Los riesgos insospechados de la ambición (15)

El origen de la degradación de Marta. El portero la humilla en la calle

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Salieron a la calle, y enseguida descubrió que el portero no pensaba todavía en regresar al despacho, pues se fue en la dirección contraria. Desesperada, lo detuvo enseguida, pues no se veía capaz de aguantar más humillación en público, y se temió que eso era precisamente lo que pretendía.

-          Pedro, ¿a dónde me llevas ahora? Por aquí no se va al despacho.

-          ¿Y quién te ha dicho que vamos al despacho? Ya sé que estás deseando follar conmigo, pero de momento tendrás que aguantarte las ganas (no le perdonaba ninguna ocasión para humillarla, era evidente).

-          Oye, he hecho todo lo que me has pedido, no lo he pasado peor en mi vida, y creo que ya te he demostrado más que de sobra que voy a cumplir mi palabra. Así que, por favor, regresemos de una vez, no me sigas torturando.

-          Mira Marta, no me jodas otra vez con eso, tú no estás haciendo nada que no quieras hacer, y la verdad, no me negarás que te excitaste cuando te cogí el coño, si llego a dejarte te corres allí mismo. Y también te habrías corrido si te dejo seguir masturbándote, menuda zorra estás hecha, te pusiste cachonda perdida delante de todos, anda que te cortaste un pelo. ¿O me lo vas a negar? (era difícil imaginarse una pregunta más humillante, y por supuesto él esperaba su respuesta)

-          Joder, Pedro, lo he pasado fatal, pero para complacerte he intentado olvidarme de dónde estaba, de que me estaban mirando. Pero he cumplido, he cumplido, así que te lo pido por favor, regresemos de una maldita vez.

-          ¿Cumplido? ¡Si no ha habido ni una sola cosa que no me hayas protestado allí dentro, ni una sola cosa, todo han sido pegas!. Y mira, ¿acaso te he dado permiso para que te abroches los botones de la camisa? Vas a tu puta bola, y me parece bien, puedes largarte cuando quieras. Pero te recuerdo que sigues sin convencerme, que mi obligación como ciudadano es denunciarte, te has aprovechado de esos dos ancianitos, les has tomado el perlo, les has robado. Es verdad que lo me ofreces es muy tentador, pero me temo que me quieres engañar igual que engañaste a los ancianitos. Sí, estás muy buena, estoy deseando echarte un polvo, pero para que no cumpla con mi deber como ciudadano me tienes que ofrecer algo más, no un simple polvo en tu despacho. Ibas por buen camino, sí, pero sin dejar de darme el coñazo, protestando por todo, y así no. Así que no volveremos hasta que aprendas a no rechistar, y te recuerdo que has sido tú la que me has mandado un mensajito diciéndome que eres mía, que puedo hacer contigo lo que quiera, y por eso acepté tu oferta. Pero puedes largarte cuando quieras, y para tu tranquilidad te diré que no haré uso de tus fotos, ni de tus mensajes mentirosos. Eres libre como el viento.

Era desesperante, había hecho todo lo que le pidió, se había humillado delante de todos, les había enseñado su trasero, su sexo, había incluso aceptado hacerle sexo oral allí mismo, en el bar, y todavía no estaba satisfecho, no le había humillado lo suficiente.

-          ¿Y qué pretendes ahora de mí?

-          Pues mira, como te has atrevido a abrocharte esos botones sin mi permiso, me enseñarás las tetas en la calle. Buscaré un sitio dónde lo podamos hacer sin testigos, pero en la puta calle.

Semejante pretensión la alteró, la alteró por completo, tuvo la seguridad de que no buscaba otra cosa que humillarla, pisotearla, llevarla a su límite, y luego, cuando no aguantara más, denunciarla. Si quería poseerla, lo tenía bien fácil, bastaba con ir al despacho, era evidente que se lo permitiría sin oponer resistencia, incluso haría lo posible por satisfacerle.  Pero no, no tenía prisa, quería seguir hundiéndola, arrastrándola por las calles como si fuera una fulana, su fulana. Y no pudo continuar con el juego, aquello ya excedía a lo que podía resistir.

-          ¿En la calle? ¿Qué lo haga en la calle? ¿pero es que te has vuelto loco? ¡Tú lo que quieres es joderme la vida, humillarme y luego dejarme tirada! (de nuevo no daba crédito de lo que oía, parecía que realmente quisiera provocarla hasta que no resistiera más, y luego denunciarla, no podía ser más aterrador el panorama). ¡Eres un cabrón sin escrúpulos! ¡Y yo no aguanto más! ¡No aguanto más! ¡Si quieres que sea tuya ya sabes dónde estoy! ¡Y si me denuncias ya sabes lo que te pierdes! ¡yo me largo!

