Los riesgos insospechados de la ambición (19)

Marta se entrega también a su compañero Roberto, que la somete sin contemplaciones, aprovechándose de la oportunidad que le había ofrecido sin querer la propia Marta

Roberto

1

Después de irse el portero ella permaneció desnuda apoyada en la mesa de su secretaria, todavía sin poder creerse lo que había ocurrido en su despacho. Y no la podía humillar más tener que reconocer que nunca había disfrutado tanto con un hombre, como había disfrutado con el portero, allí mismo, o en su mesa, o en aquel patio. Nunca.

Desde luego no se deshizo en llantos, no se sintió hundida, había trabajado muy duro en su vida para llegar a su posición, tan anhelada prácticamente desde su niñez, y no había escamoteado el más mínimo esfuerzo, sin permitirse ninguna desviación del objetivo.  Su determinación fue siempre apreciable para sus padres, para sus amigos, para sus novios, y especialmente, para su marido, que la consideró como una de sus cualidades más relevantes.

Pero lo cierto era que su vida sufría un brusco vuelco, se había colocado al borde de un abismo, y no había forma de deshacer el camino, ese camino recorrido sin conciencia del peligro, sin imaginar que finalizaba en un barranco. Nada se reprochaba, no tenía ni el más mínimo remordimiento: ella había conseguido por su pericia, por su habilidad, más dinero del que esperaba esa pareja de palurdos agricultores, un dinero fácil, limpio, sin coste alguno. Y no era la primera vez que hacía algo al límite de la ley, pero siempre sabiendo que lo que hacía era justo, no entendía que estuviera perjudicando a los clientes, sino recibiendo su justo merecido.

En el caso de los agricultores, se había quedado con un dinero que se lo había trabajado, mérito suyo, y los agricultores ganaron lo que les prometió, todos satisfechos.  Aquello no era delito, era justicia.  Pero resulta que a la ley no le gustaba lo que hizo, y ahora era ella la que estaba a punto de arruinar su propia vida, de perderlo todo, no ya el dinero conseguido  de forma ingeniosa, sino la misma posibilidad de seguir obteniendo dinero en el futuro, su propia respetabilidad, conseguida con tanto esfuerzo. Sí, podía perderlo todo, estaba en manos del portero, él había obtenido por una casualidad irrepetible un llave que le permitía el acceso a lo que nunca había ni podido imaginar: a poseer una mujer de una clase superior, inaccesible para él; no una vulgar fulana, no el cuerpo desmañado, descuidado, excesivo, sin proporción ni gracia, sin atractivo posible de su mujer, sino ese otro que siempre había deseado, una mujer más joven que la suya, más atractiva en todos los sentidos, un cuerpo de precisión geométrica, de cuidada, estudiada y divina proporción. Y además, le abría también otra puerta no menos “atractiva”: la de su cuenta corriente.  Sexo de calidad, inimaginable para ese hombre, y dinero fácil, a granel, todo por un golpe de fortuna, todo gracias a una simple fotocopia.

Verdaderamente no sabía cómo luchar contra lo que se le avecinaba.  Aquello había sido un asalto por sorpresa, una encerrona, sin tiempo para pensar o reaccionar. Y una vez que ya había cedido en todo, no veía solución, parecía un callejón sin salida.  Él había conseguido la gallina de los huevos de oro, y resulta que no sólo podía disfrutar con los huevos de oro, sino también con la gallina.  Quizá incluso le apetecía más la gallina que los huevos.

Con esa facilidad para el autodominio, con esa lentitud exasperante, con esa imaginación diabólica, sádica, con esa insospechada seguridad en un hombre que se encontraba en los niveles inferiores de la sociedad, que no podía ser que estuviera satisfecho de sí mismo viviendo de un trabajo tan “servil” (digámoslo claro, no tiene otra palabra); con todas esas “cualidades” imprevistas en un hombre simplemente vulgar, con esa determinación,  y sobre todo con esa arma siempre a su disposición (al menos, durante muchos años a su disposición), no podía esperar otra cosa que una humillación tras otra, una constante sangría de dinero, un descenso prolongado a los infiernos; y ella cada vez más y más y más enredada en sus redes, cada vez más en sus manos. Le podía ordenar lo que quisiera, y ella no podría negarse, no podía arriesgar su vida que en cada instante estaría al borde del abismo.  Y el abismo no consistía ya sólo en un descenso angustioso y brusco de nivel de vida (su marido disponía de un magnífico trabajo, no iba a pasar tan siquiera apuros económicos), es que perdería la propia libertad, y a su marido. Lo perdería todo.

¡Y estaba la otra historia, la otra humillación! ¡El maldito Roberto la había visto medio desnuda, preparada para retozar con el portero! ¡Y tenía grabada su confesión! ¡Otra impensable casualidad! Claro que, en este caso, solo estaba en peligro su matrimonio, y para ella eso ya era suficiente para hacer lo que hiciera falta para evitarlo, ¡pero estaba segura de que, si se lo contaba a su marido, al final todo se sabría, porque era fácil imaginar que su historia con el portero nadie se la creería, no era normal! Dos hombres y un destino, rezaba la película.  Dos miserables y una mujer indefensa, era ahora el título de su vida.

Finalmente consiguió aterrizar en la tierra, comprobó con sorpresa que ya pasaban de las cinco de la tarde, así que tenía que darse prisa, el otro chantajista la esperaba, en este caso nada menos que un compañero, un abogado, y además de clase alta, amigo de su marido, lo último que hubiera pensado.  Sí, ya lo sabía, sinvergüenzas había en todas las clases, en todas.

Y cuando recordó la ropa que tenía para ponerse, se dio cuenta de que no podría ser más inapropiada para presentarse en el despacho de Roberto, dónde además recibirían a su cliente compartido, Sharif. ¡No podía ir sin sostén, y con una falda tan corta!. No llegaba a minifalda, pero no iba a estar precisamente cómoda enseñando tanta pierna, sabiendo además las intenciones de su compañero.

Pero ahora tampoco podía ir a su casa, tardaría más de una hora en ir y volver, no le quedaba otra que comprarse un vestido, ¡y ropa interior apropiada! Aquella mañana había ido al despacho sin sostén, siguiendo las órdenes de Pedro, y desde luego no podía ponerse el sostén rojo que tuvo que comprar, llevando una camisa blanca. ¡Y tenía el maldito tapón anal puesto! Por supuesto se lo quitaría, ya era lo que le faltaba, presentarse ante Roberto con el maldito tapón, que sorprendente no le suponía una excesiva molestia, pero que desde luego no lo llevaría puesto.

Pero no tuvo tiempo de movilizarse, todavía desnuda, sonó el teléfono de su móvil, y ella no tuvo dudas de quién sería el que la estaba llamando. Sí, era Roberto.

-       Joder, Marta, ¡que son las cinco y cuarto! ¡Llevas ya más de una hora follándote al portero!

Por supuesto, era su nuevo chantajista, que la trataba igual que el otro, con el mismo lenguaje vulgar y soez, tratándola como a una fulana.

-       Roberto, por favor, no me hables así, un poco de respeto. Ya te he dicho que me está chantajeando, que es un verdadero cabrón, así que no es para que me hables así. Y que sepas que el cabrón ése ya se fue hace un buen rato, ya consiguió lo que quería el muy cerdo, pero no he podido todavía salir porque me han llamado varios clientes y he tenido que atenderlos, salgo en cinco minutos.

-       Te hablaré como me salga de los cojones, yo no me creo tu rollo ése del chantaje, estoy seguro de que eres una viciosa, que te pone follar con el tío ése, y no me extrañaría nada que no fuera el único. Y tampoco me creo que te hayan llamado unos clientes, mientes más que hablas, me juego el cuello a que estáis los dos en pelotas follando como locos, ¿o me equivoco?

No, no podía discutir con él por teléfono sobre semejante asunto, no quería seguir escuchando cómo la insultaba, pero menos aún provocar su enfado, no se podía ni imaginar que cumpliera su amenaza y esa misma tarde le contara todo a su marido.

-       Mira, en media hora estoy allí, ya tendremos tiempo de hablarlo todo.

-       O sea, que me has vuelto a mentir, estás todavía en pelotas follando con el portero, ¡o sea, que te he pillado in fraganti! ¡Eres una puta viciosa!  Además de una mentirosa compulsiva.  Pero bueno, allá tú, de momento  ya estás despidiendo al portero, el Sharif no me deja retrasar la reunión más que media hora, así que no estoy dispuesto a esperar más, ¡échalo ya y vente de una puta vez! Ah, y límpiate bien el chochito, por favor, no quiero olores raros, ni restos de vuestra juerga.

No lo pudo evitar, no pudo aceptar que la tratara de una forma tan miserable, le respondió fuera de sí, por más que fuera evidente que eso era precisamente lo que quería, provocarla, llevarla al límite, hacerla perder los nervios para acto seguida volverla a humillar todavía más, tratarla todavía peor, hasta quebrar su resistencia, hundirla, conseguir que aceptara ser tratada como una fulana y sin rechistar.  Y desde luego, reaccionó como él esperaba, para su desgracia.

-       ¡Eres un cabrón! ¡Qué forma es ésa de hablarme! ¡Te mandaría a la mierda ahora mismo, si no fuera por lo mucho que quiero a mi marido! Y que sepas que no te he mentido, gilipollas, el portero ya se largó hace un buen rato, y he tenido que atender unas llamadas, pero desde luego no te voy a permitir este trato, ni de coña.

-       Ya, pues yo no te voy a permitir que me insultes, y gilipollas lo serás tú.  Y como eres una mentirosa compulsiva, estoy seguro de que te he pillado en plena faena, así que mándame ahora mismo un selfie de cuerpo entero, sin colgarme, seguro que estás en pelotas.

No se lo podía creer, ¿cómo era posible que se le hubiera ocurrido semejante petición? ¿Cómo podía ser tan diabólico? Y lo cierto es que con esa petición ponía al descubierto su mentira, no iba a ser muy creíble que tras irse el portero, supuestamente hacía ya un buen rato, siguiera completamente desnuda. No tenía más remedio que reconocer su desnudez, la foto no se la iba a mandar, pero sin duda quedaba de manifiesto su mentira.

-       Ya te he dicho que me han llamado varios clientes, no me ha dado tiempo ni de vestirme, y no te voy a mandar una foto tal cual estoy ahora.

-       ¡O sea que estás en pelotas! Y por supuesto, no te ha llamado nadie.  O si no, justifícamelo, habrán quedado registradas en tu móvil, o si no, si te han llamado al fijo, en la página web de tu compañía figurará esa información, se registra en tiempo real. ¿A que no me lo puedes confirmar? ¿A que no?

No estaba preparada para esto, se le iba de las manos, estaba claro que había sido una tontería inventarse eso, absurdo.  ¡Tenía que reconocerle que le había mentido! ¡Menuda idiotez! ¡Por no reconocerle que realmente había estado más de una hora liado con el portero! No tenía escapatoria, a su nuevo chantajista no se le pasaba ni un detalle, era evidente que si fuera cierto se lo podría justificar fácilmente, no tenía excusa.

-       Está bien, el portero se acababa de ir cuando me llamaste, pero es que eres tan borde que no quería darte la razón.  Hemos estado liados un buen rato, tampoco ha sido una hora, pero da igual, lo cierto eso ya se acabó, no me volverá a molestar.

-       Ya, esa es otra maldita mentira, me tomas por tonto. Pues mira, me parece que lo que tenemos que hacer es denunciar a ése fulano a la policía. Porque si te chantajea a ti para follarte, seguro que lo habrá hecho con otras mujeres. Y si no, ese tío es un peligro, se lo puede hacer a cualquier otra mujer, no le voy a decir nada a tu marido pero lo denunciamos, y si a ti te da vergüenza, voy yo a la comisaría más próxima y le denuncio.

Otra vez la ponía en evidencia, ¡era peor todavía que lo denunciara a la policía!  ¡y él lo sabía! Y al negarse, se ponía en evidencia.

-       ¡Nooo! ¡Joder, Roberto, no lo puedo denunciar! ¡Se enteraría mi marido!

-       Verás, al tipo le pueden caer hasta cinco años de cárcel, lo meterían en la trena del tirón, no creo que vaya a tener muchas ganas de contárselo a tu marido, y en todo caso, él comprendería que has sido una víctima, y lo de hoy el tipo ni lo contaría, sería peor para él.  Solo tenemos que ir a la comisaría.

No podía dar crédito de lo que estaba oyendo, no sabía qué decir, y tenía claro que sería muy capaz de hacerlo, al fin y al cabo ya la había visto medio desnuda, tenía sus fotos para regodearse, era mucho más de lo que hubiera esperado nunca conseguir de ella, podía darse por satisfecho.  Y sabía que si se le ocurría ir a la policía al final se descubriría que había estafado a esos agricultores, y encima que le había ofrecido sexo y dinero a cambio de su silencio, pues el portero lo contaría todo, y tenía pruebas contra ella, y por supuesto inevitablemente se enteraría su marido, de hecho no tendría más remedio que contárselo ella.

