Los pies de Zuleika
Un peculiar y refinado amante de los pies encuentra encuentra a una mujer que los tiene bellísimos y despiertan su pulsión, sin que eso impida que forme un trío con su amante ocasional.
Antes que nada debo una disculpa a los amantes del polvazo, los que quieren contenido 100\% follatrópico, pues mi historia empieza algo soft, aunque el buen observador sabrá que el mundo es observación y la observación es juego, y el juego puede servir de vasto antecedente a cualquier situación intensa. Las cosas a veces requieren de madurar, otras nacen maduras, mientras que la primera vez es siempre, está encerrada en el minuto no vivido aún. Sugiero incluso a esos amantes del polvazo que se brinquen unas páginas, si lo prefieren. Por cierto, gracias a quienquiera que escribió el relato de "Mi punto G está en los pies", a ellos va dedicado este relato, ya que su cuenta de E-Mail me aparece denegada.
Hay veces en la vida que uno no reconoce que nuestros enemigos son en el fondo nuestros amigos. Muchas, cantidad de veces, aquellos que nos hacen enfadar nos enseñan mucho más que aquellos que nos consienten todo el tiempo. La vida es una fricción, y la ficción es la vida desnudándose ante nuestros ojos, revelándonos palmo a palmo su cuerpo. Y aquella tarde la vida se dignó alzarse su manto blanco para mostrarme su pie.
Caminábamos por un centro comercial yo y una amiga de muchos años, visitamos muchas tiendas, así, andando y viendo para todos lados. Debo explicar que la urgencia de ir a tantas tiendas obedece a que yo vivo en la ciudad de La Paz, Baja California Sur, casi en la punta de la enorme península mexicana que se ha hecho famosa porque las profecías siempre sugieren que habrá de convertirse en isla un día de estos o bien desaparecerá cuando la Falla de San Andrés termine de fallar completamente, caso en el cual el mar habrá de engullirnos a todos los que ahí habitamos. El caso es que en tanto se vuelve isla o banco de corales, la distribución de ropa y calzado es muy deficiente, peor aun que si viviéramos en una verdadera isla. La ropa y zapatos que llegan son casi saldos del resto del país, modas pasadas, calzado viejo, y todo te lo venden como si fuese el último grito del mundo fashion. Por eso, estar en la Ciudad de México, que lo tiene todo, me obliga a comprar zapatos.
Caminábamos y veíamos los escaparates de las zapaterías. Ella siempre me dice, "mira, estos están geniales". Supongo que su concepto de genial es muy distinto del mío. Ella ubica como genial los zapatos de alta plataforma corrida, como si fuesen suecos dinámicos o zapatos de prótesis con estilo. Comprendo que ella, al tener su pié un tanto grueso, optó por elegir como genial lo que más le acomoda. Y no es que tenga nada en contra de sus pies rechonchos, de hecho la piel de ellos es bastante lustrosa, mientras que sus uñas son delgadas y uniformes, sino que, entre eso y considerar geniales a dichos zapatos hay una distancia muy grande.
Yo en cambio prefiero, para mi, zapatos de punta chata, agresivamente chata debo aclarar. Me gusta que mi pié esté cómodo dentro de mi calzado. La historia de mis pies no es extraordinaria. Durante mi juventud mis pies eran bellísimos, su planta era de un color rosa muy tenue, cosa singular si se considera que mi tez es moreno claro, por eso, el hecho de que mis pies buscaran tener un color rosa en vez de una tonalidad amarilla es más bien rara, mis pies eran tan rosa melón como el centro de los piñones frescos. Por encima, en el empeine, la piel era tersa, suave, con venas muy marcadas que daban una tonalidad azul, mientras que mis dedos largos se dibujaban como una fila militar muy bien formada, mi dedo más pequeño aún tenía una uña preciosa. Mis pies eran unos pies de princesa. Aunque todo cambió cuando entré al Karate. Se formaron algunas callosidades, el pié se hizo amplio, se convirtió en un pié agresivo, masculino, animal.
