñándole también el plateado y sugestivo tapón anal! Y entonces ocurrió lo inevitable, sus manos viriles tomaron posesión de sus nalgas, y enseguida el comentario grosero que no podía faltar, pues era evidente la sorpresa que se llevó el cliente ante semejante aderezo anal.

-          Joder, eres una caja de sorpresas, vaya tapón chulo que llevas en el culo ¿para quién coño te lo has puesto? ¿para mí?

-          Por favor, Carlos, llama a Roberto de una vez, ya tendremos tiempo de hablar de esto cuando estemos en el despacho.

-          Veras, ya que estamos solos me gustaría verte en pelotas, y cuando estés en pelotas llamaré a Roberto, ¿qué te parece?  Lo mismo no me gustan tus tetas y os mando a la mierda a los dos como tenía pensado.

Sí, también podía verla desnuda y largarse, dejándola allí sola y perdida.  Pero lo cierto es que no tenía tiempo de discutir, aunque lo intentó, siempre con aquellas manos fuertes y ruines en sus nalgas, agarrándolas, abriéndolas, subiéndolas y bajándolas, y por supuesto, moviéndole el maldito tapón anal.

-          Pues por eso mismo prefiero que lo llames primero, y entonces me desnudaré.  Ya sabes que lo haré, me estás tocando el culo a tu gusto, pero primero tranquiliza a Roberto.

-          Después de tantos años se me hace raro estar discutiendo contigo de cuándo te vas a poner en pelotas para mí, y todavía más raro se me hace que le tengas tanto miedo a Roberto, que estés dispuesta a follar conmigo por no enfadarlo, que seas su puta, en otras palabras.  Si no lo veo no lo creo.

No tenía prisa, la tenía en sus manos, disfrutaba poseyendo sus nalgas, moviendo su tapón anal, viéndola ya semidesnuda, y desde luego, desesperada, a su merced. Era difícil resistirse a la tentación de disfrutar de semejante cuerpo femenino a su disposición.

-          Carlos, tenemos tiempo de sobra para que me veas en pelotas, y me toques lo que quieras. Te lo pido por favor, llámalo ya.

-          Primero quiero ver la mercancía, me gusta tomar mis decisiones con conocimiento de causa.

-          Está bien, pero lo llamas en cuanto me desnude, por favor.

No le quedaba otra, además de humillante la conversación no le conducía a ningún sitio, tenía una vez más que obedecer, no podía negarse, ni demorarse ni un instante.  Y enseguida recordó que, para colmo, su sexo seguía depilado, y que eso también sería motivo de escarnio, sumado al plateado tapón anal. Pero no tenía otra opción.

En cuanto él supo que se rendía, apartó las manos de las nalgas, y le bajó la falda, cubriéndole otra vez las nalgas, y ella se giró, para que la viera desnudarse, y disfrutase del momento.  Se quitó la chaqueta con resignación, dejándola sobre el lavabo con cierto cuidado, y empezó a desabotonar la camisa sin poder evitar sonrojarse por lo que iba a ocurrir,  sabiendo que esos insondables y duros ojos negros anhelaban verle sus pechos desde hacía años. Y por fin tuvo que enseñárselos, al apartar los lados de la camisa para quitársela.

-          Vaya, abogada, que par de tetas tan ricas tienes, acércate para que pueda tocarlas.

-          Carlos, por favor, que Roberto no habla en broma, llámalo de una vez.

-          Acércate, abogada.

Y se acercó, no eran más que cinco pasos con sus senos sensuales moviéndose al gusto del cliente, y en cuanto se acercó fueron apresados por sus fuertes manos, que tantos senos habrían agarrado en su vida.  Y hasta sus pezones fueron besados por esos labios sensuales que definían el atractivo rostro del cliente, junto con su cuidado bigote. Pero solo fue un segundo, por suerte, un segundo interminable.

-          Bueno, ahora quítate la falda, ya solo me falta verte el coño.

Ya no protestó, se bajó la cremallera de la falda y tiró de ella hasta que cayó al suelo, y mientras él la denigraba de nuevo, la apartó con los pies de su lado, dejándola en el suelo.

-          ¡Joder! ¡Pero si llevas el coño depilado! ¡esta sí que es buena! ¿también te lo has depilado para mí? ¿o para quién?

-          ¡Carlos! ¡Llámalo ya, por favor! ¡no nos queda tiempo!

-          Tranquila, tranquila, ya le llamo.  Pero mientras habló con él, dame un buen espectáculo, quiero verte cómo te tocas las tetas y el coño, mastúrbate un poquito para mí.  Y hazlo con ganas, porque si no te esmeras le diré que se acabó lo que se daba.

Eso sí que era aprovecharse de la situación, eso sí que era desear humillarla, denigrarla, no podía sentirse más hundida y humillada en ese momento, sabiendo que nada podía negarle.  Con la mirada hundida, se llevó las manos a los pechos, sin la menor sensualidad pero cumpliendo con lo ordenado, y al menos vio aliviada que por fin cogía el teléfono del bolsillo, y enseguida escuchó, la voz de Roberto, porque había también puesto el altavoz.

-          Roberto, Marta ha vuelto y…. un momento…

Se acercó a ella para recordarle en un susurro que debía masturbarse para él, así que resignada deslizó una de sus manos  a su sexo depilado, para no defraudarle, humillándose una vez más ese día hasta límites inconcebibles para ella, mientras él hablaba con Roberto.

-          Bueno, lo que te decía,  me ha pedido disculpas, ha vuelto a insistirme en sus problemas monetarios y en que necesita desesperadamente seguir con el asunto, y quiere que vayamos a tu despacho para aclararlo todo. En fin, se ha ido al cuarto de baño, pero parece que tenías razón, aunque espero que no vuelva a arrepentirse, no me fío un pelo de ella, la veo de lo más indecisa, seguro que es capaz de dejarme tirado otra vez, y desde luego, como se le ocurra darme otro corte, se acabó lo que se daba, no sé si me entiendes.

-          Sí, claro que te entiendo, pero no creo que te deje tirado, está muy agobiada con la posibilidad de perder este asunto, y seguro hará lo que sea para que no rompas con nosotros. La tienes en el bote, créeme, no se la va a jugar.

-          Bueno ya te contaré, no lo tengo nada claro.

Sí, Carlos quería dejarla a su merced, sabiendo que en cualquier momento podría llamar a Roberto y decirle que todo había terminado, si no se esmeraba en complacerlo.  Y claro, no tardó en sonar de nuevo su teléfono, que Carlos mantenía en su bolsillo, y que ahora de nuevo lo descolgó,  poniendo el altavoz, y acercándoselo para que pudiera hablarle, eso sí, completamente desnuda, con una mano acariciando sus senos y con la otra acariciando su sexo.

-          Marta, me acaba de llamar Carlos, no sé qué cojones le has dicho que no se fía mucho de ti, piensa que lo vas a dejar tirado, el muy gilipollas.  Solo espero que no te andes con tonterías, porque lo que tengo muy claro es que está loco por echarte un polvo, y supongo que también querrá que se la chupes, así que ya sabes, nada de ponerle problemas, le haces lo que te pida, ¿estamos de acuerdo?

-          Sí, Roberto, claro, no habrá problema.

-          Y ya que estás en el baño, quítate el tapón del culo, no sé qué va a pensar de ti si te lo ve.

-          Vale vale, bueno, te cuelgo, tengo que irme.

-          Sí claro, y ya sabes, échale un buen polvo, que no tenga quejas de ti.

-          Vale.

Y allí quedó ella, completamente desnuda delante de su cliente, con su sexo depilado, y con  su tapón anal al descubierto, y ahora ya sin poder negar que se lo había puesto Roberto, o al menos, que sabía que lo llevaba puesto, lo que ya era mucho saber.  Y para empeorarlo todo, Roberto insultando al cliente sin saber que lo escuchaba.

-          Vaya vaya, así que me llamáis gilipollas entre vosotros, ésta sí que es buena..

-          ¡Eso no es cierto! Te lo ha llamado ahora porque le ha extrañado que tuvieras dudas sobre mi intención, sabía muy bien que yo no me la jugaría, así que no entiende que no hubieras captado el mensaje, de hecho lo has entendido a la primera. Nunca te hemos llamado gilipollas.

-          Ya, vaya dos. Y el tapón en el culo te lo ha puesto Roberto, ¿no?

-          Carlos, vámonos de una vez al despacho, allí tendrás tiempo de todo, por favor. Llevamos ya mucho tiempo aquí dentro, y seguro que nos han visto entrar.  Y aquí me conocen, no es la primera vez que vengo.

-          Bueno, pero antes quiero comprobar cómo la chupas, para hacerme una idea.

La cogió de la cintura desnuda y la llevó otra vez hasta la pared, fría como el hielo ahora que ya no tenía chaqueta ni camisa que la amparase, y le ordenó que se pusiera de cuclillas, mientras él se bajaba la cremallera del pantalón para dejar libre su verga, que apareció ante sus ojos en todo su esplendor, aunque lo contrario la habría molestado incluso, porque no entendería que no se excitase de aquella manera estando desnuda ante él. Y una vez más, en cuclillas, con las piernas bien abiertas, mostrándole su sexo entreabierto, con aquel falo ya en su mano, no pudo sentirse más humillada, otra vez rebasado su límite, una vez más entregada, rendida.

Todavía no se lo podía creer, el tercer falo que veía ese maldito día, y al que tendría que lamer y besar, y deslizarlo en el interior de su boca, y la verdad era que no podía quejarse demasiado del tamaño, o del grosor, o del poder que desprendieron los dos primeros, y aquel no era muy diferente.  En cuclillas, con las piernas totalmente abiertas, sabiendo que su cliente la miraba lujuriosamente, con irrefrenable deseo, sacó una vez más aquel nefasto día  su lengua para lamer el glande y saborear el líquido preseminal de su cliente que ya desprendía aquel miembro viril al límite de su poderío. Y por suerte, en cuanto tuvo el glande entre sus labios, en su boca, él dio por terminado el espectáculo.

-          Joder, pues sí que la chupas bien, pero no me quiero correr ahora, así que ya puedes vestirte.

Y él se fue dejándola sola en el baño.  Y allí desnuda, pronto comprendió que se había llevado su móvil, que ya no tenía ninguna limitación de acceso al habérselo impuesto Roberto, por lo que podría ver sin problemas todas las fotos eróticas que ese día se había hecho y había mandado a sus verdugos,  y había unas cuantas. ¡Y también sus mensajes obscenos al portero! Entró en pánico, se lavó con rapidez lo que pudo, se vistió precipitadamente, recogió el bolso del suelo y salió a toda prisa, con notorio desarreglo personal.

6

No podía humillarla más sentarse de nuevo junto a su cliente, después de que la hubiera visto totalmente desnuda, por delante y por detrás, e incluso  introduciéndose en la boca su pene, acuclillada ante él, y desde luego lo que deseaba era ir cuanto antes al despacho y terminar de una vez ésa interminable pesadilla, si bien su prioridad en ése momento era recuperar su móvil, allí estaba la historia de todo lo que le había pasado aquel horripilante día.

-          Carlos, por favor, el móvil, te lo has llevado.

-          Vaya, ¿tanta prisa tienes en decirle a Roberto que ya me la has chupado?

-          ¿Me das el móvil, por favor?.

-          Anda, tómalo, y llama ya a tu chulo, no me podía ni imaginar que le tuvieras tanto miedo.  Ya me contarás qué cojones pasa entre vosotros.

No podía contestar a semejantes comentarios denigrantes, y lo cierto era que en realidad, no podía negarlo, Roberto era su dueño y señor. Salió fuera del bar en cuanto tuvo el móvil en sus manos, disfrutó del aire fresco de la tarde, llamó a su marido solo para confirmarle que llegaría tarde, y regresó al lado de su taimado cliente, que la volvió a recibir con una sonrisa, y una nueva frase humillante.

-          Todavía no me creo que te hayas despelotado delante mía, de verdad que no. Tantos años soñándolo, y de repente, un buen día, te llevo al baño de mujeres y te despelotas. Si no lo veo no lo creo.

-          Bueno, vámonos ya, supongo que lo estarás deseando.

-          Y tú también, zorra, no me lo niegues.  Venga, paga, que creo que Roberto se fue sin pagar.

No le hizo ninguna gracia acercarse a la barra y soportar las miradas desaprobadoras de las dos camareras que andaban de un lado a otro de la barra.  Le tocó la que parecía la jefa, sin duda una joven guapa, atractiva, con generosos pechos y escote pronunciado, que haría la locura de los clientes solitarios pegados a la barra. Y la jefa no tuvo reparo en reprenderla, para su sorpresa y humillación.

-          Aquí tiene el cambio, y le agradeceríamos que no vuelva por aquí, no admitimos que se vaya a los servicios a echar un polvo, esto no es un puticlub.

No podía creer lo que le estaba diciendo aquella jovenzuela estúpida, y cuando iba a contestarle sintió una palmada en su nalgas y la voz autoritaria del cliente.

-          Vamos zorrita, que tenemos prisa.

Ya no era el momento de contestar, sin duda a propósito Carlos la había tratado como a una fulana delante de la camarera, que por supuesto escuchó el delicado tratamiento que le dio su pareja delante de ella. Y Marta, humillada por enésima vez, recogió el cambio y se fue con su cliente, solo que ahora no le iba a prestar servicios jurídicos, sino estrictamente sexuales.

