Los placeres prohibidos 2
Tal vez una aventura con una mujer como ella me hiciera dejar de pensar en mi prima. Y si no, al menos lograría desahogarme. Me daba la sensación de que desde el jueves no había dejado de pensar en sexo. Me sentía como un adolescente, y como tal, no iba a perder la oportunidad de echar un polvo
EDUARDO
Ese lunes me desperté tras haber tenido un sueño húmedo, y eso se notaba entre mis piernas. Llevaba desde el jueves, el día de la fiesta, soñando lo mismo. Mi cerebro me repetía durante la noche el sexo que había tenido con Becky, solo que en mi cabeza ella no llevaba máscara alguna, ni yo tampoco. Ambos sabíamos de sobra quién era nuestro amante de la noche y, sobre todo, no salía disparada en cuanto me miraba a la cara… Como había ocurrido en realidad.
Creía estarme obsesionando. En el fondo eso no estaba bien, pero el que fuera inadecuado solo lograba que me atrajera más la idea de repetir. Becky era preciosa, sexy, divertida y con una energía que hacía ser optimista a la gente de su alrededor, gente que siempre deseaba tenerla cerca. En cualquier chica esas cualidades atraerían hasta al más beato de los hombres. ¿Cómo esperaban que a mí no me ocurriera lo mismo? Ah, claro… porque era mi prima. ¡Qué tontería!
Ambos habíamos vivido en España toda la vida, aunque en diferentes ciudades la mayoría del tiempo. Cuando éramos niños nos veíamos más o menos una vez al mes, cuando nuestros padres se reunían para pasar un fin de semana. A sus 13 años se mudó a mi ciudad a causa del trabajo de su padre. Yo tenía 14, pero esos primeros meses salió con mi grupo de amigos. Sin embargo, en cuanto empezamos el curso escolar, tardó muy poco en hacerse sus amigas y empezar a salir con su propia pandilla. Nos veíamos todas las semanas, ya fuera coincidiendo durante la semana o en comidas familiares el fin de semana. Nos llevábamos muy bien y siempre me decía que era el cuidador de sus secretos.
Yo pensaba que era amor fraternal. Y pudo serlo al principio, pero a mis 16 ya tenía muy asumido que Becky me atraía. Era esa especie de deseo que uno se calla, no porque sea inalcanzable, sino porque se sabe que no está bien. De todos modos, no era algo que me quitara el sueño. Simplemente me imaginaba lo que sería estar con ella y la idea no me desagradaba como se supone que debería hacerlo cuando piensas de ese modo en un familiar.
Cuando terminé el Bachillerato quise hacer la carrera de Educación Física y Deporte. Pero me tenía que ir a la capital, porque en mi ciudad no tenía opción de hacerlo. Así que me marché con 18 años. Conseguí un trabajo en un gimnasio, como monitor de baile latino. Llevaba desde pequeño bailando y en la entrevista no tuvieron ninguna duda en contratarme. Bueno, sí: dudaron porque era muy joven, pero finalmente el trabajo fue mío.
Entre los estudios y el trabajo apenas tenía tiempo de volver a casa. Sólo pasaba cortos periodos de tiempo y, para mi desgracia, nunca coincidía con Becky. Perdimos contacto. Al principio hablábamos por teléfono, pero poco a poco las llamadas se fueron espaciando más en el tiempo hasta que se convirtieron en inexistentes. Ya solo sabía de ella por lo que me contaban mis padres.
Una vez acabé la carrera, permanecí un año más en Madrid mientras buscaba un trabajo en mi ciudad. No podía despachar un trabajo que ya tenía hasta que no consiguiera otro con seguridad. Los últimos dos años había estado trabajando como encargado de la sala de fitness del mismo gimnasio, en lugar de como monitor de baile, cosa que me convenía para poner en práctica mis estudios.
Hacía un mes que me habían contratado en el polideportivo. Por fin podía volver a casa. Lo arreglé todo para venir lo antes posible y en una semana estaba listo con mis maletas, en la puerta de la casa de mis padres. Me fui con 18 y volví con 24, pero parecía que no había pasado el tiempo. Ni en casa ni entre mis amigos. Lo esencial se mantenía como siempre.
