Los placeres prohibidos 4

“Esto era lo que no tenía que pasar”, pensé. Pero no tenía voluntad para detenerlo. Ya no más. Sólo quería dejarme llevar y punto.

BECKY

El viernes llegamos a la casa rural cuando ya era casi de noche. Tras ordenar los pocos bultos que habíamos llevado para el fin de semana, tuvimos una cena tranquila. Nuestros padres hablaban entre ellos, intentando recordar las anécdotas de la última vez que habíamos viajado todos juntos, hacía unos 6 años. Se les notaba animados y puede que algo nostálgicos.

Eduardo también participaba en la conversación, pero yo sentía cómo evitaba mirarme y dirigirse directamente a mí. Yo mientras tanto prestaba atención a mi plato de sopa y hablaba únicamente cuando hubiera sido descortés no hacerlo. Me encontraba demasiado incómoda como para comportarme normalmente.

Desde luego, mi madre lo notó. Una vez terminada la cena, cuando nos encontrábamos todos en la sala para ver un rato la tele, me preguntó si estaba bien. Aproveché su preocupación para poner la excusa de que me sentía cansada por madrugar toda la semana para ir a la universidad y me fui a mi habitación. Antes de salir por la puerta, en un accidental cruce de miradas con Edu, aprecié un rastro de sospecha en su expresión.

Sabía que no iba a ser capaz de dormir, pero me tumbé en la cama igualmente y me puse a darle vueltas a la cabeza. De inmediato mis pensamientos se centraron en mi primo y en todas las dudas que me surgían a su alrededor. Habrían pasado unas seis semanas desde que nos acostamos en la fiesta de máscaras. En ese tiempo por mi cabeza habían pasado muchas teorías.

Aquel jueves comenzó una cadena de cuatro noches sin apenas pegar ojo. Recordaba el rato que había estado con Edu, y pensar que todo eso lo había hecho con él  y no con un desconocido me resultaba emocionante y excitante. Me sentía culpable por ello, sabía que no estaba bien, pero hacía seis años había estado tanto tiempo reprimiendo la atracción que me provocaba, que haber tenido sexo con él se sentía como una liberación.

Por otra parte, me recorría por la espalda un escalofrío cada vez que pensaba en cómo su pasión se vio multiplicada una vez me descubrí el rostro. Para mí eso solo podía ser interpretado de una manera: estar haciéndolo conmigo no le repelía, sino posiblemente todo lo contrario. Había pensado que Edu podía sentirse tan atraído por mí como yo por él, y eso me asustó. Si ambos queríamos repetir la experiencia iba a ser un problema. Éramos primos...

Así que primero estuve tentada de echar atrás las sesiones de entrenamiento, para evitar verle tan a menudo. Pero comprendí que en el fondo quería tener una excusa para estar con él y, aparte, a mi madre le hubiera resultado muy extraño si le dijera en el último momento que ya no quería tenerlas (aunque esa razón era más bien una excusa que me ponía a mi misma).

Cuando asumí que iba a acudir al gimnasio igualmente, me dije que no podía actuar como si nada, así que intenté comportarme con él como si fuera un total desconocido. Sin embargo, en cuanto le vi el primer día con la profesora de baile y noté que bailaba con ella con la misma pasión que el jueves me había hecho pensar que conectábamos, me di cuenta de que estaba celosa y me asusté. No me salió comportarme con indiferencia, sino más bien con rabia y de forma cortante, como si Edu me hubiera hecho daño y se lo estuviera haciendo pagar. Pero, en realidad, todo eso se trataba de una forma para castigarme y evitar que él notara que me atraía por miedo a que me correspondiera.

Todo había sido en vano. El martes anterior me había dejado muy claro que no sentía ningún tipo de atracción especial por mí. Simplemente le habría llamado mi físico, como le podría haber gustado el de cualquier otra chica. Y si no se había detenido al verme la cara había sido simplemente para no quedarse a medias. Me había pedido que me comportara con él como una prima, no como una enemiga. Ahora no sabía cómo no lo había visto antes: él se comportaba como un primo y no como un baboso que quisiera volver a llevarme a la cama.