El paseo hasta el despacho de Roberto no fue precisamente agradable, si bien al menos él no la agarró como se temía, tomando ya posesión de su cuerpo en público, en un trayecto en el que fácilmente podían cruzarse con personas conocidas, o incluso ser vistos por algún conocido que pasara por allí en coche.  Y por tanto llegaron rápido al despacho, sin más sobresaltos.  Pero le esperaba una gran sorpresa.

7

No sin nerviosismo introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta a su nuevo cataclismo moral.  Tenía que entregarse a su odioso cliente ante las cámaras dispuestas por su socio en el despacho, en su mesa de reuniones, o incluso en su propia mesa de despacho, dónde solo hacía unas horas que ya se había entregado a su socio, solo unas horas después de haberse entregado al portero de su edificio.  Algo inimaginable cuando aquélla mañana salió de su casa.  ¿Acaso podía ya sucederle algo peor, en las apenas dos horas que quedaban para finalizar el día?  Pues sí, el destino todavía no estaba satisfecho, todavía le reservaba más sorpresas.

Fue abrir la puerta y se dio cuenta al instante, y por una vez en aquel nefasto día, pensó que le sonreía la fortuna.  Había escuchado algo en la sala de reuniones, y enseguida tuvo claro lo que podía ser.  Mandó callar con un gesto a su maldito cliente, que sin duda no habría escuchado nada ni sabría qué estaba pasando, pero que se quedó callado, desconcertado.  Anduvo de puntillas hasta llegar a la puerta de la sala de reuniones, y tuvo incluso la sangre fría de coger su móvil y prepararlo para fotografiar lo que se iba a encontrar.  Estaba convencida de que la altiva, orgullosa, y fiel secretaria de su socio, de irreprochable conducta, de una moralidad extrema, que siempre la miraba por encima del hombro, que la despreciaba sin tapujos desde su altura, y que ese mismo día le había afeado ir sin sostén y oler a semen, mirándola como si fuera una fulana (y ciertamente, ahora ya no podía negar que lo parecía), sabedora que había seducido a su jefe esa misma tarde, y que por eso le habían ordenado llegar a una hora tardía, esa secretaria altiva se encontraba detrás de esa puerta, y no precisamente trabajando.  El ruido que había escuchado y que había cesado al instante era a la vez el de una mesa que crujía y el de una voz femenina que gemía. O al menos, eso es lo que le pareció a ella. Y abrió la puerta.

Sin duda la muy inteligente y orgullosa secretaria no había tenido tiempo de reacción.  Debió escuchar al instante la cerradura de la puerta de entrada del despacho al abrirse, pero durante unos segundos de indecisión debió pensar que era su jefe el que entraba (¿quién si no?), que algo se habría dejado en su despacho, y que desde luego no entraría precisamente en la sala de reuniones, que realmente raras veces usaban, solo para las reuniones con muchos asistentes, y desde luego ese día no se había utilizado.  Y además, no escuchó voces, lo que sin duda la convenció de que sería Roberto el que había entrado, y que por tanto, lo mejor era no moverse ni un milímetro.  Y por eso, la foto que pudo sacarle,  y con el flash, no pudo ser más clara y nítida, más representativa de lo que estaban haciendo antes de quedar paralizados, cuando escucharon que se abría la puerta del despacho.

En la elegante mesa rectangular de la sala de reuniones, dónde había sillones para diez personas, Cecilia se había hecho un hueco en una de las esquinas, a la derecha de la puerta, apartando los sillones, y en esa esquina apoyaba sus codos, y dese esa esquina la miró aterrorizada y paralizada durante unos breves segundos,  suficientes para que pudiera ser perfectamente fotografiada. Llevaba una camisa blanca, y lo que no llevaba era ni pantalón ni bragas, que se arremolinaban en una de sus piernas. Sus muslos al descubierto ponían de manifiesto su tersa piel, su perfecto color moreno, y por supuesto, su perfecta línea. Y entre ambas piernas se encontraba un jovenzuelo, que también la miraba aunque no horrorizado, sino sorprendido y estupefacto. El jovenzuelo llevaba una camiseta azul, holgada, y sus pantalones y ropa interior descansaban en sus pies, ocultando sus zapatos.  Y seguía con sus manos agarrando las caderas sinuosas de la dama, y seguía su miembro viril ensartado en la cavidad húmeda de la vagina señorial de la dama, o al menos ésa era le impresión que tuvo cuando consiguió hacer tres o cuatro fotografías antes de que la imagen se descompusiera por completo, levantándose la digna dama y girándose hacia ella mientras se inclinaba para subirse las bragas y el pantalón, para lo cual tuvo que quitarse primero el zapato de tacón de su pie derecho para poder introducirlo en las bragas y en el pantalón, para luego subírselo todo a la vez con nerviosismo  y torpeza, mientras ella la grababa con todo descaro, grabación que incluyó la maniobra del joven, más rápida y certera, sacando su miembro viril dónde lo tenía bien cobijado y subiéndose su ropa interior y pantalón de un golpe, quedando vestido cuando ella todavía luchaba por meter su pie derecho en las bragas y el pantalón.  Y no sin hablarle mientras procuraba recobrar alguna dignidad.

-       ¡Marta! ¿Qué haces aquí? ¿Está Roberto ahí fuera? ¡Qué vergüenza¡ ¡No lo dejes entrar, por favor! ¡Joder, no me lo puedo creer! ¡Por favor que no pase! ¡Me moriría de vergüenza! ¡Marta, por favor, que no entre! ¡No puedo verlo así! ¡Por favor! ¡Llévatelo! ¡Qué vergüenza!

Sí, estaba aterrorizada, sentía pánico de que su jefe la viera así, con su amante, pillada in fraganti, y era evidente que daba por hecho de que su jefe había llegado con ella, ¿cómo si no podía haber entrado en el despacho? Y ni siquiera fue consciente de que la estaba grabando, o al menos era el menor de sus problemas en esos momentos.

-       Cecilia, cálmate, y arréglate bien, me parece que tienes desabrochado el sostén, por las prisas (no pudo disfrutar más devolviéndole sus indirectas).  A ver ¿se puede saber quién es este mozuelo? (estaba de pie, junto a su amante, con las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero raído, mirándola todavía con cara de sorpresa) Me parece que es muy jovencito para ti.

Por supuesto, con las prisas se le había olvidado el pequeño detalle de que el sostén lo tenía desabrochado, así que no tardó ni un segundo en abrochárselo, sin duda humillada por la socia de su jefe a la que había humillado no hacía ni dos horas, recordándole que no llevaba sostén. Bien pudo en ese momento recordar el refrán, donde las dan las toman, solo que no se hubiera imaginado ella que en tan poco tiempo se iba a cumplir su certero vaticinio.

-       Marta, por favor, que no entre Roberto, me moriría de vergüenza. ¿Dónde está?

-       Cecilia, Roberto no está, así que tranquilízate. ¿Me quieres decir quién es este tío?

El alivio fue inmediato, en esos momentos era lo único que le importaba.

-       ¿No está? ¿De verdad que no está? ¡Joder! ¡Qué alivio! ¡Ya me veía perdida! ¡Qué vergüenza, por Dios! ¡Roberto es íntimo de mi marido! Por Dios qué apuro. Me voy, me voy, vamos Joaquín, vámonos.

-       Joaquín, ¿Cuántos años tienes?

El jovenzuelo sorprendido respondió sin pensarlo, antes de que pudiera evitarlo Cecilia.

-       Diecisiete

-       ¡Joaquín! ¡Vámonos!

Lo último que querría Cecilia era que su amante contara detalle alguno de su relación a la socia de su jefe, y aunque no pudo evitar que dijera su edad, desde luego no iba a permitir tan bochornosa conversación, muy del agrado de la socia de su jefe.  Recogió el bolso y el jersey, que estaban sobre uno de los sillones, y una chaqueta vaquera del jovencito, y le cogió del brazo para arrastrarlo hasta la calle.

Pero cuando ya estaba junto a Marta, se paró en seco, y su mirada aterrorizada reveló el motivo antes de que se escuchara la voz rotunda de Carlos, y a ella también se le cambió el rostro,  no pudo ser más efímera su alegría por haber eliminado el peligro que suponía para ella que la odiosa secretaria de Roberto pudiera contar a nadie sus sospechas sobre su relación con él, pues el verdadero peligro lo tenía ahora a sus espaldas, aunque al menos ya no era un problema que estuviera allí la odiosa secretaria de su socio y dueño.  Claro que pronto se dio cuenta de que aquella presencia iba a ser un peligro, pero por motivos muy distintos.

-       Vaya vaya, a quién tenemos aquí. La secretaria del despacho follando con un jovencito, ¿de verdad en este despacho se trabaja? ¿o estáis todo el día follando los unos con los otros?

Evidentemente la frase no iba solo por la secretaria, la pregunta iba por las dos, y desde luego ella pudo apreciar cómo enrojecía el delicioso rostro de Cecilia, parecía estar ardiendo, a la vez que hundía su mirada en el suelo, incapaz de dar respuesta a la insidiosa pregunta.  Y ante la parálisis de ellas, el jovencito le arrancó la chaqueta vaquera a la aterrorizada secretaria y se fue con determinación, pero sin suerte. En cuestión de segundos apareció de nuevo.

-       Me queréis abrir la puerta, por favor, que me quiero largar de una vez.

Marta solo recordaba que había abierto la puerta con cuidado, que la había dejado abierta, y se había dirigido de puntillas a la sala de reuniones, pero no recordaba que había hecho con las llaves.  Pero ahora lo tenía claro, Carlos había cerrado la puerta con la llave, que obviamente la tendría guardada en el pantalón.

-       ¿Me puedes decir qué cojones hacías aquí? ¿De qué cojones conocías tú a ésta?  Porque no te irás hasta que no me quede claro qué pintas tú aquí.

-       Pues lo que estaba haciendo se lo puedes preguntar a ésta, que entró sin llamar. Y a Cecilia la conozco de la urbanización, le doy clases de tenis. Y ahora, por favor, ábreme la puerta.

Marta se había vuelto para ver a Carlos y al jovenzuelo, apoyándose en la mesa, justo enfrente de la puerta. El jovenzuelo era bien parecido, y desde luego se notaba que estaba en forma, no tenía mal gusto la odiosa secretaria.  Y sin poder evitar su enfado por haberle interrumpido en tan glorioso momento, el joven desde luego no parecía precisamente acobardado ni asustado  por la situación, simplemente no estaba allí para conocer gente, y por eso dio la respuesta mínima que se le pedía y exigía su recompensa.

-       No tienes por qué irte, te dejamos que remates la faena, porque te la estabas tirando, ¿no?. Y a lo mejor te dejo que te folles también a ésta, si te quedan energías (Marta se horrorizó con el humillante comentario, sin atreverse a protestar ni lo más mínimo, porque podía esperar cualquier cosa de Carlos, pero al menos el joven tenía las ideas muy claras).

-       Ya, se me han quitado las ganas, lo que quiero es largarme, por favor, ábreme la puerta.

-       ¿Y con diecisiete años ya eres profesor de tenis?

-       Oye, que quiero irme, llevo jugando al tenis desde que tenía seis años, y estoy federado, así que sí, doy clases, a niños y a principiantes. Y ahora ábreme.

-       Pues ya que no quieres follarte a éstas, te abro.

Y durante segundos se quedaron solas las dos. Cecilia ni levantó la cabeza, desde luego era evidente que ya tenía claro qué iban a hacer Carlos y la socia de su jefe a esas horas en el despacho, por la forma en que la trató, ofreciéndola al jovencito, sin que ésta ni protestara, pero no podía humillarla más que la maldita socia la hubiera visto en plena acción. Y a Marta le tranquilizaba saber que, desde luego, la secretaria no se iba a ir de la lengua, también a ella podía hundirle la vida si se conocía que tenía un amante y de esa edad, pues en su círculo social no estaba muy bien visto engañar al marido, y menos con un menor.

Y cuando Carlos regresó, Cecilia ya no pudo seguir callada, sin duda deseaba marcharse de una vez de allí, y no podría hacerlo sin aclarar las cosas con Carlos.

-       Carlos, esto ha sido una locura, no sé lo que me ha pasado, me lo encontré en la calle cuándo me iba del despacho, tomé una cerveza con él y no sé lo que me pasó, lo mismo me puso algo en la cerveza, yo nunca haría esto a mi marido, siempre le he sido fiel, ha sido una locura. Y por favor, no se lo digáis a Roberto, es muy amigo de él, y se lo diría seguro.

Era evidente que la historia se la acababa de inventar, y no parecía muy digno acusar al joven de haberla drogado. Carlos la miró impasible, y Marta se imaginaba lo que estaba pensando, podía tener a dos por el precio de una.  Desde luego con ella no había tenido compasión, estaban allí porque iba a aprovecharse vilmente de su situación, así que esperaba que con la odiosa secretaria hiciera lo mismo, le había mostrado su miedo a que Roberto se enterara, poniéndole en bandeja su debilidad.  Claro que en ese momento no se daba cuenta de  la vorágine en la que se iba a ver envuelta.