¡Pero cómo refutar sus argumentos! ¡Lo presentaba como un deber cívico! ¡Podía haber otras víctimas! ¡Se suponía que se había aprovechado de ella un día que llegó bebida de una cena con unos clientes, podría aprovecharse de cualquier otra vecina que se viera en esas circunstancias! ¡Quizá de alguna de las jovencitas que vivían en el edificio, que fácilmente podrían llegar un poco bebidas en cualquier noche de juerga!

Realmente no podía estar más perdida, sin saber cómo convencerle de que había dicho la verdad, sabiendo ya que estaba dispuesto a todo para comprobarlo.

-       Roberto, no sé a qué viene esto, hemos quedado que iré a tu despacho, y te he dicho que estoy dispuesta a todo para conseguir que mi marido no se entere, sabes perfectamente que si lo denunciamos se enterará, no sé a qué juegas. ¿Tenemos o no tenemos un trato?

-       Mira, Martita, la verdad es que no te creo, pero sí fuera cierto lo que dices, ese tío es un peligro, se dedica a aprovecharse  de las mujeres a las que pilla bebidas. No me creo que fueras capaz de ocultarlo, habrías sido una víctima, y podría haber otras. En fin, no hay quién se lo crea.

-       Vale, pues me lo estoy tirando porque soy una viciosa, ¿te vale así? Piensa lo que quieras, lo que te pido es que no le cuentes nada a mi marido, y estoy dispuesta a complacerte para mantener esto en secreto. ¿O es que ahora has cambiado de opinión?

-       Verás, me has insultado, te has puesto de lo más borde, me has tomado por tonto, mintiéndome descaradamente, ¿así quieres que me fíe de ti? Dime, a ver si tienes cojones de mentirme de nuevo, ¿te ha llamado o no algún cliente? ¿o realmente has estado más de una hora follándote al portero? ¿Cuál es la verdad?

Eso ya no se lo iba a negar, era absurdo, la había descubierto.

-       No sé cuánto tiempo he estado liada con el portero, pero bastante, y es verdad, no me llamó ningún cliente. Y piensa lo que quieres, si prefieres pensar que me lo he tirado porque soy una viciosa, pues vale, yo solo quiero que quede claro que no le vas a contar nada a mi marido, y ya está.

-       ¿Y si hablo con él, con tu portero, y lo amenazo, para que te deje en paz?   Me parece que no tiene media hostia, puedo decirle que te deje en paz o  se las va a tener que ver conmigo, seguro que lo acojono.

-       Bueno, si no cumple con lo que ha prometido y pretende otra vez aprovecharse de mí, lo hablamos, pero sí cumple, se supone que ya me va a dejar en paz, no gano nada con que lo amenaces, y puedo perder mucho. Por favor, déjate de historias, dime de una maldita vez si tenemos un acuerdo.

Su tono había cambiado totalmente, otra vez se sentía totalmente derrotada, era consciente de que su historia no colaba, empezaba a desesperarse.

-       Vaya, te importa una mierda que ese tipo le haga lo mismo a otra mujer, a alguna vecina tuya, o a alguna hija de alguna vecina tuya, ¿no? ¿es eso?

-       Roberto, lo hablamos ahora, me visto y me voy a tu despacho.

-       Vaya, parece que ya se te han bajado un poco los humos. ¿Por qué no me mandas ese selfie? Quiero comprobar con mis propios ojos que yo tenía razón.

-       Tenías razón, ya te lo he dicho, tenías razón. El portero se acababa de ir cuando me llamaste.

-       ¿Y también en que todavía no te has lavado el chochito, después de follarte a ése durante una hora?

De nuevo la provocaba, quería otra vez llevarla al límite, pero estaba asustada, no se atrevía ya a contradecirle.

-       También.

-       ¿También qué, joder? Habla claro, ahora que pareces decidida a contarme toda la verdad.

-       En lo que has dicho, en que no me he lavado todavía.

-       ¿El qué no te has lavado?

Era evidente lo que quería, no podía avergonzarla más decirle lo que le estaba insistiendo en que le dijera.  Y sabía que estaría grabando la conversación, era fácil adivinar.

-       Lo que has dicho, ya sabes el qué.

-       Vaya, Marta, sabía que no me podía fiar de ti, eso de que quieres complacerme es otro cuento chino. Me temo que tendré que contárselo todo a tu marido, no me vas a vacilar más.

¡Y colgó! ¡Quedó espantada! Suponía que solo pretendía forzarla más, pero no podía arriesgarse ni lo más mínimo, a lo mejor en esos mismos momentos estaba ya llamando a su marido, para cumplir con su amenaza. Lo llamó al instante, pero para su desesperación ¡estaba comunicando! Lo volvió a llamar una segunda vez, y una tercera, y una cuarta, y comunicaba. A la quinta contestó.

-       ¿Qué coño quieres, joder?

-       ¿Lo has llamado? ¿Con quién hablabas?

-       ¡Con tu maridito! Pero estaba en una reunión, y en esas condiciones no le he querido contar nada, hemos hablado del tiempo. Pero hemos quedado en que me llamará cuando termine.

¡Estaba horrorizada! ¡Lo había llamado en ese instante! ¡Su vida pendía de un hilo por culpa de ese malnacido!

-       Por favor, te lo suplico, no le digas nada, ya te lo he dicho, haré lo que me pidas, te complaceré, pero no le cuentes nada.

-       Ya, ya he visto cómo pretendes complacerme, llamándome gilipollas, cabrón, es una bonita forma de complacerme.

-       Tienes que comprenderlo, esto es una putada para mí, estoy metida en un lío por una tontería, yo estoy enamorada de mi marido, y todo esto es muy duro para mí. Pero yo solita me he metido en este lío, y estoy dispuesta a lo que sea para que no le afecte a él. No volverá a pasar, haré lo que me pidas, te contentaré.  Por favor.

-       Pues ya sabes lo que me tienes que decir, no se me ha olvidado.

-       Pues… sí… todavía no me he lavado… todavía no me he lavado…. el chochito… me lo lavaré cuando terminemos de hablar….

-       ¿Y qué tal si me mandas esos fotitos? Que te pueda ver bien el culo, las tetas, el coño. Y no cuelgues mientras lo haces.

Sin duda la iba a ver desnuda, y no solo verla, tocaría todo lo que quisiera. Y no solo tocar. Así que no debía suponerle problema alguno hacer semejantes selfies, completamente desnuda, y mandárselos.  Pero eso ya la dejaba en sus manos, se moriría de vergüenza que su marido supiera (y viera) que le había mandado esas denigrantes fotos a un amigo suyo. ¡Era el colmo! Y sin duda era lo que buscaba su nuevo torturador, dejarla todavía más en su poder.  Pero no tenía alternativa, y aun haciéndolo, tampoco es que pudiera tener garantías de que él iba a cumplir su promesa.

-       Vale, pero esto es entre nosotros, ¿eh? Ése es el trato, ¿no?

-       Por supuesto, esto es entre tú y yo. Pero rapidito, que tenemos poco tiempo.

Ya no dudó más, se fue al cuarto de baño, y con el espejo se hizo las fotos que él quería, ella estaba acostumbrada a hacerse fotos a través del espejo del cuarto de baño de su casa, desnuda o vestida, o medio desnuda o medio vestida, se las hacía de vez en cuando para verse, le gustaba comprobar el estado de su cuerpo, casi de cada centímetro de su cuerpo, y algunas veces se las mandaba por sorpresa a su marido,  así que no tardó en hacérselas, y menos en enviárselas, lo más atrevido que se permitía con él.  Por supuesto, se retiró antes el maldito tapón anal, solo le faltaba que la hubiera visto de esa guisa, pero no el liguero, ni las medias.  Realmente se veía irresistible en esas fotos, con ese liguero y con esas medias rojas, aunque no le podía dar más  vergüenza enviárselas, ¡estaba completamente desnuda!, por mucho que ya era evidente que esa misma tarde la vería con toda seguridad desnuda, en directo, por delante y por detrás, en cualquier postura que quisiera. Pero no tenía opción, se las envió, y se lo dijo, no habían cortado la comunicación.

-       Vale, ya te las he mandado, ahora si te parece me arreglo y me voy.

-       ¡Joder tía! ¡Menudo cuerpazo! ¡Menudas tetas! ¡Sí que estabas en pelota! ¡Y que sexy estás con el liguero! ¡Menuda suerte tiene el Sebas! Bueno, ya sabes, te espero en quince minutos, y lo dicho, lávate bien el chochito, no me gustan las guarrillas. Ah, y te vienes con el conjuntito sexy con el que recibiste al portero. En quince minutos te quiero aquí.

-       Vale, vale.

Le parecía mentira que hubiera sido capaz de mandarle esas fotos, pero se sentía realmente en peligro, no tenía garantía alguna de que el maldito Roberto no terminara contándoselo todo a su marido. Era horrible.

Y el desastre en el que se había convertido su vida de un día para otro se ponía en evidencia en la decisión que tuvo que tomar antes de salir: si ponerse el maldito tapón anal al salir, por si el portero se atrevía a pedirle que se lo enseñase, o arriesgarse a salir sin él, aunque llevándolo en el bolso por si acaso. Y también tuvo que decidir si salir sin sostén, porque sólo tenía el sexy de color rojo, y con la camisa blanca se le veía perfectamente, o salir con él, tapándose todo lo que pudiera con la chaqueta, aunque comprobó que se le notaba en todo caso, decisiones todas ellas humillantes. Por supuesto, ni se podía plantear comprar ropa, quería llegar cuanto antes al despacho de Roberto, no solo porque se lo había ordenado, sino porque no podía ni remotamente arriesgarse a que se lo pensara y le contara todo a su marido, antes de darle tiempo a llegar.  Al final salió con el tapón, dispuesta a quitárselo una vez que hubiera salido del portal, y sin el sostén, que dejó en el bolso.  Decisiones todas ellas humillantes.

2

Bajó las escaleras casi con miedo, pensando en que tendría que pasar delante del portero y que este aprovecharía la ocasión para dejar constancia de su nuevo poder sobre ella. Y si, estaba allí, sentado, aparentemente enfrascado en ordenar unas cartas que iba a repartir entre los vecinos, y aunque levantó la vista cuándo la escuchó acercarse, se limitó a la saludarla como si nada hubiera pasado, lo cual no dejó de ser un alivio. En cuanto llegó al parking dónde guardaba su coche (el edificio era antiguo, en el centro de la ciudad, y no tenía cochera) fue a los servicios y, con cuidado, se retiró el tapón anal, limpiándolo con cierta repugnancia, dejándolo en el bolso. Verdaderamente no era tan molesto como hubiera imaginado, pero se alegró poder quitárselo por fin.

Llegó a su portal, llamó por el telefonillo, y aún tuvo que soportar que le preguntara quién era (“soy yo”, se limitó a decir).  Por fin le abrió la puerta de la calle, subió por el ascensor, sintiendo el corazón acelerado, y llamó a su puerta.  En cada planta sólo había dos pisos, con las puertas una enfrente de la otra.  La hacía esperar, el muy estúpido, quería aprovechar todas sus ventajas.  Pero por fin abrió, y apareció vestido con su traje de chaqueta y su corbata, preparado para la reunión con el cliente, y claro está, para la “fiestecita” previa.  Abrió la puerta, pero no se apartó.

-       Vaya, aquí tenemos a la zorra de Marta, aunque me parece que no llevas ese conjuntito tan sexy.

No podía esperar otro trato, y ya no podía protestar. Tenía que limitarse a contestar.

-       Lo llevo en el bolso.  Las medias no me pegaban con esta falda.

-       Con esa falda no, desde luego, pero con esa faceta tuya de puta le van divinamente.

Era evidente que ya no volverían a tener una relación de compañeros, una relación normal, tratándose además de un amigo de su marido. Y por supuesto, no podía pedirle respeto, sabía que había engañado a su marido con el portero del edificio dónde tenía su despacho, sabía que acababa de estar con él, de entregarse a él, apenas hacía unos minutos. Y sabía que ahora podía poseerla en el momento que quisiera, sin duda había motivos para que se pudiera permitir hablarle sin respeto alguno.

