Los olivenza (6)

Mi agradecimiento a Todorelatos. Les dedico la sexta entrega en la que el tío le muestra los secretos del abuelo, la pasión sexual con su entrenador, Infante, y el germen del del Club de los Centuriones.

LOS OLIVENZA

(6)

Telmo se acurrucó en el cuerpo de su tío. Apoyó la cabeza en su pecho y le preguntó:       - ¿Tu también me vas a llevar a un sitio donde me enseñen cosas, tendré que ser valiente, tendré que sufrir y tendré que confiar en ti?.

Víctor abrazó a su sobrino, le besó el pelo y le acarició la cara, notó humedad y se dio cuenta que había llorado. Le abrazó con más fuerza le atrajo hacia sí, y le besó las lágrimas.

  • Niño, te has emocionado.

Telmo suspiró.

  • Venga, Vamos. Levántate. Te voy a llevar a un sitio donde te voy a enseñar cosas, donde tendrás que ser valiente...no tendrás que sufrir, creo...y vas a confiar en mi.

Venga. Ponte algo de ropa.

Fueron hasta el despacho de César, el padre de Telmo. Se dirigieron hacia una puerta, que temo creía un armario. Víctor la abrió. Dentro, una escalera bajaba en picado hacia una oscuridad total. El tío activó un interruptor y  se iluminó  el fondo de la estancia.

Le cogió de la mano y bajaron juntos hasta una habitación extraña. Parecía un laboratorio fotográfico y a la vez un gimnasio.

  • Aquí te voy a enseñar cosas. Este el el laboratorio de tu abuelo donde hay una gran colección de fotografías que te van  a encantar. Aquí, en este sitio, tu abuelo y sus amigos hacían sus orgías. Se hacían llamar " El Club de los Centuriones". Aquí, tu abuelo enseño el arte de la lucha a tu padre. Aquí le convenció para que me enseñara a mí como se hacía el amor con un hombre. Como se follaba, seamos claros. Este lugar me da escalofríos, pero como el resto de la historia que te estoy contando, forma parte de la familia y debes saberlo.

Telmo miraba a un lado y a otro  fascinado. Era un lugar extraño en el que no encontraba lógica a nada.

  • Víctor, me da un poco de miedo este lugar. No me gusta.

  • No me extraña. A mi me dan escalofríos, pero hay cosas interesantes que debes conocer.

Se dirigió a un armario de donde sacó unas cajas llenas de fotografías que fue extendiendo en una de las mesas. - Estas fotos las hizo tu abuelo. Míralas.

Telmo fue viendo las fotos en donde había de todo; fotos familiares, de paisajes  y paisanos....pero se detuvo en una colección de fotografías de hombres jóvenes vestidos con un uniforme extraño, con uniforme deportivo, con una especie de body  para practicar lalucha libre, en taparrabos o calzones de cuero imitando los que llevaban los romanos, o con el cuerpo desnudo en actitudes extrañas.

  • Te gustan?

  • No se, son extrañas. Son buenas pero no se...¿Quiénes son estos?

  • Las hizo mi padre. Son del Club de los Centuriones, Un club que creó tu abuelo después de la guerra. En plena euforia patriotico-imperial-fascista.

Telmo miraba a su tío sin saber de lo que le hablaba.

  • Déjalo. Ya te lo explicaré.

El chico cogió una foto donde un grupo de jóvenes estaban en una especie de mazmorra medio desnudos, con cuerpos musculados, en actitudes diversas (uno hacía pesas, otro tensaba un arco, otro sostenía una jabalina, otro estaba atado en aspa con unas sogas que provenían del techo. Otros, simplemente sonreían a la cámara de fotos con los brazos sobre los hombros del de al lado. Se quedó mirando una foto y le preguntó  a su tío si aquel hombre que abrazaba a otro era su padre. No, es tu abuelo, es que se parecen mucho, le contestó. .

  • Explícamelo ahora.

  • Cuando comenzó la guerra, Emmanuel, se fue a Portugal con su familia y la de José.

DAVID

David le rogó a Lino que fuera con ellos, pero dijo que se quedaba porque no podía dejar a su mujer e hijos solos en medio esa locura. David le dio su medalla de San Cristóbal que llevaba desde niño - Ya se que eres ateo pero esta medalla ha estado en contacto con mi piel desde los ocho años. Quiero  que te esté en contacto con tu piel hasta  que vuelva a verte y verla puesta en tu cuelloa-. Lino le regaló su navaja de asta de toro. -Esta es para ti, para siempre.

