Los ojos de Alma 6
Juego de Damas
CUESTION DE CONFIANZA
El tiempo ha pasado y el niño ha crecido. Su encomiable esfuerzo por superarse ha conmovido al Ente, que vuelve a sentirse cómodo con él. Con los años ha comprendido que puede ayudarlo dándole pequeños toques en los momentos duros, como los que está viviendo ahora.
La querida Jacinta está internada en grave estado, acompañada solo por él y Manuel, que se turnan para cuidarla. Un inoportuno tumor decidió alojarse en su cabeza y la está matando poco a poco. Pepe y su esposa se han hecho cargo de todo el trabajo de la granja.
Finalmente llega el final de sus sufrimiento y la sepultan junto a la madre de Luis, ya que es la única sepultura familiar, su padre fue cremado y arrojado al chiquero de los cerdos.
Seis meses después, un desolado Manuel, que jamás pudo recuperarse de la pérdida de su mujer amada, sufre un ataque cardíaco y lo deja huérfano de nuevo, solo su enorme fuerza de voluntad le permite sobrellevar la nueva desgracia. Está por cumplir dieciséis años y su cuerpo es el de un hombre maduro.
Pepe y él se reparten las tareas a la par y la granja sigue adelante.
Estaban cargando la camioneta con los productos que la esposa de Pepe iba a vender en el pueblo, cuando aparece un oficial de justicia acompañado por dos policías. Le informan que por las deudas acumuladas, la granja va a ser expropiada y que al ser menor y no tener tutor, no tiene derechos legales para impedirlo.
El muchacho calla, pero algo se rompe en su interior. Cuando el día llega, se atrinchera para no entregarla, está dispuesto a resistir hasta el final. Si tiene que caer, que sea allí, cerca de sus madres.
Preparado para luchar hasta el último aliento defendiendo lo poco que le queda de su madre, escucha la voz del hombre. Algo se remueve en su interior y le dice que puede confiar. Sale de la casa, se saca los lentes y lo mira a los ojos, él no lo recuerda, pero el Ente sí. El hombre palidece y recula impresionado, va a hablar con Pepe y les ofrece administrar la granja y llevarse a Luis con él, el muchacho acepta, el Ente le ha susurrado que puede confiar.
JUEGO DE DAMAS
Juana y Jose
Siempre fuí de armas tomar, desde que mi cuerpo se desarrolló en forma explosiva, los hombres babearon por mí. Y yo decidí aprovecharme de eso. Pasé toda la secundaria con los frikis resolviendo mis problemas de estudio y los macarras tratando de meterse entre mis piernas.
Hasta que llegó el instituto y con él llegó Ramón. Dos años mayor que nosotros, repetidor compulsivo y delegado de los estudiantes. Negociador nato, no dudaba en remover todo el avispero con tal de sacar una migaja para sus compañeros y un gran beneficio para él.
Flaco, alto, cara de buitre con ojos saltones, no poseía ningún atributo que fuera llamativo, pero tenía una mirada aguda que te taladraba el cerebro. Y eso me ponía. Me dejé enrollar y al mes ya estábamos saliendo. En una fiesta descontrolada, pasados de tragos y porros, me dejó embarazada y a los dieciocho años me convertí en madre.
Las mellizas nacieron bien y mis padres, a pesar de no gustarles nada Ramón, me apoyaron, lo que más los asombró, fue que él contra todo pronóstico, permaneció a mi lado y se hizo cargo.
No llegamos a casarnos, pero estábamos bien juntos. Los años que siguieron fueron de locura, de reunión en reunión y de asamblea en asamblea. Como evolución natural mi pareja se convirtió en delegado universitario y un par de años más tarde en delegado rural.
Fiel a su costumbre, se involucraba en todos los trapicheos posibles, siempre con la misma táctica, presionaba a los productores en el momento más álgido de la cosecha, conseguía una migaja para los trabajadores rurales y una buena tajada para él, que le pagaban sin dudar con tal que deje de obstaculizar la producción.