-       Vaya, parecía un buen chico, pero tendrías que denunciarlo, si te ha drogado para echarte un polvo, ¿no Marta? Tú eres la abogada. Asesórala.

Sí, se iba a aprovechar de la ocasión, no estaba equivocada. Y ella le iba a ayudar, le pareció que, teniendo a dos hembras de inmejorable textura a su disposición, se saciaría antes, pura lógica. Y todavía más importante que eso, así se vengaría de la odiosa secretaria.

-       Claro, y tendrías que ir ya, yo te acompaño, si te ha metido algo en la cerveza tiene que quedar rastro en tu cuerpo.

-       ¡Nooo! Es que no sé lo que me pasó, no sé si me puso algo, solo sé que… me dejé llevar hasta aquí… yo qué sé… ¡pero no puedo denunciarlo! ¡menudo escándalo!  Por favor, solo os pido que no le digáis nada a Roberto… bueno, ni a nadie, por favor.

-       Ya, pero no es lo mismo que te hayan drogado, a  que te lo hayas tirado porque te puso caliente, y la verdad, si una secretaria mía se pone a follar en mis oficinas con su amante, me gustaría enterarme, para echarla. No me gusta a pervertidas trabajando para mí.  En la cama vale, pero en el trabajo, ni de coña.  Y la verdad, no me veo ocultando esto a Roberto. ¿Tú qué piensas, Marta?

Ahora era ella la que disfrutaba viendo como Carlos acosaba a la secretaria, y encima buscando su apoyo.

-       Yo también echaría a mi secretaria si la pillo follando en el despacho, la verdad. Y yo tengo mucha relación con Roberto, como sabes, me sabría mal ocultárselo, lo siento Cecilia, pero lo que nos pides es demasiado.  Pero bueno, a lo mejor Roberto no se lo cuenta a tu marido.

-       No, por favor, claro que se lo contaría, son íntimos, a él sí que no puedo pedírselo. De verdad que no volverá ocurrir, no sé lo que me ha pasado, de verdad que no volverá ocurrir.

-       Y por cierto, Marta, ¿esto de tirarse a un menor no es delito?

-       ¡Yo no tenía ni idea de que tenía diecisiete! ¡os lo juro! ¡Ya lo habéis visto! ¡Tiene pinta de tener más de veinte!

-       Cecilia, yo me di cuenta en seguida que era muy joven, por eso le pregunté la edad.  Y claro que es un delito abusar de un menor, aunque haya consentimiento. Creo que deberías hablar con tu marido, y me parece que también deberías hablar con los padres del jovencito.

Marta disfrutaba por primera vez aquel día ayudando al acosador, lo cual no podía ser más indigno, pero el acoso lo había sufrido en su carnes de forma despiadada aquel día de unos y otros, y ahora tenía ésa mísera compensación, poniéndose del lado del acosador, buscando doblegar la voluntad de la secretaría para servírsela en bandeja de plata a su cliente, y con la vaga esperanza de que, quizá, incluso le valiese para obtener su libertad, si bien no se imaginaba a Carlos renunciando a ella, o incluso podría sentirse ofendida si elegía a la secretaría, en detrimento suyo. Pero en cualquier caso, ahora tocaba ayudar, así que no tuvo reparos en decirle que era un delito lo que no lo era.

-       Marta, eso no lo puedo hacer, me moriría de vergüenza si esto lo sabe mi marido, o mis padres, o mis amigas. He sido una estúpida, todavía no comprendo cómo ha sido posible que me haya traído hasta aquí sin resistirme, no lo sé, esto es como una pesadilla, pero no puedo contárselo a mi marido, tú lo tienes que comprender, seguro que hay cosas que tampoco querrás que se entere tu marido.

Sí, aquello no dejaba de ser una amenaza velada, y era obvio que, sin la presencia de Carlos, y casi sin necesidad de hablar, ambas habrían tenido claro que debían mantener un sepulcral silencio sobre lo que conocían de la otra. Pero estaba Carlos, y era muy fácil saber lo que quería de ellas, y también lo que pasaría si ella no colaboraba.

-       Cecilia, no sé a qué te refieres, lo que sí sé es que ahora, como ves, no se trata de que yo me calle o no me calle tu secreto, está también Carlos, que como sabes tiene muy buena relación con Roberto, y no lo veo dispuesto a guardar tu secreto, ¿me equivoco, Carlos?

-       Joder, claro que no, de hecho lo voy a llamar ya, esto no puede quedar así. ¡Y con un menor! Parece que debemos avisar a Roberto de que tiene a una delincuente sexual en su despacho, ¿no crees, Marta?

Carlos salió de la sala mientras sacaba su móvil del bolsillo, para que no hubiera duda sobre sus intenciones. Y la odiosa secretaria no dudó en salir tras el cliente, ya desesperada.

-       ¡Carlos por favor! ¡Carlos! ¡No me hagas esto! ¡Carlos!

Marta la siguió, y vio cómo Cecilia agarraba del brazo a Carlos ya en el vestíbulo, junto a la mesa de ella, cuando parecía estar marcando los números del teléfono de su jefe.  Carlos se volvió enseguida.

-       Oye, tengo que aclarar esto con Roberto, estoy en sus manos y en las de ésta en un asunto de mucho dinero, y la verdad, después de ver que contrata a una cualquiera de secretaria, que es un puesto muy delicado en cualquier empresa, no sé si me puedo fiar mucho de él.

-       ¡Por Dios! ¡No me hagas esto! ¡Encima el chico es el hijo de una de mis amigas! ¡Es que perdí la cabeza! ¡perdí la cabeza!

Marta quiso aprovechar la ocasión, quiso ser ella la que la terminara de rendir a la secretaria, entregándosela a Carlos atada de pies y manos, dispuesta ya a someterse, lo que sin duda Carlos se lo agradecería, aunque no esperaba mucho de ese agradecimiento.

-       Carlos, ¿me dejas que hable con ella de mujer a mujer? Me la llevo a la sala, pero tú, por favor, no llames todavía a Roberto, ¿vale?

-       Vale, pero no tengo mucho tiempo, y tenemos que terminar lo nuestro.

-       Cinco minutos.

Cuando llegaron a la sala cerraron la puerta. Y le habló claro.

-       A ver, y no me mientas, no se lo voy a decir al capullo de Carlos (quería ganarse su confianza si es que era posible, insultando al que ahora podía fastidiarle la vida), ¿desde cuándo estás liada con ése?

-       Joder, ¿y para qué lo quieres saber? Ya te he dicho que no sé lo que ha pasado… todavía no me lo creo… ha sido una maldita casualidad.

-       Verás, no me tomes el pelo, por favor, a mí no.  Tú tienes un rollo con ése, es evidente, has quedado con él aquí para tirártelo, y seguro que no es la primera vez. ¿Desde cuándo estás liada con él?

-       De verdad que no es como tú crees, de verdad que…

-       Mira, lo quiero saber para tu tranquilidad. Éste ahora mismo es capaz hasta de denunciarte por abusos a un menor, pero para quitarle eso de la cabeza necesito saber desde cuándo estás liado con él, porque te aseguro que si la poli le pregunta a tu amiguito lo va a contar todo.

Estaba aterrorizada con el escenario que se le abría ante ella, sin duda no podría pensar con claridad, conocía muy bien por lo que estaba pasando ella, así que tenía que asustarla todo lo que pudiera. Sabía que Carlos no perdería ni un segundo de su tiempo en denunciarla, pero esa mera posibilidad horrorizó a la odiosa secretaria.

-       ¿Qué Carlos puede denunciarme? Pero… yo no he hecho nada… no he hecho nada…

-       Bueno, dime de una vez, ¿desde cuándo?

Se derrumbó, lo supo enseguida. Se sentó en uno de los sillones, abatida, apoyando los codos en las rodillas, y el rostro entre los brazos, mirando al suelo, sin ser capaz de mirarla mientras se lo contaba.

-       Fue en la fiesta de fin de año del año pasado, hubo una fiesta en el club, bebí más de la cuenta, me había enfadado con mi marido porque me dejó tirada muy pronto, se cansa enseguida de las fiestas, y yo no me quise ir, allí había de todo, y ya sabes, bailé con él, la verdad es que me resultó increíblemente atractivo, me fui al baño, y él se metió conmigo… es tan atrevido… qué locura.. ya eran las cinco… y no me pude resistir… fue un desastre porque él también estaba borracho… pero luego… unos meses después… volví a caer en la tentación… otra vez en los aseos del club… no sé cómo lo pude hacer… siento debilidad por él… ya sé que él solo quiere follar conmigo… pero… esto es una locura…

-       Desde luego, yo no me lo habría ni imaginado, hija, pareces tan pura y casta, tan fina y elegante, yo habría jurado que nunca habrías roto un plato. Pues siento decirte que como el chaval tuviera quince años en esa fiesta, eso es un delito, más de dos años de cárcel. Tienes un problema, cariño,  como a Carlos se le ocurra denunciarte.

-       ¡Por Dios! ¡No me lo puedo creer! ¡No me lo puedo creer! ¡No me puede estar pasando esto a mí!

Sí, eso mismo lo había pensado ella ese día por lo menos diez veces, o más, no la podía comprender más.  Pero no se apiadaba de la secretaria, lo que había hecho ella era de lo más indecente y pervertido que se pudiera imaginar, ¡acostarse con un niñato! ¡con el hijo de una amiga!  Menos mal que lo había grabado todo, había aprendido tanto ese día que no dudó ni un instante en preparar la grabación mientras iba detrás de la secretaria a la sala.

-       Mira cariño, la situación es ésta. Carlos tiene mucha pasta, como ambas sabemos, así que ya puedes descartar sobornarle, ni se lo plantees. Lo que si le va, como creo que también lo sabes, es las tías, a saber con cuántas se habrá acostado ya, el muy cabrón.  Me temo que eso es lo único que tú le puedes ofrecer, porque es un hombre de negocios y no lo vas a conmover por mucho que le llores, tu única posibilidad es acostarte con él, hablando en plata.

-       ¿Queeeé? (ahora si levantó la cara y la miró) ¿Te has vuelto loca? ¿Yo con ése gilipollas? (la primera vez que la escuchaba una palabrota a la señora). ¡Ni que lo sueñe!

-       Pues llórale, a ver si lo convences.

-       ¿Y tú, Marta? Por favor, te estaría eternamente agradecida, ¿no lo puedes convencer tú? Dile que dejaré el despacho, si tanto le preocupa, ya me buscaré otro trabajo, aunque la verdad, no sabría cómo decírselo a mi marido, no sé… pero ya me buscaría alguna excusa con los dos… no me queda otra… ¿Lo puedes convencer con eso? También le podrías convencer que no he cometido ningún delito, tú de esto sabes, seguro que le quitas la idea denunciarme… yo qué sé, cualquier cosa menos acostarme con él, ¡eso no! ¡Por Dios!

-       Cecilia, no digas tonterías, este tiene abogados de todos los colores, lo consultaría con cualquier otro, y además le importa un cuerno los detalles.  Verás, no sé cómo decírtelo, éste lo que ha visto es la oportunidad de echarte un polvo, porque seguro que le importa un carajo que sigas o no sigas de secretaria, y le importa un carajo Roberto, como comprenderás. Y si no te consigue, pues te dará toda la morcilla que pueda, estos tíos son así, Cecilia.

-       ¡No me lo puedo creer! ¡No puede ser así! ¡No me puede estar ocurriendo esto!

-       Pues ya es hora de que volvamos. Te digo lo que hay, y estoy segura de que no te he descubierto nada, el tío es un playboy, se le nota, le gusta follar más que a un tonto un lápiz, y es la única forma de que lo controles. Tú sabrás. Lo único de lo que puedes estar segura es de que de mi boca no saldrá nada, esto queda entre nosotras, pero yo no puedo convencerlo de que se le quite las ganas de follarte, no veas cómo te devoraba con los ojos. Así que tú sabrás lo que tienes que decirle para que no llame a Roberto.

Y dio por terminada la conversación, había hecho bien los deberes, le había hecho reconocer su relación con el joven, la había asustado, y le había dado la solución. Regresó junto a Carlos, que seguía apoyado en la mesa de la secretaria mientras miraba el móvil.

-       Bueno, Carlos, he hecho lo que he podido (al oído le dijo lo que tenía que saber, “la tienes a huevo, ésta me la debes”).

-       Pues a ver qué me dice.

Apareció Cecilia, cabizbaja, hundida, seguramente ya rendida. Habló casi sin voz, sin convencimiento.

-       Carlos, no le digas nada a Roberto. Yo misma le diré que mañana lo dejo, que quiero cambiar de aires. Si eso es lo que quieres, pues le diré que me voy. Pero no lo llames, por favor.

-       No, díselo ahora, y dile lo que ha pasado, lo tiene que saber. La verdad, es imperdonable lo que has hecho, y tú misma deberías decírselo también a tu marido, y a los padres del tenista. Si estás dispuesta a confesarlo todo, llama ahora a Roberto, y no lo tendré que hacer yo.

-       ¡Por favor, no puedo decírselo! ¡Ya te lo he dicho! ¡Me moriría de vergüenza!

-       Bueno, ¿y qué hacemos? Tú me dirás, y ya estoy perdiendo mucho tiempo con esto. ¿Lo llamas o lo llamo?

