Los olivenza (12)

Voy a estar una temporada fuera por lo que os envío el último episodio de la saga, donde Telmo encuentra al hombre de sus vida. Espero que os guste.

LOS OLIVENZA

(12)

Aquel toro salvaje le tenía contra el suelo. Su sudor la caía en la cara, su cuerpo peludo se aplastaba contra el suyo  mientras le excitaba el olor de su cuerpo y sus   miembros erectos se abrazaban.

TELMO

Telmo encontró en Oporto lo que necesitaba para iniciar su vida.  Le dijo a su padre, César, que quería estudiar Vitivinicultura para ayudarle en la elaboración de vinos de la bodega familiar, a lo que accedió y le abrazó emocionado. Le dijo a Infante que quería que le instruyera para tener un cuerpo como el suyo y que le enseñara el arte de la lucha y otras disciplinas como el remo. El instructor le abrazó y le dijo que haría lo que fuera por él, pero que iba a ser duro y le iba a hacer sufrir. Telmo le sonrió y le besó. - No espero menos de ti.

Tendría los estudios que deseaba, el entrenamiento que necesitaba y al hombre que amaba. Lo tendría todo.

Asi comenzó a desarrollarse en lo profesional, en lo físico y en lo sexual. En una palabra, en un hombre.

El entrenamiento del gimnasio comenzó con ejercicios en máquinas y pesas para fortalecer los músculos a la vez que hacía ejercicios cardiovasculares para perder grasa. Aprendió el arte de la lucha cuerpo a cuerpo y del remo, en el que se sentía fuerte y libre a la vez, según se deslizaba por el río. Estuvo meses entrenando, mientras seguía con las sesiones de sexo (con o sin violencia) con Infante.

El sexo con Infante era la hostia. Se habían acoplado de tal forma que ya no sentía ningún dolor sino PLACER (con mayúsculas), y unas corridas bestiales. Practicar sexo con el maestro era, eso, pura maestría. Le había iniciado en el dolor, en el goce de la penetración y en el éxtasis del orgasmo. Era  LA HOSTIA.

Los latigazos seguidos por los golpes en las zonas erógenas y las pasadas de la fusta por la piel, los sobacos, las ingles o el ano, seguían excitándole de tal manera que su polla manaba sin control. En Telmo se había abierto una fuente seminal de la que Infante no se cansaba de beber. Del mismo modo que el ojal del chico había adquirido tal tamaño y pericia que lo abría y cerraba para ir comiendo el potorro del instructor hasta que llegaba al felpudo de su polla. Se habían hecho el uno para el otro de tal manera que no había lugar para nadie más.

Las sesiones de entrenamiento eran duras, muy duras. Infante quería conseguir que el cuerpo del muchacho fuera el de un titán y lo estaba consiguiendo. Los músculos fueron cogiendo tamaño y forma, la alimentación y el ejercicio no dejaban cabida a la grasa, el ralo vello del principio se fue convirtiendo en una alfombra castaña que le cubría el pecho y los abdominales en unos bucles que le llegaban a la espesa cabellera de la polla y los cojones.

Cuando joven se ponía el body de lucha era un espectáculo que hacía que la manguera del entrenador chorreara y cuando le veía remar y marcar sus músculos bajo la camiseta verde le daban mareos de excitación. Había creado un auténtico ejemplar de macho del que se sentía muy, pero que muy orgulloso.

Las sesiones de sexo eran extremas, el placer de azotar ese cuerpo tan viril, jugar con el para que se excitara para luego penetrarlo era el máximo de los goces que podía vivir. Las bocanadas anales con las que le comía el rabo eran  de una pasada tal que soñaba con ellas en la soledad de su cama y se corría como perro en celo.

Se generó una unión tan grande...tan especial...tan pasional...

Con el tiempo, según se iba desarrollando Telmo, Infante iba disminuyendo en tamaño y fuerza.

Un día le dijo que estaba enfermo y viejo y que debía buscar a alguien que le sustituyera. El ya no le iba a poder dar todo lo que necesitaba.

Telmo se abrazó a él y lloró porque estaba tan enamorado que no quería pensar en que nadie más le tocara. Era de Infante. Le había moldeado, había hecho de el lo que era en ese momento. Un hombre.

Pero...el tiempo no perdona e Infante fue envejeciendo y la enfermedad hizo lo peor con su cuerpo y su mente.


Se hizo cargo del gimnasio y de la bodega. Era el hombre más deseado de la región.

Pero...

