Los pies de Daniel

Él Buscaba a mi hermano. Traía puesto su uniforme de la escuela: camisa blanca desaliñada, pantalones negros, zapatos negros de cuero y su suéter en la cintura. Era un niño rubito de sonrisa amigable.

Él Buscaba a mi hermano. Traía puesto su uniforme de la escuela: camisa blanca desaliñada, pantalones negros, zapatos negros de cuero y su suéter en la cintura. Era un niño rubito de sonrisa amigable.

—¿Está Miguel?—Preguntó.

—¿Quién lo busca?—dije.

—Voy en su salón. Me dijo que podía venir—respondió el chico.

Si iba en la mismo salón que mi hermano, eso quería decir que también tenía once años.

—No lo ha traído el autobús aun. ¿Y tu por qué no estas ahí?

—Tuve que ir corriendo a pedirle permiso a mi mamá para venir.

—Entra. Esperalo ahí—dije y el chico entró rápidamente—Espera, espera. Quitate los zapatos. No queremos que se manche la alfombra—dije sin pensar que en realidad me fuera a obedecer. Después de todo yo tenia catorce anos, no muchos mas que él.

—Oh, disculpa.

El chico comenzó a quitarse los zapatos ahí mismo. Sabía que sus pies estaban calientitos después de correr y jugar en la escuela toda la mañana. En ese momento empece a imaginarme como le olían sus calcetines y entre sus deditos de los pies.

—¿Dónde los pongo?—Preguntó amablemente.

—¿Huelen mucho?—Pregunté y tomé sus zapatos para olerlos.

—Creo que sí—dijo apenado.

Olían mas que nada a cuero de zapatos, pero también a sus pies. Entonces me pregunté si estaba usando los mismo calcetines del día anterior tal y como es de costumbre en muchos niños. Al verlo con sus calcetines negros ya sentía ganas de olerlo por todo el cuerpo. Además empecé a imaginarme el tipo de calzoncillos que traía puestos y si se había limpiado bien el ano después de ir al baño.

—Sígueme—dije y tire sus zapatos al piso. Te voy a mostrar nuestra nuestra nueva casa. Como sabrás nos acabamos de mudar.—Lo llevé al piso de abajo y después al sótano.—Este es el calefactor principal de la casa.

—Me da miedo aquí—dijo.

—Es un buen lugar para fiestas de Halloween, ¿no crees?—dije y después olfatee.—¿A que huelen tus calcetines? Creo que hasta aquí puedo olerlos.

—¿De veras?

—Sí. Siéntate ahí—apunté hacia un viejo sofá que estaba en sótano.

—Pero esta oscuro aquí—dijo.

—Solo quítatelos. A ver, te ayudo.

Le jalé un calcetín mientras sujetaba su otro pie. En verdad si le olían a pies de niño. Fingí desagrado; sin embargo, en realidad no me importaba acercarlos mi nariz. Era un lindo niño de linda cara y pies suaves en nuestro sótano oscuro y "tenebroso".

Comencé a acariciarle la planta del pie y él comenzó a reír y a moverse tratando de quitarlo. Después de un rato, sin embargo, se acostumbró y dejó de moverse, por lo que pude acariciarle sus dedos uno por uno.

Ya antes le había tocado los pies a mi hermano, pero tocárselos a un niño desconocido era algo excitante. Cuando ya no aguantaba las ganas, comencé a olérselos de cerca de tal manera que tocaban mi nariz.

—Uff, ¿por qué me los estas oliendo?—dijo.

—Solo para ver si huelen como los de mi hermano.—En ese momento dije lo primero que se ocurrió para justificarme.—Traes los mismos calcetines que usaste ayer, ¿verdad?

—Sí,—dijo apenado—es que se me hizo tarde en la mañana.

—¿También traes los mismos calzones?

—No. Esos si me los cambié.

—Dejame verlos—dije y comencé a desabotonar los pantalones.

El se rió entre dientes y trató de agarrárselos, pero yo le hice cosquillas bajo los brazos para que los soltara—y si funcionó. Logré, entonces, desabrochar y abrírselos lo suficiente como para verle su trusa de dibujitos. Le baje bien los pantalones hasta las rodillas para tener una mejor vista.

—Ponte de pie.—Lo tome del brazo y lo ayude a ponerse de pie.

—¿Para qué?—preguntó él.

Una vez que estaba de pie, se veía lindo con los pantalones abajo y con su trusa. Entonces comencé a pasar mi dedo entre sus nalgas por encima de la trusa.

—¿Te limpiaste bien aquí en la colita?—Le pregunté.

—Sí—respondió con una risita nerviosa moviéndose hacia delante.

—¿Te cambiaste los calzoncillos o son los de ayer?

—Ehm, sí me los cambié.

—Ehm significa que no estas seguro, ¿verdad? Dejame revisar.

Entonces le baje la trusa por atrás y le miré las nalgas. Se veían lindas, suavecitas y rendonditas. Era un niño nalgoncito. Empecé a imaginarme como se rascaba el culito en la escuela cuando le daba comezón Además, el verle las nalguitas tan redonditas me hizo pensar si alguna vez le habían puesto una inyección y si había llorado y forcejeado cuando se la ponían.