-       No, no, por favor, no. Yo… (estaba roja, llena de vergüenza, y encima con la socia de su jefe presente, que la acaba de ver con el miembro viril del jovencito tenista entre sus piernas). ¿Qué puedo hacer… para… convencerte?

-       Cecilia, te aseguro que si me lo cuentan no me lo creo. No das la imagen de putona, la verdad, pero ya hay que tener ganas para tirarte a un niñato.

-       Por favor, Carlos, no me hables así… solo… solo dime… si quieres espero a que terminéis… y luego lo hablamos…

-       ¿Te da vergüenza que hablemos delante de Marta? Si ella te ha visto con las manos en la masa, ¿o no, Marta?

Había llegado el momento de la verdad, y ahora era cuando ella podía aprovechar para decirle a Carlos que le permitiera irse, al fin y al cabo ya tenía una magnífica sustituta, aunque sin duda él no se iba a olvidar de ella, así que tenia que dejarle claro que se trataba solo de aplazarlo para otro día, y con la esperanza de que le agradeciera habérsela puesto en bandeja de plata, y renunciara a poseerla.

-       Bueno, Carlos, si quieres dejamos lo nuestro para mañana (le pareció fácil de entender para él a qué se estaba refiriendo), a la hora que quieras.

-       ¿No me vas a contestar? ¿la viste o no con las manos en la masa?

-       Sí Carlos, claro que la vi con las manos en la masa.

-       Vale, pues no veo problema en que escuches lo que me tenga que decir Cecilia. Dime entonces, de qué quieres que hablemos, y dime ya lo que sea, que no voy a llamar a Roberto a las doce.

-       Carlos, por favor, no es necesario que esté presente Marta. Lo hablamos nosotros.

-       ¿Cómo te pilló Marta? ¿Te lo estabas follando justo cuando te vio?

-       No me hagas esto, por favor, dime lo que quieres, lo hablamos, pero no tiene que estar delante Marta, lo hablamos nosotros, por favor. Ya no sé cómo decírtelo más claro.  Solo quiero que no se entere Roberto, ni mi marido, claro. Que no se entere nadie.

-       Y tú, Marta, ¿no la denunciarás? ¿no se lo dirás a Roberto? Sois socios, joder, no me parece bien que le ocultes la prenda que tiene como secretaria, una delincuente sexual, tú mismo lo has dicho.

Sí, no le gustaba lo que estaba pasando, esperaba que la dejara ir, le había conseguido una nueva presa, y a ella la tenía segura, de todas formas.

-       Bueno, Carlos, la verdad es que tienes razón, se lo tendría que decir. Pero bueno, si quieres lo hablamos también mañana.

-       Pero no podemos dejar así a Cecilia. A ver, ¿qué podría hacer Cecilia por ti para que le mantuvieras el secreto? Algo habrá que pueda hacer ella por ti. No sé, le podrías pedir que te comiera el coño.

Se quedó de piedra, y por supuesto Cecilia todavía más. Y entonces empezó a comprender lo que aquel miserable calenturiento estaba pretendiendo, y se dio cuenta que, realmente, esa suerte que pensó que tuvo de quitarse a una enemiga de en medio, al final, se iba a transformar en una nueva pesadilla, muy distinta de la que había imaginado.

-       Bueno Carlos, no me gustan las tías, supongo que sí tú no le dices nada a Roberto, yo tampoco se lo diré, no me gustaría ser la mala de la película.

-       Y tú, Cecilia, ¿le comerías el coño a Marta con tal de salvar el culo?

Estaba claro lo que pretendía Carlos, y desde luego cada vez se veía más dispuesto a tomar definitivamente el mando de sus vidas. Y Cecilia no podía ya rebelarse, y de hecho tampoco Marta. ¿Se habría ya dado cuenta Cecilia que tampoco Marta podía hacerle frente a Carlos? Claro que podía pensar que se trataba de un cliente, y muy importante, y que evitaría todo enfrentamiento, pero en todo caso, se daría cuenta enseguida.

-       Ya la has escuchado, ya le dije a Marta que se lo agradecería toda la vida, que podría pedirme lo que quisiera. No puedo decirle más.  Es lo mismo que te digo a ti, solo quiero que esto no se sepa, no podría soportarlo.

-       ¿Cómo se la estaba follando, Marta? ¿Por delante o por detrás?

Sí, no la iba a dejar irse, a ninguna de las dos, las quería juntas y revueltas, una vez más aquel maldito día, su situación iba a empeorar más de lo que hubiera imaginado, y no podría evitarlo. Cecilia la miró suplicante, rogándole con los ojos que no se lo contara, pero aquello ya no tenía remedio.

-       Pues… por detrás…

-       ¿Y estaba en pelotas?

-       ¡Carlos por favor! (la secretaria no aguantaba la tensión, no soportaba tan humillante conversación). ¿Qué más quieres de mí? Te estoy diciendo que haré lo que sea, dile ya a Marta que se vaya, por favor, no sé qué más quieres.

-       Bueno, la verdad, me quedé con gana de verte follando con el tenista, tardé en darme cuenta, y esta cabrona de Marta no me avisó, cuando llegué ya estabais vestiditos. Por eso mi interés en saber cómo te la estaba metiendo.

-       No, no estaba en pelotas, la camisa la llevaba puesta. Y Carlos, ya es tarde, o la dejas ir y mañana lo hablamos con ella, o me voy yo, y mañana hablamos tú y yo.  Se ve que quiere solucionar esto, así que si quieres os dejo y lo habláis.

-       A ver Cecilia, habla claro, ¿le comerías el coño a Marta si te lo pidiera?

-       Por favor, Carlos, no lo sé, no me lo está pidiendo.

-       ¿Y si te lo pidiera yo?

No se estaba equivocando, las pretensiones de Carlos eran cada vez más evidentes, sabía que tenía todos los ases en su mano.  Y Cecilia no sabía ya qué hacer, qué decir, estaba desesperada.

-       Pero ella no quiere, no le gustan las mujeres.

-       No sé, Cecilia, no te veo muy decidida.  ¿Por qué no me enseñas en qué postura estabas cuando llegamos? Quiero ver lo que me perdí por culpa de Marta.

-       ¿Qué…? No…. no sé… no sé qué quieres… ya te ha dicho Marta cómo estaba… cómo lo estábamos haciendo…

Desconcertada, incapaz de resistirse pero tampoco de actuar, no podía estar más perdida. Y Marta ya no sabía qué hacer, estaba claro que Carlos pretendía conseguir a las dos, divertirse con las dos, a costa de las dos.  No veía escapatoria, así que no le quedó otra que apurar a Cecilia, para terminar de una vez con esa tortura.

-       Cecilia, joder, espabila, Carlos quiere que vayas a la sala de reuniones y te pongas en la postura que estabas cuando os sorprendí, ¿no es eso Carlos?

-       Creo haberlo dicho claro, pero me parece que ésta no sabe todavía lo que quiere, y yo me estoy impacientando.

Marta agarró a Cecilia del brazo y la llevó hasta la sala de reuniones.  Allí volvió a increparla, quería poner fin a sus indecisiones, para que de una vez se sometiera a Carlos, porque no había otra salida.  No soportaba ya la indecisión de Cecilia.

-       Joder, Cecilia, decídete de una maldita vez. Ahí está la mesa, ya sabes lo que quiere Carlos, dale el gusto o dile que se vaya a la mierda, pero aclárate de una vez, que ya es tarde.

Humillada, rendida, Cecilia se dirigió a la esquina de la mesa dónde había sido poseída por el joven tenista, apoyó los codos y separó el cuerpo de la mesa. Carlos apareció enseguida, y enseguida protestó.

-       ¿Así estabas cuando llegó, Marta? ¿Follando con el pantalón puesto?

Sabía muy bien Marta lo que quería Carlos, y tenía la impresión que la odiosa secretaria estaba tan perdida que ni se imaginó que él pretendiera verla exactamente tal como estaba cuando la sorprendieron con su amante.

Cecilia se incorporó, aturdida, y lo miró con incredulidad, como si le sorprendiera que Carlos quisiera verla con los pantalones y las bragas bajadas.

-       Carlos, ésa era la postura, es lo que me has dicho.  No sé… no sé por qué quieres que siga aquí Marta… ya la has oído… ella quiere irse…

Era notorio que Cecilia estaba aturdida, que realmente seguía sin darse cuenta, o sin querer darse cuenta, de que Marta estaba ahí por algo, y sobre todo, que Marta no se enfrentaba a su cliente, que era dócil con él, y parecía que su vergüenza se incrementaba por la presencia de la socia de su jefe, a la que estaba deseando perder de vista. Y Marta desde luego quería irse, de hecho había intentado ayudarla, sí, porque no podía estar más incómoda con la situación, porque sabía muy bien lo que él pretendía, pero la estúpida secretaria seguía perdida, incapaz de comprender a lo que se enfrentaba, que no era precisamente una simple entrega temporal de su cuerpo al cliente de su jefe.

-       Marta, ¿tú quieres irte, no?

-       Bueno, ya sabes que para mí el cliente siempre tiene la razón, y es el que   manda, pero no sé lo que quieres tú, Carlos.

-       Yo lo que quiero es que esta idiota no me haga perder más el tiempo. ¿Por qué no le dices tú lo que tiene que hacer, Marta? A ver si contigo se entera.

-       A ver, Cecilia, lo que él quiere está muy claro, quiere verte igual que te vi yo cuando te pillé follando con tu amiguito, solo que sin amiguito. Así que no te hagas más la tonta y bájate de una vez el pantalón y las bragas, y te los quitas de una pierna, y te pones en posición. Salvo que prefieras por poner fin a esto y contárselo todo a Roberto y a  tu marido y asumir las consecuencias de lo que has hecho, que es un delito como un piano. Y no quiero decir más.

Marta se impacientaba con la indecisión de la secretaria, y era consciente que ahora tenía que hacer lo que fuera para que de una maldita vez se entregase a Carlos, porque ahora no podía dejarle con la miel en los labios, se vengaría con ella.

-       Carlos, no me hagas esto, te lo suplico. Yo… esto no volverá a pasar… por favor… me hundirías… yo…  ¿de verdad es necesario que esté Marta?

-       ¡A la mierda! Marta, lárgala de aquí, mientras yo llamo a Roberto. No aguanto tanta tontería, se estaba follando a un chavalín y ahora me sale mojigata.

-       ¡No! ¡No! Ya lo hago, ya lo hago, por favor, por favor, lo haré ¡Carlos! ¡Por favor!.

No podría decir si Carlos estaba furioso o fingía, seguramente exageraba la furia, pero desde luego se fue de la sala al instante mientras la odiosa secretaria, desesperada, corría tras él.  Y  Marta supo que por fin se rendía, que por fin se había dado cuenta que tampoco tenía alternativa, como ella.

Escuchó las voces suplicantes de ella, y la amenaza final de él: ¡ni una más! ¡me tienes hasta los huevos con tu lloriqueo! Y cabizbaja, entró de nuevo la altiva secretaria, que ya camino de la esquina se estaba desabrochando los botones de su espectacular pantalón baquero blanco, de los caros, de los muy caros, pues toda la ropa que llevaba ella era de calidad, de extrema calidad, no se privaba de nada.

Marta se quedó mirándola mientras iba hacia su esquina, y cuando apareció Carlos se puso detrás de Marta, mirando también a la secretaria mientras, de espalda a ellos, se dirigía a la esquina a la vez que desabotonaba los botones de su pantalón.  Pero ahora Marta sintió en sus nalgas las manos del cliente, que sin miramientos se las toqueteó, aunque por encima de la falda, si bien podía subirle la falda cuando le diera la gana, aún delante de Cecilia. Y por una vez no le desagradó que fuera a ella a la que eligiese para toquetear primero, porque era evidente que ya tenía en su poder a las dos, y podría empezar por quien quisiera.

Y cuando llegó a su esquina, Cecilia ya se había sacado la camisa por fuera del pantalón, que al menos le iba a cubrir las nalgas, era más bien larga. Y enfadada como estaba con ella, no dudó en recordarle los detalles.

-       No te olvides de sacarte el pantalón y las bragas de una pierna.

Se bajó el pantalón de espaldas a ellos, y luego, no sin pensarlo unos segundos, se bajó sus bragas blancas, sin duda de marca. Consiguió quietarse uno de los zapatos de tacón sin mostrar su trasero a la concurrencia, elevando el talón lo suficiente,  lo cual no dejaba de ser una estupidez porque lo iba a enseñar en todo su esplendor unos segundos después. Y deslizó fuera el pantalón y la braga, para luego colocarse el zapato otra vez. Y ya se iba a poner en posición, pero  Marta no quería perdonarle ni una.

-       Cecilia, el sostén lo tenías desabrochado, no se te olvide.

Obediente, aún de espaldas a ellos, se lo desabrochó, y por fin, se giró para adoptar la postura humillante en la que la encontró su declarada enemiga y socia de su jefe. Cuando se inclinó para apoyar los brazos en la mesa sus muslos lucieron deslumbrantes, finos, firmes, delicados, estirados, y de un color envidiable, un moreno suave, óptimo, perfecto.

-       ¿Estaba así la zorra?

-       Sí, así estaba. Con las piernas más abiertas, desde luego.

-       Ya la has oído, abre bien tus piernas, como si tuvieras detrás a tu tenista dispuesto a metértela otra vez.

