Los placeres prohibidos 1

“FIESTA VERANIEGA DE MÁSCARAS. Ven, con la cara tapada y el cuerpo lo mas destapado posible. Esta noche puedes encontrar a tu apasionada alma gemela.”

BECKY

“FIESTA VERANIEGA DE MÁSCARAS

Ven, con la cara tapada y el cuerpo lo mas destapado posible.

Esta noche puedes encontrar a tu apasionada alma gemela.”

Había leído ese cartel hacía una semana, cuando estaba con mi amiga Diana, que se encontraba en una de sus ‘ Crisis de Soltera Desesperada’ , como ella las llama. Era el colmo… Diana me había estado haciendo chantaje emocional toda la semana, para que le  acompañara a la fiesta donde “seguro que le quitaban las telarañas”. ¿Y para qué? Pues para que ahora, apenas una hora después de que llegáramos al local, yo ya estuviera sola, apoyada en la barra con mi copa a medio terminar y sin saber muy bien qué hacer.

Diana llevaba años suspirando por Juanvi, tantos que yo no recuerdo qué chico le gustó antes que él. Poco después de que llegásemos a la fiesta, éste se acercó a mi amiga con la frase: “Eres Diana, ¿verdad? Esos labios los reconocería en cualquier parte”. Tardaron muy poco en perderse por ahí.

La verdad es que no podía reprochárselo. Era una oportunidad increíble para ella y me alegraba de que por fin cumpliera ese deseo, pero me sentía incómoda estando sola y con la ropa que Diana me había comprado y obligado a ponerme. No estaba acostumbrada a ir tan destapada.

Llevaba una falda blanca de volantes, baja de cadera y larga hasta medio muslo que hacía destacar el moreno de mi piel. La camiseta era de escote en barco, con manga corta, y me cubría solamente la zona del pecho, dejando todo mi plano vientre y mis hombros al descubierto. Por fortuna no enseñaba canalillo, aunque era tan ajustada que no escondía nada el generoso tamaño de mi busto. Tanto la camiseta como las sandalias de cuña eran de color marrón chocolate.

La máscara iba a juego, también en marrón, con detalles en verde que resaltaban mis ojos, del mismo color. El pelo castaño caía liso hasta mi cintura, haciéndome cosquillas en la piel desnuda. “Tía, pareces una modelo. Estás hecha un bombonazo.”, me había dicho Diana cuando me vestí para la fiesta. Pensaba que me estaba intentando hacer la pelota por acompañarle, pero no debía estar mintiéndome del todo. Notaba los ojos de muchos chicos sobre mi cuerpo, a pesar de que era una de las chicas que mas tapada iba. La mayoría iban en sujetador y faldas de la mitad de longitud que la de la mía, o en bikini… Incluso algunas atrevidas llevaban únicamente la parte de abajo del bañador.

Justo cuando estaba pensando en marcharme, la voz de un chico se dirigió a mí.

-          Es un poco exagerado, ¿verdad?

-          ¿Te refieres a la fiesta? – Le pregunté sonriendo.

-          Si – El chico me sonrió también. Tendría más o menos mi edad, unos 23 años. – He visto la cara de asombro que ponías mientras hacías un barrido por el local.

-          No acostumbro a venir a este tipo de fiestas. Sólo venía a acompañar a una amiga. Me sorprende el… – No sabía cómo expresarme – Digamos que el destape de la gente.

Él se rió. Llevaba puestos unos piratas blancos con unas chanclas, y nada que le cubriera el torso musculado.

-          ¿Y tu amiga dónde está?

-          Podría decirse que de paseo.

-          Ya – Sonrió – ¿Te puedo acompañar entonces tomando algo?

-          Claro.

-          Me puedes llamar Ed. No es mi nombre real, pero supongo que en las fiestas de máscaras lo que cuenta es no conocer a la gente.

-          Llámame Luz – Le dije. Era un nombre compuesto a partir de las iniciales de mis tres primeros apellidos.