Pocos conocieron mis pies de princesa y tuvieron la suficiente atención para reparar en ellos. Mi amiga Nuria es una de las pocas personas que saben de mis pies lo más elemental, que es, que los tenía de princesa y que ahora los sigo teniendo de princesa, pero de una princesa que por alguna razón fue expulsada del palacio y tuvo que prostituirse antes de regresar al trono que le corresponde, con su eterna belleza incombustible, pero vapuleada, ultrajada, con cicatrices, con una fortaleza nueva que estas tres cosas ofrecen. Otra cosa elemental, que todo el tiempo los doblo hacia delante, tal cual si fuesen pies fetos, pies puños, y que eso me resulta comodísimo.
En cambio, el calzado de mujer me apetece exquisito, es decir, tosco pero afilado. No me gustan los zapatos de punta, prefiero que sean chatos también, pero con una chatez delgada, afilada, que el zapato sea de hecho delgado, el tacón lo prefiero si no es corrido, las botas no me gustan si no son afiladas, los tacones de aguja siempre me han chocado, y en definitiva nunca prefiero zapatos cerrados a aquellos que están hechos a base de cordeles que dejan al descubierto los pies. No hay calzado más lindo que la piel misma. Magrite ya lo sabía bastante bien.
Íbamos por los pasillos de el centro comercial, comentábamos muchas cosas. Y creo que el momento fue muy irregular cuando todo pasó. Ella me estaba contando cosas de su vida, importantes creo yo, de cómo nos quería a mi y a una tal Zuleika, amiga suya que nunca había coincidido conmigo. Sin embargo, en un error de desinterés, fui a dar frente de un escaparate de calzado de mujer, y justo ante mis ojos estaban unos insuperables zapatos negros que eran una suela delgada, con un tacón finito y alto, con una punta chata y afilada que si acaso cubriría los dedos, mientras que el resto eran cordeles de piel que dejarían ver la piel de la mujer, con un delineado circular en los huesos del tobillo, dije: "Mira, esos zapatos son bellísimos. Lástima que no habría un pié así de salvaje y exquisito que pudiera entrar en ellos. Son casi de fantasía."
"Si hay alguien que tiene el pié así de delgado. A Zuleika le entrarían muy fácilmente. ¿Sabes?, ella tiene los pies como tu, antes de que entraras al karate" Ella me dijo con toda frescura.
"A ver. Cuéntame más de los pies de Zuleika" Dije yo, sin saber en realidad para qué hacía esa pregunta, pues bastaba con imaginar unos pies hermosos. Sin embargo la formulé sin pensar de aquello que sería necesario para que alguien pudiera contarte a detalle de los pies de otra persona. Con todo y eso ella hizo un esfuerzo por satisfacer eso que ella creía era mi curiosidad, cosa que yo estaba a punto de dudar.
"Mira, ya vez que Zuleika es muy blanca, pues sus pies son del color del té de canela cuando se mezcla con la leche, rosa, un rosa cálido. Sus dedos son largos y su talón es impecable. Cuando mueve los dedos se notan los tendones como si fuesen los cables que sostienen un puente colgante, su piel se ve tersa..." Ella guardó silencio luego de ver la mucha atención que le estaba prestando. Yo no sé si fueron algunos celos incomprensibles, me da por pensar que si. Simplemente se calló.
Yo me enfadé muchísimo. Ya que sin importarle mi curiosidad, dejó de contarme de los pies de su amiga.
Todo lo que aquí se ha narrado es necesario saberlo para entender mi obsesión de después. Aunque el comentario era nostálgico y sublime, mi talante fue más callado, alejado. Una vez que ella fue a su casa, y de que yo me comprara unos comodísimos zapatos Gillio, estaba mascullando en la mente el porqué de mi enojo tan inexplicable. Por un lado estaba que Nuria me cerraba la puerta de interesarme en los pies de Zuleika, fantasía o no, ella debía respetar mis intereses, y no oponerse entre yo y ellos. Y por otro lado, mi atención absoluta. Caí en cuenta que tenía que ver esos pies, cosa difícil si esto tenía que ocurrir a espaldas de Nuria, que era en realidad el único punto en común que teníamos. Recordé que en alguna ocasión había apuntado el teléfono de Zuleika para apoyarle en la investigación de unas técnicas didácticas que yo conocía y que importaban para su tesis, ahora estaba perdido el papel donde lo anoté, pero recordé que era de su trabajo en una escuela, y me bastaba con recordar la escuela que era, pese a que sólo habíamos hablado una vez, creo nos caíamos bien.