Lo único que había echado de menos había sido ver a Becky, que estaba de vacaciones con sus amigos. Se suponía que no la iba a venir hasta hoy, cuando dirigiría su entrenamiento por primera vez. Se suponía, pero el jueves la había visto. Y de qué manera…
Sacudí la cabeza. “No pienses en eso otra vez”, me dije. Me levanté de la cama y me desperecé. Me esperaba un día duro.
A la tarde, me dirigí al polideportivo, como llevaba haciendo ya tres semanas. Empezaba a familiarizarme con el lugar y el trabajo. Tenía un turno de tres horas vigilando la sala de fitness. Después ayudaba a Vanesa, la monitora de baile, durante sus dos horas de clase. Me ofrecieron ser su ayudante hacía una semana, cuando se enteraron de que yo sabía bailar.
La última hora de mi jornada durante las anteriores semanas las había dedicado a la sala de fitness de nuevo, pero ese lunes iba a ser diferente. Tendría una hora de entrenamiento con Becky, dirigiéndole por los ejercicios que mejor le convenían para “mantenerse en forma”, aunque según mi punto de vista no lo necesitaba. Era capaz de mantenerse ella solita y sin hacer nada de ejercicio, pero no me iba a quejar: la verdad es que me apetecía estar con ella, aunque solo fuera por saber cómo se iba a comportar conmigo después de la fiesta de máscaras.
Estuve impaciente porque llegara esa última hora durante toda la tarde. Como teníamos por costumbre, Vanesa y yo dedicamos los últimos diez minutos de clase a bailar, para motivar a los alumnos a que siguieran avanzando y demostrarles lo que podían alcanzar. La gente ajena a la clase se amontonaba en la puerta para mirar también.
En el segundo baile, una bachata, me fijé en que entre los espectadores del umbral se encontraba Becky. Noté la emoción bajándome hasta el estómago al verla allí, con su ropa de deporte y un gesto neutro en la cara, ni de cabreo, ni de vergüenza.
Y me puse a pensar de nuevo en el jueves de la fiesta, en cómo habíamos bailado y en lo bien que se movía, en lo sexy que estaba mientras lo hacía… Y pensar en eso hizo que mi baile con Vanesa fuera más pasional. Me entregué mas dejándome llevar por los impulsos que recordaba de aquél jueves. Vanesa se dejó llevar por mí, al contrario que otros días.
Al acabar, me arrepentí de inmediato de haber sacado a la luz tanta emoción. Los que habían estado observando nos aplaudían con entusiasmo, pero yo me encontraba en un apuro. Tenía una erección. ¡Mierda! Se suponía que un bailarín no debía dejarse llevar hasta ese extremo. Vanesa lo había tenido que notar, aunque a la vista no se apreciaba demasiado gracias a que los pantalones de baile eran bastante holgados.
Tras tranquilizarme un poco, me cambié la ropa de baile por unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas para hacer deporte y fui hacia la puerta de la sala de máquinas. Becky estaba allí con la mirada fija en el suelo. Llevaba unas mallas largas y una camiseta deportiva, ajustada y de tirantes. Se había recogido la larga melena en una coleta alta. Por un momento me encontré nervioso.
- Hola, Becky. – Le sonreí para ocultar lo alterado que estaba, intentando aparentar que todo me parecía igual que siempre. - ¿Con ganas de hacer deporte?
- Las justas – Su respuesta fue seca. Sin siquiera mirarme a la cara, se giró y entró por la puerta de la sala de fitness.
Me encontré aturdido por un momento. Si me hubiesen pegado una patada en la tripa creo que hubiera acabado menos paralizado. Respiré hondo una vez y le seguí. Ni siquiera me di cuenta de devolverles el saludo a los compañeros que estaban en la sala en ese momento. Cuando la alcancé, le señalé la cinta.
- Vas a empezar con quince minutos de cinta. Los primeros tres caminando rápido y después a trote. No quiero que pases del nivel diez de velocidad.
Asintió y se puso a ello. Yo me encontraba frustrado. Tras verla correr dos minutos decidí que mi mente no estaba como para aguantar la visión de sus movimientos. No soportaba la idea de que estuviera ahí, tan cerca de mí, y sin querer hablarme. ¿Acaso le daba asco después de lo que habíamos hecho? Y si era así… ¿Por qué no había llamado para cancelar la hora de entrenamiento? No lo entendía.
