Los riesgos insospechados de la ambición (17)
El origen de la degradación de Marta. Después de entregarse al portero, otro hombre consigue chantajearla.
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Vaya, Marta, me la has chupado de miedo, y desde luego estabas más caliente que yo, que ya es decir. ¿O me lo vas a negar?
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No, me pusiste a cien allí dentro, es la verdad. Y ya te dije que te dejaría satisfecho, ¿o me vas a negar tú que no ha sido un buen polvo, y una buena mamada? (tenía ya muy claro que era suya, que le convenía tenerlo siempre contento, y era fácil imaginar cómo contentarlo).
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¿Y de verdad crees que serás capaz de hacer todo lo que yo te diga?
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No tengo otra opción, ¿no?, porque no me apetece nada que me denuncies, como bien has visto. Solo espero que cumplas con tu promesa, nadie se tiene que enterar de esto, debe quedar entre tú y yo.
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Desde luego mientras sigas follando tan bien como lo has hecho hoy, puedes estar segura de que haré todo lo posible para que nadie se entere de lo nuestro. De hecho, estoy tan satisfecho que ya estoy pensando en repetir, me encantaría follarte otra vez, pero con más tranquilidad, en tu despacho, como querías. Te pones ese conjuntito sexy que te has comprado para mí y dentro de media hora me abres la puerta de tu despacho con él puesto, y sin ninguna otra ropa. Antes de entrar quiero verte bien el conjuntito, por delante y por detrás. Si me gusta lo que veo, entro y te follo. ¿Qué te parece?
Parecía evidente que él estaba entusiasmado con su éxito, y que ese primer día, y seguramente los siguientes, los requerimientos de ese hombre maquiavélico que ahora paseaba a su lado camino del despacho, serían constantes, era algo que ella debía asumir, pero que le resultaba verdaderamente difícil asumir, por más que, en aquel maldito portal, junto al patio, había disfrutado con una intensidad desconocida, electrizante, arrolladora, consiguiendo una absoluta ajenidad de sí misma, un absoluto abandono de su ser, que para ella, que odiaba perder el control en cualquier situación, incluidas las relaciones sexuales con su marido, era una novedad, como sin duda lo era verse arrastrada detrás de ese hombre pidiendo y suplicando clemencia, y todo por su absoluta codicia, por su pasión desmedida por el lujo, las clases sociales altas, el éxito. Y desde luego, aquello era un duro castigo, un durísimo castigo, que ella creía inmerecido por los méritos que atesoraba, pero castigo al fin y al cabo.
Y aunque acababa de disfrutar intensamente, la idea de volver a someterse a ese hombre sólo media hora más tarde, y además en su propio despacho, la espantaba, porque pasado el efecto narcotizante de la mezcla explosiva de alcohol, excitación y desesperación, volver a repetir la escena en la más estricta intimidad, ya sin límites de tiempo, sin prisas, y en frío, suponía tanto como reconocerse a si misma como una fulana, que utilizaba el sexo para mantener su estatus social, y reconocer también que era ella la que estaba “sobornando” al portero, comprando su silencio.
En cualquier caso, teniendo en cuenta lo que ya había pasado, abrirle la puerta en esa ropa interior sexy que se había visto obligada a comprar justamente para alegrarle la vista a él le parecía casi natural, y hasta se alegró de esa petición, pues era consciente de que ahora, para su desgracia, le interesaba más que a nadie mantener viva la llama de su deseo. Claro que no dejaba de tener sus riesgos, pero serían unos segundos, y ella casi nunca se encontraba con vecinos al salir o entrar al despacho, en su misma planta.
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Me parece muy bien, te esperaré impaciente.
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Sabes, Marta, supongo que te habrás dado cuenta de que has sido tú, con tus desobediencias y titubeos, la que has hecho que tuviera que castigarte humillándote en aquel bar, porque yo no pensaba hoy salir de tu despacho, me apetecía follarte allí, sobre tu mesa, rodeado de tus libros, de tus expedientes, y allí pensaba enseñarte a obedecerme. Y quiero que lo tengas en cuenta, porque cada desobediencia tuya será castigada, aumentando la dosis. Por ejemplo, si no estás lista en media hora, o me abres vestida, o me haces esperar a la puerta, te obligaré a chupármela en las escaleras, o en el ascensor, o en el portal, o donde se me ocurra. Y claro está, si pasas a la abierta rebelión sencillamente se rompe el trato y ya sabes lo que hay. Y por cierto, he grabado la conversación que hemos tenido en ese patio, para mi tranquilidad. Ahora está claro de quién ha sido la iniciativa de que follemos.
Aquella revelación la dejó atónita, y le confirmaba que el hombre había preparado con todo detalle el escenario y la obra. Desde luego, siempre supo que aquella actitud suya repentina, mostrándose dispuesto a denunciarla para no engañar a su mujer y para hacer justicia con la pareja de ancianitos, era parte del diabólico juego que quería imponerle a ella, buscando un mayor grado de humillación, y sin embargo, su insistencia consiguió llenarla de dudas, lo suficiente para tomarse en serio la amenaza, y de este modo, logró su verdadero objetivo: que fuera ella la que lo sedujera, la que desplegara todas sus artes amatorias con él, la que pusiera toda la pasión necesaria para satisfacerle, y vaya si la puso, todavía temblaba recordando el placer que había obtenido inesperadamente. Pero en ningún momento se le pasó por la cabeza que pudiera grabar esas conversaciones, de las cuales fácilmente se deducía que era ella la que claramente había intentado seducirle y sobornarle, para que no la denunciara.
Sí, aquel ser despreciable había hecho un magnífico trabajo, en todos los sentidos: había logrado despertar en ella una desesperada pero intensa pasión, y se las había ingeniado para grabar todas aquellas frases irrepetibles que ella había pronunciado con absoluta sinceridad, no precisamente como si fuera parte de un guion, no como si la hubieran obligado a pronunciarlas, porque nadie le había obligado. Y para colmo, no sólo había conseguido que ella se desviviese por satisfacerle, que ella hablase como una vulgar fulana, sino que incluso había conseguido que ella gozase con él hasta extremos que no conocía, arrancándole un interminable orgasmo que ni remotamente había previsto, ni desde luego deseado, y que también habría quedado registrado en esa grabación. No podía estar más en sus manos.