...pero un día hicieron aparición dos hermanos que trabajaban en la vendimia: Alfonso y Joao.

Joao era el pequeño. Delgado, moreno, listo y gracioso, se movía con rapidez y trabajaba con eficacia, le llamaban "Anguila".

Alfonso era alto, fuerte, moreno de pelo pero no de piel. Cauto o tímido. Captaba las ordenes y las ejecutaba con eficacia. Era un trabajador perfecto, lo mismo que su físico. Debajo de la camisa se adivinaba un cuerpo enorme y rudo, el vello le salía por el cuello de la camiseta, el bulto de la entrepierna bamboleaba debajo de su pantalón, el culo se apretaba bajo la tela cuando andaba y lo hacía subir y bajar al ritmo de sus zancadas.

Telmo no podía apartar la mirada de ese elemento de la naturaleza mientras trabajaba, o en sus ratos de descanso, porque entonces comenzaba el juego con Joao. "Anguila" era un auténtico coñazo, no dejaba descansar a u hermano, le gastaba bromas, le hacía cosquillas y le incordiaba como un cachorro a un perro adulto hasta que el perrazo se cansa y ladra al pequeño; Alfonso gritaba a su hermano o le daba un tortazo, entonces Joao se quedaba quieto y compungido y se arrimaba a su hermano con una actitud sumisa pidiendo perdón. El mayor se apiadaba, le abrazaba y le besaba, entonces el menor se quedaba quieto arrullado por el calor del cuerpo de su hermano. Era una imagen que a Telmo le daba tal ternura que se les quedaba mirando con una sonrisa en los labios.

Después de verles varios días y admirar la relación que tenían, decidió que quería tenerlos a su lado. Le inspiraban algo mágico, algo bueno y se los llevó a su casa para trabajar en asuntos domésticos. Trabajaban en el jardín y en la casa, les compró ropa nueva, Joao era la alegría del hogar y Alfonso era un trabajador incansable y tan habilidoso que arreglaba todo lo que se le pedía. Telmo pasaba tiempo con ellos y llegaron a entablar cierta amistad.

Un día, se le acercó Joao y le comentó que porqué no entrenaba a su hermano mayor en el arte de la lucha. - Es muy bueno, en el pueblo siempre ganaba. Podría entrenarlo, sería un campeón. ¿Se ha dado cuenta del cuerpo que tiene el cabrón y la fuerza que se gasta?.

Telmo miró al chico -¿Me estás vendiendo a tu hermano?

  • No. El ya está vendido a tus ojos. Se como le miras- y sonrió de medio lado pícaramente.

  • Eres un auténtico cabrón Anguila. ¿Lo sabías?

Soltó una carcajada y salió corriendo.

Decidió comentarlo con Alfonso y un día se acercó mientras trabajaba en el jardín acarreando montañas de hierba. Mientras se deleitaba con su cuerpazo cubierto con una vieja camiseta de tirantes (que un día debió ser azul), le preguntó si quería aprender lucha en su gimnasio. No le iba a cobrar y él iba a ser su entrenador. El chico le miraba y no hablaba. Telmo se lo repitió y al final preguntó que si no era una broma. - No, no es una broma, te lo digo en serio, creo que podrías ser muy bueno con ese cuerpo y esa fuerza. Tendrías que aprender y entrenar, pero creo que podría hacer de ti un campeón.

A Alfonso se le enrojecieron los ojos y abrazó a su jefe. El contacto de ese cuerpo caliente y la fuerza con la que le retenía y el contacto con la entrepierna del muchachote, hizo que la polla le saludara desde su encierro. Bien, pensó. Y le abrazó por primera vez, notando la musculatura de su espalda. El abrazo  duró unos segundos pero alguno más de los necesarios, como si los dos hombres se estuvieran calibrando.

Desde ese día, después del trabajo, bajaban en coche los tres, Telmo, Alfonso y el inseparable Joao, al gimnasio. Allí le hacía ejercitarse para ganar musculatura (¿Más?, decía Joao. No, para definirle y fibrarle, respondía Telmo), y entrenarse para ganar elasticicad y rapidez. Poco a poco fue transformando el cuerpo en un auténtico atleta digno de los juegos griegos. El día que le vio con un body viejo que le había regalado y se plantó frente a él para luchar, Alfonso le tuvo que sujetar del vahído que le dio. Joao le dio de beber agua y le dijo al oído - Ya le dije que era el mejor.