La hora fue como una lenta tortura. Me daba la sensación de que yo le ordenaba y ella obedecía, sin que una palabra saliera de su boca. Intenté mantenerme lo más alejado de ella que podía y simplemente observaba cómo se esforzaba por dar lo máximo que su cuerpo era capaz de aguantar. Cuando le dije que habíamos acabado la sesión del día me despidió con un simple “Adiós” y se marchó.
Salí de la sala de máquinas camino a los vestuarios. Por el camino, vi a Vanesa asomada a la puerta de su despacho. Me hizo un gesto para que pasara dentro. Tras atravesar la puerta, la cerré.
- ¿Qué te ha parecido la clase de hoy? – Me preguntó. Estaba cambiada para marcharse a casa y en ese momento recogía algunos papeles que tenía sobre la mesa de su escritorio.
- Bueno, – sentí ganas de reírme al recordar lo que me había ocurrido durante el baile del final. ¿Cómo podía ser tan idiota? Mira que hacerme ilusiones sólo porque Becky me estuviera observando bailar… – supongo que estimulante – Respondí al final.
- ¿Si? – Vanesa se acercaba hacia mí con una mirada que me resultó provocadora – A mí también me lo ha parecido.
Y me besó, de esa manera que te besa alguien cuando tiene hambre de sexo. Su lengua había entrado en mi boca y ella se apretaba contra mi cuerpo.
- Me ha encantado sentirte como te he sentido. – Pasó la punta de su lengua por mi cuello y volvió a hablar. – Me pones una barbaridad, Edu. Quiero jugar contigo…
Me volvió a besar de esa manera, y yo no podía resistirme a devolverle el beso. Mis manos automáticamente se posaron sobre su cintura y se movieron hacia abajo, llegando a su trasero.
En ese momento, yo estaba confundido y me sentía algo culpable. Mi cuerpo estaba actuando solo, pero en mi cabeza no paraba de aparecer la idea de que debía decirle a Vanesa que la erección que había tenido no había sido por ella. Me debió notar parado e intentó animarme con palabras.
- ¿Ahora te haces el tímido, Edu? – su mirada era intensa – Vamos, suéltate un poco, cariño.
No entendía por qué no me separaba de ella y le decía que estaba equivocándose, hasta que comprendí que en el fondo no quería decírselo. Vane era apasionada en el baile, y tenía pinta de que como amante también lo sería. La miré para convencerme de que no iba a ser capaz de rechazarla, me daba igual estar comportándome como un cerdo.
Era pelirroja, de melena larga y rizada, con grandes ojos castaños y un cuerpo con muchas curvas, aunque cada una de ellas estaba donde debía estar. Es ese tipo de mujeres que se describen perfectamente con la palabra ‘femme fatale’ . Era mayor que yo, tendría algo más de treinta años, pero su manera de actuar hacía que se le viera como una mujer más madura, lo que ante mis ojos la convertía en una especie de objetivo inalcanzable.
Pero no lo era. Se había ofrecido a mí, y yo no le iba a decir que no. Tenía derecho a hacer lo que quisiera, al fin y al cabo estaba soltero. Soltero y con ganas de sexo. Tal vez una aventura con una mujer como Vanesa me hiciera dejar de pensar en mi prima. Y si no, al menos pasaría un buen rato y lograría desahogarme, porque me daba la sensación de que desde el jueves no había dejado de pensar en sexo a cada hora. Me sentía como un adolescente… y como tal, no iba a perder la oportunidad de echar un polvo.
Vane seguía besándome, de forma hambrienta y apasionada. Acariciaba mi cuerpo sobre la ropa. Primero mi torso, mis abdominales, y luego su mano se detuvo sobre mi miembro. Todavía no estaba del todo firme, pero empezaba a despertar. Se detuvo ahí y lo acarició con fuerza suficiente para que lo sintiera, pero no tanta como para hacerme daño.
- ¿Cuántos años tienes? – me preguntó entre un beso y otro. Su mano seguía sobre mi sexo, acariciándolo de arriba abajo.
- Veinticuatro – respondí, y aproveché estar separado de sus labios para besar su cuello.
- Mmm – echó la cabeza hacia atrás para dejarme acceder mejor a su garganta – Eres todavía un yogurín, pero tranquilo… Yo te voy a enseñar lo que es tener sexo salvaje.
