Los riesgos insospechados de la ambición (14)
El origen del desastre de Marta
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El portero no estaba en su sitio, así que se introdujo en su cubículo para llamar a su puerta, pues él tenía allí una habitación, pero nadie contestó. Aterrada salió a la calle, lo vio a lo lejos y no dudó en correr hasta alcanzarlo, cogiéndole del brazo para detener su marcha. La calle atravesaba una gran plaza, donde se encontraba el monumental edifico del Ayuntamiento, pero una vez atravesada la plaza, se convertía en una estrecha calle rodeada de edificios bajos, calle atravesada por otras también estrechas, formando un entramado de callejuelas que resultaba una de las atracciones de la ciudad, pues rodeaban por completo a la catedral, que estaba unos metros más allá de donde se habían detenido.
- Pedro, Pedro, regresemos, ¿vale? estoy dispuesta a hacer todo lo que me pides, lo que sea ¿vale? No le voy a dar más vueltas, te lo juro, haremos lo que quieras (ahora era ella la que tenía que ofrecerse, ¡y en plena calle!).
- ¡Suéltame, ya hemos hablado todo lo que había que hablar!. (el hombre se soltó bruscamente, y reemprendió su camino, y a ella ya no le importaba formar un auténtico espectáculo en mitad de la calle, justo al lado de su despacho, y en una calle precisamente muy concurrida, al ser un obligado trayecto turístico, aunque en esos momentos no había demasiada gente, asi que se colocó delante de él, para impedirle el paso).
- Por favor, por favor, yo no quiero ir a la cárcel, no me hagas esto, te juro por lo que más quieras que haré lo que me pidas, cualquier cosa que me pidas. Ya has visto las fotos, estoy dispuesta a ser tuya, ponme aprueba, y si te fallo me denuncias.
- ¿Ahora dices que irás a la cárcel? ¿No decías que no has hecho nada? ¿Que lo habías pactado todo con los vejetes? Pues puedes estar tranquila, los conozco muy bien, ellos son muy honrados, si acordaste eso con ellos, aunque no firmaras nada, se lo dirán a la policía, no tienes que preocuparte.
Se desesperaba con la situación, lo que le había dicho para convencerle de que era inocente lo estaba utilizando él en su contra, así que no podía seguir manteniendo esa historia, realmente no había quien se lo creyera.
- ¡Sí tengo que preocuparme, joder! ¡No hubo ningún acuerdo! ¡los engañé, sí, los engañe! ¡me quedé con su dinero, esa es la puñetera verdad! Así que estoy en tus manos, me tienes bien cogida, te aseguro que podrás hacer conmigo lo que quieras… ¡todo lo que quieras!
- Vaya, por fin lo reconoces. Pero bueno, me temo que me has convencido, no quiero ser un vulgar chantajista. Así que ya puedes apartarte.
Le dio un notorio empujón para apartarle, siguiendo de nuevo su camino, tan tranquilo. ¡Ahora tenía que convencerle que él no era ningún chantajista! ¡En mala hora se le ocurrió amenazarle! ¡No había hecho más que complicarlo todo, con su inútil resistencia! De nuevo lo adelantó, de nuevo se puso frente a él, dispuesta incluso a ponerse de rodillas si era necesario.
- Pedro, no eres ningún chantajista, no digas eso. Ahora no me estás obligando a nada, soy yo la que me ofrezco, te lo estoy diciendo bien claro, no me estás forzando, soy quien quiero satisfacerte de todas las formas posibles para que no me denuncies, soy yo la que pretendo convencerte para que no me denuncies. ¿Quieres que te lo diga en un mensaje? ¿Quieres que te suplique que no me denuncies, que sea yo la que te ofrezca mi cuerpo? De hecho, ya te lo he ofrecido cuando te envié esas fotos, no pueden ser más claras. Mira, ahora mismo lo hago, delante de ti, así quedará claro que no hay chantaje, que soy yo la que se ofrece a cambio de tu silencio, ¿vale? ¿vale?,
Pedro se calló, la volvió a mirar de arriba abajo, con absoluto desprecio, pero al menos no la empujó. Ella hasta le sonrió, no sabía qué hacer.
- Haber, te daré una última oportunidad, mándame ese mensaje, ya veré si me convence.
Frenéticamente se puso a escribir el mensaje delante de él, se le daban bien las palabras, no le fue difícil redactarlo allí mismo, en mitad de la calle. Y se lo envió sin revisarlo, le iba la vida en ello. Y él lo leyó en voz alta, allí en la calle, cuando lo recibió.
- Haber qué cojones me has mandado: “Pedro, me has pillado, es verdad, falsifiqué la sentencia para engañar a los agricultores, me he quedado con su dinero. Si me denuncias no tendré excusa, terminaré en la cárcel, así que estoy dispuesto a todo con tal de que no me denuncies. Ya has visto las fotos que te mandé esta mañana, ¡hasta me he depilado el coño para ti! ¡Estoy dispuesta a todo, te lo aseguro! Solo te pido que no digas nada a nadie, y seré tuya todo el tiempo que quieras. Te la chuparé cuando te apetezca, podrás metérmela por donde quieras, y en dónde quieras, solo te pido que no me denuncies, solo eso, y seré tuya. Por favor, te lo suplico, olvídate de esa maldita sentencia”. Joder, sí que has sido clara, y sí que escribes rápido con el móvil.
- ¿Regresamos entonces al despacho? Te aseguro que en cuanto lleguemos me abriré de piernas como querías, no te voy a defraudar.