Era un chico agradable. Resultó que estaba allí porque los que organizaban la fiesta eran amigos suyos. Llevaba poco tiempo en la ciudad, unas pocas semanas, y venía para trabajar en un gimnasio. Estuvimos una hora hablando, riéndonos de las ocurrencias del otro. Nos divertimos. Sin embargo, se notaba también una especie de tensión sexual. Él parecía guapo, con ojos oscuros muy expresivos, pelo negro despeinado y sonrisa traviesa. Su máscara era blanca, con detalles en negro.

Al de un rato Ed se volvió para pedir la tercera copa. Yo noté una mano sobre la cadera, que me acercaba al cuerpo de alguien. Era un chaval que no tendría más de 18 años. Tenía toda la pinta de haberse colado en la fiesta. Llevaba únicamente unos bóxer de color azul, con las chanclas y la máscara del mismo color. Tenía esa postura y ese gesto tan comunes en alguien arrogante.

-          ¿Qué hace un cuerpo como el tuyo parado sin bailar? Es todo un desperdicio.

-          Estoy a gusto en la barra, eso es todo.

-          ¿Seguro que es eso y no que ese pardillo no se atreve a sacarte a menear el esqueleto? Vamos… ¡si lleva una hora contigo! Yo habría tardado tres veces menos en sacarte a la pista.

-          Eso sería si yo tuviese algún interés en ti, que por cierto, no lo tengo.

-          Ven, baila una canción conmigo y empezaré a interesarte – Me había vuelto a acercar más a él e intentaba arrastrarme hacia la zona de baile.

-          ¡A ver, chaval! – Ed se había girado de nuevo. Había estado escuchando y en cuanto consideró que el chico se había pasado, decidió intervenir. – Si te dice que no, es que no. ¡Lárgate y busca a alguien que te saque menos de seis años, anda!

-          Subnormal – Se escuchó mientras salía pitando de al lado de Ed.

Cuando se quedaron solos, Ed sacudió la cabeza con gesto de cabreo.

-          Esos niñatos me ponen de mala leche.

-          Están en la edad – me reí –. Creen que tienen razón en todo y que cualquier chica caería a sus pies.

-          Bueno, éste tenía razón en algo – Ed me sonrió mientras yo fruncía el ceño con cara de extrañeza. – Es un crimen que un cuerpo como el tuyo no esté bailando. ¿Te apetece…?

Ed me tendía la mano, sonriéndome de una manera traviesa. “Bueno, estoy aquí para encontrar a mi apasionada alma gemela, ¿no?”, me reí para mis adentros. Tomé su mano y dejé que me dirigiera hacia el centro del local.

Al principio bailamos poniendo distancia entre nuestros cuerpos, siempre cogidos de la mano, haciéndonos girar mutuamente al ritmo de la música. Nos sonreíamos y gastábamos bromas en los propios movimientos, haciendo que el otro lo pasara bien. Era divertido y agradable, aunque yo sentía curiosidad por saber lo que sería que nuestros cuerpos se rozaran al son de la música. No necesité esperar demasiado. Al de un rato, comenzó a sonar una canción al ritmo de bachata.

-          ¿Te había contado que fui monitor de baile latino hace unos años? – Me preguntó.

-          ¿Sí? – estaba sorprendida. – A mí me enseñaron a bailar algún tipo de ese baile hace unos seis o siete años – era cierto. Me había enseñado un primo mío. –, aunque ahora no sé si…

-          Vamos – me animó, mientras me arrastraba a una zona más despejada de gente – ¡Baila conmigo esta vez!

No estaba muy convencida de recordar algunos de los pasos. Llevaba muchos años sin bailar bachata como tal. Aun así, en cuanto empezamos, mi poca convicción se esfumó. Ed me llevaba con tanta seguridad y naturalidad de un movimiento a otro que el baile simplemente me salía solo. A mitad de la canción la gente ya estaba dispuesta en un círculo, viendo cómo nosotros y unas cuantas parejas más bailábamos. Me alegraba de llevar la máscara puesta, pues sabía que sin ella sentiría la necesidad de echar a correr para esconderme en cualquier sitio.

