Los ojos de Alma 13

Un día en la vida de un mal bicho

UN DIA EN LA VIDA DE UN MAL BICHO.

Romina atiende el teléfono y mientras escucha lo que le dicen mira el reloj, aún falta media hora para la salida. Al finalizar la llamada cuelga, coje su cartera y se dirige al baño. Toma el recipiente termal que siempre lleva, saca una teta del corpiño y extrae leche. Solo lo llena por la mitad. La otra teta sabe que no debe tocarla. Su trabajo peligraría y no son tiempos para correr esos riesgos.

Ella es una mujer bonita y sencilla, algo gordita. Tiene una linda cola y tetas prominentes debido a su reciente embarazo. Trabaja en la fábrica desde los diecinueve años y hoy con veinticinco, es la responsable del área contable.

Está casada con Ramón desde hace tres años y tienen una nena de tres meses, él es un muchacho delgado, bajito como ella y usa grandes lentes de carey. Trabajan juntos en el mismo sector y su esposo es un friki de la informática. Todos los procesos administrativos y contables de la empresa pasan por sus manos.

Sale del baño y le alcanza el recipiente a su esposo, él ya sabe que hoy le toca alimentar al niño y que deberá suplementar la mamadera con leche de fórmula. Hoy toca archivo.

Romi controla el reloj, sabe que la hora es muy importante, debe levantarse antes de que se vayan sus compañeros. Faltando diez minutos para la hora de salida se levanta de su escritorio, con tristeza le da un beso en la mejilla a Ramón y se dirige al archivo.

Petra la ve pasar con pena, ella no es mucho mejor, pero por lo menos no la obligan. La oficina de archivo tiene además de las estanterías y los módulos de estanterías, un gran sillón que los jefes usan para descansar. Romi entra, se sienta y mientras espera, se saca la camisa y el corpiño.

Faltando cinco minutos para la hora de salida, entra al sector Juan Carlos, uno de los dueños de la empresa, saluda a Ramón con un apretón de manos, que este devuelve avergonzado y a los demás con un movimiento de su brazo. Finalmente entra al archivo.

Esta ceremonia se repite semanalmente y es exigencia de Juanca que sea en presencia del personal. Esto es así porque Ramón, desoyendo los consejos de sus compañeros, tuvo la osadía de ganarle a Juan Carlos una partida de ajedrez en el comedor, un jaque mate rotundo en pocas movidas delante de todo el personal, ridiculizando a Juanca.

Suena el timbre de salida y Ramón cabizbajo se retira a su casa ante la mirada compasiva de todos sus compañeros, especialmente de Cris, a la que le da mucha pena. No es que ella haya tratado mejor a su novio, pero por lo menos no se entera.

Juan Carlos es un hombre sin escrúpulos, pagado de sí mismo, que vive para alimentar su imagen. Altura media, muy fibrado y deportista extremo, a los treinta y ocho años, tiñe algunas incipientes canas de su castaño cabello, con una tintura algo rojiza.

Apasionado de las motos de gran cilindrada y autos deportivos ostentosos, es el dueño de un sexto de la empresa y dirige toda el área mecánica. Está casado con Mara, una morena explosiva, muy sumisa y espiritual. Seguidora del Say Baba, vive para hacer yoga.

Nada más entrar al archivo, Juanca se saca el pantalón y los interiores y se arrodilla entre las piernas de Romi. Se prende a la teta llena y comienza a mamar mientras ella le acaricia la cabeza, lo que le produce una tremenda erección.

Una vez saciado, quid pro quo, se para y ofrece su polla para que se alimente Romi, la cual no tarda en amorrarse al falo. Juanca la toma del pelo, le folla la boca y no para hasta llenarla de una menguante lefa, que la muchacha traga sin protestar.

Esta curiosa ceremonia ha reemplazado a la follada semanal que le propinaba desde que entró en la compañía y que constituye una de sus obligaciones si quiere mantener el empleo. Durará mientras siga amamantando. Luego se la volverá a follar.

Ha pasado media hora del cierre, todos se han retirado menos el resignado Gervasio, el viejo portero, que debe esperar a que Juanca salga, sin cobrar un peso extra. Y eso a veces es muy tarde. Romi se arregla, toma sus cosas y se retira saludando ruborizada al veterano que la mira con ternura. Son dos náufragos en la misma balsa.