Había otro dato importante que conocía de Zuleika. Ella era virgen pese a que tenía treinta años. Sin embargo Nuria me había contado alguna vez de lo falsa que se le hacía la actitud de Zuleika respecto de esa virginidad, pues últimamente se liaba con uno de sus estudiantes, un muchacho hermoso, al cual Zuleika le dejaba meter mano, tomarle de las tetas, del culo, chuparle el coño, más sin embargo ella siempre lo dejaba caliente, y lo más que podía el muchacho esperar era que ella, la maestra, le agradeciera la chupada de coño con una chupada de falo, y si el chico se había portado bien en la mamada, ella se tragaría el semen de obsequio. Ese dato, del cual yo no tenía por qué enterarme, adquiría una importancia radical ahora, pues una dama con semejante excitación retorcida, tal vez comprendiera cualquier tipo de sensación que yo pudiera proponer, probablemente sin ese dato no me hubiera animado a buscarla.
Llamé, todavía laboraba donde mismo. Quedamos en su casa. Llegué y noté como por vez primera lo blanca que era. Hablamos de lo bien que le había ido en su tesis gracias a mi ayuda. Ella se percató de lo insistentemente que miraba sus pies. Su calzado era en realidad muy delgado, pero cubría el pie en su totalidad, por lo que no alcanzaba a ver nada. Yo mientras le narraba mis mejores temas, además notaba que ella era muy agradable. Por dentro comprendía por qué Nuria siempre evitaba que nos juntáramos, tal vez tenía miedo que ambos nos sintiéramos muy a gusto juntos y comprendiéramos que tener una tercera amiga no era necesario. Hablamos de Nuria, de lo que pensaba de ambos, nos sentimos cerca. Yo volví a ver los zapatos. Ella lo notó y dijo: "Si camino algo chueca es porque hoy me tropecé en la escuela"
"¿No será algo grave?" Repuse.
"Ni me he visto. Me disculpas" Dijo rápidamente y procedió a quitarse el zapato derecho. Supongo que cayó una gota de saliva de mi boca. Efectivamente su pie era rosa, como leche y canela, bello, estilizado, perfecto. Ella era la que se sentía apenada por mostrar su pié, sin saber que para mí era el momento que esperaba. Pero, ¿Por qué lo esperaba?. Se vinieron estampas technicolor dentro de mis párpados, meses antes había un programa de Talk Show donde entrevistaban a tres "Casanovas", y el único que me pareció sugestivo era uno que decía que su técnica de seducción empezaba cuando ofrecía a las mujeres pintarles las uñas de los pies, estuve de acuerdo con John Travolta en Pulp Fiction cuando decía que un masaje de pies siempre es profundo y crea un nexo entre quien lo da y quien lo recibe, me identifiqué con Samuel L. Jackson en esa misma escena cuando dice que es el "Foot Masaje Fuckin Master" pues me considero tener maestría para el masaje de pies, toda mi vida le di masaje de pies a mi madre y nunca soñé que su gusto por ellos era en realidad un sano placer, recordaba que me retumbó semanas cuando una amiga me comentaba que le excitaba mucho ver los pies de un novio que tenía y me acordé que siempre miraba de las mujeres sus pies, así como recordé la vez en que rasuré mis pies sin motivo aparente. Tal vez los pies tenían para mí más valor de lo que me imaginaba. Así como nunca me acostaba con mujeres que no tuvieran los dedos largos y delgados, de palmas firmes, casi viriles, creo que advertía lo mismo de los pies, pero no me lo había hecho saber, hasta ahora.
Sabía que no habría mañana para mí, así que intenté el todo por el todo: "¿Me permites examinar, tomé un curso de digitopuntura y tal vez pueda apoyarte?". Era cierto lo de la digitopuntura, pero no la iba a aplicar. Ella un poco inocente me ofreció su pié, dejando el resto del cuerpo bastante alejado, para que no pareciera que se me estaba entregando. Yo no tomé nota de su precaución y le dije: "Para que esto funcione necesitas estar bastante relajada. Si te lo permites, te ayudaré a eso. Mira, colócate sobre los ojos este pañuelo y recuéstate con la espalda bien recargada. Afloja el cuerpo y concéntrate exclusivamente en tu pie, lo primero que debes hacer es caer en cuenta que está hecho de piel, de músculos, de hueso, y que los huesos, piel y músculos son capaces de sentir y de relajarse."