- Está bien, pero antes de volver te pondré a prueba. Quiero asegurarme de que no me vas tomar el pelo otra vez, quiero asegurarme que vas a ser obediente a partir de ahora. Desabróchame los dos zapatos, y vuélveme a atarlos.
- ¿Cómo? ¿aquí? (estaba dispuesta a todo, se lo acababa de decir, pero sólo esperaba convencerle para que regresara, ni por un instante pensó en que él la humillaría en plena calle).
- Joder, ya estamos de nuevo (le dio un empujón otra vez, y siguió su camino).
Ella ya no podía permitirse más titubeos, así que de nuevo se colocó frente a él.
- Lo haré, lo haré (e inmediatamente se subió la falda lo suficiente para poder agacharse, y se acuclilló ante él, en plena calle, intentado no abrir las piernas, que las rodeó con sus brazos manteniéndolas juntas).
- Mírame, mírame (ella tuvo que elevar su rostro para mirarlo, con los dedos ya puestos sobre sus cordones). No te hagas la tonta, con las piernas abiertas, las manos entre tus piernas.
Sí, en realidad para ella no existía el mundo en aquellos momentos, pero una cosa era decirle que haría todo lo que él quisiera, y otra era hacerlo en plena calle. Sí ya era humillante ponerse en cuclillas delante de él, en la calle, junto a su despacho, ya no digamos sí además le obligaba a abrir las piernas, para que cualquiera que pasase a su lado pudiera verle su ropa interior, además de él mismo. Y esa era la hora de salida de los trabajos, cada vez pasaban más transeúntes. Pero ya no podía hacer otra cosa, tenía que obedecerlo. Abrió sus piernas y puso las manos entre ellas, comenzando a desatar sus sucios y polvorientos cordones, lo que además no le era tarea fácil con las uñas largas que llevaba. Y mientras, él tenía ya una magnífica vista de su entrepierna, y bien pudo darse cuenta de que los hombres casi se paraban al pasar, pues no era habitual ver a una esplendorosa rubia, con un impecable traje sastre gris y una impoluta camisa blanca, en cuclillas ante alguien que, con toda evidencia, no era precisamente un ejecutivo, pues claramente se veía que llevaba un uniforme (un pantalón azul oscuro rancio, y una camisa azul clara más rancia todavía), y más claramente se veía que ella le estaba enseñando su ropa interior, en plena calle.
Desató uno, lo volvió a atar. Y luego se levantó un instante, para estirar las piernas, para volver a levantarse la falda lo suficiente, agachándose otra vez en cuclillas, con las piernas nuevamente abiertas, con las manos entre las piernas, desatándole y atándole los zapatos. Por fin se levantó, y sin atreverse a mirarle a la cara, pero deseando salir de allí de una vez, le pidió una vez más que regresaran.
- No tengas tanta prisa, te he visto las bragas, sí, pero ahora quiero verte el chochito depilado, de esa misma forma. Vamos a un bar y te quitas las bragas.
Estaba claro que él no tenía prisa en regresar al despacho, disfrutaba humillándola en público, sabiendo que no podía negarle nada, así que lo siguió dócilmente cuando él reemprendió el camino, hasta que se paró delante de un bar, indicándole que entrara para cumplir con su orden. Aunque aquella zona era turística, estaba claro que ese bar no estaba dirigido ni a los turistas, ni a las personas con un nivel económico ni alto ni medio, sino más bien bajo. Ella no lo conocía de nada, aunque sí conocía la calle, habría pasado cientos de veces por allí sin que le hubiera llamado la atención. Era más bien pequeño, con una barra alargada que doblaba en uno de los lados hasta la pared, justo dónde estaban los servicios y una máquina tragaperras. Había unas cuantas mesas repartidas por todo el local, con dos ventanas que daban a la calle. Pudo ver a un señor sentado delante un vaso de vino, y a otro también mayor apoyado en la barra. Se dirigió directamente a la puerta de los servicios, y antes de llegar oyó al que estaba en la barra que le decía a sus espaldas:
- ¡Necesita un llave! ¡Paquillo, tráete la llave!
Ella se dio la vuelta y enseguida apareció en la barra el camarero, un hombre no muy mayor, con el rostro extremadamente blanco, con un gran bigote y una calvicie más que notoria. Se acercó a su lado para darle la llave. El servicio no podía estar más sucio, ni oler peor, así se quitó su ropa interior con la máxima celeridad. Al salir casi se da de bruces con Pedro, que sin que ella lo supiera había entrado mientras estaba en el servicio.
- Oye, ya que estamos aquí tomemos una cerveza, no tenemos prisa. Y dame las bragas, y el móvil, ya veo que no te has traído bolso, yo te lo guardaré todo.
Enrojeció con esa petición, hecha en público, sin que pudiera saber si lo había escuchado alguno de los presentes, pues aunque en una esquina había una televisión en la que daban las noticias, apenas se escuchaba. Pero ya no podía discutirle nada, así que dócilmente le entregó las bragas y el móvil, que él se guardó en el bolsillo de su pantalón. Al menos se alegró que eligiese ese bar desvencijado para tomar una cerveza, pues además de que estaba casi vacío, no se encontraría allí a ningún conocido.
