Los pillé in fraganti

Típica escena: al llegar a casa, el marido se encuentra con que la mujer está con otro. Una posible reacción...

LOS PILLÉ IN FRAGANTI

Llegar a casa y ver a tu mujer, esa espléndida hembra a la que creías solo para ti, con otro, follando en tu cama sin apenas enterarse de que estás ahí mirando como se parte de placer, es algo que no se puede explicar bien.

Ella, de 33 años, morena de pelo ondulado, hasta un poco por debajo de los hombros, labios gruesos y muy carnosos, destacando en su cara sobre lo demás; de estatura media y muy bien formada: tripa firme, piernas largas, unas buenas tetas, de pezones no muy grandes, marrones y, eso sí, terminados en punta, sobre todo cuando está excitada. Quizá lo más flojo en ella sea su culo, no demasiado respingón. Pero eso sí, su coño es inigualable: depilado en una especie de forma rectangular, estrechito, jugoso...

A él tardé más en reconocerlo. Era un compañero suyo de la oficina, bastante más joven que ella, no llegaba y por mucho a los 30. Moreno, con un buen cuerpo, brazos musculosos aunque no de forma exagerada, un buen pectoral y lo mejor de él, supongo, eran sus marcadas abdominales. Salvo las piernas, peludas, estaba depilado por completo. Por no hablar de su polla, que la vi saliendo y entrando del coño de mi mujer. Mediría cerca de los 20 centímetros. Su glande era sonrosado y redondo.

Era un tipo que no me gustaba demasiado desde la primera vez que le conocí. Yo no soy muy allá y supe ver en su cara un apetito voraz, aunque pensé que su fidelidad hacia mí estaba hecha a prueba de bombas. Me equivoqué. Y por la forma en que follaban supe que no era la primera vez, estaban demasiado bien compenetrados. Mi mente empezó a atar cabos: que si el trabajo la tenía desbordada y llegaba media hora tarde, que si cena con las amigas... Habría una copa por aquí, una insinuación por allá y mi mujer caería rendida en sus brazos y en su rabo.

Cuando llegué a nuestro dormitorio los vi de frente: ella estaba boca arriba y él estaba encima de ella, que tenía las piernas bien abiertas y estaba fija en el rabo de su amante, el cual sostenía con una mano para dirigirlo bien al agujero del premio. Permanecí en la puerta petrificado un buen rato, viendo el mete y saca que empezó lento y fue ganando en intensidad, así como los gritos de mi mujer y los gemidos y empujones del causante de mis cuernos. Nunca había visto tan fuera de sí a mi mujer y me dio vergÜenza reconocer que no la había sabido satisfacer como le hubiera gustado. Mandaba cojones, me estaba poniendo los cuernos ella y me sentía culpable yo.

Entrecerré un poco más la puerta después de descartar el montar una estúpida escena en la que ella me habría dicho la frase típica de no es lo que parece y él se habría tapado su cosita muerto de miedo y los dejé seguir. Me había empalmado y estaba cachondo aunque no quería reconocerlo. La estaban follando de miedo y mi mujer estaba muy sexy, más que nunca. Me saqué mi polla y me empecé a masturbar. ¿Cuántos se la habrían follado en la oficina? ¿Y en el gimnasio? ¿Y yendo de compras? Ante mi mente tenía a una puta consumada que encima no estaba tomando ninguna protección, pues él se la estaba tirando a pelo.

De su precioso coño salía y entraba una polla dura y tiesa como un mástil, que no hacía más que soltarla gritos de placer. Él también tenía los ojos en blanco, disfrutando de la follada. La levantó un poco y la puso a cuatro patas. Ya el espectáculo de su conejo por detrás siendo taladrado fue demasiado para mí, que me corrí, empapando la puerta y el suelo. Llevaba mucho sin eyacular, hacía mucho que no habíamos follado, la muy perra se reservaba para otro, que por cierto aguatnaba como un titán. Ahora era ella la que tomó la iniciativa, sentándose encima de él y llevando el ritmo de las embestidas y de los gritos: sí, sigue, sí, sigue, así, oh, oh, cómo me pones, sí, qué polla tienes, dame más fuerte, sigue, ah, ah, ah, sí, cabrón, qué pollón, fóllame más, párteme en dos, ah, sí...

Aunque lo que me había puesto más cachondo había sido lo que había dicho él: ¿te gusta, zorra?, pídeme más polla, pídeme más, te gusta lo que te doy?, te gusta, verdad?, tu marido te deja hambriento, eh? Y ella sí, sí, mi marido no me folla bien, la tiene muy pequeña y se corre rápido. ¿Te follo mejor?, y ella sí, sí, síiiiiiiiiiiiiiii.

Salí de casa con dificultad, puesto que ahora sobre mi cabeza lucía una preciosa y enorme cornamenta. Volví una hora después, la hora a la que debería haber llegado si no me hubiera podido escapar antes para ver a mi hermosa y pudorosa esposa. Cuando llegué, ella estaba en bata, una bata transparente. Me sonrió al verme. Ya no estaba tan sofocada como antes y al pasarle un dedo por su vulva, resguardada por una braga rosita, vi que se había lavado bien el coño. Pensé que era una pena, porque me habría gustado follármela mezclando mi polla con los jugos de su semental. Aunque se negaba al principio porque decía que le dolía la cabeza y estaba cansada, no me importó y fui más brusco que siempre con ella. Estaba muy excitado y me la iba a follar, dijera ella lo que me dijera.

Dos polvos seguidos no te van a matar, cariño. Y ella se quedó pálida. Y más pálida aún cuando le dije que la próxima vez que follara con su compañero no se lavara el coño, que quería penetrarla con el coño bien humedecido.