Amablemente, o más bien fingiendo amabilidad, con una gran sonrisa sarcástica, la dejó entrar, la acompañó educadamente hacia su despacho, la dejó incluso entrar primero, la invitó a sentarse en una de las butacas elegantes que estaban frente a su mesa, y él se sentó en su sillón giratorio, también muy clásico y elegante. Las butacas y el sillón tenían el respaldo y brazos en capitoné, algo que ya no se veía casi en ningún despacho, pero resultaba que tenía gustos clásicos. La mesa de despacho era también muy clásica, de madera de caoba, una preciosidad de mesa. En las paredes había también bibliotecas de madera, con libros y más libros de jurisprudencia.  Sin duda impresionaba al verlo por primera vez, cuidaba las formas el maldito Roberto.  Y en ese ambiente tan profesional, tan clásico, iba a poseerla de la forma menos clásica.

-       Bien, Marta, sigues intentando que me crea que te acabas de follar a tu portero porque unos días antes te folló a la fuerza un día que te pilló descuidada con unas copas de más, ¿es así?

-       Roberto, no creo que eso importe mucho ahora, como comprenderás me resulta muy desagradable hablar de lo que pasó ese día, o de lo que he tenido que soportar hace un rato, y como ves estoy aquí,  dispuesta a lo que sea con tal de que no se entere mi marido.  Y me parece de lo más mezquino lo que pretendes hacer conmigo, la verdad, esto no lo esperaba de ti, siendo además amigo de mi marido desde casi la infancia.  Y encima ponerle los cuernos a tu novia. Pero allá tú con tu conciencia.

No podía evitar tener la esperanza de que su compañero se arrepintiese a última hora de hacerle lo que pretendía hacerle, aunque una vez más se dio cuenta enseguida de lo absurdo que era tener semejante esperanza.

-       Vaya, de modo que pretendes convencerme de que no debo aprovecharme de la ocasión, de que no debo traicionar a mi novia, ni al Sebas. Pero resulta que de eso no me tienes que convencer, no puedo estar más de acuerdo contigo, porque te recuerdo que eres tú la que se empeña en querer acostarse conmigo con tal de que me esté calladito y traicione a mi amigo, y a mi novia. Sí, las tías lo tenéis claro, para vosotras el sexo es siempre moneda de cambio, y los tíos somos muy simples, siempre estamos dispuestos a tirarnos a una mujer que esté buena, que nos entre por los ojos, y no digamos ya sí la tía en cuestión nos manda fotos en pelotas. Así conseguís que pensemos con la polla. Pero yo soy un tío normal, no me follo a una tía que no quiere montárselo conmigo, así que le contamos todo al Sebas y nos ponemos a trabajar, que a las siete y media está aquí el Sharif.

Sí, otra vez la ponía contra las cuerdas, había sido de nuevo una estúpida, estaba claro que no tenía más opción: o confesárselo todo a su marido, o entregarse de una vez a aquel miserable. Y no podía arriesgarse a contarle nada a su marido, le iba la vida en ello.

-       Roberto, estoy aquí, me he traído el conjuntito que tanto te gustó, solo te pido que no me hables del puto portero, solo te pido eso.

-       Ya, el problema es que no me creo tu versión, y si tú no me cuentas la verdad, ya lo averiguaré yo (lo cual no pudo inquietarla más, pero lo cierto es que no se le ocurría ninguna otra versión).   Pero bueno, ya que dices que te has traído el conjuntito sexy, ¿qué tal si te lo pones?

Sí, había llegado el momento de la verdad, aunque ya le había visto con semejante indumentaria.

-       Sí, claro, voy al baño y me lo pongo (se moriría de vergüenza si tuviera que hacerlo justo delante de él, pero debió pensar que a él no le daría ninguna).

-       Marta, no tienes que irte al baño, quiero ver cómo te lo pones.  Y por cierto, ¿has venido sin sujetador? No me lo puedo creer, ¿así has ido a tu despacho esta mañana? ¿así pensabas venir a mi despacho?

Sí, en aquel día de locura ella no había podido imaginar que por la tarde tendría que ir de prisa y corriendo al despacho de Roberto, se había limitado a obedecer al portero, que le exigió que fuera al despacho sin sostén. Solo le podía dar una explicación, y era humillante, además de falsa.

-       El portero se ha empeñado en quedarse mi ropa interior de recuerdo… y no podía venir con el sujetador rojo, se me vería con la camisa. Y joder, con tus prisas no me has dado tiempo a comprarme uno, que es lo que iba a hacer antes de venir

-       ¡Joder con el portero!  Pues mejor, así se la vas a poner dura al Sharif. Bueno, venga, quiero ver cómo te pones el conjuntito del portero, porque ya sé que te queda de muerte.

Por supuesto, era evidente que le gustaría verla ponerse esas medias rojas, el liguero, el sostén, cómo no. ¿A qué hombre no le gustaría?  Bueno, probablemente a su marido no le haría gracia ese espectáculo, se sentiría incómodo.  Y a lo mejor su novia no le haría mucha gracia hacerlo delante de él, era una mujer muy tradicional, por lo que le había tocado la lotería.

Se levantó nerviosa, quizá más nerviosa aún que cuando tuvo que desvestirse para el portero, aunque tampoco es que hubiera mucha diferencia.  Lo único que le gustaba de aquello, y de hecho maldecía que le gustase, era sentir su atractivo, sentir que aquel hombre babeaba por verla desnuda, por poseerla.  Pero no lo podía evitar, para ella era casi una necesidad.  Claro que una cosa era que la deseasen, y otra que además tuvieran el poder de poseerla, evidentemente ella solo quería lo primero. El poder de poseerla se lo había reservado en exclusiva a su marido, aunque para su desgracia ahora tenía que cedérselo también a esos dos indeseables.

Y por un momento estuvo indecisa, no sabía por dónde empezar. Dejó su bolso sobre la mesa, y buscó las medias.  Tuvo que quitarse las que llevaba puestas, y luego colocarse las rojas, lo que llevaba su tiempo, aunque con eso solo le enseñaba sus piernas, sus mulsos. El liguero no se lo pudo poner sin subirse la falda, así que no pudo evitar enseñarle las bragas. Pero para ponerse el sostén sin mostrarle sus senos no tenía muchas opciones si lo hacía de frente, así que  se dio la vuelta. Pero él no le dejó.

-       No seas cachonda, quiero verte las tetas, joder.

Avergonzada, se volvió. Se quitó la chaqueta, y la dejó en el respaldo de la butaca, aunque recibió enseguida nuevas órdenes.

-       No, déjala en el perchero.

Junto a la puerta había un perchero, del que colgaban varias perchas, aunque en ese momento estaba vacío. Allí dejaba el malnacido su chaqueta, aunque en ese momento todavía la tenía puesta. Ahora tenía ella que dejar la suya, se giró, se fue hacia la puerta, la colgó, y regresó al punto de partida.

Y ahora llegaba el momento más humillante, desprenderse de la camisa, descubriendo sus pechos ante él, por mucho que estuviera orgullosa de ellos.  Ahora sí que estaba nerviosa, y no pudo desabrochar más de dos botones sin hacer un último y absurdo intento de convencerlo de que desistiera de su propósito.

-       Roberto, por favor, no me obligues… no sigamos… lo del portero no volverá a pasar, y lo he hecho obligada… no lo tiene por qué saber mi marido…  somos compañeros joder.. ¡no me hagas esto!

-       ¿Que no te haga qué, joder? Mira, ya veo que tienes remordimientos, te quedarás como nueva si se lo cuentas todo al Sebas. ¡Vamos a llamarlo!

-       ¡Noooo! Joder, no quiero hacerle daño, pero…

-       Ya, qué tía más lista, lo que quieres es seguir jodiendo con tu portero sin que se entere tu maridito, y que yo te guarde el secreto. Pues ni de coña.

-       ¡Que yo no me voy a volver a acostar con el portero, joder!

-       Ya, no te lo crees ni tú. ¿Lo llamamos, entonces?

-       Nooo, no, eso nunca.

Y sintiéndose ya vencida, siguió desabrochándose el resto de botones, y mirando al suelo, se quitó la camisa, dejándola sobre la butaca.

-       ¡Vaya par de tetas! ¡Espectaculares! Te voy a hacer unas fotos, si no te importa.

-       ¡Sí me importa joder! ¡Ya tienes fotos de sobra! (no pudo evitar abrazarse sus pechos para taparlos y protestar sonoramente al ver cómo él cogía su móvil para hacerle las fotos).

-       ¡Joder, ya está bien! ¡Vete a la mierda! ¡Ya te estás vistiendo! (y en lugar de las fotos, hizo la maldita llamada).

-       ¡Noooo! ¡nooo! ¡te lo suplico! ¡hazme las fotos que quieras!

Y de repente, escuchó la voz de su marido, en el móvil, había puesto el altavoz, y estaba respondiendo la llamada. En ese momento se espantó, ni siquiera sabía si le había escuchado.

-       ¡Qué tal Sebas!

-       ¡Hombre Roberto! Hacía tiempo que no hablábamos.

-       Bueno, es que tengo una sorpresa, no sé si agradable (ella estaba desesperada, escuchando a su marido medio desnuda delante de Roberto, sabiendo que su vida pendía de un hilo). Estoy aquí con tu mujercita, cada vez más guapa (giró el teléfono y se lo acercó), que quiere decirte algo importante.

Nerviosa, intentó mantener una conversación normal, y por supuesto, buscar una excusa para la presentación del malnacido, debiéndose además inclinar sobre la mesa para que la pudiera escuchar bien, todavía abrazándose los pechos para ocultárselos a su maltratador.

-       ¡Hola cariño! Es que he tenido que venir al despacho de Roberto deprisa y corriendo, es el asunto ese del Sharif… bueno, ya sabes que así lo llama Roberto… parece que está nervioso, y algo cabreado, le ha pedido una reunión urgente… y aquí que vamos a prepararla.

-       ¡Vaya! ¡Sí que es importante! Aunque parece la historia interminable ¿no? Los líos con el Ayuntamiento son todos iguales, nunca se sabe cuándo pueden terminar, no me extraña que esté nervioso.

Sí, ella solía hablarle de sus asuntos, y de éste quizá del que más le había hablado, porque no dejaba de ser el más importante que había llevado, y el más complicado. Y mientras le hablaba al móvil depositado en la mesa, inclinada para que pudiera escucharle bien, Roberto se levantó de su sillón, desapareció de su vista pero enseguida apareció a su lado, sin duda disfrutando de la escena. Por lo que pudo ver, aprovechó también para quitarse la chaqueta.

-       Desde luego cariño, interminable.  Así que hoy supongo que llegaré tarde, con este tío nunca se sabe cuándo terminan las reuniones.

En ése momento su nuevo maltratador se puso detrás de ella y le retiró las manos del cuerpo, hasta dejarlas en la espalda. Con la inclinación que tenía para poder hablar con el móvil, y una vez retirados sus brazos que los sujetaban, sus pechos quedaron libres como el viento, colgando de su cuerpo, casi rozando la mesa, lo que no pudo ser más humillante para ella, que no se atrevió a volver a tapárselos, con su marido al otro lado de la línea.  Y él, con parsimonia, volvió a su asiento, para tener una buena visión de ellos.

-       Bueno Sebas, supongo que tú seguirás igual de liado que siempre, ¿no?

-       Vaya que sí, esto de trabajar con los políticos es muy sufrido, no descansan. Aunque lo vuestro no es que sea un paseo, tampoco es que me deis mucha envidia.

-       ¡Y que no falte el trabajo! Bueno, tu mujer tampoco se puede quejar, hoy me estaba contando que ha tenido una mañana de locos, ¿a qué sí?

No podía ser más cruel, disfrutaba con su sufrimiento, y por supuesto, con aquella postura que le permitía tener una erótica visión de sus pechos colgando de su cuerpo y rozando la mesa, así que quería mantener la maldita conversación para obligarla a seguir en esa postura.  Y para su sorpresa, vio cómo sacaba otro móvil de su cajón y empezaba a hacerle fotos, ¡o un vídeo!

-       Sí, cariño, de locos. Tenía un vencimiento y me he liado más de la cuenta, ya sabes el coñazo que son esos vencimientos, es trabajar contra reloj (¡sí, la estaba grabando! ¡la enfocaba pero no pulsaba para hacerle fotos, simplemente sostenía el móvil enfocándola! ¡no se lo podía creer!).

-       No lo sabía, ya me imagino el lío.  Y ahora la reunioncita con el Sharif, menudo día.  La verdad es que ya tengo ganas de conocerlo.

-       El tío tiene pasta para verlo, y encima se parece al mismísimo Sharif, yo que tú estaría preocupado por tu mujercita, porque además es un ligón de miedo.

-       ¡Vaya vaya! ¡Qué calladito te lo tenías, Marta!

