Los progresos de Jaime
Jaime va con su tío al campo, en una especie de "luna de miel"...
Después de esa tarde, el humor del tío Antonio parecía haber cambiado notoriamente. Para bien. Mi padre continuaba enfrascado en su trabajo, y realmente hubo una racha de buen movimiento, llovían los pedidos de presupuesto. Para el fin de semana, había que hacer unas reparaciones en una casa de campo que distaba unos cuarenta o cincuenta kilómetros, y tal vez llevase unos dos o tres días hacerlas. Como esperaba proveedores para el negocio, sugirió a mi tío que fuese él a hacerlas, ofreciendo los correspondientes viáticos con la intención de entusiasmarlo, ya que su hermano era un tanto remiso a movilizarse.
-¿Todo el fin de semana? – preguntó Antonio con cara de disgusto.
-Bueno, por lo que vi cuando me llamaron para dar el presupuesto es lo que puede llevarte. Hay que poner azulejos en el baño, reparar un piso de cocina y afirmar un par de cosas más… Yo realmente no puedo porque debo recibir materiales, por eso te encargo la changa.
-Pero todo el fin de semana… -añadió mi tío – Puede que ni siquiera me dé tiempo a cocinarme para comer en ese paraje tan a trasmano. No sé… ¿Podrías prescindir de Jaime, así cocina para los dos y me da una mano? A lo mejor entre dos tardo menos y el domingo estamos de regreso…
Disimulé un respingo de satisfacción, porque no se me escapaba que si mi tío quería llevarme con él tenía un plan para conmigo.
-Por mí no hay problema. Y dirigiéndose a mí -¿Tenés mucho que estudiar, vos? Podés llevarte tus libros si querés ir con Antonio.
-No, no tengo mucho, pa. ¿Puedo ir entonces a darte una mano, tío?
-Obvio. Ya va siendo hora de trabajar, no solo estudiar – respondió con voz neutra Antonio –Poné en un bolso fideos, queso y alguna otra cosa para comer, y si tenés que llevar tus libros ponelos también…
Ese miércoles preparé la mochila con las cosas pedidas, y él hizo lo propio en un bolso con las herramientas antes de ir al pueblo a sacar los pasajes.
Cuando regresó, dio la noticia:
-Vamos a tener que viajar mañana jueves, porque el viernes hay paro de transporte, ¿Hay problema?
-Por mí no – señaló mi padre –Hijo, ¿vos podrás adelantarte un día? Mirá que de no poder llamo a Juan el de Jacinto que siempre me pide una changa…
-No, pa, para mí está bien. Me gusta ser útil a la familia…
El jueves a las ocho de la mañana íbamos en el bus rumbo al trabajo. Hora y pico después descendimos en un paraje donde lo único que había era un techito sobre cuatro columnas y un banco y comenzamos a andar rumbo a la casa de capo que distaba a buen paso unos veinte minutos. Mi tío tenía las llaves, porque esta estaba deshabitada, y ni bien entramos acomodó las herramientas, echó un vistazo a los materiales ubicados en una pieza, se cercioró de los trabajos que había para hacer, y señaló:
-De empezar ya, esto es pan comido. Lo podemos hacer entre los dos todo hoy, y si llevamos esa cocinilla de supergás al galpón ni tenemos que pisar la cocina… Así que viernes, sábado y domingo hasta la tardecita que tenemos el pasaje de regreso a las ocho treinta de la noche el tiempo es nuestro…
Así que me puse a hacer la mezcla en seguida, a poner las baldosas y los azulejos a remojar, a revisar que en la cama de la habitación hubiese frazadas sin polvo –las tuve que colgar y azotar, porque por lo visto llevaban meses sin uso- y a eso de las siete de la tarde, con mi ayuda, el trabajo más importante estaba hecho. Cociné unos fideos con queso para cenar mientras Antonio revisaba las ventanas que repararía el día siguiente, y dejé los platos relucientes en el escurridor. Comprobé que el calentador de alcohol del baño funcionaba bien, cuando luego de terminar mi tarea pude darme una gloriosa ducha.
-¿Pongo alcohol en el calentador para que te des un baño, tío? – grité desde allí a mi tío que buscaba alguna cosa perdida en su bolso dentro de la habitación.
-Dale, me vendría bien un aguazo calentito, así nos acostamos ya – me contestó de buen talante.
Entró al baño en pelota, con la verga bamboleante medio morcillona.
-Pero ¿ya te vestiste? Iba a pedirte que me fregases la espalda, ché… - dijo sonriendo.
-Si no hay ningún problema – le respondí, sacándome el short rápidamente para quedarme como él, pero con el pito paradísimo debido al deseo que sentía por mi tío.
-Ah, qué rica está esta ducha… - dijo entrando debajo, mientras yo le pasaba la pastilla de jabón por la espalda, produciendo abundante espuma. Me animé a pasar mi mano por aquellas nalgas peludas con el jabón, lavando con detenimiento su ano. Y cuando se volteó para facilitar mi tarea, lavé cuidadosamente sus huevos cargados y su verga que ya había alcanzado un considerable tamaño, bajando el prepucio para higienizar bien el glande brilloso y morado que la coronaba.