De hecho, realmente lo que más le avergonzaba de lo que había hecho ese día eran esas palabras pronunciadas desde el deseo más intenso, más que las malditas fotos en la calle, unas fotos mudas al fin y al cabo, aunque desde luego, absolutamente comprometidas. Más incluso que los mensajes, claros y diáfanos, pero que siempre podría decir que los envió obligada. Desde luego, el portero había aprovechado bien la ocasión: ahora no sólo tenía esa copia de la sentencia manipulada, tenía también unas fotos absolutamente comprometedoras, por las que desde luego ella pagaría dinero, unos mensajes no menos comprometidos y una grabación en la que podría oírse esas malditas palabras que no hacían sino confirmar lo que mostraban las fotos y los mensajes, con absoluta claridad, que era ella la que había tomado la iniciativa, la que había intentado (y conseguido) seducirle para que no la denunciara, y por supuesto, también revelaban su absoluta culpabilidad, como si de una confesión se tratara.
Y aunque no pensaba desobedecerle, la simple existencia de esas fotografías, de esos mensajes y de esa grabación le resultaba de lo más inquietante, aunque todavía más le inquietaba esa amenaza latente de que podía denunciarla en cualquier momento, con la seguridad de que ella misma no podría siquiera denunciarlo a él como venganza, pues las pruebas contra ella era contundentes, no la había chantajeado, sin contar que denunciarlo no contribuiría precisamente a salvar su imagen, sino todo lo contrario. Y no se le ocurría ninguna forma de garantizarse que él cumpliría su palabra.
Por fin se separaron, antes de llegar al portal, pues resultaba comprometido que entraran juntos, y él le entregó su móvil antes de separarse, del cual ella se había olvidado por completo, así que le agradeció el gesto, no podía vivir sin él. No pudo evitar repasar las últimas fotos mientras daba un pequeño paseo por las calles más cercanas, y viendo las que ella misma se hizo en aquel colegio abandonado, no pudo dejar de sentir a la vez orgullo por sus sensuales senos, humillación por haberle ella misma enviado semejantes fotos, y hasta una maldita imperceptible excitación al recordar que se había exhibido desvergonzadamente en plena calle ante dos hombres. Y regresó de inmediato al despacho, para cumplir con el horario. El tiempo había volado, habían estado casi dos horas fuera, apenas faltaban unos minutos para las cuatro de la tarde, así que lo primero que hizo fue llamar a su secretaria para darle la tarde libre, pues no quería ni pensar que pudiera presentarse cuando todavía estuviera el portero con ella, que sería el que decidiese poner fin a ese nuevo capítulo de su tragedia. Seguramente ya estaría llegando, era muy puntual, pero no podía arriesgarse a que los sorprendiera. Y después de colgarle, en la soledad de su despacho, se vio en la penosa y humillante tesitura de tener que ponerse esa ropa interior sexy para recibirlo, que la dejaba medio desnuda, sin ocultar nada a su visa, cuando le abriera la puerta. Aunque en la calle casi le supuso un alivio que quisiera poseerla una vez más en el despacho, y no en cualquier otro lugar público, ahora que tenía que cumplir con su orden, ya no se sentía tan aliviada.
Ciertamente, no podía negar que aquel hombre le había hecho sentir un placer intenso, irresistible, pero aquel placer, lejos de contentarla (¿no era acaso mejor que el mal trago estuviera acompañado por la pequeña recompensa de un inesperado placer físico?), la avergonzaba profundamente, le hacía sentir todavía más degradada, porque no se trataba ya de hacer un esfuerzo supremo por soportar la humillación que representaba para ella dejar que aquel hombre cruel y despiadado dispusiera de su cuerpo a su antojo; no se trataba ya de taparse la nariz, de cerrar los ojos, de taponar los oídos, de alejarse de allí todo lo posible con la mente, de evadirse con la imaginación, mientras él utilizaba y abusaba de su cuerpo. No se trataba ahora de eso, se trataba de que era ella misma la que había arrastrado al portero, la que lo había seducido, la que lo había deseado, la que le había ofrecido su cuerpo, la que se había entregado a él en cuerpo y alma, y encima, lejos de sufrir por la humillación, había gozado lo indecible con aquellas manos regordetas de piel áspera acariciando su cuerpo con una suavidad y una sensualidad sencillamente insospechada; con aquel miembro viril grande, recio, y sobre todo, indestructible, de una energía sin límites, inagotable. Y ahora, mientras se preparaba para su llamada, mientras se colocaba la ropa interior para recibir a su nuevo amante, la humillación que no dejaba de sentir le seguía proporcionándole una inexplicable e indeseable excitación.
Recordó las órdenes del portero, no quería retrasos en abrirle la puerta, porque podría arrastrarla en ropa interior a la escalera, y realmente se preparó con tiempo, quedándose en la mesa de la secretaria en ropa interior, justo enfrente de la puerta de entrada. Una repentina necesidad fisiológica la llevó al baño, y para su desgracia, no había terminado cuando sonó el timbre de forma insistente, lo cual la asustó, porque no podía abrir de inmediato, siguiendo sus órdenes. Tuvo que apresurarse para finalizar su desahogo fisiológico, limpiarse apresuradamente y correr precipitadamente para abrirle la puerta, con sus zapatos de tacón, sus medias rojas, su tanga transparente, su liguero, y su sostén también transparente.
Y cuando abrió la puerta tuvo que volver a cerrarla precipitadamente. ¡No era el portero el que llamaba! ¡Era su compañero Roberto!
Precisamente uno que coqueteaba con ella estúpidamente, aunque siempre le reconfortaba sentir que atraía a los hombres (solo esa ligera sensación, sin pretensión alguna). Llevaban un asunto a medias, y lo aprovechaba bien para acortar “distancias”. La llamaba a menudo, siempre a última hora del día o de la tarde, con la pretensión de extender la conversación. Seguro que había fantaseado con ella (los hombres hacen esas cosas, ella lo sabía), pero ni en el mejor de los sueños podía imaginar una situación así: verla con un sostén transparente, que revelaba la exacta medida de sus pechos, y el tamaño de sus pezones; con un tanga también transparente, ¡y con el pubis rasurado, perfectamente visible a través de ellas!. Eso sin contar con el liguero y las medias rojas. ¡Le había abierto a su compañero Roberto de esa guisa, era increíble! ¡Cómo no le había avisado el portero por la línea interior! Y ahora el timbre seguía sonando y sonando, y el portero impaciente por subir, si es que lo había visto. ¡Y peor sería que no lo hubiera visto, porque entonces podría encontrárselo mientras esperaba en la puerta, y entonces sabría para quién se había preparado así!.