Sin embargo, siendo sincera conmigo misma, era consciente de que la máscara no era lo único que me ayudaba a permanecer allí. Me gustaba sentir a Ed tocándome y mirándome de tal manera que únicamente con eso mis mejillas ardían. Cada vez que sus manos se posaban sobre mi espalda o en mi cintura sentía un cosquilleo realmente agradable. Los escalofríos me recorrían de arriba abajo cuando nuestros cuerpos se juntaban por las exigencias de un paso. Fue increíble. Me sentía tan a gusto…

Cuando acabó la canción, Ed ya no me dejó alejarme de él. Seguimos bailando otras canciones, el uno muy cerca del otro. Las sonrisas divertidas de antes se convirtieron en sonrisas cómplices y yo no podía dejar de mirar sus labios. Ambos estábamos acalorados. Notaba una fina capa de sudor en mi columna.

-          Te mueves muy bien – me dijo Ed – Sí que era todo un crimen  que estuvieras quieta…

-          Bueno, yo llevaba mucho tiempo sin conocer a un chico que de verdad supiera bailar.

Me sonrió, agradecido. Continuamos moviéndonos al ritmo de la música. Sus manos siempre en mi espalda, mi cintura, mis caderas… Las mías en su cuello o en su espalda. Sentía sus músculos tensándose y relajándose bajo mis manos. No pude evitar acariciarle la espalda en alguna ocasión, recibiendo como respuesta una mirada intensa en sus ojos.

No sabría decir cuánto tiempo pasamos jugando a provocarnos con el propio baile. Cuando una nueva bachata empezó a sonar, me giró y se colocó pegado a mi espalda. Puso una de sus manos en mi tripa, justo debajo del final de mi ajustada camiseta, y con la otra tomó la mía y me hizo alzarla hasta la altura de mi cabeza. Movíamos las caderas al mismo tiempo. Notaba el ligero toque de la pelvis de él en mi trasero, dándome la sensación de que quería tener ese contacto conmigo sin que llegara a ser obsceno.

Notaba su respiración justo detrás de mi oreja, su mejilla pegada a mi pelo. Cerré los ojos y me dejé llevar. Él acariciaba mi tripa con la mano, al mismo ritmo de la canción.

-          ¿Sabes que eres lo más bonito que hay en ésta fiesta? – me preguntó, casi rozando mi oreja con sus labios.

Algún tipo de impulso me hizo darme la vuelta, mirarle un momento a los ojos y, a continuación, acercar mis labios a los de él. Coloqué mis manos en su nuca y noté una de las suyas en la cintura y la otra tras mi cabeza. El beso fue lento. Estábamos ahí, clavados en el suelo, entre toda la gente que bailaba a nuestro alrededor.

Cuando nuestras bocas se separaron, nuestros cuerpos continuaron pegados y nuestros ojos permanecieron con la mirada fija en los del otro. Aún bailábamos, aunque no estaba muy segura de que fuera al ritmo de la música. Ed tenía los labios ligeramente abiertos y las mejillas encendidas. Seguramente mi aspecto sería similar.

Nos mantuvimos un tiempo así. Él me acariciaba la espalda de arriba abajo, y volvíamos a besarnos lentamente. De nuevo se despegaban nuestros labios y yo pasaba una mano por su pecho y su vientre. Y nos besábamos… y su mano acariciaba mi mejilla… y otra vez nuestros labios volvían a unirse. Estuvimos así hasta que sentimos la necesidad de besarnos con mayor intensidad, de una forma menos adecuada para estar rodeados  de gente. Entonces Ed me habló.

-          Luz… – me miró a los ojos y acercó su boca a mi oreja, para que le escuchara con claridad – ¿Quieres que vayamos a un sitio más tranquilo?

Asentí. Me llevó hacia la mesa del Dj y se dirigió a uno de los chicos que había allí cerca, con la tarjeta de encargado colgada del cuello. “David…”, le dijo. El otro le miró primero a él, luego a mí y, tras sonreír divertido, le dio una llave.