No le dejó contestar, se dio media vuelta para dirigirse al despacho, y tuvo que ruborizarse de nuevo al darse cuenta de que el camarero y el borracho estaban en la puerta del bar, mirándolos, y ahora mirándola a ella, los dos con la boca abierta. Tuvo que pasar delante de ellos, intentando mantener la dignidad aunque consciente de que la acababan de ver el trasero desnudo, y algo más. Y para colmo, seguro que escucharon la conversación, no estaban muy lejos, lo cual no dejaba de ser también humillante. Pero su furia se transformó otra vez en pánico cuando se dio cuenta que él no la seguía, que él la había dejado marchar, por más que cuando le gritó no esperase nada de él, de hecho, ni siquiera lo pretendía, no fue más que un puro desahogo, pero un desahogo que le costaría muy caro. Y no podía volver corriendo otra vez, eso era excesivo, pasando otra vez delante del bar, y sin saber si lo encontraría.

Y entonces se dio cuenta de que él tenía su móvil, ¡era la excusa perfecta para volver! No le suplicaría, solo se lo pediría, y tendría al menos la oportunidad de rectificar, o incluso intentar de nuevo convencerle. Regresó sobre sus pasos de inmediato, con la máxima ligereza regresó a la misma callejuela angosta, y para su desgracia al pasar por el bar lo vio de nuevo dentro, apoyado en la barra. Y antes de que pudiera tomar alguna decisión vio cómo el camarero le dijo algo y él se volvió, y al verla, al menos tuvo el detalle de salir a la puerta, pues no hubiera sido capaz de volver a entrar.

-          Te has quedado con mi móvil, se me ha olvidado pedírtelo.

Sin decir ni palabra sacó el móvil del bolsillo, y se lo entregó.

-          ¿Algo más?

-          No… es que… necesito el móvil… ¿de verdad no quieres venir al despacho?

-          Me has llamado cabrón, no esperes nada de mí (estaban a la puerta del bar, y ahora sí sabía que el camarero estaba pendiente, no podía decir ciertas cosas).

-          Es que… no me parece que quieras cumplir con tu parte del trato… solo putearme… y luego dejarme tirada… si quisieras algo de lo que te prometí… si lo quisieras… ¿podemos hablar en otro sitio? Están todos pendientes.

-          ¡Ahora vengo!

No esperaba que aceptase su proposición, y esta vez incluso él mismo se fue en la dirección del despacho. Claro que no tardó en pararse y volverse.

-          ¿Aquí está bien? (la verdad es que por allí no pasaba nadie, y estaban un poco más lejos que antes del bar, y desde luego no pensaba gritar).

-          Sí, gracias. Pedro, perdona lo que te dije… perdona… yo no quiero que me denuncies, y estoy dispuesta a satisfacerte todas las veces que sean necesario… pero… parece que solo buscas putearme, dejarme en evidencia… y luego… luego no sé que harás… me mandarás a la mierda y me denunciarás… creo que no te intereso…. que lo que te interesa es hundirme… joderme la vida… ¿o me equivoco?

-          Pues sí, te equivocas, yo no soy como tú, yo no engaño a la gente, hablo muy claro y mi palabra va a misa, faltaría más.  Pero esperaba que cumplieras lo que me prometiste, que harías lo yo te ordenase, y no has parado de ponerme problemas.  Y la verdad, cuando te has largado he pensado que era lo mejor para los dos, tú tienes que pagar por lo que has hecho, y yo no quiero engañar a mi mujer.

Esa idea la horrorizó de nuevo, sabía que la estaba poniendo a prueba, que de nuevo la quería llevar al límite, que no tenía otra idea que aprovecharse de su error, de su pecado.  Pero la sola idea de que pudiera arrepentirse la espantaba.

-          Por favor, Pedro, ponme a prueba otra vez, de verdad que cumpliré con lo que te dije en esos mensajes, ya soy tuya, estoy en tus manos, mi futuro depende de ti. Si me denuncias me hundes, destrozas mi vida, y te aseguro que los agricultores se fueron satisfechos, contentos, con lo que han conseguido tienen más que de sobra. Y tu mujer nunca se enterará, lo sabes muy bien. Déjame demostrarte de lo que soy capaz, por favor, vamos de una vez al despacho y ya verás cómo quedas satisfecho.

-          Ya, eso ya me lo has dicho por escrito, y no has parado de quejarte y darme el coñazo. Y por mucho que digas, no puedo dejar que robes a esos ancianitos por echarte un simple polvo, si fuera eso cogería el dinero que tú me ofreciste y conseguiría putas mucho más macizas que tú, y que seguro que follan mejor que tú, y que me harán unas mamadas de escándalo.  Por pasta seguro que esas hasta dejan que les folle el culo, algo que me priva pero que, como comprenderás, nunca se lo pediría a mi mujer. Pero contigo pretendía otra cosa, desde que supe tu secreto he tenido otras fantasías, he soñado no solo con follarte, sino también con dominarte, con tenerte a mi disposición, y no durante una horita, o unos días, sino durante semanas, meses, tal vez unos cuantos años.  Sí, es el sueño de todo hombre: tener una mujer a su disposición, que obedezca sin rechistar, a la que pueda follar cuando quiera, de la forma que quiera, por delante, por detrás, por todos sus agujeritos; a la que pueda obligar a vestirse como una puta, a desnudarse cuando se lo pida, a andar a cuatro patas porque le apetezca. Eso es lo que pretendía. no echarte un polvo en tu despacho de vez en cuando. Y ya puedes largarte.

