Los pies de mis alumnas y los de mi profe...

Con mis chicas por testigos, un hermosa historia de amor con los pies de mi profe.

Ayer me junté de nuevo con mis angelitos de pies bonitos.

Pero vinieron a estudiar. También hay que disimular un poco, caramba.

Si las familias de ellas se enteran, nos disuelven la sociedad, por así decirlo.

De todas maneras, se descalzaron apenas llegaron y se sentaron alrededor de la mesa muy seriecitas, y estuvimos más de una hora con explicaciones y ecuaciones y demás.

Todas me dan un besito estilo piquito cuando llegan a casa, pero Ruth saca una puntita de lengüita cada vez. Su pico es más "mojado". Siempre va un poquito más allá, incluso me da unos besos de lengua cuando estamos jugando "a los juegos de pies" que me dejan sin aire. Y su saliva es la más dulce, incluso es la única que me estampa un beso en la cabeza del pene cuando termina con su orgasmo, antes de tirarse de espaldas al piso para recuperarse. Incluso en momentos serios donde nos ponemos a estudiar, sus piecitos están siempre buscando tocarme cada vez más. Creo que van a llegar lejos las cosas con esta chica.

De todas maneras, no somos celosos entre los cinco, y la relación es sexual exclusivamente, aunque tenemos mucho afecto los unos por los otros. Somos "amigos con derechos adquiridos mutuos" como dice Sandrita.

Cuando finalizamos el estudio nos tiramos en la alfombra del salón a merendar galletas dulces y leche chocolatada. Ellas en pantaloncitos o minifaldas, descalzas, los tops y las remeritas en su lugar y yo de pantaloncitos cortos, también descalzo pero sin remera. Nos acostamos boca abajo, apoyadas las cabezas sobre las manos con los codos en el suelo, en círculo y frente a frente, ya me conozco. Pero, las chicas levantaban las piernas hacia arriba y las deliciosas plantitas de sus pies adorables se movían al sol, sus deditos se fruncían y se estiraban, se enganchaban entre ellos y se apoyaban en la alfombra cuando las doradas pantorrillas bajaban. ¡ Uf ! Al palo perforando la alfombra, para variar.

Bueno, pero me esforcé y seguí la charla con ellas. Contando sobre mis primeros años de estudio, con 17 añitos y los pies de una profe que me volvían loco, y que logré comerme.

-Dale, contá, contá !!!!!!! gritaron las cuatro.

Y se acercaron más hacia mi rostro para no perderse detalle.

Les conté que la susodicha se llamaba, (se llama) Graciela, venía de otra ciudad a darnos clases y es rejoven. En ese momento recién recibida, 23 años, y yo con 17 para 18, la vi llegar por primera vez en verano, ya comenzando las clases. Alta y grandota, por lo menos 1,75 metro. Remera de algodón blanca, de escote generoso, por el que intentaban escaparse dos hermosos melones esféricos, turgentes y saltarines. Cara redonda, algo picada de viruela, ojos claros, color miel, pelo castaño claro, ondulado, ni muy largo ni muy corto, boca de lindos labios con rouge rosa y apenas maquillados los ojos. Un bolso al hombro, brazos con un ligero vello clarito, manos grandes con anillos de todo tipo, jeans y unas sandalias con taco bajo amarillo, sin talón, con una tira ancha hecha de tiras negras y doradas trenzadas de tal manera que formaban un damero negro con cuadros dorados, que cruzaba sobre los deditos con que terminaban unos pies fenomenales, grandes, muy sexies, maravillosamente proporcionados, y muy, pero muy femeninos. Uñas de manos y pies pintadas de color nácar, el color preferido de mi redondita Ruth.

Cuando le vi los pies, (los describí al último, pero fue, obviamente lo primero que le miré), me excité inmediatamente. Pies, pies, pies, los pies de Graciela me cautivaron automáticamente. Me guardé una instantánea de esas maravillas de dedos grandes, largos, uñas grandes muybien pintadas y con yemas carnosas y deseables que avanzaban hacia mí como prediciendo que iban a llegar mucho más cerca.

Nos caímos en gracia en forma tan natural que parecíamos conocernos de antes, y ser muy buenos amigos. Me preguntó mi nombre, diciendo, "yo soy Graciela", con un beso rápido en la mejilla. Voz grave y agradable. Le tomé el bolso y la acompañé hasta el aula.