Todo iba bien, vivíamos muy por arriba del nivel que nos correspondía y Ramón era el puto amo del sindicato, hasta que topó con José. Para ese entonces las nenas tenían cinco años. Y vivían más con mis padres que con nosotros, que íbamos de un lado a otro.
Ancho y grande como un coloso, encaró a Ramón en medio de una asamblea en la que pretendía convencer a los peones rurales de trabajar doble jornada en plena cosecha de papas, a cambio de unas migajas. La retribución para Ramón era un departamento frente al mar, en un edificio recién construido.
Con un fanatismo rayano en lo religioso, como aquel que ha sufrido una gran herida y no tiene nada que perder, José le demolió uno por uno todos los argumentos y proyectó una huelga furiosa que paralizó toda la producción.
No más de dos semanas después, obtenía el triple de beneficios para los jornaleros sin pedir nada a cambio para él. La reacción de Ramón fue inmediata, él y un par de lameculos tan corruptos como él, lo fueron a buscar para darle un escarmiento y José los mandó al hospital a los tres.
Hacerse del sindicato, para él fue solo un trámite y un año después se metió en el negocio del transporte. Para ese entonces Ramón había desaparecido de donde sabía frecuentar dejándome tirada con las niñas. Cuando José se enteró, nos ofreció la ayuda del sindicato sin dudar.
En agradecimiento lo invité a cenar y esa misma noche terminamos en la cama, la tranca que gastaba me llevó a los cielos. Al mes vivíamos juntos y al año nos casamos. Desde ese entonces vivimos juntos. Las niñas lo aceptaron sin problemas y él a las niñas. Nunca les faltó nada y les dió la mejor educación como si fueran sus propias hijas.
Su vinculación con los sindicatos y los transportistas lo llevó rápidamente a la cámara de empresarios y pronto descubrió que la compra-venta de empresas en un país tan inestable era un buen negocio. Su última adquisición, la realizó pensando en mis hijas.
Compró la mayoría de las acciones de una fábrica e importadora de accesorios para dama, que estaba al borde de la quiebra por una desinteligencia entre los socios. Uno de ellos, Juan Carlos, que era el que aparentemente generó el problema, se negó a vender y retuvo una sexta parte de la empresa. José puso otras dos sextas partes a nombre de mis mellizas y se guardó la mitad para él.
El tener el paquete mayoritario de la empresa, le permitió tomar medidas de control y auditoría, que molestaron sobremanera al socio remanente y la ruptura definitiva ocurrió, cuando lo desplazó de su lugar en la cámara de empresarios. Desde ese día operó en las sombras contra José.
Todo marchaba bien entre nosotros, hasta que hace dos años, tuvimos el primer cimbronazo fuerte. José nunca me habló de su familia. Por pequeños detalles fuí comprendiendo que ese era un tema tabú para él. Esa tarde estábamos tomando sol en el parque, cuando recibió una llamada que lo alteró.
Me pidió que me cambie y esa misma tarde partimos en nuestro auto hacia el Sur. Al llegar a destino, paramos en un hotel pequeño pero confortable. A la mañana siguiente nos dirigimos a un notario donde firmó unos papeles y de allí a una casa rural en un lugar de ensueño. José se la había adquirido a la mafia de los remates en un arreglo extra judicial.
Lo que sucedió allí luego, fue muy extraño, y no podía imaginar en ese momento, que iba a marcar nuestra vida para siempre.
En el lugar se encontraba la policía para proceder al desalojo y una pareja joven trataba de interceder para que no actúen con violencia, mientras intentaban convencer a un muchacho para que depusiera su actitud. El pobre joven, desesperado, se había atrincherado en la casa negándose a entregar el predio que había pertenecido a su familia por generaciones.
