Los olivenza (8)

El Club de los Centuriones se clausura después de un desafortunado y violento incidente. En la actualidad los hermanos César y Víctor aprovechan la ausencia de Telmo para hacer follar y recordar cómo fue la primera vez cuando eran críos.

LOS OLIVENZA

(8)

MARCOS

Efectivamente, fueron suyos. Mientras mantenían las formas de conducta frente a la sociedad, cuando se reunían en el Club, todo cambiaba. Se entrenaban, luchaban, competían, pero en el "Santuario" se desinhibían de cualquier rastro de comportamiento social para dar rienda suelta a todos los deseos que habían adquirido.

Un día apareció el que fue la causa de la disolución del Club. Baltasar Gracián del Río. Un joven fascista que se había hecho rico a causa de delatar a gente del pueblo sin otro fin que el de quedarse con sus tierras.

Era arrogante y soberbio. Uno de los gemelos le había comentado sobre el Club y Baltasar se interesó enseguida por participar.

Era un hombre gradullón y gordote, con un físico blancuzco y blandengue. Infante lo miró y no entendió muy bien que hacía allí. -¿Sabes a lo que has venido?. ¿Sabes el entrenamiento que hacemos aquí?.

Baltasar dijo que estaba dispuesto a todo. Que amaba el espíritu del Impero Romano y que estaba dispuesto a lo que fuera...¿A lo que fuera?. Enseguida se dieron cuenta qué era "lo que fuera".

Por su torpeza fue una y otra vez el último de la lista. Se le castigó una y otra vez y el disfrutaba con los castigos más que con los entrenamientos.

Un día, después de haberle azotado dijo en alto. Quiero que alguien me folle. Quiero ser uno más y quiero que sea Gonzalo el que lo haga (Gonzalo era uno de los gemelos). Infante dio el visto bueno y el chico lo penetró. Pero Baltasar comenzó a comportarse de manera distinta, gozaba como un loco, hacía unas muecas extrañas. Cuando acabó el gemelo, gritó -¡Quiero más!. ¡Quiero otra polla!. El otro hermano le dio placer y cuando acabó volvió a pedir más.

-Baltasar, ya has tenido suficiente- Le dijo Infante.

  • Ahora no soy Baltasar soy Sara, soy la puta Sara, la guarra Sara, y Sara quiere más pollas. ¡Más pollas!.

Todos se miraron impactados. Baltasar se dio cuenta de lo que había dicho y comenzó a sollozar. Infante le quitó las muñequeras y dejó que cayera al suelo. Allí, hecho un ovillo y sollozando, se fue calmando. Se levantó se sacudió no se sabe qué de las rodillas y dijo con altanería - De esto, ni una palabra a nadie. Si me entero de que esto sale de estas paredes os mato. Os meto una bala en la cabeza. Y sabéis que soy capaz de hacerlo.

Marcos e Infante comentaron que este animal no podía continuar en el Club, pero no sabían como hacerle frente, tal era el poder que tenía y el daño que les podía hacer...Hasta que otro día llegó en coche con un joven atado y con la cabeza tapada con una capucha. Lo tiró al suelo y dijo -¡Llevadlo adentro!. ¡Hay que azotarlo y sodomizarlo!.

Infante se enfrentó a el y le dijo que al club solo se entraba de manera voluntaria. Nunca por la fuerza y menos para torturarlo. Quitó la capucha al joven y no dio crédito a lo que veía. Era un niño de doce o trece años, muy humilde, aterrorizado y tembloroso.

Marcos se le acercó, le pasó un brazo por los hombros y le dijo que no tuviera miedo que no le pasaría nada, y enfrentándose con Baltasar le pegó un bofetón con el dorso de la mano que le hizo volver la cara y le espetó - Eres un hijo de puta y te vas de mi casa en este momento. ¡Te vas y no vuelvas a aparecer nunca más!. ¡Cabrón!.

El Balta, se irguió y dijo que el no era nadie para echarle del Club si no había consentimiento mayoritario. Que votaran. ¡Un fascista diciendo que alguien votara!. ¡Era la hostia!.