Cerca de la puerta de los baños, había otra marcada con el cartel de “Salida de Emergencia”. Entramos por ella y nos encontramos en un pasillo con seis puertas a cada lado. La llave abrió una de ellas. Entramos. Entre las cuatro paredes azul oscuro había únicamente una mesa de escritorio, una alfombra y un sofá negro. La luz tenía muy poca potencia, pero era suficiente.

-          ¿Qué es esto? – Pregunté.

-          Un camerino. O, al menos, eso será cuando lo redecoren.

Cerró la puerta y le dio una vuelta a la llave por dentro, dejándola puesta en la cerradura. Se giró hacia mí y me atrajo hacia él rodeando mi cintura. Volvió a besarme con suavidad. Un beso lento, profundo y largo… que fue convirtiéndose en uno más intenso, más ansioso, más rápido. Nuestras respiraciones se aceleraban y nuestras manos acariciaban firmemente el cuerpo del otro.

Le empujé poco a poco hacia una de las paredes, hasta que acabó con la espalda pegada al frío yeso. La temperatura le hizo emitir una queja que sonó como un pequeño gemido. Me reí con picardía de su sufrimiento y él se mordió el labio inferior antes de volver a acercarme lo máximo posible a su cuerpo y volverme a besar. Su lengua entró en mi boca y profundicé más el beso, con un suspiro de sorpresa. Me apreté más contra él y mordí su labio con deseo. Bajé mi boca hasta su cuello y comencé a besarlo una y otra vez, mientras Ed suspiraba y repetía mi nombre entre sonidos de placer. Empecé a morderle el cuello con ansia, deseando volverle loco.

Su último suspiro acabó en un gemido profundo. Puso sus manos en mis muslos desnudos y me alzó, girándose y apoyando mi espalda contra la pared. Una ola de calor recorrió mi cuerpo al notar su deseo escondido bajo sus pantalones. Eso era lo que deseaba provocarle. Rodeé su cintura con mis piernas.

Me besó con intensidad, con lascivia, como queriéndome comer. Acariciaba mis muslos con las manos, incluso por debajo de la falda, llegando al borde de mis braguitas. Luego las subía hasta mi cintura y, casi rodeándola con sus dedos, la acariciaba con sus pulgares, con fuerza, haciéndome notar sus ganas de mí.

Su boca bajó desde mis labios hasta mi mandíbula, y subió por ella hasta mi oreja. Me mordió el lóbulo de ésta, y luego el cuello, una y otra vez. Gemí una vez, por la sorpresa y el placer. Luego suspiré de deseo. Hundí las yemas de mis dedos en los músculos de su espalda. Ed colocó una fila de besos desde mi garganta hasta mi hombro, y volvió al cuello para besarlo y acariciarlo con su lengua. Volví a gemir, dándole la señal que esperaba para apretarse más contra mí.

Notaba perfectamente su bulto contra mi humedad. Apreté más las piernas que le rodeaban. De pronto era una tortura tener toda esa ropa interponiéndose entre la piel de ambos. Quería arrancarle cualquier trozo de tela que ocultara su cuerpo.

Ed seguía besando y mordiendo mi cuello. Era demasiado para mí. No sabía cómo demostrarle lo que me estaba provocando. Su boca y sus manos sobre mí me hacían sentir un objeto de deseo irresistible. No podía evitar apretar mis dedos con más fuerza en su espalda. Me encantaba notar el movimiento de sus músculos. Estaba segura de que tenía que estar haciéndole daño, pero a él no parecía importarle.

-          Dios mío… – suspiré – Me estás volviendo loca.

-          No sabes lo que me encanta oír eso.