Sí, las abrió, sin levantar la cabeza en ningún momento, que seguía inclinada todo lo que podía, sin querer mirarlos. Poco le tapaba la camisa, pero menos cuando se le acercó Carlos y se la subió lo suficiente para descubrir el esplendor de sus nalgas.

-       Joder, qué buen culo, la verdad es que las dos tenéis un culo espectacular. Dime, Cecilia, ¿le comerías el coño a Marta si te lo pidiera, para guardar tu secreto? Y digo si te lo pidiera, no me vayas a decir otra vez lo mismo, que a Marta no le gustan las tías.

Si Cecilia todavía no se había dado cuenta que Marta era tan víctima como ella del malnacido cliente, pronto lo sabría.  Sin duda daba por hecho que ella no se lo pediría, y esta vez, para no enfadar otra vez a Carlos, fue más precisa, aunque contestó sin levantar la cabeza, no se atrevía ya a mirar a nadie.

-       Ya le dije que haría lo que fuera, con tal de que no le cuente a nadie lo que vio.

La palmada sonó en toda la sala, casi le dolió a la propia Marta, había sido fuerte, decidida, certera.  Y Cecilia no pudo evitar un grito de dolor, sobre todo porque no se lo esperaba.

-       ¡Contesta a lo que te pregunto, joder! ¡No es tan difícil!

-       ¡Siiií! ¡Le comería el coño si me lo pidiera!

Por fin entendía lo que esperaba de ella el cliente de su jefe, nada como el castigo para aprender.  Y bien pronto iba a tener la confirmación de que Marta estaba allí por algo, y que desde luego también estaba sometida a él.

-       Bueno, quizá te lo pida. Ven Marta, acércate, quiero comparar vuestros culos… venga súbete la falda… hummm… no sabría por cual decidirme… bueno, la verdad es el de Cecilia es espectacular… y suenan igual…

Marta ni dudó en acercarse, en volverse, ya al lado de Cecilia, y en levantar la falda, dejando que le manoseara y le diera ligeras palmadas en las nalgas con una mano, mientras que con la otra hacía lo propio con las nalgas de la elegante y sofisticada Cecilia, que seguía con las piernas abiertas, los pantalones bajados, cabizbaja, incapaz ya a la más mínima resistencia.

Y desde luego, ya no podía tener dudas Cecilia de lo que estaba pasando, de que Marta también estaba sometida al cliente, aunque seguramente pensase que la socia de su jefe era una vulgar zorra que se entregaba a sus clientes con tal de no perderlos, y a cualquiera que le resultase conveniente, pues desde luego daba por hecho que muy buena opinión no tenía de ella. Cecilia habría cedido a los furores de la pasión, pero la socia de su jefe se entregaba por tener contentos a sus clientes o a cualquiera del que necesitase algo. Y por eso esa misma tarde se había entregado a Roberto, y ahora se entregaría a Carlos.

Sí, Marta estaba convencida que lo último que pensaría la humillada secretaria es que la socia de su jefe estaba también siendo forzada por el despiadado Carlos,  y ese pensamiento la enfureció, y todavía más le enfureció que encima él mostrase su predilección por el trasero de la altiva secretaria. No, no iba a tener compasión con ella.

-       ¿Se la chupaste al tenista, Cecilia?

-       Por favor Carlos, ya tienes lo que quieres, no me hagas esto, no me humilles más.

Le dio una fuerte nalgada, y luego otra, y Cecilia no pudo dejar de quejarse del dolor.

-       ¡Quieres contestar de una puta vez! ¡O es que pretendes llamarme la atención cada vez que te pregunte algo, o que te pida algo!

-       ¡No lo hice! ¡No hicimos más que lo que vio Marta! ¡No hubo nada más!

-       Pero a tu marido se la chupas, ¿no? ¿o me vas a vender que eres casta y pura, y que solo folláis en la postura del misionero?

-       ¡Por favor! ¡No me…. ahggg!

La calló con una fuerte palmada, y ella tuvo que contestar.

-       ¡Nooo! A él no le gusta, no quiere, le parece de pervertidos. Y a mí tampoco.

-       ¡Vaya dos! Entonces tampoco te come el coño, ¿o eso sí?

-       ¡Nooo! ¡Claro que no! No hacemos esas cosas.

-       ¿Y el tenista tampoco te come el coño? ¿nadie te ha comido el coño?

-       ¡Nooo!

-       Bueno, pues hoy te lo van a comer. A ver Marta, ¿no te gustaría que a ti te comieran el coño? Seguro que a ti ya te lo han comido más de una vez.

Vaya, ese mismo día había tenido ya dos bocas en su sexo que no se habían contenido ni en lo más mínimo.

-       Sí, yo ya tengo experiencia en eso, y la verdad es que da gusto que te lo coman.

-       ¿Y por qué no se lo pides a Cecilia? Lo hará encantada.

-       Bueno… una mujer nunca me lo ha hecho…

-       Pues será la primera vez, siempre hay una primera vez, y solo tienes que pedírselo, ya la has escuchado, ¿a que sí, Cecilia? ¿a que se lo comerás si te lo pide?

-       Sí, Carlos, se lo comeré (no quería arriesgarse a recibir más palmadas).

Lo que se temía era ya una realidad, quería un espectáculo entre ellas, aquello superaba todas sus expectativas, aunque se dio cuenta enseguida de sus intenciones, dos hembras espectaculares que tenía dominadas, quién no aprovecharía la ocasión. Y no veía cómo negarse, no estaba en condiciones de negarse, sin duda no era lo pactado, pero daba igual. Ahora mandaba él. Y no quiso demorar más el tormento, ya estaba harta de amenazas, y tenía todas las de perder. No dejaba de ser curioso de qué forma más denigrante el destino las había unido, las dos tenían que someterse al mismo hombre porque las dos sabían que podían acabar en la cárcel si se sabían todos sus secretos, era increíble. Y ciertamente, lo que sí le apetecía era humillar a la odiosa secretaria.

-       Bueno, Cecilia, quiero que me comas el coño, ya que te has ofrecido.

Ahora ella sí que levantó la cabeza, sin cambiar su forzada postura la miró sorprendida, atónita por lo que acababa de escuchar, que desde luego no se lo imaginaba.

-       ¿Qué….? Marta… ¿pero si tú no….? ¿por qué me haces esto?

Marta la miraba con dureza, odiaba a aquella mujer, y ya que no tenía otra opción, disfrutaría de su humillación, la obligaría a hacérselo bien… solo tenía que cerrar los ojos mientras se lo hiciera e imaginarse que era su marido, o alguno de los actores con los que alguna vez fantaseaba.

-       ¡Ya me has oído joder! ¡cómeme el coño en condiciones!

Y sin pensarlo ni un segundo más, se sentó en la mesa con la falda subida por detrás, sintiendo la fría madera directamente en sus nalgas, y abrió sus piernas, quedando sus pies colgando, a la espera de que la elegante secretaria se dignase a cumplir con su orden, la cual tuvo que soportar una nueva y sonora palmada de Carlos, para que se espabilara.

-       ¡Venga Cecilia! ¡Tienes que cumplir con lo prometido!

Cecilia, todavía atónita, pero sin fuerzas para negarse, se incorporó, se colocó frente a ella arrastrando su pantalón y sus bragas atornilladas a su pierna, y no pudo evitar intentar convencerla de que no la obligase a rebajarse de tan humillante forma.

-       Marta, no me puedes hacer esto, no sé qué lío tienes con Carlos, pero sabes muy bien que a ti no te va ese rollo, no me hagas esta cabronada. Por favor, no me lo pidas.

Sí, Cecilia sin duda estaba desconcertada, no acertaba a comprender cómo era posible que Marta siguiera el juego al cliente hasta esos extremos, y no era precisamente el momento de contárselo.

-       Cecilia, te lo he dicho clarito, cómeme el coño de una puta vez.

-       ¡Eres una cabrona! ¡Esto no te lo voy a perdonar! ¡No me puedes hacer esto!

Marta tampoco se lo esperaba, ¡la estaba insultando! ¡la estúpida de la secretaria se atrevía a insultarla, después de despreciarla esa misma tarde! ¡esto era demasiado! Pero cuando se bajó de la mesa para abofetearla Carlos la paró en seco, interponiéndose entre ambas, sin duda disfrutando de la ocasión.

-       Que haya paz, que haya paz. A ver Cecilia, ¿tú no me has dicho que estarías dispuesta a comerle el coño a ésta con tal de que guarde silencio, o lo he soñado?  No sé, ya te he visto el culo, ya te he cogido el culo, y bien rico que lo tienes, ibas por buen camino, ¿ahora qué problema hay?

-       Carlos por favor… yo… no puedo… dile que se vaya… haré lo que quieras… pero… por favor… que se vaya…

-       ¿Quieres irte, Marta?

-       ¡No! ¡Quiero que esa zorra me coma el coño!

Reamente sabía muy bien lo que quería Carlos, y desde luego no pretendía defraudarle, pero ahora realmente quería humillar a la altiva y odiosa secretaria, pondría todo su empeño.  Claro que a Carlos lo único que le interesaba era divertirse a costa de ellas, humillarlas a las dos, aprovechar a fondo la ocasión que se le había brindado en bandeja, con dos pánfilas incapaces de enfrentarse a la realidad.

-       Vale, vale, ya veo, lo primero es que os reconciliéis.  Anda, daros un buen beso.

Eso ya no lo esperaba, no se lo esperaba ninguna de las dos, que casi al unísono, como si no hubieran entendido bien, aunque desde luego lo habían entendido perfectamente, preguntaron ¿queeeé?

-       Joder, que os deis un beso de reconciliación, un beso de amantes, un beso con lengua, ¿os doy más detalles?

Eso sí que sobrepasaba sus expectativas, eso sí que no se lo imaginaba, ¡besar en la boca a la odiosa secretaria! Marta no daba crédito a lo que le pedía el cliente, y no podía digerirlo, no pudo evitar resistirse.

-       Oye, Carlos, habíamos quedado que ésta… que ésta me iba comer el coño… la muy cabrona… la zorra ésta te ha mentido, se lleva tirando al tenista hace más de un año, es una delincuente sexual, abusando de menores, lo que tienes es que obligarla a que me coma el coño como hemos quedado, yo no quiero besar a esta zorra, no me hagas esto, te la he puesto en bandeja, no te puedes quejar de mí, joder.

-       ¡Hija de puta! ¡Hija de puta! ¡De ésta te vas a acordar, cabrona! ¡Haciéndote la buena para que te lo contara, y ahora me traicionas miserablemente!

-       ¡Tú te lo has buscado, gilipollas! ¡Tanta tontería que tienes encima! ¡Te estás follando a un niñato y no eres capaz de follarte a un tío hecho y derecho, para salvar tu matrimonio y tu puta vida! ¡Se la tenías ya que estar chupando! ¡Eso es lo que tenías que estar haciendo! Y ahora yo voy a pagar tus tonterías.

-       ¡Pues lárgate! ¡Yo quería quedarme sola con éste! ¡Y tú sin moverte del sitio! ¡Menuda zorra estás hecha! ¡Esta tarde te tiras a Roberto y ahora venías a tirarte al cliente! ¡O te crees que no me he dado cuenta!

-       ¡Bastaaa! ¡Me estáis tocando los cojones las dos, se me ha quitado toda la calentura escuchándoos! Si no os ponéis a besaros como locas, hasta que yo os de permiso para dejarlo, me marcho definitivamente, y creo que las dos os vais a arrepentir si conseguís hartarme, y estoy a punto.  Tengo pasta para pagarme las putas que me de la gana, que están  más buenas que vosotras, la chupan mejor que vosotras, follan mejor que vosotras y encima están contentas de que las llame para follar, y se marchan encantadas.  Eso sí, a Roberto le contaré todo y lo mandaré a la mierda, vaya tela tener una secretaria así, y una socia que es una putona verbenera, y a ti, ricura, señorita elegante, fina filipina, a ti te denunciaré como dios manda, de modo que mintiéndome descaradamente, de modo que follándote a un crío desde hace años, menuda guarra.

Las dos quedaron calladas, y Marta tuvo claro que las dos estaban espantadas por las amenazas de Carlos, sabiendo que no podían negarle nada, las dos perdían si se rompía la baraja, y era difícil decir quién perdería más. Marta, sin duda con las ideas más claras, tomó la iniciativa.

-       Ya has oído, Cecilia, ya sabes lo que tenemos que hacer, salvo que de una maldita vez quieras contárselo todo a tu marido y jugarte ir a la cárcel.

Una frente a la otra, con Carlos a un lado, y con Cecilia con la mirada fija en el suelo, incapaz de moverse, de elevar el rostro para enfrentarse a Marta, fue ésta la que se acercó, y con la inmensa repugnancia que le producía besar una boca femenina, puso sus manos en las mejillas de su enemiga, y le elevó el rostro, aunque ya iba a acercar sus labios a los de ella, cuando de nuevo fueron interrumpidas por Carlos.

