Los ojos del alma 9
Cuidando a las mellizas
CUIDANDO A LAS MELLIZAS
Cuando José me llamó a su casa, tuve un mal presentimiento. El último encuentro con Juana había sido muy intenso. Tarde o temprano esto tenía que explotar. Crucé por el parque y lo llamé a voces desde la puerta del fondo.
José salió y me indicó que nos dirijamos a las tumbonas. Estaba serio y con el gesto contraído.
-. Espero no haber interrumpido tus estudios.
-. Para nada, estoy al día.
-. Te voy a ser sincero. Necesito pedirte un favor y que quede entre nosotros.
-. Para que alguien tan poderoso como tú, recurra a alguien como yo, muy desesperado debes estar.
-. No puedo confiar en nadie más, algún día entenderás por qué. Además cuando ayudaste a Juana lo hiciste con un sentido de fidelidad a la familia, que no puedo conseguir en nadie más.
-. La situación en el sindicato está muy tensa, la oposición nunca digirió la desaparición de sus dirigentes y está operando contra mí. Temo que intenten algo contra mi familia. Encima tengo al hijo de puta de Juan Carlos operando en mi contra
-. ¿Y porque no las proteges con tus laderos?
-. Porque no puedo confiar en nadie, y ese puto campamento me tiene de los nervios. ¿Tu piensas ir?
-. Sinceramente no me interesa para nada, pero si tu necesitas que vaya, cuenta conmigo.
-. Gracias, sabía que no me fallarías.
Y así fue como me vi involucrado en un marrón, que no me interesaba para nada. El puto campamento era organizado todos los años para festejar la terminación del curso, y como solo nos faltaba rendir un par de finales, podíamos ir sin problemas.
Por referencias, ya que nunca participé en ellos, eran un descontrol de alcohol y drogas. Parejas que solo iban a follar. Mujeres con novios dispuestas a ponerles los cuernos y ligones a la caza de algo que llevarse a la cama. Sin olvidarnos de los eternos pagafantas, que no se comían una rosca.
Lo que ninguno de nosotros sabía, era que las mellizas junto a Nuria y Bea, habían decidido festejar el fin de curso por su cuenta, solo acompañadas por sus novios.
Cuando las mellizas se enteraron del pedido de José, me vinieron a ver a la casa de María y me contaron sus planes.
-. Ustedes están locas si piensan que me voy a meter en algo como eso, vayan solas, a mi no me cuenten.
-. Pero mi padre fue claro, si tu no vienes no nos deja ir. Tiene miedo por los problemas con el sindicato.
-. Pero si nadie sabe lo que van a hacer. ¿Quién las va a molestar? ¿Además que cuento yo ahí de carabina?
-. Pero si tú siempre estás solo, que te jode estarlo una semana más. Además prometemos portarnos bien cuando tu estés delante. Ja, ja, ja.
-. No me jodas, que conozco como la gastan. Empiezan a beber, luego los jueguitos y termináis todos en pelotas.
Tanto insistieron que terminé aceptando. Me sentía un cancerbero, puesto por Jorge para controlar que no escapen del infierno las hordas sedientas de lujuria dispuestas a pecar. Marché malhumorado a preparar mis cosas, resignado a lo que pudiera suceder, el Ente ignoraba el concepto de pecado.
SOBERBIA
Finalmente, partimos los cinco en el coche de Carla, ella conducía y su novio iba de acompañante. Nada menos que el estúpido de Pedro molesto por mi presencia. Nunca pudo terminar de digerir el chapuzón en el agua podrida de la piscina.
Era un muchacho proveniente de una familia adinerada, que vivía para cultivar su cuerpo. Soberbio como pocos, alto y bien parecido, después de años de pagafanta y ladero de Jorge, novio de Nuria, había logrado llamar la atención de la rubia.
Vivía pendiente del espejo y sus dietas eran estrictas al igual que sus programas de ejercicios. Personalmente, creo que a Carla solo le servía para lucirlo como a un muñeco y como pantalla para poder salir de fiesta, sin que José le esté encima.
En el asiento trasero viajaba Lucía con el pícaro de Esteban, el amigo de Pedro. La melliza castaña empezó aceptando salir con él para hacerle compañía a su hermana, pero finalmente la picardía de Esteban la conquistó. No tenía ningún atributo especial, pero su descaro y simpatía lo convertían en un ligón de primera. Y Lucía era caza mayor.
Finalmente, pegado a la ventanilla trasera y soportando las miradas hostiles de los machos en celo que se sentían invadidos por un invitado indeseado, viajaba yo, resignado a pasar unos días de mierda.