Mientras llegaban los demás, maravilla de maravillas, yo tomé asiento en un banco de alumno, y ella se sentó frente a mí, sobre el escritorio, balanceando las piernas. Casi me muero de la alegría, esos pies colgaban en el aire, y el calzado se deslizaba hasta la punta de los apetitosos deditos.

Las chicas no perdían palabra y me animaban a continuar con grititos y comentarios. Involuntariamente me acomodé el miembro duro contra la alfombra, al recordar esos maravillosos pies de la profe Graciela. Marilú me dijo junto con Ruth que siguiera, que si era bueno iba a ligar un buen premio. Para rubricar la promesa, Sandra se giró y se sentó en el suelo con las rodillas flexionadas entre sus brazos, y las plantas de los piecitos apoyados en el suelo, y los dedos largos y uñitas bellas sin pintar a medio metro de mi cara. Luna se puso con la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas, con sus pies a milímetros de mi cara, por lo que le pasé la lengua a todo lo largo de la planta derecha. Ruth se acostó de lado en la alfombra con la cabeza apoyada en las piernas de Luna y su larguísimo y enrulado pelo castaño cubrió su costado y los muslos de Luna. Quebró su cintura hacia adelante, y los preciosos piecitos de la linda Ruth se apoyaron en mis costillas, cerca de mi axila. Y allí jugueteaban, acosadores. Marilú siguió boca abajo a mi lado, pero una pierna se atravesó sobre las mías, y con sus deditos me hacía cosquillas en la planta de mis pies.

Con semejante marco me animé a seguir con todo detalle.

Cuando el calzado de Graciela bajaba hasta la punta de los deditos, con esa habilidad y movimientos que son tan tan de las mujeres, levantaba los deditos hacia arriba, y las sandalias, obedientes, volvían a su lugar. Así una y mil veces mientras no parábamos de charlar. Estábamos temprano así es que yo rogaba que mis compañeros se demoraran los más posible. Graciela se recostó hacia atrás, apoyándose sobre las palmas de las manos y ¡¡¡¡ cruzó las piernas !!!!. Un pie maravilloso se elevó en el aire a medio metro de mi cara, y enfrente de mis ojos más que ávidos, babeantes. El pie flotaba en el aire, ingrávido, la bocamanga el jean se subió un poco hacia arriba y una fuerte y suave pantorrilla, con un tobillo delgado pero proporcionado al pie. La piel era de un color tostadito dorado por el sol. Eso hacía más bello su deseable pie. Los deditos asomaban ahora de la tira de la sandalia, y ésta se mantenía en el aire, colgando, dejando un deseable espacio entre la parte interior del sensual calzado y el delicioso y redondo talón. Una visión de película. Mientras hablaba, sus movimientos corporales repercutían en el pie tan deseablemente cercano y agitaban levemente la bonita sandalia. Y aún más, de vez en cuando los deditos se arqueaban hacia abajo apretando la punta de la sandalita, y entonces se sentía un ligero golpecito en el talón al chocar el taco con la piel. Yo no daba más de excitación. Y Graciela como si nada, aunque notaba que yo miraba, cada tanto, sin reservas su precioso pie mientras charlábamos.

De repente, para mi felicidad lo deseado, esperado e inevitable, la sandalia del pie flotante se escapó de control y cayó al suelo. Yo me agaché rápido a levantarla, y ella siguió hablando y sólo movió hacia un costado y arriba, (para que mi cara no lo tocara), en un involuntario movimiento su pie tan bonito y tan desable. alcé el cuerpo y vi ese pie precioso, ese pie descalzo que emergió entero y esplendoroso, mostrando toda su belleza ante mis ojos desesperados, sus dedos rotundos, grandes y largos y sus uñas muy bien pintadas me apuntaron a los labios cuando relajó el tobillo luego de enderezarme. Pie griego, con el segundo dedo ligeramente más largo que el más grande y ¡oh! delicia, el dedito chiquito más bonito, gracioso y apetecible que hasta el momento hubiera visto. Estaba a diez centímetros de mi cara, así que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no comenzar a chuparlo y lamerlo con frenesí, junto a sus compañeritos no menos deliciosos, apetecibles y bonitos.

Ella se rió, levantó los deditos hacia arriba y yo coloqué la sandalia en su lugar, tan colorado y caliente que Graciela se sorprendió, y me preguntó que me pasaba.