Sin pensarlo dos veces, le pasé el dedo por el ano y le abrí las nalgas con mis dedos. Después me olí el dedo. Obviamente olía a popo y al principio me dio asco, pero después me puso más caliente. Entonces, comencé a tocarle el ano mas veces con mis dedos. Mientras tanto, lo único que el hacía era menearse y reírse

—No te limpiaste bien, guac—dije exagerando—¿Cuándo fuiste a hacer popo por ultima vez?

—Hoy en la mañana—confesó riéndose

—¿Alguna vez te pica la colita en la escuela?—Le pregunté. Por extraña razón, el hacerle preguntas indiscretas me excitaba más.

—A veces—admitió.

—Y, ¿cómo lo haces?

—Muevo la cola en mi silla así—dijo y movió las nalgas de lado a lado de una manera graciosa mientras lo seguía tocando con mi dedo. Después, me acerqué más a él y le empecé a tocar por delante sobre la trusa.

—Oye, ¿y no se te moja tu trusa de pipí aquí a veces? O sea, cuando terminas de hacer y a veces tu pito todavía esta mojado.

—Sí, eso me pasa a veces. ¿A ti no?—Preguntó.

—Sí, también. Creo que le pasa a todos los niños.

Le baje la trusa por delante y comencé a acariciarle el pene el cual estaba erecto y calientito. A diferencia de mi hermano, descubrí que a este niño no le habían hecho la circuncisión. Por tanto, empecé a jugar suavemente con su prepucio. Entre tanto el se reía pero no se movía.

—¿Alguna vez te hiciste pipí en la cama?—Le pregunté.

—Cuando era bebe, creo.

—Quiero decir, ¿alguna ves te ganó ahora de niño grande?

—Claro que no—respondió.

—Vamos, dime. A mi también me pasó.

—Bueno, a mi también—dijo—una vez cuando tenía nueve me quede dormido viendo la televisión y no fui al baño.

—¿Que te dijo tu mamá? ¿Te castigó?

—Sí, me hizo que llevara mis sabanas a la lavadora.

—Se me hace que también usabas calzoncitos entrenadores GoodNites, ¿verdad?

—Nop. Nunca.

Mientras lo interrogaba con todo tipo de preguntas aproveché para desabrocharme mis pantalones y me baje mis calzoncillos por delante. Después, me agaché un poco para que mi pene estuviera al nivel de sus nalguitas.

—De cualquier forma, tu te hiciste pipí en la cama como yo lo hacía.

—Fue un accidente—dijo tratando de mantener su dignidad.

—Además te huelen los pies—dije y le puse mi pene entre sus nalgas y me acerque más a él abrazándolo Él se quedó en silencio y noté que su respiración era profunda y más rápida de lo normal, al igual que la mía. Entre tanta emoción hasta mis manos me temblaban mientas le acariciaba su pito parado. Entonces me puse saliva en la punta del mío con mi dedo y se lo empece a empujar en el culito. Con la saliva sentí como le empezó a entrar la puntita.

—¡Auh, auh!—dijo con un suspiro.

—Perdón—le dije al oído y le quite mi pene y lo puse de nuevo entre sus nalgas mientras con mi mano le tocaba su pene y sus huevitos. Dimos unos pasos hacia delante mientras se le salieron bien los pantalones. Con mi otra mano le baje bien la trusa, tan abajo como pude con una sola mano.

Mientras continuaba moviéndome contra sus nalgas, sentí unas gotitas sobre la mano con la que le estaba tocando su pene. Él jadeó y empujo mas sus nalgas contra mi pene.

Las gotitas de su eyaculación hicieron que fuera más fácil acariciarle el pene. Mientras se lo seguía acariciando, comencé a sentir muchas ganas de apretarle más las nalguitas contra mi pene. También, por un momento contemplé la idea de detenerme y lamerle el culito. Estaba yo bien caliente. En lugar de eso, simplemente lo seguí abrazando fuerte y comencé a sentir muchas cosquillas en la punta de mi pene y empecé a eyacular sobre su culito. Sentí como que estaba eyaculando más que nunca. Mi semen entre sus nalgas hizo que mi pene se resbalara mas fácil entre ellas. A los pocos segundos la sensación de mi pene se volvió demasiado intensa y tuve que dejar de moverme. Entonces me quede quieto mientras le besaba su nuca y su cuello. Mi único remordimiento en ese momento era que ni siquiera sabía su nombre; sin embargo, ya había eyaculado sobre él.

Su respiración también eran jadeante. Estábamos medio desnudos en el sótano oscuro y húmedo. Deseaba seguir abrazándolo como lo estaba haciendo y darle unos momentos para que su mente procesara todo lo que estaba sintiendo. Sabía que estaba muy tímido porque yo también lo estaba. Deseaba seguir acariciándolo y estar junto a él, besándole su cuello y, tal vez dejar que se durmiera tiérnamente así.