Le habló con sosiego, y desde luego con claridad. Esperaba de ella una absoluta entrega, una obediencia ciega, someterla por completo, lo cual no la sorprendió precisamente, después de lo que pasó en el bar. Realmente algo así le prometió en el mensaje que le envió desesperadamente, pero del dicho al hecho hay un buen trecho. Tragó saliva, era el momento de decidir, de aclararlo todo, aunque fuera en la calle.

-          Pero…¿por qué me humillaste delante de otros hombres? Yo estoy dispuesta a hacer lo que dices… todo lo que dices, pero… ¿en la calle? ¿en un lugar público?  Mucha gente me conoce, y yo dependo de mi fama y buen nombre, si un cliente me hubiera visto en el bar mientras… ya sabes… lo habría perdido, a él y a todos los que conociera… vivo de eso… las abogadas tenemos que cuidar eso… las apariencias son importantes… ¿es que no te basta con todo lo demás? ¿me vas a obligar a hacer cosas como las que acabo hacer ahí, delante de otros?

-          No pretendía llegar tan lejos, pero no has parado de protestar, y me has obligado a exigirte cada vez más. Y desde luego, si eres mía te obligaré a hacer lo que me dé la gana, joder, no tengo que darte explicaciones. Solo te aseguro que mientras me tengas contento no te denunciaré, y desde luego procuraré que nadie de tu familia o de tus amigos, o de tus clientes, se entere. No te voy a obligar a follar en el portal, o en tu despacho con la puerta abierta para que te vea tu secretaria, o a esto que has hecho en un bar concurrido, dónde puedan verte gente que conozcas. Pero a ese bar no van ni tu familia, ni tus amigos, ni tus clientes, ahí solo había un borracho y un camarero. Creo que deberías pensar en entregarte, reconocer a la policía lo que has hecho, devolver la pasta, seguro que no será tan grave si confiesas voluntariamente, tú sabes más de esto. Confiesa el pecado, te quedarás más tranquila, y te aseguro que no utilizaré ni las fotos ni tus mensajes, quedará entre tú y yo.

Sí, podría devolver el dinero a los agricultores, pedirles perdón, aunque seguro que la denunciarían, se sentirían engañados. Y él también, él la denunciaría sin contemplaciones.  Y no solo perdería el dinero y la casa de sus sueños, su marido no se lo perdonaría, sabía de su honradez; ni su propia hermana se lo perdonaría, la había utilizado y puesto en riesgo mintiéndola. Y perdería su fama en la ciudad, tendría que irse de allí, sin marido, y seguro que sin familia.  Ahora que había conseguido todo lo que pretendía en la vida, no podía renunciar sin más.  ¡Y no estaba claro tan siquiera que se pudiera librar de la cárcel si confesaba! ¡Se había aprovechado de dos ancianos ignorantes! No, no podía con eso, tenía que seguir luchando por mantener su posición social tan duramente conseguida. Y seguro que acabaría seduciendo al portero, no le resultará difícil.  Lo duro serían al principio, solo al principio.  Quizá ese primer día sería el más duro.

-          Pedro, no, no puedo, defraudaría a mi marido, a mi familia, no puedo hacerlo, no lo soportaría. Y aunque no me creas, ese dinero me lo gané a pulso, muy pocos abogados lo hubieran conseguido, así que no tengo mala conciencia, no la tengo, prefiero hacer lo que me pides antes que perderlo todo.  Pero… solo te pido… tienes que comprender mi situación… no me pidas cosas que… bueno, que me perjudiquen… ¡también mi marido tiene muchas relaciones! ¡más que yo! Y no quiero imaginar que alguien nos vea… sería horrible para mí…

-          Ya te he dicho que no pretendo que todo el mundo se entere de lo nuestro… pero no quiero tampoco discusiones eternas…. Simplemente tendrás que confiar en mí.

-          ¿Y porque no vamos ya al despacho? Ya tendrás tiempo de conseguir todo eso que quieres de mí… pero… es que… lo he pasado mal… todo ha ido muy rápido… necesito algo de tiempo para acostumbrarme… aquí… en la calle…

La conversación sosegada la estaba animando, creía que no se resistiría a la tentación, podía poseerla en cinco minutos. Pero él tenía las ideas muy claras.