-       Oye, una cosita, y os lo digo a las dos.  No quiero más cabreos, más súplicas, más lloros, si salgo contento de aquí las dos saldréis ganando, me importa una mierda Roberto, y vuestros maridos. Y tú, Marta, tendrás tu oportunidad, te daré esos dos meses que me pides, aunque sé que no la vas a aprovechar, vaya dos inútiles que me he buscado.  Pero si me cabreáis otra vez, me largo de una puta vez, no estoy para más tonterías, y os acordaréis de mí, eso os lo aseguro. Así que, a partir de ahora, os quiero obedientes, muy obedientes, muy dóciles, entregadas. No me vais a aguantar más, tengo a muchas tías a mi disposición, las ventajas de ser rico, pero ahora sois vosotras las que estáis a mi disposición, a mi absoluta disposición.  Y ahora quiero que las dos me digáis si estáis a mi disposición, o si queréis iros, que ahí está la puerta.

Marta no necesitó pensarlo ni un segundo, y menos después de haber escuchado que le daría esos dos meses que ansiaba, y por supuesto, después de que ya le había visto desnuda en el bar, ya le había tocado sus nalgas, y sus pechos, sería el colmo echarlo todo a perder después de haberse humillado.  Y tardó algo más, con sus malditas dudas, pero la odiosa secretaria también se rindió.

-       Yo sí estoy a tu disposición, ya te lo demostrado, y te lo volveré a demostrar.

-       Y yo… yo también… estoy… a tu…. disposición (lo dijo cabizbaja, sin mirarlo).

-       ¡Pues demostrarlo de una puta vez, joder!

Y ya con decisión, Marta cogió a su enemiga por la cintura, acercándosela, buscando ya sus labios, y deslizando la lengua entre ellos para que abriera su boca, y tras una estúpida resistencia al fin la odiosa secretaria tuvo a bien abrirla, dejando paso a la lengua de su enfurecida enemiga, y ahora ya le sujetó la nuca con fuerza para que no intentase poner fin antes de tiempo al lúbrico juego de sus lenguas enlazadas que más parecían perseguirse que jugar, pero dando por fin la apariencia de un apasionado beso entre dos magníficas hembras. Pero el espectáculo tenía que ser completo.

-       Vamos, Marta, tócale ese pedazo de culo que tiene la zorra de la secretaria de Roberto.

Y Marta abandonó sus dos manos de dónde las tenía, y agarró esas nalgas poderosas, tersas, suaves, definitivamente tentadoras, pero no con suavidad o deseo, sino con fuerza, sin dejar de besarla, mientras la elegante y odiosa secretaria seguía con los brazos caídos, dejándose besar y dejándose manosear las nalgas por otra mujer. Y realmente tenían que separar sus bocas para tragar saliva porque tan interminable beso las inundaba de saliva, pero al instante volvían a enredar sus lenguas mientras la altiva secretaria tenía que soportar aquellas manos nada inocentes manoseando sus nalgas con más furor que lujuria.

-       Desnúdala, Marta, quiero verla en pelotas, pero no dejéis de besaros, me estáis poniendo a cien.

Resignada, la altiva secretaria dejó que la odiosa socia de su jefe le fuera quitando uno a uno los botones de su camisa, y encima sin dejar de besarla con rutinaria pasión fingida, y luego que la quitase la camisa hasta dejarla caer al suelo sin el menor cuidado, una camisa de marca, no al alcance de cualquiera. Y ya solo tuvo que quitarle el sostén, ya desabrochado, que igualmente cayó al suelo sin cuidado, y que también era de marca. Y así, totalmente desnuda, la tuvo en sus manos Marta. Y ciertamente, aunque disfrutó vejándola, desnudándola, acto seguido no dejó de sentir unos absurdos celos porque sabía que ahora él solo tendría ojos para ése espléndido cuerpo, que  ella repasó casi con curiosidad, sin recatarse en cogerle sus pechos en un ansía analítica para comprobar su textura, peso, forma, y sin que dejaran de besarse, ya totalmente a merced del hombre.

-       ¡Joder qué buena que estás, Cecilia! ¡Menudo culo y menudas tetas! Dale la vuelta, Marta, que la vea bien.

Y sin esperar un segundo, Marta la giró casi con brusquedad para que Carlos pudiera deleitarse con su cuerpo, lo que no le hizo ninguna ilusión.  Solo la humillación que sabía que estaba sintiendo su rival la reconfortó, y por eso, al girarla, le cogió las muñecas para que no tuviera la tentación de taparse sus partes íntimas. Y para deleitar a Carlos, una vez que ya pudo contemplarla desnuda, le volvió a agarrar sus pechos, para jugar con ellos delante de Carlos, sin que la odiosa secretaria hiciera lo más mínimo para resistirse.

Y claro, Carlos no resistió la tentación de agarrar esos perfectos pechos femeninos, y ella pudo ver cómo la miraba con absoluto deseo, y en esos momentos podía decirse que ella no existía para él, lo que no la pudo molestar más.

-       Bueno, Cristina, con esta linda boquita (y le pasó su dedo gordo por sus finos labios) cómele el coño a tu amiguita, y pon todo el interés del mudo, quiero que tu lengüecita se meta en su coñito, ¿vale Cristina? ¿vale?

-       Sí, sí, vale.

Sí, Cecilia ya no se resistía, así que ambas hicieron lo que se esperaba de ellas: Marta volvió a sentarse a la mesa con la falda subida por detrás para reposar sus nalgas sobre la madera, abriendo sus piernas todo lo que pudo mientras apoyaba sus zapatos de tacón en la mesa, y se inclinaba hasta apoyarse en los codos, porque no quería perderse el momento en que la secretaria la besara sen su sexo, que ahora quedó totalmente expuesto a la vista de la odiosa secretaria.

-       Para que no te quejes, tiene el coño bien depiladito, así que venga, cómetelo enterito.

Sí, Carlos pudo verle otra vez su sexo, y sus muslos, y sus piernas, pero seguía con su falda, con su camisa y con su chaqueta, mientras su rival lucía su espléndido cuerpo desnudo delante de Carlos, que lo devoraba con los ojos.

Y ya apoyada en sus codos, con las piernas bien abiertas, los tacones de los zapatos sobre la mesa, una postura nada cómoda, al menos pudo disfrutar viendo a la elegante dama desprenderse del pantalón y las bragas, que seguían enroscados en una de sus piernas, acercarse con resignación, inclinarse hacia su sexo y, por fin, sacar su lengüecita para deslizarla por sus labios vaginales, sabiendo que tenía que abrirlos, lamerlos, y para colmo, introducirse entre ellos hasta que pudiera explorar su mismísima vagina, y esa visión al menos le satisfizo por completo, la sabía humillada y eso no podía agradarla más. Pero veía a Carlos otra vez manoseando sus nalgas, para luego ascender por sus caderas hasta llegar a sus senos que colgarían deliciosos para unas manos tan viriles, y no dejaba de sentir unos celos impensables pero dolorosos, pues ponía en evidencia que ¡prefería empezar por la odiosa secretaria! ¡la deseaba a ella!

Y mientras sujetaba la linda cabeza de la damisela para obligarla a no cejar en su empeño, pudo ver al miserable cliente que, después de haber manoseado a la dama, se apartó y, sin el menor escrúpulo, desenfundó su teléfono con una obvia finalidad. Y aún tuvo el coraje de ordenarle a la dama que abriera más sus piernas, lo que obediente hizo al instante, sin duda desconociendo que su trasero, y sexo iba a ser fotografiado con todo detalle por el cliente sin escrúpulos.

Y con las piernas de la dama bien abiertas,  empezó a fotografiarla a placer,  el espectacular trasero de la reina de la noche, y sin duda su sexo, y luego su cuerpo inclinado con sus pechos colgando  y su cabeza entre las piernas de la socia de su jefe,  sin que la dama pudiera ser consciente de ello porque podía dar fe de que su lengüecita hacía ya los esfuerzos necesarios para introducirse en su vagina, con total dedicación y, suponía, repugnancia, siendo imposible que lo estuviera viendo.

Y  sin duda ella podría estar disfrutando como una loca con esas lamidas reiteradas de la dama en un lugar tan sensible,  si no fuera por las circunstancias en las que se encontraba, ahora para colmo celosa de que él solo tuviera ojos y móvil para la damisela.  Claro que se imaginó que también las habría fotografiado mientras se besaban, pues en esos momentos desde luego ella mantuvo los ojos cerrados, y con toda seguridad la odiosa secretaria también, así que pudo hacerlo sin que ellas se apercibieran.

Y si ya se sentía mal por no recibir atención alguna del macho bravío, todavía se sintió peor cuando lo vio guardar su móvil y arrodillarse detrás de las piernas abiertas de la secretaria para lamerle el sexo a discreción, pues en ese momento si algo deseaba era que fuera él el que estuviera entre sus piernas. Y veía cómo alternaba las lamidas con los toqueteos con los dedos  de la mano, sin duda esforzándose en provocar su excitación para que luego fuera todo más fácil para él.  No sabía si la elegante dama que tenía entre sus piernas podría o no excitarse en semejante situación, pero desde luego a ella no le hubiera importado en ese momento cambiarle el sitio, aunque fuera a costa de tener que hacerle a la secretaria lo mismo que le estaba haciendo ella.

Y no tardó en darse en cuenta que aquellos manoseos y besos surtían su efecto, pues ahora la damisela se quedaba quieta por segundos, aún sin apartar la lengua, entre otras cosas porque ella no le dejaba mover la cabeza más que lo mínimo para tomar aire, y la veía mover su trasero acompañando los manoseos de él dentro de su sexo, lo que indicaba sin duda que el placer empezaba a estremecer a la altiva secretaria.

-       Vaya, la zorrita está ya muy caliente, deseando mi polla. ¿Me equivoco, Cecilia?

Ahora ella apartó su mano de la nuca de la altiva secretaria para que pudiera contestar al macho, y aprovechó para bajar los pies de la mesa e incorporarse, aunque manteniendo sus pies bien abiertos, sentada sobre la mesa, pues realmente deseaba presenciar el espectáculo que se avecinaba. Y como la altiva secretaria volvía a estar desconcertada, con sus labios todavía muy cerca del sexo depilado de la odiosa socia de su jefe, pudo ver cómo era golpeada certeramente en la nalga por el cliente,  mientras seguía masturbándola.

-       ¡Joder! ¡contesta!

-       ¡Siiií!

Nueva nalgada, y merecida.  Y ella veía ése espléndido cuerpo de mujer retorcerse ante los embates de los sabios y expertos dedos de su ahora dueño y señor, y supuso que la dama altiva ni siquiera tenía fuerzas para contestar, desfalleciendo de placer.

-       ¿Sí qué, zorra?

-       ¡Fóllame de una vez, cabrón, fóllame!

Y entonces, por primera vez en su vida, contempló sorprendida, y excitada, y ardiente, cómo aquel macho desenfundaba con rapidez su verga enhiesta, vigorosa y  deslumbrante,  la agarraba con su mano firme, no con la intención de poseerla a ella, de hacerla suya, ¡sino para poseer y hacer suya a otra mujer! ¡a la maldita secretaria, que se interponía entre ese poderoso miembro viril y su sexo ya excitado, ya húmedo, ya deseoso de recibirlo gloriosamente! ¡Pero no lo iba a recibir, no iba a ser poseída, no iba a ser sometida, ni dominada, ni vejada por aquel macho atractivo, brutal, invencible! ¡Se había agarrado su miembro para poseer a la odiosa secretaria! Y fascinada, excitada, fastidiada, frustrada, y totalmente hipnotizada por tan poderosa imagen, pudo ver en primera plana, sentada sobre esa señorial mesa, con las piernas abiertas, y la cabeza de su enemiga entre sus piernas, cómo ese miembro enhiesto desaparecía entre las nalgas de la dama, lo que sin duda confirmaba su excitación. Y no tardó en salir, buscando aumentar al límite la excitación de la dama.

-       ¿Te gusta mi polla?

-       ¡Siiií! ¡Métemela otra vez!

Y otra vez el movimiento del macho, agarrando las caderas de la dama y empujando con determinación su verga en el interior de la vagina de la lujuriosa secretaria, para luego retirarse y conseguir una nueva y apasionada petición de la dama.

-       ¡Fóllame! ¡Fóllame cabrón!

Y se la introdujo, y volvió a sacarla, una, dos, tres veces. Y entonces el arrogante cliente empezó ya con el frenético movimiento de su pelvis mientras agarraba con fuerza las caderas de la dama  para ensartarle con fuerza y reiteración su poderoso falo, arrancando suspiros, gemidos y gritos de placer en la elegante dama desnuda. Y todo ello lo presenciaba Marta hipnotizada, excitada, y también frustrada por no ser ella la protagonista.  Y empezaba a pensar que quizá tenía espíritu de voyeur, porque no podía estar más excitada viendo tan apasionada y vibrante escena, excitación que aumentaba incluso con los inacabables gemidos de la odiosa secretaria mientras era embestida por su macho, que además la obligaba a restregar su cara por su sexo ya húmedo, aumentando su excitación.

Y fue la odiosa secretaria la que llegó primero al orgasmo, abrazando las nalgas de Marta y descansando la cabeza sobre su propio muslo mientras seguían las embestidas, aunque no tardó mucho el macho en conseguir su climax, sentándose enseguida en el sillón que tenía más cerca, derrumbado.

