Los Pies del Policía
Exitante relato sobre los olorosos pies de un joven agente policial.
LOS PIES DEL POLICÍA
Ese martes iba yo muy apurado hacia mi casa después de salir del trabajo. Ciertamente, me salté la luz roja que indicaba el semáforo en un cruce de la ciudad. Sé que no debí hacerlo, pero, como no vi ningún peligro, me atreví a pasar así. Al poco tiempo se puso a mi lado un joven policía en motocicleta, quien con señas me ordenó que estacionara a la derecha. Me detuve un poco asustado, pues sabía que me pondrían una multa. Al bajar de mi automóvil se me acercó el agente y pude observarlo bien: tendría de 20 a 22 años, era alto, delgado, moreno claro, cabello crespo y corto al estilo policial, labios carnosos; en resumidas cuentas, un chico muy lindo. Por el uniforme, me di cuenta que pertenecía a la Policía Municipal. Al escudriñar su indumentaria, me percaté que tenía unas hermosas, lustrosas y excitantes botas negras que le llegaban casi hasta la rodilla. Ese detalle, junto con el porte del mismo, me excitó de inmediato. El chico balbuceó un poco para dirigirse a mí:
Señor, tengo que ponerle una multa porque se saltó la luz roja del semáforo del cruce anterior.
Lo sé agente, no fue por mala intención, lo que pasa es que estoy apurado.
Lo lamento, pero ahora perderá más tiempo.
En realidad no me importó mucho lo de la multa. Estaba prendado del chico y sus hermosas botas. Mientras me llenaba el formulario, apoyándose en mi auto, yo sólo veía sus botas y me imaginaba disfrutando de ellas y sus pies. Después de un rato escribiendo, me entregó la multa y me dijo que podía cancelarla en cualquier banco comercial, en un lapso no mayor de 30 días hábiles y que al final del formulario estaba el número de cuenta.
Se notaba que era muy tímido, pues casi no me veía a la cara. Yo quería invitarlo a casa, pero no me atrevía pues no me daba oportunidad, así que sólo alcancé a darle una tarjeta mía de presentación, en la cual estaba mi número de celular.
No me hice muchas ilusiones de que el joven fuera a llamarme, porque seguramente su timidez y la desconfianza típica de los policías, se lo impediría. Sin embargo, al cabo de tres días me llamó. Me dijo que estaría de permiso varios días y yo le propuse encontrarnos para salir a tomar unos tragos. Aceptó sin estar muy convencido. Lo fui a buscar al Comando Policial y lo vi de nuevo. Mi corazón se aceleró. Allí estaba otra vez ese hermoso chico y sus espectaculares botas. Se notaba cansado, pero al mismo tiempo curioso y deseoso de algo. Le dije que tenía que ir a apartamento primero y que allí se podía cambiar de ropa. En el camino hablamos un poco:
¿Cómo te llamas muchacho?
Euny señor.
No me llames señor, quiero que nos tengamos confianza, me puedes tutear sin ningún problema.
Llegamos a mi apartamento y lo invité a sentarse y ver televisión. Al rato ya habíamos entrado en más confianza. Me contó que era policía desde hace alrededor de un año, que era de un pueblo que distaba unos 34 kilómetros en dirección a las montañas del norte. Comencé a hacer preguntas más íntimas, tales como, su suerte con las chicas y me contestó que por su trabajo estaba teniendo más relaciones sexuales que antes.
Yo estaba que explotaba, pues no podía quitar la mirada de sus botas y me imaginaba lo excitantes y olorosos que tendría sus pies, ya que estaba sudado por el intenso trabajo bajo el sol que había tenido ese día. Empezamos a tomar una botella de whisky y al rato le propuse que se quitara las botas para que se pusiera más cómodo, pero se negó a hacerlo:
Lo siento, te soy sincero, mis pies están muy sudados y no quiero molestarte con mi olor.
No es ninguna molestia chico, me pareces una buena persona y por ello me caes muy bien, quiero que tengas confianza en mí.
En ese momento no me pude resistir, me arrodillé ante él y le comencé a acariciar las botas, eso me puso más caliente pues sentía la textura suave del cuero. Al ver que no sentiría ningún rechazo por su olor aceptó diciéndome:
Puedes quitarme la derecha, la izquierda no, porque tengo una uña encarnada y me duele mucho.