Su marido bromeaba, habían hablado de ese cliente tan importante en muchas ocasiones, y por supuesto no le había ocultado ni su atractivo, ni su dinero (por eso era un cliente tan importante), ni tampoco que le gustaba tontear con las mujeres, algo que no podía sorprender a nadie. El problema era contestarle con normalidad, mientras se inclinaba para que pudiera escucharla mejor con los pechos desnudos, casi rozando la mesa con sus pezones, y mientras su amigo Roberto lo grababa todo. Y ni se atrevía a taparse de nuevo los pechos, con aquel supuesto amigo dispuesto a todo.

-       De calladito nada, ya te he hablado de él muchas veces, es un poco ligón, pero cuando se trata de su dinero desde luego que le importa bien poco lo guapa que sea una, lo único que le importa es que no le falle (algo que también era del todo cierto).

-       Vaya que sí, el tío no perdona una, nos tiene fritos.

-       Bueno, Roberto, a ver cuándo nos vemos, últimamente no coincidimos nunca.

-       Claro, a ver si quedamos un fin de semana. Bueno, tu mujercita y yo tenemos tarea, así que, ¡nos vemos!

-       ¡Adiós cariño!

-       ¡Adiós!

Y por fin colgó, lo que no dejó de producirle un enorme alivio. Se incorporó, pero esta vez ya no intentó taparse sus pechos, aunque sí buscó el sostén en el bolso para ponérselo de una vez, era lo que se suponía que tenía que hacer además. Pero él la detuvo con una nueva orden, haciendo uso de su poder.

-       ¡Quieta! ¡No tanta prisa! ¡Te pondrás el sostén cuando te lo diga! ¡Me encanta verte así, con las tetas al aire! Y por cierto, veo que no te has atrevido a contárselo todo, y mira que te lo he puesto fácil.  Verás conviene que sepas una cosa, a mí el Sebas me importa una mierda, lo conozco desde hace muchos años, desde el colegio, hemos estado en la misma pandilla, pero éramos muchos, y nosotros nunca fuimos íntimos. Y para colmo, tu queridísimo maridito me robó mi primera novia el cabrón, y para dejarla al poco tiempo. Vaya, que te aseguro que me importa un rábano enseñarle el vídeo que te acabo de hacer para que sepa lo puta que eres, que hablabas con él mientras me enseñabas las tetas, ni tampoco me importará enseñarle las fotos que me mandaste. Y sabes, yo quiero mucho a mi novia, ella sí que es decente, una mujer en condiciones, con la que espero casarme pronto. Pero tampoco es que me quite el sueño que pueda romper conmigo si se entera de esto, no es la única mujer de la tierra, encontraría a otra sin problema.  Claro que tampoco descarto que fuera comprensiva conmigo si se enterase de esto, no es fácil resistirse a una tentación así, una tía buena como tú desnudándose en mi despacho para convencerme de que guardara silencio sobre su aventura con el portero. Así que decídete de una maldita vez, o cumples con tu con tu palabra, o se lo cuentas a todo al Sebas.  No te voy a consentir que me sigas poniendo problemas a todo lo que te pido, y mucho menos que me recuerdes una y otra vez que el Sebas es mi amigo. ¡No te doy más oportunidades!, ¿entendido? ¿entendido?

-       Sí, sí, entendido.

Su marido nunca le había contado esa historia de la novia de Roberto, tampoco estaría muy orgulloso, además de que serían muy jóvenes, aunque sí sabía que no eran precisamente íntimos. Pero lo que faltaba ya era saber que, de alguna forma, para Roberto lo que estaba sucediendo con ella era una esperada venganza contra su marido, y por tanto, que no tendría ni el más mínimo inconveniente en contarle todo lo sucedido. Tendría que ser condescendiente con él, tendría que hacer todo lo que pidiera sin rechistar, no tenía otra opción, porque sabía muy bien que si su marido se enteraba de su relación con el portero, finalmente todo se sabría, y acabaría no ya con su matrimonio, y con su posición social, sino con toda probabilidad, también en la cárcel, porque el portero no dudaría en contárselo a los agricultores, que le pagarían por su información, y la denunciarían sin pensárselo dos veces. Su vida ahora también dependía de Roberto, era increíble.

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-       Bien, deja la camisa también en el perchero, no queremos que se arrugue. Y espero que ahora no me pongas problemas, porque pienso hacerte todas las fotos que me salga de los cojones, ¿conforme?

-       Sí, sí, claro.

Humillada, otra vez a merced de un miserable, recogió su camisa y la dejó en el perchero, encima de su chaqueta.  Regresó con sus senos al descubierto, con las manos a los lados, sin atreverse a ocultárselos de ninguna forma, resignada a su suerte.

-       Cógete las tetas, júntalas, y haz como si me fueras dar un besito. Será una foto muy cariñosa y sexy.

Sobre todo cariñosa.  Había puesto las cartas bocarriba, había hecho ostentación de su poder, y sabía que ella no podía oponer resistencia alguna, así que se iba a aprovechar de la ocasión, sin miramientos.  Humillada, con las mejillas ardiendo de rubor, sostuvo sus pechos con las manos y los juntó. Y también juntó los labios, simulando un beso a distancia. No podía ser más humillante la foto que le acababa de hacer.

-       ¡Muy bien! ¡Menudas tetas gastas! ¡Tócatelas un poco más, estás imponente!

Ella no opuso resistencia, como una vulgar fulana siguió sosteniendo sus pechos, acariciándolos, juntándolos, mientras él seguía haciéndole fotos.

-       Bueno, ahora quítate la faldita, y déjala también en el perchero.

No había más remedio que seguir obedeciendo sin rechistar. Se bajó la cremallera, y tiró de la falda hasta dejarla caer en el suelo. Suponía que le estaría haciendo fotos de sus nalgas, mientras iba a dejar la falda en el perchero ataviada solo con su tanga rojo.

-       Vaya culo, joder, estás buenísima se mire por donde se mire.

Se maldijo por agradecer el halago, no lo podía evitar ni en las peores circunstancias. Regresó de inmediato, ahora ya solo con el tanga rojo transparente, que permitía ver su sexo depilado.

-       Joder, mira que depilarte el coño para el portero. Estuve a punto de decirle a tu maridito que esta noche tendría sorpresa, pero todavía estoy a tiempo de decírselo si no me dejas muy satisfecho, ¿me he explicado bien?

Se había explicado muy bien.

-       No te decepcionaré, haré lo que me pidas.

-       Eso está mejor. Ahora quiero hacerte unas fotitos mientras te tocas el coño, abre un poco las piernas.  Con la otra mano te puedes tocar las tetas, dame un buen espectáculo.

No tenía más remedio que complacerle, ni pensar en protestar, ni en rogar, introdujo su mano derecha dentro del tanga, deslizó un dedo por entre sus labios vaginales, mientras con la otra mano se acariciaba un pecho, y luego el otro, intentando abstraerse del lugar dónde estaba, lo cual no le fue posible.  Y enseguida, más órdenes.

-       Anda, mira a la cámara, pasa tu lengüecita por los labios, y no pares hasta que yo te lo diga. ¡Me estás poniendo a cien!

No se lo podía creer, ¡estaba masturbándose delante de Roberto, en su despacho, vestida únicamente con las medias, el liguero y el tanga, mientras le hacía fotos! ¡La segunda vez que ese mismo día tenía que masturbarse delante de un hombre, que además la fotografiaba o grababa! Y ahora tampoco podía protestar, ni siquiera podía ponerle cara de angustia o de desagrado, ¡tenía también que contentarlo, como al portero! ¡su vida dependía de ello!  Y realmente hizo lo posible por excitarse, solo que esta vez las circunstancias le superaban, aquel demente no conseguía excitarla como lo consiguió el maldito portero.

-       Bueno, ahora quiero tocarte esas tetas tan golosas. Acércate a la mesa, y deja tus tetas sobre mis manos. Y deja tus manos a tu espalda.

No podía ser más retorcido Roberto, y más humillante lo que le ordenaba. Dejó sus manos boca arriba en la mesa, y ahora ella tenía que inclinar su cuerpo hasta depositar sus senos sobre sus manos.  Era todavía peor que lo que le había ordenado el portero.

Sin poder ni protestar, no tuvo más remedio que acercarse a la mesa, con las manos atrás, e inclinarse hasta depositar sus pechos sobre sus manos.  Y esta vez, sin esperárselo, sí se sintió ligeramente excitada, lo que en cierto modo la alivió, porque le resultaba todavía más difícil hacer todo lo que le pidiera aquel malnacido si su cuerpo no reaccionaba.

Y todavía se excitó más cuando él empezó a manosear sus pechos en esa incómoda y humillante postura, y aquello le confirmaba lo que ya se le relevó cuando estuvo con el portero, que de alguna forma, la excitaba ser humillada miserablemente.

-       ¡Qué tetas más ricas! ¡Da gusto tocarlas! Me las comeré enteritas, pero ahora quédate en esa postura.

Todo sucedió muy rápido, casi sin saber lo que estaba ocurriendo. Él se levantó de la mesa cogiendo algo de un cajón que no tuvo tiempo de ver, se puso detrás de ella y para su absoluta sorpresa, enseguida se dio cuenta de que la estaba esposando, con las manos atrás. Notaba que eran de cuero, cómodas, aunque las manos quedaron muy juntas a su espalda. Y esta vez no pudo dejar de protestar, casi sin darse cuenta, si bien sin resistirse a ser esposada, sin tan siquiera cambiar de postura, con sus pechos rozando una vez más la mesa.

-       Roberto, ¿qué haces? ¿a qué viene esto?

-       ¿Algún problema? ¿acaso quieres que te las quite?

Hacía uso de su poder sobre ella, y aprovechaba la más mínima ocasión para confirmarlo, para obligarla a reconocerlo.

-       Noooo… es que no me lo esperaba… no sabía que…. que te fuera este rollo… (ni podía negarse, ni enfadarlo)

-       Claro, gilipollas, cómo lo vas a saber, que yo sepa hasta que me has recibido en bragas en tu despacho no conocíamos nuestras intimidades. ¿Alguna pregunta más?

Desde luego no podía estar más desconcertada, nunca la habían esposado, nunca había tenido semejante experiencia, y por lo que sabía, eso quería decir que él podía pretender nada menos que una relación de dominación sobre ella, solo que no se atrevía ni a preguntárselo.

-       No, no…

-       ¿Entonces te quito las esposas?

-       No.. no..

-       Pues vale, lo mejor es que te estés calladita, y solo hables cuando te pregunte, ¿no crees?

-       Sí… si…

Ella se lo había buscado, de nuevo humillada, obligada a declarar su sumisión.. Y una vez terminada la absurda conversación, la cogió del cuello y la obligó a inclinarse hasta que su mejilla derecha y todo su torso quedó aplastado sobre la mesa, dejándola todavía más expuesta, si es que ello era posible. Y por supuesto, sin el menor cuidado golpeó su pie derecho, y luego el izquierdo, para conseguir dejar completamente abiertas sus piernas.  Suponía que había llegado el momento, que por fin consumaría su maldito deseo, que le rompería las bragas y la penetraría vilmente, pensamiento que de nuevo le vino a la cabeza sin pretenderlo y que, malditamente, la excitó en el momento menos indicado. Pero aunque parecía imposible que las cosas pudieran empeorar, que pudiera todavía estar más en sus manos de lo que ya estaba, lo que sucedió a continuación la hundió por completo, humillándola hasta extremos que nunca habría podido imaginar la mente más perversa.

3

-       Bueno, Marta, me parece que estás en la postura perfecta para que te eche un polvo, pero aunque sé que lo estás deseando tanto como yo, te voy a hacer esperar.  No te muevas ni un milímetro de esa postura sin mi permiso, antes de follarte tengo que hacer unas averiguaciones.

No le pudo inquietar más esa frase, y no le pudo humillar que la obligara a mantener semejante postura.  Con la mejilla derecha aplastada sobre su mesa, su visión era muy limitada, solo pudo ver que él volvía a su sitio y que de nuevo recogía un objeto de uno de sus cajones, que vio en todo su formato cuando lo dejó encima de la mesa, delante de sus ojos.

-       Esto, como habrás adivinado, es para azotarte cuando te portes mal.  La verdad es que todo esto lo compré para darle una sorpresa a mi novia, pensando ingenuamente que a lo mejor la excitaría la idea, pero al final casi me pega con la fusta a mí, está claro que no le gustan las cosas raras en asuntos de sexo.  Y ya daba por hecho que nunca las usaría, hasta esta tarde, cuando te vi en bragas. Contigo la ventaja es que no solo no te negarás, sino que estarás encantada de que te castigue con esta fusta antes de que te castigue contándoselo todo a tu maridito, ¿a que sí?

¡Una maldita fusta! ¡le había dejado ante sus ojos una maldita fusta! ¡y amenazaba pegarle con ella! Y desde luego, no dudaba que esa misma tarde la estrenaría en su trasero.  No sabía ya qué podía pasarle ese día, sin imaginar que todavía le quedaban cosas peores que soportar.