Se sentaron en los dos taburetes que había en ese extremo de la barra, dejando a sus espaldas la puerta del servicio, y teniendo a su lado la máquina tragaperras. Sin preguntarle pidió dos cervezas, que enseguida tuvieron delante. Y en cuanto se dio la vuelta el camarero, supo para qué estaban allí, pues al instante una mano poderosa tomando posesión de su rodilla, y con la nada oculta intención de continuar ascendiendo por los muslos. Ella estaba en la esquina, y él junto a ella, por lo que ciertamente, nadie podía verles, al menos mientras siguiera el bar medio vacío. Y la ventana más cercana que daba a la calle tenía echados unos visillos. ¡Pero ella no estaba preparada para el contacto físico, sencillamente no lo estaba!
- Por favor, aquí no, nos pueden ver. Nos tomamos la cerveza rápido y nos vamos al despacho, allí estaremos solos (le habló con voz queda, y sin atreverse a quitarle la mano, que ya se había introducido bajo su falda con todo descaro, mientras le hablaba).
- ¿Otra vez con quejas? ¿Ya no te acuerdas del mensaje que me acabas de enviar? ¿O es que ya te estás arrepintiendo? (él no tenía inconveniente en utilizar su tono de voz normal, poco le importaba que se enterasen de lo que estaban hablando).
- ¡No, no! Solo te proponía que fuéramos ya al despacho, pero si no quieres nada. Tú mandas.
- Me parece que tienes que aprender a cerrar esa boquita, cada vez que hablas la cagas. Y te recuerdo que estás a prueba, todavía no sé qué voy a hacer contigo, así que me parece que te conviene tenerme contento, y si ahora me apetece tocarte el muslamen, más bien tendrías que estar contenta, eres la primera interesada en que me apetezca tocarte, creo yo.
- Lo estoy, lo estoy, no he dicho nada.
Sí, lo fastidiaba cada vez que hablaba, no podía ser más humillante semejante conversación, que sin duda habría escuchado el camarero y el cliente que estaba en la barra, pues no había duda que tenían que ser el centro de su atención. Avergonzada, perdió su mirada en la cerveza, mientras él seguía avanzando con su mano debajo de la falda, hasta llegar a su destino, tomando posesión enseguida de su sexo desnudo y depilado, allí mismo en el bar, sin que ella opusiera la más mínima resistencia, aunque enrojeciendo por enésima vez, pues no le cabía duda de que los allí presentes se estaban imaginando lo que ocurría entre sus piernas. Y realmente sintió verdadera repugnancia cuando aquella mano regordeta, que a ella siempre le parecía sucia, se apoderó de su sexo, y además, por primera vez en su vida, sintiéndola directamente sobre él, sin aquella suave y tupida red que la protegía habitualmente del contacto directo. Y claro, no se recató en comentar el encuentro baja la falda.
- Hmm, que gusto da tocar un chocho sin pelos. Sabe dios cuánto tiempo hace que no he tocado uno así (no podía haber ya ningún centímetro de sus mejillas que no se hubiera encendido al oír sus palabras, y encima, el hombre que estaba apoyada en la barra se volvió en esos momentos hacia ellos, con cara de sorpresa, con toda seguridad porque al menos la sonora palabra le había llegado a sus viejos oídos).
Por fin retiró la mano, pero el suplicio no había terminado, ahora recibió unas instrucciones muy precisas, aunque esta vez, al menos, le habló casi en un susurro.
- Siéntate en el borde del taburete, todo lo que puedas, súbete la falda y abre bien las piernas, ya sabes lo que quiero ver.
Era superior a sus fuerzas, no podía acostumbrarse a recibir semejantes órdenes en público, no pudo evitar quejarse una vez más.
- Por favor, Pedro, no me pidas eso, me moriría de vergüenza, están todos pendientes de nosotros. Ya sabes que haré lo que quieras, pero no me obligues a hacer estas cosas en público, vamos ya a mi despacho, podrás desnudarme tú mismo, y te aseguro que pondré todo mi empeño en dejarte satisfecho, no tendrás ninguna queja de mí, pero no me hagas esto, por favor (se lo decía en susurros, pero desesperadamente, sabiendo que el jubilado de la barra no les quitaba el ojo, no había otra atracción en el bar).
- Otra vez, no hay forma de que cierres esa boquita. ¿Esto va a ser siempre así, Marta? ¿Me vas a joder con tus protestas cada vez que te pida algo? ¿quieres que lo dejemos? (de nuevo levantó la voz, era su tono de voz normal, algo elevado; el jubilado los miraba atónito, era evidente que algo raro había entre ellos, y ahora también el camarero los miraba, eran el espectáculo del bar).
- No, no, es que… tienes que comprender… esto… no es fácil para mí… (no sabía qué decirle, otra vez jugando con fuego, no podía elevar la voz, no podía enfadarlo, ¡y no podía subirse la falda en aquel maldito bar!).
- Perdona, estás aquí porque quieres, y te aseguro que estoy a punto de mandarte definitivamente a la mierda, tú sabrás qué coño quieres, pero te aseguro que yo sí tengo muy claro lo que quiero. Ya está bien de tanta tontería.
No lo dudó más, se resignó, sabiendo que tanto el camarero como el jubilado estaban pendientes de ella, y que Pedro no tendría compasión de ella. Se levantó para volverse a sentar en el borde del taburete, subiéndose la falda a la vez que abría las piernas todo lo que pudo, juntando los pies en el reposapiés del taburete. Seguía de frente a la barra, aunque con la mirada en un punto perdido de la pared que tenía enfrente, nuevamente enrojecida. Entonces él se levantó, se terminó de un trago la cerveza que le quedaba, pidió otra al camarero, se giró hacia ella, se acercó todo lo que pudo, le colocó de inmediato la mano en su rodilla y la empujó hacia él para abrirle todavía más las piernas. Ya podía verle su sexo depilado con claridad, y esa mano no se apartó mientras se acercaba el camarero para ponerle la cerveza y retirarle el vaso. Y cuando estuvo junto a ellos, no contento con tenerla así ante el camarero, con las piernas bien abiertas, hizo lo que pudo por retenerlo allí, prolongando su agonía.