En el momento, darme cuenta y escucharlo de él con las palabras que me dijo, me había dolido tanto que incluso le había golpeado. Pero ahora me sentía avergonzada por pensar que podría atraerle. No era propio de mí ser tan creída.

También mi comportamiento del último mes y medio me producía vergüenza. Le había hartado con mi pedantería y se había enfadado con razón. Él había actuado de forma madura y yo mientras tanto jugaba a escapar de un supuesto acosador... Me sentía tan incómoda al recordarlo que había sido incapaz de reunir el valor necesario para ir al gimnasio el resto de la semana. El problema era que ahora me encontraba en un espacio reducido durante dos días y no iba a ser nada fácil evitar verle. Tendría que hablar con él, y cuanto antes mejor.

No sabría decir en qué momento me quedé dormida entre reflexiones. El sábado a la mañana me desperté algo desorientada al no recordar muy bien dónde estaba. Tras pasar por el cuarto de baño para asearme fui a la cocina. Edu estaba sentado a la mesa con el portátil delante. Respiré hondo y pensé: "El mejor momento siempre es ahora mismo". Puse una sonrisa en mi cara y hablé con tono animado.

-          Buenos días, Edu.

-          Vaya... Hoy te dignas a hablarme. – No levantó la vista de la pantalla. Su boca se había torcido en una mueca sarcástica.

Si quería que me escuchara y me perdonara iba a tener que poner algo más de mi parte. Fui hacia el fogón para coger unas tostadas y vi una nota que habían dejado nuestros padres. Se habían ido a hacer senderismo por el monte y no volverían hasta después de comer. Conociéndolos llegarían a las siete de la tarde. Recordé que antes también nos dejaban solos cuando iban al monte. A Edu nunca le había gustado y yo siempre me quedaba para hacerle compañía.

-          Edu, lo siento. – Le dije – Yo sé que no me he portado bien contigo.

-          ¿Tanto asco te daba lo que hicimos? – Al fin levantaba la vista. Se mostraba resentido.

-          No es eso. Es que tenía miedo. – Ahora era yo la que bajaba la mirada. Me estaba dando cuenta de que si quería que me perdonara tendría que explicarle por qué me había portado así, y confesarlo me daba vergüenza.

-          ¿Acaso pensabas que me iba a lanzar a obligarte a hacer algo? ¡Vamos, Becky! Sabes que no soy así.

-          Ya lo sé, pero tenía miedo de que volvieras a intentar algo conmigo. No sabía si sería capaz de negarme y... Decidí que era más fácil ignorarte o algo. – Mi vista seguía clavada en el suelo.

-          ¿Ignorarme? ¿A eso le llamas ignorarme? ¡Pero si mínimo parecía que había asesinado a alguien!

-          ¡Ya lo sé, he sido una imbécil! – Le corté. Noté que una riada de palabras subía por mi garganta y no pude detenerlas antes de que salieran – Es una tontería que pensara que porque tú me atraigas a mí, yo tenga que causar lo mismo en ti, pero en mi cabeza que no parases al verme el rostro solo podía explicarse de ese modo, porque yo tampoco me hubiera detenido por esa misma razón, así que empecé a comportarme como una maldita diva. Lo siento, Edu, de verdad. Debo haber visto muchas pelis americanas. Soy tonta...

No podía mirarle a la cara, pero notaba sus ojos clavados en mí. El momento que tardó en responderme, con voz apenas audible, se me hizo eterno.

-          ¿Qué has dicho?

-          Que he sido una idiota por comportarme como una diva. – Tenía un nudo en la garganta y un desagradable sudor frío me empezaba a perlar la frente.

-          No, eso no, lo otro. – Su voz se notaba contenida, como ocultando una emoción, aunque no sabía si era enfado, asco...

-          Que me atraes. – Casi susurré – Pero no te preocupes, sé que está mal. No voy a intentar repetirlo, Edu, lo siento... yo...

