Los restos que me sobran
Relato sobre un trío de dos hombres y una mujer que acaba de forma inesperada.
Lucía es mi mujer. Yo soy Carlos. Somos una pareja de cuarenta años y los dos somos unos pervertidos o no, según la moral de cada uno. Ella es rubia, aunque el color que lleva es más de tinte que el suyo propio. Está delgada y es muy sexy. Yo mido un metro setenta y nueve y soy castaño. Debido a que ya se me va notando la calvicie, prefiero llevar la cabeza afeitada. Así me da un toque más varonil y me hace más joven.
Esta noche tenemos preparado un trío. No es la primera vez que lo hacemos. De hecho es la cuarta vez. No obstante, sí es especial. Por primera vez vamos a ser dos hombres para ella. Las otras veces me salía con la mía y tenía dos mujeres para mí.
Juanjo es la persona con la que hemos contactado a través de internet. Es un chico unos años más joven que nosotros. Según nos ha manifestado a través de la webcam tiene treinta y un años. Físicamente se le ve bastante bien. Es moreno de piel y tiene el pelo algo largo y rizado.
Suena el portero del edificio. Le abro. Tarda el tiempo de subir el ascensor. Mi mujer y yo le esperamos en la puerta para recibirle. Le hacemos pasar y le ofrecemos una copa de vino mientras se termina de hornear la cena. Aunque a través de la webcam se le notaba un chico atrevido, parece que está un poco cortado. La cena está lista. Pasamos de la cocina al salón y nos sentamos a la mesa. Poco a poco nuestro invitado se va soltando y está más hablador, soltando de vez en cuando algún comentario picante. El ambiente se va calentando porque Lucía se la devuelve con otro comentario aún más caliente. Yo, que pensaba que no iba a disfrutar como en los tríos anteriores, disfruto de ver lo salida que está mi mujer. Se come con los ojos a Juanjo y éste igual a ella. Soy un simple observador.
Nos levantamos mi esposa y yo para retirar los platos de la mesa y traer el postre, obligando a nuestro invitado a quedarse sentado, aprovechando éste, cuando se acercó Lucía a su lado, para meter su mano por debajo de su falda, sin que ella hiciera nada por evitarlo. Se le notaba que estaba deseando que la poseyera. El postre no era nada del otro mundo. Flan de turrón acompañado de nata montada. Yo ya estaba sentado cuando vi volver a Lucía de la cocina con la camisa desabrochada y sin sujetador. Para sorpresa aún mayor, sus pezones estaban adornados con la nata del postre. Se acercó a Juanjo, sentándose en sus piernas, obligándole a chuparle sus tetas. Si no le gustaba la nata, desde luego no puso cara de asco mientras le lamía los pezones.
El invitado y Lucía ni siquiera probaron el flan. Yo, por mi parte, estaba disfrutando del mismo como si fueran palomitas, viendo un espectáculo erótico en mis narices. Se morreaban metiéndose mano los dos. Ella le desabrochó los botones de la camisa. Él, por su parte, le sobaba las tetas. Poco a poco bajaba la mano y se la metió entre las piernas. Mi polla estaba tiesa, a reventar, igual que la de Juanjo cuando Lucía bajó al pilón y le bajó los pantalones, apartando los bóxer y dejando al descubierto los 19 centímetros que nos había dicho que calzaba.
Tras un poco de sube y baja con la mano, acercó su lengua al capullo y comenzó a lamerlo, primero suave, un besito, una mirada llena de vicio hacía mí, un lametón a lo largo del tronco para abajo, para arriba y, para dentro. Mis pantalones ya estaban por los tobillos. Mi polla palpitaba en mi mano mientras me la masajeaba. Me levanté y me acerqué a los dos. Lucía, que estaba arrodillada, agarró mi verga con su mano a la vez que se la mamaba a Juanjo. Después cambió y dirigió sus labios a mi glande que ya estaba lubricado con líquido preseminal que limpió con su lengua.
Después de unos minutos así, cuando no me la chupaba a mí, lo hacía con la polla de nuestro amante, decidimos estar más cómodos y nos dirigimos al cuarto. Allí nos desvestimos los dos hombres quedándonos completamente desnudos. Por su parte, Lucía se terminó de quitar la camisa y se bajó las bragas, pero quedándose con la falta puesta, obligándonos a sentarnos los dos en la cama y ella, a de rodillas a los pies, volvió a mamarnos las pollas por turnos mientras pajeaba al otro. Pronto fue el turno de cambiar ya que era necesario calmar su coño. Dejé que Juanjo y Lucía hicieran un sesenta y nueve, tumbándome al lado de los dos como mero observador que se pajeaba con el espectáculo. Nunca imaginé que ver a mi mujer comiéndose otra polla podría resultarme tan excitante.
Pronto llegó a su primer orgasmo de la noche. Pude notarlo en las contracciones de su cuerpo y sus piernas temblorosas. Tras un leve respiro, se giró y se puso a cabalgar a Juanjo, introduciéndose su polla en el coño tras ponerle un preservativo. Yo me puse de pie en la cama a la altura de su cabeza para que me la chupase mientras era follada por un completo desconocido. Así le llegó su segundo orgasmo. Era el momento de metérsela por detrás. Me puse a la altura de su culo, le unté su agujero con un poco de lubricante a la vez que le introducía primero un dedo y después dos, para pasar inmediatamente a follarle el culo. El glande pasó con algo de dificultad, llegando a notar que en ese momento de máxima fricción, le dolió un poco. Pero después, una vez pasado ese punto, entró con facilidad, empezando a empujar al ritmo que llevaba con la otra polla que tenía en su coño y que en algún momento llegaron a rozarse los dos miembros. Fue una sensación extraña pero para nada incómoda. Así estuvimos hasta que llegó el tercero de Lucía, que esta vez se corrió a la vez que Juanjo.
Con él parado, yo seguí empujando hasta que noté que iba a correrme. Tenía ganas de hacerlo en la cara de Lucía, así que la saqué de su estrecho ano, me quité el condón y terminé en su boca como en otras tantas ocasiones había hecho. La sorpresa fue que Juanjo acerco su boca a sus labios y comenzó a morrearse con ella, compartiendo los restos de mi semen con sus lenguas, mientras que los dos me miraban con cara de vicio mostrándome lo que hacían. Por un momento me quedé petrificado. Juanjo no nos había dicho nada de que fuera bisexual. Su condición sexual la verdad que me importaba poco. Esta noche era para que Lucía tuviera dos pollas dentro a la vez. No pude contenerme con la curiosidad y acerqué mi pene a los dos para que terminaran de limpiarme la polla. Fue Juanjo el que la metió primero en la boca, succionándome el capullo y empujando con su lengua la abertura de mi uretra para sacar todos los restos que quedaban. Era la primera vez que un hombre me comía la polla todavía erecta y Lucía no podía estar más excitada. Su cara lo decía todo. Estaba disfrutando tanto como yo lo había hecho cuando era ella la que se metía la polla de Juanjo en la boca.
Contiuará….