Satisfecho, Juanca no se molesta en vestirse, toma sus ropas, se dirige al vestuario de damas y se termina de desnudar. Toma jabón y toalla del casillero de una empleada, champú y crema de enjuague de otro y finalmente una crema para el cuerpo de un tercero. Se ducha, se encrema y se prepara para el resto del día. Hoy es día de cosecha. Como no recuerda de donde tomó cada cosa, deja todo tirado en el piso de la ducha. Mañana alguien recogerá y nadie se va a quejar.

Vuelve a su oficina, toma el juego de llaves duplicadas y se dirige al comedor. La fábrica tiene 80 operarios que almuerzan en cuatro turnos de media hora cada uno. La empresa les facilita el comedor, contrata al personal que les calienta y sirve la comida y que luego limpia todo, para que no pierdan tiempo de almuerzo en esos menesteres. Cada uno trae su vianda y entre todos ponen dinero para la leche, azúcar, sal, café, te, y condimentos. Como esta semana han cobrado, se ha repuesto todo.

Juanca entra con sus llaves y abre el armario de viandas. En un gran bolsón, pone cuatro cajas de leche larga vida,un paquete de café y otro de azúcar y té. Y vuelve a cerrar.  Luego se dirige al sector de mercaderìa terminada y guarda varios paquetes de aros, collares y hebillas. Sabe que tarde o temprano alguien notará el faltante, pero no le importa, el encargado del sector deberá hacerse cargo o irá a la calle.

Juanca tiene tres vehículos de alta gama, una Land Rover 4x4 con la que despunta su vicio por las competencias off road, un Audi A5, para las zonas paquetas de la ciudad y una moto Honda Goldwing 1200 para moverse por el tráfico del centro. También posee una lancha con dos motores Mercury entro fuera de 180 HP y varios aparejos de Wind y Kite surf.

Paradójicamente, al contrario de sus ex socios que viven en grandes casas o céntricos departamentos, él vive en una casa sencilla, en un barrio de clase media baja. Es lo único que tiene a su nombre y el de su mujer Mara. Le encanta ser admirado por las vecinas cuando ingresa con sus cochazos

Mara es un caso aparte, una morena espectacular de treinta y ocho años, sumisa al extremo, que tolera todas las infidelidades y maltratos de Juanca sin abrir la boca. Fanática del hinduismo y el yoga, pasa el día meditando. Lleva con su esposo desde los diecisiete años y tienen un hijo de veintiuno, Francis.

Francis es un muchacho opacado por la sombra de su padre, bonachón al extremo, ama a su madre y abraza sus mismos gustos por la meditación. Estudia ingeniería y está de novio con Marta una rubia cañón de veintidós años, estudiante de medicina.

Estos meses ha estado muy preocupado por ella, su padre ha sido despedido de su trabajo y les está costando pagar el alquiler del departamentito donde Marta vive para estar cerca de la universidad. Su familia vive a cincuenta  kilómetros de la ciudad y es muy engorroso ir y venir todos los días en transporte público.

Por suerte hace un par de meses ha encontrado un pequeño curro para vender chucherías a su compañeras y parece estar apañándose bien. Con eso y la ayuda económica de Francis, van superando la crisis.

Finalmente Juanca se decanta por la moto para lo que le falta del día, la saca del garaje y se dirige a su próxima parada, un barrio humilde ubicado a un par de kilómetros de la fábrica.

La empresa produce todo tipo de accesorios. Los procesos madre y la mercadería en bruto se confeccionan en la fábrica, todo el packaging y las terminaciones son realizadas por personas que trabajan en sus domicilios, en conglomerados muy humildes. Cientos de hombres y mujeres, que con la ayuda de hijos y abuelos, aprovechan sus horas libres para sacarse unos billetes que alivien un poco sus flacos bolsillos.

Esta tarea sería imposible de coordinar y ejecutar, sin el permiso y el apoyo del delegado del barrio. Él es el único que conoce cómo llegar a todos los rincones por esas intrincadas callejuelas. Es el que decide quien trabaja y el que controla las entregas, a cambio de una jugosa tajada.

Lo que nadie sabe, es que a expensas de lo que debería llegar a los bolsillos de esos pobres trabajadores, la mitad de esa tajada vuelve al bolsillo de Juanca que lo conoce desde la infancia y es el que lo ha metido en el negocio. Entre la comisión a Juan y la del delegado, la pobre gente cobra la mitad de lo que la empresa paga.

