Los pecados de Marga (2: PEREZA)

El Diablo se vistió de gala, pero no quiso salir a bailar conmigo... Y yo sucumbí a la Pereza. Maldita la hora...

**LOS PECADOS DE MARGA:

PEREZA

(2)**

[ Estoy haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad para escribir estas líneas. Tengo mucho sueño. Esta noche he sucumbido a la Pereza, aunque no ha sido una experiencia excesivamente placentera: me siento insatisfecha.

El caso es que si no escribo esto ahora, mañana ya no podré hacerlo. ]

Cuando sentí la mano de Horacio, mi marido, sobre mi espalda desnuda, contuve la respiración. Me concentré en su tacto suave pero firme, imaginándome aquella mano sobre mi espalda, con sus largos dedos extendidos sobre mi piel, siendo consciente de que la ligera presión de la yema de sus dedos me estaba marcando como un estigma.

Aunque eso Horacio no podía saberlo, claro. Desde mi pequeño tributo a la Gula con aquellos tres desconocidos mi marido no me había tocado. Y ya han pasado exactamente seis días desde que ocurrió " aquello" . Me parece increíble. Pero si…seis días. Seis largos días sin sexo, pero vividos bajo el dulce influjo del recuerdo de la Infidelidad. Tengo la sensación de que han pasado siglos. Milenios. Me siento mucho más vieja, más experimentada, más…completa. Pero en absoluto arrepentida. Eso jamás.

Últimamente mis sentidos están tan despiertos como nunca. Y sin embargo fue en aquel instante, ni antes ni después, sino justo al sentir la mano de Horacio sobre mi espalda, allí, tendidos sobre nuestra cama, yo boca abajo y él a mi lado, en silencio, tan indefensos en nuestra desnudez, con el olor de la noche inundando la penumbra de la habitación cuando el Deseo, ese animal dormido en mí desde hacía seis días con sus noches, despertó endureciéndome los pezones hasta casi hacerme suspirar de dolor.

Entonces decidí que aquella sería la noche en la que cometería el pecado de la Pereza.

Permanecí callada, sin apenas respirar, ignorando las caricias de Horacio, cuya mano ya lindaba con el final de mi espalda y el inicio de las partes nobles de mi retaguardia. Supongo que al ver que yo no reaccionaba pudo pensar que yo ya estaba dormida, pero no se dio por vencido. Mi marido no. Especialmente los días en los que llega cansado del gimnasio. Parece raro, seguramente lo es, pero cuando hoy llegó a casa casi a las 11 de la noche diciendo que estaba molido, supe que más tarde me iba a dar guerra.

Sus dedos destilaban puro fuego y a mi se me formó un algo en el centro del vientre que pronto ascendió sin transición a la garganta, donde formó un nudo que me ahogaba. Estaba tan rendida y tan ansiosa por que me siguiera tocando, que cuando quise darme cuenta ya estaba suspirando quedamente. Horacio me acarició la piel como si fuera la primera vez que la recorría. Era delicado, dulce, exquisito en sus movimientos. Para cuando sentí que bajaba a la altura de mi culo y que paseaba apenas sus labios sobre la piel, yo comencé a notar los flujos de mi sexo deslizarse hacia fuera. Me imaginé que salían de mi, abundantes, y que alcanzaban a empapar las sábanas, y eso me excitó sobremanera… estuve a punto de olvidar mi propósito, pero pude contenerme. Oí que Horacio murmuraba algo, pero no me esforcé en escuchar. Se colocó entre mis piernas y me obligó a levantar la pelvis, de tal suerte que quedé tumbada boca abajo, pero a partir de la cintura hasta las rodillas (me apoyaba en ellas), tenía el cuerpo levantado, con el culo en pompa y con las piernas abiertas, presentándole el espectáculo de mi sexo latente y brillante de jugos. Me acomodé, poniendo los brazos debajo de la cabeza mientras Horacio reía feliz

  • "Hoy estás perezosa, ¿eh, gatita?... pues muy bien… ¡vamos a ver si soy capaz de espabilarte!"

Pero yo ni caso. Y lo mejor de todo es que no me sentía culpable… me hizo mucho bien oír su risa, saber que la situación le estaba resultando divertida. De pronto me lamió el sexo enterito, de abajo arriba, hasta el esfínter… ¡ah, era el Paraíso! Morir y ascender a los Cielos debía de ser así. Ya podría haberse acabado el mundo que a mi me hubiera dado igual. Y lo mejor de todo es que lo visualizaba… si, hasta ahora no me había pasado, pero jamás había estado tan entregada a Horacio, era… se había convertido en un ritual, una celebración. Trataba de "ver" en mi mente a Horacio allí, arrodillado entre mis piernas y a cuatro patas, sujetándome el muslo derecho con una mano y pasándome su áspera lengua por el sexo, mi sexo… abierto solo para él, brindándoselo.

