Los polvos mágicos

Una chica andaluza se vuelve loquísima con mis polvos mágicos.

Aquí estoy sentado en la parte trasera de un coche del que no sé ni la marca, con dos tipos sentados adelante que no me dirigen la palabra y un dolor horrible en la cabeza y en las muñecas.

-Oye, abridme la ventana, que necesito escupir.

-Cállese.

-Oye, Tuckelberry, si no quieres que escupa toda la sangre por aquí detrás, ábreme la puta ventana. No me voy a escapar, joder, que estoy esposado. Si supiera donde vive tu madre, aun... seguro que le pirran los jueguecitos con esposas.

El puñetazo que me dio el policía que iba de copiloto me dejó tonto hasta que me arrastraron por la acera camino de las dependencias policiales. Tras tomarme las huellas y hacerme un cuestionario que nos podríamos haber ahorrado con sólo utilizar mi DNI, vino lo mejor de la noche. Ante su insistencia les conté que me había pegado con aquellos tres andaluces porque vi como uno trataba mal a su novia.

-Los testigos presenciales nos contaron que usted comenzó a meterse con su forma de hablar y que los provocó hasta que le pegaron.

-No lo niego. Pero eso fue después de que viera como agarraba del antebrazo a su chica.

-¿Así que había una doncella en apuros y tú la salvaste? Vaya, vaya... tenemos un Quijote, deshacedor de entuertos.

-Por un lado: se dice "desfacedor", ignorante. Y por otro, sólo un tonto querría ser Don Quijote pudiendo ser Sancho Panza.

-Mira, chaval, no te pases ni un pelo –intervino el policía más joven-. Allí no había ninguna chica con ellos. Te metiste con ellos y te dieron lo que te merecías por...

-Bueno, bueno, bueno... –le interrumpió el policía veterano-. Tienes suerte de que no quisieron interponer cargos contra ti, así que en cuanto firmes la declaración puedes irte.

-Tres cosas voy a decirles: primero, que han dejado de tutearme, lo cual me la sopla; segundo, quizá tengan razón y no había ninguna chica, pero eso no quita que los acentos andaluces sean, del primero al último, insoportables y, en algunos casos, merecedores de unas buenas ostias y tercero: no firmo autógrafos.

Tras otro pequeño discurso y los típicos consejos pseudo-paternales de que no me meta en líos y demás, pude irme de allí. Al pasar junto a un espejo pude constatar que tenía el abrigo roto en la unión del hombro con la manga y lleno de suciedad por la otra manga. Había perdido el sombrero, pero eso tenía su parte buena. Lo del abrigo también. De camino a casa todo el mundo se fijaría en él en lugar de en mi cara. Al menos me quedaba tabaco, aplastado eso sí; mal día para comprar una cajetilla blanda.

Llovía a mares. Desde lo alto de las escaleras de la comisaría encendí un pitillo. La lluvia había borrado el desagradable olor de la refinería. La poca gente que había en la calle corría debajo de sus paraguas. Me puse a andar; a mi abrigo y a mí nos vendría estupendo un poco de agua. Al pasar junto a uno de los fotomatones, una chica salió a mi paso.

-Graciaz por haberte metido en medio. Zi no ez por ti aún eztaría detráz de eze condenao.

Si hay algo que odio más que el seseo andaluz, es el ceceo.

-Toma tu zombrero.

Tras comprobar que en el dobladillo interior aún estaba la bolsita con mi farlopa, le di las gracias y le ofrecí a acompañarla a un taxi.

-Ez que no tengo aonde ir. Mi novio y yo eztábamoz en caza de unoz amigoz y ni zé onde eztá.

-Pues toma mi móvil y llámalo.

-Ez que no quiero irme pa allí. Prefiero no verlo hazta mañana. Dezpuéz de dormir no ez tan agrezivo, pero ahora mejor no verlo.

-¿Quieres que te lleve a un hostal?

-No tengo dinero.

Acabé ofreciéndole pasar la noche en mi casa. Lo cierto es que la andaluza estaba muy, muy bien, pero el ver que realmente estaba tirada en una ciudad desconocida y que parecía estar resignadamente acostumbrada a que aquel capullo le trataran mal, había hecho que la idea de aprovecharme de la ocasión para intentar follármela se fuera de mi cabeza tan pronto como había llegado. Me alegró ver que la pelea y mi estancia en comisaría habían logrado despejarme el colocón que llevaba. Es decir, no estaba pensando con la polla. Estaba haciendo algo bueno y desinteresado, algo que no solía hacer desde algún tiempo.