Esos dos cuerpos medio desnudos, abrazados, enfrentados, luchando, midiendo sus fuerza y su elasticidad era un espectáculo digno de un circo romano. El sudor que destilaban hacía que resbalaran entre ellos. La fuerza que demostraban en sus enrojecidos rostros les hacía más atractivos, así como las posturas, enredando brazos, piernas y cuerpos era de un erotismo bestial. Era una lucha entre dos machos por la supervivencia.

Joao los miraba ensimismados, esas escenas no las olvidaría jamás. Era de una belleza extrema y era lo único que le dejaba paralizado durante todo el día. No movía un pelo. Se quedaba sentado inmóvil, mirando a esas dos bellezas enfrentadas por la superioridad.

Un día, aquel toro salvaje le tenía contra el suelo, su sudor le caía en la cara, su cuerpo peludo se apoyaba en el suyo,mientras le excitaba el olor de su cuerpo y   los miembros erectos se abrazaban. Telmo intentó incorporarse  haciendo fuerza con el pubis  y lo único que consiguió fue que las pollas se endurecieron más, volvió a intentarlo, Alfonso le sujetaba con fuerza por lo que el intento volvió  a fallar ¿fallar?. Se quedaron un instante quietos notando la fortaleza de sus respectivos miembros ¿había terminado la lucha?.

La respiración de los jadeos entraban directamente en sus bocas, el sudor le resbalaba a Alfonso por la nariz y caían gotas sobre la boca de Telmo. En un momento, sacó la lengua para lamerse la humedad y el toro vencedor interpretó el gesto equivocadamente (¿?) y le lamió la lengua al vencido.

Sólo ese gesto. Sólo ese, sirvió para desencadenar la furia taurina que se palpaba. Los dos sementales se volvieron locos de lujuria. Comenzaron por comerse la boca, se arrancaron las camisetas dejando sus fantásticos cuerpos medio desnudos, se lamían el sudor con fruición, la lucha continuaba pero dentro de otra dimensión, en la que el fin era el placer corporal del uno con el otro sin vencedor ni vencido.

Las vergas estaban tomando tal dimensión y soltando tal cantidad de flujo que se arrancaron la poca ropa que les quedaba para apoderarse ellas y lamerlas en un salvaje 69. De las pollas continuaron con los huevos que se los metían y se los comían y de estos a los anos que lamían  e inspeccionaban abriéndolos y escupiéndolos. Se quedaron un momento  inmóviles, sin saber quién iba a tomar la iniciativa de la penetración.

Joao, mientras, observaba la escalada sexual de los dos hombres que más admiraba en el mundo. Se bajó el pantalón y comenzó una paja lenta y placentera mientras continuaba el espectáculo.

Telmo tomó la iniciativa, se puso boca arriba, levantó las piernas dando a Alfonso el permiso de la penetración.

El vencedor acercó la boca al vencido y volvieron a morrearse como locos, se mordieron hasta hacerse sangre y lamérsela, las lenguas adquirieron una  dureza desconocida y se las lamían con ansia, Alfonso retiraba el pelo de la frente de Telmo para admirarle mejor, le sonrió con esa dentadura blanca y esos labios perfectos, y, haciendo un gesto como para pedirle permiso, se escupió  y  le taladró.

Telmo gimió de placer al notar el pollón entrar en él. Hacía tiempo que no tenía un intruso en su ano y lo echaba tanto de menos que lo acogió con tal placer que el suspiro sonó agudo.

Alfonso metió la tranca tan fácilmente y tan suavemente que también gimió de gozo.

Sus nabos se infamaron uno dentro y el otro fuera. Se miraban, se gustaban, eran tan distintos pero tan hermosos, observaban sus cuerpos perfectos, sus pechos velludos y maravillosos, sus dientes que mordían sus propios labios y sus ojos entornados que demostraban el  éxtasis sexual en el que se encontraban.

La verga entraba y salía abrazada por el esfínter mientas éste era excitado por las caricias que le provocaba del roce del cipote.

La situación era tan caliente, tan fuerte, tan...que no pudieron aguantar más y se corrieron como los animales que eran.  Los espasmos fueron tan fuertes que les dejaron sin resuello cayendo brazados el uno junto al otro. La fuerza de la respiración les entraba por las bocas, los latidos los sentían en el pecho. El calor y la humedad del cuerpo los bañaba...y sólo  un gemido emitido por Joao cuando eyaculó les hizo entreabrir los ojos verle y comenzar a reír.

