Los riesgos insospechados de la ambición (13)

El origen de la degradación de Marta

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Si bien normalmente llegaba siempre sobre las diez de la mañana (una de las impagables ventajas de no depender de nadie, de ser su propia jefa), no le pudo resultar más humillante tener que mirar el reloj para entrar en el portal justo en esa hora, y justo con la ropa que él le había ordenado ponerse. Nunca nadie le había dado ninguna orden en su vida de adulta, y ahora se encontraba delante del portal, mirando el reloj, sin sostén, con una falda corta, una camisa blanca, un traje sastre, nerviosa por conseguir su aprobación. Y a las diez en punto entró dirigiéndose directamente al portero.

-       Bueno, me he vestido como me has pedido, ahora cumple tú tu parte del trato. Dime de una vez que crees que le  he hecho a esos ancianos.

-       Hmm, sí que eres un bombón, pero no sé si llevas sostén. Ábrete la chaqueta.

-       Pedro, no empecemos, te aseguro que voy sin sostén (se lo dijo mientras se abría la chaqueta para que pudiera comprobar que sus pechos iban libres dentro de la camisa). Dime de una vez lo que sabes.

-       Marta, ya no eres tú la que mandas, a ver si te enteras. Te dije que vineras sin sostén, y tengo que comprobar que has obedecido como una buena perrita. O te abres la camisa para que pueda verte las tetas, o te acercas al mostrador para que pueda tocártelas y comprobar que no llevas nada. Lo que prefieras.

No podía ser más humillante lo que ahora le proponía, y casi más todavía tener que elegir ella entre opciones tan denigrantes.  No, no podía permitirlo, no se iba a rebajar hasta ese extremo.

-       Pedro, no te pases.  He hecho lo que me has dicho, así que ahora lo que tenemos que hacer es hablar, aclarar esto de una vez. Si quieres subimos ahora a mi despacho, y hablamos.

-       Vaya, ahora pretendes decirme a mí lo que tengo que hacer, debes ser un poco tontita.  Mira, no voy a perder más el tiempo contigo, ya sabes lo que hay.

Ella no tenía escapatoria, pero tampoco iba a dejar que la tocase los senos en un lugar público, y menos aún enseñárselos. Se giró, le dio la espalda y le dijo cómo podría comprobar que había cumplido su humillante orden.

-       Está bien, si tocas mi espalda comprobaras que no llevo nada. He cumplido.

-       Vaya vaya, no quieres que te toque las tetas, no quieres darme ese gusto (sintió su mano rugosa y firme recorriéndole la espalda, sobre la camisa, y no pudo sentirse más humillada con ese toqueteo, no quería ni pensar lo que sentiría cuando tuviera que ir más allá). Vale, no llevas sostén, pero dado que no me has querido dar el gusto, ahora tendrás que hacer una cosita más, y sin rechistar.  Quiero que te compres un conjuntito sexy para mí, tanga, sostén, medias, liguero, ya sabes. Todo de color rojo, y transparente, que se te vea el coño y las tetas. Después de que hablemos, te lo pondrás para mí.

Ella enrojeció por completo, sentía el calor en las mejillas, estaba claro que él no le iba a ahorrar ninguna humillación, disfrutaba haciéndola sufrir, humillándola, solo había que mirarle la cara.  No pudo evitar protestar, por más que sabía que no tenía armas contra él.

-       Por favor, vamos a subir de una vez, vamos a aclararlo todo. Después ya veremos, ya veremos.  Necesitaré tiempo para pensar, yo no he hecho nada, pero está claro que como vayas por ahí diciendo esas cosas me vas a perjudicar y mucho. Hablemos, por favor, hablemos de una vez, en eso quedamos ayer, y he cumplido tus condiciones. Y si no nos ponemos de acuerdo, ya veré lo que hago, necesitaré tiempo para pensar.

-       No tenemos mucho de que hablar, tú has engañado a esos vejetes, te has quedado con mucha pasta que era suya, así que no sé de qué cojones quieres que hablemos. O pasas por la piedra, o le cuento todo lo que sé a la poli.  Así de simple. Y como has rechistado, como sigues rebelándote, ahora te voy a pedir otra cosita, y como sigas protestando, te seguiré pidiendo más cositas.        Quiero que te afeites bien el coño, porque te lo voy a comer enterito, y no me gustaría encontrármelo lleno de pelos.  Seguro que tu maridito nunca te lo ha comido, ¿me equivoco?

