Los novios de Elisabeth
¿Cómo son los novios de esta particular pelirroja?
Los novios de Elisabeth
Elisabeth era una preciosa chiquilla de unos 17 años. Era, sin duda alguna, perfecta. Era de estatura baja, pues no llegaba al metro setenta. Tenía el cabello de un color rojizo muy especial y sus ojos eran de un color azulado bastante intenso. Su cara estaba repleta de pecas, algunas más grandes que otras, y una barbilla fina y redondeada. Poseía un cuello fino y blanco, unos pechos medianos pero muy firmes y unas caderas de escándalo.
Más aún: tenía la típica cara de niña que no había roto un plato en su vida, pero como se imaginará, lector, era una autentica zorra.
Nadie sabe exactamente cuáles fueron los inicios de Elisabeth en su andadura en el sexo, pero lo que sí se sabe es que perdió la virginidad a la temprana edad de 14 años. Estaba en una discoteca, de estas para mayores de edad. Se comenta que entró gracias a favores no muy convencionales. Pero claro, son rumores.
El hecho es que Elisabeth, aprovechando que por fin tenía unas tetas dignas de ser vistas, se ligó, o más bien fue ligada, por un hombre de unos 22 años de edad. Era el típico apuesto caballero que se pasa el día en el gimnasio, tomando alguna que otra droga, o follándose alguna chiquilla que, como Elisabeth, vieron encanto en aquel chaval que no tenía estudio alguno.
Las más avispadas lenguas comentan que no fue un buen inicio para Elisabeth, ya que fue follada casi sin compasión y que salió llorando de los románticos baños de la discoteca, decorados con pintadas tan lujosas e innovadoras como Vanesa, más tetas que cabeza . Decían que incluso le costaba caminar, y que cruzó el lugar como si tuviese una pelota de beisbol entre las pierna. Como si fuese un pingüino, señores.
Pero Elisabeth era tan guarra, que a pesar de haber sufrido aquel fatal desencuentro con aquel maromo, repitió, una escasa semana después, con otro de unos 25 años. Como el lector adivinará, este también era el típico apuesto caballero que se pasa el día en el gimnasio, tomando alguna que otra droga, o follándose alguna chiquilla que, como Elisabeth, vieron encanto en aquel chaval que no tenía estudio alguno. ¡Qué buen gusto, que tiene Elisabeth!
Los rumores, que más bien debería ser llamado el Rumor, ya que parecía una especie de persona, más que varias contando diferentes versiones de un mismo acontecimiento, contaban que este apuesto y señorial caballero se la folló hasta el final. Sí, hasta el final. Todas las personas de su alrededor respiraron tranquilas cuando el Rumor les comentó que al final no había embarazo, ya que sin Elisabeth, no hay rumores. Y claro, si no había rumores, tampoco Rumor. Y Rumor caía muy, pero que muy bien.
Los años, meses, e incluso días pasaban de igual manera: Elisabeth, cuando no follaba (su nuevo pasatiempo a partir de los catorce), mamaba pollas, pajeaba, o se liaba con cualquiera que tuviese músculos, moto, o más de 15 centímetros.
Pero esa no es la historia. El lector no está para cuentos y quiere conocer a los novios de esta pequeña pelirroja. No quiere conocer la vida de Elisabeth de 14 años, si no a la zorra formada de 17.
Pequeña, pero zorrona.
Alejandro:
Rumor nombró por primera vez a Alejandro cuando nuestra pelirroja protagonista cumplió los 16 años. Esto dio a los oídos un soplo de aire fresco, pues él no era como los demás maromos con los que se liaba Elisabeth. Este, que tenía por lo menos 30 años, no tomaba drogas, tenía estudios, tenía estudios e iba al gimnasio de vez en cuando. Repito: de vez en cuando. ¿Cómo puede ser que nuestra pequeña zorra se fijara en alguien tan poco apuesto como él?
Sí, lector, ha acertado. Alejandro poseía mucha pasta, y a Elisabeth le gusta la pasta, y todo lo que se puede hacer con ella.
Según Rumor, Alejandro el Rico tenía una polla aceptable, unos 17 centímetros. Como comprenderá, lector, una zorra como Elisabeth no se conforma con tan poco, pero ella aguantaba el tipo. Rumor también comentaba los deseos y perversiones de Alejandro, como por ejemplo llenar la habitación donde normalmente se folla a Elisabeth de espejos. Así, puede mirar donde quiera, y se verá follando con la pequeña Elisabeth.