Imprudentemente, ya que no sabíamos si estaba armado, y corajudo como siempre, José se acercó a hablarle a través de la ventana cerrada. Cuando el muchacho escuchó su voz, abrió la puerta y salió, se trataba de un joven corpulento, casi tan grande como José, de pelo largo y poca barba, por lo que deduje que tendría unos dieciséis años.
Estaba vestido con un mono de trabajo muy gastado y portaba lentes oscuros, al llegar junto a José, se plantó frente a él, cara a cara, se sacó los lentes y lo miró a los ojos sin decir una palabra. Para mi sorpresa, mi esposo reculó pálido. Ese hombre que no retrocedía ante nada, se asustaba de un simple muchacho.
Sin decirme palabra, se reunió durante media hora con la pareja y acordaron que ellos se quedaban cuidando la explotación y el muchacho se venía con nosotros. Intenté quejarme por no haberme consultado y como toda respuesta me tiró cabreado.
-. Necesitamos un jardinero. Viene con nosotros.
Intenté oponerme, pero me dirigió una mirada tan furiosa, que preferí callar. Así fue como se trajo a vivir con nosotros a un paleto extraño. Un ser silencioso y oscuro que ni nos dirigía la palabra, pero que iba a cambiar nuestras vidas para siempre.
Mis empleadas, sin embargo, lo adoptaron con cariño. Dos años después, empecé a notar que Blanca, mi asistenta, una morena de muy buen ver, lo visitaba de noche un par de veces a la semana. Mi curiosidad pudo más que mi prudencia y una de esas noches en la que José estaba de viaje, me asomé a su ventana para curiosear. Lo que ví me conmovió profundamente.
Luis tenía a Blanca en el aire. Apoyada la espalda en la pared y tomada de las corvas con sus antebrazos, la penetraba furioso, con una polla que no tenía nada que envidiar a la de José. Me calenté tanto, que mirando la escena al pié de esa ventana, me corrí apenas me toqué.
Con el tiempo, su presencia se hizo habitual y su eficiencia notable, más ahora que estoy tan sola. Los años han pasado y el fuego en mi pareja ya no es el mismo. La posición de poder que ostenta José y la polla que se gasta, hace que tenga mucha hembra joven a su alrededor. Cada vez viaja más y me consta que en muchos de sus viajes, va acompañado.
El mes pasado, mis hijas estaban tomando sol en el Jardín junto a su prima y su novio Jorge. El muchacho y un par de amigos, encontraron divertido provocar a Luis y la cosa terminó con dos de ellos en el agua podrida de la piscina. Al salir, Jorge, molesto por las risas de su novia, se puso violento con ella. Luis salió en su defensa y lo durmió con un par de golpes. Desde ese día, José, extrañamente orgulloso, le encargó el cuidado de la familia cuando él estaba de viaje.
Por mi parte, verlo tan furioso y violento, me recordó a los malotes que solía frecuentar en mi adolescencia. A partir de ese momento, cada vez que estábamos solos, lo empecé a provocar como hacía en mi adolescencia. Cuanto más frío lo veía, más subía la apuesta, y más me calentaba yo.
Un mes más tarde, a mediados de Enero, José estaba en uno de sus, cada vez más, habituales viajes, cuando lo tuve que representar en una reunión del sindicato. Reconozco que estaba molesta con él, por su viaje y por cargarme ese muerto.
Fuí vestida para el infarto. Para que cuando viera las fotos, se diera cuenta lo que se estaba jugando. No podía imaginar, que eso daría motivo, para que sus rivales en el sindicato, incentivados en las sombras por Juan Carlos, intentaran drogarme para filmarme follando y extorsionar a José.
Esa noche estaba muy mareada a pesar de no haber bebido tanto. Tres directivos me sugirieron dejar el auto, que ellos me alcanzaban a mi domicilio. Ya me lo traerían al otro día. Como no me sentía bien, acepté, pero al llegar a mi casa me empezaron a manotear. Con el poco sentido que me quedaba, alcancé a bajar y empecé a correr, pero me alcanzaron antes de entrar.