Se abrazaron, se besaron, se hicieron el amor con saña y lloraron compulsivamente al despedirse. El amor que se tenían era tan fuerte que sólo pensar en que no  pudieran verse les acongojaba de tal manera que no sabían si iban a poder soportar su ausencia.

No sabían lo que les deparaba el destino. No volverían a verse nunca más.

MARCOS

Cuando terminó la guerra, Emmanuel volvió junto a José a  la hacienda. David no volvió volvió nunca al enterarse que Lino había muerto. No quiso saber nada de la tierra que le había arrebatado al ser que había querido más que a su vida y desde entonces no fue el mismo hasta que murió.

Marcos era un crío cuando llegó a Oporto. Su familia llegó con dinero, joyas y objetos de arte suficientes para comenzar una nueva vida. Se compraron una mansión y crearon una bodega que se fue haciendo próspera y reconocida.

Comenzó a tener relación con chicos de su edad que entusiasmados con las ideas fascistas, comenzaron a idolatrar la vida y costumbres del Imperio Romano.

Los deportes al aire libre, las lecturas de los héroes romanos y griegos, los castigos que infringían a cautivos y esclavos, la vida de los centuriones en los campos de batalla y las luchas en los circos de los gladiadores, les cautivaron de tal manera que comenzaron a querer imitarlos.

Diez chicos de unos quince años decidieron crear el Club de los Gladiadores, en donde se entrenaban y luchaban.

Uno de ellos, hijo de un aristócrata luso,  expuso la necesidad de un entrenador para estos fines. El entrenador se llamaba, o se hacía llamar Infante.

Infante tomó el poder del club y comenzó a entrenar a los chavales. Era duro y exigente. Como buen fascista sabía como meter en cintura a los chicos para que estuvieran formados y fueran auténticos luchadores.

Comenzó a imponerles normas que debían seguir a rajatabla, como la manera de alimentarse sin grasas, de ducharse con agua fría, de aguantar casi desnudos las inclemencias del tiempo etc. etc.

Los chicos se consideraban auténticos gladiadores, sufrían y soportaban todas las medidas que les imponía Infante. Con el gravamen de que era un hombre de un atractivo bestial.

Marcos le miraba siempre embelesado. Aquel hombre , que no era alto, pero fuerte como un mulo, ágil como un zorro, velludo como un chimpacé, con unos ojos verdes que te miraban y te deshacías. Si te miraba con ira, te cagabas, si te miraba con ternura, te cagabas también... de gusto. Si sonreía dejando al aire aquella dentadura blanca entre sus labios oscuros, perdías el sentido. Pero al entrenar, era duro, bestial, hasta agotarles, hasta extenuarles.

Una vez en los vestuarios, los observaba, les enseñaba higiene, les decía cómo tenían que lavarse los capullos: ¡Deslizar la piel hasta el fondo!. ¡Dejad el capullo al aire!. Lavarlo bien con jabón, al igual que el tronco, los genitales y el ano. Eso es lo fundamental para ser un buen macho. Ser limpio y aseado.

Los chicos le obedecían y Marcos, muchas veces le miraba durante las clases de higiene. A aquel macho, que parecía que descendía del mono, en vez de Dios, como la caterva de niñatos desnudos y lampiños, se le hinchaba el pantalón por la entrepierna, delatando como su espectacular trabuco se iba embruteciendo .

Marcos daba todo de sí en los entrenamientos, era fuerte, ágil, resistente, además de guapo, no sin embargo se parecía a su abuelo; alto, moreno, con un buen físico para su edad.

Él y el entrenador congeniaron. Se sentían a gusto el uno con el otro. Había mucha, pero que mucha empatía. Hasta el punto en que muchas veces se quedaban solos para seguir los entrenamientos, mientras los demás chicos se  marchaban.

Infante estaba orgulloso de su alumno Olivenza. Le miraba y le admiraba. Era un joven prodigioso y preciosos. Su cuerpo se iba desarrollando con los meses y cada vez parecía más un joven gladiador. Tenía aguante en los entrenamientos y luchaba con determinación y estilo.

Cuando acababan de entrenar, se duchaban y luego en el vestuario, Marcos miraba sin pudor la desnudez de Infante, pero sobre todo su miembro que caía por encima de sus cojones como un embutido, prieto,oscuro y venoso que, en alguna ocasión se le antojó morderlo.