Ella se sonrojó un poco e hizo un conato de retraer el pie al momento que dijo "No sé. Me da algo de pena"
"No te apenes" Contesté "Tus pies son los más limpios que he visto" Y era cierto. Luego del acomodo de rigor, luego de ver como con rayos X aquellos pies que efectivamente eran hermosos, por fin puse mis manos sobre ellos con toda la devoción de que era capaz, familiarizándome con cada hueso, tendón, cartílago, poro, uña. Mis manos se convirtieron entonces en una enredadera muy sugerente, en un suelo de pasto, en una lengua gigante. Noté que su boca se entreabrió, luego un chasquido que interpreté como que iba a quitarme su pié de las manos, por lo que me le adelanté antes de que hablara y le dije: "Sabes. Tus pies me dan algo de nostalgia. Yo tenía antes unos pies así de bellos como los que tienes tu. Mi piel era suave, exquisita. Eran como unos zapatos de pétalo que sentían hasta el tacto del viento, de una hoja, era demasiado consciente del interior de mis zapatos" Ella no dijo nada, pero me ofreció el otro pie.
Le conté un episodio de una novela que sabía de memoria mientras ella se fingía dormida, de hecho le dije "Me sé un pasaje de una novela que habla del masaje de pies, sé que esto que hago por ti no es precisamente un masaje de pies, sino un ejercicio de relajamiento que acabará con tu torcedura, y desde luego no tiene matices románticos, pero vale que te lo cuente como detalle literario, más como poesía que como ofrecimiento", se lo conté, es una especie de monólogo que hace un personaje cuando tiene en sus manos los pies de su amante:
El momento no se trató solamente del contacto de mis manos con sus pies. De ser ella árbol estaría poniendo en mis manos sus raíces más profundas, y en ese momento ella era un árbol. Si fuese un pajarillo, estaría poniendo en mis manos su parte más frágil, segura de que no las quebraría con mis manos, y esa noche era ella un pájaro, si fuera una cruz, sería la parte en que más se aglutinaría la sangre, y en ese caso yo encorvaría las palmas de mis manos, convirtiéndolas en una pieza de alfarería, para que no se derramara ninguna gota al suelo, y esa noche era ella una cruz también; la sangre manaba de sus rodillas, por otra parte si mis manos fueran minerales, las raíces de ese árbol se nutrirían sin pena de toda mi riqueza, si mis manos fueran una rama, habría un pájaro que la preferiría como su rama favorita [déjame creer eso], y si fueran una vasija bañaría la cruz cuantas veces fuera necesario para que se convirtiera de cruz en crucificado, de madero en rosal y de rosal en rosa.
No es entonces raro que sea ese el momento que recuerde, pues en ese momento le serví como un ciervo fiel, pero a la vez me serví a mi mismo, y la competencia de dar la ganamos los dos. Tan es así que me dio el derecho de abrir cofres que creí cerrados para siempre, aun cuando no los había notado nunca. Esperaba todo de esa vez, menos encontrar esa paz, pero la encontré. Hacer el amor fue entonces un deber del ser, no sólo del cuerpo.
Una vez que terminé de decirle todo eso ella se quitó el pañuelo de la cara y me miró llena de agudeza y me dijo: "¿Por qué me sueltas tanta aclaración en vez de dejarme que me crea lo que yo quiera?"
No contesté verbalmente, sino que arremetí con mis manos sobre sus pies, más delicadamente, más sutilmente, más constrictoramente. Ella sacudió sus pies liberándose de mis manos, y mi tristeza duró un segundo terrible en que todo se derrumbó en mi interior, mientras que al segundo siguiente, y en medio de mi sorpresa, todo volvió a erigirse cuando me puso su rosado pié a la altura del rostro, a tres centímetros de mi boca.