Volvió a besarme. Nuestras lenguas bailaban juntas en un ritmo sensual. Él se separó de la pared conmigo en brazos y fue hacia el sofá. Me dejó caer con suavidad y se colocó sobre mí. Seguimos besándonos. Coloqué las manos sobre sus nalgas y le apreté contra mí. Quería seguir notando su miembro abultado tocando mi entrepierna. Deslizó una mano desde mi rodilla, mi pierna y mi cintura para llegar a uno de mis pechos y apretarlo suavemente. Luego metió la mano bajo mi camiseta y volvió a acariciarlo. Suspiré contra sus labios.

Apreté sus nalgas y luego deslicé las manos hacia su bragueta, buscando los botones que ansiaba desatar. Él levantó ligeramente la cadera para permitirme acceder y me besó con mayor fuerza. Estaba claro que pensar en lo que podía pasar si ambos nos desnudábamos era algo que le excitaba por lo menos tanto como a mí.

Por lo visto, la expectación y la impaciencia que sentía por quitarle la prenda no me permitían utilizar las manos con toda la destreza que podía, y el último de los tres botones se resistía a ser desatado. Ed se impacientó y lo desabrochó él mismo, levantándose luego para quitarse el pantalón.

Me encantó lo que vi. Llevaba unos bóxer negros que no dejaban nada a la imaginación. Se pegaban muy ajustadamente a su cuerpo, marcando el inicio de sus musculosas piernas, el hoyuelo de sus caderas… y lo duro que estaba. Su miembro casi asomaba la punta por la cintura de la prenda, a pesar de que estaba inclinado hacia un lado. Inconscientemente, me mordí el labio. Él lo vio y me sonrió provocadoramente.

-          ¿Qué pasa? – preguntó mientras se acercaba a mí. – ¿Era esto lo que buscabas?

-          Más o menos – Le respondí al tiempo que me incorporaba en el sofá, hasta sentarme.

-          ¿Más o menos? – Se rió con sarcasmo, aunque sin quitar de sus ojos la mirada de deseo que mantenía al verme – ¡Te parecerá poco lo que has conseguido!

-          Bueno… Yo no he dicho eso.

Le sonreí juguetona mientras me levantaba del sofá. Puse una mano en su pecho e hice amago de besarle. Cuando intentó acercar sus labios a mi boca, no se lo permití y aproveché el momento para empujarle hacia el sofá para que se sentara. Me puse a horcajadas sobre sus piernas.

Me quité la camiseta sin apartar los ojos de su cara. Debajo llevaba un sujetador, también marrón, sin tirantes y con un fino encaje en el borde superior. Esa visión logró que Ed me mirara aún con más deseo. Me acercó más a su cuerpo, empujándome con sus manos en mis nalgas. Volví a notar una vez más su miembro entre mis piernas. La falda se había arrugado hacia arriba, por lo que en esta ocasión únicamente se interponían entre nuestros sexos sus bóxer y mis braguitas. Me rocé contra él, en un movimiento que deslizaba mi húmeda rajita sobre toda la longitud de su dureza viril. Notaba sus dedos apretando mi carne, intentando dirigir mis movimientos al empujar lo máximo posible mi trasero hacia él.

El estímulo contra mi clítoris hizo que empezara a gemir, aunque intentaba disimular esos gemidos entre suspiros. Que Ed estuviera mordiéndome el cuello no me ayudaba nada a contenerlos, pero prefería manifestar mi placer en alto a que él parase de hacerlo.

Me soltó el sujetador y lo lanzó al suelo. Se quedó un momento observando mis pechos desnudos y luego sujetó cada uno de ellos con una de sus manos, acariciando mis pezones con sus pulgares. Yo ya los sentía duros debido al morbo de la situación, pero su roce me causaba cosquilleos muy placenteros. Acercó su boca a uno de ellos y empezó a acariciarlo con la lengua, moviéndola en círculos por la aureola, rápidamente y de arriba abajo sobre el pezón y, de vez en cuando, metiéndoselo en la boca y absorbiéndolo ligeramente.

Al mismo tiempo, sus manos hacían que cada vez me moviera más rápido sobre su miembro. Notaba mi ropa interior empapada por mis fluidos y cada vez que me movía una oleada de placer me obligaba a arquear la espalda. Mis gemidos eran ya casi incontrolados.