Aquello era demasiado, no podía creer lo que acababa de escuchar, no podía permitirlo, y no pudo evitar enfurecerse, aunque era lo que menos le convenía.

-       ¡Es que te has vuelto loco! ¡Esto pasa ya de castaño oscuro! No pienso comprarme nada, no voy a hacer nada más, ya cumplí con mi parte. Te espero arriba, ven cuando quieras y lo hablamos.

Fue una reacción natural, no pudo evitar la furia, no estaba preparada para una situación así, y desde luego no estaba en condiciones para pensar con claridad. Se fue hacia las escaleras (siempre subía por ellas, su despacho estaba en el primer piso), aunque antes de que pusiera un pie en ellas escuchó lo que se temía.

-       ¡Pues ya sabes lo que hay!

Subió como una centella, su corazón latía con fuerza, le invadía la más absoluta desesperación.  Llegó a introducir las llaves en la cerradura, pero se dio cuenta que había hecho una locura, que quizá en ese momento el portero ya estaba hablando con su amigo policía, y entonces ya nada tenía remedio, era fácil adivinar lo que pasaría: hablarían con los ancianos, les pedirían la maldita sentencia, irían al juzgado, luego a los bancos, y no tardarían ni una semana en averiguar el resto, incluso su propia hermana se vería envuelta, y su cuñado. Y su marido sabría que lo había engañado, que había estafado a unos inocentes para conseguir la casa de sus sueños, y lo perdería todo, y para colmo acabaría en la cárcel. No, no podía permitir que pasara eso, no podía tirarlo todo por la borda en un instante. Casi con la misma rapidez bajó las escaleras, y efectivamente, el Portero tenía ya el teléfono en la mano, ¡ya estaba hablando con la policía!.

-       ¡Nooo! ¡Cuelga! Haré lo que me has dicho, por favor cuelga.

-       Espera un momento Juan, que me están hablando (se apartó el móvil de la oreja, aunque era evidente que el tan Juan oiría lo que ella dijera). ¿Qué quería, Señora?

-       Que voy a hacer eso que me dijiste, ¿vale?

-       Juan, ahora te llamo (apagó el móvil, lo dejó sobre la mesita que tenía en la portería). Pues vaya número que has montado, corriendo arriba y abajo por las escaleras. Vale, pero ahora tendrás que hacer una tercera cosa, y espero que no me montes un nuevo show, porque entonces ya no te daré más oportunidades. ¿Lo tienes claro?

-       Sí, si, lo tengo claro.

-       Vale, pues cuanto termines de depilarte el chochito, te haces una foto para que pueda comprobar cómo te ha quedado, ¿vale?  Una foto en que se te vea a ti y a tu chochito, claro. ¿Te lo repito o te has enterado a la primera?

Se quedó anonadada, el portero hablaba muy en serio, lo había comprobado, no tardó ni un segundo en llamar a su amigo, en cuanto ella puso el primer pie en las escaleras. Y cada vez que se resistía a cumplir lo que le ordenaba, empeoraban las cosas. ¡Hacerse una foto para él, enseñándole su sexo, y bien depilado! ¡Una foto que podría enseñar a quien quisiera! ¡Que la tendría siempre a mano! ¡Aquello era una locura!

-       Pedro, lo he entendido, no me niego a hacerlo, solo te pido por favor que no me obligues a eso, si quieres cuando luego nos veamos en mi despacho te lo enseño, para que puedas comprobar que lo he hecho. Y si quieres, puedes comprobar como querías que no llevo sostén, no me daré la vuelta. Pero por favor, no me pidas lo de la foto.

No podía humillarse más, le estaba dando permiso para tocarle los pechos, allí mismo, en la portería, pero no podía arriesgarse a que volviera a enfadarse con ella, ya le había dicho que no le iba a dar más oportunidades.

-       Demasiado tarde, las tetas ya te las tocaré, de eso puedes estar segura. Y el coño me lo enseñaras todas las veces que yo quiera, de eso también puedes estar segura. Ahora lo que te he dicho es que te lo depiles y me mandes una fotito en que se te vea bien la cara y el chochito. ¿Más preguntitas?

Sí, las cosas empeoraban a cada momento, resistirse no tenía objeto, no disponía de armas, estaba totalmente derrotada, había mostrado el pánico que sentía a ser denunciada, era de una evidencia supina.