Joao siempre había obtenido su premio sexual de su hermano desde jovencito. No porque el mayor abusara de él, sino porque el pequeño lo había deseado de siempre, el cuerpo de su hermano le había atraído toda la vida, el calor que le daba en la cama le calentaba algo más que el cuerpo. La circunstancias de vida y trabajo habían querido que el mayor no tuviera relación con ninguna mujer y el niño se las ingenió para sustituirlas.  Según se hacían mayores y se desarrollaban, la atracción se hacía más fuerte. La necesidad de desahogarse fue la disculpa para que el pequeño comenzara a jugar con la tranca de su hermano, después de la tranca le ofrecía el culo para que se aliviara y después se abrió para que disfrutara como hombre.

Después de la vivencia en el gimnasio vio la posibilidad de disfrutar de dos maravillosos machos en vez de uno y se juró que no habría fronteras para el. Los dos serían suyos.

La relación entre los tres fue haciéndose más íntima y cercana, hasta el punto en que Telmo decidió sincerarse, de contarles su secreto y de abrirles la puerta secreta del gimnasio.

Mientras les enseñaba las instalaciones que había reformado, les contó sus experiencias con su tío Víctor y luego con Infante, la sensación de recibir el castigo y luego el placer y luego el goce extremo del orgasmo. Lo contaba con tanto entusiasmo que los dos hermanos le miraban extasiados. Anguila porque lo había sentido de alguna manera cuando su hermano le pegaba y luego lo acariciaba y le besaba. Alfonso porque sabía que lo había ejercido con su hermano, no a ese extremo, pero si de alguna manera.

Telmo les enseñó la colección de arneses, botas, fustas etc. Le preguntó si querían probárselas y contestaron que si. A Anguila le sentaban fatal pero Alfonso...¡Dios mío!...Alfonso era un auténtico gladiador...un espartano.

Cuando Telmo acabó de abrocharle todos los herrajes y se distanció para obsevarle, le dio tal vahído que Joao le tuvo que sujetar y riéndose dijo...-Otra vez...otra vez se ha mareado al verte...no es la primera vez...Le gustas tanto que se marea.

Alfonso se acercó y le abrazó. Acercó su boca a su oreja, la besó y le susurró -¿Es verdad lo que dice?- A lo que le contestó - Es verdad...es verdad...me mareas...me marea tu belleza.

Cuando se recompuso, les preguntó si querían aprender. Anguila enseguida dijo que si y Alfonso calló indeciso.

  • Bueno - dijo Telmo -yo os enseño y luego decidís. Como prueba lo hacéis conmigo. ¿Vale? .

-Vale - dijeron los hermanos.

Les enseñó como debían sujetarle, como debían utilizar la fusta, como jugar con los miembros... en fin...

Telmo se fijó que al pequeño se le había puesto dura (buena señal), el mayor estaba morcillón pero parecía dudar. -Venga, Fonso...anímate...si me arreas todos los días...

  • Si pero no es lo mismo...no es igual

  • Vamos, Fonso...pruébalo, no seas así...

  • Vale, venga, vamos.

Sujetaron a Telmo y el mayor sacudió la fusta  siguiendo las instrucciones del jefe, se puso tenso y les dijo que ya estaba dispuesto. Después de dos o tres latigazos dados con demasiada fuerza pero sin efecto y de otros torpes toques, dijo que le bajaran.

  • Alfonso, te voy a enseñar como se hace-. Le ató y le izó, se acercó a el y acarició su cuerpo, le besó hasta que notó como comenzaba a calentarse - Tensa los músculos para que no te duela tanto- . Se alejó lo suficiente para tener espacio y le descargó un golpe en la espalda. El cuerpo se  tensó por el dolor pero no rechistó. Dio dos golpes mas en el lomo y en los glúteos y luego comenzó con el juego de los toques...golpe...toque...golpe... caricia... y así fue jugando hasta que vio como se iba embruteciendo y como ese contorsionaba en la polea. Se sonrió. Miró a Joao y se dio cuenta de que estaba como se embrutecía viendo como su hermano sufría y se emburraba cada vez más.

Telmo se acercó al cuerpo castigado y le acarició, le besó, le mordió los pequeños pezones cubiertos de vello que le enloquecían, le mordió y tiró del prepucio para dejar el capullo al aire, le mordió y lamió los cojones y le sobó y lamió el ano para que se estremeciera de placer.

  • ¡Quitarme esta braga. Me estrangula!- gritó con desesperación.

El jefe hizo un gesto a  su hermano para que le aliviara. Joao se acercó, le desató y dejó al aire el artefacto que estaba a punto de estallar.