Cuando el delegado lo ve venir en la moto, se acerca a la calle y le alcanza el paquete con su comisión para que no tenga que detenerse. Con esa máquina y en ese barrio, no sería muy seguro hacerlo.

Finalmente con el bolsón a cuestas y el dinero en el bolsillo, Juanca encara para la zona céntrica. Al llegar a su destino ingresa a la cochera que tiene reservada a nombre de la novia de su hijo.

Cuando Juanca, supo que su nuera iba a alquilar un departamento para mudarse cerca de la facultad de medicina, no dudó en ofrecerle el suyo, que está a nombre de una sociedad. Claro que eso solo lo saben Marta y él. De hecho el dinero que los padres pagan por la renta, a la cual ahora también colabora Francis, se lo reparten ellos dos. Desde que sus padres empezaron a tener problemas de dinero Juanca la ayuda económicamente.

Hasta hace unos minutos, Marta se encontraba en la ducha. Recién acababa de terminar un fatigoso trabajo de anatomía con su compañero Javier y decidieron rematar la jornada con una clase práctica. Repasando el ritual de apareamiento de los humanos, Marta estuvo recibiendo la gran tranca de Javier en el coño, mientras ella, doblada por la mitad, a duras penas se sostenía tomada del barral del toallón.

Apenas Juanca abre la puerta de la propiedad, Marta, recién salida del baño, salta sobre él y le da un tremendo beso en la boca. Sin dejar de darle besitos, lo lleva hacia la cocina para que Javier pueda salir sin ser visto.

Cuando Juan Carlos le deja el bolso con los alimentos, le vuelve a comer la boca, pero cuando le dá el sobre con el dinero, se muerde el labio inferior, lo toma de la mano y lo lleva al dormitorio.

Solo está vestida con un short ajustado que deja al descubierto gran parte de sus nalgas y un top que apenas cubre sus grandes tetas -se había vestido a las apuradas y no pensaba salir-. Impaciente por apurar el trago, queda desnuda en segundos y se apura a desnudar al padre de su novio.

Cuando libera su polla hace un gesto de asombro que enorgullece a Juanca. No es que su polla sea gran cosa, de hecho su compañero de curso que acaba de irse después de follarla en la ducha la tiene el doble de grande. Pero como a su suegro le gusta, ella se la alaba.

Tarda segundos en tragarsela y comenzar una felación que en teoría, llevaría a Juanca a un orgasmo irremediable en minutos. Pero para disgusto de Marta, él acaba de descargar y tiene otros planes. Desde que no se folla a Romi, anda caliente todo el día y esa rubia no está para desaprovecharla.

La toma de los pelos, la da vuelta y le ensarta el coño de un caderazo. Juanca piensa que la puta debe estar muy caliente, ya que la halla tan lubricada y abierta que casi no siente nada. Pero eso tiene remedio. Le apoya la palma en la nuca y enterrándole la cara contra el colchón, saca su tranca del coño y se la endilga en el culo de un tirón ante las quejas de la muchacha.

No es que sea la primera vez para ella, pero le gusta ser selectiva cuando entrega su virtud trasera. Sin embargo lo soporta, sabe que el veterano tiene poco aguante y se correrá en seguida.

Terminada la jodienda y satisfecho, Juanca pasa al baño a lavarse. El día ha sido fructífero. Mira la hora y todavía es temprano para volver a casa, hoy su esposa tiene clase de yoga y no le gusta ser interrumpida.

Aprovecha para llamar a sus laderos de la cámara y citarlos en un bar. Si no paran a José, se van a caer muchos negocios. Con todo lo que le costó librarse de Jordi y Oscar, sus antiguos socios, no podía permitir que un advenedizo venga a arruinar el negocio

Mientras todo esto sucede, en casa de Juan Carlos, Mora, su esposa, se halla en la postura de

Adho Mukha Svanasana, recibiendo por el coño, una tranca grande como un antebrazo de su profesor de yoga.

JORDI Y PETRA

Jordi es un ser complejo, a sus treinta y ocho años, todavía no podía asimilar la idea de no tener hijos propios. Hijo de padre policía, el concepto de machismo ligado a la paternidad lo tiene tan arraigado, que no fue capaz de disfrutar de la hermosa niña que habían adoptado.