Enajenados por la lascivia, intentaron violarme en la misma calle. No contaban con que mi ángel guardián estuviera vigilando.
Luis reaccionó como una fiera y los mandó al hospital, como en los mejores tiempos de José. Pero lo más notable fue el cariño con el que me atendió después. Me calentó tanto, que esa misma madrugada me lo quise follar, y en vez de aprovecharse, me rechazó. Pero el mal ya estaba hecho. Un par de días más tarde me lo follé, y todavía estoy temblando por eso.
Lo que empezó siendo sexo salvaje y de pura pasión se convirtió en la mas dulce experiencia que viví en mi vida apenas lo miré a los ojos. El amor instantáneo que sentí por ese chico, me conmovió hasta las entrañas.
La semana siguiente comprendí que no me podía controlar, el impulso de estar con él se me hacía insoportable y eso no podía pasar, era mucho lo que me jugaba. Unos días antes de las fiestas, hice acopio de voluntad y me escapé a la costa con mis hijas.
Pude aguantar hasta mediados de Febrero. Cuando ya no daba más sin verlo, volví. Para mi sorpresa encontré el parque desatendido y su casucha vacía. Esa noche, cuando estaba por preguntarle a mi vecina por él, los descubrí haciéndose cariñitos sobre una tumbona al borde de su piscina. La muy hija de puta, me lo había robado.
MARÍA
Cuando Juana me pidió, casi diría, me suplicó que cuidara del muchacho que atendía su casa, casi me descojono. Ese gigantón de casi dos metros no parecía necesitar niñera. No podía imaginar el porqué lo decía.
Enrique también era un gigantón bueno, al igual que casi todos los grandotes. Como si el saber que es muy difícil que los puedan lastimar físicamente, les aporta paz interior y bondad. Era tan fácil quererlo, que no lo supe cuidar,
Él sólo sabía pensar en los demás. Vivía para complacerme. Parecía tan seguro e indestructible, que jamás pensé que podría pasarle algo. No supe ver los pequeños avisos y no me lo puedo perdonar.
Si le dolía el brazo, se lo masajeaba, si se fatigaba en una escalera, me burlaba de su tamaño, y si le dolía el pecho, le daba un beso para curarle el mal de amores. Él era un gigante. No podía estar enfermo.
El día que en plena faena sexual, se derrumbó sobre mi cuerpo, pensé que se estaba burlando. Cuando me empezó a faltar el aire y él no se movía, me empecé a asustar. Cuando vi sus ojos abiertos mirando la nada empecé a gritar.
La muchacha que trabajaba en casa vino corriendo y entre las dos logramos darlo vuelta, pero ya era tarde. Un infarto masivo, se lo había llevado. Solo yo puedo saber cuanto sentí su ausencia. Su sonrisa, sus palabras cariñosas eran el bálsamo que calmaban mis ansiedades más profundas.
Jamás me atreví a tocar sus cosas, como si desprenderme de ellas fuera perderlo para siempre. Hasta que conocí a Luis y lo miré a los ojos. Supe en ese momento que la reencarnación era posible. Que las almas vagaban hasta encontrar cuerpos afines. Y allí se instalaban.
La primera vez que lo vi sin su mono de trabajo, duchándose en el jardín me encandiló su físico. Pero cuando se dio vuelta y me miró asustado antes de cubrirse los ojos, me conmovió. Bastaron esos pocos segundos para sentirme profundamente subyugada por él.
El muchacho era una caja de sorpresas, el que creían todos que era un analfabeto, tenía una preparación excelente. Autodidacta y estudiante a distancia, a su tranquilidad y bonhomía le unía una inteligencia notable. Absorbía el conocimiento con una facilidad asombrosa. Los profesores que lo evaluaron, me felicitaron por el descubrimiento.