- Marta, ¿quieres otra cerveza?
- No, no, gracias.
- Anda, bébetela de un trago. Póngale otra, por favor. ¿Te apetece una tapita?
- No, no, no me apetece.
- Venga, que aquí ponen muy buenas tapas. ¿Qué le puede ofrecer a la señora?
Mientras el camarero enumeraba con lentitud su lista de tapas, no podía sentirse más abochornada. Quizá el camarero no podía verle sus piernas abiertas, su sexo depilado expuesto, quizá ni se atrevía a bajar su mirada para verla, pero desde luego tampoco intentó comprobarlo, desvió su mirada a la cerveza, se la bebió de un trago mientras él enumeraba sus tapas, y cuando terminó su lista, ella se limitó a repetir lacónicamente que no quería nada. Esta vez Pedro no insistió, sin duda había disfrutado viendo como sufría avergonzada, y cuando el camarero se volvió para ponerle la cerveza, esa mano se deslizó rápidamente por el muslo para volver a posarse en su sexo, sin disimulo ni miramientos. Y allí seguía cuando el camarero regresó con la cerveza. Esta vez no le entretuvo, aunque tampoco retiró su mano, así que el camarero quizá la vio allí posada. Cuando por fin se alejó el camarero, él retiró su mano, aunque la dejó en la rodilla.
- Espero que hayas aprendido la lección, de una maldita vez. Si te hubieras estado calladita habría dejado que cerraras tus piernas, porque solo quería verte el chochito. Pero por tonta he decidido darle una alegría a ése, y te aseguro que se la ha llevado, no le ha quitado ojo a tu coño mientras te decía las tapas, de eso puedes estar bien segura. Y te diré que si estamos aquí es por no querer abrirte de piernas para mí en tu despacho, que no puedes ser más tonta. ¿De verdad pensabas que me podía creer yo ese rollo que te inventaste? Pero bueno, aquí estamos, y ahora seguirás con las piernas abiertas hasta que yo te de permiso, ¿lo tienes claro?
- Sí, si, lo tengo claro.
- Y ahora, llama al camarero otra vez, y pídele una maldita tapa, y haz el favor de mirarle a la cara, no te escondas.
Aquella agonía no iba a tener fin. Lo llamó, espero a que estuviera a su lado, y esta vez sí pudo comprobar que él bajó su mirada para comprobar si seguía igual, con sus piernas bien abiertas. Y vaya si lo comprobó. Le pidió la tapa, se retiró, la preparó y se la volvió a poner, y volvió a mirarla, con más descaro si cabe, sin que ella retirase la mirada, sabiendo que Pedro la vigilaba. No pudo sentirse más humillada, aquello no tenía fin.
Y enseguida supo que no se iba a conformar con lo que ya la había humillado. Se sentó otra vez en el taburete, pero de cara a ella, no a la barra, y todo lo cerca que pudo, empezando otra desagradable conversación, mientras dirigía con rapidez, una vez más, su mano hacia su sexo, ahora ya con plena libertad de movimientos, porque con las piernas abiertas, y la falda subida, no tenía ningún obstáculo. Ya no era simplemente tocarla, ahora pretendía acariciarla, masturbarla delante de todos.
- Sabes, seguro que te habrás dado cuenta de que nadie te puede ni ver en la comunidad, no tienes ni uno que te defienda.
- Ya, no soy de su clase, son todos un poco estirados.
- Sí, la verdad es que desentonas tela.
Sentía con la mayor nitidez sus dedos gordezuelos intentando acariciarla lo más íntimamente posible, pero ella no podía ni remotamente excitarse ante tal situación. Sí, se habría excitado si aquella mano fuera de su marido, si allí hubieran acudido los dos con ese propósito, y hasta podía reconocer que, en un futuro, no sería mala idea hacer lo mismo con su marido. Pero ahora no había ni la menor posibilidad de excitación, y no podía retirar esos dedos que inútilmente la exploraban.
- Supongo, qué le voy a hacer, no estoy a su altura. Pero tampoco molesto a nadie, no creo que tengan quejas de mí (no lo miraba al hablar, permanecía con la vista perdida en el frente, sin poder frenar el rubor de las mejillas).
El camarero volvió a acercarse mientras hablaban, y desde luego él no hizo ni el intento de retirar la mano. Estaba claro que iba a aprovecharse de la situación, y en aquel maldito bar no entraba nadie, no tenía nada mejor que hacer que rondarles con cualquier excusa y disfrutar del espectáculo. No vería algo igual en su vida: una mujer guapa, atractiva, elegantemente vestida, sentada en uno de los taburetes del bar, con la falda subida, las piernas abiertas, sin bragas, su sexo depilado, junto a un hombre mugriento, regordete, vestido con un mono de trabajo, que la tenía dominada, que le obligaba a tener las piernas abiertas, a beber cerveza, a pedir tapas, y que no le quitaba la mano de encima. ¿Pensaría que ella era una fulana de lujo? No, era evidente su nerviosismo, era evidente que no podía simular su vergüenza, seguro que no se imaginaba porque le permitía todo aquello.