Para colmo de males, la envidia lo corroía, su hermana, orgullo de su padre, que también es policía y está casada con un oficial de la misma fuerza, tiene dos hermosos varones que ya sueñan con seguir el linaje familiar.

Marina, la mujer de Jordi, quedó esteril luego de dos embarazos ectópicos, lo cual la sumió en una profunda depresión, de la cual solo pudo salir cuando sus cuñados le trajeron una nena recién nacida, que anotaron como propia.

Al contrario de lo que todos suponían este advenimiento en vez de unir a la pareja, la separó. Jordi sufría con la niña en brazos. Se sentía humillado porque no era suya.

Cuando Petra de veintiún años entró a trabajar en la empresa, lo encandiló. La muchacha, una rubia rellenita de muy buen ver, llegaba para trabajar como su asistente. Poco importó que tuviera novio desde la adolescencia, su origen humilde y el hecho de no tener padre, la hicieron susceptible al acoso sistemático de Jordi, que a fuerza de regalos la convirtió en su amante, con la secreta esperanza de que en el futuro fuera la madre de sus hijos

Dos años después, se separó de su mujer y se fue a vivir a un pequeño departamento que se convirtió en el lugar de citas con Petra, dejando de lado por fin, los cutres albergues por hora donde la llevaba. Porque si había algo que Jordi amaba más en la vida que a Petra, eso era el dinero.

Pero no todo era color de rosas, si bien la muchacha disfrutaba de todo lo que Jordi le ofrecía, la diferencia de edad le pesaba. No se atrevía a blanquear la situación con su madre, ni a dejar a su novio, cuya familia los había ayudado tanto cuando estalló la enfermedad de su padre.

Jordi empezó a desesperar y a descuidar su trabajo, que junto a la desgracia de Antonio, generaron la oportunidad que Juan Carlos supo aprovechar en beneficio propio para montar la red de corrupción que lo rodeaba. Siendo el gerente técnico de la empresa, todas los presupuestos de compras pasaban por su aprobación, con el resultado de que solo se aprobaban los que dejaban un buen retorno en su bolsillo.

OSCAR Y CRIS

Distinto fue el caso de Oscar de treinta y seis años, el otro ex socio de la fábrica, que de novio desde los dieciocho años con Leila, acababa de quedar viudo.

La vida de este muchacho de origen humilde se vio marcada desde la adolescencia por una madre castradora que lo obligó a trabajar desde los dieciséis años, a pesar de ser un excelente estudiante. El aporte a la economía familiar era una regla no transigible

Todo empeoró con su ingreso a la universidad. Se levantaba a las cuatro de la mañana para entrar a las seis a la empresa en la que trabajaba, a las tres de la tarde marchaba a la biblioteca de la facultad a estudiar, para finalmente cursar de seis a diez de la noche. A las once al llegar a casa, debía prepararse la comida si quería cenar.

Carla estaba convencida de que todo el esfuerzo que su hijo dedicaba al estudio, podía aplicarlo a trabajar más y con eso mejorar la economía de la casa. Después de todo su padre siempre tuvo dos trabajos y no necesitó tener un título para llevar la familia adelante.

Ante la falta de apoyo de su hogar, el único soporte de Oscar era su novia Leila, a la cual conoció durante una gran crisis con su madre, sobre el final de sus estudios secundarios y desde ese entonces ella lo empujaba a seguir con sus carrera y le facilitaba su casa para que estudie los fines de semana y de esa forma evitar el acoso sistemático de su progenitora.

Leila era una muchacha muy inteligente, dos años mayor que Oscar. Rubia de ojos celestes, alta, delgada y muy independiente. De carácter fuerte, rara vez daba explicaciones de sus acciones.

En contraste con el apoyo incondicional que le brindaba a su novio con los estudios, no era raro que con solo anunciar que salìa, desapareciera no volviera por muchas horas, sin explicar dónde estuvo o con quien y el muchacho, embebido en sus estudios lo toleraba. Estaba agradecido por el apoyo a su carrera y por tener un lugar silencioso donde estudiar.