Metí su pié en mi boca, cabían sus cinco dedos en mis labios. Envolví sus dedos en mi interior caliente y húmedo, mientras que con la lengua hurgaba los cañones que se formaban entre dedo y dedo, mordiéndolos, sintiendo las falanges ondular entre mis mandíbulas. Ella comenzó a ponerse roja, siendo tan blanca como era. Saqué los dedos de mi boca y seguí con el arco del pie, el empeine, el tendón de encima del talón. Seguí con el otro pie, y mientras se lo mordía no dejaba de ver la cara de éxtasis de Zuleika. "Cómeme" gimió.
El pié es, junto con la mano, uno de los órganos del cuerpo que más músculos contienen. Es una maravilla tecnológica, y pese a que el mundo ha querido reprimirlo, tiene una sensibilidad maravillosa. Las estúpidas caricaturas nos han hecho creer que todo lo que el pié siente ha de considerarse como cosquilla, pero no es cierto, la piel del pié es receptiva, sensora, mágica, y antes de reírnos como libélulas ante cualquier estímulo del pié, hay que preguntarse seriamente si es en realidad cosquillas lo que se siente o placer. Morder un pié también es bello. Cualquiera que rompa en su cabeza las creencias imbéciles de que el pié es la parte más cosquillosa y apestosa del cuerpo, habrá abierto una puerta de placer infinita, habrá recuperado sus pies, los habrá traído de vuelta de aquel lugar de infamia en que se les ha puesto.
Zuleika lo entendió, y lo entendió muy bien. Pese a que gozaba ampliamente, no se daba el derecho de rugir, gemía con los labios muy unidos. Se escuchó que alguien insertaba una llave en la puerta principal de su departamento. Se incorporó dejando un hueco en mi boca. Ella se sentó muy decentemente y se puso en posición lejana pero atenta de mí, como si platicáramos muy formalmente. No había tiempo de calzarse los zapatos, así que sólo los ordenó bajo su sillón. Entró un muchacho rubio, con cara de ángel, buen cuerpo. La saludó con un beso en la mejilla que me pareció ridículo. Se sentó a lado de ella y en la presentación no nos estrechamos la mano. Todo quedó en un mutis. No podía definir en ese momento quién era el que estaba haciendo mal tercio.
"Qué raro que estás descalza" Dijo el muchacho.
Zuleika estaba aun muy roja de su piel, razón por la que el muchacho estaba bastante desconfiado. Su comentario me ponía al tanto de que ella nunca andaba descalza. La imagen era un poco patética, pues no sólo estaba descalza, sino que los pies estaban bastante rojos, con marcas de mordiscos. Ella seguramente entendió el mensaje de él como "No quiero hacerte un escándalo pero sé consciente que entro y te encuentro con un extraño y tienes los pies descalzos y mordidos. Sugiéreme qué hacer" Pero ella no dijo nada. Estaba asustada, y con la información que tenía solo concluí que como ama le faltaba valor. El muchacho quiso ser más enfático:
"Quiero decir que te vez algo excitada y tus pies están algo mordisqueados"
Ella fingió pena y dijo con descaro, como regañándolo por una cuestión tan estúpida como la impuntualidad: "Tuve curiosidad de lo que se sentía que le mordieran a una los piés, y como llegaste con media hora de retraso"
El muchacho dijo con algo de rabia y desesperación que me hizo sentir algo de pena: "Zuli. Por favor no digas pendejadas. ¿Cómo comparas la impuntualidad con la infidelidad?"
Ella, que en realidad era la infiel, no dio tregua y se salió por una tangente maravillosa: "No soy de tu propiedad Carlos. Soy libre, lo entiendes, soy libre. Y si me amas, deja de hacerme sentir mal y bésame tu los pies. Si te portas bien te daré lo que has deseado tanto"
El chico hizo una mueca como de asco. Ella puso los pies al suelo y él se inclinó en forma sumisa a besarlos. Me dio pena ver lo que veía. Qué distinto era lo que yo había hecho con esos pies minutos antes. Yo los había tomado en mis manos con devoción y los había comido con ansia carnívora, respetaba esos pies, los encontraba bellos, dulces, vivos, eran un par de pies por sí mismos, capaces de sentir placer y amor, eran una parte tan estimulante como cualquier parte del cuerpo. En cambio, el muchacho los besaba torpemente, empinado hasta el suelo, humillado por sentirse besando los pies con que su amada pisa el suelo, se agachaba con asco como si besara el piso de un hospital. Conmigo Zuleika cerraba los ojos y sentía, con él los ojos estaban abiertos para ver su sumisión, con él eran instrumentos de dominio, conmigo de placer.