Claro que Roberto no se conformó con tocar el timbre. Empezó a golpear la puerta con impaciencia, y gritándole, además.
- ¡Marta! ¡Marta! ¡Abre de una vez! ¡Joder, que es importante!
Ella sabía que ese hombre aprovecharía la ocasión, si descubriese que se había preparado así para el portero. Se visitó lo más rápidamente posible, intentó llamar al portero por la línea interna y no lo localizó, lo llamó al móvil y tampoco, ¡quizá ya estaba de camino! De hecho, apenas quedaban unos minutos para la hora indicada, aunque ella podía imaginarse que a él le encantaría hacerse esperar. ¡Pero por eso quizá el portero no la avisó! ¡Quizá estaba haciendo alguna de sus tareas en el edificio, y no lo llegó a ver! Tenía que deshacerse de Roberto enseguida. Le abrió la puerta.
Joder Marta, ¿a quién esperabas recibir en bragas?
A mi marido, a quién va a ser. Qué sabía yo que ibas a venir tú a estas horas.
Pero pudiste mirar por la mirilla, tienes cada cosa. Aunque no seré yo quien me queje, ¿no me podrías enseñar otra vez ese conjuntito tan mono?
¡Vete al cuerno! Dime lo que sea rápido, que está al llegar.
¡Vaya dos! ¡os lo montáis de escándalo! Eso la puñetera de mi novia no me lo haría, abrirme la puerta en bragas, en mi despacho, o en casa. ¡Es más pudorosa!
¡No te enrolles, y dime de una vez lo que quieres!
Estaba jugando con fuego, el portero aparecería en cualquier momento y, al verla vestida, se enfadaría al instante, y Roberto se daría cuenta de que no esperaba precisamente a su marido, aunque le resultaría difícil de creer que se había vestido así para recibir nada menos que al portero de su edificio, al que conocía de haberlo visto en la portería, así que no pudo disimular su nerviosismo. Roberto en cambio entró con tranquilidad, sin dejar de sonreírse, regodeándose de lo que acababa de ver (lo cual no dejaba de ser humillante, aunque al menos la contemplación de su cuerpo semi desnudo no duró apenas un segundo, quizá dos, poco podía haber visto).
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Oye, vamos dentro, no me vas a recibir de pie, que espere tu marido, ya tendréis tiempo.
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No, que te enrollas, ¡habla ya de una vez!
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Pero joder, no aquí, en la entrada (para no seguir con la discusión, Marta lo dejó pasar a su despacho, aunque dejando la puerta abierta).
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Pues verás, tenemos que preparar con toda urgencia la reunión con Sharif (lo llamaba como a un conocido actor, por su aspecto árabe, su piel morena, y porque le daba cierto aire; era un cliente estrella, que compartían por necesidad, aunque ambos intentaban siempre maniobras para conseguir la exclusiva). Está enfadado y precisamente contigo (sí, algo había, era un hombre exigente y no admitía demoras en sus asuntos, además de pretender conocer de todo lo imaginable), porque dice que no le has atendido últimamente, que llevas tu parte con retraso, y porque le preocupa tu estrategia. Ya sabes cómo es, desconfía de que una mujer pueda hacer ciertos tipos de trabajos para los que se necesita pensar (siempre estaba con ese tipo de bromas, si bien el cliente en cuestión no se apartaba mucho del estereotipo que él describía, y en el que sin duda él mismo se reconocía). Y si llega a verte como te acabo de ver, en bragas, abriendo la puerta del despacho, me parece que te descartaría para este trabajo, aunque te contrataría para otros muy distintos (otro que estaba disfrutando con la maldita situación). He tenido que quedar con él a las siete esta tarde, en mi despacho, no veas la prisa que me ha metido, pero tendrías que venirte por lo menos una hora antes, haber qué le decimos.
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Vale, vale, a las seis estoy allí.
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Te he llamado en cuanto él me llamó, casi a la tres, el muy cabrón no respeta ni la hora de la comida, debe pensar que somos sus esclavos, pero no me has contestado.
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No lo habré escuchado, quedamos a las seis.
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Bueno, lo llamaré para confirmar la reunión.
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Pues arreglado, ya te puedes largar.
Realmente, parecía que Roberto se había convencido de que se trataba de un juego sexual con su marido, sólo que él había aparecido inopinadamente. Y ella intentaba contener su nerviosismo, porque el portero estaba a punto de llegar.
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Vale, vale, ya veo que estás impaciente por recibir a tu maridito. ¡Menuda suerte tiene el Sebas! (él lo conocía para su desgracia, o más bien ella lo conoció a él porque era amigo de su marido, del colegio; ciertamente no eran íntimos, pero sí tenían muchos amigos comunes, y coincidían a menudo, jugaban al fútbol con frecuencia, y también hacían reuniones de antiguos alumnos todos los años; desde luego, ella no había pensado en que él le contaría lo sucedido en cuanto volvieran a verse, si las circunstancias eran propicias; parecía probable, entre hombres, comentar algo como lo sucedido; pero no estaba en condiciones de pensar en nada, sólo quería salir del paso. Ella misma se lo contaría a su marido; había comprado esa ropa interior para darle una sorpresa, y se la estaba probando en el despacho, algo inventaría).
Roberto tenía la virtud de estirar las conversaciones al infinito cuando remoloneaba alrededor de una mujer, y ahora lo estaba haciendo. Pero no tuvo ya tiempo de volver a insistirle, sonó el timbre y a ella se le cambió la cara por completo, sin poder evitarlo; sin duda Roberto tuvo que apreciar el impacto de ese timbre, y colegir fácilmente que no debería ser a su marido a quién ella esperaba. Cuando pasaba a su lado, él la agarró por el brazo, y la detuvo, mientras el timbre volvía a sonar.
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Oye, ¿no lo vas a recibir como él espera?
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¡Vete al cuerno!
Ella cerró su puerta, y con verdadero miedo abrió lentamente la puerta de entrada, mientras hacía un desesperado signo de silencio con el dedo en los labios, haciéndole señas a la vez con los ojos y la cara de que había alguien dentro. Pero el portero, que sin duda esperaba ansioso verla por fin con su, tanga y su sostén transparentes, con su liguero y con sus medias, no miraba su cara sino directamente a su cuerpo, y se enfureció al instante cuando comprobó que su ropa interior no estaba a la vista, así que no atendió a sus gestos, cegado por la frustración de no encontrar lo que ardientemente esperaba.