Llegamos a casa y le enseñé mi habitación y el baño.

-Dúchate, si quieres. Coge cualquier camiseta o pantalón, lo que quieras. Y duerme en mi cama.

-En el zillón eztaré perfetamente.

-Insisto. No quiero que deformes el sofá. Me ha costado mucho darle mi forma.

Mientras se fue a duchar, yo puse la televisión y me hice un porro de marihuana. Pocos minutos después, la chica salió de la ducha con una de mis camisetas del Dépor puesta y unos calcetines.

-Me llamo Zara.

¡Manda carallo!, pensé. El nombre con una ese y ni siquiera esa la sabe decir debidamente.

-Yo me llamo Xurxo, pero llámame Pull & Bear.

Rió mi ridícula gracieta y se sentó en la otra esquina del sofá.

-¿No me invitaz a fumá?

Le rulé el porro y le ofrecí de beber. Parecía que Zara no quería irse a dormir y me pidió que la invitara a unos chupitos de lo que fuera. Saqué el licor café y le invité a que los sirviera ella misma mientras yo me hacía otro porro. Nos tomamos un par en apenas un minuto. Zara ni siquiera intentaba ocultar el malestar de su garganta cuando tragaba el negro contenido del chupito. Saboreando el tercero comenzamos una animada charla. Detrás de la borrachera que estábamos retomando, parecía adivinar una chica realmente maja. Durante el quinto, no pude más y le pregunté cómo era capaz de aguantar a un tipo que le trataba mal y al que incluso tenía miedo de ver. Pero esquivó la cuestión y toda su respuesta fue ésta:

-El billete enrollao de tu mezilla quiere decí que tienez coca. Tengo entendío que la coca gallega ez la mejor de Ezpaña.

Así que me levanté a coger la farlopa y le di un billete para que hiciera el turutu mientras ponía unas rayas. Le ofrecí el primer puesto para esnifar y haciéndolo denotó tener práctica en el asunto. Tras meterme mi dosis y dejar el billete en la mesa, ella cogió la bolsita y volcó más cocaína en la mesa.

-Joder, zí que ez buena ezta coca.

Y no dijo nada más. Mientras hacía dos nuevas rayas, pude ver como ya estaba mandibuleando y noté como su mirada había cambiado completamente. Se metió su parte, me ofreció la mía y tras ello, se mojó el dedo y lo pasó por los restos de la mesa para luego llevárselo a sus encías. Se levantó y se quitó la camiseta.

-Va ziendo hora de que te agradezca todo.

Se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme la boca, a morderme los labios y lamerme el cuello. Entre titubeos le dije que no era necesario que hiciera eso. Seguramente no soné nada convincente porque se rió y me dijo:

-Anda ya, chiquillo. Ezto lo hago porque antez de volver con el joputa de mi novio quiero ponerle loz cuernoz como ze merece. Eztoy cachonda y no creo que para ti vaya a zer un zuplicio dejar que te la chupe.

Mientras hablaba había desabrochado el botón y bajado la cremallera de mi pantalón y, mientras se arrodillaba, peleaba con mis calzoncillos por sacar afuera mi polla. Comenzó a hacerme una mamada con voracidad. Parecía que la farlopa le había dormido la boca de verdad, porque movía la lengua de un lado otro casi con desesperación, como queriendo sentir más. La cogí por la nuca y le empujé la cabeza hacia abajo hasta que su garganta no daba para más. Casi se ahora, pero no se quejó, siguió chupando sin descanso. De repente se levantó y tras sacarse apresuradamente el tanga, se lanzó encima de mí, colocando sus piernas alrededor de las mías y clavándose mi polla de un solo empujón. Estaba realmente cachonda y me cabalgaba salvajemente. Su ritmo era casi insoportable y mi perplejidad ante su voracidad sexual era tal que no hacía otra cosa que ver como se estaba volviendo loca, hasta que llegando su orgasmo, mientras gritaba "¡zí, zí, zí, zí...!", me pegó una bofetada y luego otra, y cuando quiso darme la tercera, le paré el brazo y le agarré del cuello. Entonces se corrió salvajemente, llenando mi pubis y la barriga de líquido. Tras aguantar un sin fin de espasmos abrazada totalmente a mí, se dejó caer a un lado del sofá.

Encendí un pitillo y tras la primera calada, ella me lo robó y me espetó al tiempo que cogía la botella:

-¿Por qué no te pones otros tiritos mientras me acabo de recuperar y después dejo que me folles cuanto quieras? Te espero en la habitación.