El hombre reaccionó a todos los estímulos con unos espasmos de verga que le golpeaban el vientre dejando marcas babosas en el.

El chico se avalanzó sobre la verga de su hermano y empezó a lamerle con tanta lujuria que Alfonso se estremecía.

  • Que no se corra Joao...que no se corra todavía... Ayúdame a descolgarle y tumbarle en el plinto.

Así lo hicieron. Le tumbaron boca arriba. Telmo lo lavaba mientras el enorme cuerpo jadeaba, el hermano le acariciaba y le besaba. Le alivió los dolores y luego le enjuagó la polla, los huevos y el culo. En este lugar puso especial atención para estimularlo. Joao miraba a Telmo atentamente para aprender como estimulaba a su hermano un experto.

La crema lubricante comenzó a hacer efecto cuando los dedos tocaron su orificio. El monumental cuerpo tuvo una convulsión, se tensó y se abrió de piernas para dejar libre el espacio y que tuviera más libertad de acción. Joao miró sorprendido a Telmo porque, que el supiera, nunca habían penetrado a su hermano.

Los dedos siguieron jugando y masajeaban, entraban y salían, abrían y cerraban. Recibían saliva  y la tragaba. Telmo se entusiasmó de tal manera con el manejo que estaba aplicando y  se puso tan salido de que comenzó a introducir su miembro, con calma pero de manera segura hasta el final, mientras el mozo gemía y gemía. ¿De dolor?...¿De placer?...Gemía y se contorsionaba. Su hermano, sin poder contenerse, se acercó al rabo filial y comenzó a mamarle como si fuera su cachorro.

Aquel monumento a la masculinidad estaba disfrutando como un poseso con la penetración y con la mamada con tal intensidad que mordía el escroto de su hermano mientras agitaba todo el cuerpo hasta que se corrió como un auténtico semental sobre su pecho y abdomen. Telmo no pudo contenerse por la presión y estalló dentro de él y Joao al notar la presión que la boca de su hermano ejercía sobe sus genitales tambien se corrió.

Cayeron encima del semental y se rebozaron de lefa. El chico comenzó a lamer los cuerpos para limpiarlos y luego, con el sabor en su boca besaba a su hermano y a Telmo. Luego se dejaron caer en un sopor.

Cuando se fueron despejando, el niño dijo que él quería ser el próximo, quería experimentar las sensaciones que había recibido su hermano, pero quería que fuera él quien le azotara y le follara.

Telmo le dijo que se tranquilizara, que tenían que recuperarse y que le juraba que el próximo sería él.

  • Quiero unos arneses como los vuestros, pero de mi tamaño. Quiero estar como vosotros.

  • Te lo prometo. Los encargaré para ti. Te lo prometo.


Telmo le había dicho a Alfonso que, para la ocasión,  a el le gustaba más que se pusiera el body de lucha en vez de los arneses. porque le ponía más notar el bulto de su paquete con esa prenda que con los calzones de cuero. Llegaron al acuerdo de que los dos irían vestidos así pero con las botas militares y con un cinturón negro ancho adornado de tachuelas.

Cuando acabaron de vestirle  el chico estaba precioso. Los arreos eran negros con tachuelas plateadas al igual que las hebillas. Las botas a media caña, los calcetines blancos asomándose por la pantorrilla destacaban con el color moreno de sus piernas. Los bíceps sujetados por brazaletes bordeados de cinta roja le daban un aspecto de joven esclavo que empalmaba a los dos hombres que le iban suspendiendo por las muñecas.

Alfonso le acariciaba y besaba por delante y Telmo por detrás. Esos cuerpos esculturales y velludos cubriendo su cuerpo  y esos cipotes rebozándose en su entrepierna y culo e excitaban de tal manera que lo único que quería era que comenzaran porque si no se correría antes de la experiencia que deseaba como nada en el mundo: que su hermano le azotara y luego le penetrara. Desde el otro día solo pensaba en ello.

Telmo hacía de anfitrión y su hermano de verdugo. Se pusieron detrás suyo y...

...el primer latigazo llegó sin esperarlo y la sacudida le dejó sin respiración.

  • Alfonso, no seas tan bestia. Hazle daño, pero no me lo mates. Joao, tensa los músculos, no los relajes, así te hace más daño. Prepárate.

Joao se relajó, respiró y se tensó. Hizo un gesto con la cabeza que indicaba que estaba preparado.

El mayor se concentró, levantó la fusta y le dio el efecto preciso para que la fusta tocara la piel de su hermano para dañarle sin causarle herida.