-       No, no, ya veo que no me das opción.

-       Como esta vez has sido prudente, como has tenido cuidado en pedirlo por favor, no te voy a mandar a la mierda como te prometí, pues era tu última oportunidad. Así que te pediré una última cosita, por no hacer las cosas sin rechistar, ¡sin rechistar cojones!  Cuando me mandes esa fotito, me mandas un mensaje tierno, algo así como “Pedro, espero que te guste mi chochito depilado, ya sabes que desde hoy es tuyo, te pertenece, podrás disponer de él cuando quieras, solo tienes que pedírmelo”. ¿Te acordarás del texto, o te lo apuntas?

Palideció, no tenía escapatoria si le mandaba esa foto, con ese mensaje, era rendirse sin condiciones. Pero no estaba en condiciones de protestar, ni tenía nada para negociar.  Ya no iba a protestar, lo tenía claro.

-       Vale, no necesito anotarlo.

-       Lo que sí necesitarás es mi número de teléfono, ¿no? ¿o pensabas irte sin pedírmelo?

-       No me has dado tiempo, dímelo y lo apunto.

-       Bien, apunta (se lo deletreó número a número, mientras ello lo apuntaba diligente en su móvil).  Y ahora repíteme el mensaje que tienes que decirme.

No se conformaba con tenerla rendida, casi a sus pies, quería pisotearla, allí, en el portal.  ¿Podía negarse, con cualquier excusa?  Se lo iba a decir por escrito, acompañándolo de una foto que no podía ser más comprometida, así que tampoco es que tuviera mucho sentido resistirse.  Claro que notó enseguida que le ardían las mejillas, decirlo allí, en el portal, y a él, ante su presencia, era demasido para ella.  Pero no le quedaba otra, aunque no pudo evitar rogarle que reconsiderase su orden.

-       Por favor, Pedro, nos pueden oír, te aseguro que no se me va a olvidar, por la cuenta que me trae.

-       Vaya, no hay forma de que obedezcas sin rechistar.  Te harás otra foto, por tonta, con ese conjuntito sexy. ¿Entendido? Bueno, dos, por delante y por detrás, para comprobar que es un tanga, y verte de paso el culo. Y que se te vea la cara, nada de tonterías, Y ahora repíteme el mensaje

-       El mensaje… te pondré que… bueno, algo así como “espero que te guste mi… mi chochito… depilado (cada palabra era dolorosa, luchaba por quedarse en su boca, luchaba por no salir de ella, pero tenía que hacerlo, tenía que obligarles a salri) es tuyo… desde hoy es tuyo… para que hagas lo que quieras con él… (la verdad es que no recordaba los detalles, eran demasiado duros para guardarlos en su cerebro).

-       Veo que has entendido el mensaje, no te dejes una palabra atrás, debe estar bien clarito todo lo que digas. Y por supuesto, la fotito bien nítida. Bueno, las dos fotitos, no, las tres. Y ponme otro mensaje con el conjuntito sexy, ése te lo dejo a tu imaginación, pero que me ponga bien cachondo cuando lo reciba, no sé si lo entiendes. ¿O prefieres que te lo diga también?

-       ¡Noo! No hace falta, me puedo imaginar lo que quieres recibir.

Por fin salió a la calle, comprendiendo que su vida había dado un giro inesperado, pero definitivo. Tenía que someterse a ese hombre si quería conservar todo lo que había conseguido en su vida, pero ella ya no podría disfrutar de lo que tenía, pues en los próximos años tendría esa espada de Damocles encima, y que su vida dependiera de un hombre sin escrúpulos no era precisamente tranquilizador.  Era horrible, pero estaba claro que en esos momentos no tenía otra opción, no podía tirarlo todo por la borda.

Y no le fue fácil conseguir la lencería que le había pedido, pues tuvo que entrar en varias tiendas para conseguir un conjunto como él quería, más propio de tiendas sex-shop, a las que no estaba dispuesta a ir. Claro que eso fue lo más fácil, porque lo duro era todo lo demás.

Tuvo que esperar un buen rato en una peluquería para conseguir que la depilaran tal como quería el portero, y le resultaron interminables esos minutos que pasó tumbada en la camilla, viéndose ya entregada a ese hombre. Y luego quedaba lo peor, esa carta de rendición incondicional, ilustrada con un par de humillantes fotos de ella, en las que se vería su sexo depilado.  Conocía todas las cafeterías de la zona, y sobre todo, conocía sus lavabos, porque necesitaría un espejo lo más largo posible, y lo cierto es que ya se había hecho fotos en muchos lavabos, aunque para su uso, le gustaba verse en fotos, comprobar desde el exterior cómo le sentaba la ropa que llevaba, el maquillaje, los zapatos, tenía muchas así.