De repente escuché un sonido de arriba. Sabía que era mi mamá o Miguel.

—Ya llegué, mamá—dijo la voz de mi hermano.

Inmediatamente me se separe del chico y empecé a subirle la trusa.

—Ya llegó Miguel—dije nerviosamente mientras me abotonaba mis pantalones.

—Sí, también yo lo oí—dijo el chico sin dirigirme la mirada. Era claro que se sentía avergonzado.

Tomé sus pantalones del suelo y los desdoblé para que metiera sus piernas rápidamente Se los abotoné y trate de meterle la camisa al pantalón tan bien como pude.

—¿De quién son estos zapatos?—Preguntó Miguel al ver los zapatos de su amigo en la entrada.

—Vamos—le dije al chico y lo tomé del brazo para que se apresurara.

—Pero, ¿y mis calcetines?—Preguntó asustado. Por un momento olvidé que estaba descalzo.

—Ya no hay tiempo—le dije.

Nos dirigimos hacía arriba caminando tan naturalmente como pudimos y nos encontramos con Miguel en la cocina.

—Hola, Miguel. ¿Por qué te tardaste tanto? Aquí.. tu amigo vino a buscarte—dije lo primero que me salio de la boca.

—Hola—se dijeron el uno al otro y se dieron la mano.

—¿Por qué te quitaste los zapatos?—Preguntó mi hermano cuando vio que su amigo estaba descalzo y recordó haber visto unos zapatos en la entrada.

—Tu hermano me dijo que es para no ensuciar la alfombra—dijo sonriendo y miro sus pies.

—Ja, ja—mi hermano rió—nosotros nunca hacemos eso. Si quieres póntelos o quedate así. No le hagas caso a mi hermano.

El chico tomo sus zapatos y comenzó a ponérselos sin calcetines.

—Solo era una broma para el novato—dije—no lo tomes a mal.

—No hay problema—dijo el chico sonriendo mientras se ataba los cordones de los zapatos.—

—Por cierto, ¿como te llamas?—Finalmente le pregunté.

—Daniel—dijo dirigiéndome la mirada de nuevo.

—Yo Carlos—respondí tratando de sonar indiferente con el niño lindo.—Bueno, me voy a descansar un rato. Ehm, si tienes sed o algo, puedes agarrar lo que sea del refri. Siéntete como en tu casa. Ahí luego.

Inmediatamente quise retirar lo que había dicho. Obviamente había sonado amable e interesado hacia el chico—lo cual suena raro viniendo de un chico mayor de catorce años.

—Ahí luego—respondió Daniel con su lindo estilo de voz.

Me fui a mi cuarto sin decir otra palabra. Por un lado me sentía apenado y por otro no podía dejar de pensar en él. Entré al baño y me lave bien las manos. Entonces recordé que sus calcetines todavía estaban en el sótano y me preocupé. No quería que mamá o Miguel fueran al sótano y encontraran dos calcetines en el suelo dado que no hay ninguna lavadora ahí. Por tanto fui discretamente al sótano, los recogí y me los llevé conmigo a mi habitación. De nuevo comencé a pensar en Daniel mientras puse mi nariz sobre ellos. Me recosté en mi cama y cerré los ojos pensando en que tan cerca de mí lo había tenido y como él nunca me detuvo mientras le hacia cosas.

Me comenzaba a quedar dormido cuando oí que tocaban mi puerta. Era mi mamá que me estaba llamado para comer. Rápidamente eché los calcetines de Daniel bajo mi cama un segundo antes de que mi mamá abriera la puerta.

Carlos, es hora de comer—dijo ella.

Bajo en un segundo, gracias, mamá—dije y me levanté rápidamente de la cama y bajé las escaleras. Para mi sorpresa, Dani seguía en la casa y estaba sentado a la mesa junto a mi hermano. Cuando me vio sonrió.

Mientras comíamos, mamá comenzó a hacernos preguntas acerca de nuestro primer día en la nueva escuela y que nos había parecido. Durante la charla, traté de no fijar mucho mi mirada en Daniel. Después de la comida, sin embargo, me quede abajo con ellos a jugar Nintendo Wii en la sala. Esta vez ambos se quitaron los zapatos—Dani sin sus calcetines. No pude evitar empezar a observar sus piecitos y a tratar de hacerle plática. Él actuaba tan natural y bromeaba conmigo como si nada hubiese pasado en el sótano.

Cuando se hizo tarde y ya se tenía que ir, lo único que pude es decirle adiós Deseaba tanto abrazarlo y decirle adiós con un beso. Desde ese día comencé sutilmente a insinuarle a mi hermano que invitara a Dani a jugar. Esa noche me dormí pensando en él con sus calcetines en mi cara. Ellos son los únicos testigos de que lo que paso en el sótano fue realidad y no solo un sueño.

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Comentarios y preguntas a kevindanielallen@gmail.com

© 2008 Kevin D. Allen

Se confiere el permiso de reproducción de acuerdo con la licencia de Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España publicada por Creative Commons la cual puede ser encontrada aquí: http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/