Escuché cómo Ed gemía profundamente una vez, con mi pecho aún rodeado por sus labios. En esa ocasión, noté que absorbió mi pezón con mayor fuerza y terminó acariciándolo con sus dientes, en un suave mordisco. Sus manos obligaron a mis caderas a dejar de moverse sobre él.

-          Joder… – Echó la cabeza hacia atrás, dejándola caer contra el respaldo. Tenía los ojos cerrados y una mueca de esfuerzo en la cara – Como sigamos así voy a terminar sin ni siquiera estar desnudo.

-          Si es por eso, lo arreglo enseguida – contesté – Pero lo que no voy a permitir es que me hagas parar estando como estoy…

Le vi sonreír al escucharme decir aquello. Me levanté del sofá. Él abrió los ojos con el gesto de esfuerzo todavía en la cara. Me quité la falda, manteniéndome de frente a él, y a continuación las braguitas de encaje marrones también cayeron al suelo.

-          Ahora tú – levanté las cejas, retándole.

Se levantó del sofá y se bajó los bóxers. Creo que puse una cara de asombro muy poco discreta, pues él se rió al verla. Mis ojos no podían despegarse de sus bajos. Ya se apreciaba su tamaño antes de quitarse la ropa interior, pero el efecto que hacía su miembro totalmente erecto y al descubierto era de ser aún más grande.

-          Parece que te gusta – le miré a los ojos para ver cómo sonreía de medio lado mientras lo decía.

-          ¿Sólo gustarme? – me reí, sarcástica.

-          Pues me alegro, entonces. – Me respondió – Al menos hay algo de mi cuerpo que puede provocarte algo aproximado a lo que me causa a mí verte como te veo…

-          Lo dices como si tú no tuvieras un cuerpo de quitar el hipo

Me acerqué a él y le rodeé el pene con mi mano. Apenas lograba rodearlo completamente. Ed volvió a tomarme de la cintura con uno de sus brazos y me besó, explorando mi boca con su lengua.

Yo le masturbaba, maravillándome por la dureza de lo que le estaba provocando. Al principio movía mi mano despacio, pero estaba tan excitada que no pude llevar ese ritmo tan lento durante mucho tiempo. Pronto mis caricias eran tan intensas que tuvo que pararme, rodeando mi muñeca con sus dedos para apartar mi mano. Pero yo me sentía juguetona, y me quedaba la otra mano libre, así que tomé su miembro con ella y continué. También la apartó, pero, iluso de él… al hacerlo me soltó la primera, que enseguida volvió a su sexo. Él gimió, apartándose de mi boca, y se mordió el labio negando con la cabeza, con gesto divertido.

-          No vas a estarte quieta, ¿verdad? – Su pene palpitaba entre mis dedos y sus ojos tenían un brillo de excitación

-          No – me reí, traviesa.

Él suspiró y tomó cada una de mis muñecas con una de sus manos. Me comió la boca mientras me hacía andar hacia atrás, hasta arrinconarme contra la pared. Me levantó los brazos sobre la cabeza y, juntándolos, sujetó mis dos muñecas firmemente con una de sus manos. La otra bajó por mi mejilla, mi cuello y mi pecho, deteniéndose en mi pezón para pellizcarlo suavemente, y continuó bajando por mi tripa hasta el monte de Venus. Entonces bajó dos dedos y buscó con ellos entre mis labios mayores.

Mantenía la mirada fija en mi cara, observando mi reacción con gesto de estar vengándose. Encontró mi clítoris y lo presionó suavemente. Me estremecí y gemí, cerrando los ojos. Fue hacia atrás, a la entrada de mi vagina, e introdujo ligeramente los dedos. Regresó al clítoris con ellos muy húmedos por mi flujo y empezó a acariciarlo sin apenas presión, trazando círculos sobre él.