Marcos ya tenía casi 17 años. Los deportes y los entrenamientos de habían desarrollado el cuerpo de una manera espectacular. La camiseta-pantalón que utilizaban los chicos para la lucha se ajustaba a sus cuerpos como una segunda piel. Los pezones aparecían a los costados de los tirantes. Los genitales se adivinaban bajo la fina tela que se tensaba en aquel lugar. La pernera acababa en los muslos, de manera que las jóvenes piernas, los brazos y parte del pecho y espalda quedaban al aire. La piel de  Marcos  había comenzado a cubrirse del vello oscuro de los Olivenza. Sus ojos eran tan bellos y oscuros como los de su padre y su abuelo.

Un día,  el chico le llevó a Infante un libro en donde  se contaba como era la vida de los romanos y, en un capítulo, hablaba de los atletas, de como vivían, como se entrenaban, de la higiene... y de la relación sexual que mantenían entre ellos, al igual que los gladiadores. Marcos no le dijo en ningún momento lo que había sentido al leerlo y en quién pensaba cuando lo leía. Pero se lo enseñó, le dijo que leyera el capitulo dedicado a los atletas y que al día siguiente lo comentarían.

Al día siguiente comentaron el libro  y Marcos le confesó a Infante - A mi me gustaría darme un  baño de vapor caliente y luego que me afeitaran el cuerpo entero como lo hacían los atletas. ¿A ti no?-. Le dijo al día siguiente

  • No se me había ocurrido pensarlo nunca-. Al entrenador le dio un brinco la polla. No se le habría ocurrido nunca afeitar ese cuerpo, ni el suyo, era tan macho. El chico tenía un cuerpo  tan perfecto, se había desarrollado tan maravillosamente que tocarlo le parecía una blasfemia, pero sólo pensar en recorrer cada músculo, cada rincón de ese muchacho, su salchichón se endureció.

Marcos se dio cuenta del bulto que crecía en la entrepierna de su entrenador y le preguntó si  haría el favor de afeitarle todo el cuerpo.

Infante se quedó mudo y paralizado.

Marcos se levantó del banco, fue su taquilla, cogió una bolsa donde había jabón, brocha y cuchilla de afeitar. Se la  entregó a su entrenador y se fue a la ducha. -Ven, le dijo, te voy a necesitar.

Infante le siguió como  un autómata admirando la espalda, el culo y los muslos de su alumno más desarrollado y que en un momento iba a tener el privilegio de tocar.

Marcos comenzó a dejar caer el agua sobre su cuerpo, mientras Infante le observaba obnubilado. Cuando estuvo completamente mojado, Miró a su entrenador  que ya estaba totalmente empalmado.  Le delataba su miembro hinchado bajo el pantalón del chándal.  A Marcos siempre le había llamado la atención las dos cintas blancas que sujetaban aquel pantalón gastado de un color azul desvaído y que caían sobre el bulto de Infante como si fuera una señal de tráfico que señalara donde había que fijar la vista. Le hizo un gesto para indicarle que estaba dispuesto.

El hombre abrió la bolsa y sacó los utensilios y se acercó a la ducha.

  • Infante, te vas a mojar. ¿Porqué no te desnudas?.

  • No, prefiero que no.

El chico acercó lentamente la mano al paquete del hombre. Infante no se movió. Marcos, le miró a los ojos y vio terror en ellos... y tiró de una de las cintas que sujetaban el pantalón del entrenador. deshizo  el lazo. Miró a los ojos verdes de Infante y le bajó el pantalón dejando el trabuco cargado, dispuesto para la carga.

-Así estamos en igualdad de condiciones.

Aquel día fue el bautizo homosexual para los dos. Para Marcos, porque lo necesitaba. Para Infante porque se dejó llevar por algo que necesitaba hacía años y nunca se había atrevido hasta que ese diablo le tentó y  sucumbió. Y no se arrepintió.

Marcos levantó los brazos dejando el vello de los sobacos al aire. Infante los enjabonó y los afeitó dejando la piel suave y limpia. Hizo la misma operación en el pecho y en el abdomen admirando el cuerpo adolescente que se parecía cada vez más a una estatua clásica que había cobrado vida.

El mismo acto de afeitar el cuerpo a un hombre, de acariciarlo cuando le enjabonaba y pasar la cuchilla sobre la piel, le estaba produciendo una calentura difícil de contener. Notaba palpitar las venas de su miembro y el capullo estaba a reventar soltando jugo sin parar.

Cuando llegó al ombligo, se topo con el miembro de su pupilo que estaba en las mismas condiciones que el suyo. Intentó apartarlo, pero se encontró con la resistencia  del duro miembro del chico.

Oyó la voz de Marcos que le decía: -Te va a ser difícil afeitar esa zona...Ven, ponte de pie-. El entrenador le obedeció y cuando las caras estaban frente a frente, El chico le abrazó y juntó los cuerpos hasta que las pollas se encontraron.

