Los pies de Marta (2 y fin)

Luego de unos años me vi nuevamente con Marta; tuvimos un encuentro breve, frustrante para un fetichita, pero en general muy emocionante...

LOS PIES DE MARTA

(Segunda parte y fin)

Volví a ver a marta dos años después. Nos encontramos por casualidad en el aeropuerto, aunque viajábamos a ciudades distintas y distantes. Ella estaba con un grupo de amigos e iba a una actividad relacionada con su próxima graduación. Compartimos un rato antes de abordar nuestros vuelos y me invitó a que les acompañase a un seminario de estudios de biología que se llevaría a cabo dos semanas después. La idea era estar un fin de semana en una zona montañosa en la cual Marta y su equipo harían investigaciones, ensayos y conferencias. Yo acepté –por supuesto- la invitación. Mientras llegaba el día de irnos a la jornada pasé todo el tiempo fantaseando en cómo recuperaría aquellos dos años sin saber de los lindos pies de Marta.

Llegó el día. El lugar de las actividades distaba a dos horas de la capital. Habíamos acordado encontrarnos todos en la plaza principal el día viernes a las 4 de la tarde, con la idea de partir una hora después. En mi carro irían tres jóvenes además de Marta. Sin embargo, a la hora de partir todos quisieron irse en el autobús contratado y, como quiera que faltaran algunos por llegar, Marta y yo quedamos responsables de esperarlos. Al cabo de 45 minutos, viendo que los otros no llegaban, decidimos irnos ella y yo solos. Al arrancar, ella se adelantó a decirme:

-Ni una palabra de nuestra travesura, por favor.

Yo sentí un pesado nudo en la garganta, pues ese velado rechazo de Marta parecía convertir en polvo lo que yo había fantaseado como la gran oportunidad en mi vida de fetichista.

Ya en el trayecto se hizo casi de noche y hallamos cierto congestionamiento en la carretera. Cada vez que pude dirigí mi mirada hacia sus pies, esta vez calzados con unas delicadas sandalias de blanco y rosado. Su arco se veía formidable y reposado. No pude contener la erección; mas ella no pareció darse cuenta. Ya faltando unos 20 minutos para llegar ella se acercó a mí, se recostó en mi pecho y dormitó. Quedamente yo le pregunté:

-¿Me dejarás besar tus pies nuevamente en esta oportunidad?

-Puede ser- me respondió ella con un aire de indiferencia.

Ya de noche llegamos y en pocos minutos estábamos instalados cenando. Yo tomé la precaución de sentarme junto a ella, pero en nuestra mesa estaban tres personas más. Ello no obstó para que yo tocara por debajo de la mesa su pie con mi pie. Marta reaccionó de inmediato y cruzó su pierna de modo que su pie derecho quedó al alcance de mi mano. Fue sublime y exquisito ver de soslayo su rubor, el brillo de sus ojos y el temblor de sus labios mientras yo ejercía mi rutina de seducción; delicioso sentir como su pie se encogía, alargaba y arqueaba al paso de mi mano. Mientras tanto ya en mi pantalón se había formado una inmensa mancha con la humedad de mi lubricante que manaba enloquecido. Fue tanto el deseo que sentí que en un momento hice un ademán violento por traer su pie hasta el miembro y ella se incomodó. Me miró irritada. Dos de sus amigos se dieron cuenta de que algo pasaba y se retiraron de la mesa. Quedó con nosotros una chica mirándonos con picardía. Para mi sorpresa y agrado Marta deslizó su mano por debajo de la mesa, buscó mi miembro y bajó sigilosamente el cierre. Luego forcejeó con el interior y la introdujo. Aquello fue como un maremoto para mí, sentir su mano caliente tomarme y deslizarse sobre mi pene. Como yo estaba totalmente empapado su mano se humedeció totalmente del lubricante. Entonces ella se secó delicadamente con el mantel bajo la mesa y reinició su acción.

No supe exactamente qué pasó. Por un instante perdí la noción de todo. Sólo recuerdo que vi cuando Marta tomó un fajo de servilletas de la mesa y metió su mano nuevamente bajo la mesa para limpiarse. Mi glande aún vibraba y goteaba semen. Mi pantalón estaba completamente empapado. Como un relámpago mi mente buscó la solución para salir con bien de aquel percance:

-Marta, por favor, ve a la recepción y me compras la prensa de hoy.

-¿Para qué? Me preguntó.

-Después te explico.

De allí salimos los tres mientras yo cubría mi pantalón con aquel salvífico periódico.

Al día siguiente Marta iniciaba su actividad académica; mas, yo observé que su atuendo era el típico para estar en la montaña (para lo cual yo no había tomado precauciones suficientes). Especialmente vi que llevaba unas botas tipo frazani y le pregunté:

-¿Las vas a llevar todo el tiempo?- a lo cual ella me respondió:

-Sí, todo el día… desde las 7 de la mañana que salimos hacia el campamento hasta las diez u once de la noche cuando estamos de vuelta. No vamos a tener mucho tiempo para travesuras.

Así que sólo acompañé a los expedicionarios el primer día y me excusé por tener emergencias que resolver.

Desde aquel momento, hace seis años, no he vuelto a saber de Marta y de sus lindos pies.