Había algo que también le obsesionaba: el sexo anal. Siempre que podía, se follaba a la pelirroja por la puerta de atrás y, sabiendo el riesgo de que Alejandro el Rico la dejara, nunca se quejaba.
-¡Ah ! Por favor - gemía y se quejaba Elisabeth mientras Alejandro la embestía con todas sus fuerzas por el ano, dilatado a más no poder-. ¡Por favor ! ¡No te corras dentro!
Alejandro el Rico parecía no escuchar, o no querer escuchar, ya que justo cuando hablaba, embestía con más fuerza, con más energía, chocando con sus nalgas, provocando un ruido lo suficientemente fuerte como para reducir las palabras de nuestra pequeña zorra a unos susurros.
Mientras se la follaba, a Alejandro le gustaba apretarle las tetas de la pelirroja con mucha fuerza, como si en vez de tocarlas quisiera exprimirlas. Ella, claro está, gemía de dolor y de placer: a Elisabeth no le gusta que le estrangulen las tetas, le duele, pero que le humillen le provoca placer. ¡Menudo dilema!
-¡Ah ! ¡No me hagas eso!- se quejaba mientras gemía-. ¡Duele!
-Di que te gusta - susurraba al oído Alejandro el Rico-. Grita que te gusta.
-¡Me gusta!-gritó ella.
Las embestidas, a partir de aquel momento crecieron exponencialmente, el ruido de Alejandro chocando con las nalgas de la pequeña Elisabeth se hacían más sonoros, y los espejos reflejaban la imagen miles de veces. Los músculos de la polla de aquel rico se contraían para dar paso a la siguiente fase, mientras que el culo de Elisabeth, dilatado a más no poder, ni sentía las embestidas.
Un buen chorro de semen inundó las entrañas de la pelirroja, que notaba como poco a poco la llenaba por dentro. Mientras, Alejandro el Rico emitía ciertos gemidos ridículos: daba grititos agudos junto a gritos guturales tan raros que parecía que incluso los espejos se hecharían a reír.
-Te dije que no te corrieras en mi culo- se quejó Elisabeth mientras se tapaba el ano con la mano para impedir que saliera.
-Es bueno para limpiarte por dentro- mintió Alejandro.
-Yo aún no me he corrido- dijo con la mano en el ano-. ¿Me haces algo?- preguntó con un tono pícaro y putón.
-No.
Rubén:
Rubén era un tipo de unos 22 años. Era universitario y su objetivo, a toda costa en su vida era sacarse la carrera de ingeniería. Era un chico tímido que ni fumaba, ni bebía, ni nada de nada. Poco se sabía de aquel chico. Y es que, aunque Rumor es un ser omnipotente, es menos eficaz cuando el sujeto en cuestión está completamente solo.
Rumor, ante tal falta de información, empezó a soltar cosas como que era gay, como que no tenía padres, y miles de imbecilidades más. Aunque claro, nunca se sabe.
Como que tampoco se sabe cuando perdió la virginidad, pues Rumor sabe, a ciencia cierta, que con Elisabeth no fue.
No se sabe muy bien como se conocieron Elisabeth y Rubén el Tímido, aunque Rumor tiene la certeza de que nuestra protagonista, de vuelta a casa después de una fiesta de estas a la que les gusta a los jóvenes de hoy en día, pasó, sin querer, por una calle bastante transitada por señoras de compañías. Si el lector es de ideas vivas, seguramente habrá adivinado que Rubén el Tímido creyó que nuestra amiga era una de estas señoritas. Rumor no se enfadó nunca con Rubén por confundirla por una de ella, pues daba el pego. No porque fuese una zorra, ya que eso, a simple vista, no se ve, si no porque en la fiesta había perdido el sujetador, y se había peleado con una amiga. Así pues, andaba con la camisa medio destrozada, de manera que se le podía ver una teta entera. Además, para enguarrar un poco la cosa, la falda se le había subido de una manera extraña, y se le podían leer los pensamientos a distancia.
Si el lector se pregunta del porqué no se dio cuenta, nuestra zorra, de que iba de tal manera, es que nunca se ha emborrachado como ella. Muy bien por él.
Total, Rubén, de alguna forma u otra, no solo consiguió camelársela, sino que también consiguió verla muy a menudo.
Rubén el Tímido era muy, pero que muy soso. Su postura favorita era el misionero, y siempre que quedaba con ella era en su casa, para descansar un poco de tanto estudio.