-Así, así me gusta… cabronazo – me decía mimoso mientras lo lava y, de modo nada disimulado, pajeaba aquella chota soberbia que era mi delicia y tormento.
Cerró sin más la canilla, y con la misma toalla usada por mí se secó con prisa, confiándome:
-Vamos a la cama, que ya quiero comerte ese ojete que me enloquece…
Me tomó de la mano, todavía con el cuerpo húmedo y fragante, y me arrastró a la habitación, echándose sin más boca arriba en ella, ofreciéndome el arma sostenida por su mano callosa que engullí sin demora.
Mi cabeza –que en tan poco tiempo se había hecho experta- subía y bajaba recorriendo aquella tranca aprisionada por mis mejillas, al tiempo que mi lengua jugaba alrededor de su frenillo y degustaba la preanunciación de sus líquidos que emanaba por su meato.
-¡Ah! ¡Me matás, sobrino! ¡Cómo chupás de bien! Tragala, tragala, que toda esta pija es tuya…
Me viró sobre él para que pudiera seguir mamándosela mientras mi culito, encima de su boca, tuviera la dicha de ser lamido por su lengua ansiosa.
-¡Así, bien limpito el orto, con perfume de jabón, qué delicia! – me decía con voz entrecortada por el deseo al tiempo que hurgaba el hollito con su lengua viciosa. De repente introdujo un dedo en él, girándolo con delicadeza, una inusitada delicadeza en él, tan basto…Creí desfallecer de gusto cuando el dedo se hundió en mi culo antes de rozar la próstata que me produjo un arquear de la columna, con inmenso placer no exento de dolor.
-¡Ay! ¡Me duele! – protesté bajito –pero quiero que me metas la pija, tío. Ponémela, ponémela ya, que quiero sentirla toda dentro de mí, mi macho duro…
Sus dos brazos musculosos me giraron en el aire como si se tratase de un menudo paquete, y me colocó de frente a él, con el ojete enfrentado a su pelvis, donde el tremendo garrote abundantemente salivado por mi boca se frotaba sobre mis huevos y mi miembro duro como una roca. Me costó un esfuerzo desprender esos brazos que me atenazaban para deslizarme abajo unos centímetros apenas, donde mi argollita entreabierta se aprestaba a comerse toda aquella poderosa verga surcada de venas que había sido la iniciadora de mi camino de sensualidad. Y conseguí a ciegas, a puro tacto ubicar la rubicunda cabezota en la puertita, y sin dilación meterme la mitad ante la sorpresa de mi tío, que movió apenas la cadera para terminar de traspasarme por entero…
La tenía adentro, profunda y caliente, y quería disfrutar la sensación de estar tan abierto como un pollo listo para el spiedo. Entonces, con esa memoria instintiva que a veces suele iluminar a los brutos, Antonio se quedó inmóvil para permitir que pudiera acostumbrar mis músculos durante unos minutos a esa temible lanza caliente que llenaba mi recto en todo su largo y ancho antes de comenzar a moverse muy despacio…
-Dejame a mí, por favor – supliqué deteniendo con una mano en su pecho el movimiento, y comencé a cabalgarlo con suavidad, percibiendo, alborozado, que le satisfacía mi iniciativa.
-¡Comémela, así! ¡Metétela toda, mi niño, mi negrito!- me decía con los ojos entrecerrados y la voz ronca de placer –disfrutá a tu macho, papito, ¡ay, qué lindo me la cojés, sí, mi putito!
Yo la cabalgaba buscando su placer antes que el mío, pero en un momento dado comencé a subir y bajar más rápido, como en un desaforado galope que le provocó, sin poder contenerse, un torrente de esperma prodigioso, caliente y oloroso, que me produjo mi propia corrida sobre su ombligo. Los gritos de mi tío, unidos a los míos, podrían haber sido escuchados a cien metros a la redonda si no fuera porque éramos los dos únicos humanos en el paraje.
Mi tío, con una delicadeza desconocida, tomó con sus dedos mi esperma que formaba un charquito en su ombligo, y lo saboreó con fruición, dándomelos luego a chupar con esa mezcla de semen y saliva. Cuando su verga se aflojó dentro de mí, la retiró sin prisa, apenas causándome un poco de presión su glande que seguía repleto de sangre, y me pidió la consabida afición:
-Lavámela, papito… dejámela bien lustrosa para la segunda vuelta. Porque estamos en luna de miel, y estos días vamos a coger con ganas y en todas las poses que vos quieras, cachorrito.
Obedecí a su pedido con todo gusto: saqué todos los rastros de su tronco, de la cabeza, lamí sus pelotas hasta que se retorció de gusto y en una especie de broma desconocida para mí le dije con osadía mirándole a los ojos:
-No te me muevas. Voy a sanitario a abortar y vuelvo. ¡Y te aviso que voy por más!
Antonio sonrió, con una mueca de placer.
-Vaya y vuelva, mi putito. Acá le espera su macho con más lechita fresca para ordeñar…