"Vaya morro que le echa", pensé. Pero en fin, estaba bastante pedo entre los porros y los chupitos, yo también tenía ganas de meterme más coca y estaba con la polla como un palo. Me hice unos buenos tiros encima de una caja de un cd y me fui a la habitación, no sin antes cerrar la puerta de la case con llaves y esconderlas, no fuera a ser que la muy zorra se me fuera por la noche con algo de la casa. Me metí mi dosis de pie y le entregué la suya. Cuando estaba lamiendo los restos en la caja le cogí por los brazos y la até al cabecero de la cama, no sin esfuerzo, porque parecía que la idea no le gustaba mucho.

Tras calmarse un poco después de una retahíla de insultos, pude colarme entre sus piernas y comencé a comerle el coñito. No lo había mencionado antes, pero la viciosa andaluza tenía por vello púbico una hortera línea de pelos en forma de corazoncito. Un minuto después ya no se quejaba y la tensión de sus piernas había cedido. Un par de minutos después estaba jadeando y mordiéndose el labio inferior y la tensión de sus piernas había vuelto, esta vez en forma de incontenible excitación. Estaba muy mojada y suficientemente abierta como para tras meter un dedo, sacarlo y meterle tres del tirón sin duda alguna de que le fueran a entrar perfectamente. Zara se revolvía en la cama con sus muñecas atadas al cabecero y gritaba con todas sus fuerzas:

-¡Zí, zí, cabrón! ¡Erez un pedazo de joputa! ¡Cómo me comez el chocho! ¡Zí, mi arma, zí! Cómeme todo el conejo, que me ze va a zalir corriendo del guzto!

Deslicé mi mano libre hasta debajo de sus nalgas y tras lubricar un dedo en su empapadísimo coñito, se lo metí en el culito sin previo aviso. Su respuesta no se dejó esperara:

-¡Ay, joputa! Me hizizte daño metiéndolo azí, de repente. Erez un pedazo de cabrón y zabez que me guzta por ahí.

Me erguí sobre ella, jugando con la punta de mi polla en su rajita. Ella movía su pelvis hacia arriba, intentando vanamente metérsela dentro. Pero yo, lejos de darle lo que quería, aproveché su concentración en lo que ocurría abajo para meterle dos deditos en la boca, uno de los cuales había estado dentro de su culo. Ella lo chupó con ganas, hasta que el sabor le hizo darse cuenta de la situación y se quejó.

-¡Qué azco, joder! Erez un joputa.

-Tú verás, zorrita –le contesté-. Te voy a meter estos dos dedos en el culo, si no los quieres lubricar, tú misma.

Entonces, la muy guarra, me escupió. Le pegué una bofetada que resonó por todas las paredes de la habitación, y me abalancé sobre su entrepierna. Sin miramiento alguno le metí de nuevo los tres dedos de mi mano izquierda en su coñito y mientras vencía su enfado con mi lengua trabajándole el clítoris, le asesté una puñalada en el culo con los dos dedos de mi mano libre. Esta vez ya no se quejó, a pesar del evidente escozor ante tal invasión, y empezó a bailar encima de la cama al ritmo de mi ataque a tres bandas. Llegado el momento en que un nuevo orgasmo era evidente, le saqué los cinco dedos de golpe, mientras le comía el clítoris con mis labios. Entonces se corrió de una manera tan salvaje, que me apretó tanto la cabeza con sus piernas que le mordí el clítoris. Esto en lugar de molestarle, le acabó por provocarle un segundo orgasmo que pasó por encima al que estaba teniendo.

-¡Oooooohhhh! ¡Joder, me corro, me corro! ¡Dioz mío, cómo me corro! ¡Por todoz loz zantoz y el Crizto Redentor! Me corroooooooooooo...