En un momento sus pies estaban delante de mí. Su mano se posó en mi barbilla y me hizo levantar la vista a sus ojos, que me quemaban. Se quedo mirándome fijamente unos segundos, sin siquiera parpadear. Vi cómo sus ojos brillaban, sus labios se despegaban y escuché cómo tragaba saliva antes de decirme nada.

-          Y dime, Becky... – Acercó su cara a la mía hasta que nuestras narices se rozaron. Sus labios se curvaron en una sonrisa casi divertida y suspiró rápidamente en un sonido que me hizo pensar que se estaba riendo – Si está mal, ¿por qué se siente tan bien?

Sabía que iba a besarme. Dicen que el momento anterior al beso, en el que sabes que va a ocurrir pero aún no ha sucedido, es el mejor de todos. Tienen razón. Al menos, es igual de bueno. Edu mantuvo su mano en mi barbilla un momento más y después la deslizó hacia mi mejilla, acariciándola delicadamente con las yemas de sus dedos. Su palma se apoyó en ese lado de mi cara, haciendo que por acto reflejo yo cerrara los ojos un momento. Sentí su nariz acariciando la mía por un costado y luego bajó hasta tocar mis labios. Los abrí ligeramente debido al deseo de rozar los suyos de nuevo. Colocó una mano en mi cintura y su nariz subió hasta mi mejilla, poniendo su boca a la altura de la mía. Y nuestros labios se tocaron. Fue como si encajaran. Noté lo blandos que era, de nuevo, y sentí su suavidad. Abrí la boca un poco más y atrapé ligeramente su labio inferior entre los míos, mientras él hacía lo propio con mi labio superior, al mismo tiempo.

Soltamos el aliento por la nariz al mismo tiempo y yo cerré los ojos con más fuerza. “Esto era lo que no tenía que pasar”, pensé. Pero no tenía voluntad para detenerlo. Ya no más. Sólo quería dejarme llevar y punto. Sus labios seguían moviéndose lentamente con los míos y Edu acariciaba mi mejilla con su dedo pulgar. Yo moví las manos a su espalda y las apoyé en ella. Saqué la lengua y rocé sus labios brevemente con la punta. Él abrió más el beso, buscando en mi boca mientras me acercaba a su cuerpo agarrándome de la cintura.

Sentía que me fundía, no me había dado cuenta de lo mucho que deseaba aquello. Mi cuerpo reaccionaba a sus caricias como si fueran mucho más que eso. Quería que volviera a tomarme, aunque fuera un sueño loco, sólo una vez. Con una vez valdría… o eso me decía a mí misma. Daba igual. Ahora todo daba igual. Me pegué más a su cuerpo y rodeé su cintura con mis brazos.

La mano que tenía en mi cintura se movió hasta el centro de mi espalda, acercándome más a él. Tuve que inclinarme ligeramente hacia atrás para adaptarme a su cuerpo y no parar de besarle. Su otra mano acarició mi pelo y sostuvo mi cabeza, sin dejarme alejarme ni un centímetro. El sabor de su boca me embriagaba. Aceleramos el beso. Noté cómo sus labios se apretaban más sobre los míos y su lengua exploraba junto a la mía. Su respiración golpeaba con fuerza mi mejilla demostrándome que ambos estábamos alterados. No pude contener un ligero gemido debido al deseo que sentía por él.

Se separó un momento de mi boca y miró mis ojos. Los suyos brillaban de una forma increíble, de un castaño casi negro. Respiraba aceleradamente. Su pulgar acarició mis labios y, cuando los miró con deseo, vi en sus ojos algo de sufrimiento. Lo entendía, yo me sentía igual. Sabía que no podía tenerle, pero lo necesitaba tanto… Me lancé a sus labios de nuevo con hambre, y él comprendió perfectamente lo que estaba buscando. Quería comerle. Quería aprovechar el momento de locura que estaba sintiendo y si era necesario ya me arrepentiría más tarde. Acaricié la piel de su vientre bajo su camiseta. Todos esos músculos… Subí hasta su espalda, poniéndome de puntillas para alcanzar mejor sus labios. Me sujetaba en él, agarrándome con desesperación. Sus manos también empezaron a recorrer mi cintura bajo la ropa, y mi tripa, y mi espalda. Sabía que él tampoco quería soltarme.