Las respiraciones se hicieron más intensas. -¿Que haces?...-Susurró Infante.- Vamos a corrernos, para calmar las pollas y que puedas seguir con facilidad- Apretó el culo del entrenador para que las trancas se juntaran más y gracias a la lubricación natural y a los restos de jabón, resbalaban la una junto a la otra produciendo un placer sin igual. Los dos hombres gemían uno sobre el cuello del otro mientras se daban placer. Las sensación de tener el cuerpo velludo y fuerte del entrenador sobre el suyo y la fricción que se hacían respectivos miembros, hicieron estallar a las pollas.   Se abrazaron con fuerza. Se mordieron los hombros mientras se vaciaban.

Se lavaron los restos de semen e Infante le dijo a Marcos que mejor terminaba de hacerlo en la camilla del botiquín porque le sería más cómodo. Se secaron y allí fueron.

Ya tumbado en la camilla dejó al entrenador continuar con su labor. Notando como la cuchilla resbalaba por su pubis, su escroto, sus ingles...y bajando por los muslos y las pantorrillas. Marcos sentía un placer enorme con lo que le estaba haciendo el hombre y notaba como su miembro volvía a crecer.

  • Marcos- le dijo Infante- tienes que darte la vuelta para que pueda afeitarte por detrás.

Aquellas palabras inquietaron a Marcos porque no había reparado en que también había que afeitar las piernas por detrás. Se puso boca abajo y se dejó hacer. Cuando terminó con  las piernas. Infante le dijo - Ahora ponte a cuatro patas, que falta el culo.

  • ¿Como?- dijo Marcos sorprendido.

  • Tendré que afeitarte el culo, ¿No?.

Marcos, obediente, se puso a cuatro patas sobre la camilla. El entrenador comenzó a enjabonarse entre las nalgas, abriéndolas para llegar fácilmente al vello alojado alrededor del ojete. La sensación que percibió el chico hizo que el ojete se contrayera y una holeada de placer le recorrió la columna. Eso no fue nada cuando la cuchilla comenzó a resbalar por los alrededores del ano. Sigue- se oyó decir- Sigue así.

Infante se quedó sorprendido por las palabras del chico, pero enseguida se dios cuenta del placer que le estaba proporcionando a ese dios en vida. Se enjabonó los dedos y comenzó a pasarlos alrededor del botón y haciéndolos resbalar por el centro del agujero, que ahora en vez de cerrarse se abría un poco para dejar paso a las yemas de los dedos de aquel hombretón. La polla de Infante fue subiendo e hinchando mientras manejaba los dedos en el centro del placer y abría los glúteos para facilitar la operación. Si a esto añadimos los gemidos de placer que emitía el chico, podemos imaginarnos como se estaba poniendo de burro nuestro entrenador que no pudo contenerse a experimentar lo que sentiría el chaval cuando entrara uno de sus dedazos.

Poco a poco metió uno. El chico gemía con más placer. Después de meterlo y sacarlo varias veces, metió el segundo. Al principio, el joven se contrajo, pero luego se relajó y continuó gimiendo y revolviéndose sobre la camilla. Infante estaba perdiendo la razón que es ese momento estaba fija en solo dos puntos del universo: el ojete del chaval y en su trabuco, que había vuelto a ponerse en disposición de ataque.

Las palabras que llegaron a sus oídos hicieron volverse loco -Sigue por favor...dame más...más.

Se enjabonó bien las manos, metió dos dedos de cada mano en el ojete para abrir bien el culo del chico y dilatarlo, cuando el agujero se iba abriendo, le escupía en el centro y veía como desaparecía la baba en el interior. Volvía a escupir una y otra vez. Cuando vio que la dilatación era lo suficientemente grande para albergar su cipote, se lo embadurnó con jabón y se subió a la camilla, puso la punta del capullo en la diana y comenzó a entrar en la gruta que tanto placer le daba al chaval.

Marcos sintió dolor cuando entró el capullo, pero resistió. Luego fue notando como entraba la verga poco a poco. Por dos veces, la tranca encontró impedimentos que si le dolieron al chico, pero una vez pasada la barrera, el cuerpo se habituaba al intruso. Hasta que notó el vello de los genitales de su entrenador y comprendió que ya estaba toda dentro. El cuerpo velludo abrigó su espalda y las manos enjabonadas le acariciaban el pecho y bajaban hasta encontrarse con sus recién afeitados huevos y con su polla.

Levantó un poco el tronco para dejar libertad de acción a aquel animal que le estaba follando, que soltaba aire sobre su hombro como si fuera un toro. Durante unos instantes vio una imagen de Minotauro.