-          Mira, no insistas, ya sabes qué puedes hacer para que me olvide de mi mujer y de mi obligación como ciudadano. Mira el teléfono, te mandé un mensaje, contéstalo, estaré en el bar.  Si me gusta la contestación, saldré y ya veré lo que hago contigo. Si no me gusta, ya puedes dar por roto el trato.  Sabes lo que quiero, así que lo tienes fácil.

Él regresó al bar, y ella se quedó mirando el mensaje. Al menos, no había habido gritos, habían hablado bien claro. Y también el mensaje era claro.

Marta, te agradezco el ofrecimiento, que te hayas depilado el chochito para mí, que te hayas comprado un conjuntito tan sexy, estás muy buena, eres toda una tentación, pero ya te he dicho que no voy a engañar a mi mujer, estoy felizmente casado. Y no me parece nada bien lo que has hecho, le cogí cariño a esos señores, no puedo permitir que los robes.  Así que lo siento, y no me des más el coñazo, ni me mandes más fotitos ni más mensajitos. Tienes que pagar por lo que has hecho ”.

Era evidente que quería dejar constancia de que no la chantajeaba, que era ella la que quería seducirlo, ofrecerse a cambio de su silencio. No tenía un pelo de tonto. Enseguida le contestó, humillándose todavía más si era posible:

Pedro, me parece que no me has entendido bien. Yo no te ofrezco solo un polvo, me ofrezco a ti por entero, para que puedas hacer conmigo lo que quieras, dónde quieras, en cualquier sitio y lugar, aunque sea en la calle, en donde quieras. Puedes utilizar mi boca, mi coño, mi culo, todos mis orificios. Haré lo que me pidas, todo lo que me pidas, sin rechistar, será tu esclava, por decirlo así. Tu esclava sexual.  No vas a tener otra oportunidad en tu vida, y yo sé que te gusto, que está deseando follarme, que me deseas desde que me viste aparecer por primera vez. Piénsalo, seré tuya, dispondrás de mis tetas, de mi coño, de mi culo, de mi voluntad.  Solo te pido que te olvides de esos señores, que aproveches la oportunidad, solo se vive una vez. Soy tuya, solo tienes que chasquear los dedos ”.

Había sido clara, pero sabía muy bien que no podría cumplir con lo que allí decía, y sabía además que con esos mensajes su situación empeoraba todavía más, si es que eso era posible.  Lo que no tuvo dudas es de que él saldría de ese maldito bar, que la respuesta le complacería. Llegó a su lado enseguida, y el corazón se le aceleró de nuevo.

-          Bien, ya sabes lo que quiero. Vamos.

-          Guarda mi teléfono, por favor.

-          Vale, pero dime la clave para entrar.

-          ¿La clave? ¿Para qué…?

No le cogió el teléfono, otra vez se volvió para regresar al maldito bar, pero ella le cogió del brazo para retenerlo.

-          Perdona, perdona, mi clave es el año de nacimiento de mi madre, 1948.

Respiró aliviada cuando retomó el camino, y lo siguió. No anduvieron ni cien metros por la calle angosta en la que se encontraba el bar cuando él la detuvo cogiéndola por el brazo, enfrente de un antiguo colegio ya abandonado. Ascendió a paso ligero la escalinata que daba acceso a un amplio soportal desde el que se accedía a las puertas de entrada del colegio, y una vez arriba, miró a un lado y otro de la calle, regresando acto seguido junto a ella.

-          Bueno, ya sabes lo que quiero, súbete allí y me enseñes esas tetas tan hermosas que te gastas. Yo me pondré enfrente, si veo que se acerca alguien te avisaré.

-          Vale, confiaré en ti.

-          Tú obedece, y ya está.

Sí, mejor estar callada. Antes de subir miró a derecha y a izquierda, comprobando que ningún transeúnte se acercaba, aunque sí vio al borracho en la puerta del bar, mirándola, todavía con cara de asombro.  Realmente no era una calle muy transitada, y muchas de sus casas estaban abandonadas, como el colegio, y no era un lugar de paso hacia ningún lado, no formaba parte del recorrido habitual de los turistas.

Finalmente subió las escaleras, sin creerse todavía lo que iba a hacer. Al darse la vuelta vio a Pedro apoyado en la pared de enfrente, por lo que podía ver perfectamente si alguien se acercaba. Ella se cercioró de que desde el edifico de enfrente o los próximos no hubiera nadie observando la escena, y también que desde dónde estaba no se veía el bar, ni al borracho. Sin poder evitar ruborizarse una vez más se desabrochó los botones, y tras respirar hondo, se abrió la camisa, dejando a su vista sus magníficos pechos, redondos, ligeros, llenos de vida. Y entonces él volvió a sorprenderla, sacando de su bolsillo su propio móvil, del que ya sabía la clave. La iba a fotografiar en tan humillante postura, enseñando sus pechos en público, y pese a lo que acaba de hablar con él, y ése maldito mensaje, aquello no pudo soportarlo. Volvió a cerrarse la camisa, y desde allí protestó.