Y claro, la estrenó al instante. Vio cómo la recogía de la mesa, se colocaba detrás de ella, y con fuerza le golpeaba con la fusta en una nalga, lo que la hizo gritar de dolor, un dolor inesperado, intenso, agudo, extremo, insospechado. Y absolutamente humillante. No sabía cuál era la excusa, simplemente le había golpeado por estrenar la maldita fusta.  Aunque no, pronto le explicó el motivo.

-       ¿No sabes por qué te he dado el fustazo? Seguro que no, eres más tontita de lo que suponía.

No, no tenía ni idea, y todavía estaba dolorida.  Recibió de nuevo otro fustazo, en la otra nalga, que la obligó a gritar de nuevo.

-       ¿Tampoco sabes por qué te vuelvo a fustigar en tu lindo trasero?

-       ¡Nooooo! (gritó desesperada).

-       Pues porque no contestas cuando te pregunto.  Claro que también te fustigaría si no me convenciera tu respuesta, pero es que no me has respondido.

No podía estar más desconcertada, no sabía a qué se refería, a qué maldita pregunta se estaba refiriendo.

-       ¡Joder, Roberto, esto duele! ¡Y no sé a qué pregunta te refieres! ¡Estoy haciendo todo lo que quieres que haga! ¡Por favor, termina de una vez!

Habló desesperada, y recibió otros dos fustazos, uno en cada nalga, igual de fuertes, igual de dolorosos, igual de humillantes.

-       Tienes mucho que aprender, Martita. Lo primero, así no me vuelvas a hablar en adelante. ¡Quién eres tú para gritarme! Y a partir de ahora, solo me tutearás cuando no estemos solos.  Para ti ya soy Don Roberto, nada de tutearme. ¿Comprendido?

La misma pretensión que el portero, rebajarla al nivel de sirvienta, o mejor, de simple esclava sexual. Y de nuevo tenía que consentir.

-       Sí… Don Roberto (no podía arriesgarse a otro castigo, medio desnuda como estaba, con las piernas abiertas, las manos esposadas a la espalda, y la mejilla sobre la mesa, con la orden de no moverse, sabiendo ya lo que pasaría si desobedecía).

-       -¡Me encanta escucharte con ese respeto!  Pero bueno, para que aprendas, te castigué porque no me contestaste cuando te pregunté si era cierto que estarías encantada de que te azote el trasero cuando te portes mal. A ver, ¿estás encantada de que te haya castigado por no contestarme?

No había más que una respuesta posible, ya tenía claro lo que le esperaba.

-       Sí… Don Roberto.

-       Así me gusta, respeto.  Y ahora voy a ver tu sostén.

No entendió el motivo, de nuevo lo vio regresar a su sitio, pero lo que no vio, por la postura, fue lo que hizo, aunque sí pudo imaginárselo por el ruido. ¡Vació el contenido de su bolso sobre la mesa! Sus intimidades de mujer sobre su escritorio, su agenda, su lápiz de labios, sus pañuelos, su espejo, su colorete. Y también su sostén rojo transparente, y su móvil,  ¡y para su desgracia, su tapón anal, que descuidadamente lo había dejado en el  bolso, sin pensar!   Desde el momento en que escuchó el ruido de sus íntimos objetos al caer sobre la mesa recordó, asustada, que ese objeto estaría también rodando por la mesa, ante sus ojos. Y como se temía, no tardó en verlo, y menos en enseñárselo

-       Vaya vaya, ¿qué es esto? (puso el objeto ante sus ojos, para humillarla un poco más todavía)

Sabía lo que él estaba pensando, realmente no había que ser muy listo para imaginar qué hacía aquello en su bolso, después de saber que había estado más de una hora a disposición del portero. Y realmente, en aquella humillante postura, le resultaba imposible pensar con claridad.

-       Pues…. un…. tapón… anal.

No podía avergonzarla más tener que reconocérselo, y ahora vio espantada cómo recogía otra vez su fusta y volvía colocarse tras ella y golpearla de nuevo, con la misma fuerza.

-       ¡Qué me trates con respeto, joder! ¡Cuándo te vas a enterar!

-       ¡Don Roberto! ¡Un tapón anal, Don Roberto!

-       ¡La próxima vez te daré cinco fustigazos!  Y ya sé que es un tapón anal,  gilipollas (ahora podía insultarla a discreción), lo que quiero saber es qué hace esto en tu bolso.

No le pudo resultar más vergonzoso confesarlo… todo lo que estaba pasando ese día era de lo más vergonzoso y humillante para ella, lo nunca visto.

-       El portero me lo trajo esta tarde... y me obligó a ponérmelo... Don Roberto…

-       ¡Vaya! ¡Y te lo puso para un ratito! ¡Y luego se fue y te dijo que ya no volveria a follar contigo nunca más en su vida! ¡Y que te podías quitar el tapón! ¡Y yo me chupo el dedo! ¿Me vas a contar de una puta vez la verdad, o vas a seguir mintiéndome, contándome una milonga?

Hablar en aquella postura, con las manos esposadas a la espalda, los pechos aplastados sobre su mesa de despacho, las piernas totalmente abiertas, ataviada solo con el tanga, las medias y el liguero, sus nalgas al descubierto, ya coloradas por los sucesivos golpes, no podía ser más humillante. Y para su desgracia, el hecho de que hubiera visto que llevaba el maldito tapón hacía todavía menos creíble lo que le había contado, pues sin duda se podría imaginar que la finalidad de ese tapón no era otro que la de ir preparando su orificio anal para una futura penetración, y no solo para divertirse aquella tarde. ¡Pero no podía confesarle que en eso también le había mentido! ¡Que tampoco era cierto que el portero ya no le molestaría más, que realmente sí que pretendía seguir obligándola a mantener relaciones sexuales! iy que pretendía incluso practicar sexo anal con ella! Así que siguió intentando ocultarle la verdad.

-       Don Roberto…. yo… no sé lo que él pretende… solo sé que me aseguró que me dejaría en paz, que solo quería… pues…  darse el gusto de echarme un polvo…  y lo del tapón… yo qué sé, quería vérmelo puesto…

-       Sigues mintiéndome, pero ahora sé cómo enterarme de la verdad, seguro que él te mandará mensajes guarros. Dime la contraseña de tu móvil, y lo comprobaré.

¡En su teléfono estaba todo! ¡No podía dejarle que lo revisara! ¡Tendría toda la información! En su desesperación no sabía cómo reaccionar, qué hacer, cómo negarse a darle su contraseña teniéndola él esposada, medio desnuda, y bajo la amenaza constante de ser castigada una y otra vez con la fusta, o incluso revelar todos sus secretos a su marido.  Solo cabía rogarle compasión, no tenía forma de oponerse a su maltratador, todavía más violento y desalmado que el portero.

-       ¡Por favor! ¡Te lo suplico! ¡Termina ya con esta tortura! ¡Soy tuya, estoy a tu disposición! ¡Hazme lo que quieras! ¡fóllame! ¡Pero no me martirices más con lo del portero! ¡te lo suplico!

Otra vez fue cruelmente fustigada, hasta en cinco ocasiones tal como le había dicho, y no pudo más que gritar de dolor, y por supuesto, reaccionar al instante, le resultaba terriblemente difícil acostumbrarse al sometimiento absoluto que le imponía su nuevo torturador.

-       ¡Don Roberto! ¡Se lo suplico Don Roberto! ¡Me tiene a su disposición, Don Roberto! (tenía que repetir el maldito discurso hablándole con ese tratamiento que estaba obligada a seguir).

-       ¿Qué problema tienes con enseñarme los mensajes que tengas de tu portero?  Es más, me conformo con los de esta semana, seguro que serán de los más interesantes.

-       Don Roberto… por favor… ¿por qué me haces esto? (era difícil acostumbrarse a hablarle de usted, y por fortuna él tampoco estaba habituado a recibir ese tratamiento).  Tienes que comprender lo humillante que me resulta contarte lo que me ha pasado con el portero, y ya ves que estoy dispuesta a todo con tal de que no le cuentes nada de esto a nadie, me tienes rendida, totalmente entregada, ¿qué más quieres?

-       Al menos que me reconozcas que me has mentido, que el portero quiere seguir follándote, que lo de hoy no ha sido un polvo ocasional.

-       ¡Lo reconozco! ¡no quería que supieras que ese cabrón pretende seguir follándome cuando se le ocurra!

-       Vaya, se ve que no quieres que vea tu móvil, algo guarrillo que me quieres ocultar. Voy a ver si eres una mujer moderna de las que usa su dedito para desbloquear el móvil, además de para otras cositas.

No pudo quedar más asombrada, ni más aterrorizada. Sí, no hacía ni un mes que había hecho la prueba de formatear su móvil para desbloquearlo con su huella dactilar. ¡Sí, era una mujer moderna, para su absoluta desgracia!  Y todo fue muy rápido, cogió su móvil de la mesa y de nuevo quedó a su espalda, y enseguida sin dificultad alguna y sin posibilidad de que ella pudiera resistirse, le agarró el dedo índice de la mano derecha y lo llevó hasta el móvil, hasta el lugar apropiado con el que se desbloquearía y podría acceder a todo su contenido. Y una vez hecho, la cogió por el pelo sin miramientos, la puso de pie y la arrastró hasta el otro lado de la mesa, junto a su sillón, dónde se sentó con su móvil en la mano.

-       ¡Ves qué fácil! Y ahora le voy a quitar el bloqueo de la pantalla.

Horrorizada, de pie junto a su sillón, con los pechos al aire, con ese tanga transparente que dejaba ver sus labios vaginales, humillada y rendida vio cómo manejaba ya su móvil con la mayor confianza, ¡y eso le hizo sentirse infinitamente más desnuda de lo que ya lo estaba! ¡Tenía acceso a todos los mensajes que tuvo que mandar al portero, a todas las fotos que ella se hizo y que él también le hizo en plena calle! ¡lo tenía todo! ¡hasta conocería lo que había hecho a esos malditos agricultores! ¡lo había puesto en uno de sus mensajes!

Se quedó helada, sin capacidad de reacción.  Definitivamente, la vida que ahora llevaba, brillante, lujosa, cómoda, plena de satisfacciones, por la que tanto había luchado casi desde que era una niña, había saltado por los aires.  Ahora todo colgaba de alfileres, ¡hasta su propia libertad! Y ese endiablado equilibrio dependía de que se sometiera a los deseos de dos hombres despiadados, en los que no se podía confiar ni lo más mínimo.  Lo que sí sabía es que, si no los satisfacía, esos hilos quedarían cortados y definitivamente se derrumbaría.

-       Bien, zorrita, dime qué tienes aquí, qué me encontraré si reviso tus mensajes.  Si me convences, si por una maldita vez me dices algo que tenga sentido, de momento no los revisaré. Y ten muy en cuenta que, cuando quieras, pones fin a esto, ahora mismo si me lo pides, llamando a tu marido y contándoselo todo.

Ya no tenía sentido seguir ocultándole la verdad, el motivo por el que el portero la había sometido aquella misma mañana quedaba perfectamente reflejado en los mensajes que tenía al alcance de su mano, y en las fotos que le envió, y por supuesto, en las fotos que se dejó hacer esa misma mañana con su propio móvil, enseñándoselo todo en un lugar público, bien público, que seguro que él mismo identificaría.  Lo cierto es que ni se le había ocurrido eliminar todos esos mensajes, ni se le pasó por la cabeza que pudiera encontrarse en una situación así.  Sí, todo sucedió con tanta rapidez y de forma tan apabullante que le fue imposible pensar con claridad, tomar unas mínimas medidas de seguridad.  Su mente era un hervidero, imposible tomar decisiones acertadas.

Definitivamente derrotada, le contó por fin la verdad, aunque sin explicarle cómo fue descubierta por el portero, diciéndole que se hizo amigo de los agricultores, a los que preguntó por lo que habían conseguido, y que también le preguntó a su secretaria, que solo había visto la sentencia, pero no sabía los detalles del engaño, como era lógico.  Y por supuesto, le contó todo lo que había hecho ese día, que quedaba reflejado perfectamente en su móvil, con todas las fotos que le había hecho.  Ahora estaba ella prácticamente desnuda ante él, que ya le había hecho fotos y que le haría todavía todas las que quisiera, y aunque sabía que la avergonzaría infinitamente que accediera a esas malditas fotos, también sabía que su vergüenza ya no tenía más sentido que martirizarla, pues a nada se podía oponer, los dos hombres a los que se debía someter ya habían visto todo de ella, y verían todo lo que quisieran, sin límites, sin restricciones. No tenía ya nada que esconderles de su cuerpo, y por desgracia, tampoco de su historia.