Marcos e Infante le miraban sin dar crédito. Marcos no había tenido un sentimiento más dañino en su vida que la ira que en ese momento de invadía. Preguntó al grupo si alguien quería que se quedara. Nadie levantó la mano.

  • Ahora sales de mi hacienda y no vuelvas nunca más. No quiero volverte a ver en mi puta vida. Cerdo de mierda. Enfermo, que eres un enfermo de maldad. ¡Largo!.

Al día siguiente, Infante fue a hacerse cargo de la familia del zagal, que se llamaba Ángel, que se reducía a su madre y su hermana gemela Angelita. Marcos había decidido hacerse cargo de ellos.

A partir de ese momento, tanto Infante como Marcos se dieron cuenta del germen que podían estar creando y decidieron poner fin a la aventura.

El joven habló con su padre, David, que llevaba tiempo enfermo y le convenció de que las tierras de Extremadura ya no eran rentables y que debería venderlas, a excepción de la casona, e invertir el dinero en el negocio de los vinos en Portugal. Volvieron a Oporto el entrenador con su pupilo acompañados de María y sus dos hijos.

Y allí comenzaron una nueva vida.

CÉSAR Y VÍCTOR

Nombres muy acordes con lo que acabo de narrar.

Víctor aprovechó que Telmo se había ido con su madre de compras a la ciudad para hablar con su hermano. Se acercó a la piscina donde estaba leyendo, se sentó a su lado y le dijo que tenía que hablar con él de algo muy serio.

César le miró con extrañeza - Dime. ¿Pasa algo?.

Víctor se sirvió un vaso de té helado bebió. Dejó que el líquido pasara por la garganta  y comenzó a contarle todo lo que había pasado con su hijo. Todo. Con pelos y señales.

César le miraba fijamente y asentía.

-Vamos dentro- Le dijo.

Víctor le siguió hasta el salón. Su hermano se sentó en el sofá y le indicó que se sentara junto a el.

  • Sabes que eres la persona que más quiero en este mundo. Por supuesto que quiero a mi mujer y sobre todo a mi hijo, pero tu sabes desde hace tiempo que a la persona que más quiero, y tu sabes porqué, eres tu.

Víctor fue a responder, pero su hermano le hizo un gesto para que callara.

César era César, siempre tuvo un poder y una fuerza que su hermano nunca fue capaz de cuestionar. Aún al día de hoy, César imponía y Víctor aceptaba. Aparte de la atracción que siempre había sentido por el. La belleza, el vigor y la bondad que transmitía le desarmaba y le dejaba a su disposición.

Le acarició el cuello y con solo ese contacto Víctor vibró. Acercó la cara a su hermano y le miró a los ojos mientras le acariciaba la nuca. Víctor se deshacía con su hermano. Muy cerca...muy, muy cerca, César comenzó a hablar - Víctor, te lo pido por favor...cuidale, no le hagas daño, se tierno y comprensivo, es un niño...bueno, un joven. Si tiene claro lo que quiere, me parece bien, pero ten cuidado, por favor.

César se fue acercando  a su hermano hasta tocar frente con frente, se rozaron las narices y los cálidos labios de su hermano rozaron los suyos. Víctor abrió los ojos para ver la belleza de los de se hermano. Los cerró y esperó a que sus labios volvieran a besarle. Al fin llegaron y su lengua entró por la rendija para llegar a los dientes. Como siempre, desde chicos, el mayor esperaba el permiso del menor para introducir la lengua. Víctor le dio el permiso y las lenguas se encontraron.

La sensación de placer que recibían no se puede explicar. Eran uno y eran todo. Se amaban con placer, con tranquilidad, desgustándose y gustándose. Se besaban el cuello, se mordisqueaban  los lóbulos, se lamían los oídos, se besaban los párpados y volvían a la boca.

Mientras, se acariciaban se daban pequeños tirones en el vello del pecho y de alrededor de los pezones, se abrazaban para sentir el calor de sus cuerpos.

  • Me gustas tanto- decía Víctor- me encanta tu pecho....cuando veo el cuello de tu camisa abierto y veo estos pelitos...te comería...

César se sonrió - No te digo cuando yo te veo con ese bañador que llevas...eres un cabrón....me pones a mil...

