Los pervertidos de Anabel (y 4)

El problema de Zoilín con las mujeres no tenía remedio. Tuvo que buscarse técnicas realmente esperpénticas, pero cada uno vive el sexo como puede... o como le dejan.

LOS PERVERTIDOS DE ANABEL IV

Anabel estaba asombrada con Zoilín. La malformación de sus órganos sexuales no era nada comparada con la patología que había provocado en su psicología, tan sencilla como la de un bebé, en cuanto se le conocía un poco. La fuerza genésica de sus enormes pelotas le obligaba a pasarse las horas pensando en la mujer, en todas sus formas, circunstancias, personalidades, como si fuera una especie de monstruo proteico, un universo femenino absolutamente inagotable, ni siquiera para una fantasía tan delirante y vívida como la suya.

"Yo pude tocar a gusto sus pelotas -me contaba, luego de echarse al coleto otra copa de ron, con el mismo pasmo que la novia de King King debió hacerlo en cuanto recuperó el habla- Johnny y te aseguro que eran enormes, monstruosas y muy peludas. Duras como el acero. Debían pesarle tanto como a nosotras los pechos. Habitualmente llevaba dos pañales sujetos con imperdibles y sus pantalones eran reforzados. Se los hacía un sastre de confianza que incluso había diseñado un modelo de pantalón especial para él. La obsesión de Zoilín radicaba en que no se le notara el paquete, por lo que su amigo hizo un diseño que intentaba hacer ver su monstruosidad íntima como resultado de una malformación conjunta de bajo vientre y caderas. En cierto modo sus caderas recordaban las de una mujer, aunque si se las tocabas vestido te dabas cuenta enseguida que no eran otra cosa que el nudo de los pañales y el refuerzo de los pantalones.

"Se echaba polvos de talco para evitar las escoceduras. Lo que no me sorprende, porque a la vista del tamaño de sus pelotas debería correrse como el reventón de una presa. Pon que lo hiciera una vez a la hora y te imaginarás la bola de semen seco que portaba entre sus pelotas como un escarabajo pelotero. Reconozco que es asqueroso pero me fascina, Johnny. ¡Qué quieres que le haga!. Si la incomodidad que esto suponía era para hacer perder la paciencia a Job, el deseo, constante e incontrolable, le produjo una manía obsesiva que no podía dominar cuando se ponía nervioso o perdía los estribos. Le obsesionaba toda la anatomía femenina pero especialmente los pechos, también el culo, pero eso se notaba menos porque la observada siempre estaba de espaldas. Si su mirada a los pechos se prolongaba demasiado se corría como un alma en pena. De hecho se corría por casi todo: un buen culo, unas hermosas piernas, el canalillo del escote, unas caderas cimbreantes, incluso la imagen del triángulo de venus bajo una bragueta femenina. Tan solo una parte de la anatomía femenina le dejaba indiferente, en ese sentido, y era lo que es la cabeza, hablando estrictamente desde la nuez hasta la coronilla.

"Te puedes imaginar Johnny la dificultad de Zoilín para mantener un primer plano de la cabeza de una mujer, sin dejar que la cámara viera alguna otra parte de la anatomía femenina, so pena de correrse ipso facto. Me contaba que la idea de que sus ojos eran una cámara de cine le ayudó mucho al principio. Cuando se encontraba con una mujer la enmarcaba de nuez para arriba y podía hablar con ella tan pimpante sin correrse. Lo malo fue cuando se dio cuanta de que esto era imposible de mantener durante todo el día. Al contrario de lo que había previsto, sus ojos se le iban tras cada mujer, con un poco de físico y salero, que se encontrara en su camino. Era un martirio, porque con la privación a que se veía obligado cuando estaba de cháchara con mujeres, en cuanto se notaba solo por la calle se ponía morado de tanto mirar y correrse. Hasta el punto que comenzó a llamar la atención y a recibir improperios e insultos, tanto de mujeres como de hombres. Esto le hizo abandonar su sana costumbre de viajar siempre en transporte colectivo o a pie. Comenzó a utilizar el coche hasta para ir a mear. Y esto en Madrid, como en cualquier otra capital de su envergadura, es como comprar todos los boletos de la tómbola de la locura.