No te preocupes, yo sé cómo actuar en estos casos.
Seguí deslizando mis manos por sus botas y comencé a besarlas y luego a lamerlas. El chico no se opuso, por el contrario se arrellanó más en su asiento para facilitarme la acción. Al rato halé su bota derecha con suavidad y lo descalcé. Inmediatamente sentí el delicioso aroma de su transpiración. Ese olor me enloqueció y besé su media, la cual quité al poco tiempo, descubriendo su hermoso pie, ante el cual estaba rendido. Chupé uno a uno sus dedos, luego su planta y su empeine, no tenía control de mí, era dominado por el pie y su fuerte olor. La respiración de Euny se hizo más rápida.
Cuando intenté hacer lo mismo con su pie izquierdo me detuvo con su mano.
Con este no, me duele mucho la uña.
Tranquilo, déjame hacerte algo que te gustará mucho, no temas, no te dolerá.
El chico asintió con ojos de curiosidad. Primero, hice mi reverencia ante su hermosa bota besándola y lamiéndola. Lo descalcé y le quité su media, teniendo mucho cuidado de no lastimarlo. Aquí el olor era mayor debido a su uña enferma. Tenía el dedo gordo visiblemente hinchado en un costado, debía dolerle mucho, pero quería hacerle algo que le gustaría muchísimo. Tomé un cepillo de cerdas semi duras y le propuse pasárselo por la parte inferior del dedo enfermo. La primera reacción del chico fue oponerse.
- Cálmate, te aseguro que te gustará.
Empecé mi labor y la sensación que él tenía era tan agradable que se relajó nuevamente. Los que hemos tenido alguna vez uñas encarnadas, sabemos que lo que se siente al pasar un cepillo por la parte de abajo de un dedo enfermo es indescriptible. Claro, se debe tener mucho cuidado de no tropezar la parte hinchada, porque de lo contrario sería muy doloroso. Se notaba que no quería que finalizara, ya que cerró sus ojos y su ritmo respiratorio se aceleró.
Déjame curarte esa uña chico, yo también sufro de eso y aprendí cómo se debe hacer en estos casos.
Claro que sí, puedes curarme, pero te juro que me gustaría sentir eso otra vez.
Debo confesar que hacer la manicura a los pies de un hombre me fascina y en ello soy muy diestro. Busqué un envase con agua tibia y coloqué dentro sus pies, así se ablandarían sus uñas. Lo masajeé con mucho cuidado y al cabo de un rato saqué su pie derecho y corté sus uñas y su cutícula. Después saqué su pie izquierdo y con mucho cuidado fui desencarnando su uña, utilizando para ello un palito de madera y el cortaúñas. Tenía pus, cosa que confieso, me excitó mucho. Le dolió un poquito, pero lo liberé del sufrimiento que tenía. Cuando terminé hice el ritual que acostumbro al final de una sesión de manicura: bebí algo de agua del envase donde había colocado sus pies, la cual impregnada con el sabor de los mismos.
Gracias, me aliviaste muchísimo.
Siempre a tus pies, mi cielo.
Esa noche dormimos juntos en mi cama. Al día siguiente nos levantamos y me dijo que debía irse a su pueblo para visitar a sus padres. Yo le pedí que me regalara sus medias, porque me excitaba su olor, me imagino que tendría varios días con ese mismo par. Además le pedí que me prestara sus botas para contemplarlas durante esos días de ausencia. El accedió a ambas cosas.
Euny me hizo muchísima falta. Traté de remediar un poco anudándome sus medias a la nariz y colocándome sus botas entre los brazos para dormir. La verdad no pude hacer mucho. Tuve que masturbarme para descargar la ansiedad. Lo llamé en una oportunidad por celular y me hizo una confesión que no esperaba: que él también me extrañaba.
Luego de algunos días, llegó a mi apartamento otra vez. Cuando cerró la puerta me arrodillé ante él y besé sus zapatos deportivos.
Quítame los zapatos, me duelen mucho los pies y además tengo estas medias desde que me fui de aquí.