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¡Pero tienes la cara de abrirme vestida! ¡Es que no te lo dije bien clarito!¡Ya te puedes estar quitando…! (el portero se calló cuando vio aparecer a Roberto, que sin duda la habría seguido esperando ver a su amigo Sebas, y ella quedó petrificada cuando se dio cuenta de su presencia, pues era evidente que había escuchado todo lo que le había dicho el portero, y por tanto, que ya sabía a quién esperaba ella cuando le abrió la puerta en ropa interior).
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¡Vaya! ¡Pero si no es mi amigo Sebas! Hola, soy Roberto, un compañero de Marta, nos hemos visto unas cuantas veces en la portería pero no me había presentado (con una gran sonrisa de satisfacción por lo sucedido tendió alegremente la mano a Pedro que, sorprendido por su presencia, le ofreció una mano flácida y dubitativa).
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Hola… (apenas podía hablar por la sorpresa de encontrar a su nueva amante acompañada).
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Ya estábamos terminando, enseguida os dejo solitos (lo dijo para no dejar dudas de que se había percatado de lo que pretendían hacer ellos dos en el despacho, cuando se fuera).
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Pedro, ahora te atiendo, ya ves que tengo… visita (no sabía qué cara poner, no podía estar más desconcertada, y el portero se había quedado igualmente perplejo, sin saber qué hacer).
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Vale.. vale… ya me avisas… (por fin comprendió que tenía que volver sobre sus pasos, sin abandonar la cara de desconcierto).
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¡Encantado! (Roberto estaba tan contento que se despidió alegremente del portero).
Marta no se lo podía creer, le parecía imposible que pudiera tener tan mala suerte, que el amigo de su marido hubiera aparecido en el momento más inoportuno, sin darle tiempo de avisar al portero, en cuestión de minutos se había puesto en evidencia ante otro hombre, que ahora conocía un secreto de ella que, sin duda alguna, lo utilizaría para obtener algún provecho.
Cerró la puerta, y al volverse se encontró a Roberto sentado sobre la mesa de su secretaria, que estaba justo enfrente de la puerta de entrada, con una gran sonrisa en su rostro para que tuviera clara la alegría que le había producido enterarse de su secreto.
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¡No me lo puedo creer! ¡Estás liada con el portero! ¡Le ibas a abrir la puerta en bragas!
Era fácil adivinar lo que Roberto pretendería de ella, iba a intentar aprovecharse de lo que acababa de descubrir, hacía tiempo que sabía que él la deseaba, desgraciadamente a ella le gustaba en exceso coquetear con los hombres que le resultaban atractivos (pero simple coqueteo, la hacía sentirse bien), y quizá le había hecho creer que el deseo era mutuo, pues ciertamente los hombres confunden el simple coqueteo con el deseo. Era un hombre atractivo, alto y bien parecido, con unos muy cuidados modales, siempre elegantemente vestido, y convencido también de su atractivo. Y aunque tenía novia, sabía muy bien que eso no le impediría intentar aprovecharse de ella, ahora que sabía que engañaba a su marido con el portero.
Y no estaba precisamente en las mejores condiciones para enfrentarse a un desafío como ése, después de lo que había pasado aquel día. Lo único que tenía claro es que no le quedaba más opción que negar la evidencia, no le iba a reconocer bajo ningún concepto que esperaba al portero en ropa interior, no se lo aceptaría en ningún caso, y le tendría que hacer comprender que sería su palabra contra la suya, y que nadie se creería que ella, una mujer tan joven y atractiva, con estudios, ejerciendo de abogada, con un despacho de éxito, casada con un hombre igualmente atractivo, y con una posición social envidiable para cualquiera, pudiera tener como amante a un hombre sin ningún atractivo conocido, veinte años mayor que ella, más bajo que ella, con una barriga prominente, unos modales rudos, y además con una posición social muy inferior a la suya, simplemente resultaba inimaginable, incluso para el propio Roberto, que no se lo hubiera imaginado sino fuera porque escuchó al portero.
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¡No digas gilipolleces! Él venía por otra cosa, está en trámites de separación y le estoy ayudando (negaría la evidencia una y mil veces, no veía otra opción para salir del paso).
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Ya, a mí me lo vas a contar, que te acabo de ver en bragas esperando al portero, que menuda bronca te estaba echando por abrirle la puerta vestidita (no iba a perder el tiempo con rodeos, sabía que aquello podía permitirle doblegarla).
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Mira, Roberto, piensa lo que quieras, no tengo que darte explicaciones. el portero vino para hacerme una consulta, te lo creas o no. Y ya te puedes ir, a las seis nos vemos en tu despacho.
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El caso es que yo sí quiero explicaciones, Sebas es uno de mis mejores amigos (exageraba, claro, pero desde luego eran amigos), y salvo que me des una buena explicación, tendré que contarle lo que acabo de ver, eso lo haría cualquier amigo.
Estaba claro, no se llevó ninguna sorpresa, no iba a perder el tiempo, ya le estaba enseñando sus cartas, ésa era la amenaza: se lo contaría todo a su marido salvo que lo dejara “satisfecho”, no le cabía ninguna duda. No se lo podía creer: en el mismo día iba a lidiar con dos hombres que la querían chantajear a cambio de sexo. Con el primero había perdido la batalla clamorosamente, pero al menos con él segundo tenía mejores armas, ¡no tenía más pruebas de lo ocurrido que su palabra!. Y realmente era tan increíble que ella pudiera tener un amante como ése, que se sentía relativamente segura de que el propio Roberto se lo pensaría mucho de intentar convencer a nadie de que lo que había visto era cierto.
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Ya, no me cuentes rollos, anda, que ya somos mayorcitos. Nos vemos esta tarde (quería mostrarle indiferencia, que le importaba bien poco que pudiera contar a los cuatro vientos ese secreto que ella negaría también a los cuatro vientos).
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Alucino contigo, de modo que le ibas a abrir la puerta al portero en bragas, no sabía que fueras tan guarrilla (no hacía ni el amago de irse, disfrutaba con la situación, la provocaba, quería que supiera que ya no le tenía el menor respeto, y eso ella no podía tolerarlo, firmeza ante todo).