Y dicho aquello, me arrancó la camiseta y volvió a besarme acariciando mi espalda al mismo tiempo. El beso se volvía más tórrido a cada momento, y a mí sus palabras me estaban excitando. Mi polla se estaba levantando como un resorte. Por una vez me sentía la presa en lugar del cazador, y eso me ponía. Sobre todo ante una mujer como ella. Aún no entendía qué podía haber visto en un chaval como yo, pero estaba encantado. Cuando nuestras bocas se fueron acelerando, no pude resistirme a levantarle la camisa verde que llevaba en ese momento para acariciar la piel de su cintura. Se la hubiera quitado de buen gusto si no hubiera sido porque me frenó.
- Tranquilo, fiera. Vas a dejar que sea yo quien marque el ritmo.
Volvió a acercarse para morderme el labio, casi haciéndome daño. Bajó sus manos por mi torso y llegó a la cintura de mis pantalones. De un tirón, me bajó tanto la prenda de deporte como los bóxers y dejó que cayeran al suelo. Tras acariciar mi pene una vez con su mano, se alejó de mí y me observó desnudo. Yo noté cómo su mirada no se apartaba de mi sexo. Me mordí el labio y miré hacia otro lado para evitar abalanzarme sobre ella, pues la lascivia con la que me observaba me estaba provocando a sobremanera.
- Veo que tienes un gran tesoro entre las piernas – Se rió traviesa – Me alegro, porque hoy va a ser para mí… y me gustan los tesoros grandes.
- Pues ven a buscarlo entonces – le dije, sin resistirme ya a volver a tocarla. La acerqué a mi cuerpo y besé de nuevo su cuello. Ella me apartó con un empujón suave.
- La tomaré cuando quiera tomarla – sus ojos ardían casi tanto como su pelo rojo – y mas te vale no impacientarte.
Estaba provocándome con la mirada. Empezó a morder mi cuello, cosa que era mi debilidad. Mis manos recorrieron su cuerpo de forma desesperada. Pasaban por su trasero, subían a su cintura y a su pecho. Ella intentaba que no le tocara de esa manera, y me apartaba las manos, pero en cuanto se veían libres volvían a deleitarse en sus curvas. A ella le gustaba, pero intentaba mantenerme bajo control para seguir jugando conmigo. Cuando una de mis manos apresó un pecho suyo y lo apretó, intentando luego meterse bajo su camisa para palparlo bajo la ropa, Vane se separó de nuevo.
- Parece que voy a tener que hacer algo para que estés quieto – abrió un cajón de la mesa y sacó un pañuelo largo.
- ¿Vamos a jugar a atar gente? – me reí – Me encanta… ¿Quieres que te ate? – sabía que la víctima iba a ser yo, pero me divertía provocarle.
- ¡Más quisieras! – me respondió – Pero hoy tú eres mío y dispondré de ti como quiera – Me rodeó, me dio un cachete en una nalga y me ató las manos a la espalda.
- Que sepas que te estoy dejando ganar. Espero que no intentes dominar de una forma tan blanda a todos los tíos con los que te acuestas.
- Sólo a los yogurines.
Se rió y me empujó hacia atrás hasta que mi espalda se chocó contra la pared. No sé lo que les pasaba a las mujeres con las paredes, pero no me quejaba. Si quería arrinconarme, adelante. Tenía la sensación de que me lo iba a pasar bien. Se mantuvo enfrente de mí, con su boca besando y mordiendo mi garganta mientras su mano rodeaba mi polla y la masturbaba. Iba a un ritmo normal, no demasiado rápido, pero al llegar a mi frenillo hacía un ligero giro con la mano que hacía que mis piernas temblaran. Cuando estuve totalmente duro, volvió a apartarse, diciéndome que ni se me ocurriera despegarme de la pared.
Empezó a desnudarse. Se quitó primero la camisa, desatándola botón a botón y descubriendo un sostén negro con un encaje rojo. Después se quitó los pantalones negros. Llevaba una braguita a juego, muy pequeña. Parecía el propio demonio que había bajado en forma de tentación, con su pelo rojo a juego con el encaje. Su cuerpo era espectacular, lejos de parecerse al de una esquelética modelo, pero sin que le sobrara nada de carne.