El lugar al que nos dirigíamos era un caserón antiguo, rodeado por un conjunto de cabañas en medio de un bosque frente al mar. Previendo que José pudiera llamar y preguntar, las reservas esteban hechas por sexo. Una para mí, otra para los sementales y la última para las hermanas.
Finalmente nos tocaron tres habitaciones consecutivas en el caserón, ya que, como era comienzo de temporada las cabañas todavía no estaban habilitadas, salvo las dos de las otras parejas.
Por suerte, estaría en la habitación más cercana a la puerta de entrada a la casa, lo que me permitiría escaquearme sin dar muchas explicaciones. Las mellizas no tardaron en cruzarse con sus novios y hospedarse por parejas.
Llegamos por la tarde. La casa era muy antigua, de techos altos y paredes gruesas. Los postigones exteriores de los dormitorios eran de madera maciza y las puertas, de madera muy gruesa. El primer inconveniente se originó en el dormitorio de Carla, que estaba pegado al mío. El postigón exterior estaba trabado y no se podía abrir y la puerta de la habitación tenía falseado el picaporte, sólo se abría con la llave y había una sola. El soberbio Pedro intentó imponerse y convencer a Carla para cambiarla por la mía, pero cuando su novia le pidió sonriente que me obligara a hacerlo, desistió de la idea.
Luego de descargar todo y de ponernos cómodos, participamos de un fogón de bienvenida donde hubo buenas carnes para degustar y bebidas de todo tipo.
Nuria, me observaba hablando poco y Bea, con una expresión indefinida. En mayor o menor medida todos teníamos asuntos pendientes, y ninguno bueno. Ninguna de las dos aceptó que las haya alejado de mi vida después de sus desplantes.
La tensión sexual entre los novios era palpable y la animadversión de todos los varones hacia mi persona, peor todavía. Me retiré a dormir, antes de que la bebida empezara a hacer estragos en las parejas y se pusieran mimosas.
IRA
A la mañana temprano, después de desayunar y luego de observar que el ambiente era normal y no había ningún tipo de peligro para las mellizas, salí de excursión. Vestido con un traje de baño elastizado y una remera amplia, encaré la ascensión de una colina que se encontraba cerca y desde donde seguramente, podría tener una mejor perspectiva del lugar.
Como buen lugar turístico, el sendero serpenteante que llevaba a la cumbre, era muy pintoresco y tenía dos miradores, uno pequeño que se asomaba al mar a mitad de camino y una terraza en la cumbre, que dominaba todo el paisaje. Ésta estaba decorada con un pseudo templo pagano, con un altar de sacrificios y figuras demoníacas, rodeadas por columnatas bastantes burdas. Casi seguro el lugar predilecto para las fotos veraniegas de los turistas.
Desde la explanada superior, se podía apreciar la playa en toda su magnitud, una extensa planicie de arena enmarcada por dos acantilados rocosos, formando una hermosa bahía donde las olas llegaban mansas. Lugar ideal para nadar. Y eso es precisamente lo se aprestaba a hacer Pedro, recién llegado con Carla.
Mientras su novio se aplicaba cremas y se ponía las antiparras, la rubia se despojó de su liviano vestido, dejando a la vista su exuberante físico solo cubierto por un escueto bikini. Acomodó una gran toalla sobre la arena, se sentó en ella y comenzó a aplicarse protección solar, mientras Pedro realizaba ejercicios de estiramiento.
Al asomarme al borde de la terraza, pude contemplar que desde el mirador del primer nivel, Lucía observaba la escena nerviosa, caminando de un lado a otro. En el momento que Pedro se metió en el agua, Carla se paró a observarlo, sin dejar de encremarse. Cuando comprobó que ya había cruzado la rompiente, sabía que el disciplinado muchacho, tardaría una hora larga en volver.
Hizo un bollito con todas sus pertenencias y las tapó con el toallón. Acto seguido se encaminó a un sendero que se adentraba en la arboleda. Llegó a un pequeño claro y se dispuso a esperar. Cinco minutos después, para mi sorpresa, apareció Esteban y Carla se lanzó a sus brazos.
Debo haber hecho algún ruido por la sorpresa, porque Lucía, que estaba a punto de reaccionar con ira y se dirigía rauda a encarar a la pareja, se detuvo y miró hacia arriba descubriéndome. Pareció replantearse el tema y cambiando de idea, desanduvo el camino y se encaminó a mi posición.
Al llegar a mi lado, me encaró furibunda
-. No te hacía un mirón.
-. Ni lo pretendo, pero un espectáculo gratuito de esta magnitud, no tiene desperdicio.