Me estremecí, pero no me dio tiempo a recuperarme de la sensación, pues enseguida me hizo girar sobre la cama para ponerme frente a él. Me observó desde abajo con ojos felinos, una mirada entornada que apenas pude ver con claridad. Me sentía como atontada en esa especie de extraña calma que anuncia la tempestad. La ansiedad que me provocaba el cuerpo desnudo de Horacio, me estaba carcomiendo las entrañas, pero debía aguantar. Le vi descender muy lentamente hacia mi sexo, sin dejar de mirarme, hasta que hundió la cara en mi sexo a la vez que aspiraba con fuerza mi olor, mi esencia… tuve que agarrarme a la sábana como pude, me sentía ida. El hecho de estar pensando continuamente que no podía hacer nada me excitaba demasiado, era casi inaguantable. No puedo describir esa sensación. ¿Impotencia? ¿Entrega?... Abandono. Total y absoluto. Esa sensación. Pensar: "Que hagan conmigo lo que quieran". Dios… me estoy volviendo a excitar al escribir estas líneas. Ojalá pueda llegar hasta el final sin tener que… masturbarme. Tengo que escribir esto antes de dormir.


( Ya, ahora me siento un poco mejor ).

Como decía, Horacio estaba irreconocible. Jamás hasta ahora se había portado así; parecía un animal salvaje y primitivo que acabara de descubrir al cazador que iba a darle muerte, no sé… parecía furioso, estaba poseído por una especie de alegría desenfrenada, báquica. Y yo era una fuente humana de fluidos. Todo mi ser se redujo a eso cuando acarició el borde de mis labios, separándolos con ambas manos para descubrir el clítoris. Estaba empapada, dentro de mi mente todo parecía flotar en una espesa y tibia humedad. Sentí su cálida lengua penetrando en mi vagina y entonces ya no pude más… supongo que grité, siempre he sido muy gritona. Lo siguiente que recuerdo es una especie de blancura espesa sobre mis labios y una de las manos de Horacio deslizándose por mi cuello hasta el pezón izquierdo, que pellizcó con fuerza. Después vino una calma momentánea… y entonces ocurrió algo que… en fin, Horacio me introdujo un dedo por el ano. El caso es que no me dolió porque estaba muy lubricado, pude sentirlo, pero me sorprendió. Arqueé el cuerpo no sé si de rabia, de impotencia o de placer mientras él seguía estimulándome el clítoris con la lengua, una mano sobre mi pecho y aquel dedo introduciéndose cada vez más y más

Mantuve los ojos cerrados, sintiendo cómo me flaqueaban las piernas. Sacó el dedo de mi esfínter y me acarició la parte baja del culo mientras seguía chupándome, mordisqueándome, hasta que, entre convulsiones, me corrí enterita. Me quedé exhausta, tendida de espaldas en la cama, bañada en sudor y jadeante, con los ojos cerrados y con la sensación de estar agotada pero aún insatisfecha.

Odio esa sensación. Pero aún sabía que el espectáculo no acababa ahí, al menos no hasta que Horacio se desahogara dentro de mí. Y así lo hizo. Me penetró una y otra vez, pero le noté inquieto. No es que fuera una cadencia suave de movimientos, es que directamente no había cadencia, ni embestidas, ni nada. No había ritmo, consonancia.

Abrí los ojos y le miré, pero él se había adelantado a mí, y el insondable abismo de sus ojos ya estaban fijos en mí y yo… yo no pude sostenerle la mirada. Eché la cabeza a un lado pero él me sujetó firmemente del mentón y me obligó a mirarle. Entonces todo mejoró. Me hizo el amor suavemente, como la primera vez, cuando sin dejar de mirarnos a los ojos procurábamos torpemente acabar corriéndonos a la vez… fue muy dulce. Por un instante casi me arrepentí de todo, de haberle sido infiel, de mis estúpidos proyectos… de no ser una mujer totalmente entregada a su marido

Pero todo acaba.

Nada es eterno.

Y cuando todo acabó, él, como siempre, se dio media vuelta y se quedó medio dormido. Sentí cómo la rabia me subía a borbotones por la garganta. La sensación de impotencia, de sentirme insatisfecha era asfixiante. Fue como caer desde mil metros de altura sin paracaídas. A veces las cosas resultan ser engañosas.

No, nada es eterno. Ni tan siquiera la magia, esa magia.

Así que solo me quedó la resignación. Y mis manos. Suspiré y cerré los ojos. Comencé a sobarme lentamente los pechos hasta que los pezones se me pusieron duros. Pensé que eso tal vez estropearía mi estado de pereza obligada, pero me dio igual. Lo necesitaba. De pronto, sin avisar, me vino a la mente la dulce imagen del chico de las rastas penetrándome y sentí como la excitación de nuevo afloraba a la superficie de mi piel. Deslicé las manos por mis costados, sintiendo la suavidad, rememorando el sabor del champán mezclado con el semen y llegué a mi hirviente sexo… me introduje dos dedos, el índice y corazón, y me exploré a mi misma, acariciándome las paredes vaginales, tratando de retener los gemidos, por aquello de no despertar a Horacio


Y ahora estoy aquí, en el salón de mi casa, a media luz y sola. Escribiendo esto.

Estoy cansada.

Y triste.

Algo está pasando, siento vértigo, y no sé si saldré victoriosa de toda esta historia que me estoy montando, pero… presiento que va a ocurrir algo.

No estoy dispuesta a echar a perder mis siguientes 5 pecados. A partir de hoy, la Pereza queda desterrada. No puedo dejar que el Fracaso me derrote. No ahora, cuando el sexo, hace tan solo una semana, cobraba verdadero sentido

Y lo peor de todo es que ahora ni siquiera estoy segura de Horacio. Ya no es como antes. Cuando uno se pregunta si realmente ama…es que ya no hay amor.

Solo la Nada. El Desengaño.

Porca miseria.

Esta noche el Diablo se vistió de gala, pero no quiso salir a bailar

Aliena del Valle

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