Fue directamente a la que tenía el espejo más grande, y no quiso demorarse, teniendo en cuenta que no tenía elección. Se quitó las bragas y se subió la falda, hasta ver en el espejo su sexo totalmente depilado, algo que le producía rubor, no lo podía evitar.  En ese momento se dio cuenta que tendría que dar alguna explicación a su marido, y no veía otra que decirle que era una sorpresa para él, aunque desde luego no le iba mandar una foto, le daba vergüenza incluso mandársela a su marido. Y una vez levantada la falda, se hizo la maldita foto, de hecho se hizo varias, tenía que asegurarse que se veía todo muy claro. Y se veía, vaya si se veía. Por supuesto, puso el ominoso mensaje, ya no recordaba el texto exacto, pero sí lo que él quería recibir: “Pedro, espero que sea de tu agrado lo que ves, me he depilado el chochito para ti, ya sabes que te pertenece, desde hoy puedes hacer lo que quieras con él, con solo pedírmelo”.  Lo leyó varias veces, hizo varios cambios, pero no había forma de suavizar el mensaje sin arriesgarse a otra reprimenda, a otra ocurrencia.

Y quedaba todavía las otras fotos, para lo cual tuvo que desnudarse por completo y ponerse la lencería que acababa de comprar, incluidas las medias y los ligueros. Desde luego, cuando se vio en el espejo se congració por enésima vez con su cuerpo, sin duda a su marido le encantaría verla así, y desde luego le daría ese gusto, quizá esa misma noche. A él sí, a él se lo haría con gusto. Hizo varias fotos, y de nuevo eligió las que seguro le gustarían, donde no había duda que ese cuerpo medio desnudo era el de ella, y esas nalgas también. Y puso un nuevo mensaje, que no podía ser más sugerente que el que ya había enviado, porque era imposible. En la que se hizo de frente le dijo esto: “Pedro, esta es la lencería que he comprado para ti, espero que te guste, todo lo que ves en la foto es tuyo, a tu disposición”.  Y en la otra, algo parecido: “Pedro, hay ves mi culito, que es también tuyo, espero que te guste también”.  No podía ser más humillante mandar semejantes fotos con semejantes mensajes, pero tuvo que hacerlo.

Por fin regresó, sabiendo lo que le esperaba. En cuanto la vio le mostró su sonrisa de satisfacción, no iba a disimular el placer que le producía tenerla a sus pies..

-       Bonitas fotos, sí señora, te ha quedado muy bien el chochito, ¡y menudo culo que gastas! . Sí, has cumplido, espero que cumplas también con lo que has prometido en tus mensajes. Bueno, tú ya puedes subir.  Ahora iré yo.

Llegó por fin a su despacho totalmente hundida, sin saber cómo afrontar la situación, y convencida de que no sería capaz de entregarse a ese bastardo, aunque sin tener ni idea de cómo podría evitarlo. Al final de la mañana apareció él, cuando ya se había marchado su Secretaria, a la que sin duda habría visto pasar por la portería.

Le hizo pasar a su despacho, aunque ella no se sentó en su sillón giratorio, detrás de su mesa, no tenía mucho sentido. Le ofreció asiento en uno de los dos sillones que estaban delante, donde sentaba a sus clientes, y ella se sentó en el otro. Así estaban más cerca, él podría verle las piernas, admirar sus pechos (no llevaba la chaqueta normalmente, salvo cuando se citaba con un cliente), y sabiendo que la tenía a mano, quizá se relajase, permitiendo una conversación más sosegada, única esperanza que tenía de poder intentar un acuerdo que la salvase de tener que entregarle su cuerpo. Era una experta negociadora, él tenía ya unas fotos increíbles de ella, tenía que conseguir que se conformara con eso, con eso y unos cuantos billetes.

