Los Pecados de Victoria

Las sábanas arrugadas por el encuentro de la noche anterior, cubrían su cuerpo desde las caderas hasta los tobillos. Parecía una pintura en degradé, desde el tono más oscuro de su cabello en penumbra, hasta el claro de sus pies blancos al descubierto.

LOS PECADOS DE VICTORIA

Por: Giovanna

Un hecho traumático en su infancia y situaciones familiares que la hacen pensar que no es amada, conducen a Victoria por un camino tortuoso y equivocado a lo largo de su vida. Ella no es la protagonista ideal de un libro porque está muy lejos de ser la mujer perfecta, virginal e inocente que abunda en las historias contemporáneas. Tiene una relación de amor–odio con el sexo y con los hombres, así como una personalidad vulnerable y masoquista.

Clasificado por su autora como un libro “erótico dramático", Los Pecados de Victoria es narrado en primera persona, íntimo, personal, en ocasiones excitante por las historias que narra y otras veces triste, por las situaciones que debe afrontar la protagonista en su búsqueda desesperada de la felicidad.

CAPÍTULO 1

Mentiría si afirmara haber dormido esa noche más de una hora seguida. Con el cuerpo encalambrado por la falta de movimiento, miré el reloj que reposaba en la mesita de noche y los enormes números rojos me indicaron que eran un poco más de las cinco de la mañana. Las primeras luces del alba se colaron por el borde de la ventana y me confirmaron que esa larga noche llegaba a su fin. Me pasé las manos por la cara y cuando suspiré con cansancio, ella se dio cuenta que estaba despierto y se removió perezosa, como tratando de robarle unos segundos más a algún sueño furtivo. Se encontraba tumbada boca abajo en la cama y no alcanzaba a ver su rostro.

Mi cuerpo estaba ahí, pero mi mente divagaba, ocupada en pensamientos que me atormentaban ya hace algún tiempo.

—¿Te parezco bonita? —preguntó a secas, sin un buenos días , sin volverse hacia mí, y con esa voz ronca que caracteriza las primeras palabras que se dicen al despertar.

Desde luego que era bonita, pero su belleza no era sugerente, provocativa o del tipo que hace girar cabezas en la calle, sino de esa que causa que uno se enamore sin darse cuenta. Lo que llamaba la atención de su pregunta era la inseguridad que se escondía detrás.

Las sábanas arrugadas por el encuentro de la noche anterior, cubrían su cuerpo desde las caderas hasta los tobillos. Parecía una pintura en degradé, desde el tono más oscuro de su cabello en penumbra, hasta el claro de sus pies blancos al descubierto. En sí misma era una metáfora: luminosa y a la vez oscura, como todos.

Acaricié su nuca y continué lentamente hasta la parte baja de su espalda desnuda, sintiendo la suavidad de su piel. Bajé la mano aún más, hasta alcanzar sus nalgas y entonces se giró para mirarme con esos ojos soñolientos que me cautivaban.

—Claro que lo eres —contesté— pero roncas igual que una locomotora.

Chu chu... tiqui tiqui ... —dijo imitando el ruido de la máquina con la cual la había comparado, mientras me hacía cosquillas.

Con un giro dominante logró someterme y subirse encima de mí. Aunque al comienzo, y por mi propia salud mental, sentí ganas de marcharme y huir de su lado, ella logró su cometido. Me rendí a su juego y permití su asalto. Mi cuerpo perdió la voluntad y se entregó al suyo, y mi miembro traidor empezó a palpitar suavemente y a crecer bajo el calor de su pubis.

Dejé de pensar mientras sus labios marcaban un largo camino de dulce saliva por mi pecho; cada vez más y más abajo, peligrosamente cerca de mi desleal amigo y al llegar a su altura detuvo su rosario de besos. Mis ojos hasta ese instante entrecerrados se abrieron un poco y se encontraron con su mirada divertida y oscura, sus húmedos labios ligeramente abiertos y sus senos colgando indefensos, mecidos por el temblor expectante de su pecho.

El tiempo se detuvo debido al castigo impuesto por esos labios carnosos, durante esos segundos que me privaron de su calor y humedad, de su bendita fricción cerrándose (¡por fin!) sobre mi carne tiesa y vibrante. Mi vida se había partido en dos hace tiempo, en el antes y después de saber lo que era una mamada suya y no sé por qué nunca se lo dije, tal vez porque era un poco grotesco decirle eso a una mujer, aunque conociéndola lo habría recibido como un halago.

Sabía detenerse en el momento justo y esta vez no fue la excepción. Incorporándose compartió mis propios sabores en un beso dulce y sutil, como si esa boca no fuera la misma que me había hecho enloquecer minutos antes, esa no había tenido nada de sutil.

Deslizó el resto de su cuerpo sobre el mío mientras mi falo, en una maniobra ya aprendida de memoria, se perdió en su interior, lentamente, sintiéndola, disfrutándola palmo a palmo. Mis manos por su parte, se posaron en su cintura para ayudarla en su lento pero firme movimiento.

Su rostro transformado por el placer me trajo a la memoria el día que la vi por primera vez años atrás, en el primer semestre de la universidad, cuando aún era soltera. Desde el principio me llamó la atención la tristeza en su mirada y el modo que tenía de perderse por horas en sus pensamientos, fingiendo prestar atención a las clases. Además, coqueteaba de una extraña manera, más bien tierna, casi infantil; la realidad es que se llevaba mejor con los hombres que con las mujeres. Ese no era mi problema, yo tomaba lo que necesitaba de su ser y, al parecer en un acuerdo tácito, ella hacía lo mismo conmigo.

Cuando alcancé el clímax, se apartó de mí girándose de nuevo hacia la ventana como ya era costumbre. Me abracé a su espalda aspirando su aroma y nos quedamos en silencio, a la espera del inevitable momento en que se levantaba para lavar de su cuerpo cualquier vestigio de mí y luego vestirse. La llevé a unas cuadras de su casa donde le dije adiós con un último apasionado beso. Ella no lo sabía, pero siempre me quedaba unos minutos más, observando desde mi automóvil cómo se alejaba mientras admiraba el contoneo de sus caderas al caminar. Entonces me invadía un sentimiento de desazón y soledad que parecía gritarme que dejara las cosas hasta ahí, que para mí ya no funcionaba lo de tener un poco en lugar de nada.

Confieso que traté de alejarme varias veces, pero siempre la buscaba de nuevo. No soportaba imaginarla plantada en la pequeña habitación que nos esperaba el último martes de cada mes. Allí nos veíamos para gozar de sexo sin compromisos, sin promesas, sin ataduras y estábamos más que conformes con el acuerdo, o por lo menos ella. Yo lo estuve hasta ahora.

Durante los últimos años solo había escarbado la superficie de su complejidad y a la vez sabía que la conocía mejor que cualquier otro hombre. También presentía que no era, ni sería, su único amante, porque según sus propias palabras, no era su intención serle fiel a nadie.

(Continuará?)

Para todos los que me conocieron en esta página como Horny y también para los que hasta ahora me leen, los invito a seguirme como Giovanna.

Espera en el 2017 el lanzamiento de mi primer libro “Los Pecados de Victoria” y para que la espera no sea tan larga búscame en mis redes sociales:

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Besos húmedos, Giovanna <3