  • Somos un poco cerdos ¿No?

  • No se...bueno, un poco... pero te adoro.

Víctor no pudo soportarlo más y le comió la boca. - Quiero que me lo hagas. Lo necesito....hace tanto tiempo...soy tuyo...y no lo aprovechas, joputa.

César no pudo más que reírse y apretar el cuerpo de su hermano. - Me gustas tanto que es un peligro. Si te tuviese cerca todo el  tiempo no se que pasaría.

  • No me digas esas cosas que me pones más aun...¿vamos a mi cuarto, como cuando eramos pequeños?.

César se levantó, cogió de la mano a su hermano salieron del salón.

Cuando llegaron a la habitación de Víctor, el mayor comenzó a desabrocharle la camisa y la dejó caer, le acarició el pecho y los hombros. -¿Te das cuenta del lo guapo que eres, del cuerpo que tienes?

El pequeño le quitó el polo al mayor y según descubría el cuerpo, le miraba y se asombraba de la belleza que ocultaba esa ropa. No pudo contenerse cuando los sobacos quedaron al aire y los besó. A César le dio cosquillas y rió - No he podido contenerme me gustan tanto- se disculpó el menor.

  • No seas idiota. Ven.

Le cogió de la mano para acerarse al espejo de cuerpo entero y se pusieron delante - Mira que hermano tengo. ¿Hay algo más guapo?

  • Tu

La verdad es que eran dos ejemplares magníficos. Más o menos de la misma altura, morenos, uno con el pelo y el vello liso, otro rizado, uno con los ojos negros como carbón, el otro tirando a verdosos, los cuerpos de músculos finos y sin una gota de grasa, tenían un aire de familia pero eran diferentes.

  • Venga, vamos a quitarnos las bermudas.

¡Dios mío, que dos ejemplares!. Si de cintura para arriba eran de mareo, de cintura para abajo eran de desmayo. Lo que habían descubierto no debería estar permitido. Las piernas de deportista cubiertas de vello que se espesaba en la entrepierna y que daban cobijo a dos miembros preciosos. En eso se parecían más. Oscuros, sin circuncidar, con la piel cubriendo los capullos que se anunciaban grandiosos, unas venas recorriendo los falos para darles un aspecto un tanto canalla.  Se miraron en el espejo.  César puso la mano en la entrepierna de Víctor. Se giraron, se miraron a los ojos  y comenzó el placer que esperaban y que conocían desde siempre. La liturgia que habían creado.

Primero se comían las bocas con pasión mientras se abrazaban y sobaban para que la calentura llegara a las polla y que tomaran el tamaño necesario. Luego, César le acariciaba las tetas a su hermano, le pellizcaba los pezones hasta que parecieran  tachuelas. Esto le daba un morbo a Víctor que, inmediatamente  se ponía de rodillas para buscar el cipote de su hermano y lamerlo como un perro hasta que notaba que comenzaba a fluir. Entonces se detenía  en el capullo para absorber el jugo. Sabía que comenzaría a escuchar gemidos de placer y entonces se alzaría para subir los brazos de su hermano y lamerle, olerle y besarle las axilas. Luego, su hermano haría lo mismo con las suyas y el notaría una descarga que le corría por la espalda.

Ahora tocaba que César bajara hasta su tranca para masajearla y engullirla y el sentiría una descarga que se tragaría y un placer que sólo le proporcionaba su hermano.

Se calmarían un momento mientras se tumbaban en la cama, se miraban, se besaban, se abrazaban y comenzaban a acariciarse otra vez. Lentamente, poco a poco, todo su cuerpo, incluyendo los ojetes que pedían a gritos un poco de atención.

  • Siempre me ha gustado como hueles cabrón- le dijo el pequeño al mayor- Hueles como a cuero. Me pone a mil.

César no pudo contener la risa - Siempre tienes que decir algo que me saque de situación. Eres la hostia.

  • Pero te gusta ¿A que sí?

  • Ven que te voy a comer la boca...para que te calles- decía entre risas.

Tenían esa relación de tiempo en tiempo, pero merecía la pena. Era tanto el amor que se profesaban que incluso la habitación respiraba tranquilidad.

