Los pies de Marta
Marta tenía los pies lindos y graciosos. Inmediatamente que nos conocimos nos hicimos amigos y no tardé en enamorarme de ella. Pronto comencé a proponerle citas con el deseo oculto de seducirla por sus pies. En nuestro primer encuentro no me fue muy bien...
LOS PIES DE MARTA
Hola, soy fetichista de los pies femeninos desde que tenía diez años. A la edad de 12 años comencé a masturbarme, pues ya no soportaba la tensión y la excitación que me producía ver unos pies bonitos, sobre todo descalzos. En todo caso pasaba horas y horas imaginándome la forma, la textura y hasta el olor de los pies de cualquiera de mis amigas o de alguna desconocida que me interesara. Nunca he podido explicarme ese especial encanto que ejercen sobre mí los pies de la mujer. Pero he dedicado buena parte de mi vida a conquistar y seducir mujeres para adorar sus pies, por lo menos para tocarlos suavemente o darles una buena chupada; o también para acariciarme el pene con ellos y vincular esta extraña preferencia con el ritual amoroso general. Mis mejores orgasmos, masturbatorios o coitales, los tuve a través de la veneración de los pies. Les contaré lo acontecido con mi amiga Marta, una de mis conquistas podofílicas. Aquella tarde fuimos a lo más alto de la ciudad en mi pequeño carro europeo. Durante dos horas estuve rogándole que se quitara los zapatos y por lo menos me permitiera mirar sus pies. -¿Tú eres caprichoso, Luis?- me preguntó en varias oportunidades, mientras apartaba su pies del acoso de mis manos. -La próxima vez que nos citemos no vendré en pantalones, traeré falda y sandalias; pero espero que luego me lleves a una discoteca- Mientras Marta hablaba yo casi me metía debajo del asiento del carro buscando capturar uno de sus pies. Al fin lo logré e inmediatamente le solté la trensa al zapato y metí la mano para palpar el delicioso arco y su planta. Yo sabía que Marta tenía unos pies preciosos porque anteriormente en un paseo había tenido la oportunidad de observarlos descalzos. Eran pequeños, de muy buen arco -no muy pronunciado-, limpios y deliciosamente trigueños. Logré quitarle el zapato y la media e inmediatamente me invadió un exquisito aroma, mezcla de perfume y leve sudor, que me hizo entrar en un loco frenesí. Coloqué la preciosa extremidad sobre mi pene ya erecto debajo del pantalón, lo sujeté con fuerza y la hice frotarme mientras yo la besaba toda con delirio, especialmente en los labios. Ya me sentía totalmente empapado y tomé su pie para besarlo. En eso estuve unos 15 minutos. Lo mordía suavemente en el arco; deslizaba mi lengua sobre toda su planta; le mordía el talón; le chupaba los dedos y le metía la lengua suavemente entre ellos. Mientras hacía aquel ritual amoroso con su pie ella me miraba con curiosidad pero no la noté excitada, pero si soltó la risa en algún momento y lo arqueó más como sintiendo cosquillas. Yo le pregunté si deseaba que fuésemos a un lugar más íntimo, pero ella me confesó no sentir deseos, que estaba un poco cansada y que deseaba complacerme en todo, pero no quería sexo esa tarde. Entonces yo -que ya casi explotaba de deseo- le pedí que me permitiera masturbarme y eyacular sobre su pie... -Pero ¿Echas mucho semen? me puedes manchar el pantalón y voy a quedar empegostada... De todos modos accedió y yo cumplí mi fantasía. Mientras el semen caía sobre su pie ella miraba fascinada, arqueaba y movía maravillosamente sus dedos como para que el semen se esparciera mejor... ¿Y ahora qué hacemos con eso...? me preguntó refiriéndose al semen... Yo la miré con picardía y meticulosamente le coloqué la media y el zapato, por lo cual ella debió llevarse mi semen a su casa y disfrutarlo durante las casi dos horas de trayecto. Ya en la noche la llamé para preguntarle qué había hecho y ¡sorpresa! me confesó que no había querido bañarse para disfrutar del pegoste de semen hasta el siguiente día. En otra oportunidad les contaré sobre mi segundo y último encuentro con los pies de Marta.