-       Está bien, Pedro, hablemos de una vez. No sé de dónde has sacado esa información, pero yo lo pacté todo con ellos. Se suponía que si conseguía más de lo que le había asegurado, era para mí. Y desde luego, conseguí más, es cierto, pero me lo gané yo. Y ellos se llevaron lo que habíamos acordado. Estas cosas no se ponen en un papel, se hablan y punto. Por eso no me conviene que hables con ellos, o con la policía. No he hecho nada malo, pero no tengo por escrito el acuerdo, no es la costumbre. Pero ya viste, lo viste ese día, estaban eufóricos, felices, le dieron besos a todo el mundo, no cabían en si de gozo. Así que yo no los engañé, que lo sepas. Y como sé muy bien que no te puedo pedir que no hables con nadie de esto sin ofrecerte nada a cambio, estoy dispuesto a darte un buen pellizco. Quince de los grandes, te los podría dar ahora mismo. Y Pedro, soy una mujer casada, de hecho tú también estás casado, con ese dinero  podrás pagarte las mujeres que quieras, más jóvenes que yo, y seguro que más expertas, y de todas formas ya tienes esas fotos, eso ya lo has conseguido, puedes mirarlas cuando quieras. Pero no quiero engañar a mi marido, tienes que entenderlo, no me pidas eso, por favor. Sé razonable.

Al menos la escuchó con atención, aunque sus ojos y su sonrisa revelaban a las claras que disfrutaba viéndola desesperada, viéndola resistirse inútilmente a su destino.

-          Otra vez con el mismo rollo. Está bien, vayamos al grano, Martita, en realidad lo sé todo, absolutamente todo. He visto las dos sentencias con mis propios ojos, y sé la que ellos se llevaron, no es difícil imaginar. El resto te lo has quedado tú, so golfa, que eres una golfa. Y ahora creo que ya podemos empezar con el estriptis, estoy deseando verte el chochito en directo, no me conformo con las fotitos.

-          ¿Y cómo lo has sabido? ¿Cómo has podido ver esa sentencia? ¿Quién te la ha dado?

-          Verás, la verdad es ha sido una maldita casualidad. Esos agricultores eran muy agradables, y como sabes, hubo una época en que venían con cierta frecuencia, supongo que para ti eran unos pesados.  El caso es que me hice amigo de ellos, porque esta gente sencilla les gusta a hablar con todo el mundo, no te miran por encima del hombro como quién yo me sé.  Me contaron la historia, y el día que vinieron por su sentencia, se despidieron de mi muy efusivamente, como sabes, es verdad que estaban eufóricos los pobrecitos, después de lo que habían pasado. De hecho, estaban tan contentos que me rogaron encarecidamente que los visitase si iba por su pueblo, me dieron su dirección y todo, y hasta me hicieron un regalo (bueno, me trajeron tomates de su huerta, vaya ocurrencia, creo que a ti te dieron unos cuantos).  Y ese mismo día, por pura curiosidad, porque ese detalle no me lo dijeron, en cuanto vi entrar a la chica de la limpieza, a la que conozco bien, me fui con ella a tu despacho, diciéndole que iba a arreglarte un enchufe, aunque realmente a ella le daba igual, iba a lo suyo, y no me hizo cuentas; me acerqué a tu mesa, vi una carpeta roja, la abrí y comprobé que se refería a los agricultores; y entonces vi las dos sentencias, solo que al principio pensé que serían de dos juicios que habrían tenido ellos; ¡y era una fortuna lo que les  habías conseguido! Tuve curiosidad por saber cómo era posible ganar tanto dinero tan fácilmente (bueno, visto desde fuera, parecía un dinero fácil), y como no quería demorarme más allí, les hice unas fotocopias.  La chica me vio haciéndolas, pero ni se inmutó, ni tampoco yo le di explicaciones.  Estas chicas se pasan el día de oficina en oficina, y están acostumbradas a limpiar con gente entrando y saliendo, no andan pendientes de lo que hacen los demás.  Seguro que de lo que estaba pendiente es de que me marchara de una vez, pues son también un poco vagas, y me apuesto al cuello que cuando están solas llaman por teléfono o se tumban en su sofá, o se ponen a mirar a la ventana. Lo demás ya te lo puedes imaginar, esa misma noche me puse a leerlas, y claro, eran idénticas, salvo en las cifras.  Las leí varias veces, no creas, no entendía casi nada, y estaba seguro de que tenía que haber alguna diferencia, aunque todo coincidía, menos los números. Y entonces comprendí tu jugada, comprendí que habías engañado a esos abueletes, aunque me resultó tan fuerte, me resultó tan descarado, que quise asegurarme aún más. Como ellos me habían dado su dirección los visité, y hablando un poco de todo, conseguí sonsacarles el importe que les habías dado, y no me fue difícil, porque conmigo hicieron buenas migas. Y entonces ya estuvo clara la jugada. Pero aún así no me precipité, antes de nada me aseguré bien de la importancia del asunto, me parecía evidente pero quería saber qué podía pasarte. Hablé con mi amigo poli, le conté una historieta parecida, y entonces me di cuenta de lo que te ocurriría si lo contaba todo a la poli. Bien, eso es todo, ya conoces toda la historia, y ahora creo que podemos ir al grano, ¿no te parece? Podrías empezar por abrirte de piernas, ¿qué te parece?