Se sacó la camiseta descubriendo ese torso que me volvía loca. En el gimnasio apreciaba sus músculos cada vez que me demostraba cómo hacer un ejercicio, bajo esa camiseta tan ajustada, y yo me maravillaba con los movimientos de su cuerpo. Eso también me solía cabrear, pero ahora no lo hacía. Ahora le tenía, aunque fuera solo durante un rato, pero era mío.

Besé su pecho repetidas veces y recorrí su espalda con mis manos. Cuando la necesidad de que nuestras pieles volvieran a tocarse me imperó, cogí el bajo de mi camiseta para quitármela. Él, al darse cuenta, me sujetó los brazos y me miró de esa forma tan íntima.

-          Si haces eso no voy a poder parar, Becky. – Me dijo en un susurro.

“No quiero que pares”, pensé. Bendita cordura, que desaparece en esos momentos. Mirándole, me solté de sus manos y las puse donde estaban antes las mías, agarrando mi camiseta. Levanté mis brazos y esperé hasta que él levantó lentamente la parte de arriba de mi pijama. No llevaba sujetador, siempre duermo sin él. Vi cómo abría los ojos de par en par.

Me miró. Vaya si lo hizo. Pero no con lascivia, sino más bien como quien mira un y se siente maravillado bajo su encanto. Pasó una de sus manos por mi costado y me acarició desde la cintura de mis pantalones hasta mi brazo, aún levantado. Con el pulgar rozó un lado de mi pecho y luego subió más hasta alcanzar mi mano. Me la tomó entrelazando nuestros dedos. Yo volví a acercarme y busqué sus labios. Me pegué a su cuerpo y mis pezones tocaron su carne en un roce delicioso. Aún tomándome de la mano, usó la otra para acariciar mi cabello y aumentó la pasión de nuestro beso, acelerándolo.

Suspiré con fuerza contra su boca. Quería más, pero no quería pedírselo tan abiertamente. Probablemente él lo sabía, de todos modos. Estuvimos minutos y minutos besándonos de esa manera, hasta que nuestras manos no pudieron abarcar todo lo que querían tocar de la piel del otro. Las caricias, al principio suaves, se habían vuelto intensas. Posesivas. Nos deseábamos el uno para el otro, y para nadie más. Lo decían nuestras manos y nuestras bocas, intentando comerse mutuamente. Podría haberme pasado horas besándole y tocándole, pero él se separó de mí para hablar entre alientos entrecortados.

-          Vamos a la habitación.

-          ¿A cuál?

-          A la que esté más cerca – Una sonrisa de medio lado marcó su cara y Edu me recorrió con la mirada.

Volvió a tomar mi mano y tiró de mí hacia mi habitación, que estaba a dos puertas de la cocina. En cuanto entramos volvimos a fundirnos en un nuevo beso, realmente apasionado, en el que nuestras lenguas jugaban sin ningún pudor y nuestros dientes atrapaban los labios del otro cada poco, con hambre. Me pegué a él poniendo mis manos en su trasero. Noté su sexo en erección, pegado a mi pubis. Esa sensación me hizo emitir un nuevo gemido quedo, al recordar lo que Edu era capaz de provocarme con él. Bajé besándole hasta llegar a su cuello y me entretuve en esa zona mientras sus manos recorrían mi espalda y atrapaban mi trasero de vez en cuando.

-          ¿Pero por qué me haces esto? – Suspiró, en un tono bromista, tras soltar una pequeña risa - ¿Me va a costar otro mes y medio de tortura por tu parte para hacerme sentir culpable?

-          ¡Eres más tonto...! – Me reí contra su cuello y después se lo mordí. Ya conocía lo que aquello le provocaba, y en esta ocasión no me defraudó. Escuché un sonido de placer por su parte.

-          Y tú eres más mala… ¿Quién me mandará caer en tus redes?