- Parece que ahora eres tú la que no tiene valor para acercarse, ¿no?
- ¿Crees que me das miedo? – no perdía la provocación de sus ojos - ¿Qué me vas a hacer teniendo las manos atadas, pequeño? ¿Soplarme? – se rió.
- En la nuca me gustaría soplarte, cabrona – una mezcla de locura y deseo de poseerla a mi manera empezó a invadirme - ¿Y me ha parecido escuchar que me llamabas pequeño?
- Que tengas una gran polla no significa que seas grande – respondió sonriéndome – Cuando me demuestres que sabes usarla, dejaré de llamarte pequeño.
- ¿Eso es un reto?
No me respondió. De nuevo me estaba masturbando, al tiempo que en un beso dejaba que mi lengua entrara en su boca. Su mano iba rápido esta vez, y yo empezaba a preguntarme si aguantaría todo lo que me echara ese día. Me oía respirar ya rápidamente, con algún suspiro que acababa en un sonido grave de vez en cuando.
Entonces bajó, arrodillándose ante mí. Su lengua lamió la punta de mi polla rápidamente. Miré hacia abajo y le vi con sus ojos clavados en mi cara. Sus manos estaban sobre mis muslos. Había sacado la lengua para estimularme, y mantenía la boca abierta. Si mis manos hubiesen estado libres de buena gana le habría empujado la cabeza hacia mí para poder entrar entre sus labios. Pero no podía, y ella jugaba con esa ventaja.
Me estaba provocando. Lamía la punta de mi pene con rapidez, en la zona del frenillo. Luego pasaba su lengua desde la base hasta la punta, como si estuviera lamiendo un helado. En su cara solo había provocación y ganas de volverme loco, y lo estaba logrando. Cada vez que movía la cadera hacia adelante intentando metérsela en la boca ella se sonreía y echaba la cabeza hacia atrás.
Hasta que dejé de mirarla. Entonces, sin esperarlo, noté cómo sus labios envolvían mi miembro y bajaban casi bruscamente hasta llegar a la mitad de mi erección. Gemí profundamente y sentí las piernas débiles. Ella siguió, rápidamente, combinando los juegos con su lengua y los movimientos de su boca en sube y baja. Quería ser yo quien le llevara en ritmo, para follarle la boca a mi gusto, pero con las manos atadas no tenía forma de guiar sus movimientos. Ella se movía a veces lentamente hasta desesperarme y luego de forma rápida haciendo que me estremeciera. Sólo paró cuando empezó a notar mi sexo palpitando. Me quejé. No quería quedarme así, pero era lo justo. Ella aún no había tenido su parte.
Hizo que me sentara en la silla de ruedines del escritorio. Se sentó a horcajadas sobre mí y se soltó el sujetador. Ésta vez jugaba a ofrecerme sus pezones a la boca y quitármelos en el último momento. Cada vez que los alcanzaba me deleitaba en ellos, mordiéndolos con suavidad y absorbiendo su pecho con hambre de más. Pero la mayoría de las veces sólo conseguía rozarlos con mi lengua.
- Así eres muy valiente – le dije – Suéltame las manos y veremos si juegas igual conmigo entonces.
- No… Me encanta ver cómo te desesperas.
Se empezó a frotar contra mi pene, que aún estaba con ganas de que acabasen con él. Notaba su ropa interior muy mojada y ella estaba ardiendo. Gemíamos con sus movimientos. Ya no se preocupaba de dejar sus pechos fuera del alcance de mi boca, por lo que me entretuve en ellos con gusto, diciéndole con la lengua las ganas que tenía de poseerla.
Al de un rato se levantó, giró la silla para que mirara a la mesa y ella se sentó sobre ésta con las piernas abiertas. De ese modo, su sexo quedaba a la altura de mis ojos. Empezó a tocarse, mientras yo la miraba. Metió uno de sus dedos en su boca y lo sacó lentamente mientras me fijaba los ojos. Entonces comenzó a estimularse el clítoris con ese mismo dedo, haciendo círculos sobre él. Yo la observaba. Mi corazón estaba por lo menos intentando salirse del pecho. Estaba cachondo y viendo cómo una mujer se masturbaba para mí.