El pequeño  gimió y se tensó, pero aguantó.

Le sacudió varios golpes en espalda, pecho y culo.

El maestro le hizo una señal de calma y otra de que comenzara a alternar con caricias.

Alfonso asintió. Se volvió a concentrar y...Comenzó el juego.

Aquel cuerpo menudo, moreno, lampiño, con solo tres matas de vello, dos en sobacos y otra en la polla, se dejaba castigar por su hermano para después disfrutar del juego de las acaricias. - Dame más Fonso...dame más...- estaba más ansioso por lo que vendría después que del juego en sí, aunque le había cogido el gusto.

Telmo paró cuando vio que el cuerpo ya había sido castigado lo suficiente. Con un gesto hizo que Alfonso parara y entre los dos bajaron a Anguila, que estaba medio en éxtasis. Su hermano le fue refrescando las señales y el chico le besaba o le lamía donde podía. Parecía un cachorro agradecido cuando le curan las heridas y lame la mano del dueño.

  • Fonso...  ahora te toca a ti...- dijo en un susurro.

Le embadurnó el ano y comenzó a jugar con el. Alfonso sabía que se hermano se dilataba sin ayuda pero después del castigo, quería darle placer y le masajeó hasta que los dedos le entraban con facilidad. Le abrazó y le besó como sólo el sabía hacer y le penetró con delicadeza. Anguila suspiraba y echaba la cabeza hacia atrás y ponía los ojos en blanco, sus brazos buscaban algo en el aire, hasta que Telmo se dio cuenta de que lo solicitaba. Se acercó al chico y este lo atrajo hasta que su polla entró en su boca y la mamó como un chupete. Quería ser follado por los dos agujeros de su cuerpo por los dos hombres que más le gustaban. Hasta que comenzó a regarse de blanco gimiendo entre contorsiones. Los dos mayores no pudieron aguantar y le regalaron su leche que tragó por sus dos bocas.

Terminaron agotados, se ducharon y abandonaron el gimnasio.

Al día siguiente y ya en la ducha después del entrenamiento de lucha, mientras Telmo estaba bajo el agua, Alfonso entró en la ducha, como era habitual, se acercó a él, le llevó hasta la pared, juntó los cuerpos y los labios y le dijo muy tranquilamente: -no quiero volverlo a hacer .

  • ¿El qué? - se asustó Telmo

  • No quiero volverte hacer daño, ni a ti, ni a Anguila, ni que tu me lo hagas a mi. Me gusta darte placer y que tu me lo des a mi. No me gusta nada...nada...hacer daño a nadie.. Te quiero con toda mi alma y nada ni nadie puede obligarme a hacer daño a esto que estoy abrazando.

Telmo se emocionó por la declaración de amor de un hombre tan macho, tan rudo. Estaba dándole su amor y no supo contestar con palabras sino juntado sus labios al hombre más guapo del mundo. -No me pegarás nunca más si tu no quieres...Nos daremos placer...Alfonso....- y aguantando un sollozo volvió a saborear los labios de su hombre.

Ahora si, ahora comenzaron a amarse, la manera de acariciarse, de lamerse las lenguas y todo el cuerpo había adquirido otra dimensión. Notaban que algo había cambiado para bien. Se mamaron y se follaron el uno al otro hasta que estallaron. Hasta que el calor que salía de la ducha empañó todos los cristales, espejos y azulejos.

Ya en el vestuario, Telmo le dijo a Alfonso que quería que vivieran juntos, le necesitaba a su lado, no podía soportar su ausencia, sólo vivía esperando el momento en que aparecía y entonces, todo se volvía apacible. La situación era difícil de solucionar porque´no podían abandonar a Anguila, pero la nueva situación era diferente y no debía participar continuamente en sus relaciones. El hermano mayor dijo que hablaría con él, que sería complicado que lo entendiera y llegar a un acuerdo, pero su felicidad estaba en juego y la defendería a muerte. En cuanto al trabajo, Telmo le ofreció a Alfonso hacerse cargo del gimnasio mientras el se dedicaba a la bodega. Luego, compartirían casa y vida.

En este punto doy por finalizada la saga de Los Olivenza. No puedo asegurar que no vuelvan, pero creo que con Telmo y Afonso el final es correcto. Espero que os haya gustado. Muchas gracias a todos los lectores... Pero volveré....con más historias....No os vais a librar de mi tan fácilmente...Un abrazo muy fuerte a todos

karl.koral@gmail.com