- Señora, ¿no le gusta la tapa? ¿le pongo otra?
- No, no, está bien.
La cogió para tomar algo, para que se alejara otra vez, pero mientras lo hacía aquella mano seguía hurgando en su entrepierna, y el camarero de nuevo bajó la vista para comprobarlo.
- ¿Y el señor quiere algo, otra cerveza?
- No gracias, ya te avisaré si quiero algo.
Por fin se retiró de nuevo, y ella aprovechó para tomar otro trago de su cerveza, no le venía mal el alcohol para soportar el suplicio. Como ella apenas bebía, ya notaba sus efectos. Aprovechó para mirar de reojo a los otros clientes El jubilado de la barra seguía mirándolos, sin el menor reparo, aunque sin atreverse a acercarse. El único que parecía no estar enterándose de nada era el pobre hombre que estaba sentado en la mesa, con su vaso de vino, que sólo se levantaba para pedir otro vaso.
- Tampoco has hecho nada para congraciarte con ellos, no puedes ser más siesa. De hecho me parece que la estirada eres tú, ellos siempre se portan muy bien conmigo, de estirados nada de nada.
- No sé, Pedro, quizás tengas razón, pero no me han acogido, la verdad, me recibieron muy fríamente (era sencillamente una escena grotesca, aunque afortunadamente el alcohol la iba invadiendo, consiguiendo una vez más que se sintiera más ligera, más despegada del mundo, un poco, sólo un poco, más ajena a lo que aquel hombre le estaba haciendo; pero sin perder la consciencia de que estaba sentada en la barra de un bar, sin bragas, con la falda subida, las piernas abiertas, y con la mano de un hombre explorándole la entrepierna; era sencillamente asqueroso, pero era una realidad a la que tendría que acostumbrarse).
- Bueno, no les hizo gracia que una abogadilla ocupara uno de los pisos. Eso suponía más trasiego de gente entrando en el edificio, gente desconocida, no les hizo mucha gracia. Pero vaya, que tú no has hecho nada para arreglarlo-
De repente el hombre que estaba sentado en la mesa se fue a la barra, y pidió cambio al camarero.
- ¿Ya vamos a probar fortuna?
- Hay que intentarlo, hay que intentarlo.
Aquel hombre era un alcohólico, era evidente, se veía en su cara, en los ojos, en sus mejillas enrojecidas, demacradas y hundidas, y más aún, en la forma en que se fue acercando hacia ellos. Pero aquella mano no se apartó, así que ella no lo pudo evitar, aquello ya era demasiado, el hombre iba a pasar a su lado, a unos centímetros de ellos, vería perfectamente esa mano entre sus piernas, así que le retiró la mano con brusquedad, se puso de pie y se bajó la falda. Y se bebió la cerveza que le quedaba, lo necesitaba.
Pero el hombre pasó a su lado sin fijarse en ellos, estaba bajo los efectos permanentes del alcohol, en una nube desde la que no veía con nitidez las cosas que le rodeaban. Y con los ojos fijos en los dibujos brillantes que aparecían en la máquina tragaperras, enseguida echó una moneda, sin decir palabra.
El camarero se volvió hacia ellos, expectante para ver que pasaba, pues se había dado cuenta de que ella se había levantado bruscamente, ante la presencia del alcohólico. Y él se levantó también, con evidente enfado, aunque ella apuró la tapa para no tener que mirarle, asustada, sabiendo que de nuevo iba a sufrir su venganza.
- ¿Qué cojones has hecho? ¿Te he dado yo permiso para que cierres las piernas? ¿Ahora que estaba disfrutando tocándote el coño? (no le importaba lo más mínimo que lo oyeran, ella no quería ni pensar que probablemente todos lo había oído, hasta el alcohólico giró su cabeza para mirarles, y eso que aquellas figuras en movimiento lo tenían hipnotizado).
- Es que… lo siento… lo he hecho instintivamente, este hombre iba a pasar a nuestro lado… pero… (no sabía qué decir, estaba hundida, sin capacidad de reacción, sometida a la voluntad de ese hombre cruel).
- Nada, que no aprendes. Ahora quítate la chaqueta, déjala en una esquina de la barra.
Lo hizo enseguida, sin rechistar. Quedaba en camisa, sin sostén, y podía imaginarse lo que pretendería ahora.
- Vuelve a ponerte en la misma postura, y desabróchate un par de botones de la camisa, mejor tres, alégrale la vista al personal.
Resignada, obedeció de nuevo, bajo la atenta mirada del camarero, que no dudó en acercarse, pues además había terminado la cerveza y la tapa, y tenía la excusa perfecta. Otra vez se subió la falda mientras se sentaba en el filo del taburete, colocaba los pies en el reposapiés y abría las piernas, viendo cómo el camarero se acercaba, cómo su torturador volvía también a sentarse a su lado, deslizando de nuevo su mano hasta su sexo, y escuchado cómo la máquina tragaperras sonaba a sus espaldas, con aquel hombre manipulándola y seguramente mirándoles entre tirada y tirada. Y cuándo llegó a su lado el camarero, ahora tenía más cosas que mirar, y mientras le preguntaba si quería la Señora otra cerveza, hundió su mirada entre sus pechos, disfrutando de lo que esos tres botones abiertos le permitían vez, aunque sin olvidarse de nuevo de su sexo. Y sí, pidió otra cerveza, sintiendo de nuevo aquellos dedos desvergonzados hurgando entre sus labios vaginales, a la vista del camarero.