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Oye no te pases, no me hables en ese tono ni de coña. Y haz el favor de irte de una vez (no confiaba en que se fuera, pero no veía otra opción de enfrentarse a él que negarse a hablar tan siquiera sobre lo sucedido).
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¿Pero me quieres explicar qué cojones has podido ver en ese tío? ¡Si es un viejo, tiene por lo menos más de veinte años que tú! ¡Y está gordo! ¡No me lo puedo creer!
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Mira, Roberto, te lo repito, esta conversación se acabó, no permito que me faltes el respeto, y no tengo que darte explicaciones. Ya puedes irte.
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Vaya, qué prisas, estás deseando tirarte al portero, y supongo que él también estará deseando echarte un polvo. ¡Qué par de tortolitos!
Ya tenía a su presa, y no la iba a soltar tan fácilmente, disfrutaba provocándola, tratándola con absoluto desprecio. Y a ella se le acaban las fuerzas, aunque seguiría manteniéndose firme, lo más firme posible, no tenía más opción.
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Roberto, lárgate, me estás cabreando.
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Está bien, no quiero que recibas al portero cabreada, pero que sepas que tengo que decírselo a Sebas, esto es muy fuerte.
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¡Roberto! ¡No digas gilipolleces! ¡tú no tienes que decirle nada a mi marido, nada de nada! ¡es absurdo pensar que yo me vaya a enrollar con el portero! ¡nadie te va a creer! ¡y mucho menos mi marido! (no pudo evitar alterarse, no quería que hablase con su marido, no quería ocasionarle ni la más mínima preocupación, él confiaba ciegamente en ella y no quería que esa confianza se pusiera en duda ni por un segundo, no quería ni pensar que tuviera que hablar con él de eso, aunque también tenía claro que no cedería ni un milímetro ante Roberto por evitar esa conversación).
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Pues me gustaría saber cómo le vas a explicar que me has abierto la puerta en bragas, y que cinco minutos después llegó el portero y se cabreó porque no le habías abierto la puerta en bragas, como habíais quedado (si, las evidencias eran abrumadoras, solo que ella no tenía más remedio que negarlo todo).
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Lo que le voy a explicar es que tú estás siempre detrás mía, que estás loco por echarme un polvo, y que te has inventado esa historieta para hacerme chantaje, pues ya veo que lo que pretendes es hacerme chantaje, ¿o me equivoco? (sí, quería que supiera que ella también sabía hablar claro, y que no permitiría de ningún modo que pusiera en peligro su matrimonio).
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¿Chantaje? ¿Qué cojones estás diciendo? Yo lo que quiero es que mi amigo Sebas sepa con quién se ha casado, lo conozco antes de que aparecieras tú para cazarlo, ¿te enteras? y seguiré siendo su amigo cuando te dé una patada en el culo y te largue de su casa. (desde luego no tenía dudas de lo que pretendía, de que no desaprovecharía la ocasión de poseerla si conseguía asustarla con sus amenazas, aunque tenía también claro que ella no era del agrado de la pandilla de amigos de su marido, convencidos como estaban que ella solo quería su posición social y su dinero, por más que tendrían que reconocerle al menos que ella misma había triunfado en su profesión por sus propios medios, por su talento, no por su matrimonio).
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Pues que sepas que lo único que consigues con eso es joder a tu amigo, tanto que le quieres, y hacerle pasar un mal rato, y para nada, puedes estar seguro de que él me creerá a mí, nadie que me conozca y conozca al portero te creería, y menos mi marido.
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Mira, ya te digo yo a quién va a creer, ¿o cómo si no le vas a explicar por qué sé yo que llevas el chochito depiladito? Eso no se lo vas a poder ocultar hoy, ¿a que no? Y me apuesto lo que quieras a que ni él sabe que te lo has depilado, seguro que te lo has depilado para el portero, por eso llevas esas bragas transparentes, menuda guarrilla estás hecha.
Aquello no se lo esperaba, se le había olvidado por completo que su ropa interior era transparente, ella mismo lo había comprobado cuando tuvo que hacerse aquéllas humillantes fotos, y aunque solo fueron segundos, seguro que él tuvo tiempo de mirarle la entrepierna, no se necesitaba mucho tiempo para eso. ¡Y se había depilado ese mismo día! No pudo sentir más vergüenza, sabiendo que no solo la había visto en ropa interior, ¡la había visto todo! Y desde luego, tendría que buscar alguna explicación para su marido, la confusión se apoderó de ella, su firmeza empezaba a resquebrajarse, y lo peor era que él lo estaba viendo, no podía disimularlo. De hecho, ni siquiera se sentía con fuerzas para negar lo que acaba de decir, era demasiado humillante seguir hablando de sus bragas, de su depilación, de nuevo envuelta en una conversación que la humillaba a cada paso.
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Ya se me ocurrirá algo, lo que te aseguro es que no vas a conseguir nada de mí, y desde luego, no vas a romper mi matrimonio (desde luego ella haría cualquier cosa para salvar su matrimonio, no soportaría la separación, ni mucho menos el escándalo público, pero seguía convencida de que su marido la creería, tendría que explicarle por qué le abrió a su amigo en ropa interior… eso sí que no podría ya negarlo).
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Bueno, ya veo que no lo niegas, es increíble, de verdad que no me lo hubiera creído si alguien me lo cuenta, Marta depilándose el coño para que se lo coma el portero, increíble, no me imaginaba ni remotamente que fueras tan zorra (no dejaba de humillarla, tratándola como a una fulana, de la misma forma que había hecho el Portero aquel interminable día; y al escuchar aquella maldita palabra se ofuscó, no pudo aguantar más la situación).
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¡Cabrón! ¡Ahora mismo te largas de aquí! ¡Ahora mismo! (le agarró del brazo para que se bajase de la mesa y se pusiera en pie y lo empujó literalmente hacia la puerta, abriéndola) ¡Largo!
Él no perdió su sonrisa en ningún momento, disfrutando plenamente de la conversación, disfrutando humillándola, igual que el portero, sin el menor escrúpulo, con la misma desvergüenza, con la misma falta de consideración. Se dejó empujar sin oponer resistencia, pero cuando ya le iba a cerrar la puerta se volvió, puso una mano sobre ella para evitar que la cerrase, y lo que le dijo la dejó anonadada:
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Bueno, Marta, ya verás cómo me va a creer tu maridito cuando escuche nuestra conversación, la tengo toda grabada. Grabo siempre nuestras conversaciones profesionales, lo hacen muchos abogados, más que nada para no olvidar los detalles, los comentarios, es muy útil. Te estaba grabando desde que llamé a la puerta, claro que no esperaba esta conversación. Pero bueno, seguro que a tu marido le convencerá de que se ha casado con una zorra, sobre todo cuando escuche lo que te dijo el portero.
