Los pillé en una fiesta de trabajo

Me encamine al encuentro de mi esposa, pensando que podría admirar “de pasada”, aquellos fascinantes ejemplares equinos, que esperaba algún día poder cabalgar. No fue agradable percibir que si al alguien estaban “cabalgando”, era a mi esposa.

Los pille en una fiesta de trabajo, en el establo de la residencia.

Éramos un matrimonio feliz. Habían pasado ya seis años desde aquella fiesta en que ella uso aquel vestido blanco, que la convirtió en la mujer más atractiva del universo. Esa atracción, con el tiempo, lejos de disiparse, se incremento exponencialmente. Por eso jamás alcance a comprender a aquellos que argumentaban haber caído en la rutina, rutina que arruina todo y que extingue la pareja, dejando solamente un matrimonio convencional, tierno pero aburrido y sin erotismo.

Ella argumento que nuestro secreto estaba en la fidelidad. Habíamos conseguido, gracias al amor mutuo, cerrar nuestra visión, gozar nuestro propio mundo, y solo para observarnos mutuamente. Y era cierto. Me parecía entonces que aquel mundo en el cual las parejas se engañaban era solo un invento, alimentado reiteradamente por una cultura que solo se detiene y observa lo sorprendente y asombroso, lo escandaloso, y nunca el sano calor de una familia bien constituida.

Sin embargo, mi amada esposa me informaba que aquel mundo si existía. Que ella lo percibía en su trabajo día a día. Que había un muchacho llamado Felipe, encargado de repartir la correspondencia, que era el "juguete" de las mujeres desairadas en su cama matrimonial. Que muchas gozaban de aventuras con el, y que quien probaba, reincidía.

La persistencia de estos desaires matrimoniales, se trasladaba en una entrega crónica hacia aquel muchacho, que ya había obtenido favores de aquella situación: su falta de horarios y de entrega al trabajo, se remediaba con aquellos servicios bien reservados. Esta falta de profesionalismo en la empresa desagradaba a mi esposa, quien se encontraba impotente ante una situación consolidada, y ante la cual parecía existir acuerdo total.

¡Es por eso que las demás mujeres no vuelven deseosas de sus maridos!, me decía mi mujer, quien cada tarde en su regreso al hogar, se encontraba radiante para avivar una vez mas, nuestra privilegiada relación.

Aquella reiterada expresión del instinto y del amor que vivíamos día a día, tuvo que toparse con una feliz interrupción: el embarazo, iba a nacer Naty. La felicidad nos colmaba, de manera que las privaciones físicas habían devenido en absurdos deseos carnales. Así lo entendió ella, a los dos meses de embarazo: " amor, realmente no tengo ganas… y además, temo por la salud del bebe ". Había perdido todo apetito sexual y ello era entendible.

Sin embargo, no se había olvidado de su hombre. Me satisfacía con su mano, mientras yo le tocaba la panza muy tiernamente: era nuestra nueva forma sexual. Tal vez no era óptima, pero era nuestra, y para mi era suficiente.

O al menos eso creía, ya que en aquella fiesta de fin de año, mis pensamientos no eran los de un mortal satisfecho en sus instintos. Observaba con monumental curiosidad a las compañeras de trabajo de mi mujer, aquellas que yo sabia eran infieles con el "casanova" de la empresa, y eso me erotizaba. Saber que esas mujeres eran "agarradas" en sus partes intimas en los pasillos, en los ascensores, en el sótano, o en el mismo despacho donde trabajaban para luego volver al trabajo, y a su esposo, y a su familia, así, "como si nada hubiera pasado", me volvía chiflado. Aunque a mi mujer le disgustara todo eso.

Las seguí observando, libremente, ya que mi mujer estaba ultimando algunos balances antes que termine el año: un ritual con el cual ya estaba familiarizado. Desde que la conocí asistía a los festejos de la empresa con los informes y memos de ultimo momento, que no pueden esperar ni a que pase la fiesta. Por ello, aprovechaba para socializar con los compañeros de trabajo de mi mujer en estos momentos de soledad. Con el tiempo los considere también mis amigos.

En ello estaba en aquella celebración cuando note que mi amada mujer había olvidado los papeles de trabajo que había traído consigo a esta reunión que, según sus propios dichos, resultaban elementales para concebir la estrategia comercial para el año venidero: seguramente los estaría necesitando, y decidí ayudar, no solo a ella, sino a quienes ya consideraba mis amigos: los miembros de la empresa.