Infante, cabalgaba sobre él soltando rebufos y el gemía y gemía de placer al notar como era follado por aquel prodigio de la naturaleza. Una contracción y un espasmo dio la orden de salida al primer trallazo del entrenador al que siguieron varios más. Oía bramidos mientras notaba las descargas y entonces, el se corrió en las manos que le sujetaban los huevos. Fue una corrida gloriosa, bestial. LA GRAN CORRIDA.

Así se iniciaron entrenador y discípulo en las prácticas homoheróticas.


Telmo volvió a mirar la fotografía en la que su abuelo pasaba el brazo sobre el compañero que iba vestido con pantalón de chándal y camiseta blanca de tirantes. Adivinó que era Infante por el tamaño de sus músculos y la cantidad de vello sobresalía del escote de la camiseta y corría por los hombros y brazos.

  • ¿Este es Infante?.

  • Si, el mismo. Espera que te voy a enseñar las fotos prohibidas.

  • Víctor, de verdad, no se si las quiero ver.

  • Es tu historia caballerete. Debes verlas aunque sólo sea una vez. Hazme caso.

Víctor abrió un cajón y sacó de el una caja llena de fotografías. -Ven, siéntate  a mi lado, si no te gusta este sitio podemos ir a mi habitación. Telmo le dijo que no que le daba igual, ya que estaban allí.

Comenzaron a ver las fotos y Víctor respondía a las preguntas de su sobrino sobre quién era este o aquel, hombres jóvenes con las pollas erectas, abrazándose, algunas de bocas en primer plano dándose lengua, varias follando, otras de falos en estado de descanso, medio tiesas o empinadas del todo e, incluso, algunas chorreando fluidos. Telmo miraba las fotos con detenimiento.

Le llamó la atención una en la que su abuelo e Infante estaban abrazados y desnudos, con las pollas cruzadas, mirándose fijamente a punto de besarse o de haberlo hecho inmediatamente antes. El chico pensó que realmente eran dos ejemplares magníficos y, aunque totalmente diferentes, no le extrañaba la atracción que habían sentido el uno por el otro. El entrenador llevaba puestas unas muñequeras de cuero y sujetaba una fusta con el mango en forma de falo.

  • ¿Esta es la...

  • Si, esa es...- Espera un momento. Fue a un armario y volvió con la fusta en la mano. - Esta es. La joya de la corona. Toma. Ahora será tuya. Tu padre y yo la hemos probado en demasiadas ocasiones. Ahora es tuya. Haz lo que quieras.

  • ¿Y me la das sin pedir permiso a mi padre?

  • Tu padre no la quiere volver a ver. Créeme. Ni este sitio, ni nada que tenga que ver con él.

  • ¿Entonces porque lo mantiene?

Víctor se encogió de hombros...- Es la historia de la familia...Yo qué sé.

Telmo volvió a las fotos y se detuvo en una en la que un hombre alto fuerte, algo bruto, con el pelo engominado y bigotillo fascista estaba desnudo y atado  a una argolla en el techo. El chico miró hacia lo alto y vio la misma argolla en el techo.

  • ¿Esta foto está hecha aquí?-. Víctor asintió con la cabeza.

  • ¿Quién es?.

  • El mayor hijo de puta que puedas imaginar. Era un fascista de lo peor. Opresor, torturador, era el Gobernador de la provincia. Represor en nombre de la Iglesia. Era  lo peor. Pero en privado, en el club...era una maricona a la que le iba de todo, que le azotaran, que le insultaran, que le mearan, pero lo que más le gustaba era que le llamaran puta, maricona, etc mientras le follaban. Y lo hacían uno tras otro, mientras gritaba de placer. Un cabrón como pocos ha habido.

  • Víctor, no quiero ver más. Quiero irme de aquí.

Se despidieron en la puerta de sus habitaciones. -¿No quieres dormir conmigo?- Le preguntó Víctor.

  • No. Hoy quiero dormir solo. No sería buena compañía.

-Vale. Si quieres cualquier cosa, ya sabes donde estoy- Le dio un abrazo y se fueron a sus habitaciones.

Víctor se quedó preocupado por la reacción de su sobrino. Encendió un cigarrillo y pensó que a lo mejor no debería haberle enseñando los secretos familiares. Al cabo de un rato, oyó sollozar a su sobrino. No hizo nada. Encendió un pitillo y esperó hasta que el silencio fue total. Entonces apagó la luz y se durmió.

Por favor, ,dadme vuestra opinión.

karll.koral@gmail.com