Me alcé del sillón como si me fuera a marchar, pero ella me hizo la seña de que me quedara quieto. Nos fuimos a la recamara. Ya ahí, me dispuse a ver como el chico le hacía un striptease. Ella hizo lo propio, aunque de vez en vez le echaba un vistazo a mi bragueta. El muchacho comenzó a comerle el coño, y ella, estando con las piernas abiertas y boca arriba movía su pelvis con furia. Su sexo era rico en vello, sin duda ella no esperaba mostrarlo tan abiertamente, de hecho me daba la impresión de que el chico nunca la había visto completamente desnuda. Me figuré que él le había chupado el coño siempre haciendo a un lado las bragas por debajo de una falda y que ella le mamaba el pene siempre vestida de maestra.
Ella le indicó al chico que la penetrara, y él colocó la punta de su miembro en el ano de ella, lo que despertó su inconformidad. "Entiende que hoy te dejaré que me penetres por la vagina", Otro dato no solicitado, gustaba del sexo anal. Carlos puso cara de alegría y se dispuso a desflorarla. No me puedo explicar como alguien que puede tener pericia en meterla en el ano, que es en definitiva una parte menos elástica que el coño, tenga tantas dificultades para meterla en la vagina, lo cierto es que el chico no acertaba ninguna. Embestía y se le salía. Embestía y se le salía. Incluso se empezó a poner nervioso y su pene comenzó a ponerse realmente triste. Rodaba fuera en medio de una trémula epilepsia, como pidiendo refuerzos.
Zuleika, que ya se encontraba algo colérica, dijo: "Por ahora necesitamos alguien con más experiencia", mentiría si dijera que a esas alturas no estaba con el falo más tieso que nunca, y que no veía yo el momento de entrar a escena, lo que no me figuré nunca es que el honor, si es que es en realidad un honor, de desflorar a esta mujer me fuera reservado a mí, que nada tenía que ver ni con su vida ni con su cuerpo. Me puse en posición y jugué con mi verga en la entrada de su coño, hinchándolo, luego apunté y sin más preámbulo me adentré como un clavadista, certera y profundamente, flaqueando todos los umbrales de su cuerpo, ella lanzó un gritito que la puso salvaje, y sus caderas comenzaron a trabajar mi cuerpo.
La verdad es que de mojigata no tenía nada la tal Zuleika. Su coño era voraz. Vi de reojo al chico, a quien sí parecía importarle el hecho de no haber sido quien robó la virginidad de aquella mujer que de cierto inocente no era. Y aunque se sentía humillado, su palo a punto de estallar me hacía notar que en cierto modo le excitaba ver como me jodía a su chica. De estar yo encima, ella me apretó con las piernas y me volteó un poco, quedamos de lado, yo me moví más torpemente porque no tenía un muy buen punto de apoyo y me daba la sensación de estarle aplastando la pierna izquierda. Lo cierto es que mientras yo le daba, la muy cachonda se metía un par de dedos en el culo, y más tardó en sacarlos que Carlos en meter su palo en aquel ano. La verdad la posición no era la mejor, pero funcionaba. Era como si jugáramos una esgrima dentro del vientre de Zuleika. Ella me empujó con una de sus manos en señal de que quería un cambio de carne en la vagina.
Me hice a un lado. El chico se la dejó dentro, ella boca arriba, con las piernas cerradas y reposando sobre el pecho del muchacho que embestía con ira verdadera, como si quisiera destruirle la matriz a vergatazos. Sin embargo no me preocupé, pues luego de meterla en ese coño supe que era un coño todo terreno, capaz de aguantar eso y más. Incluso hoy, recién desvirgada, juro que nos podría abarcar a los dos en su vulva. Sin embargo eso es algo que no intentamos averiguar.