-          Por favor, ya lo has visto todo, no necesitas fotos.

-          Pues toma.

Y sin más le lanzó su propio móvil en parábola.  Tuvo que alzar las manos para cogerlo, y casi cae por las escaleras. Y tuvo que gritarle porque ya se iba.

-          ¡Vale! ¡Vale! ¡No te vayas!

Pero siguió su camino. Se abrochó la camisa mientras bajaba las escaleras, y corrió otra vez hacia él, que de nuevo se dirigía al bar. Cuando lo alcanzo estaba ya muy próximo.

-          ¡Lo siento! ¡Lo siento! Pero no me negué, solo te lo pedí por favor. Hazme las fotos que quieras, toma mi móvil.

-          Joder, lo acabamos de hablar. Ya me tienes harto.

-          Tienes que comprenderme, esto es un palo para mí, es mi primer día, yo estoy dispuesta a todo, tienes que ser un poco flexible conmigo, por lo menos hoy.

-          Esto es también difícil para mí, no me agrada engañar a mi mujer. Mejor lo dejamos.

La esquivó para seguir su camino, y ella volvió a ponerse delante.

-          Oye, me quito ahora mismo las bragas aquí, en la calle, para que veas que estoy dispuesta a todo ¿quieres? O hazme esas fotos, lo que quieras, dime lo que quieres.

-          Esto te supera, eres demasiado orgullosa y soberbia, con esos aires de gran abogada que te das. Lo siento pero lo dejo.

Ella sencillamente se veía ya perdida, sólo porque se rebeló por una maldita foto, después de todo lo que hizo, humillándose una y otra vez para complacerle. Y estaba dispuesta a todo, lo tenía cada vez más claro, ya no iba a jugarse otro enfado.

-          Pedro, Pedro, te lo juro que ya no vuelve a pasar más, si quieres buscamos un sitio por aquí y te hago una mamada, donde tú quieras, donde me digas, confiaré en ti, detrás de un coche, o entramos a los servicios de un bar, de este bar si quieres.  O follamos directamente, donde tú me digas, en un portal, en donde quieras. Por favor, por favor, estoy dispuesta, ya no voy a desobedecerte más, pero no me dejes, no me denuncies, te lo suplico, te lo pido de rodillas si quieres (ella ya no era ella; jamás pensó que podía humillarse tanto ante un hombre, pero la sola idea de verse en la cárcel, echada de su círculo social, de su profesión, la horrorizaba, y ante eso, nada podía compararse, ni siquiera el tener que hablar como una fulana).

Ahora Pedro pareció por fin ablandarse, pareció ceder, porque no hizo ademán de continuar.

-          ¿Has dicho una mamada?

-          Sí Pedro, pídeme lo que quieres, una mamada, lo que quieras.

-          ¿Y tú sabes mamarla bien, en condiciones, o poniendo cara de asco?

-          Te aseguro que te la chuparé bien, te quedarás satisfecho.

-          ¿Llegarás hasta el final, te lo tragarás todo? (ella nunca había hecho una felación a su marido, ni a nadie, hasta el final, siempre se retiraba a tiempo;  y la verdad es que nunca le había gustado demasiado el sexo oral, pero en algunas ocasiones sí había sentido el deseo de hacerlo, sin llegar al límite; no tenía ni idea de si lo hacía bien o mal, porque en realidad, su marido tampoco le pedía hacerlo, pues se sentía cohibido, no se relajaba, y realmente lo practicaban poco; pero ella estaba dispuesta a todo, y desde luego, a decirle sí a todo, a todo).

-          Sí, hasta la última gota.  Hasta que tú quieras.

-          Ya, prometes mucho y luego te echas atrás, me tienes harto. Pero bueno, haber si por fin aprendes. Quédate con el móvil, volvamos al mismo sitio, y te haces tú misma las fotos. Y me las vuelves a enviar con un mensaje de los tuyos.

-          Vale, lo que quieras.

Cuando iniciaron el camino de regreso, vieron al borracho en mitad de la calle, con las manos en los bolsillos, mirándoles con exactamente la misma expresión de asombro que tenía en el bar.  No era capaz de articular palabra, sólo los miraba asombrados.  Pero para Marta era la menor de sus preocupaciones, encontrarse al hombre al que acababa de enseñarle su trasero en un bar.  Le tranquilizaba ciertamente que fuera un alcohólico, y de eso no había la menor duda.  Pasaron a su lado para ir de nuevo al colegio abandonado, y ella pudo ver de reojo como él se giraba de nuevo para seguirlos.  Pedro también se dio cuenta, y la detuvo, volviéndose para hablar con él.  Ella ya no se sorprendía de nada, o eso creía, y era fácil adivinar cuáles eran sus intenciones.