8

Desde luego, jamás se habría podido imaginar en una situación así. Ella seguía sentada en aquella alargada mesa de reuniones, sentada sobre sus nalgas, con la falda subida, pero todavía con la camisa puesta, y con la chaqueta. Justo enfrente, su cliente, el rijoso Carlos, con sus pantalones puestos, su camisa y su elegante chaqueta azul deportiva, derrumbado sobre un sillón, con su pene fuera del pantalón, todavía conservando cierto poderío. Y la odiosa secretaria, totalmente desnuda, con su ropa desparramada en el suelo, apoyada con los brazos en la mesa, a su lado, enseñándole con descaro su trasero empinado al cliente, que solo tenía ojos para ese lujurioso trasero.

Y realmente no podía soportar su papel secundario, de mera espectadora, le resultaba insoportable que el atractivo, rico, y libidinoso cliente sólo tuviera ojos para el cuerpo rotundo de la damisela que tenía a su lado, y que no dirigiera ni una mirada a sus piernas abiertas, bien abiertas, ni a su sexo, no digamos ya a otras partes de su cuerpo.  Realmente en esos momentos lo que le apetecía era acercarse insinuante a él, arrodillarse ante él, recoger su falo con la mano, masturbarlo ligeramente, y enseguida lamerlo, besarlo, y una vez saboreado, engullirlo, chuparlo, deslizarlo una y otra vez entre sus labios.  Pero aunque ciertamente no se atrevió, estando su enemiga a su lado, tuvo que soportar la afrenta de que su macho de nuevo eligiera a su rival, y precisamente para lo que ella habría deseado ardientemente hacerle.

-       Ven zorrita, límpiame bien la polla.

Y la elegante dama desnuda supo que se refería a ella pese a tener al cliente a sus espaldas, sin verlo.  Sí, asumía esa condición de zorrita que le había designado el cliente, y quizá ya no con resignación, sino entregada, se incorporó, y desnuda como estaba, sin mostrar pudor alguno, se dirigió hacia el cliente, se arrodilló al llegar junto a él, y cumplió con lo ordenado sin que Marta pudiera distinguir otra cosa que esa linda cabeza adornada con una espectacular melena rubia inclinada entre las piernas del macho, haciendo su trabajo. Y Carlos le acariciaba el cabello, casi cariñosamente, alabando su faena.

Finalmente, Carlos se dio por satisfecho y la apartó, y entonces ella, dando por hecho que se había acabado su función, pero sin atreverse a moverse sin permiso, le pidió autorización para irse, y desde luego Marta esperaba que de una vez se fuera ya la secretaria, ahora por considerarla una rival que le impedía cumplir con su ahora irrefrenable deseo, después del espectáculo que había contemplado. Pero no, el cliente quería más, para sorpresa de ambas.

-       Querida, no puedo dejarte, estás buenísima, y la verdad, una ocasión como ésta la quiero disfrutar a tope, con un par de tías tan buenas y tan zorras a mi disposición. La verdad es que me pusisteis a mil viéndoos cómo os morreabais, así que quiero veros de nuevo, pero ahora metiéndoos mano, tocándoos el culo, las tetas, ya sabéis.  Un poco más de pasión.

Y entonces Marta no soportó continuar con ese papel secundario, al menos iba a humillar otra vez a la odiosa y altiva secretaria.

-       Carlos, pero que se limpie esa boquita, no voy a besarla después de habértela chupado y de haberme comido el coño.

La aludida seguía arrodillada, sumisa, y ni se volvió, ni nada dijo, esperando instrucciones de su dueño.

-       Vaya, qué delicada. Cecilia, anda, enjuágate la boquita para que la señora te pueda meter la lengua en condiciones.

No escatimaba frases humillantes para ambas damas el despiadado cliente, y aunque Marta se alegró de que al menos le hubiera ordenado a la odiosa secretaria que se limpiara su boca, lo cierto es que la perspectiva de volver a besarla no le seducía ni lo más mínimo.

Con lentitud se incorporó la desnuda damisela, salió por la puerta, y Marta le anunció a su torturador que iba a comprobar que la altiva secretaria se lavaba realmente la boca, porque en absoluto era de fiar, y recibió el oportuno permiso. Salió detrás de la dama, apreciando su malditamente espectacular cuerpo, sus nalgas, sus piernas, esa melena rubia tan bien cuidada, y sus andar ligero y elegante, no podía resultarle más odiosa.  Y cuando ya habían pasado delante de su mesa, y se iban acercando a la puerta del servicio, de repente todo cambió.

La altiva damisela, con una furia que dejó perpleja a Marta, se volvió, la empujó contra la pared, y con el máximo desprecio, le anunció lo que pensaba hacer, o mejor, no hacer.

-       ¡Eres una maldita cabrona! ¡De modo que me has obligado a comerte el coño y ahora pretendes que me limpie la boca! ¡Pues ni que lo pienses! ¡Ahora me vas a besar!

Y casi sin comprender lo que había pasado, aquellos labios seductores de la altiva secretaria se acercaron a los suyos a la vez que su cuerpo desnudo la aprisionaba contra la pared y sus manos le agarraron fuerte de las caderas para que no escapase.  Claro que, cuando finalmente sintió esos labios junto a los suyos y su maldita lengua intentando colarse entre sus dientes, reaccionó con igual furia, empujándola con fuerza para apartarla de su lado.

-       ¡Pero qué coño haces, joder! ¡Ya has oído a Carlos! ¡Lávate la puta boca, zorra de mierda!

No podía estar más enfadada con su maldita rival, y más después de  comprobar que el taimado cliente solo tenía ojos para ella, y que por su culpa, no veía la hora en que por fin pudiera poner fin a aquel aciago día.

-       ¡Me vas a besar ahora! ¡Tú tienes la culpa de que me haya tenido que dejar follar por ése! ¡hija de puta!

Y volvió la altiva secretaria a lanzarse contra la socia de su jefe para obligarla a besarla, y otra vez fue empujada, y por fin apareció el cliente para poner orden.

-       ¡Pero bueno! ¡Qué coño pasa aquí! ¡Os va a escuchar todo el vecindario!

Realmente las dos se callaron al instante, conscientes de que no podía haber sido más imprudente gritarse de aquella manera, a esas horas, y se avergonzaron al instante de que pudieran haber sido escuchadas por los vecinos.

-       Carlos, por favor, dile a ésta que se vista y se vaya de una vez, ya ha hecho lo que la has pedido, y desde luego te las podrás tirar otro día, si te apetece. Ya ves que te ha desobedecido otra vez, no se quiere limpiar la boca, y al final lo mejor es que se largue.

-       Vaya, vaya, Marta, ahora me vas a decir a mí lo que tengo que decirle a ésta, me vas a dar órdenes, esta sí que es buena.  Dime, Cecilia, qué coño ha pasado.

-       Pues que no quiero lavarme la boca, esta puta me ha obligado a comerle el coño, así que me parece que, si tenemos que besarnos otra vez, que se aguante.

Era increíble la conversación que estaban teniendo con el cliente, no podía creer que la altiva y señorial secretaria le hablase en esos términos, nunca lo hubiera imaginado.  Claro que menos entendió que su cliente cambiara de tercio, y la dejase indefensa.

-       Me parece bien, Marta nada de tonterías, bésala como Dios manda, y quiero veros tocaros el culo, y las tetas, darme un buen espectáculo.  Venga, poneros ahí en medio.

Él se sentó sobre la mesa de la secretaria, justo enfrente de la puerta de entrada al despacho, y Marta, resignada, sabiendo que nada podía hacer, se puso en medio de la sala, y enseguida Cecilia se le acercó, le agarró otra vez de las caderas con fuerza, y empezó a besarla, con su boca llena de restos de líquidos seminales y vaginales, sin que Marta pudiera ya evitarlo.

No iba a paladear el sabor de su boca, pero no podía evitar la repugnancia que sentía, más por saber lo que había estado haciendo esa boca en los últimos minutos que porque pudiera detectar un sabor desagradable, que en todo caso era desagradable. Y no lo fue tanto el sentir esas manos femeninas de la altiva secretaria en sus nalgas, apretándolas de mala gana a través de la falda, pero que no le resultó desagradable, y menos aún sabiendo que las estaba mirando el taimado cliente sin escrúpulos ni moral, que de alguna forma le resultaba malditamente excitante, quizá porque no había sido satisfecha todavía.

Y también le agradó hacer lo propio con las nalgas de la damisela, y más cuando observó que el taimado cliente las estaba fotografiando o grabando con su móvil, lo que lejos de alarmarla la excitó, incomprensiblemente, absurdamente, pero fruto de su derrota y total abandono, lo que nunca hubiera imaginado siendo magreada por una mujer, imponente sí, pero una mujer. ¿Acaso aquel fatídico día la había convertido ya en una degenerada, más que en una víctima? ¿Podía su cuerpo traicionarle de aquella manera, una vez más?

-       Ahora desnúdala, Cecilia, sin dejar de besarla, quiero veros ya en pelotas a las dos. Como no lleva bragas ni sostén la muy zorra, no te será difícil.

Le parecía imposible que hubiera deseado tanto ser desnudada delante de un hombre que era su mejor cliente y además fruto del más vil chantaje, pero lo cierto es que deseaba en esos momentos despertar de una maldita vez el deseo de ese hombre. Y así, mientras Cecilia se deshizo rápido de su chaqueta, y por supuesto sin el menor cuidado, ella se bajó la cremallera de la falda sin dejar de besarla, y se dejó desabotonar la camisa en medio de una creciente excitación. Le quitó la camisa, y le bajó la falda, sin miramientos ni cuidado, y ella misma se deshizo de la falda quitándosela de los pies, para quedar completamente desnuda, apretada al cuerpo igualmente desnudo de la libidinosa secretaria, que ahora se recreaba en sus nalgas y, ¡cómo no! con el maldito tapón anal que no tuvo tiempo de quitárselo en ningún momento, y que lo habría tocado al principio con sorpresa, pero luego ya con ánimo de humillarla, moviéndoselo en el ano mientras sus lenguas seguían entrelazadas en su bocas, y ella vengativa y deseosa, también le exploraba el ano a la dama, pero con un dedo, y sin miramientos, ni perder la excitación por tener los pechos de ella contra los suyos, sus muslos contra los suyos, y sus bocas entrelazadas.

La altiva secretaria intentaba apretar su ano para impedir que ningún dedo de la socia de su jefe pudiera introducirse en él, pero a la vez seguía moviendo el tapón anal, que por otra parte, a Marta cada vez le resultaba más extrañamente excitante, y aumentaba su excitación la resistencia de la dama en impedir que ese dedo travieso hurgara en su ano, mientras seguían besándose y el pervertido cliente grabando la tórrida escena.

Y ella decidió entonces vencer esa resistencia de la altiva dama procediendo a besarla y lamerla el cuello y la oreja, recogiéndole el pelo, para enseguida volver a dirigir su dedo al mismo sitio, y lo cierto es que aquel cambio de tercio pareció relajar a la dama, y ella se animó y decidió lamerle los pezones mientras le sostenía los senos con ambas manos, y la dama se relajó todavía más, y entonces le agarró la nuca y empezó de nuevo a besarla, a la vez que acariciaba su vulva, y ella se relajó todavía más, y se incrementó la excitación de Marta, que no podía creer lo que le estaba pasando, y siguió acariciando su vulva, y besándola en la boca, y luego acariciando sus labios vaginales, y besándola en su cuello, y acariciando su clítoris, y animándose definitivamente, introduciéndole uno, dos dedos en su vagina, penetrándola con suavidad e insistencia, sintiendo sus gemidos, sus estremecimientos, y excitándose cada vez más mientras masturbaba y besaba a la altiva secretaria sabiendo que todo quedaba registrado en el móvil del despiadado cliente.

Ya la elegante secretaria desfallecía entre sonoros gemidos, y Marta la arrastró hasta apoyarla en la pared para seguir el frenético ritmo de sus dedos en el interior de la vagina de la dama, acariciando luego con igual pasión su ya abultado clítoris que la ponía en evidencia, si es que hacía falta, porque sus gemidos no eran precisamente fingidos. Y aquella elegante, altiva, y muy decente dama no resistió más, tuvo un orgasmo patético y, perdida la fuerza y sin poder tumbarse, ni sentarse, se derrumbó en el cuerpo de su enemiga, que la sostuvo, pero no sin intentar de nuevo acariciar su ano, con los mismos dedos húmedos que habían penetrado su vagina, consiguiendo por fin introducir uno de sus dedos en semejante sitio, lo que no pudo satisfacer más a Marta. Y entonces tuvo claro lo que tenía que hacer, y sin dudarlo  ni un instante  arrastró a la desfalleciente secretaria hasta la mesa dónde se encontraba sentado Carlos, que además era su mesa de trabajo, y desde luego Carlos no dudó en levantarse para dejar que Marta obligara a la dama de nuevo a poner su trasero en pompa apoyando los brazos en su propia mesa de trabajo, y entonces de nuevo le introdujo el dedo en el ano, dejándose hacer la secretaria, que sin duda todavía ni era consciente de que todo estaba siendo grabado o fotografiado por el despiadado cliente de su jefe.

Y aquel dedo insistente obró milagros, y los gemidos de la estirada dama volvieron, y entonces Carlos aprovechó la ocasión para humillarla un poco más, solo que en esos momentos la humillación no hacía más que excitar más a la damisela.

-       ¿Te gusta que te den por el culo, Cecilia?

-       ¡Siiiií!

-       ¿Quieres que siga Marta dándote por culo?