El hombre que estaba a su espalda estaría borracho, pero no estaba ciego, tenía ojos, y a poco que los desviara unos centímetros de las figuras en movimiento vería su hermoso cabello rubio desplegado sobre su camisa blanca, y vería sus muslos desnudos, sus piernas muy significativamente abiertas, y vería también el brazo de su acompañante entre sus piernas, y el resto le sería muy fácil de adivinar, sino es que se asomaba un poco, solo un poco, para ver aquella mano ya en acción. Pero aquel hombre estaba borracho, no le preocupaba dadas las circunstancias, era el camarero el que se estaba aprovechando de la ocasión, volvió otra vez con la nueva cerveza, que la dejó a su lado aprovechado para echarle un nuevo vistazo a su entrepierna.
Y entonces su torturador aprovechó para hablar con el alcohólico, dándole la oportunidad al camarero a seguir disfrutando de la vista.
- Parece que no hay suerte.
- Llegará, llegará (ella no veía al hombre, no veía si ya se había dado cuenta de lo que estaba haciendo justo a su lado, si ya alternaba las miradas a la máquina y a sus piernas, y no pensaba girarse ni un milímetro para comprobarlo).
- Di que sí, Manolo, seguro que hoy te sonríe la suerte. ¿Necesitas que te cambie más monedas?
- No, no, todavía me quedan algunas, haber si consigo algo
Y ella, de repente, en aquella situación, con aquel hombre a sus espaldas, que con sólo girar un centímetro sus ojos podría verle las piernas y a su acompañante con la mano en su entrepierna, y con el camarero enfrente suya, deleitándose con la visión de sus piernas abiertas, esa mano hurgando en su sexo, y ahora también con el escote que lucía gracias a esos botones desabrochados, empezó a sentir el lejano, pero inconfundible zumbido del placer, porque además esos dedos gordezuelos se mostraban muy atinados, deslizándose con sorprendente suavidad, con inesperada delicadeza, lo cual la alarmó, porque ya era el colmo que ella acabara excitándose rodeada de tres hombres, en un bar, a plena luz del día. Y él tuvo una ocurrencia que no hizo sino subir el tono de ese zumbido que empezaba a sentir, una ocurrencia en la que ella cayó con la mayor naturalidad.
- Marta, me temo que tienes una carrera en las medias (fue decirlo, en su tono de voz normal, y ella inmediatamente bajó la mirada, viendo por primera vez aquella mano grande, de dedos gordezuelos enredados entre los labios de su sexo, allí en el bar, a plena luz del día, justo al lado de un hombre que la estaba devorando con la mirada, y con otro a sus espaldas, con el que se estaba prácticamente rozando, y no pudo evitar sentirse atraída por esa visión, comprendiendo que eso era lo que había pretendido el hombre, sólo eso: que viera la mano en su sexo).
Ella levantó la vista enseguida, encontrándose con la mirada lúbrica del camarero, que le sonrió con descaro, para que tuviera muy claro, si es que ya no lo sabía, que estaba al tanto de todo, y aunque de nuevo se sintió humillada ante esa sonrisa hiriente, parecía que ya empezaba a acostumbrarse a sentirse así, y aún sabiendo que estaba siendo vigilada por él, no pudo evitar de nuevo bajar la mirada hacia aquella mano gruesa y firme que seguía impasible buscando derribar sus barreras interiores más íntimas. Y el portero, obviamente, se dio cuenta enseguida de que aquello la había excitado.
- Mira bien, mira con detenimiento, es bien grande.
Ella simuló que se miraba las medias, inclinándose ligeramente a un lado y a otro, aunque sólo miró, con cierta fascinación, aquella mano, sabiendo que también el camarero estaba mirándola. Y afortunadamente para ella, el portero retiró de pronto la mano, lo que ella aprovechó para recomponerse enseguida, sintiendo un profundo alivio al poder por fin hacerlo, lo que hizo que el camarero levantara por fin la vista, mirándola de nuevo con descaro, aunque retirándose enseguida, por fin. Y otra vez se equivocó, otra vez.
- Joder, Marta, que no te he dado permiso para cerrar las piernas, cómo te lo tengo que decir, si he dejado de tocarte el coño es porque me ha apetecido una cervecita. Otra vez me obligas a tomar medias.
Ella se desesperó, no podía ser tan cruel, no podía exigirle exponerse de esa manera, en público, durante tanto tiempo, ¡estaba abusando de su poder! ¡se iba a entregar a un hombre despiadado, sin ningún escrúpulo! Y para su desgracia no veía alternativa alguna, si la denunciaba la hundía.
Pidió su cerveza, el camarero volvió a ponérsela, volvió a mirarla con descaro, y de nuevo se alejó. Y ahora la sorpresa fue mayúscula, no podía creer lo que había escuchado.
- Ahora tócate el coño tú, y ya sabes cómo tienes que sentarte. No me vayas a protestar, porque volverás a empeorar las cosas. Andando.