"Me contaba Zoilín, Johnny, que llegó a ser un auténtico maestro, mejor que Velazquez, en imaginarse a una mujer desnuda, aunque fuera invierno y ni se le notaran las curvas bajo el abrigo. Imagino que tomaría lecciones de Goya, yéndose al Prado a ver la Maja desnuda, aunque eso no me lo contó ni yo me atreví a preguntárselo. Muchas veces, mientras él reposaba desnudo a mi lado, tras haberse corrido, yo le pedía que me contara alguna de estas historias para ver si terminaba de llegar al orgasmo. Dime, Zoilín, le decía, cómo puedes correrte simplemente mirando a una mujer por la calle. Y entonces él me lo contaba con todo detalle. Tenía una imaginación tan intensa que al contármelo yo me estremecía de placer, como si pudiera ver e imaginarme lo que él estaba viendo y fantaseando.

"Al mismo tiempo era un observador profundo y meticuloso de la realidad. Podía decirte qué vestía una mujer con la que se hubiera encontrado media hora antes o cómo era su rostro, el tamaño de sus pechos, la longitud y el grado de torneamiento de sus piernas, cómo imaginaba que era su sexo, el color de su vello púbico. Era como si con unas gafas de rayos X las fuera desnudando y luego grabando con cámara oculta. No podía creerlo y le pedí que hiciéramos un experimento. En su coche recorrimos varias calles céntricas de Madrid. Cuando nos encontrábamos con una mujer que le gustaba especialmente aparcaba el coche, yo tomaba nota en una libreta de su físico y forma de vestir y nos íbamos a por otra. Terminada la ronda volvíamos a casa y él me iba recitando de corrido y por orden todas las características más llamativas de las mujeres que yo había anotado. Era un verdadero portento. Pero lo realmente sorprendente empezaba cuando me contaba lo que suponía hacían esas mujeres, la vida que llevaban, cómo imaginaba que eran desnudas, su forma de hacer el amor y la manera más efectiva de seducirlas.

"Te confieso, Johnny, que llegué a tener más de un orgasmo oyéndole narrar sus encuentros amorosos, puramente imaginarios, con las mujeres que había llegado a conocer a lo largo del día. No digamos con las famosas. Como periodista de la prensa rosa o del corazón se pasaba las horas muertas persiguiendo famosos, intentando entrevistar a todo aquel que tuviera alguna noticia, aunque solo fuera que se le había muerto su gato. Era un verdadero paparazzi, aunque no quería reconocerlo, de hecho se enfadaba mucho cuando se lo llamaba. Con el tiempo llegó a tener tanta confianza con algunos famosos que éstos le llamaban cuando salían de casa por si quería hacerles fotos o entrevistarles. Le utilizaban cuando querían vender sus exclusivas, para desmentir esto o aquello, para oponerse a otro colega que les había chafado la exclusiva de la boda o el bautizo. Zoilín era un correveidile de primera y todos le respetaban y querían. Especialmente se llevaba bien con las famosas. Las mujeres le atraían de tal forma que era dulce como el almibar con ellas, les hacía la pelota con verdadera adoración y nunca salió de sus labios una palabra que no fuera elogiosa a su figura, su persona o lo que fuera. Incluso podían hablarle de ropa, de acicalamiento o decoración. De todo entendía Zoilín y su consejo era palabra santa.

"Con el tiempo algunas de ellas notaron lo que yo supe enseguida y Zoilín les contó su capacidad multiorgásmica con objeto de atraer su curiosidad y lograr acompañarlas en sus majestuosos lechos. Solo unas pocas picaron, porque el aspecto de Zoilín no era precisamente para querer saber a toda costa cómo le picaban los bajos. Estas atrevidas descubrieron como yo que nuestro amigo era un portento hablando de pelotas. Por un momento pensaron que su colita debería corresponderse con sus acompañantes y entonces no le dejarían ni a sol ni a sombra, Zoilín se convertiría en el árbol a cuya sombra se cobijarían el resto de sus vidas. Sus intentos fueron vanos y la decepción tan intensa que algunas de ellas dejaron de hablarle y no quisieron volver a tenerlo cerca nunca más. En cambio otras disfrutaron de la novedad y le pedían que asistiera a sus fiestas de perversión y desenfreno solo para que amigas escogidas, con las que deseaban reconciliarse o quedar muy bien, pudieran asombrarse de aquel prodigio de la naturaleza.

"Esa es una etapa muy sórdida en la vida de Zoilín que me contó solo a cuentagotas. Durante un tiempo fue el bufón íntimo en muchos gineceos famosos, pero lo que consiguió de placer al ver en paños menores a sus adoradas del alma, lo perdió en humillaciones y vejaciones sin cuento. Esto fue aprovechado por Lily para lograr que Zoilín colaborara en pillar en pelota picada y en malas compañías a la famosa de turno que deseaba le hiciera algunos favores especiales, a cambio claro de una buena propina. Lily para eso fue siempre muy generosa. Pero ese tema de las famosas ya te lo contaré otro día, que se nos está haciendo tarde.