Lo increíble era que esa joya viviera como un sirviente de la edad media. Sin ropa y sin recursos. Entonces lo supe, ese momento era el que llevaba tiempo esperando, si existía la mínima posibilidad de que el alma de Enrique habitase ese cuerpo, el resto de sus cosas también le debían pertenecer.
Hubiera sido mal visto ubicarlo directamente en mi hogar, pero no en mi casa de huéspedes que había sido construida para mis padres y tenía todas las comodidades. Nada comparable con la choza inmunda en la que vivía.
Se la ofrecí y aceptó, pero se empeñó en cumplir con su palabra y mantener el parque de Juana en condiciones durante Enero.
Pasábamos las tardes conversando y también empezamos a salir, acostumbrarse a socializar, iba a ser muy importante para su carrera. Finalmente, en la primera semana de Febrero superó todas las expectativas e ingresó a la universidad.
Claro que tanta convivencia empezó a tener consecuencias. Vivía pensando en él. Después de tanto tiempo con el corazón muerto, volvía a latir.
Una noche, regresaba tarde y un poco achispada de la reunión con mis amigas, cuando noté las luces de parque encendidas. Me dirigía a apagarlas cuando distinguí su inconfundible figura en una de las tumbonas.
Estaba tirado con las manos detrás de la cabeza, mirando fijo a las estrellas. Me acerqué despacio, me eché junto a él que pasó uno de sus brazos por mi espalda y apoyé mi cabeza en su pecho mientras me contaba su reciente decepción.
Nos dijimos más cosas en esos minutos de intimidad, que en todas nuestras charlas. Desperté al alba con unas ganas de orinar que no aguantaba, estaba en mi cama, vestida solo con mis bragas.
En algún momento de la noche, me trajo al dormitorio y me sacó la ropa, no solo no me molestó, sino que me pareció algo muy tierno. Me volví a acostar con una sonrisa dibujada en el rostro.
A media mañana, me desperté por los gritos provenientes del parque. Me asomé a ver y vi a Juana furiosa, increpando a Luis, totalmente salida.
-. ¿Pero te crees que soy idiota? ¿Qué cuento es ese de la universidad? Una cosa es que se lo hagas creer al idiota de Jorge para follarte a su novia, pero que me lo quieras hacer creer a mi, que se de donde vienes, es el colmo. Desagradecido de mierda.
Luis escuchaba con la cabeza gacha. Sin contestar la andanada de injustos insultos que Juana le propinaba. Decidí intervenir. Me puse un traje de baño, una bata, un par de chanclas y bajé.
-. A qué se debe este escándalo, Juana.
-. ¿Todavía preguntas a qué se debe? Puta barata. ¿Te crees que no te vi anoche achuchándolo? ¿Cuánto tardaste en follartelo? ¿Así tratas a tus amigas? ¿Robandole sus empleados?
No podía creer lo que escuchaba. Estaba por replicar, cuando Luis se me adelantó abrazando a Juana. Mi vecina se revolvió violentamente y empezó a golpearlo en su pecho con los puños cerrados. Luis con paciencia la mantuvo abrazada, hasta que cansada, se abrazó a él llorando convulsivamente.
Como toda respuesta, Luis la levantó en brazos y se la llevó a la cabaña, mientras mi estómago se retorcía de celos al comprender lo que pasaba. Tres horas después una arrepentida Juana me pedía disculpas.
Se Justificó aduciendo que estaba pasando una crisis y que Luis era la única persona fiel con la que contaba. Haciendo de tripas corazón le expliqué que nada tenía que cambiar, que pasara a verlo cuando quisiera.
Y así sucedió, desde ese día cada vez que José estaba de viaje, Juana pasaba la noche con él. Lo mismo ocurrió con Blanca cuando volvió de la costa.
Finalmente llegó Marzo y comenzaron las clases. Si hasta ese momento me sentía estúpida y desplazada, lo que siguió fue peor.
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