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¿Qué...? ¿Qué…?
Quedó horrorizada al escucharlo, si era verdad lo que decía nadie la iba a creer, por eso él había provocado esa conversación, había tenido la misma maldita habilidad que el portero, y no podía ni imaginar lo que pensaría su marido cuando escuchara toda la conversación, cuando descubriese que se había depilado el sexo para el portero, que se había comprado ropa interior sexy para el portero, que estaba esperando al portero en ropa interior cuando llegó su amigo. No había mostrado ni siquiera el más mínimo arrepentimiento, sino más bien lo contrario, el convencimiento de que su marido nunca se lo creería.
Sí, ahora entendía la insistencia de Roberto, estaba buscando que se enredase cada vez más en sus palabras. Y ella sabía muy bien que, con esa grabación, no sólo perdía su marido, sino que le facilitaba mucho el divorcio, conseguiría obligarle a un buen acuerdo, y por supuesto, todo su círculo social conocería pronto que ella tenía como amante al portero de su edificio, que se depilaba sus partes íntimas para él, que se ponía ropa interior de fulana para él, sería el hazmerreír de todos sus amigos. Se quedó pálida, sin saber qué hacer, ni qué decir, ni siquiera dudó de que existiera esa grabación, que en realidad explicaba que se hubiera permitido tratarla de esa manera. Seguía con la mano en el pomo de la puerta, ahora paralizada, sin saber qué hacer.
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¿Sigues queriendo echarme de tu despacho? Bueno, la verdad es que ya me has echado, qué tontería estoy diciendo. ¿No quieres escuchar la conversación? A lo mejor tienes suerte y no se escucha bien lo que dice el portero, o lo que hemos hablado, ¿quieres escucharla? (si ya antes se regodeaba de su apurada situación, ahora ya solo le faltaba saltar de alegría).
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Pasa… por favor… no vamos a hablar en el pasillo…. (el tono cambió por completo, tuvo que tragarse una vez más su orgullo, en aquel nefasto día era ya una costumbre).
Le dejó el paso y él, con su insoportable sonrisa de satisfacción, entró de nuevo, cerrándola ella al instante. Y se quedaron de pie uno enfrente del otro, ella con los brazos cruzados, él con las manos en los bolsillos de su elegante pantalón, delante de la mesa de su secretaria.
Desde luego, no quería escuchar esa conversación, y tenía muy claro que no permitiría que su marido escuchase semejante conversación, no quería perder su matrimonio, su casa, sus amistades, su buen nombre, su fama, si podía evitarlo. Ya se había humillado ante el portero, ahora le tocaba hacerlo ante su compañero, no podía imaginar un destino más cruel.
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Roberto, te pido por favor que no le digas nada a Sebas. Le vas a hacer mucho daño, y te aseguro que nos llevamos muy bien, que estamos muy enamorados (tenía que intentar ablandarle, hacerle ver que el daño que le haría a su amigo escuchar esa grabación), puedes preguntarle a cualquiera, todo el mundo lo dice, seguimos tan enamorados como cuándo nos casamos. Lo vas a destrozar.
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¿Enamorada tú? ¡No me hagas reír! Una mujer enamorada no engaña a su marido con el portero de su casa. ¡No se comporta como una puta mientras su maridito cree que está trabajando! (por supuesto no le iba a ahorrar calificativos, solo que ahora sabía que ella no podía ni protestar),
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Roberto, yo no estaba esperando al portero por gusto, estoy metida en un lío… (frenéticamente buscaba una historia creíble, porque la verdad no se la podía contar, solo empeoraría las cosas), cometí un error y lo estoy pagando caro… me chantajea… es un cabrón… pero no puedo hacer nada…
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Menudo rollo me estás contando, Marta, ¿Que te chantajea? ¡No me jodas! Lo habrías denunciado, eres abogada.
Tenía que demorar la conversación porque necesitaba más tiempo para inventarse la historia, y que fuera lo más creíble posible, quizá consiguiera así su compasión, aunque lo dudaba. Y tampoco podía excederse en el drama, no la creería.
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Por favor, no me obligues a darte detalles, es muy desagradable para mí, ya viste que el portero me habló enfadado, no es lo que espera una de un amante. Y tú lo sabes, Roberto, sabes perfectamente que ese hombre no es mi tipo… vamos, ni de ninguna mujer que yo conozca… lo has visto… no puedes creer que ése sea mi amante…
Sí, no parecía muy conmovido, más bien podía percibir el deseo prendado en su ahora tórrida mirada, sabiendo que la tenía en sus manos. Sin embargo, seguro que la estaba creyendo, no era normal esa relación, debía existir alguna explicación que no fuera la simple atracción mutua, el puro deseo, tenía que haber algo más. Otra cosa sería que le importara bien poco lo que hubiera entre ellos, si lo que pretendía era aprovechase también él de esa maldita grabación. Pero estaba segura de que sería fácil convencerle de que ella no se iba a entregar a ese hombre por su atractivo, o porque le cegara el deseo, eso sí que no era creíble, el portero no era precisamente un hombre seductor (aunque ella sabía ahora que sí era diabólicamente astuto), las diferencias entre ellos eran obvias, y ella no era precisamente una mujer que pudiera tener problemas para conseguir a cualquier hombre que se propusiera.
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Ya, la verdad es que en eso tienes razón, no es tu tipo, eso es evidente, pero yo qué sé de tus gustos sexuales, me pareces un poco guarrilla, seguro que te va ese rollo, te pondrá que te trate mal… yo que sé, pero no me creo que tú no lo denuncies si te hace ese tipo de chantaje… ¡no me jodas!
Sí, el mismo tipo de chantaje que él pretendía hacerle, estaba segura, pero no era cuestión de decírselo, teniendo en cuenta que de momento no la estaba exigiendo nada.