En ese momento, Carla le estaba realizando al novio de Lucía, una mamada de campeonato y Lucía pareció tener una idea maliciosa.
-. ¿Y no prefieres un primer plano?
Mirándome con cara de zorra, se arrodilló frente a mí y me bajó la malla. Con cara de grata sorpresa, tomó mi falo con sus manos y le pegó un lametón de arriba abajo que me dejó temblando. Después de calibrar el tamaño de la herramienta, descapulló el glande y se lo metió en la boca.
Debería ser genética pura, porque tanto su madre como las dos hermanas eran unas artistas de la mamada. En sintonía con lo que sucedía abajo, parecía regular el ritmo para llevarme al éxtasis junto con su pareja, pero yo tenía otra idea. No me iba a conformar con ser una herramienta de venganza. La tomé de las axilas, la separé de mi polla y la levanté del piso.
Lucía se dejó hacer desconcertada. Llevándola en brazos la acosté en el altar de sacrificios, hoy tocaba ceremonia. La despojé del traje de baño, coloque sus talones en mis hombros y me amorré a su coño. Pareció resistirse, pero al sentir mi lengua en su chumino, se relajó y agarrando mi pelo en su puño, me enterró la cara en su entrepierna.
La melliza castaña destilaba jugos que era un contento. Cuando logré llevarla al orgasmo, me levanté y consumé el sacrificio, la clavé de un pollazo en medio de sus suspiros y contracciones. Mientras la penetraba, los gritos de la muchacha eran merecedores del mejor concierto de ópera.
Estuvimos follando toda la tarde, Lucía tenía una entrega notable y era una amante voraz y cariñosa. Cuando empezaba a anochecer nos despedimos con un beso y ella emprendió el descenso.
Al llegar a la casona, Esteban la estaba esperando furioso en la puerta.
-. ¿Se puede saber donde coño estabas metida? Hace dos horas que te estoy esperando.
-. Estaba observando desde el mirador como te follabas a mi hermana. Estaba tan enojada por lo que vi, que para no bajar y matarlos a los dos, me fuí a caminar por ahí.
El ligón quedó paralizado por la sorpresa.
-. Te aviso que desde la terraza también te estaba observando Luis. No se como le haya caído lo que habéis hecho y si no lo va a hablar con mi padre. Tu ya sabes como se las gasta él.
Esteban se aterró tanto ante el panorama que se le presentaba, que salió corriendo en busca de Carla para contárselo. Lucía entró a la habitación y con toda la calma del mundo tomó las cosas de su novio y las arrojó por la ventana. Esa noche dormiría a la intemperie.
Llegó la noche y regresé a la casa. La cena se realizó en un clima tenso entre las hermanas, mientras Pedro, que se hallaba en la inopia total, elongaba sus músculos mientras cenaba y Esteban permanecía en un rincón asustado. Las otras parejas iban a lo suyo, pero curiosamente parecían incrementar la fogosidad cuando yo me acercaba, como si las hembras quisieran demostrarme lo que me perdía.
Decidí no prestarles atención, cosa que parecía molestar a las damas. Estaba satisfecho, la tarde había resultado mejor de lo esperado. Comí en silencio y me retiré a dormir.
ENVIDIA
No habían pasado más de dos horas del momento en que me había acostado y me encontraba desnudo, apoyado en el cabecero de la cama y tapado solo por la sabana de la cintura para abajo. Tenía la luz de la mesita encendida y estaba repasando mis mensajes en el teléfono, cuando escuché golpear la puerta de la habitación. Como no tenía la puerta bloqueada, indiqué a quien fuera que pasara.
Se asomó Carla cabizbaja y después de cerrar la puerta con pestillo, se quedó parada mirándome. Estaba hermosa, vestida con un vestido liviano a medio muslo sujeto con tirantes. Tenía el cabello recogido en una trenza y el rostro compungido.
-. ¿Qué quieres Carla?
-. Hablar contigo sobre lo que viste hoy
-. ¿Y de qué quieres hablar?
-. No quisiera que pienses mal de mí.
Observé que me miraba con ojos hambrientos, sus pezones se marcaban en el vestido de forma descarada. No parecía tener nada debajo. Desnudo como estaba me levanté de la cama y me acerqué a ella.
Carla parecía hipnotizada mirándome fijo a la cara, como si temiera mirar más abajo. Tomé la silla del escritorio y me senté frente a ella. Mirándola a los ojos, tomé uno de los breteles y lo deslicé por su brazo.
-. ¿Y por qué habría de pensar mal?
-. P...por… por lo que viste.