-          Jefe, ¿qué tal le ha ido con la máquina? (el pobre hombre no fue capaz de hablar, y verdaderamente su expresión cambió del asombro al miedo, porque pensó que el portero le iba a regañar, por seguirles; y solo consiguió encogerse de hombres, por toda respuesta). ¿Quieres ver una cosa bonita de verdad? (ahora la expresión volvió a tornarse en asombro, pero tampoco esta vez pronunció palabra, pues se limitó a encogerse de nuevo los hombros).  Pues síguenos.

Volvieron al colegio abandonado, ahora seguidos por el borracho, que arrastraba los pies y se tambaleaba ligeramente.  Marta no quiso ni preguntar al portero para qué quería que les siguiera, porque era bien evidente.  Cuando llegaron, sin tan siquiera preguntar ella volvió a subir las escaleras. En ese momento pasaban varios transeúntes, ninguno de los cuales pareció fijarse en ella, pese a que seguía con la camisa por fuera de la falda.  Cuando pasaron, escuchó al  portero dirigirse al borracho.

-          Ponte aquí jefe, que vas a ver lo que es bueno.  (era lo que suponía, aunque se temía que podía pretender algo más, pero era mejor no pensarlo).

Aquella situación nunca en su vida la pudo imaginar, ni en las peores pesadillas; iba a enseñarle sus pechos a dos hombres, en plena calle, a plena luz del día.  Y verdaderamente, entendía que podía formar parte de la fantasía sexual de cualquier hombre, y de cualquier mujer, y en realidad, sintió una ligera punzada de excitación, pues en el trayecto de regreso a aquel lugar se había preparado para ese momento, se había relajado lo suficiente como para poder afrontarlo, y la relajación, con el alcohol, le había facilitado ese ligero y agradable ardor, al que había contribuido en alguna medida el mensaje que le envió, esa conversación tan humillante y erótica que mantuvieron, y hasta el hecho de que hubiese admitido ya hacerse fotos enseñando en público los pechos, pues esa misma idea, sin tener en cuenta las circunstancias, no dejaba de ser excitante.   Desde luego, si alguna vez su marido y ella se hubieran atrevido a tanto (y debía reconocer que el sitio elegido era apropiado para pasar inadvertida), ahora mismo ella estaría totalmente excitada, nerviosa y excitada.

Y volvió a hacerlo, se desabrochó de la camisa, con el móvil en la mano, se abrió la camisa, enseñando sus pechos a los dos hombres, y pudo ver cómo la miraba el borracho con ojos vidriosos, y también cómo la miraba el portero, con ojos lascivos y una sonrisa insufrible de satisfacción, paladeando su victoria. Y darse cuenta del deseo que suscitaba en esos hombres la excitó, no pudo evitarlo, aunque el latigazo del deseo iba y venía, era difícil atraparlo en esas circunstancias, y menos cuando lo que quería era dejarlo pasar, que no se instalara en ella.   Esta vez, mantuvo la camisa abierta con una mano, asegurándose de que los pechos quedaban a la vista mientras se hacía varias fotos con el móvil, sonriendo incluso a la cámara. En esos momentos no le importó si se acercaba alguien, el portero pudo ponerla en evidencia si hubiera querido, confió en él por primera vez. Y cuándo terminó de hacerse fotos, le pidió permiso para cerrarse la camisa.

-          Ya tengo las fotos, ¿puedo cubrirme ya?

-          Escríbeme el mensaje y tráeme el móvil, que las vea, y no hace falta que te cierres la camisa, ahora mismo no viene nadie.

Con su rapidez habitual le envió las fotos, y le envió un nuevo maldito mensaje, aunque breve: “Espero que te gusten mis tetas, estoy deseando que me las chupes y me las magrees, las tengo a tu disposición”, y al instante bajó rápidamente, enrojecida por el mensaje casi más que por tener los pechos al aire y en movimiento sinuoso y sensual mientras bajaba las escaleras. Le entregó el móvil, y de nuevo la sorprendió.

-          ¡Qué, has visto qué par de tetas tiene la tía! (el borracho esbozó lo que podía parecer incluso un tímido intento de sonreír, y esta vez, en lugar de encogerse de hombres, movió la cabeza arriba y abajo).  Marta, acércate a él, ábrete bien la camisa, que no habrá visto una cosa igual el pobre.

Desconcertada, sin querer protestar, mirando a derecha e izquierda, se puso justo en frente del alcohólico, al que los ojos se le iban a salir de su órbita.  Ahora cualquier que saliera de uno de los portales que daban a la calle, o que saliera del bar, o que apareciera en la calle, vería la escena. Y por si fuera poco semejante humillación, el portero se puso detrás de ella, le agarró los pechos sin el menor pudor, en plena calle, y de nuevo se dirigió al alcohólico.

-          ¡Vaya pedazo de tetas que se gasta la Señora!  ¡Y que gusto da tocárselas! Y ahora nos va a enseñar las piernas.