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¡No lo puedo denunciar porque no tengo pruebas de lo que me hizo! Simplemente se aprovechó de mi cuando tuvo ocasión… un día que me pilló bastante bebida… después de una cena con unos clientes… no sé que me pasó… no fue… (todavía no tenía perfilados los detalles, aunque desgraciadamente no podía acogerse a una simple violación, no se entendería que no lo hubiera denunciado, y menos aún que se dejara chantajear… ), por favor, Roberto, ahórrame los detalles…
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Mira, los detalles se los cuentas a tu marido, seguro que te perdona y todo, ya que está tan enamorado de ti. Yo, como comprenderás, no te voy a creer, cuentes lo que me cuentes, me has demostrado que eres una mentirosa compulsiva. Y además, por lo que a mí respecta, me importa bien poco los motivos que tengas para enrollarte con el portero, lo único que quiero es que lo sepa mi amigo. Si quieres lo llamas ahora, y se lo cuentas todo delante mía, así me evitas tener que hacerle oír la grabación, eso que le ahorras.
Sí, debía reconocer que, si estuviera dispuesta a contarle todo a su marido, prefería contárselo ella, y no que se enterase por un amigo. Pero se enterase como se enterase, él no se lo iba a perdonar, y desde luego no podía ni imaginarse contándole lo sucedido a su marido, ¡y delante de Roberto!
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¡Por favor, Roberto! Ya sé que es tu amigo, pero no nos hagas esto. Te prometo que hablaré con el portero, de hecho me aseguró que después de hoy me dejaría en paz… él sabe que no voy a aguantar mucho más, que lo denunciaré si me sigue extorsionando… ¡por favor Roberto, no me hagas esto! (sí, no había sido muy convincente, no sabía qué decirle, sólo sabía que tenía que evitar que su marido se enterase)
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Joder, mientes más que hablas. Pero te lo repito, cuéntalo eso a tu marido, que seguro que te perdonará si sabe que lo vas a dejar, seguro. Por los cojones, vaya, quiero decir. ¡
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Empezaba a dudar de que, realmente, él pretendiera algo de ella, por más que sus miradas dejaban poco lugar a las dudas. Y eso sí que la asustó, pues no se imaginaba a Roberto exigiéndole dinero a cambio de su silencio. Si no pretendía exigirle sexo por silencio, estaba perdida. Y la desesperaba que él siguiera insistiendo en que su marido tenía que conocer lo sucedido con la misma cantinela,
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Roberto, no quiero que se entere, a mí me hundirías, te lo creas o no amo a mi marido (y eso sí que era cierto, lo dijo con absoluta convicción). Escucha, te daré el porcentaje que quieras de lo de Sharif, no te lo voy a discutir. Y tú borras la grabación, y guardas silencio. Yo me comprometo a que no volverá a suceder, de verdad, se lo dejaré claro al portero. Prepara tú el escrito, yo te lo firmo (a ella no le era fácil renunciar a una parte de su participación en asunto tan importante, pero tenía que salvar su matrimonio).
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Vaya, vaya, pretendes sobornarme con dinero. Pues no necesito tu dinero, la verdad, esto no lo vas a solucionar con dinero. No sé por quién me tomas.
Sí, era lo que pensaba, al final había una forma de solucionarlo, y ella sabía muy bien cuál. Por fin iba a imponerle sus condiciones.
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¿Y cómo lo solucionamos?.
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Solo hay una forma, y lo sabes muy bien, no te engañes. Contándoselo todo a tu marido.
No podía creerlo, simplemente no podía creerlo. ¿Acaso estaba utilizando la misma táctica que el portero, cuando consiguió que le suplicase que la hiciera suya? ¿Era eso lo que quería? ¡Pues si era necesario se ofrecería ella misma, no le quedaba más remedio!
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Roberto, aclárame una cosa, ¿quieres joderme la vida o únicamente quieres joderme? (sí, era una grosería, pero estaba desesperada, y quería saber de una maldita vez sí podría o no evitar el desastre).
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No es mi intención joderte la vida, yo no tengo la culpa de que hayas depilado el coño para follar con el portero. Lo que vaya a pasar, será toda culpa tuya.
Tenía que reconocer que no podía ser más cierto lo que decía, ella era responsable de lo que le estaba pasando, su vida se había complicado exclusivamente por su insaciable deseo de ascender en el escalafón social, por su insaciable deseo de ganar cada vez más dinero. Eso era el origen de todos sus problemas, de todo lo que le estaba pasando ese día.
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Vale, Roberto, si no quieres joderme la vida, entonces es que quieres joderme, ¿no? Habla claro de una maldita vez, dime qué quieres de mí, puedes estar seguro de que haré lo que sea para salvar mi matrimonio.
Las cartas estaban ya sobre la mesa. Y desde luego, sus miradas descaradas y su cínica sonrisa anticipaban ya qué carta iba a elegir él. Y para su desesperación, ahora ella estaba en la misma disposición casi que hacía apenas unas horas, cuando se sintió dispuesta a todo con tal de convencer al portero, desatándose la pasión y el deseo en la penumbra de aquel portal. Eso sí, no sentía ni pasión ni deseo, solo ganas de conseguir de una maldita vez que aceptara borrar la grabación.
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Vaya, vaya, ¿estoy entendiendo bien? ¿quieres engañar a tu marido también conmigo? ¿no te basta con engañarlo con el portero?
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¡Joder, Roberto, yo nunca he querido engañar a mi marido! ¡Lo que quiero es salvar mi matrimonio¡ ¡y no hacerle daño a él! Y haré lo que sea para conseguirlo. Así que dime de una vez lo que quieres.
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Mira, no te voy a negar que tengo ganas de echarte un buen polvo, ¡para qué nos vamos a engañar! Pero Sebas es mi amigo…
Se desesperaba, no podía soportar que siguiera esquivándola, ya se había ofrecido, ya había hablado claro, ¡no tenía sentido que, pese a todo, le rechazar! ¡se repetía la historia que le acababa de ocurrir con el portero! ¡era increíble! No lo dejó terminar, tenía que conseguir aclararlo todo de una vez.
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¡Deja ya a mi marido en paz, joder! Te estoy hablando claro, dime de una vez qué cojones quieres, y no me vuelvas con la misma cantinela.
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Bueno, te estás poniendo histérica, y el portero debe estar ansioso por echarte un polvo, no le hagamos esperar. Te vienes a las cinco a mi despacho, y lo hablamos. Bueno, no sé cuánto tiempo vas a estar jodiendo con el portero, cuando termines te vienes, retrasaré la reunión con Shariff una hora. Lo único que puedo es prometerte que no le diré nada hasta entonces (ella se sintió aliviada, ciertamente estaba necesitando un descanso, estaba fuera de sí, no aguantaba tanta tensión, ¡y todavía tenía que recibir al portero!)