Sin darle tiempo a nada, me colé entre sus piernas y le metí mi polla. Al llegar al fondo pude sentir como aún se contraían las paredes de su vagina. Me fijé en que tenía las muñecas rojísimas de tanto moverse descontroladamente, así que ante sus ruegos de que la liberara decidí desatarla. Pero antes, aun con mi polla dentro de ella, me moví hasta llegar hasta la mesilla y volqué un poco de coca en los pezones de la andaluza, para esnifar la coca directamente desde allí. Con la punta de un dedo le llevé coca a su nariz tres veces. Aquella chiquilla era un saco sin fondo. Una vez dejada la farlopa en su sitio, me moví dentro de ella, dándole unas lentas pero profundas embestidas. Ella reaccionó satisfactoriamente, mordiéndome el labio y asiendo mi cadera con sus piernas. Me recordó que la desatara y así lo hice. Nada más lograrlo, me tiró del pelo de la nuca y comenzó a besarme de un modo salvaje, tanto que más que besos lo que hacía era devorarme la boca. Intentó ponerse ella arriba, pero sólo llego a ponernos de lado. Recuperé mi posición encima de ella y empecé a follármela con fuerza y rapidez. Ella pedía más y más, arañándome la espalda y dándome fuertes cachetes en el culo. Mientras le daba tan fuerte como podía, le metía mis dedos en la boca, los cuales Sara, bueno: Zara, chupaba con lascivia. Volvió a escupirme de nuevo, a lo cual respondí igualmente. Pero cuál fue mi sorpresa al ver que ella, en lugar de girar la cara, abría la boca para recibirlo y se reía. Entonces, guiado por un desenfreno sexual incontrolable, reuní tanta saliva como pude y le escupí en toda la cara, entre la mejilla y un ojo. Ella aún se reía más, y ni siquiera se sacó el escupitajo con la mano, se le dejó donde le cayó sin más... Mientras me acercaba al orgasmo, le hice tragarse mi saliva con mis dedos y ante la fuerza con la que clavaba sus uñas en una de mis nalgas y en la espalda, la cogí fuertemente del cuello, dispuesto a llegar al orgasmo.

Pero entonces la muy hija de puta, sin previo aviso ni lubricación, me metió un dedo en el culo. Me dolió un poco y me sorprendió, pero gratamente. Tras dos minutos follándomela como un loco estaba a dos segundos de correrme, así que le arranqué el dedo de mi culo, le saqué mi polla de su conejito y me puse de rodillas frente a su cara, inmovilizándole los brazos con mis piernas. Le cogí del pelo con una mano para incorporarle la cabeza un poco y con la otra pajeé mi polla a escasos centímetros de su boca, hasta que me corrí dentro de ella. El primer chorro fue tan violento que se atragantó y cerró la boca, provocando que el segundo fuera directamente a su cara, estampándose contra toda su boca y una de sus mejillas. Abrió la boca de nuevo y así, descargué dentro media docena de chorros más que ella recibió con evidente gusto. El placer me hizo cerrar los ojos durante un segundo y al abrirlos de nuevo, vi como ella jugaba con mi lefada en su boca y sonreía. Se me ocurrió dejar caer un poco de saliva de mi boca y ella abrió la boca para recibirla y mezclarla con mi semen. Se lo tragó todo de un sorbo y abrió la boca emitiendo un ruidito que venía a significar "¡ay, qué rico!". Cogí la bolsa de farlopa y dejé caer un poco a lo largo de mi polla, formando una línea longitudinal. Ella intentó esnifarla como una posesa, pero entre la postura y lo mojada que estaba mi polla, haciendo que la cocaína se pegara a ella, no fue capaz. Así que comenzó a comerse mi polla y con ella toda la farlopa. Toda no, porque en esa postura no podía tragársela entera. Lo intentaba con desesperada voluntad pero no podía, hasta que me lo pidió a mí:

-¡Vamoz, joputa, házmela comer enterita!

Ante tal invitación no me hice de rogar y le clavé mi polla en la garganta hasta que su nariz llegó a mi barriga, provocando que se ahogara tras unos segundos. Se la saqué y en lugar de quejarse por haberle forzado la garganta, se relamía por si quedaba algo fuera.

Sin quejarse de la postura, volvió a llevar su boca hasta mi polla y me la limpió como buenamente pudo. Entonces, toda llena de orgullo tras haberme sacado un orgasmo increíble con su dedo en mi culito, me soltó:

-¿Qué, gallego? ¿ya te ze acabaron laz fuerzaz? Zi ez que loz del norte mucho de boquilla pero luego...

Con mi polla en su máximo esplendor, sin haber perdido un ápice de su robustez, la hice girarse boca abajo y la puse de rodillas. Agarrándola del pelo se la metí sin contemplaciones. Ella pegó un grito y me animó a follarla duramente:

-Vamoz, gallego, vamoz. Dame con todo lo que tengaz que ezta noche zoy toda tuya.

Entonces cogí la bolsita de cocaína y se la pasé por delante de la cara mientras le metía un dedo en el culito. Ella ni se inmutó, sólo tenía ojos para la cocaína. Sustituí mi dedo por dos y urgué dentro con fuerza y, a pesar de que parecía hacerle un poco de daño, ni se quejó. Dejé caer una buena cantidad de cocaína en la mesita, como tres o cuatro tiros, y le di el billete enrollado. Se metió todo sin dejarme nada y pareció que le iba a dar algo. Tosía y tiraba de su nariz para arriba. Era insaciable y tenía una puestazo que estaba a punto de superarla. Así que me puse a follarla, antes de que se me cayera redonda en la cama. Le gustó que retomara la follada, porque empezó a empujar con su culo hacia atrás, buscando una penetración que la llenara por completo.