Dejó por fin sus pechos, le dio una buena palmada en el culo, y le ordenó que volviera a subir las escaleras, lo que hizo con toda rapidez.

-          Pues ahora verás las piernas que tiene. Vamos,

Él le hizo signos de que se subiera la falda, y aunque titubeó, mirando nerviosamente arriba y abajo, no se atrevió a protestar.  Tenía que confiar en él, porque desde luego podía avisarla con antelación, y sólo tenía que soltarse la falda y darse la vuelta para que, el que pasase por delante de donde ella estaba, solo viera a una mujer de espaldas, aunque con la camisa por fuera de la falda. Hacían una curiosa pareja el orondo portero, con su expresión satisfecha, y el borracho enclenque, con su mirada alucinada y la boca abierta, y los tenía justo enfrente, sin perder detalle de lo que ella hacía.  Empezó a levantarse la falda, y enseguida vio la mano del portero conminándola a que no parara de subir, a la vez que le hacía fotos con su propio móvil; no obstante, ella se detuvo un instante justo en el límite de enseñar su ropa interior, pero aquella mano seguía moviéndose, y en cuanto vio que el portero retiraba la cámara para mirarla, reemprendió la marcha, subiéndose la falda por encima de las bragas.

-          ¡Qué te parecen esas piernas! ¡de película, eh! (también se sentía ella orgullosa de sus piernas, aunque comprendía que sus muslos eran demasiado firmes, demasiado musculosos, demasiado fruto del gimnasio, pero eran largos, y no dejaban de aparentar esbeltez).

Enseñar sus bragas en la calle, para que se las fotografiase el portero, y se las viera un borracho, con la blusa abierta, sin sostén, los senos al aire, si podía hacer abstracción de las circunstancias, si podía siquiera un instante imaginarse a su marido allí mismo, con la cámara de fotos, era decididamente excitante; y al sentirse derrotada y entregada a ese hombre, la excitación de nuevo parecía querer invadir su cuerpo abandonado, pues en esos momentos sólo esperaba su voz, o sus gestos, para cambiar la postura, para hacer lo que le indicara.

El portero le hizo un ligero gesto en la cabeza y ella entendió enseguida que venía alguien; soltó la falda y se giró cerrándose la camisa y la chaqueta sobre el pecho.  Y aquella espera no hacía sino aumentar su excitación, pues al comprobar que el portero cumplía lo prometido, se sentía todavía más segura de abandonarse a sus órdenes.  Esta vez debió pasar más gente, ella oyó a niños corriendo y una mujer gritándoles, pero enseguida se hizo otra vez el silencio en esa calle escasamente concurrida.  Y de nuevo el portero le grito ¡vamos! y ella no tuvo duda alguna de que cuando se girara de nuevo, sólo estarían mirándoles el portero y el borracho, y así fue.

Ella volvió a subirse la falda, esta vez sin titubear, pero ahora el portero le hizo unos signos que eran bien fáciles de interpretar (sabía ser muy expresivo), pero no tanto de ejecutar.  Quería que abriese las piernas, y que se acariciara el sexo, allí, delante del borracho, en plena calle.  Ella lo miró suplicante, sólo una mirada suplicante, pero en cuanto él frunció el entrecejo bajó rápidamente una mano a la entrepierna, mientras abría ligeramente las piernas. Pero rápidamente el portero volvió a hacerle signos de que alguien venía, y nuevo se giró.  Lo que le faltaba ya era acariciarse, y desgraciadamente se le vino a la cabeza mientras esperaba la imagen de lo que acababa de hacer en el bar, de esa mano grande y vellosa sobre su sexo, y de esa mirada atenta del camarero fascinado por su su entrepierna, mientras ella se lo enseñaba todo.  Y cuando recibió de nuevo la orden para girarse, volvió a subirse la falda para esos dos hombres, volvió a bajar una mano a la entrepierna, volvió a abrir las piernas, y ahora se empezó a acariciar con cierto detalle, más sin duda del que podía esperar el portero, que no dejaba de fotografiarla con su propio móvil, y no digamos ya el borracho, que seguía casi con la cabeza los movimientos de su mano.

Desde luego, con sus medias transparentes, las bragas a la vista y la mano acariciándose su sexo, y todo eso en plena calle, debía estar decididamente sexy, y ella empezaba a no entender por qué el portero no estaba ya ardiendo en deseos de poseerla, cuando podía hacerlo en cualquier momento, en cualquier sitio, tal como ya ella le había ofrecido. Pero no tenía prisa, pues ahora le indicaba con la mayor claridad que se introdujera en la mano en la braga, y esta vez ella obedeció al instante, sintiendo ya el inicio de la senda del placer, si bien no tardó en interrumpirle una vez más un gesto del portero, para avisarle de una nueva visita.  Vuelta a soltar la falda, otra vez a girarse y mirar a las puertas desvencijadas del antiguo colegio.  Suponía que ningún viandante de los que había contemplado la escena podría haberse imaginado ni por un momento la escena que se estaba representando; y el estar esperando una orden del portero para volverse y acariciarse el sexo delante de él no hacía sino aumentar la tensión sexual que empezaba a apoderarse de ella, porque no podía evitar abandonarse a esas sensaciones, sintiéndose protegida por la vigilancia del portero.