Despacio le bajé el otro bretel quedando el vestido colgado de sus grandes tetas.
-. ¿Acaso te portaste mal?
-. No..no..bueno ..si.
Con las dos manos rodeé la teta derecha y la liberé. Tenía el pezón erguido como para cortar un vidrio. Acerqué mi boca y empecé a mamar mientras Carla suspiraba frotándose las piernas. Liberé la otra teta y el vestido cayó a sus pies.
Su cuerpo desnudo, en su exquisita plenitud, temblaba como una hoja. La fui acariciando despacio, sin dejar de llenarme la boca de teta. Ella suspiraba y jugaba con mi cabello. Lentamente la fui acercando a mi cuerpo. Sin necesidad de decirle nada, pasó las piernas por mis costados dejando las mías en el medio y se empezó a sentar.
Tomó mi falo con su mano y lo apuntó a su coño, cuando llevaba enterrada la mitad y tomó conciencia de su tamaño, se detuvo y empezó a subir y bajar. Despacito, poco a poco fue logrando enterrarse toda mi polla y cuando logrò tomar contacto con mis piernas se corrió. Pero no una corrida normal. Fué una corrida convulsiva, llena de temblores y gemidos.
Cuando se calmó, la tomé de las corvas y la llevé a la cama, la acosté a lo largo y en un simple misionero, sin mayores pretensiones, la empecé a follar despacio, haciéndola sentir todo el recorrido de mi tranca. La fuí llevando al éxtasis, ella acababa y yo la seguía follando, cada vez más rápido, cada vez más furioso.
El cabecero de la cama golpeaba la pared en forma rítmica y rotunda. Hasta que llegué al límite y exploté en un orgasmo como los que no recordaba, y ella me acompañó. Por suerte las gruesas paredes protegieron nuestra intimidad.
Desperté con ganas de mear a las tres de la mañana y me levanté despacio para no despertarla. Al volver del baño, Carla estaba destapada durmiendo boca abajo. Ver ese cuerpo majestuoso expuesto a mi lascivia y con ese tremendo culo pidiendo guerra, fue demasiado para mi líbido.
Me acerqué reptando a su cuerpo, le separé las nalgas y con la punta de la lengua le punteé el asterisco. Golpes cortos y continuados que fueron provocando su ronroneo. Cuando levantó sus caderas buscando más contacto, fué la orden de largada.
Me arrodillé tras ella, tomé mi polla y suavemente se la enterré en el coño, provocando más suspiros. Tres golpes profundos y una punteada en su culito... tres y uno... tres y dos... tres en el coño y tres en el culito. Finalmente el glande cruzó la barrera y se instaló en la puerta.
Movimientos intermitentes lo fueron llevando a las profundidades y cuando mis caderas se encontraron con sus nalgas, Carla explotó con un alarido. Cuando se calmó, empezó a colaborar. Quince minutos después el cabecero golpeaba con tal fuerza la pared que pensé que se desarmaba.
Volvimos a quedar desmadejados uno sobre el otro. Al amanecer la rubia se levantó con dificultad, me dió un beso en la boca y se marchó a pegarse una ducha.
Cuando entró en su dormitorio en puntas de pié. Pedro estaba sobre la alfombra, haciendo flexiones de brazos.
-. ¿Qué haces aquí encerrado?
-. La puta puerta que no se abre ¿Se puede saber donde mierda estabas metida? Me cagué gritando y nadie vino a abrirme.
-. Haciéndole compañía a mi hermana, ya sabes que está mal por su pelea con el novio.
-. Si, ya sé, la escuché lamentarse a los gritos toda la noche. No entiendo que puede haber hecho ese estúpido para dejarla así. Parecía tener un ataque de nervios. Por cierto ¿Sabes quien es el hijo de puta al que se le ocurrió ponerse a martillar toda la noche ?
-. No se de que hablas. No escuché nada, ni tus gritos. Las paredes son muy gruesas y no tengo tu oído.
-. Seguro fue el hijo de puta de tu sirviente. Es capaz de hacer cualquier cosa para joderme. La envidia lo tiene mal.
-. ¿Envidia?
-. Envidia de mi físico, de mi condición social y de la novia que tengo. Sus agresiones las lleva a cabo, porque entiende que tu y tu hermana son inalcanzables para él, que jamás podría tocarles un pelo. Vivir tantos años cerca vuestro y que ni siquiera lo miren, debe ser doloroso.
-. Ahora que lo dices...tiene sentido...sólo se entiende que haya aceptado venir a este viaje, si lo hizo para estar cerca nuestro. Pobre muchacho, se debe estar matando a pajas.
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