Anabel había calentado motores y estaba deseando llevarme a una discoteca, bailar salsa hasta el desmelenamiento y luego rematar en su casa en una orgía perfecta y larga, muy larga. Pedí la cuenta y nos fuimos caminando del bracete por la calle. Hacía una noche de verano muy recalentada, como acostumbran a ser las noches de agosto en Madrid, y preferimos sudar al aire libre en lugar de hacerlo dentro de un taxi. Anabel llamaba la atención con su faldita corta hasta los muslos, su escote de asalto y aquella forma sandunguera de mover sus caderas. Recibió muchos piropos y miradas lujuriosas y desenfrenadas. A mi me miraban con recelo, como temiendo que el marido de la portento se enfadara y les diera su merecido. Imagino que eso era algo de temer dada mi altura y la envergadura de mis músculos, bien cuidados en el gimnasio. Nos reímos un rato y pronto mi acompañante volvió al tema de Zoilín. Quería seguir contándome su azarosa vida pero no sabía dónde habíamos quedado. Yo no podía ayudarla porque estaba deseando dejar que ella se apoderara de mi cuerpo en la danza. Me había comentado que no llevaba bragas y estaba también un poco preocupado por la que se podía montar en la discoteca.

Durante un rato dejé que me contara cómo había sido el encuentro de Zoilín con Lily, algo digno de ser inmortalizado para la posteridad en una película. Luego quiso contarme una anécdota muy divertida de Zoilín metido a celestino en una relación muy discreta y morbosa de una famosa con un político, pero yo no la dejé continuar. Me encantaban las andanzas de aquel personajillo pero lo que yo necesitaba ahora era ver a mi amiga Anabel en acción. La diosa de la danza iba a provocar un terremoto y la explosión de mil volcanes en la discoteca. Sentir su cuerpo junto al mío, sujeta por la cintura, mientras dábamos vueltas y vueltas, ante la envidia de todos y todas, era una emoción demasiado intensa como para desperdiciarla con más historias de Zoilín. Paré un taxi y le pedí al taxista que se diera prisa, habría propina.

Y aquí termina, provisionalmente, la historia de este ridículo pervertido que daría fin a su vida con un gesto heroico, inimaginable para quienes solo vieron en él un monstruito divertido. Nadie que no haya vivido la soledad y la marginación más extremas, que no haya apurado hasta las heces el cáliz de ser un anormal en una sociedad donde la norma lo es todo o casi todo, podrá entender nunca el gesto de este hombrecito. Por cariño hacia Anabel fue capaz de jugarse el cuello para que Gervasio y sus matones, con la inestimable ayuda de Johnny, pudiéramos rescatar a Lily de entre las garras de la mafia rusa que la había secuestrado buscando apoderarse de los suculentos negocios que manejaba en la sombra. Y lo perdió. Zoilín fue señalado fácilmente como quien dio el soplo de donde se encontraba Lily. Antes de que el escuadrón de Gervasio pudiera apoderarse de Piotr, el jefe mafioso, Zoilín fue torturado salvajemente y luego decapitado como un samurai, honor que ninguno de ellos comprendió, pero que a mi me pareció todo un símbolo.

Queda mucha biografía por contar de este sorprendente pervertido. Su estancia en París donde su tía le utilizó como remedio a su soledad. Las prostitutas de Pigalle que le acogerían muchas noches en sus lechos a cambio de permitir que algunas damas de la alta sociedad pudieran ver su monstruosidad más íntima. Pero sobre todo su regreso a España donde triunfaría en el periodismo rosa a base de chantajes y viles servicios. Pero creo que estas aventuras merecen una nueva seria: Los famosos de Lily. En ella narraré cómo muchos famosos cayeron en las garras de mi dulce panterita, quien, a cambio de un mecenazgo o una protección, los utilizó como carne de primera para atraer a la creme de la creme de la riqueza y la aristocracia europeas. Yo tardaría en descubrir esta faceta oculta de Lily. Fue mecenas de famosos actores y directores de cine europeos y americanos, encumbró a escritores y artistas desde la nada y con mano férrea dominó y controló sus carreras. A cambio mi patrona recibió favores que no se pagan con dinero. Aún queda mucha tela que cortar en esta túnica folletinesca. Si tengo salud, y no me aburro antes, ustedes llegarán a conocer todos los entresijos de esta historia. La cara oculta de una sociedad que esconde tabúes en armarios y bajo lechos de rosas.

FIN