-       Vaya, vaya, parece que por fin me estás contando algo con sentido. Quizá le eche un vistazo a esas fotos, por no decir que me muero por verlas, pero como te has sincerado, cumpliré con lo prometido. Claro que has quedado en evidencia como lo que realmente eres, una zorra embustera, tal como me imaginé desde que te vi con esas bragas y me contaste esos embustes. Y solo has confesado cuando sabías que, de todas formas, me iba de enterar de todo, no es que se trate de un arrepentimiento espontáneo. Ese culito tuyo merece un castigo, ¿a qué sí?

No iba a discutir precisamente por tan humillante castigo, ya estaba rendida, y sabía cómo tenía que contestarle, sabía lo que esperaban de ella  esos dos monstruos.

-       Sí, Don Roberto, pero por favor, lo tengo ya escocido, te suplico que me perdones esta vez. No te volveré a mentir.

Tenía que hablarle así, de esa forma humillante, realmente se sentía ya sometida.

-       ¿No te han enseñado a pedir perdón de rodillas?  Es lo suyo.

Con sus senos desnudos, al alcance de su mano, con su sexo depilado solo cubierto por una ligera tela transparente, con el liguero y las medias que le daban un aspecto de fulana, y esposada, se arrodilló.

-       Perdón, Don Ricardo, por mentirle. Haga lo que quiera conmigo, pero por favor, no me azote por mis mentiras, no volverá a ocurrir.

-       Esto ya está mucho mejor. Bien, ahora empieza lo bueno, espero que no me des motivo de queja, porque ya no tendré más contemplaciones.

¡Como si hubiera tenido alguna contemplación con ella! Y desde luego, no se quejaría, sabía ya amargamente las reglas, el dicho se cumplía, la letra con sangre entra.

4

No lo vio hasta que se lo puso.  No quería levantar la vista del suelo, arrodillada ante él. Supo que había recogido algo del cajón por el ruido, notó como le recogía la melena, dejándola caer en uno de sus hombros, y luego sintió el cuero alrededor del cuello, y cómo él lo apretaba al cerrarlo con una hebilla. Le había puesto un collar.

Si, se lo había dicho, compró los avíos para una sesión de sado pensando que su novia se excitaría con la idea, y como se negó en rotundo, ahora los usaría con ella, ¡vaya suerte!.  Ya había probado la fusta, y las esposas, y ahora tenía puesto también el collar. Quedaba la cadena, y algún artilugio más que se le hubiera ocurrido.

Desde luego, nunca había ni imaginado tener una sesión de sado, o de dominación, con su marido, nada proclive a los experimentos, como supo bien pronto. La intimidad física que compartían desde hacía años tenía unos límites invisibles pero infranqueables, y de hecho, aunque ya estaban acostumbrados a verse desnudos, todavía existía un manto de pudor en sus relaciones, una zona de peligro que no se atrevían visitar, aunque ella no podía saber si él se reprimía ciertas fantasías o sencillamente no las tenía, no deseaba otra cosa que una práctica sexual normal, sin sobresaltos, con posturas y escenarios ortodoxos.  De hecho, tampoco se contemplaban el uno al otro desnudos con delectación, sino más bien de forma furtiva, y muy a menudo hacían sus ejercicios sexuales arropados por las sábanas y mantas y sin ninguna luz.  Ciertamente, a ella sí le apetecía ciertos excesos, y le hubiera encantado que su marido la hubiera sorprendido con una fusta, unas esposas, un collar, una cadena, y que la hubiera azotado con la fusta, esposado las manos con las esposas, y arrastrada como una perra con el collar y la cadena.  Habría sido excitante, morboso, una forma de salir de la rutina sexual, y desde luego, tenía claro que el amor y el deseo perverso no eran incompatibles, como también tenía claro que a su marido le incomodaba salirse del guion, y ni siquiera le atraía el sexo oral, de ninguna de sus excitantes formas. Pero desde luego, con todas las limitaciones, disfrutaban apasionadamente de sus cuerpos cuando tenían ocasión, y nada tenía que reprocharle, no podía ser más atento con ella, siempre pendiente de que obtuviera el máximo placer posible.

Pero ahora iba a salir bruscamente de la rutina, y sin que importase su voluntad, ni su deseo, en el lugar que menos hubiera esperado, en el despacho del amigo de su marido y socio en el asunto de Shariff.

-       Te sienta bien el collar (otra vez había vuelto a su sitio, al sillón, enfrente de ella, regodeándose de la situación). Sonríe, por favor.

Más fotos, ya casi ni le importaba, sonreía como una estúpida, sin sentimiento, pero sin limitarse a estirar los labios, la sonrisa forzada que casi por instinto se esboza para salir guapa en una foto con amigas, aunque una esté enfadada con ellas.

-       Me gusta esa sonrisa, vas a estar monísima en estas fotos, un bonito recuerdo.  Bien, tengo la polla que me va a reventar, así que vamos a empezar por una buena mamadita, espero que te esfuerces, a tu marido seguro que no se la chupas, pero al pedrito se la habrás chupado ya más de una vez, y seguro que no fue el primero. Como me jodas con esto, ya sabes lo que hay.

Sin prisa, sin pudor, sin vacilación, sin el menor escrúpulo, a menos de un metro de ella, se quitó los zapatos, los calcetines, el pantalón y, por fin, sus calzoncillos blancos impolutos de estilo deportivo, surgiendo de repente ante sus ojos un nuevo miembro viril en todo su poderoso esplendor, ya totalmente erecto, con su glande rosado apuntando directamente a sus ojos. Aunque había mantenido la mirada fija en el suelo durante el deliberadamente lento proceso de despojamiento de su vestimenta de cintura para abajo, cuando vio los pantalones deslizarse por sus piernas no pudo evitar mirarle los calzoncillos, y especialmente, ese delicioso bulto indomable que tanto le gustaba apreciar en el caso de su marido, anuncio irrefutable de que la posesión y el placer estaban ya próximos. Y cuando vio los calzoncillos en el suelo, no pudo evitar levantar de nuevo la vista, para contemplar ese instrumento ancestral del placer ante el que no podía mostrarse indiferente ni en tan humillante ocasión, sin poder evitar un estúpido sentimiento de orgullo por ser ella misma la que había provocado semejante erupción volcánica, sintiendo a la vez, malditamente, una irreprimible  atracción por la física, la química y la alquimia que exhibía y anunciaba semejante prodigio diabólico con la que la naturaleza había dotado al hombre.

Sí, cierta estúpida fascinación sintió de nuevo al ver otro miembro viril a escasos centímetros de sus labios, el bálano sonrosado tentadoramente próximo a su boca, y aunque no mejoraba en nada lo que había visto hacía solo unas horas, no por eso podía evitar sentir una innegable y odiosa vibración en su cuerpo que anunciaba lo que no hubiera querido mostrarle precisamente a ese nuevo torturador. Y cómo no, la pregunta se hizo inevitable, solo que ahora ella no pensaba más que en satisfacerle y acabar con la agonía lo antes posible, dada la nula posibilidad de escapar a su destino.

-       Veo que te gusta mi polla, ¿a que sí?

-       Sí, tienes una buena polla... Don Roberto, estoy deseando probarla ya (tenía que animarlo para terminar cuanto antes).

-       Ya la probarás, no te preocupes. Es la segunda polla que ves hoy, ¿eh? Bueno, o la tercera. ¿Le viste esta mañana la pollita a tu maridito?

Quería prolongar su agonía, su humillación, y no había forma de evitarlo.

-       No, por las mañanas no tenemos tiempo de nada.

-       ¿Y se la chupaste al portero, no? Eso no me lo negarás.

-       Claro que no, se la tuve que chupar, hizo conmigo lo que quiso.

-       ¿Y te comió el coño? Supongo que para eso te ordenó depilarte el chochito.

Con aquel falo casi a la altura de su boca, a centímetros de sus labios, casi desnuda delante de su querido compañero Roberto, esposada, no le quedaba otra que mantener la humillante conversación que le proponía su nuevo chantajista.

-       Pues la verdad es que eso no, me la metió por delante y por detrás… bueno, por el culo no, ya sabes, y se la chupé, pero se le hizo tarde y no me lo comió, supongo que no me libraré, de todas formas.

-       De hecho, yo sí que pienso comerme ese chochito. ¿Tu marido te lo ha comido alguna vez? Seguro que no, es demasiado soso.

-       Pues no, tienes razón, no le gusta.

-       ¡El se lo pierde, el muy capullo!  Bueno, me gusta la idea de comerme el chochito de su mujer, después de que el muy cabrón se lo comiera a mi antigua novia, porque a ti no te habrá comido la almejita, pero a la novia que me levantó sí que se la comió, el muy cabrón, se la comió enterita, y me lo contó ella misma, cuando el capullo la dejó después de habérsela follado, era un buen prenda.

No se iba a creer semejante historia, aunque no pudo dejar de sentir una punzada de rabia ante la mera posibilidad de que tal cosa fuera cierta, que a otras mujeres le hubiera hecho lo que a ella ni había intentado.  Pero no, no iba a creérselo en semejante situación, solo pretendía humillarla, no podía ser de otra forma.

-       Bueno, abre tu boquita, saca bien la lengua y mírame a los ojos, quiero hacer unas fotitos dónde se vea mi polla sobre tu lengüecita, y luego cómo te la metes en la boca, y cómo la chupas.

Era más perverso todavía que el portero, si es que tal cosa era posible, y por supuesto ni protestó. Abrió su boca, sacó la lengua, lo miró a los ojos, y él depositó tiernamente ese glande, ya húmedo con los primeros destellos del líquido preseminal, en su lengua, y una vez depositado el aparato, con su móvil empezó a hacerle más humillantes fotos, sin que ella dejara de mirar su maldito móvil.

-       Ahora métetela en la boca, despacito… así… muy bien… eso es… mira a la cámara… así, y ahora te quedas quietecita, sin dejar de mirarme.  Quiero que se te vean bien esos ojos tan bonitos que tienes, y esa naricita tan bien proporcionada, y mi rabo dentro de tu boquita.

Sí, hizo todo lo que le ordenó, cerrando su boca para atrapar el glande de su nuevo amo y de la forma que él quería, sin dejar de mirar ni un segundo su móvil desde el que no dejaba de hacerle fotos, y menudas fotos, no quería ni pensarlo. Otra vez, rendida, vencida, sometida, y diabólicamente excitada por ese grado extremo de humillación.  Y el hecho de estar esposada todavía le añadía una inaudita excitación al momento, pues retrataba su pleno y total sometimiento.

-       ¡Las ganas que me dan de mandarle estas fotitos a tu maridito! (terminó por fin la sesión de fotos, dejando el móvil sobre la mesa) Solo dame un maldito motivo y te aseguro que se las mandaré al instante, y me correré de gusto, como me voy a correr ahora en tu linda boquita (y dicho esto, le agarró del pelo con las dos manos para dirigir libremente los movimientos de su cabeza, y por tanto, de su boca).

No pensaba que pudiera espantarse ya con nada de lo que le dijera Roberto, pero aquellas palabras, dichas con esa rabia, denotaban un profundo rencor contra su marido, que no hacía más que complicarlo todo, si es que era posible.  Y esa amenaza era todavía más terrible que las que le había hecho el portero, no podía ni imaginarse el terrible dolor que le ocasionarían a su marido recibir semejantes fotos, y ahora ella, con su miembro en la boca, y agarrada por el pelo, no podía ni protestar.

Y al instante empezó a deslizar sus labios arriba y debajo del rugoso tronco de su verga, dirigido por él, aunque sin empeñarse en penetrarla hasta el fondo, lo que no habría soportado. Y en cuanto comprobó que ella no oponía resistencia alguna, dejó que ella misma siguiera con la felación, aunque siguió cogiéndole del pelo con una de sus manos.  Y por supuesto tuvo que saborear su líquido presiminal mientras deslizaba una y otra vez los labios por su verga.

-       Así…. muy bien… la chupas muy bien, zorra… así… ahora lame la punta de la polla (agarró su miembro con la mano, se la sacó de la boca, y ella tuvo que pasarle la lengua por el glande, ya con ese maldito líquido viscoso humedeciéndolo todo)… así… eso es… lámeme toda la polla... así (mientras ella siguió dando lengüetazos al bálano, y mientras paseaba la lengua por toda su verga, él volvió a coger su móvil, y supuso que ahora para hacer un vídeo mientras le seguía lamiendo el falo en toda su extensión) y ahora otra vez dentro… (con una mano sujetó de nuevo su miembro para facilitarle que pudiera obra vez engullirlo, sin dejar de grabar la faena con el móvil, agarrado con la otra mano) así… hummmm…. la chupas de maravilla…

Y entonces dejó su móvil por fin, le volvió a agarrar la cabeza, deteniendo sus movimientos, para ser él el que la penetrara frenéticamente con su verga la boca, aunque por fortuna sin pretender introducírsela en toda su extensión, pero sin darle respiro, haciendo que empezara a salivar en abundancia. Y aunque se temió que pretendiera alcanzar el orgasmo en su boca, descargar todo su esperma dentro de su boca para obligarla a tragarse hasta la última gota, aliviada vio que no era ese su plan, pues finalmente retiró el pene de su boca, para manejarlo con su propia mano, si bien pronto supo que no con la idea de poseerla de una vez, y poner fin a su tortura, sino todo lo contrario, con la finalidad de continuar con su humillante tortura.