Salvo un periodo de ruptura en mitad de su noviazgo, donde estuvieron separados tres años, Oscar siguió con el noviazgo y a los veinticinco años se casó con ella. Su situación laboral era buena y disponía de buenos ingresos. Sin el acoso de su madre su vida se tornó más tranquila y los estudios avanzaban a la par de su progreso laboral.

Lo que no cambió, fue la actitud de su esposa. Sobre todo en periodos de exámenes donde Antonio se encerraba a estudiar semanas enteras. No era raro que en su condición de profesora de educación física, organizara campamentos y desapareciera sin decir adónde iba, con la excusa de no molestarlo en sus estudios. Sorpresivamente, tres años después y mientras Oscar cursaba el último año, le anunció su preñez.

Fue sorpresivo, porque Leila proclamaba a los cuatro vientos que no quería embarazos que arruinaran su silueta y supuestamente se cuidaba muchísimo. Las dudas de Oscar se disiparon cuando, con los años, su esposa se convirtió en una madre ejemplar. Aunque su forma de vida, niñera mediante, no cambió.

Tuvieron dos hijos más y siempre sin buscarlos. Cuando a los veintiocho años Oscar se recibió de Ingeniero ya tenía montada la empresa con Juanca y Jordi y le iba muy bien. No así en la vida familiar. A pesar de tener tiempo de sobra para convivir por haber terminado sus estudios, Llian seguía con sus desapariciones sin dar explicaciones, lo que empezó a minar la confianza del muchacho.

Para la misma época que lo hizo Petra, entró Cris a trabajar en la empresa como asistente de Oscar. Una morocha voluptuosa y descontracturada de veintiún años, novia de siempre de Juan y vecina de la empresa. Dentro del entorno de mujeres rígidas en el que se había desarrollado su vida, Cris fue una brisa de aire fresco.

Sin padre desde pequeña, Cris sentía que Oscar era todo lo que soñaba como mujer. Buen mozo, educado, compañero más que jefe y fuente de sabiduría. Solía tener respuesta a todas sus preguntas.

Para Oscar en cambio, Cris era el desenfado, una mujer sin secretos, entregada y disponible en su desempeño y dispuesta a hablar de cualquier tema. Bastó un chispazo un día que salieron todos a tomar algo, para que se convirtieran en amantes. Al contrario de Cris que dejó a su novio después del primer polvo, Oscar tardó dos años en decidirse. Sus hijos le pesaban en la conciencia.

El día que finalmente tuvo valor para hacerlo, estuvo esperando a Leila hasta la madrugada a la vuelta de una de sus escapadas sin aviso. Leila, que lo conocía mucho más de lo que él se imaginaba, supo que algo grave estaba por pasar apenas lo vio esperarla levantado. Tomó una silla, se sentó frente a él y lo miró a los ojos.

-. Tengo cancer.

Oscar se quedó helado, cualquier discurso que tuviera preparado se borró de su mente.

-. ¿Como? ¿Desde cuándo lo sabes?

-. Dos años

-. ¿Dos años? ¿Y recién ahora me lo cuentas?

-. Te lo cuento porque aparecieron metástasis y la mano viene mal. Necesitas prepararte para lo peor

-. ¿Y de donde vienes ahora?

Eso no te interesa. Estamos hablando de otra cosa.

Lo que pintaba malo resultó peor. Lidiar con la enfermedad, la quimio, y la crianza de los niños le hizo abandonar todo. Cris inclusive. Situación que sumada al abandono de Jordi, fue aprovechada a pleno por Juanca.

Finalmente el tumor tomó sus huesos, luego los pulmones y Leila falleció asfixiada en medio de atroces dolores en brazos de Oscar. Luchó hasta el final y mientras su físico lo permitió, mantuvo su secreto modo de vida.

El ver tan de cerca su sufrimiento, la culpa de haberle sido infiel, hizo que Oscar no hubiera vuelto a ver a Cris. Y fue la razón principal de no querer volver a pisar la fábrica.

Cuando el reclamo del principal socio comercial, por la ineficiencia en la producciòn y el aumento de costos provocado por las maniobras de Juan Carlos, se volvió judicial, no dudó en vender.

Este fue el panorama que le permitió a José adquirir la mayoría accionaria a un precio irrisorio, mientras Juan Carlos se burlaba de la situación, este socio advenedizo le había dado oxígeno a un muerto en vida, para que él pudiera extraerle su último aliento.

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