Claro que sí papito, te liberaré de esa tortura inmediatamente.
Se sentó en un sillón y comencé a quitarle sus zapatos mientras los besaba. El olor era muy fuerte y penetrante. Mi lengua pudo chupar otra vez ese manjar de dioses. Hurgaba con mi nariz entre sus dedos y en sus plantas. Nuevamente era esclavo de esos hermosos pies. Puse uno a cada lado de mi cabeza para encerrarme en una cárcel apasionante y de la no quería salir.
Lo llevé luego a mi cuarto y le coloqué sus botas altas. Le pedí que me rodeara con ellas mientras yo las lamía. Después busqué la crema negra y se las lustré con mucho cuidado. Hice un magnífico trabajo, nuevamente estaban brillantes y, por lo tanto, excitantes.
Ya están listas tus botas para que las puedas usar hoy.
Pero es que hoy no me toca usar las botas altas. Hoy me pondré las botas pequeñas porque las rondas la haré caminando.
Entonces te lustraré tus botas pequeñas.
Las botas pequeñas a las que se refería Euny, eran las mismas que usan los militares y también los policías cuando no andan en moto por la ciudad. El chico las buscó en su bolso y le pedí que se las colocara. Las botas estaban un poco sucias, por lo que aproveché de lamerlas para quitarles el polvo acumulado. Busqué un trapo húmedo y se las limpié mejor. Luego se las lustré con crema negra para que estuvieran tan relucientes como las botas altas. Euny disfrutaba de todos esos servicios que yo le hacía con muchísimo gusto y placer.
Se fue a cumplir su jornada y volvió al día siguiente. Antes de irse le pedí que me regalara las medias que había traído de su pueblo. Tengo una colección de medias sucias de mi policía, las cuales meto dentro de una bolsa plástica transparente para que conserven su fuerte olor por más tiempo.
Cuando mi hombre llegó, estaba muy sudado de nuevo. Para remediar ello empecé por lamer sus botas para limpiarlas del polvo. Lo liberé de ellas y de sus olorosas medias y pude tener contacto nuevamente con sus pies malolientes. Mi corazón latía rápido por la excitación que tenía. Mi nariz y mi lengua se encargaron de absorber todo lo que me ofrecían esos pies que se habían trasformado en mis nuevos y poderosos amos. Yo simplemente era un humilde lacayo de ellos.
Interrumpí temporalmente mi sesión de servicio ante los pies de mi chico para ir a la cocina. Allí busqué un envase con chocolate para untar y un cuchillo de mesa. Fui de nuevo a la sala y me arrodillé ante mis amos. Tomé un poco de chocolate y unté un poco en su pie derecho. Me desvivo por el chocolate y lo consumo en grandes cantidades, por lo tanto no podía haber mejor sitio para comerlos que los excitantes pies de mi chico. El sabor del chocolate, combinado con el olor y sabor de los pies era indescriptible. Tuve que repetir varias veces para disfrutar al máximo de ese momento. Luego repetí la misma acción en su pie izquierdo. Pero antes revisé su dedo gordo, el cual estaba casi curado, ya no le dolía y aproveché de chuparlo un poco porque no lo había disfrutado antes. Euny estaba excitadísimo por todo lo que le hacía. Me confesó que ninguna chica le había hecho esas cosas nunca.
¿Y la multa?, por supuesto la pagué, como buen ciudadano que soy, pero lo que gané al conocer a Euny y sus pies fue mucho más grande. Con el paso del tiempo decidió quedarse a vivir conmigo. Nos convertimos en pareja, pues descubrió que era bisexual. Sin embargo, nunca le he prohibido que tenga relaciones sexuales con chicas, sé que le gusta y que le hace falta también. Pero ahora, él las adiestra en el sutil arte del fetichismo, en el cual, dicho sea de paso, se ha vuelto un experto. Las hace besar y lamer, tanto su calzado, como sus pies. Por supuesto que con algunas tiene que lavárselos para quitar su fuerte olor natural.
Por mi parte, confieso que soy totalmente fiel a mi chico y me rindo sin ningún rubor ante sus olorosos y excitantes pies. Con ellos, mi policía me domina a placer y yo sólo vivo para darle los mejores servicios.