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Vale, sí, te lo agradezco, no le digas nada, esta tarde lo hablamos todo en tu despacho.
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Pero antes de irme, la verdad, me gustaría verte de nuevo ese conjuntito tan mono.
Ella palideció, ahora que ya pensaba que, de momento, se había librado de él, y de momento solo con promesas de una futura relación, de nuevo tenía que enfrentarse a la humillación de desnudarse ante otro hombre, ¡el tercero de ese interminable día!
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Roberto, por favor, ahora estoy muy nerviosa, esta tarde hablamos, ya te he dicho que estoy dispuesta a todo. .
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Venga, que ya te lo he visto, lo que pasa es demasiado rápido. Es un pequeño anticipo, así te esperaré tan ansioso como te está esperando ahora el portero. La verdad es que estás irresistible con ese conjuntito.
Si, era lo que se temía. Ya se había olvidado de su amigo, y no solo eso, estaba dispuesto a abusar de su mujer, otro malnacido. Y realmente, ella no sabía si podría soportar una situación así, sometida a la vez a dos hombres, aquello no lo podía soportar nadie; pero tampoco estaba preparada para afrontar de esa forma la ruptura de su matrimonio; las cartas se habían puesto sobre la mesa, y ella había perdido. Y dudaba mucho de que fuera a resistir la tentación de poseerla allí mismo al verla con ese conjuntito que la mostraba prácticamente desnuda, pues nada quedaba oculto a la vista, ¡y con su sexo depilado!
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Joder, Roberto, ¿para qué quieres darte se calentón ahora? El portero me espera, él entra a trabajar a las cinco, y como no lo atienda ahora voy a tener un problema, es más, un problema tan gordo que probablemente ya me importe poco que le cuentes nada a mi marido, porque será él el que se lo cuente, y gráficamente (realmente el portero debía estar ya impaciente, le habían asegurado que sería cuestión de minutos, y ya llevaban casi media hora). Te vas a dar un calentón sin necesidad, esta tarde podrás verme como quieras, ¿vale? Es sólo cuestión de horas.
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Marta, no quiero esperar a esta tarde, quiero tener claro que estás dispuesta a todo como dices, ya te he dicho que no me mereces ninguna confianza. Si no quieres, no te garantizo nada, probablemente hable con tu marido sin esperarte.
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Vale, vale, te lo enseño y te vas, ¿eh? Te vas de una vez, no pretendas nada más ahora, no puedo arriesgarme a enfadar al portero.
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Ya te lo he dicho, solo quiero verte otra vez en bragas.
Ella pensó en enseñárselo sin desvestirse del todo, y empezó desabotonándose la camisa. Hoy de nuevo le tenía que enseñar los pechos a un tercer hombre, en realidad a un cuarto si contaba al camarero, que algo vio. Aquello era sencillamente increíble. Haciendo acopio de valor, se abrió la camisa, dejándola abierta unos segundos, y cerrándola después. Estaban tan cerca que podía acariciarle los pechos si quería, casi sin moverse.
-Oye, ¿estás tonta o que? ¡Que te quites la ropa, joder, que quiero verte en bragas! (sí, era absurdo resistirse a lo inevitable, pero la vergüenza se apoderaba de nuevo de ella).
Está bien, está bien, me la quito. Pero te vas enseguida, ¿eh?
Joder, que sí, yo cumplo con mi palabra.
Ya no había alternativa. Se terminó de desabrochar los botones de los puños de la camisa, se quitó la chaqueta y la camisa a la vez, y desgraciadamente, sonó el teléfono en su despacho. Corrió a cogerlo, aunque llevando sólo la falda, con los pechos moviéndose al aire solo protegidos por esa fina tela transparente que nada ocultaba. Cogió el teléfono dejando a sus espaldas a Roberto, y como esperaba, era el portero, ya impaciente.
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¡Joder, qué pasa! ¿No eran unos minutos?
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Es que se enrolla mucho, ya nos estábamos despidiendo, cuando lo veas irse subes.
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Pues termina de una vez.
Colgó por fin, y al volverse comprobó que Roberto se había situado junto a la puerta de su despacho.
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Lo tienes en el bote al portero. No soporta la espera. ¡Debes follar como Dios!
Ella no contestó, no podía contestar, ni tampoco él esperaba una respuesta. Sin moverse de allí, ella empezó a bajarse la cremallera, y realmente, lo que más le avergonzaba ya no era mostrarse así a aquel hombre, si no la maldita depilación. Por fin dejó caer la falda, mostrándose con el liguero, con las medias rojas, con sus braguitas transparentes, ¡y con su sexo al descubierto! ¡con sus labios vaginales a la vista! Se lo tapó con las dos manos, casi instintivamente, aunque era una absurda precaución.
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Venga, joder, ponte las dos manos atrás, que quiero verte el chochito (lo hizo, quería terminar de una vez)… hummm, joder, que bien depiladita, no se te ve ni un pelo. A ver, date la vuelta, y no te preocupes, solo quiero mirar.
Ella quería terminar de una vez, así que se giró, mostrándole sus nalgas en su integridad, porque el tanga nada le ocultaba.
¡Menudo culo joder, menudo culo! A ver, tócatelo un poco, sólo un poco.
Roberto, por favor, ya has visto lo que has querido.
Venga, que ya me voy. Un poco, y ya te das la vuelta.
Ella comenzó a tocarse, y enseguida se dio la vuelta. ¡Y entonces comprendió que le estaba haciendo fotos con su celular! Se dio la vuelta de nuevo, desesperada.
- Eres un cerdo, eres un cerdo. ¡Vete ya!
Pensó que se iría, pensó que ya había conseguido lo que quería, pero todavía no había terminado.
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Oye, vamos, date la vuelta otra vez, y me voy. No te voy a hacer fotos.
Ella miró de reojo, y comprobó que tenía las manos en el bolsillo. Se volvió de nuevo. Por fin parecía que se daba por satisfecho.
- Joder, estás buenísima. Guarda algunas energías para esta tarde, porque pienso follarte en todas las posturas que se me ocurran. Ya sabes, a las cinco... bueno, cuando termines con ése.
Ella no podía contestar, no sabía qué contestar, y sólo quería que se marchase de una vez. Por fin escuchó el ruido de la puerta al cerrarse. ¡Esa tarde tendría que estar don dos hombres! ¡No podía creérselo!