No podía, no podía hacerlo, en un bar, a plena luz del día, rodeada de tres hombres. alrededor de tres hombres. Le miró suplicante, sin atreverse a decir nada, buscando su indulgencia, buscando su conmiseración, pero era obvio que él iba a ser inflexible con ella, no iba a tener piedad. Resignada una vez más, volvió a ponerse en la misma humillante postura, llamando otra vez la atención del camarero, aunque esta vez no se acercó, quizá porque se dio cuenta de que el portero no ponía sus manos en ella, y seguramente ni se imaginó lo que estaba haciendo con su propia mano. Se acarició su sexo por primer vez sin sentir la ligera alfombra que representaba su vello pubiano, sintiéndose extrañamente excitada por ese simple hecho, a lo que contribuía el estar siendo observada por un hombre, y además, con otro a sus espaldas, y otro justo enfrente suya, que la miraba intentando averiguar qué estaba pasando, pues era evidente que el portero ya no la tocaba. Sí, esta vez se limitó a mirar, bebiendo tranquilamente su cerveza, mientras ella, abstraída del mundo, con el alcohol poco a poco apoderándose de su mente, disfrutaba cada vez más de sus propias caricias, recordando sin poder evitarlo, esa visión turbadora de esa mano tosca del portero hurgando en su sexo, y casi sin darse cuenta empezó a sentir que la excitación se expandía poco a poco por todo su cuerpo, lo cual no pasó inadvertido por el camarero, que ahora sí se dio cuenta de lo que estaba pasando, acercándose de nuevo para llevarse otra alegría.
- Te hiciste muy buenas fotos esta mañana, se ve que no es la primera vez.
¡Estaba ella como para mantener una conversación! Y ahora tenía allí plantado al camarero, fascinado por esa visión impensable de una mujer elegante masturbándose delante suya, en un bar mugriento, con la camisa medio abierta, enseñándole su escote con descaro. Y aunque se avergonzó de nuevo, supo enseguida que su excitación seguía creciendo, que se estaba abandonando, y se asustaba de que pudiera ofrecerles a esos dos hombres el espectáculo de su sexo totalmente abierto. Y su torturador seguí pendiente de que le contesta
- Bueno… ahora es costumbre hacerse fotos a todas horas… ya sabes… (su voz empezaba a sonar desmayada, y se dio cuenta de lo excitante que podía ser hablar con un hombre mientras se masturbaba, y encima siendo observado por otro).
- ¿Y fotos de ese tipo? (lo que le faltaba a ella, parecía que él quería subir el tono de la conversación, y en presencia del camarero).
- Bueno, de ese tipo no (lo que no era normal era lo que ella estaba haciendo, y sabía que no podía podía permitir eso, tenía que luchar contra ese deseo que, de repente, se le había despertado).
- ¿De qué tipo?
Era lo que le faltaba, el camarero interviniendo en la conversación, y sin perder la vista de esos dedos que se deslizaban ya entre sus labios vaginales, que no podía resistir más la tentación, y empezaba a abrirse.
- Vamos, Marta, contéstale, quiere saber de que tipo eran las fotos de las que hablamos.
No podía arderle más las mejillas, no podía estar más humillada, seguro que el camarero se imaginaba ya de qué tipo de fotos estaban hablando, y eso la excitaba, la asustaba, la humillaba, la hundía, la desesperaba, la provocaba.
- Bueno…. ya sabes… las mujeres nos gusta hacernos fotos personales… comprobamos cómo nos sienta un traje… esas fotos…
Afortunadamente, el borracho acudió en su ayuda, porque el hombre se giró hacia la barra, le empujó un poco el taburete para colarse en el escaso hueco que había entre ella y la pared, y le pidió angustiado al camarero más cambio, lo cual no pudo ser más oportuno. Y aunque esta vez no cerró sus piernas, sí retiró la mano, otra vez instintivamente, agradeciendo que el camarero se fuera hacia la caja para buscar el cambio. Claro que no tardó mucho en regresar con el cambio, ni el borracho en volver a su sitio, pero cuando ella iba a recuperar la postura, bajando su mano, él se la cogió, y se la llevó directamente al interior de su bragueta, apoyándose en la barra, de espaldas al camarero. Ahora ella sí que por fin pudo al menos cerrar las piernas, pues estaba justificado para poder acariciarle su miembro viril, ya con una notoria erección, lo suficiente para notar su forma perfectamente a través del calzoncillo, aunque todavía no del todo firme, todavía sin alcanzar su apogeo. No es que no fuera humillante masturbar al portero en el bar, delante del camarero, pero al menos se olvidó de la comprometida conversación sobre las malditas fotos, y podía por fin cerrar sus piernas. El camarero se alejó de nuevo, desilusionado por no poder enterarse del tipo de fotos de la que hablaban, mientras ella empezó a realizar los movimientos normales por encima del calzoncillo. En esos momentos se sentía totalmente sometida a él, y no podía dejar de admirar la forma en que aquel hombre la había arrastrado en unas horas a una situación así. Manejó sus bazas con la mayor brillantez, y consiguió que fuera ella la que se arrastraba detrás del para suplicarla que la poseyera, que la hiciera suya. No podía creérselo.
No tardó el portero en guiar su mano hasta dentro del calzoncillo, tomando ella contacto por primera vez con su miembro, pudiendo sentir su piel flexible, y también la piel más delicada del glande, empezando de nuevo el movimiento sin que pudiera decir tan siquiera que sentía repugnancia, porque empezaba a resignarse a su suerte, y aquello no dejaba de ser para ella algo familiar. Y le resultaba definitivamente excitante masturbar a ese hombre en un bar, bajo la atenta mirada del camarero, y a unos centímetros de otro hombre, que seguía más pendiente de la máquina que de ellos, aunque ahora ella empezó a mirarlo con curiosidad, no era muy mayor, tenía un barba rala y descuidada, el pelo desgreñado, una camisa desaliñada por encima del pantalón, uno zapatos viejos, un hombre en plena ruina, aunque ahora se dio cuenta de que le lanzaba furtivas miradas de asombro, así que también ella lo miraba cada vez que se volvía, porque realmente le estaba excitando hacer aquello tan cerca suya, y teniendo en cuenta que era un borracho que dentro de unas horas ni siquiera recordaría del todo lo que había visto, no sentía ni vergüenza.