Tome en mis manos aquellos documentos y me dirigí a la sala de reuniones de aquella casa. Golpee suavemente la puerta y nadie contesto. Golpee mas firmemente y la puerta se abrió. No había nadie allí.

Intrigado, pregunte al ayudante de cocina donde estaba mi señora. Me señalo que había visto una mujer embarazada dirigirse a la parte trasera de la residencia, donde esta el establo, con aquellos hermosos caballos propiedad del dueño de la empresa.

Me encamine al encuentro de mi esposa, pensando que podría admirar "de pasada", aquellos fascinantes ejemplares equinos, que esperaba algún día poder cabalgar. No fue agradable percibir que si al alguien estaban "cabalgando", era a mi esposa.

Esta estaba agachada y entregada, apoyándose en una mesa. Su vestido estaba levantado, mostrando enteramente su cola que, aun estando embarazada, era hermosa. Su parte más íntima era agredida por el constante mete-saca de Felipe, que parecía explotar de un momento a otro. Este se estimulaba al acariciar la pancita de mi mujer, mientras decía que no había nada mas dotado de hermosura que una embarazada…. por otro.

En seguida llevo una de sus manos hacia la boca de mi hembra para que ella lo mame como su fuera un pene, otro mas, aparte del que ya la estaba penetrando, forzándola a gemir.

En ese instante ella exploto, de una manera espectacular. No es que conmigo no disfrutase, nuestros momentos eróticos eran realmente significativos: pero esto era inconmensurable. No era sea mezcla de excitación y ternura, sexo y amor, sino que percibí un grito instintivo, primario, desgarrador.

El siguió por un largo rato, mientras ella pacientemente esperaba. Ella dijo no tener apuro alguno y que disfrutaba sintiéndolo gozar, serle útil. Al finalizar, se abalanzo sobre mi mujer con gran potencia, a pesar de la fragilidad de una mujer embarazada. Grito y gimió con locura, mientras utilizaba a mi hembra para su placer.

Al ver el hilo de semen pude comprobar que no uso preservativo. Con un sifón el le limpio lo que se pudo limpiar, luego de semejante desparramo de leche de hombre. Ella le pidió que esta vez le consienta retener para si su bombacha, que iba a ser necesaria para detener y absorber el semen que todavía estaba depositado dentro del cuerpo de mi mujer. El accedió, y luego de literalmente "bañarse" en perfume, mi mujer fue a mi encuentro.

El resto de aquel festejo transcurrió con ella indagándome por que me sentía mal. "Algunas copas de más", sostuve yo, ocultando el verdadero motivo, que solo converso, hasta el día de hoy, con mi almohada.

Observar lo que observe fue muy doloroso. El pensar en Felipe me destruye. El muchacho de los mandados debe regocijarse en someter sexualmente a una gerente de la empresa, una mujer de una clase más alta, que además esta embarazada. Una mujer que hoy le niega, con pretextos, el sexo a su marido, pero no a él.

También pensé en mis "amigos" de la empresa donde trabaja mi señora. Aquellos lazos de amistad fueron sustituidos por un ilimitado sentimiento de vergüenza e inferioridad, al imaginar la opinión que ellos tendrían de mí: debo ser la broma de cada reunión. ¿que percibirán al mirarme?. ¿Un cornudo?: seguro. ¿Un pobre tipo?: también.

La próxima vez que hice el amor a mi mujer "a nuestra manera", llore. Ella no entendía por que una paja y acariciar su panza me hacían llorar, pero mas que nada le pareció tierno, así que no se desarticulo en interrogaciones. Ello me sirvió para desahogarme, aunque no niego que alguna vez la evocación de lo sucedido me excitó.

Hoy no puedo abandonarla, a pesar de que se que cada vez que vuelve de su trabajo con ganas de "revivir nuestro amor", es por la excitación y ardor que le produjo consumar el hecho con otro, sabiéndome cornudo. Es que ahora entendí que su infidelidad "aceito" mi matrimonio impidiendo la rutina y el hastío.

Seguramente algún día le diré que lo se, que se que me engaño. Hoy no estoy listo, pero algún día lo estaré… y lloraremos juntos y seguiremos adelante.