-Vaz a tené que follarme como un animal, porque nunca jamáz en mi vía había eztado tan caliente.

Calculé que quedaba poco cocaína, menos de un gramo, así que le saqué la polla y le hice inclinarse hacia atrás sobre sus rodillas. Le lamí toda la cara, de arriba abajo, sin dejar un centímetro sin su dosis de saliva, entonces le llevé la bolsita delante de su nariz y mientras esnifaba todo lo que podía le metí la polla en el culo tan fuerte como pude. Ante tal embestida ella se movió y, cumpliendo mis intenciones, provocó que toda la farlopa se cayera por su cara.

-¡Aaaaaaahhhh, cabrón! ¡Qué daño, joder! ¡Cazi me rompez el culo!

-Si quieres lo dejamos aquí, zorrita –le respondía con gusto de llevar el control.

-Ni ze te ocurra, joputa. Fóllame duro. Hazme daño. ¡Quiero que me matez a polvoz! –me contestó desaforadamente mientras se relamía alrededor de sus labios.

Cuando intentó llevar una de sus manos a la cara para acercarse la coca a su boca o nariz, le agarré justo a tiempo, llevándole los dos brazos detrás de la espalda y atándoselos a la altura de los codos. No dejé que se quejar, porque en cuanto hube acabado de amarrarla, le cogí del pelo y empecé a follarle el culito, que ya estaba totalmente dilatado y dispuesto a ser bien jodido.

Le follaba tan duro como podía, por lo que ella no podía ni hablar, sólo gemía guturalmente y gritaba. Sólo el hecho de que movía sus caderas hacia atrás antes de cada embestida, me dejaba claro que no sólo estaba sufriendo como una perra, sino que también disfrutaba como tal. Decidí premiarla, lamiendo toda la farlopa de su cara y llevándosela a la boca. Ella me comía la lengua como si fuera lo último que le quedaba en la vida, hasta que no pudo más y se dejó caer encima de la cama, al tiempo que gritaba:

-¡Me voy a correr, me voy a correr, me voy a correr!

Y vaya si se corrió. Apretó mi polla tan fuerte contra mi culo que me exprimió la polla, haciendo que casi me corriera también. Dejé mi polla en lo más profundo de ella, intentando llenarle enterita mientras ella aún seguía con estertores por todo su cuerpo y sus gemidos eran casi sollozos de un goce tan intenso que se adentraba en el mundo del dolor más placentero. Un minuto después aún le venían convulsiones y yo retomé suavemente mi follada, acelerando suavemente. Ella apenas se movía, sólo sollozaba y gemía cada vez que llegaba al fondo. Colé mi mano hasta su coñito y allí pude sentir como me había llenado la cama de líquidos, estaba totalmente empapada. Busqué su clítoris y no me fue difícil encontrarlo, porque lo tenía hinchadísimo. Apenas lo rocé, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Iba aumentando mi ritmo en su culo al tiempo que volvía a pasar mi dedo por su botón, provocándole una nueva descarga eléctrica. Tras seguir así un rato, de pronto, decidí acelerar todo lo que me dieran las fuerzas y me puse a follármela tan duro como podía, mientras le apretaba el clítoris entre mis dedos. Muy pronto ella volvió otra vez a caer por el abismo de un inminente orgasmo, pero ya totalmente fuera de sí. No decía nada, ni se movía ni nada. Sólo se dejaba follar y buscaba el orgasmo que le hiciera superar toda aquella calentura de sexo y drogas. Yo estaba tan cerca de correrme que di todo lo que había dentro de mí. Le apreté el clítoris y le saqué la polla del culo. Le masturbé su botón tan rápido como pude hasta que le llegó el orgasmo y, en ese preciso momento, se la volví a meter de golpe, y la follé con todas mis ganas, mientras ella se corría casi entre lágrimas. Al apretar su culo al correrse, me exprimió la polla hasta que me corrí, inundándole su culito con todo lo que me quedaba.

No sé cuánto tiempo estuve encima de ella, pero cuando me eché a un lado ella estaba totalmente dormida. O inconsciente. El caso es que yo tampoco pude vencer la nube que tenía en mi cabeza y me fui quedando dormido, olvidándome de desatarla.

Lo que ocurrió a la mañana siguiente, se lo contaré si les interesa.