Pedro también se percató de que el hombre de la máquina no dejaba de mirarlos, y de que ella le devolvía la mirada, así que su mente perversa no tardó en idear una humillación más para ella, no tenía escrúpulo alguno si se trataba de humillarla.
- Menudas miraditas te hecha ése, está alucinando contigo. Anda, métete mi polla en la boca, solo un segundo, quiero ver la cara que pone.
- ¿Cómo? (no podía creer lo que le había dicho, sencillamente no lo podía creer)
- Ya estamos, que no quieres aprender. Ahora me la chuparás hasta que te dé un cachete en la cabeza, y me da igual si vienen todos a ver cómo me la chupas, ¿entendido?.
Ni siquiera se había negado, solo se había quedado boquiabierta con su pretensión, y le había pedido algo rápido de hacer, así que de nuevo la fastidiaba por hablar, y no iba a seguir metiendo la pata. No lo pensó más, rápidamente se puso en cuclillas y se la sacó, lo cual fue muy rápido pues ya la tenía en la mano. Era repugnante, era repugnante hacérselo en cualquier situación, pero ahora encima tenía que hacerlo en un lugar público. Pero no titubeó, no podía, así que abrió la boca y se introdujo el glande, sin saber si el camarero se había dado cuenta de que se había arrodillada, aunque convencida que el borracho estaría mirándolos con la boca abierta. Esta vez tuvo compasión de ella, después de unos segundos le dio el esperado cachete y ella no tardó ni un segundo en ponerse de pie, aunque sin dejar de manejar su miembro lo mejor que podía. Afortunadamente, el camarero no había estado hábil, aunque cuando la vio aparecer se dio cuenta de lo que había hecho, demasiado tarde. Y no quiso mirar al alcohólico, aunque prefería cien veces hacerlo delante de él que del sátiro del camarero. Y todavía se alegró más cuando él le retiró la mano, se giró y pidió la cuenta. ¡Por fin terminaba su calvario! Pero la alegría le duró un segundo, pues se acercó a ella y le dio una nueva instrucción humillante.
- Oye, en cuanto el camarero se vaya a la caja para darme la vuelta, tú te subes la falda por detrás, para que te veamos el culo. Y no me vayas a protestar.
¿Qué no protestase? ¡Estaba ese hombre detrás suyo, en la maquinita, y pendiente de ella! Pero estaba deseando salir de ahí, y después de lo que ya había hecho, era sencillamente absurdo provocar una nueva discusión. Así que en cuanto el camarero se dio la vuelta con las monedas, ella se subió la falda intentado hacer el mínimo movimiento de sus brazos, mostrándoles a los dos hombres una completa visión de su trasero en todo su esplendor. Ella, ciertamente, se sentía especialmente satisfecha con esa parte de su cuerpo, que de momento se mantenía en magníficas condiciones, con unos glúteos firmes, que mostraban una envidiable proporción, aunque nunca en su vida se los había enseñado a un hombre en un bar; no digamos ya a dos. Y cuando el camarero se giró hacia ellos para llevarles la vuelta, no tardó ni un segundo en bajarse la falda, aunque sin poder evitar recibir una sonora palmadita del portero antes de que la falda iniciase el camino de vuelta.
Al menos había sido rápido, pero era evidente que aquel hombre tenía en su cabeza un interminable repertorio de escenas sexuales, así que no debió sorprenderse cuando, al girarse ella para irse, vio como el portero dejaba a sus pies las bragas que se había metido en el bolsillo. A sus pies y justo detrás del hombre de la máquina, que si se movía las pisaba. Se agachó rápidamente para recogerlas, y cuando ya iba a pedir las llaves, para ponérselas en los servicios, él la detuvo.
- No hace falta que entres para ponértelas. Hazlo aquí. Y rapidito.
Ella estaba deseando irse, pero ahora estaba el camarero otra vez junto a ellos, seguro que había visto cómo recogía del suelo sus bragas, y estaba expectante para ver si, justamente, hacía lo que acababa de ordenarle el portero, que seguramente habría escuchado. No lo pensó ni un instante más: se puso junto a la pared, entre la máquina y la barra, con el rostro del borracho justo enfrente de ella, que la miró de nuevo con cara de sorpresa, y con la mayor rapidez se agachó, metió los pies en los huecos de las bragas, y las subió con rapidez por las piernas, comprobando al incorporarse de nuevo que todos habían estado pendientes de su movimiento, el camarero, el borracho y, por supuesto, Pedro. Y comprendió que al agacharse le habría ofrecido una buena visión de sus pechos, y al instante se dio cuenta que uno de ellos simplemente se había deslizado fuera de la camisa, así que se giró en un segundo para colocarlo en su sitio, otra vez con las mejillas ardiendo, otra vez avergonzada y humillada.
Afortunadamente, sin decirle palabra Pedro se dirigió a la salida, así que rápidamente se volvió a abrochar los botones de la camisa, se puso enseguida la chaqueta, y fue tras él, saliendo por fin de aquel mísero bar, para alegría de ella, pues era consciente de que el portero se estaba animando cada vez más, y también el camarero, así que podía ocurrir cualquier cosa. Sin embargo, no pudo imaginar lo que le esperaba en la calle.