Cuando de nuevo se giró, avisada por el portero, éste le hizo un gesto todavía más evidente, simulando él mismo que se bajaba el pantalón.  Y aunque por un momento ella pensó que se refería a la falda, en cuanto se llevó las manos hacia la cremallera, decidida ya a no desobedecerle, aunque tuviera que desnudarse allí mismo, él le habló para que terminara de comprender.

-          Eso no, lo otro (lo cual le hizo comprender que podía confiar en él, puesto que ella se habría quitado la falda sin rechistar, y en cambio, a él le pareció demasiado expuesto, y sólo quería que se quitase las bragas).

Hizo lo que le dijo con rapidez, sin importarle ya hacerlo delante de ellos, con toda naturalidad.  Y al agacharse para bajársela, teniendo como tenía la camisa abierta, ambos sin duda tuvieron una magnifica vista sus pechos colgantes, que no se libraron de ser fotografiados por el portero.  Se incorporó con las bragas en la mano, y entonces, el portero le volvió a hablar al borracho.

  • Vamos, cógele las bragas a la señorita, que necesita las manos libres.

El borracho tardó en reaccionar, pero finalmente se dirigió con su andar agónico hacia las escaleras, y en cuanto llegó al primer peldaño ella bajó rápidamente para dárselas, sólo que él llegó junto a ella con las manos en los bolsillos, mirándole los pechos que se destacaban en la camisa abierta, y ella tuvo que sacarle una mano en el bolsillo para colocarle en ella sus bragas, notando el contacto de una mano flácida, húmeda, débil, envuelta en una piel arrugada y fofa; fue un contacto desagradable, y ella regresó enseguida a su lugar, junto al cartel.

Y cuando se incorporó, el portero le hizo signos ostensibles de que se lo acariciara todo, dándose incluso la vuelta para indicarle que también querían verle el trasero.  Y ella no titubeó tampoco esta vez, se llevó las manos a los pechos mientras veía cómo el borracho regresaba con su paso inseguro junto al portero, volviéndose de nuevo hacia ella con esa mirada alucinada que no conseguía abandonar, y recordó las películas eróticas que había visto, no muchas porque a su marido tampoco le gustaba demasiado; pero en las que siempre había una escena en la que una mujer se acariciara para un hombre, si bien ella nunca lo había hecho con nadie, ni tampoco con su marido, pues los dos se sentía cohibidos de ver sus cuerpos desnudos a plena luz, y siempre se entrelazaban rápidamente.  Pero ahora lo hacía en la calle, y ella sabía que era su castigo por haberle enfadado, por haber protestado una y otra vez, por no haberse sometido sin rechistar. Bajó una de las manos al borde de la falda, inclinándose ligeramente hacia delante, para acto seguida levantarla hasta que su mano llegó a la entrepierna, empezando a acariciarse el sexo sin dejar de acariciarse los pechos con la otra mano.  Y luego se giró, levantándose la falda para que esos hombres pudieran contemplar su trasero una vez más, aunque ahora con más luz, y durante más tiempo.  Una vez más, el portero se dirigió al borracho.

  • ¡Menudo culo, eh! (y ella se imaginó un nuevo y ligero moviendo de asentimiento de su cabeza marchita).

Pero ella estaba decidida a cumplir con lo ordenado. Se llevó las manos a las nalgas, y hasta movió la cintura, inclinándose ligeramente hacia delante, sin dejar de acariciarse el trasero.  Y realmente se estaba abandonando, porque comprendía que no dejaba de ser más soportable su situación si se convencía de que tenía que satisfacer los caprichos de ese hombre, de que tenía que contentarlo en todos sus encuentros, sin poder permitirse ningún miramiento.

Y entonces oyó de nuevo su aviso, pero esta vez enseguida se puso a su lado.

-          Arréglate ya.  Lo has hecho bien, sí, muy bien. Pero no te olvides de lo que te he dicho.  Esto que has hecho no te vale de nada si vuelves a enfadarme.  Venga, vamos.

Ella se abrochó rápidamente los botones, y se compuso la falda.  El la cogió del hombro y la obligó a bajar con rapidez. Allí estaba todavía el borracho, con sus bragas en la mano y la mano en su bolsillo.

-          Jefe, hasta otra.  Marta, despídete de él.

-          Adiós (ella levantó la mano en señal de despedida, y por fin tomaron el camino de vuelta, solo que ella iba sin su ropa interior; y desde luego no quería ni pensar en volver otra vez para pedirle las bragas al borracho, así que se conformó).