-          Si quieres te suelto – Le volví a morder, arrastrando mis dientes por su piel con la fuerza suficiente para provocarle un escalofrío. Se le había puesto la piel de gallina.

-          Ni se te ocurra…

Volvió a abarcar mi boca con la suya y me movió hacia la cama, para hacer que ambos nos tumbáramos sobre ella. Él estaba encima de mí, con la mayor parte de su peso sostenida por sus brazos. Volví a acariciar su espalda, sabiendo que sus músculos estarían en tensión. La situación me excitaba. El placer de lo prohibido, sobre todo, me traía loca. Su boca era tan suave cuando debía y tan apasionada cuando la ocasión lo pedía… Y en ese momento lo estaba pidiendo. Su cadera se movió hacia arriba, abriéndose paso entre mis piernas. Su sexo se rozó contra el mío. Volví a gemir ligeramente antes de intentar alcanzar su entrepierna con mi mano. Edu me detuvo.

Se levantó de encima de mí y me bajó los pantalones primero, y las braguitas después. Acarició mis piernas desde los tobillos hasta el interior de mis muslos mientras me miraba a los ojos. Las separó casi sin fuerza, más esperando a que yo las abriera por mi propia voluntad que haciéndolo él mismo. Y las abrí. Y no lo vi venir. Antes de que me diera cuenta su cara se había hundido en mi humedad. La sensación de su lengua buscando entre mis labios me hizo cerrar los ojos. Suspiré. Su nariz se abría paso entre la carne que luego acariciaba con su boca, y sus manos ayudaban a facilitar el camino.

Y encontró mi clítoris. Su húmeda lengua lamiéndolo con rapidez me subía hasta las nubes. Lo rozaba, lo absorbía con la boca y lo volvía a rozar. Un estímulo perfecto. Me revolvía, tumbada en la cama, entre gemidos no demasiado altos. Se mantuvo ahí un tiempo, y luego empezó a introducir un dedo dentro de mí. Ya estaba completamente húmeda gracias a su lengua y pronto metió en segundo, y luego el tercero. Los movía doblándolos, alcanzando exactamente mi punto G. Notaba una sensación como de ganas de orinar, pero me resultaba más placentera que incómoda. Cuando creía no poder más, le levanté la cabeza y tiré de él hacia arriba, para intentar llegar a sus labios de nuevo.

Pero se detuvo en mi pecho y rodeó uno de mis pezones con sus labios. Después el otro. Y volvió al primero. Lo lamió. Lo absorbió. Lo rozó con sus dientes. Su boca estaba caliente, en parte por la situación, en parte por mis fluidos. Mis pezones estaban erectos. Sentían cada roce y me hacían temblar con ellos. Me encontraba como si fuera a estallar. Me estremecí.

Le empujé para tumbarle y colocarme sobre él. Quería devolvérsela. Bajé hasta su cintura y le quité los pantalones del pijama. No llevaba ropa interior. Se ve que no era la única a la que le gustaba la libertad para dormir. Estaba duro. Grande, grueso. Tal y como lo recordaba, pero haberlo visto antes no me hacía dejar de sentir la excitación de ver su sexo de esa manera. Subí besando sus muslos y, cuando casi había llegado a su entrepierna, Edu posó una de sus manos sobre mi hombro.

-          Becky, – me dijo – no tienes que hacer eso.

-          Pero quieres que lo haga – Mi tono era travieso.

-          Eso es porque soy un hombre, – se rió – pero si no quieres no te sientas obligada. Yo no te he hecho lo de antes con intención de que me lo devuelvas. Simplemente quería hacerte disfrutar.

-          Y yo también a ti…

Le lamí el glande con la punta de la lengua, mirándole fijamente a los ojos, mientras sostenía la base de su pene con la mano. Edu se mordió el labio, pero no apartó la vista. La excitación se apreciaba en cada poro de su cuerpo, al igual que en el mío. Me gustaba su manera de mirarme mientras mi boca jugaba entre sus bajos. En sus ojos había algo que me incitaba a querer darle todo el placer que pudiera. Mi lengua lamía toda la longitud de su erección y se detenía en el frenillo para moverse con rapidez sobre él. Edu tensaba los músculos de las piernas en esos momentos, dejando escapar gemidos profundos de su garganta. Cerraba los ojos con fuerza, y enseguida los volvía a abrir para seguir mirándome.