Ella gemía bajito, cerrando los ojos y teniendo algún espasmo que le hacía levantar un poco las piernas de cuando en cuando. Entonces bajó a la entrada de su vagina. Introdujo índice y pulgar y, al sacarlos, sacó una anilla de color azul. Le miré sorprendido y ella me sonrió, antes de hacerme un gesto para que siguiera mirando su sexo. Tiraba de la anilla lentamente y vi cómo se sacaba unas bolas chinas de su húmedo interior.
- ¿Desde cuándo las llevabas puestas? – pregunté, sospechando que podía haberlas tenido ya en su sexo durante la clase.
- Siempre que bailo me las pongo, y no me las quito hasta la noche. Entonces me las saco y me masturbo pensando en ti, pequeño.
Noté una sacudida en la polla. Joder, sus palabras eran puro fuego. Miré cómo se introducía tres dedos y los movía rápidamente. Había empezado a gemir más alto y más a menudo, y yo tenía unas ganas tremendas de masturbarme… o masturbarle a ella… o de hacer algo, pero no podía soportar tener las manos inutilizadas en esa situación.
- ¿Ves? – articuló Vane entre gemido y gemido – Así lo hago, Edu. Pienso en ti y me meto así los dedos, como si me follaras.
No podía aguantar más. Arrastré la silla para acercarla a la mesa y hundí mi cabeza entre sus piernas. Ella apartó su mano y me dejó hacer. Pasé la lengua entre sus labios, buscando su pequeño botón con la lengua. Lo encontré y comencé a rozarlo con ella. Sólo le escuchaba gemir y notaba sus fluidos cayendo por mi barbilla. Mi polla quería explotar, sin una forma de saciar su hambre.
Me mantuve sobre su clítoris, y luego absorbí sus labios con mi boca. Pasaba la lengua por toda su rajita y volvía a concentrarme en el botón del placer. De vez en cuando también lo absorbía con suavidad, haciendo que ella sujetara mi cabeza para que no me apartase de aquel lugar. Casi me estaba ahogando. Su ansia me dificultaba respirar, pero me daba igual. Quería que estuviera por lo menos tan cachonda como yo. Y yo era muy bueno con la lengua… Así que seguí sumergido en su sexo hasta que, entre gemidos de placer, ella me apartó para levantarse de la mesa.
Me dio la espalda y puso el culo en pompa, con las manos apoyadas sobre el escritorio. Me miró con las mejillas rojas y los ojos brillantes pidiendo más.
- Métemela. Quiero que me folles lo más fuerte que puedas.
Estuve tentado de decirle que no para desesperarla y provocarle más, pero en el fondo no podía. Tenía la polla tan dura que solo podía dejarme guiar por ella. El cerebro de abajo, que le llaman. Así que me levanté y en un momento tenía la punta de mi miembro buscando su vagina. En cuanto la encontré, no me quedaba fuerza de voluntad para más juegos, así que la penetré sin miramientos. Una vez, y otra, y otra. Y ella solo gemía más y más fuerte. Mis embestidas estaban fuera del control de mi mente, me sentía como un salvaje follando a una mujer.
No iba a aguantar demasiado tiempo. Cuando le avisé de que me iba a correr, ella sólo me decía que me corriera dentro. No debía, pero no estaba ni para pensar en eso. Así que seguí, con más fuerza, esperando el momento en el que pudiera descargar todas mis ganas dentro de ella.
Justo cuando me quedaban apenas tres movimientos más, noté cómo ella se corría. Las paredes de su agujero apretaban mi polla de una forma que no podía aguantar sin que mi semen saliera disparado, y estaba a punto de hacerlo cuando me sacó de su vagina y se metió mi miembro en la boca. Al primer movimiento me corrí, llenándole con mi leche. Abrió la boca y un hilo cayó hasta su pecho. Me sentí mareado y tuve que sentarme de nuevo en la silla.
Media hora más tarde, salía del polideportivo, ya duchado y con la ropa de calle. Había perdido la cabeza en un momento, y no me explicaba lo que me había pasado para que hubiera tenido un sexo como aquél. Había sido increíble. Sin embargo, no pude evitar compararlo con el que había tenido con Becky. Muy a mi pesar, prefería repetir con mi prima antes que con Vanesa. ¿Qué me pasaba? En un tío eso no podía ser normal…