Me volvía loca. No podía dejar de retorcerme entre espasmos. Cerraba los ojos, y cuando los abría, le veía mirándome con cara de deseo, encantado por lo que tenía delante. Me sonreía confiado. Era como si estuviera intentando decirme que él tenía el control y que me iba a llevar por las sensaciones que él quería provocarme, ni más ni menos. Mis manos intentaban liberarse de su presa, con intención de volver a tomar su miembro y masturbarlo hasta hacer que se corriera, pero me sujetaba con fuerza. Yo sólo podía gemir y temblar a causa de sus estímulos.

-          No puedo mas, Ed – logré articular entre gemidos – Por favor, por favor, ¡te quiero dentro de mí!

Él movió de nuevo sus dedos a la entrada de mi vagina y se paró ahí un momento, como esperando a que me desesperara por tener que esperar a que me siguiera tocando. Tenía la sonrisa traviesa permanentemente en el rostro. Yo solté un quejido, sin poder soportar que no me masturbara, y él metió dos dedos en mi interior. Empezó a introducirlos rápidamente. Entraban sin problema alguno de tan húmeda que estaba. Abrí un poco las piernas para que pudiera meterlos más profundo. Él seguía moviéndolos rápidamente, haciéndome gemir de placer. Acercó sus labios a mi oreja.

-          ¿Es esto lo que quieres? – Me dijo con voz juguetona. Sabía de sobra que no eran sus dedos lo que yo quería en mi interior, aunque también estuvieran haciéndomelo pasar de lo lindo, pero no me iba a ofrecer lo que yo deseaba tan fácilmente.

-          No. – mi respiración era jadeante y cuando hablaba mi voz era más aguda de lo normal – Sabes de sobra lo que quiero.

-          No, no lo sé. – Se rió para sus adentros – Tendrás que pedírmelo.

-          Te quiero dentro de mí…

-          Ya estoy dentro – Volvió a mirarme sonriendo. Su mano seguía estimulándome con rapidez.

-          No tus dedos. Quiero otra cosa.

-          ¿Qué quieres? – Sus ojos brillaban de deseo.

-          Quiero tu polla – Gemí muy fuerte cuando sus dedos se introdujeron por última vez en mí, con más fuerza que las anteriores, demostrándome que era eso lo que quería oír.

Liberándome, bajó ambas manos a mis muslos y me alzó de nuevo. Estaba empotrada contra la pared, con mis piernas rodeando su cintura y notando la punta de su sexo en la entrada del mío. Me sujetaba en el aire con sus manos bajo mis nalgas. Entonces, sin previo aviso, entró en mi interior casi bruscamente. Ambos gemimos a la vez, cerrando los ojos. Su miembro se notaba asombrosamente grueso en mi interior. Me provocaba una sensación de presión deliciosa.

Y ya no paramos de movernos. Él me alzaba y me dejaba caer sujetándome con sus manos, para que su miembro saliera y volviera a entrar con fuerza en mi interior. Yo apretaba las paredes de mi vagina contra él notando perfectamente la dureza que alojaba en mi interior. Los gemidos de ambos llenaban la habitación y yo deseaba que aquel placer durara siempre. De vez en cuando él lamía uno de mis pezones o mordía mu cuello. Yo acariciaba su espalda o sus brazos musculosos. Sabía que no me quedaba mucho, ni a él tampoco.

Ed se apartó de la pared y, en la alfombra, se tumbó de espaldas sin dejar de penetrarme. Yo quedé encima de él, montándole desesperadamente, intentando desahogar mi deseo de correrme con mis movimientos. Posé mis manos sobre sus muslos para inclinarme ligeramente hacia atrás e ir más rápidamente. A veces subía y bajaba sobre su miembro y otras veces movía mi pelvis en círculos. Si no fuera porque sabía que estábamos en medio de una fiesta con la música muy alta, hubiera estado segura de que alguien nos estaba oyendo. No nos importaba gritar por el placer. Él me miraba y tomaba mis pechos en sus manos, sin poderse resistir a acariciarlos al verlos botar por mis movimientos.