-       Ahora, zorra, abre bien la boca y saca tu lengüecita, porque me voy a correr en ella, y en tu cara, y en tus tetas, y nada de apartarte, quiero ver mi leche en tu boca, en tu cara, en tus tetas, en tu cuerpo. Y en cuanto me corra, te quedas tal cual, no te tragues mi leche hasta que yo te lo diga, porque quiero retratarte así, llena de mi leche. ¡No me vayas a joder! (y mientras le hablaba no paró de masturbarse).

Anonadada, casi hipnotiza por el frenético movimiento de esa mano viril manejando con pasmosa brutalidad el tronco rugoso de su poderoso falo, y casi esperando ansiosa el momento preciso en el que aquel líquido ya seminal saliera despedido febrilmente de su glande, realmente no se sintió ni sometida,  ni  tan siquiera humillada, sino inexplicablemente ansiosa y excitada por contemplar por primera vez en su vida ese momento espectacular de la expulsión  apoteósica del semen en el momento del orgasmo.  Y sí, permaneció impasible,  con la boca abierta y la lengua fuera, arrodillada ante él, a escasos centímetros de esa verga agitada febrilmente por la mano de su dueño, esperando ansiosa recibir su esperma, y realmente no solo por la orden recibida, sino por la fascinación que en esos momentos sentía ante la contemplación de la frenética masturbación de ese pene que acababa de tener en su boca, fascinación acompañada por la inevitable excitación que no podía ni remotamente evitar, pues nunca se había visto en una situación tan erótica, aunque ciertamente no mucho menos erótica que fue la situación que vivió en aquel portal, hacía solo unas horas.

Y el momento llegó, la primera salva le inundó la boca, el perverso compañero y ahora amo y señor de su cuerpo apuntó con endemoniada puntería para asegurarse de que no se librarse de una buena ración de esperma, que desde luego siguió brotando con fuerza, pero ahora ya estampándose contra sus párpados, que rápidamente cerró para evitar que le alcanzaran los ojos, contra sus mejillas, contra sus pechos, dirigiendo él el chorro a dónde tuvo por conveniente, sin que ella se moviera ni un centímetro, más allá del movimiento instintivo que hizo para evitar que le alcanzara los ojos, permaneciendo con la cabeza alta, la boca abierta, erguida, recibiendo finalmente ese cálido y espeso líquido en todo su cuerpo, mejillas, boca, cuello, pechos, y realmente parecía que no tenía fin, que esa poderosa verga nunca dejaría de emitir su volcánico semen.

-       ¡Sí, sí, siiiiiií! ¡Que gustoooo!¡Toma mi leche, zorraaaa!¡Asiiií!

No dejó de agitar su pene para inundarle de su semen, hasta que fue evidente que todo había sido definitivamente expulsado. Y ella no se atrevió a meter la lengua en la boca, ni a cerrarla, siendo evidente que todo el semen que había acabado en su boca sería perfectamente visible, al igual que el que sentía deslizarse por la frente, las cejas, las mejillas, los labios,  los senos, el estómago, los muslos. Y al semen se unía la saliva que había expulsado desde su boca cuando tuvo aquello en su interior.  Y no pudo evitar pensar lo delicioso que hubiera sido para ella que ese semen la hubiera inundado procedente del falo de su marido, al que se habría abrazado ardientemente cuando se hubiera rendido en el sofá de su casa, y con el que habría  disfrutado en la ducha dejando que él le limpiara su cuerpo de arriba abajo para para eliminar los restos de la pasión.

Pero no, no era el semen de su marido el que reposaba en su lengua, en sus mejillas en sus senos, y una vez más, pese a ello, no podía evitar sentirse endiabladamente excitada por tan humillante situación. Y todavía tuvo que soportar estoicamente esa situación durante unos minutos, mientras él se recuperaba de su salvaje orgasmo mirándola con deleite, permaneciendo ella con la lengua fuera y la boca abierta, y con el semen chorreando en todo su cuerpo, y listo para ser tragado y digerido el que permanecía en su lengua y en su boca, y también en los labios. Y por supuesto, dispuesta a ser fotografiada de nuevo con todo aquel semen bien visible por todo su cuerpo, pues no podía ni imaginar lo que aquel diablo podría hacer si le privaba del placer de retratarla de esa guisa, habiéndole amenazado con enviar las cada vez más comprometidas fotos a su marido.

-       ¡Uffff! ¡Ha sido bestial! ¡quién me iba a decir cuando fui a tu despacho esta mañana que esta misma tarde me correría en tu puta boca! Todavía casi que no me lo creo, es bestial. ¡Y qué gusto me da verte regada con toda mi leche! ¡me encanta verte así de guarra!

Y empezó con las malditas fotos, y dándole nuevas órdenes.

-       Vamos, saca más la lengua, que se vea bien mi leche…. (fotos y más fotos) espera… ahora voy a hacerte un vídeo también…. Hummm, menuda guarra, vamos, ahora trágate mi leche… vamos… eso es… y mira, mis pies se han llenado también de mi puta leche, lámelos…

Sin posibilidad alguna de resistirse, anulada su voluntad, sometida, se tragó su semen junto a cualquier resto de orgullo mientras la grababa, un trago que no pudo ser más agrio, por el sabor y por la grabación, pero que soportó al igual que soportaba el mal sabor de algún jarabe, haciendo de tripas corazón, y ni siquiera podía decir que se sintiese asqueada, sino totalmente integrada en su papel de sumisa, sintiéndose una sumisa, y excitándose por ser una maldita sumisa. Y por esa misma razón no dudó en agacharse lo suficiente para lamerle los pies, ¡para lamerle los pies a su compañero Roberto! ¡Al amigo de su marido Roberto! ¡A su socio en el asunto de Shariff,  Roberto! ¡en su despacho! ¡en el mismo lugar en el que dentro de unas horas recibirían a su común cliente Shariff!

-       Y ahora limpia mi polla, zorra.

Ya se había tragado su semen, ya le había lamido los pies, recogiendo todavía más semen, y de hecho ya tuvo su maldito líquido preseminal en su boca, no tuvo ni el menor problema en utilizar su lengua y sus labios para limpiárselo, con la dedicación y esmero que él pretendía.

-       Bien, zorra, esto ha estado muy bien. En pie.

Sin miramientos le agarró de nuevo del pelo para ponerla de pie, y sin que supiera de dónde salió, su torturador le enganchó la cadena en su collar, dejándola caer entre sus pechos.

-       ¡Qué mona estás llena de mi leche y con esta cadenita! (más fotos). Y ahora te quitaremos esas braguitas tan sexys, espero que no le moleste al portero (tiró del elástico con fuerza inaudita hasta romperle y arrancarle literalmente el tanga, no sin hacerle daño, nada comparado con lo que llevaba sufriendo, y sorprendiéndose de la excitación que le provocó su forma violenta de arrebatarle el tanga). Vaya, si que te han depilado bien el coñito (más fotos).  Date la vuelta, quiero verte el culito (al instante se dio la vuelta, mostrándole sus espléndidos glúteos, fruto sin duda del esfuerzo dietético y del físico)… sube un poco las manos, que te lo vea bien… así... ¡Menudo culo, joder!  Le vamos a poner este taponcito tan mono, aunque antes abre bien la boca, la verdad es que estás muy calladita pero no quiero escucharte durante un buen rato.

Y le colocó otro maldito artilugio, una mordaza con una bola roja que, afortunadamente, era elástica y no demasiado grande.  Se la apretó bien, aunque morderla resultó un alivio, si bien ya no era posible articular palabra alguna que fuera entendible.

-       Ahora vuélvete (más fotos), así me gusta, calladita. Pronto se te caerá la baba, pero ya tienes baba en tu cuerpecito, y mi leche.

La agarró de la cadena y la arrastró hasta la mesa redonda de reuniones.  La obligó a inclinarse hasta que su mejilla quedó aplastada sobre ella, todavía esposada, aunque ya completamente desnuda, salvo las medias, el liguero y los zapatos de tacón.

-       Bien zorra, ahora abre bien las piernas.  Te voy a poner el tapón anal de tu portero, quiero verte con él puesto.

Y ahora ya sin dilación, y por supuesto sin el menor cuidado, le introdujo un dedo en su ano que la hizo gritar de dolor, aunque sordamente debido a la bola de la mordaza que le llenaba la boca. Y una vez introducido el dedo en su integridad, lo movió a su antojo, sin importarle el dolor causado, lo sacó y lo volvió a meter, una y otra vez, cada vez con más frecuencia, cada vez más frenéticamente, consiguiendo que el dolor y la excitación, inexplicablemente, se mezclasen de forma salvaje en su cuerpo, provocando que de su boca salieran gritos y gemidos mezclados, aunque apagados por la maldita bola, que no podía más que morder con fuerza, y supo enseguida que, por primera vez en su vida, si aquel hombre no le ponía freno, alcanzaría sin remedio su primer orgasmo por una sorpresiva penetración anal.

Pero totalmente entregada y excitada, cuando ya vislumbraba el inevitable e inesperado orgasmo, no tuvo esa suerte, enseguida notó que, en lugar de su dedo glorioso, le introducía en su ano con pasmosa facilidad el tapón anal, lo que ahora le resultó insospechadamente placentero, aunque sin dejar de sentir la frustración por el final abrupto de la inesperada penetración anal con un maldito dedo de su opresor.

-       Qué buen culo tienes, jodida, y qué bien te queda el tapón, este Pedro es un artista.  Y ya he visto que te ha gustado que te metiera el dedito en el culito, no me podía imaginar que fueras tan zorra.  Ahora unas fotitos más, mira otra vez a la cámara, ya sabes, sin moverte mucho, para que se vea que el taponcito es tuyo.

Ya babeaba con toda claridad, y sintiéndose realmente sucia, hizo lo que se le mandó, viendo a su nuevo amo con su falo que de nuevo empezaba a sobresalir, ganando otra vez tamaño, peso y fuerza.  Increíblemente, la escena se repetía, era la segunda vez en unas horas que la protagonizaba, con dos hombres distintos, y ninguno era su marido.

-       Se ve que te gusta mi rabo, no le quitas el ojo.  Venga, ahora incorpórate, pero sin cerrar las piernas, quiero verte con las piernas bien abiertas, para poder tocarte el coño cuando me apetezca. Y sube un poco las manos, que me dejen ver bien tu culito.

Todavía no se podía creer el grado de excitación al que había llegado con ese maldito dedo de su nuevo macho, y sin duda también por estar completamente desnuda ante ese hombre, esposada, con un collar al cuello del que colgaba una cadena, con una mordaza de bola en la boca,  babeando, mientras era penetrada brutalmente por ese dedo inmisericorde, gritando de dolor y gimiendo de placer. Se incorporó, mantuvo sus piernas abiertas, elevó las manos esposadas para que pudiera ver bien su tapón anal, sus glúteos. Y supo que pronto él comprobaría el desastre, que su sexo estaba no ya húmedo, sino mojado, con todos sus labios vaginales abiertos de par en par.

Y claro, no se equivocó, le hizo fotos, de nuevo la obligó a girarse lo suficiente para mirar a la cámara, y de nuevo inevitablemente miró y admiró esa verga esplendorosa que tenía entre las piernas. Y entonces lo vio acercarse, sintió sus dedos deslizándose por sus labios vaginales, comprobando su humedad, su humillante excitación. Y la giró, para hacerle nuevas fotos, para retratar esa insumisa excitación que no podía controlar y que abría totalmente su sexo.

-       Joder, sí que te ha puesto caliente, ese chochito me lo voy comer enterito ahora mismo.