-       ¡Siiií por favor!

Y Marta alternó sonoras palmadas en las nalgas con movimientos de su dedo dentro del ano de la señora, hasta que le arrancó un nuevo orgasmo, que sin duda la tuvo que dejar ya exhausta. Y entonces aprovechó la ocasión, se quitó por fin su tapón anal y sin miramientos ni quejas se lo introdujo en el ano a la altiva y elegante y muy decente dama, que una vez más se dejó hacer.

Y ahora Marta sabía que ya no había excusas, no podía ni imaginar la humillación que le supondría que su odioso cliente no tuviera ya deseos irresistibles de poseerla, y tuvo claro que, al igual que hizo con la altiva y estirada dama no iba a permitir más demora, tomaría la iniciativa, y desde luego no pudo sorprenderle más lo orgullosa que estaba de su cuerpo desnudo, y su absoluto deseo de exhibirse delante de su cliente, para que de una vez olvidara el cuerpo estilizado, suave, delicado de su rival.

9

-       Bueno, Carlos, mientras ésta descansa, vámonos al despacho de Carlos, y terminemos esto, la verdad es que ahora mismo estoy deseando que me folles de una puta vez.

-       Joder Marta, me la habéis puesto bien tiesa, follamos dónde quieras. Y tú, Cecilia, ni se te ocurra moverte de dónde estás hasta que yo te diga.

Cecilia otra vez desnuda, con sus senos colgando, su trasero en pompa, con el tapón anal bien visible, ni contestó ni nada dijo, recuperándose de su nuevo orgasmo, con la cabeza entre sus brazos que seguían apoyados en su propia mesa de secretaria diligente. Ahora Marta estaba frente por frente a Carlos, que ya no tenía el móvil en su mano, aunque seguía con su chaqueta, su camisa y su pantalón, y ya con su verga otra vez enjaulada, aunque no podía disimular su erección, ni tampoco su mirada ahora sí fija en su cuerpo desnudo,  y especialmente en sus pechos erguidos, proporcionadamente voluminosos, que se movían sensualmente mientras avanzaba hacia él con desbordante sensualidad y con una alarmante desinhibición.

-       La verdad es que ya tenía ganas de volver a tocar tu polla (se acercó, le rodeó el cuello con un brazo y, sin preguntar, le puso la mano en el sitio adecuado del pantalón, analizando el tamaño de la bestia, mientras le hablaba sensualmente al oído), tú sí que me has puesto a cien follándote a esa puta delante de mí… vaya buen rabo que te gastas (le daba besos en el robusto cuello)… vamos allí y te la chupo un poquito…

Le cogió de la mano y lo llevó al despacho de Roberto, cumpliendo órdenes, sí, pues no se olvidaba que su deleznable socio quería verla en plena acción con el cliente, pero también deseosa de repetir el espectacular orgasmo que tuvo sobre esa mesa de reuniones redonda. Y primero lo llevó a la mesa de Roberto, dónde dejó que él se apoyara mientras ella, desnuda y en cuclillas otra vez ante él, sacaba de su escondite su ya enhiesta verga, que ahora con calma pudo acariciar con su mano, sopesar su tamaño, textura y bravura, desde luego no demasiado deslumbrante, pero que, a esas alturas del día, de nuevo la enardeció, besándola, lamiéndola, masturbándola suavemente con la mano, y enseguida introduciéndola en su boca, con la ostensible pretensión de que pudiera comparar sus habilidades para el sexo oral con las de su enemiga, poniendo el máximo interés aunque sabedora de su falta de destreza. Y sin querer que el desgraciado cliente terminara antes de tiempo, lo arrastró hacia la mesa de reuniones, dónde ahora ella se sentó, colocó uno de sus pies en una de las sillas, abriéndose por completo de piernas, y sin el menor pudor agarró su falo para dirigirlo directamente a su vagina, introduciéndoselo sin miramientos, y con suma delectación, contemplando extasiada cómo era penetrada por esa verga poderosa, y sin la menor oposición del cliente, que se dejó encantado dirigir.

Y desde luego, tener esa visión tan cercana y certera de aquel pene enhiesto penetrándola una y otra vez, esa visión tan cercana de su macho poseyéndola con furia, y la visión tan cercana de esas manos fuertes agarrando sus pechos con pasión la llevó a un nuevo explosivo orgasmo, entre gritos y gemidos, que no pudo ni remotamente controlar.  Y una vez llegado al orgasmo, se tumbó exhausta sobre la mesa, mientras el macho, que con toda seguridad se desesperaba por no haber llegado todavía al éxtasis, y probablemente nervioso, continuaba poseyéndola frenéticamente, lo cual para ella era una suma delicia porque no quería que aquello desapareciera de su cuerpo, que ahora era manejado por el macho a su antojo, agarrándola con firmeza de las caderas mientras buscaba ansioso el orgasmo que se le resistía, sin duda por haber estado tanto tiempo excitado, y haber ya disfrutado lo suyo.

Y tumbada como estaba, con los ojos cerrados, ahora ya disfrutando relajada de esas penetraciones feroces, sintió de repente que unos labios se posaban en los suyos, que una lengua pedía paso para introducirse en su boca, y que unas manos delicadas le acariciaban los pechos. Y mayor sorpresa si cabe le produjo la facilidad con la que cedió, con la que abrió su boca para dejar que esa lengua lasciva se metiera en ella, sabiendo que era de la altiva secretaria, que excitada otra vez, sin duda, por propia voluntad se había acercado hasta dónde estaban.  Y no podía comprender cómo las dos habían terminado en las  redes del odioso cliente, ella arrastrándolo incluso hasta esa mesa dónde ahora estaba tumbada para que la poseyera de una maldita vez, y la altiva secretaría, después de gozar con él y también con ella, aparecía de repente, por propia voluntad, buscando de nuevo a su macho, buscando sin duda más placer.  No se lo podía creer, pero no dejaba de besarla con ardor, mientras seguía siendo poseída por el desesperado cliente, que no encontraba la forma de llegar a su orgasmo.

Y si ya fue sorprendente que la altiva secretaria hubiera aparecido de repente, sin cubrir su desnudez, y sin que nadie la llamara, y la hubiera besado con una cuidada pasión mientras le acariciaba los pechos con delicadeza, más lo fue todavía, en aquel inolvidable e interminable día, lo que hizo a continuación: dejó de besarla, de acariciarla, y se dirigió hacia el frenético y sudoroso cliente, al que quitó la chaqueta mientras seguía intentando conseguir el éxtasis con sus desesperadas penetraciones, para luego obligarle a besarla mientras dirigía su mano libre hacia su falo para sacárselo de la vagina de la desconcertada socia de su jefe, seguir besándole mientras lo masturbaba, y sin solución de continuidad, ponerse en cuclillas para introducírselo otra vez en la boca, ahora con los fluidos de la vagina de la socia de su jefe, que por otra parte ya había saboreado. Y Marta no pudo evitar incorporarse para contemplar el sensual espectáculo de la secretaria.

Y las sorpresas no acabaron, pues se levantó de nuevo, agarrándole de nuevo el ya otra vez explosivo falo para ayudarle a introducirlo en la vagina de la sorprendida socia de su jefe, que lo contempló todo con verdadera fascinación, siendo además obligada por la secretaria a abrir todavía más las piernas, pues ya tuvo sus dos pies sobre los dos sillones que la secretaria se encargó además de alejar, y otra vez se enardeció, aunque esta vez el cliente ya pudo por fin llegar a su éxtasis dejándola a ella en mitad del recorrido.

Y cuando el ya ahíto Carlos se dejó caer en uno de los sillones, la secretaria no dudó en seguir penetrándola con dos de sus dedos, lo que a Marta le supo a gloria, pero sin que tampoco pudiera llegar al orgasmo porque los retiró para cogerle de las manos y obligarla a sentarse, pasando entonces a cogerle y besarle los senos con fruición, excitándola todavía más, pero sin que tampoco llegara al orgasmo, porque entonces la rodeó por la cintura y la obligó a retirar sus nalgas de la mesa, quedando de pie, las dos desnudas rozando sus cuerpos, pero durante unos segundos, pues la damisela la giró, la colocó de espaldas a ella, y la obligó a inclinarse hasta apoyar los brazos en la mesa, ofreciéndole sus nalgas a la altiva secretaria, que las azotó, las apretó, las zarandeó, y luego otra vez unos sabios dedos en su vagina, y de nuevo al borde el éxtasis los dedos se retiraron, y para rematar la faena, uno de ellos, lleno de fluidos vaginales, se fue introduciendo en su ano con una pasmosa facilidad, entró y salió, se movió, se giró dentro, y consiguió arrancarle gemido tras gemido hasta alcanzar otra vez el cielo. Y sin oponer resistencia, de nuevo sintió el maldito tapón anal entrando en su ano.  Se lo había devuelto, tras el espectacular orgasmo.

10

Una vez recuperada, desnuda, exhausta,  apoyada en esa maldita mesa, y otra vez desbordada por su propio cuerpo, que inexplicablemente tomaba posesión de su voluntad y decidía sus acciones en los momentos más inoportunos, presa del deseo más desesperado, no podía sentir más vergüenza, sabiendo además que todo había sido grabado por las cámaras ocultas de Roberto, y realmente no se reconocía, le parecía imposible que hubiera llegado a esos extremos de sumisión absoluta, y encima, para mayor desconcierto, consiguiendo disfrutar hasta extremos inconcebibles, ¡incluso con el cuerpo de una mujer!.  Su cuerpo era un extraño para ella, y casi realmente su principal enemigo.

-       Joder, cómo me habéis puesto, cabronas.  Vaya tela, no me podía imaginar que fuerais tan zorras, y mira que estáis como un tren, las dos.  Si no lo veo no lo creo.  Bueno, ahora ya podéis hacer lo que os venga en gana, habéis cumplido de sobra, aunque me temo que esto tengamos que repetirlo, mira que he estado con tías de todas las clases, pero este espectáculo nunca lo he vivido.  Bueno, hablaremos.

Ella no quería ni mirarlo, siguió con los brazos en la mesa, los ojos cerrados, el culo en pompa, mostrado a su cliente y, suponía, a la secretaria, sin saber ni querer saber tampoco lo que hacía la maldita secretaría que con tanta inesperada dulzura la había besado mientras era poseída salvajemente por el cliente, y que encima la había conseguido llevar al enésimo orgasmo ese mismo día, cuando parecía imposible que pudiera volver a tener otro.

Cuando escuchó abrirse la puerta de salida del despacho, supo que Carlos por fin se había ido, y se incorporó.  Tampoco estaba la secretaria, aunque enseguida entró, ya vestida, tan elegante, tan guapa, tan distinguida, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera realizado una felación allí mismo hacia cinco minutos, como si no fuera sido poseída reiteradas veces, por hombres distintos, en la última hora, como si no hubiera lamido y besado el sexo de la socia de su jefe, y no hubiera tenido un orgasmo en los brazos de la socia de su jefe, que ahora la miraba desnuda apoyada en la mesa de reuniones, mirándola con la máxima atención, desconcertada, fascinada por lo ocurrido con ella, y quizá incluso seducida. Y le habló con total serenidad, sin olvidar lo que había pasado, pero como si no le hubiera afectado.

-       Bueno, Marta, creo que ni tú ni yo nos esperábamos esto. Nunca había besado a una mujer, ni acariciado, ni me imaginaba que nunca lo haría en mi vida, aunque siempre que he visto una mujer desnuda me he fijado en su cuerpo, por esa obsesión de las comparaciones. Y ahora ya no sé qué pensar, si te digo la verdad, lo he pasado mejor de lo que nunca hubiera imaginado. Sí, no ha estado mal.  Pero bueno, lo cierto es que tú y yo no nos apreciamos mucho que digamos, lo sabemos las dos, y también sabemos que a ninguna de las dos nos vendría muy bien que esto se sepa. No sé si ese cabrón se lo contará a todo el mundo, quizá se guarde el secreto, tampoco creo que tenga interés alguno en ir contándolo por ahí, él precisamente se folla a quien quiere, no tiene que presumir de nada. Y doy por hecho que ni tú ni yo contaremos nada, de eso si estoy segura, y tú también.   Así que, ¡chao! Bueno, mejor un beso de despedida.

Se acercó a ella, le cogió de las nalgas para arrastrarla hacia ella y la besó, como si fueran dos novios, dos amantes, dos enamorados que se despedían. Un beso cálido que fue recibido con calidez, con sus cuerpos muy juntos, y el de Marta totalmente desnudo. Y se fue, después de un nuevo apasionado beso.

Sí, estaba de acuerdo con ella, con todo lo que había dicho ella, no podía comprender lo que había sentido gracias a la odiosa secretaria, nunca había sentido deseo por una mujer, aunque sin duda en aquel interminable día ya nada le podía sorprender. Y todavía le quedaba lo peor.

Se vistió por fin, y se fue, después de recoger su bolso y comprobar lo que más le importaba, que allí estaba su móvil. Y mientras bajaba las escaleras camino de la calle, recordó que todavía llevaba puesto el tapón anal, del que se había olvidado por completo.  Una sorpresa más. Decidió pasarse por su despacho y arreglarse allí tranquilamente, antes de volver al hogar.  Pero estaba tan cansada que decidió ir en taxi.  Un nuevo error.