Yo me fui a donde estaba su cabeza y me puse en cuclillas, sobre la cabeza de ella y dando la cara a Carlos. Estábamos frente a frente. Él metiéndola duramente en el coño, con las piernas de ella hacia arriba a tal grado que sus pies quedaban a la altura de las orejas de Carlos, mientras que yo con mi mano puse mi verga vertical apuntando al suelo, y entre el suelo y mi falo estaba la boca de Zuleika, dentro de la cual la metía y sacaba con un ritmo pausado, como si fuese la aguja de una rueca de carne, cosa que parecía gustarle pues me jalaba de las caderas para atragantarse de más verga. Yo gozaba tanto de esa mamada que decidí hacer un sesenta y nueve muy extraño.
Tomé el pié derecho de ella y me lo llevé a la boca, mientras que tomé la pierna izquierda, la flexioné y puse el pié dentro de la boca de Carlos, así, mi verga en la boca de Zuleika y su pie en mi boca, mientras que Carlos penetraba su coño y comía su pie. Ella se corrió varias veces. Me quité de su boca y acerqué una pequeña comodita que estaba a la altura perfecta para una idea que se me ocurrió.
Ahí detuve el tiempo porque, entre mi idea original y su consumación, se me ocurrió una idea adicional. Ella había vuelto a las piernas abiertas y él encima estaba algo elevado, al grado que se veían a flor de piel el par de culos como si se hicieran mímica. Me puse detrás de Carlos y este volteó inseguro, como dejando hasta el final la probabilidad de dónde iba a meter mi basto. Descansó cuando oyó que fue Zuleika la que se quejó. Sin embargo, si alguien nos espiara por la ventana pensaría que Carlos atravesaba a Zuleika y yo a su vez empalaba a Carlos, pero no era así. Sin embargo parecía que Zuleika sí lo quería creer así, pues yo embestía poderosamente el culo y ella me jalaba las caderas a cada embestida, no sé si para sentir la penetración más profundamente, pues en esa posición no entraba toda, o para que "accidentalmente" mi vientre le diese una embestida de eunuco a las nalgas de Carlos, quien se prendió de verdad, completamente excitado. Luego de eso decidí seguir con mi idea original.
Carlos penetraba con furia a Zuleika. Provoqué que ella abriera sus piernas y le coloqué un almohadón bajo la pelvis. Carlos se cansó menos en tanto que estiró mejor las piernas, cosa que lo hizo más impetuoso. En teoría ellos estaban en la posición del monje, sin embargo la cómoda hacía una especie de umbral sobre ellos follando, a manera que sentándome en la orilla de la cómoda y poniendo mis pies a la orilla de la cama, mi verga quedaba a unos diez centímetros de la espalda de Carlos y a la altura de su media espalda, poquito más debajo de sus omóplatos que se movían como alas a punto de nacer. Me puse crema en mis pies y jalé las piernas de Zuleika para que ésta abrazara con ellas el cuerpo de Carlos, a manera que los pies de ella quedaban en un aplauso inconcluso situado a unos diez centímetros de la espalda de Carlos y a la altura de su media espalda, poquito más debajo de aquellos omóplatos. Con mis pies encremados jalaba los pezones de ella que eran un par de conos duros, como un par de joysticks que controlaran su placer mientras que con las plantas de sus pies aprisionaba mi verga, y así sujetando mi falo con la planta de sus pies, con sus dedos, con el arco de éstos inventé un nuevo coño terso y rosa que se movía de rato con furia propia. Tuve que dejar sus pezones en paz porque el placer me hacía perder el equilibrio, pues ella tenía todo su ser concentrado en ese ovillo que formaba con sus dos arcos y que estaban a punto de provocarme el orgasmo. Pajeaba mejor que algunos coños que he tenido la suerte de probar.
Debo confesar que siempre he tenido una excelente fábrica de semen, tan abundante que da pavor. Como ejemplo, en aquella clase de biología en que se observa al microscopio una muestra de esperma, por gracia o por desgracia la maestra me eligió a mi como el donante. Mentiría si dijera que la maestra tuviera motivos para elegirme, en realidad fue la suerte, aunque de cierto, quedó perpleja de ver como la Caja de Petri estaba casi derramándose de semen mío.