Musité una excusa tan tonta sobre el agacharme, el calor y lo lindo de su pie, que se rió con una carcajada sonora y tan espontánea que terminamos riéndonos juntos casi sin saber porqué.

Me preguntó que había dicho de su pie y me tiré a la pileta, sin pensar si era discreta o no, le contesté que lo primero en que me fijaba en una mujer era en los pies y que ella los tenía muy bonitos. Se rió de nuevo, muy espontáneamente y la charla derivó en los tipos a los que les gustan las manos, el pelo y que era recomún el tener preferencias.

– No te tocó la mejor parte ¿o sí?

– No te creas, le dije, hay mujeres, como tu caso, con unos pies muy seductores.

– ¿Así que hay pies seductores? ¿Y los míos lo son? ¡ Qué comienzo para una relación alumno - profesora !

En ese momento llegaron dos de mis compañeras, y la charla, menos mal, se disipó y entramos a hablar, los cuatro de temas más académicos, hasta que cinco minutos más tarde llegaron los demás. Par mi tranquilidad, no mencionó el tema delante de los otros chicos y chicas y la clase, para. Pero los grandes ojos color miel me miraron varias veces a través de las sedosas pestañas, cuando yo le miraba los hermosos y atrayentes pies, que ocuparon dez mil posiciones diferentes, parada en la pizarra, sentada en una silla, caminando a lo ancho del salón, varias veces sentada displicente en el escritorio, balanceando las piernas. Y algo de lo que ví en esos ojos me gustó mucho.

A medida que avanzaba el año charlamos muchas veces más, tanto en clase (tres veces a la semana), como en salidas a pasear, a comer, o tomar cerveza. Y nos dimos cuenta que nos gustaba estar juntos. Compartíamos mucho y nos sentíamos agradablemente cómodos solos. Hablamos de los pies, de su número de calzado, (41 o talla 10. Grande pero extremadamente femenino). En broma y en serio, varias veces, y ella me regañaba cariñosamente cuando se los miraba mucho. Hasta que una vez, esperando en su departamento que nos vinieran a buscar dos de las chicas compañeras mías para ir a una fiesta de cumpleaños, la charla se hizo más íntima.

Recordamos el primer día y la situación tan sensual y sugerente para mí. Ella la recordaba como algo muy fuerte que pasó entre los dos, pero sin que fuera, para ella como mujer, específico de sus pies. Aunque reconoció que habían tenido mucho que ver.

Estábamos sentados en un sofá frente a frente. Ella descalza, con las piernas recogidas y los pies deliciosos asomando bajo ellas, y yo, como es mi costumbre, en el suelo, con las piernas cruzadas a lo indio.

En un momento inolvidable, Graciela se acomodó hasta quedar sentada en el sofá y estiró sus seductores pies hacia mí. Clavé mis ojos en sus incomparables deditos.

– ¿Qué es lo seductor de un pie descalzo?. Preguntó.

– Todo. Tenés unos pies sensuales, muy bien formados y muy bonitos.

– ¿Qué es lo atrayente de un pie femenino para un chico?

– Las curvas del talón, la piel suave del empeine, la curva de los dedos, las uñas tuyas bien pintadas, tu pequeño dedito tan gracioso. Las arruguitas de las plantas. La cadencia del balanceo cuando se cruzan las piernas...y especialmente porque sos Graciela, y son... tus pies.

– ¿Y que haría un chico con mis pies, en este instante?

Era tan sensual e íntimo el momento, tan oportuno, tan nuestro, que sin decir palabra tomé esas preciosidades entre mis manos. Ella se abandonó sin resistencia, y comencé a besar con suavidad la piel sedosa del nacimiento de los bellos dedos de sus pies geniales.

Ella me miraba intensamente, y depositando con cuidado uno de sus pies en la alfombra, me quedé con el otro, y me atreví a besar la punta de sus dedos y a llevarme el más largo, el segundo, a mi boca. Lo empecé a acariciar con los labios húmedos y a pasarle la lengua por la punta.