No se lo podía creer, por las prisas de ese día es verdad que había dejado todo en la mesa cuando se fue con los agricultores, pero ya no estaba su secretaria, ¡y cómo iba a pensar que el portero aparecería precisamente ese día a husmear en su despacho! Era increíble su mala suerte, pero tenía que seguir manteniendo su historia, que todo lo había acordado con ellos, aunque no cambiaba mucho la situación aunque lo creyera, y no se lo iba a creer. Y lo que era evidente es que, si la denunciaba a la policía, acabaría en la cárcel, y con su vida destrozada, y la de su marido, y la de su familia. Ahora se confirmaba definitivamente que su vida dependía de ese hombre horrible, que estaba sentado enfrente de él, mirándole las piernas, esperando que las abriera para él.  La voz no le salía del cuerpo, pero acertó a preguntar.

-          Pedro, estoy dispuesta a darte cincuenta, o incluso sesenta.  Ahora mismo te puedo dar quince o veinte. Solo te pido que te conformes con el dinero, por favor, vas a conseguir todas las mujeres que quieras, es mucho dinero. Y tú mujer no se tiene que enterar, te lo puedes gastar como quieras.

-          Desde luego, eres una mentirosa redoblada, al principio me dijiste que tenías quince, ahora ya son veinte.  Pero bueno, de dinero ya hablaremos, no tengo prisa, ahora lo que quiero es que abras las piernas, ya sabes, que se te vea todo.

Estaba claro que no lo iba a convencer, no se iba a conformar solo con el dinero,  y menos después de esas fotos, solo había que ver cómo la miraba, no iba perder la oportunidad de poseerla, ahora que ha tenía a mano, casi rendida. Pero ella no estaba preparada, no podía hacerlo, no podía.  Al menos ahora estaban a solas, no tenía la presión de que pudiera pasar por allí cualquiera, tenían tres horas por delante, así que buscó con desesperación nuevos argumentos, ella estaba acostumbrada a improvisar.

-          Pedro, piensa un poco, por favor.  Si vas a la policía no conseguirás ni un duro de esto, y por supuesto no me vas a conseguir a mí. Yo no puedo hacerlo, de verdad, no puedo, soy una mujer casada, estoy enamorada de mi marido, así que no puedo hacerlo. Y además, esto que pretendes sí que es un delito, el chantaje es un delito, y al final vamos a perder los dos. En cambio, si aceptas el dinero, nos olvidamos de todo esto, los dos salimos ganando. Piénsalo, por favor, es mucho dinero (ni por un momento pudo imaginar las insospechadas consecuencias que iba a tener su nefasta idea de recordarle que él también se iba a convertir en un delincuente, y desde luego, no tardó mucho en arrepentirse).

Escudriñó el rostro del portero con la esperanza, una vez más, de que hubiera por fin, un punto de inflexión, tenía que creer en los milagros. Sólo tenía que convencerle al muy canalla que con el dinero ya podía darse por satisfecho, y también intentar asustarlo, que comprendiera que lo que él iba a hacer era todavía peor, infinitamente peor, de lo que ella había hecho.  Pero aquel hombre lo tenía todo muy pensado, diabólicamente pensado, llevaba semanas preparándose para este instante, lo tenía todo previsto.