Ahora lo tenía enfrente, lo vio acercarse con decisión, blandiendo su falo, todavía recuperándose de su orgasmo, aunque ya extendido, ya otra vez manifestando el deseo que le provocaba su delicioso cuerpo femenino.  La cogió por la cintura y la sentó en la mesa de reuniones, le abrió las piernas, colocándoles los pies en los asientos de dos de las sillas que utilizarían para la reunión con Shariff. Y expuesta de esa forma de nuevo otra sesión de fotos,  sentada en la mesa, completamente desnuda,  con las piernas totalmente abiertas, su sexo igualmente abierto, sus pechos desnudos con los pezones que le dolían de lo que habían encogido, los zapatos de tacón en los asientos de dos sillas suficientemente separadas,  con esa maldita mordaza en la boca, con el collar rodeándole el cuello y con la cadena entre sus pechos, para luego rodear su cintura y reposar sobre la mesa, para que no impidiera la perfecta visión de su sexo abierto. Y ahora no podía más que sentirse orgullosa de sus pechos, de sus muslos, de esa ausencia estudiada y precisa de cualquier rastro de grasa en ninguno de los rincones de su cuerpo, que provocaba el inevitable y continuo deseo de esa verga espléndida.

Y ahora él se acercó, se arrodilló, le agarró las nalgas para acercarse a su boca sus labios vaginales, y de una forma que nunca habría soñado, esos labios masculinos y esa lengua deliciosa iniciaron una serie interminable y lujuriosa de besos y lamidas sin la menor muestra de repugnancia por los fluidos que, inevitablemente, empezaron a brotar de forma imparable. Y sentir aquel maldito tapón anal no hacía más que aumentar su placer, gimiendo sordamente sin remedio, con la saliva brotando de su boca incansablemente, con la bola furiosamente mordida de puro placer, totalmente desatada.

Y cuando ya el orgasmo había empezado a apoderarse de ella su maldito maltratador se apartó bruscamente, sin duda con el firme propósito de frustrar su placer, de que ella misma fuera plena y cabalmente consciente de que no solo estaba siendo sometida, sino que deseaba con la mayor intensidad ser sometida, ¡y otra vez caía ella en esa trampa que también le tendió el portero! ¡en aquel momento deseaba con la mayor intensidad que él volviera a besarle y lamerle su sexo! ¡y deseaba ser poseída de una maldita vez por su verga poderosa! Y desde luego no pudo evitar sus gestos de desesperación al verle otra vez de pie, cogiendo otra vez el móvil para seguir haciéndole fotos, o quizá un vídeo, con su sexo ya totalmente inundado por los flujos vaginales a la vista de su maltratador, a la vista de su móvil, deseando ella ardientemente que dejara de hacerle fotos, pero no por vergüenza, sino para que continuara cuanto antes  con la tarea que con tanta pasión desbordante e irresistible había empezado.

Y para su sorpresa, ahora se acercó a ella otra vez, blandiendo de nuevo su amenazante y seductor falo, pero para quitarle la mordaza, sintiendo a la vez la frustración por quedar insatisfecho su irresistible deseo de ser otra vez besada en su sexo, y el alivio por poder al fin respirar sin obstáculos y cerrar de una vez su boca.  Claro que sin duda no le quitó la mordaza para aliviarla, sino para oírle suplicar que continuara con sus irresistibles lamidas en esa zona tan sensible y húmeda de su cuerpo ya rendido.

La dejó recuperar el aliento, en esos momentos sentía una sed terrible, necesitaba beber agua, pero no estaba precisamente en condiciones de pedirle que le trajera un vaso, y no quería que aquello se detuviera, quería seguir arrastrándose por el camino del placer. Y por supuesto, ocurrió lo esperado.

-       ¿Te ha gustado cómo te he comido el coño, zorra?  No veas cómo gemías, te hubieras corrido en mi puta boca si llego a seguir un segundo más comiéndotelo.

-       Siiii, me lo has comido de puta madre, joder, nunca nadie me lo había comido nadie de esa forma, pero me has dejado con las ganas, cabrón, cómeme el coño otra vez, por favor, termina la faena, no puedo estar más caliente.

Hablaba sin tapujos, decía lo que en ese momento sentía, y no podía creerse lo que estaba diciendo.

-       Pues me temo que te vas a quedar con las ganas. Ahora te la voy a meter hasta el fondo.

Y ahora ya con su pene otra vez erecto, plantado delante de ella, entre sus piernas que seguían abiertas, totalmente abiertas, cómo su sexo, vio fascinaba cómo dirigía su glande directamente a su sexo, con desesperante lentitud, y vio cómo lo deslizaba entre sus labios vaginales abiertos y húmedos, con parsimonia, deleitándose con el impensable poder que ahora tenía sobre ella, con su sometimiento, con el hecho de que pudiera restregar su verga en el sexo abierto de la mujer de su amigo Sebas, el que poseyó impunemente a su primera novia para quitársela, de la abogada altiva que pugnaba con él abiertamente por conseguir el poderoso cliente que compartían.

-       ¿Te gusta mi polla, Marta?

-       ¡Me encanta tu polla!

-       ¿Quieres que te la meta? (no podía dejar de mirar ese glande restregándose entre sus labios vaginales, lo deseaba, deseaba ser penetrada, deseaba besar otra vez ese glande, deseaba ser poseída, simplemente era otra mujer, no se conocía).

-       Siiii, jódeme, jódeme por favor, quiero que me metas tu polla, que me la metas entera, me la metería yo si pudiera.

Y fascinada, y totalmente excitada, contempló cómo aquel glande sonrosado que había alojado en su boca hacía unos minutos, con desesperante lentitud, con pasmoso dominio, desaparecía en el interior de su vagina, y luego el rugoso tronco, quedando toda su verga durante unos interminables segundos allí dentro, unos interminables y deliciosos segundos.

-       ¿Sientes mi polla en tu coño? ¿Te gusta sentirla en tu coñito?

-       Sìiii, me gustaaaa… quiero que me folles, fóllame, me estás volviendo loca… fóllame por favor…

Agarró sus nalgas, y con su desesperante lentitud, inició el ancestral movimiento pélvico de la posesión, sintiendo ella con toda precisión como su verga entraba y salía de su sexo, anhelando que iniciara el frenético movimiento que la llevaría al más devastador orgasmo. Y sí, inició el frenético movimiento, haciéndola vibrar, haciendo vibrar la mesa, las sillas, toda la habitación.  Pero la inundó otra vez de semen y de broncos gemidos antes de que ella pudiera tan siquiera sentir que alcanzaba su cima, para su desesperación.

-       ¡Sigueee! ¡Por favor! ¡No pares ahora! ¡Fóllame! ¡No me dejes así!

Se desesperó, no podía desear más estallar de placer, y se quedaba otra vez frustrada a las puertas del orgasmo.  Sí, otra vez la dejaba a las puertas del orgasmo, con la miel en los labios, y probablemente a propósito, para que volviera su suplicarle que terminara el trabajo, que volviera a penetrarla hasta que por fin consiguiera su merecido orgasmo.

Rendido después de haber llegado de nuevo a la cumbre del placer, la abrazó por la cintura, apoyó su mejilla en uno de sus muslos, respiró abruptamente para recuperarse, mientras ella, impotente, esposada, no podía hacer nada más que contemplar su frustración como si de otra persona se tratara.  Y lo que pasó entonces no la pudo dejar más sorprendida, si ya no se reconocía en la mujer que se entregó al portero en un lugar público, o que disfrutó con una inaudita intensidad por ser poseída en su propio despacho, ahora escaló un grado más, si era posible, en el camino de la degradación que había iniciado aquella misma mañana.

Cuando se recuperó, el maldito bastardo le quitó las esposas (la incomodidad de permanecer tanto tiempo con las manos a la espalda se había compensado ampliamente con la terrible excitación de sentirse dominada, sometida, una excitación incomprensible, que aquella misma mañana, antes de salir de su casa, ni remotamente pudiera haberse imaginado), y también la cadena.  Con sus manos libres las posó de inmediato en la mesa, recostándose ligeramente, sintiendo un inmediato alivio por la comodidad de la nueva postura, pero sin atreverse a mover sus piernas, y realmente, sin la menor intención de moverlas, deseando provocarle una nueva erección.  Pero lo que él le dijo, y lo que hizo ella, la dejó totalmente desconcertada, era una extraña para ella misma.

-       Verás, Marta, me temo que de momento no vas a tener más polla, por muchas ganas que tengas, pero no quiero dejarte así, tan caliente, deseando correrte, no soy tan cabrón, si quieres mastúrbate, estás en una posición muy cómoda para hacerlo, y yo te haré un bonito vídeo mientras lo haces. Pero por una vez yo no te obligo, hazlo si quieres,  de verdad, tú misma. Y si no quieres, pues te bajas de la mesa y te pones a  cuatro patas, que quiero darte un paseíto por el despacho como si fueras mi perrita, bueno, de hecho ya eres mi perrita. Bueno, que te conste que  a cuatro patas te voy a poner te masturbes o no, no me voy a privar del placer de verte en pelotas dando un paseíto a cuatro patas por todo mis despacho.

¡Masturbarse delante de él! ¡En su despacho! ¡Completamente desnuda! ¡Encima de la mesa que en unas horas utilizarían para la reunión con el cliente que compartían! ¡Y siendo grabada mientras lo hacía!  ¡Cómo podía él imaginarse que haría tal cosa sin estar obligada! ¡Exhibirse voluntariamente de esa humillante forma ante él! ¡Era impensable!. Pero por suerte se lo había dicho bien claro, esta vez podía elegir.

Pero ocurrió lo impensable. No dudó ni un segundo, no fue realmente una decisión, no tuvo conciencia alguna de que hubiera sopesado tan siquiera la mera posibilidad de renunciar al placer para evitar una nueva humillación, para evitar que la grabasen mientras se masturbaba en el despacho del amigo de su marido, simplemente deslizó un dedo entre sus labios vaginales mirando a su nuevo amo directamente a los ojos, lo movió suavemente para acariciarse su su sexo, se penetró con él la vagina, lo volvió a deslizar entre sus húmedos labios vaginales, lo acompañó de otro dedo, los deslizó lentamente, sin importarle ni lo más mínimo que él empezara a grabarla.

-       ¡Guaaaau! ¡Vaya espectáculo! Te follaría ahora mismo otra vez si no fuera porque quiero hacerte el vídeo.

Mirando desafiante a ése móvil que por enésima vez la enfocaba, siguió deslizando sus dedos por sus labios vaginales, siguió introduciéndolos en su vagina, y poco  a poco, disfrutando cada instante, fue deslizándolos cada vez con más ritmo,  sin dejar de mirar la cámara que la estaba grabando,  desafiante, mostrándole su sumisión, su absoluta sumisión, moviendo cada vez con más ritmo sus dedos, jugando con su clítoris, llevándose esos mismos dedos a su boca, chupándoselos, y volviendo a deslizarlos, ahora ya con ritmo intenso, y luego frenético, sintiendo además que el tapón anal lejos de suponer una molestia contribuía también a aumentar si cabía el placer que la estaba invadiendo,  y ya no pudo mirarlo, ni mirar nada, solo sentir un embriagador placer devastador, sin poder evitar los continuos gemidos, hasta que simplemente explotó, gritó, cerró sus piernas por fin, se tumbó en la mesa, se acurrucó encima de ella, y descansó por fin, respiró con toda intensidad para recuperar el ánimo, estaba simplemente ahíta de placer, una vez más, ese mismo día. Increíble.

-       Sí, descansa, te lo mereces.

No es que fuera muy cómodo estar tumbada en la mesa, desnuda, acurrucada, pero agradeció esos breves minutos en los que pudo descansar de tanta imprevista y brutal agitación, consiguiendo que su mente permaneciera en blanco, única forma de conseguir esa impagable sensación de descanso.

Realmente no supo los minutos que pasaron, ella misma se incorporó por fin, se bajó de la mesa, y sin tan siquiera preguntar, sin recibir indicación alguna, una vez en el suelo se arrodilló otra vez, para acto seguido apoyar también las manos en el suelo, lista para pasearse a cuatro patas por el despacho de su compañero Roberto, el amigo de su marido, su socio en el asunto del cliente que compartían, con el que se reunirían allí mismo en apenas unas horas, esperando nueva orden.  Y de esa guisa, no podía dejar de sorprenderse de que, sin la menor vacilación, sin recibir ninguna orden, con plena y absoluta libertad, se masturbara desnuda, con las piernas totalmente abiertas, delante de Roberto, mientras le grababa. No tenía excusa alguna, no se lo pudo decir más claro, no tenía obligación alguna de hacerlo, le dejó plena libertar para negarse, pero lo hizo, y lo hizo porque deseaba intensa y desesperadamente llegar al orgasmo delante de ese hombre, mientras le grababa. No había otra explicación.

Y a cuatro patas, al lado de la mesa de reuniones, y también de la mesa de Roberto, esperó instrucciones. Y llegaron.

-       Vaya, Marta, de verdad que no me esperaba que te masturbases en pelotas delante de mí, cada vez que vea ese vídeo me pondré a cien, vaya calentura que tenías. Pero bueno, ya nos queda poco, por desgracia, tenemos que preparar la reunión.  Verás, te adelanto que no quiero que te limpies, quiero que te vistas en cuanto demos el paseíto.