Luego venía el obligado 69. La mamada conjunta.  Se iban girando en la cama hasta que la verga del uno llegaba a la boca del otro. Se las lamían, se las chupaban, se las mamaban, de acariciaban los huevos y los ojetes, se lamían los dedos para darse placer en la entrada del círculo, gemían de placer, se podían comer el culo como los muslos, los escrotos, o lo que fuera, pero todo era tan tranquilo, tan gozoso, sin un ápice de violencia. Los dos disfrutaban tanto el uno del otro que era un placer verles hacer el amor, porque lo que hacían en ese momento era el amor.

  • ¿Quieres ya Víctor?

  • Si

Ya sabían lo que tenían que hacer. Víctor su tumbó en la cama boca arriba, César le subió las piernas hasta los hombros dejando el botón lo más abierto posible, se lubricó  y comenzó la penetración. El pequeño se abría y el mayor entraba, Víctor miraba a su hermano que le parecía lo mas guapo del mundo y miraba hacia abajo para ver como aquel vergajo entraba en sus entrañas. Entonces se sentía el ser más feliz del mundo. Cuando César miraba el gesto de felicidad y placer de su hermano, no podía más que acercarse y besarle los labios, aquellos tiernos y carnosos labios que, cuando se acercaban, se los humedecía con la lengua en un acto de agradecimiento por el placer que le estaba dando. Y gemía en su boca y el otro en la suya. Hasta que ya no podían más y explotaban en un mar de lava lechosa, uno por dentro y el otro bañando los vellos del abdomen, pecho y cara, de la presión que tenía. Se tumbaban pecho contra pecho se lamían las lenguas, se mordían los cuellos o los hombros, se abrazaban y se quedaban quietos y tranquilos hasta que se dormían o se quedaban traspuestos.

César y Víctor se amaban con toda su alma y con toda la vida.


Todo comenzó cuando César tenía 16 años y Víctor 13.

Marcos mandó llamar a su hijo al despacho. -Siéntate, tenemos que hablar- No se lo dijo en tono autoritario, sino calmado. César se sentó algo inquieto porque las conversaciones en el despacho solían ser muy serias - Te voy a hablar y a encomendar algo muy delicado. Y te pido que no me interrumpas, hasta que termine.

  • Ya sabes que Infante y yo tenemos una relación muy íntima y que no tenemos secretos el uno con el otro. Me ha comentado que has tenido algún escarceo sexual con algún compañero de del equipo. ¡No me contestes!. Por favor dejame seguir que para mi lo que te voy a contar es complicado. Espera.

  • Se que es verdad. No lo niegues y no me importa. Yo también los tengo...Yo tengo relaciones sexuales con Infante desde tu edad, más o menos -César se quedó paralizado  mirando a su padre con los ojos abiertos. Se quedó mudo y dejó que siguiera hablando. - Por eso lo entiendo y no te voy a cuestionar. Sólo te pido que tengas cuidado con  quien lo haces.

  • Pero de lo que quiero hablarte es más importante que eso. Es de tu hermano Víctor. Hemos notado Infante y yo que, así como tu te fijas en chicos pero te interesan las chicas y te gusta que se interesen por ti, a tu hermano, desde pequeño solo se fija en los hombres. Se queda pasmado mirando a un bracero, a un obrero, a cualquier hombre que tenga algo interesante que mirar, la musculatura, el vello que les asoma por el pecho, los brazos, el culo....la entrepierna. Lleva haciéndolo desde crío y ya no lo es.

Ya tiene casi trece años y seguro que se hace pajas pensando en hombres.

  • César, lo que me temo es que cualquier día puede hacer una tontería con alguien que le pueda hacer daño, y eso no me gustaría. Hemos hablado Infante y yo sobre el tema y te queremos pedir un favor. No queremos que busque fuera lo que puede encontrar dentro. Luego, cuando crezca que haga lo que quiera, pero ahora podría ser peligroso.

  • César, lo que te voy a pedir es delicado en extremo y tu hermano nunca puede enterarse. Quiero que, delicadamente, le inicies en el sexo - ¡Papa....!- Yo no se...no se...