-          Bueno, eso no lo había pensado, quizá tengas razón. Desde luego está feo que le pongas los cuernos a tu marido, y por qué no reconocerlo, también está feo lo que estaba pretendiendo hacerte, el chantaje no deja de ser una cabronada, la verdad sea dicha (bastaba mirarle a los ojos para saber que no estaba convencido, así que ella no se hizo ni la más mínima ilusión, y más bien se alarmó, porque aquello indicaba que alguna maldita nueva idea se le había ocurrido, y sus malditas ideas eran de temer).  En realidad, lo que haría un ciudadano cabal y honrado como yo es denunciarte, y ya veo que eso es lo que quieres, que no estás dispuesta a ponerle los cuernos a tu marido, como debe ser. Además, como no has hecho nada malo, seguro que al final convences a la poli. Así que no tienes que tener miedo a nada, yo se lo cuento todo a la poli, tú le cuentas ese rollo, y los dos salimos ganando. Yo hago lo que debo, denunciarte, no aprovecharme de ti, y tú te ahorras el dinero, y seguro que al final la poli quedará satisfecho con tus explicaciones, y todos contentos.  Sí, es lo mejor, llamo a mi amigo, si quieres hablamos los dos con él, así le cuentas tú el rollo ése.

No tardó ni un instante en sacar el teléfono, haciendo ademán de marcar, y ella tenía que impedirlo, impedirlo a toda costa. Estaba claro que seguía jugando con ella, sabiendo que la tenía dominada.

-          ¡Nooo! ¡Espera! ¡No quiero que le llames! Joder, Pedro, piensa un poco, es verdad que yo no he hecho nada, pero para mí es un lío, ya te lo he explicado, no tengo ningún acuerdo firmado con los agricultores, y esto no me viene bien. Mira, te doy ahora todo el dinero que tengo en la caja fuerte, de verdad que no sé muy bien lo que hay, porque el dinero entra y sale.  Pero tú mismo miras lo que hay dentro, creo que más de quince, y es tuyo (esperaba que por fin la codicia le hiciera al hombrecillo olvidar otras cosas, pero el hombre se levantó de un golpe y ahora sí que gritó).

-          ¡¡A ver si te enteras de que no quiero hablar ahora de tu puto dinero!! Pero no perdamos la calma, ya te he dicho que me has convencido.  El chantaje es un delito, y yo tampoco quiero ir a la cárcel, la verdad, no me hace ninguna ilusión.  Así que llamemos (él volvió a hacer ademán de marcar).

Ella estaba ahora desconcertada, paralizada, y verdaderamente espantada.  No quería ni pensar que el portero sencillamente dijera ahora la verdad, que realmente se hubiera asustado con la posibilidad de que ella misma lo denunciara por chantaje, aunque no tenía el aspecto precisamente de un hombre asustado.  Verdaderamente se maldijo por haber mencionado esa palabreja, aunque estaba segura de que sólo estaba haciendo un poco de teatro. No se resignaba a rendirse, quería explorar de nuevo el dinero, y tranquilizarlo con respecto al chantaje, si es que estaba intranquilo, aunque no sabía muy bien qué decir, no estaba preparada para estas situaciones. Nadie le había explicado qué se hace en estos casos, y tenía que improvisar, una y otra vez. Y las palabras se le resistían, ella que siempre las había manejado muy bien, que precisamente había conseguido parte de su éxito por su facilidad de palabra, y por su rapidez de reflejos en los juicios. Pero ahora las palabras se le atascaban.

-          ¡Espera, espera! No tenemos prisa por llamar, pero estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo (un nuevo intento de disuasión, adoptando una voz conciliadora, que intentaba incluso ser “dulce”, aunque no era esa su especialidad).  Como comprenderás, si yo te doy el dinero que te he dicho, o el que me pidas, luego no te voy a denunciar por chantaje, es absurdo, porque tú contarías también lo que sabes, y yo no ganaría nada con ello. Tenemos que hablar con tranquilidad, ¿vale? (se hizo un breve silencio, que le hizo albergar unas mínimas y remotas esperanzas, pronto desmentidas).