-          Quítate la máscara, – me dijo – quiero verte la cara sin tapar. Quiero ver tu placer.

Me la quité sin pensarlo ni un momento y la tiré a un lado. Él me miró, primero con sorpresa y a continuación con más deseo aún que el que mostraba antes, cosa que yo no creía posible. “Becky”, susurró. Me conocía. En ese momento no me importaba. Yo seguía cabalgando sobre él, tan excitada como estaba, sin poder detenerme.

Ed nos giró a ambos, colocándome a mí debajo, y me penetró con más fuerza y rapidez que nunca. Me besaba con pasión, suspirando por el placer, igual que yo. Una de sus manos estaba apoyada en el suelo para no cargar sobre mí todo su peso. La orea había encontrado en camino hasta mi clítoris y lo estimulaba de forma delicada, pero con movimientos rápidos.

Me iba a correr. Era demasiado. Su boca comiéndose la mía de esa manera, sus dedos provocándome temblores y estremecimientos y su miembro en mi interior, tan duro, tan grande, tan grueso, entrando  con tal fuerza que me obligaba a gemir a cada embestida. Noté una ola de placer tras otra, mis rodillas se doblaron, mi espalda se arqueó y mis gemidos aumentaron de volumen. Entonces mi sexo empezó a tener espasmos… y me corrí. Me corrí de una forma que había olvidado que fuera capaz.

En ese momento, Ed salió de mi interior y cerró los ojos con gesto de esfuerzo. Sólo le hizo falta que yo rodeara su pene con mis dedos para que su leche saliera disparada hacia mi ombligo, salpicando ligeramente mis pechos.

Se dejó caer a mi lado. Ambos nos quedamos unos minutos tumbados sobre la alfombra, recuperando el aliento.

Ed se levantó el primero. Cogió su ropa y se vistió. Me miró con una sonrisa en los labios y me dio un pequeño beso en los labios.

-          Voy a por algo para que te limpies, ¿vale? – me dijo – Ahora vuelvo.

Pensé que era una escusa para huir una vez acabada la “faena”, pero regresó con una pequeña palangana, una esponja y una toalla. Dejó todo a mi lado y se arrodilló. Me pasó la esponja húmeda por la tripa y los pechos y luego me secó con suavidad con la toalla.

-          Gracias – le sonreí – Pero no tenías por qué hacerlo.

-          Yo te he manchado, ¿no? – me devolvió una sonrisa de medio lado – Pues yo te limpio.

Me vestí. Mientras lo hacía, estaba pensando en que si él me conocía, yo le tenía que conocer a él. No estaba segura de querer saber quién era, pero me arriesgaría…

-          Ed. Yo me he quitado la máscara. También quiero verte la cara.

Me miró dudoso, pero a continuación asintió y se la retiró. Tuve que parpadear para estar segura de que mis ojos no me estuvieran engañando.

-          ¿Eduardo? – “Por favor, que no responda que sí”, pensé. Pero asintió como respuesta. No, no hubiera querido saber quién era – Dios mío, pero… ¡Pero tú tenías el pelo largo!

-          Sí, lo tenía – me miraba con temor y algo de culpa – y también tenía seis años menos la última vez que te vi.

-          ¡Mierda, mierda, mierda! – Me estaban entrando ganas de llorar - ¿Qué hemos hecho, Edu?

No podía seguir ahí. Evitando mirarle, fui hasta la puerta, la abrí y corrí, dejándole clavado en el suelo. Corrí por el pasillo, corrí por el local y luego corrí hasta casa.

Me había tirado a Edu. ¿Cómo podía haber ocurrido? Tendría que haberlo reconocido. Ahora no entendía cómo no supe desde el principio que era él. Eso explicaba mi atracción por ‘Ed’… Edu siempre me había atraído, a pesar de que no podía ser así.

Ahora estaba en un gran problema…

Edu no sólo iba a ser mi entrenador personal a partir de la siguiente semana, gracias a los apaños de mi madre. El verdadero problema era que Eduardo era mi primo, al que llevaba seis años sin ver.