Atrapé su glande entre mis labios y bajé levemente, introduciendo unos pocos centímetros de su sexo en mi boca. Seguía sujetándolo con mi mano y comencé a moverla de arriba a abajo por la zona que mantenía fuera. Combiné ambos movimientos, acariciando con mis labios cerrados fuertemente su glande y su frenillo y con mi mano todo lo demás. Edu dobló una de sus rodillas y dejó de mirarme, echando la cabeza hacia atrás y cubriéndose los ojos con un brazo. Se mordía el labio. Yo aceleraba la velocidad con la que le masturbaba, notando cómo temblaba. De vez en cuando su pene sufría algún espasmo y su vientre se ponía duro. Soltaba un gemido grave e intentaba volver a relajarse, pero se notaba que cada vez le resultaba más difícil.

Hacerle sentir así me gustaba. Tenía ganas de que perdiera la cabeza, pero sabía que no debía. ¿Qué más daba? Tampoco debía estar haciendo aquello. En un arrebato, bajé de golpe introduciendo en mi boca todo lo que pude de su miembro. Era muy grueso y lo noté palpitar entre mi saliva. Su glande tocaba el final de mi paladar. Me quedé ahí unos momentos acariciando con mi lengua la longitud del tronco. Hubiera jurado que en ese instante su sexo se hizo más grueso. Edu puso una mano sobre mi pelo. Tuve miedo de que quisiera empujarme para penetrar mi boca más profundamente, pero simplemente la apoyó y esperó a un nuevo espasmo de su pene para retirarla.

-          Para, Becky... – me dijo con un esfuerzo contenido – Antes de que me pierda.

Saqué su sexo de mi boca, pero lo sostuve con la mano. Noté el sabor de su líquido pre seminal en mi lengua. Cuando lo liberé totalmente, observé que su capullo estaba enrojecido en su parte central. Vi las venas marcadas en el tronco. Lo acaricié con mi mano una sola vez, rodeándolo con mis dedos y moviéndolos hacia arriba y hacia abajo. Edu retiró mi mano y volvió a empujarme para situarse sobre mí.

Me besó de nuevo con ansia. Me cubrió totalmente son su cuerpo. Volví a acariciarle por cada rincón de su anatomía y sentía sus manos sobre mi piel, deslizándose y tocándome. Abrí las piernas para que las suyas entraran entre ellas. La punta de su miembro estaba ahí, justo en mi entrepierna, pero ninguno de los dos sabía si el otro quería volver a llegar tan lejos. Aunque llegados a este punto...

Una de mis manos le acarició bajando por su columna y alcanzó su trasero. Sin pensarlo ni un momento más le empujé hacia arriba incitándole a que entrara en mí. Se despegó de mis labios y fijó nuestras miradas. Ambas respiraciones eran aceleradas, los labios hinchados de tantos besos, entreabiertos de deseo. Besó mi nariz y apoyó su frente en la mía. Curvó la espalda. Entró en mí.

Su sexo se abrió camino, buceando entre las húmedas paredes de mi vagina. Era grueso, sentí de nuevo esa deliciosa presión que lograba que ninguna zona de mi interior se quedara sin contacto con su miembro. Se introdujo hasta que tocó el final de mi sexo y volvió a salir, en un lento ritmo lleno de sensualidad. Cada una de las sensaciones se multiplicaban cuando me perdía en su mirada, cuando en sus ojos veía la misma incredulidad que yo sentía al ver que se estaba repitiendo, que me había vuelto a tomar, que se había ofrecido a mí de nuevo.

Cuando volvimos a besarnos Edu empezó a acelerar el ritmo. Empecé a gemir cada vez que su pene presionaba contra el final de mi vagina. Sabía que si no hubiera estado tan excitada me habría producido dolor, pero tal y como me encontraba sólo sentía ganas de más.