-          Verás, ya me estoy cansando de todo esto, no estoy dispuesto a seguir hablando una y otra vez de lo mismo.  Ya no sé cómo decirte que ahora no es el momento de hablar de dinero.  A ver si te enteras de una vez por todas, hija. De lo único que deberíamos hablar es de echar un polvo, no te quepa duda de que estoy deseando arrancarte esa ropa y metértela por delante y por detrás.  Puedes apostar a que ardo en deseos de follarte, y tú dale que te pego con el dinero, pareces tonta del culo (si no fuera por la situación, la frase hasta le habría resultado graciosa, malditamente graciosa, pues en realidad ella sabía que sencillamente no le entraba en su cabeza que aquel hombre tuviera el poder de obligarla a someterse a sus deseos, y por eso de forma casi obsesiva volvía una y otra vez al dinero, incapaz de poner de una vez fin a su agonía, y someterse de una vez, porque desde luego, en esos momentos, no veía ni la más mínima escapatoria; y él aprovechó de nuevo el silencio para regodearse con ella, para mirarla con todo descaro, moviendo la cabeza al ritmo de sus miradas, mientras ella seguía paralizada).  Mira, te lo voy a contar todo. Cuando supe lo que habías hecho, lo primero que pensé fue en denunciarte, en decírselo a los abueletes y denunciarte, y verdaderamente disfruté con sólo pensar que por fin me iba a librar de ti, porque siempre me has resultado odiosa, con esos aires de superioridad con los que te paseabas todos los días por delante mía, y con esa bordería con la que me tratabas, como si fueras algo, y yo sé muy bien de donde procedes, sólo hay que verte, seguro que tu madre ha limpiado suelos, como la mía.  Pero claro, lo que tú les habías birlado a esos ancianos era mucho dinero, más de doscientos, así que pensé que serían generosos conmigo. Y qué quieres que te diga, seguí dándole vueltas a la cabeza y empecé a pensar que tú harías cualquier cosa por mantenerme en silencio, y ya no pude contener mi imaginación, que se llenó de todo tipo de escenas eróticas contigo, te puedo asegurar que llevo meses haciéndome pajas a tu costa. Y si te digo la verdad, en lo que no había pensado era en que estabas casadas, no va conmigo eso de ponerle los cuernos a nadie; y desde luego, tampoco pensé en que yo mismo podría meterme en un lío si te chantajeaba, que también yo podría ir a la cárcel, y no precisamente para visitarte. Así que vuelvo a mi segunda idea, te denuncio de una vez, y trato de sacarle algún dinero a los vejetes, porque seguro que alucinarán cuando sepan el dinero que les puedo conseguir.  Así que decídete, llamas tú o llamo yo, ¡y no me vuelvas otra vez a hablar de dinero!

No podía creer lo que estaba oyendo, el hombre la estaba verdaderamente asustando.  No era posible que de repente hubiera cambiado de opinión, ella no quería que nadie llamase a la policía, eso era absurdo, y estaba convencida de que él tampoco lo quería, pero ahí estaba blandiendo su móvil de forma amenazadora.  Verdaderamente todo se complicaba cada vez más, aquello parecía ir ya hacia el desastre.

-          Pedro, yo no quiero que llamemos a la policía, vale, eso ya lo sabes.  Dime que tengo que hacer para que no llames, y lo haré. Lo que sea.

-          Pues hija, el caso es que ya no quiero nada de ti, aunque no te quieras enterar, no vales tanto como para que me arriesgue a ir a la cárcel por ti.  Hasta ahí podríamos llegar.

-          Pero bueno, Pedro, me vas a volver loca.  ¿A que viene esto?  Yo no te estoy diciendo a nada que no, sólo quiero que lleguemos a un acuerdo.

-          Sí, pero te vuelvo a repetir que ya me has convencido, ni engañamos a tu marido, ni yo me juego la cárcel, así de sencillo.

-          Pero no me puedes hacer esto, me destrozarás la vida si me denuncias, solo tienes que decirme lo que quieres de mí, solo eso. ¡Ya te mandé las malditas fotos! ¡No me hagas esto!  (ella sentía que iba a echarse a llorar, y tenía que contenerse; ahora sabía que estaba decidida a hacerle a ese hombre lo que quisiera, porque no podía haber nada peor que la cárcel, la ruina, el desprestigio más absoluto, la pérdida de su profesión; y ahora resultaba que él se echaba atrás, era para volverse loca).

-          Mira, lo siento, lo tengo decidido. Me largo, no voy a perder más el tiempo hablando contigo.  Me largo.

Se levantó, y con paso decidido se fue, dando un portazo.  Ella no entendía nada, no entendía nada. Le había mandado esas fotos, le había dicho que haría lo que quisiera, y realmente el miedo la convenció definitivamente que tenía que hacerlo, y él no solo no se aprovechó de ella, sino que tampoco admitió el dinero. Y sabía que aquello era teatro, tenía que serlo, él estaba deseando poseerla, y la tenía en su mano.  No, no podía dejarlo ir, tenía que impedir que hablara con la policía, así que también fue detrás de él.