-César...Te necesita y te necesito...Tienes a Infante para que te ayude.

  • ¡Papá... por favor...

La conversación continuó, la experiencia y el arte de convencer de Marcos  tuvo su efecto y al final llegaron al acuerdo de que el chico lo intentaría.

César era listo y quería a su hermano, que siempre veía en el un modelo a seguir y le imitaba en lo que podía.

Un día se hizo el encontradizo en el baño mientras se duchaba el pequeño. Se desnudó abrió la cortina del baño y entró. El chico se quedó cortado mirando a su hermano. - Tengo prisa, si no te importa compartimos ducha- el pequeño le miró, el mayor, le alborotó el pelo - Venga, que no pasa nada. Somos hermanos no ...Dame la esponja que yo te enjabono.

¡Su hermano!...¡Desnudo!...frente a el...le iba a enjabonar ...¿Su hermano?...¿Su héroe?... Estaba tan aturdido que no supo como reaccionar -Vamos chico, que no es para tanto...-Le decía la superioridad. -Venga date la vuelta...- y comenzó a enjabonarle la espalda, el culo, los muslos... - Víctor....Víctor... Venga...date la vuelta que se nos hace tarde...- El menor se dio la vuelta y vio la desnudez de César en lo que se imaginó un héroe espartano y su miembro adolescente brincó. Mientras, el mayor le pasaba la esponja por el cuerpo hasta que llegó hasta los genitales. Con un movimiento impulsivo, se tapó con las manos. -Víctor...por Dios...no seas niño que te he Anda, quita las manos, no seas niño.

La cercanía del cuerpo de César y el masaje que le estaba dando hizo que su miembro creciera. Cerró los ojos de placer y vergüenza, cuando notó que su hermano le bajaba la piel y le dejaba el capullo al aire. Se mordió el labio y esperó. Notó como se lo enjabonaban. Como lo acariciaban y no podía impedir que se excitara hasta que se corrió en las manos de su héroe.

  • Perdona...perdona...no he podido...

  • Tranquilo, Víctor...tranquilo....nos pasa a todos cuando nos la tocan.

Le lavó con el chorro de la ducha hasta que se le pasó el calentón y luego le abrazó y le besó la cabeza - Víctor. Es normal. No te preocupes. Anda, sal de la ducha y sécate.

Entonces Víctor, en su inocencia,  le preguntó -¿No quieres que te lave yo?.

  • ¿Si quieres?

El pequeño, ya envalentonado por lo que había sentido, decidió poner en marcha lo aprendido y tentado a acariciar a la masculinidad que tenía enfrente, cubrió la esponja de gel y comenzó a enjabonar el cuerpo más deseado, la pasaba por toda la piel sin dejar un centímetro bajó hasta el culo y la hundió entre las nalgas. Le dijo que se diera la vuelta y le lavó como había visto que se lo hacían a los potros, le dijo que levantara los brazos y le la esponja por los sobacos, por el pecho y, cuando llegó a la zona cero, se encontró con la tranca de su hermano como la había tenido el hacía unos minutos. Como buen alumno, bajó la piel, dejó el capullo al aire, se embadurnó de jabón y comenzó a lavarle. Le acariciaba lentamente de punta a tronco, de tronco a huevos. La mezcla de la espuma blanca del jabón y vellos oscuros le trastornaba, y no dejaba de enjabonar hasta que aquella maravilla que se había ido levantando y endureciendo, estalló. La lefa saltó hasta el pecho de César y luego cayó en riachuelos hasta los cojones. El pequeño pasó la esponja por el cuerpo, la polla y los huevos para limpiarle los restos. Luego se levantó y le preguntó - ¿Te ha gustado tanto como a mi?

  • Si, peque. Me ha gustado tanto como a ti.

Se secaron, se vistieron y cuando iban a salir César le preguntó a su hermano: - ¿Quieres venir a dormir conmigo esta noche?

A Víctor se le encendió la cara de alegría, se izó hasta que los labios llegaron a los de su hermano y le dio un beso. -¡Si!. Claro que si.

Continuará en Los Olivenza (9)

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