Edu dobló las rodillas debajo de mí y me levantó un poco la cadera de la cama. De ese modo me penetraba más profundamente. Su boca se perdió entre mis pechos. Yo gemía y suspiraba, acariciando su pelo y moviendo mi cuerpo para ayudar a que el sexo fuera más placentero. Pasó un buen rato hasta que sus embestidas empezaron a enlentecerse. Su pene palpitaba casi de forma continua y la expresión de esfuerzo de su cara delataban que quería hacerlo durar más. Pero yo quería que se corriera.

Hice que se quedara de rodillas en la cama y me puse a horcajadas sobre él, agarrándome a su espalda. Me moví. Cada vez que bajaba sintiendo su sexo clavándose en lo más profundo de mí, gemía. Mi ritmo era rápido, aunque no tanto como pedía mi cuerpo. Al bajar mi clítoris rozaba contra el final de su vientre animándome a no parar... no parar nunca. Sus manos tomaron mis nalgas con fuerza y me ayudaron a mantener la velocidad. Edu también gemía. Él con sonidos casi guturales, con los ojos cerrados y los músculos de la espalda tensos. Yo con sonidos agudos, entre suspiros, con la boca entreabierta y mis manos enredadas entre su pelo. El placer me subía por la espalda y me bajaba hasta los dedos de los pies.

Minutos así. Me hubiera gustado que fueran horas, días. Edu me sujetó una vez para que no me levantara. Su miembro estaba durísimo y  no dejaba de contraerse. Su cadera se movió hacia arriba de forma automática tres veces, pero sólo lograba levantarme con él, pues estaba totalmente en mi interior. Me hizo gemir. Él emitía sonidos de esfuerzo.

-          Me voy a correr... No puedo más.

-          Pues córrete – Le respondí entre jadeos.

Me hizo moverme una docena de veces más, alzando él la cadera a su vez. A cada movimiento un gemido salía de su boca. Entonces me levantó sin esfuerzo aparente y me dejó caer sobre la cama, sacando su sexo de mí. Lo masturbó y en menos de tres movimientos su leche caía sobre mi pecho.

Edu mantenía los ojos cerrados y yo no podía dejar de gemir por haberme quedado a tan poco tiempo de acabar. En cuanto los abrió y me vio de esa manera, bajó la cabeza y con su lengua en mi clítoris palpitante me provocó temblores. Sus dedos entraron en mí y volvieron a doblarse una y otra vez rozando mi punto G. Y de nuevo esa sensación de querer orinar. Mi espalda se arqueó. Gemí descontroladamente. Y él no paró. Y me corrí, con su boca y sus dedos en mi sexo. Cuando me miró con la barbilla brillante de mi flujo tenía una sonrisa satisfecha en la cara. Le acaricié el pelo y dejé que se tumbara a mi lado y me rodeara los hombros.

Me besó la frente, la nariz y rozó mis labios con los suyos.

-          Voy a por algo para que te limpies.

-          No hace falta, – Me reí – me voy a la ducha.

-          ¿Me dejas que te lave? – Una sonrisa picarona apareció en su hermoso rostro – Ya sabes: yo te ensucio...

-          No eres tú listo ni nada... – Volví a reírme. No podía disimular mi alegría – Pero no, hoy voy yo sola.

-          Me ha gustado cómo suena ese “hoy”. – Pasó sus dedos a lo largo de mi brazo.

-          No se puede, ya lo sabes – Me puse seria, aunque dejé que él notara lo triste que me hacía sentir eso.

-          Sí, lo sé. – Besó mi mejilla también con gesto serio, pero enseguida en su cara apareció una mueca divertida – Voy a mi cuarto, prima. Te cronometro. Quien tarde más en la ducha hoy hace la comida.

Salió de mi habitación riéndose travieso. Yo no podía borrar la sonrisa de mi cara. Sabía que no debíamos volver a repetir, y lo intentaría... Pero también sabía que iba a ser muy difícil.