Así, recién aprendí a masturbarme observé que tenía una muy marcada predilección por observar cuando eyaculaba. Pero no la eyaculación ordinaria, sino cierto tipo de derrame. Observé que disfrutaba más cuando el chorro de semen salía por el ojo de mi pene con tanta pesadez que no volaba por los aires, sino que se escurría como una olla de leche hirviendo mal cuidada, acudiendo a la cita con la gravedad luego de recorrer el dorso de mi mano, tal como si fuese un volcán que eruptara nieve blanquísima. Así, durante un tiempo había eyaculaciones estrepitosas en que el semen surcaba el espacio y caía en un muro o en el piso, estrellándose, mientras que en ocasiones se derramaba sobre mi mano, ofreciéndome una caricia caliente en el dorso.
En ocasiones intenté dilucidar el por qué de esa preferencia, ya que aun en la masturbación más excitante, el momento del clímax lo refrenaba con tal de que el semen no saliera impelido por sus deseos espaciales, sino como la fuga de lava que era mi derrame de magma al emerger justo desde mi corazón. La razón que entendía mi alma era que, al salir disparados los chorros de leche, al separarse de la punta de mi falo, dejaban de ser yo mismo, se volvían extraños, ajenos, dejaban de estar conectados a mi sistema nervioso central, se emancipaban. En cambio, cuando eyaculaba en la forma pesada, era como si soltara al mundo de afuera unas extensiones de mi sistema nervioso, como si eyaculara filamentos de placer que aun fuera de mi organismo seguían sintiendo, tomando detalle de la piel de mi propia mano, grabando el espacio en esa cálida cera hirviente. Me resultaba claro que los espermas expulsados en un chorro violento morían al instante, mientras que los derramados sobre mi mano, testículos y vientre seguían vivos por un tiempo, evolucionando en un ciclo de placer que concluía con su muerte, pero ésta no era una muerte brutal, sino una muerte en sacrificio, tal como si los espermatozoides comprendieran que la misión de fecundar ya no existiera más para ellos, y en consecuencia usaran sus colillas como astillas con las cuales encajarse en el terreno fértil de mi piel, y así, clavando sus colitas se convertirían en plantas florales, abriéndose a la postre como girasoles microscópicos, feneciendo lentamente, cálidamente.
De tal forma que, existiendo esta fijación, y al ver que el orgasmo era, por naturaleza y deseo, inevitable, coloqué los pies de Zuleika a manera que sus dedos obstruyeran mi escape de semen. Así, la leche comenzó a brotar bañando de nieve hirviente aquellos dedos que comenzaron al instante a moverse como los filamentos de una anémona, dejando correr mi lava pesada e hirviente por dentro de ellos, tal cual si fueran esos dedos blancos, ahora rosados, el interior de una barrica de carbón donde se destila el vino más selecto. Ella se corrió de nuevo mientras que mi semen seguía manando, cayendo en forma pesada en la columna vertebral de Carlos, avanzando tierra abajo como una serpiente blanca. Percibí que al buen Carlos le excitó aquello, pues se le erizaron los poros de la espalda y previo a que mi estela de semen se adentrara en el cañón de sus nalgas donde seguramente terminaría goteando por su ano, no soportó más y comenzó a correrse también, lanzando un grito grave, como si se tratara de un león joven viudo. Envidié que él se quedara, luego de su orgasmo, clavado dentro de ella, quien parecía también estar sufriendo algunos estertores más. Me metí al baño a ducharme. Cuando salí se besaban en la boca. Ya no había más dominación, él había dejado de ser aprendiz y ella había comenzado a aprender cómo aprender. Ambos eran maestros ahora. Me miraron, no dijeron nada.
"Me voy" Les dije.
"Hasta cuando te quedas en la ciudad" Preguntó Zuleika.
"Mañana me voy" Contesté. Ambos pusieron en su cara un dejo de desánimo, pero más ella, obviamente.
Se paró ella de la cama e intentó llegar rápido a mí, aunque se lo impidió una cascada de semen que le salía de la vulva. Sonrió, se limpió y terminó por alcanzarme. "Quiero darte esto" me dijo a la vez que extendía su brazo, y en él sostenía su zapato exquisito.
"Eres muy amable, pero no es el zapato el que me hizo venir hasta ti. Fueron tus pies."
Dejó su zapato en el suelo.
Le di mi mano para despedirme, me dio el pié como bailarina de ballet, le besé como se besa una mano, o mejor aún.