Ella seguía mirando sin hablar. Sus pechos subían y bajaban suavemente bajo la camisa blanca. Se deslizó hasta el suelo, hasta apoyar sus nalgas en la alfombra, pero sin quitar su pie de entre mis manos ni su hermoso dedito de mi boca. Solté esa preciosidad, la miré y miré su pie descalzo, y tomé delicadamente entre mis labios el tercer dedito, que entró y salió varias veces de mi boca tibia, lo dejé fuera, húmedo. Su piel era suave, el gusto saladito y un aroma delicioso a piel de pies de mujer bella recién bañada y perfumada. Usaba un perfume de Carolina Herrera, intensamente femenino, que se sentía en todo su cuerpo. Llegué por fin a su dedito más chiquito y le hice el amor con mis labios y mi lengua. Era grande y proporcionado al tamaño de su pie, pero redondeado y curvadito, con una uña pequeñita y suave.

Graciela me dejó hacer. Y retiró ese pie para ofrecerme el otro, apoyó su espalda en el sofá y un talón seductor en mi pecho, mientras levantaba el otro maravilloso y proporcionado pie hacia mis labios, que apresaron con dulzura cada uno de los suaves dedos.

Le hice el amor con mis labios y mi lengua a cada dedito maravilloso. Y aunque estaba muy excitado y la respiración de ella era pesada, sabíamos que si pasábamos de allí se rompería el encanto del instante tan erótico y tan nuestro, sólo de ella y mío, que estábamos viviendo.

Apoyé mi mejilla en su empeine y mi mentón en en sus dedos, que se levantaron hacia arriba en una secreta caricia, así nos quedamos por un momento.

Mágicamente nos fuimos relajando, deposité su pie en la alfombra. Ella quitó el otro de mi pecho, sin dejar de mirarnos a los ojos, y yo me arrodillé entre su piernas recogidas acercando mi rostro al suyo. Sus carnosos y tentadores labios estaban ligeramente entreabiertos y secos por la respiración pesada, pero suave y rítmica. Sus ojos brillaban y leí en ellos una invitación, pero una invitación a la sugerencia, al deseo de vivir un momento tan sumamente especial que se rompería en pedazos de ir más allá.

Así que hicimos sólo lo ambos pensábamos para que la magia continuara, apoyé mis labios sobre los suyos y ella respondió suave y dulcemente al beso. Me alejé unos centímetros para mirarla a los ojos, y lentamente me acarició el pelo y acomodó mis rizos con una mano. Sonreímos, me puse de pie y la ayudé a levantarse. Nos abrazamos un instante y nos besamos suavemente de frente, sin cerrar los ojos. Fue un beso de labios solamente, suave como un aleteo. Ella se sentó en el sofá. Yo me agaché ante ella, y con mucha lentitud tomé sus sandalias y con amor y dulzura las coloqué en sus hermosos pies, donde calzaron sin esfuerzo y los hicieron aún más bellos.

Cuando finalicé, me tomó la mano, y me senté junto a ella, las cabezas juntas, los ojos cerrados, disfrutando un momento único y diferente. Lenta y suavemente nuestras mentes conectadas fueron relajando el cuerpo. Nos sentimos más íntimamente cerca que nunca.

Y guardamos para siempre esa media hora tan nuestra. Sólo el universo y nosotros, en un momento único e irrepetible, que un contacto más allá de lo ocurrido hubiera destruído irremisiblemente.

Incluso el recuerdo debía ser sabiamente preservado, y ambos supimos que nunca más...

Pero que el instante tan íntimo y tan nuestro quedaba en nuestras almas para siempre. Inamovible.

Es el más maravilloso recuerdo que tengo de una mujer en toda mi corta vida.

Miré a las chicas, estaban calladas, Sandra me miraba con la mirada pensativa, Marilú sonreía imperceptiblemente, Luna, junto a una Ruth que me miraba con ternura, dejó escapar una lágrima en forma de diamante.

Sólo musitaron:

– ¡Qué hermosa historia!

Y después de un rato de mirarnos los cinco, las chicas se acercaron a mí, me besaron suavemente, Ruth al hacerlo me dio un poco de su saliva y me desnudaron. Me acariciaron el cuerpo por todas partes con sus pies tan dulces, hasta concentrarse en hacerme llegar a un suave y lento orgasmo entre los deditos de las cuatro.

Más tarde se fueron, y con la mente puesta en Graciela salió este relato tan íntimo y tan mío de algo que nunca más pasó, que pero que a pesar de no habernos visto más, resiste al tiempo, así: incorruptible e inmaculado.