-Omf omf omf - era el extraño suspiro de Rubén mientras movía sus caderas y hacía entrar y salir su polla de poco más de 15 centímetros del coño aburrido de Elisabeth.
Nuestra zorra pelirroja Elisabeth, mientras recibía las espectaculares embestidas de Rubén el Tímido, se estrangulaba las tetas, tal como lo hacía su novio Alejandro, aunque no tan bestia, para poder sentir algo de placer.
Por otro lado, a nuestra amiga le encantaba gemir y gemir, aunque no sintiera nada en particular. Le hacía gracia el pensar que Rubén el Tímido creyese que se la follaba bien.
De vez en cuando, Rubén tenía la manía de tocar el clítoris de Elisabeth, y era en esos precisos momentos en los que el coño de la pelirroja de ojos azulados sentía un escalofrío llamado placer por el cuerpo.
-¡Me voy a correr!- exclamaba Rubén justo cuando se la sacaba y empezaba a pajearse.
El semen de Rubén el Tímido, algo escaso, llegó y manchó el vientre de Elisabeth.
-Vaya hombre, no ha salido disparado -se quejaba el pobre chico.
-No pasa nada, hombre.
Víctor y Juan:
Víctor y Juan eran dos maromos decentes, como deben ser: musculados con motos, tatuajes, cientos de tangas (trofeos de ligues anteriores) y muy, pero que muy pocas luces.
Ambos tenían 25 años de edad, y les conoció en un gimnasio, donde (¡sorpresa!) trabajaban.
Nuestro querido amigo Rumor contó que Elisabeth solía dar miradas pícaras tanto a uno como a otro. Quería ligarse a uno de los dos, pero sin quererlo, al final formó un perfecto trío con los dos.
Al principio, nos cuenta Rumor, quedaba con Víctor un día y se la comía, y luego se la comía a Juan otro día. Más tarde, quedaba con Víctor y se la pajeaba, y al día siguiente se la pajeaba a a Juan. Lo mismo ocurría con las folladas, tanto vaginales como anales.
Cuando uno como el otro conoció el juego al que jugaba Elisabeth, decidieron unirse. Pero a la vez. La pillaron desprevenida y, como si de una violación se tratara, se la follaron por delante y por detrás a la vez. Aunque claro está, querido lector, nuestra inseparable folladora no se quejó lo más mínimo. A partir de ahí, se empezaron a ver más a menudo. Los tres, claro.
-¡Tu culo se adapta como una jodida ventosa, joder!- gritaba Víctor amablemente y con un lenguaje extremadamente culto, mientras se la metía por detrás con el sudor como único lubrificante.
-¡Ahh !- gemía Elisabeth al notar como entraba cada centímetro de aquella polla.
Esa era la "apertura" que más le gustaba al trío. Mientras uno le abría la puerta trasera, el otro iba calentando motores mientras que su novia guarra, le mamaba la polla.
Elisabeth era una experta mamadora. Lamía el capullo rápidamente, justo antes de tragarse la totalidad de la polla hasta la garganta. El ritmo que llevaba era increíble, hasta parecer más bien un pájaro carpintero, mientras su cabeza subía y bajaba frenéticamente.
A veces solían cambiar, y mientras que Juan se colocaba detrás, Víctor le metía en la boca la polla que había tenido segundos antes en su propio culo. Durante la follada anal, y con el placer inducido al lamer aquella polla gruesa, se corrió, no sin gritar, empapando el suelo y los huevos de Juan.
Faltaba poco para la traca final, pero antes, tanto Víctor como Juan manosean a la pobre Elisabeth. Le tocan las tetas, le tocan el culo, le tocan el coño pero también le tocan los labios, las piernas, los hombros. Disfrutaban con cada centímetro de su perfecto cuerpo. Lo chupaban y lo lamían. Elisabeth, mientras tanto, disfrutaba. Disfrutaba de las lenguas de sus dos moromos, los dos moromos más ardientes que había visto (y follado) en su corta pero disfrutada vida.
Llegó el momento: Víctor y Juan decidieron quien se tumbaba en la cama, y quien debería entrar por detrás. El primero se tuvo que tumbar, mientras que el suertudo de Juan se tuvo que poner encima del pelotón.
La polla de Víctor entró en el coño de la pelirroja como si estuviese taladrando mantequilla. Entró con una facilidad extraordinaria. Lo mismo le pasó la de Juan, que le tocaba entrar por detrás. Estaba ya tan dilatada (como comprenderá el lector, no solo por la preparación de hace unos minutos), que entró sin problemas.
Juan, que tenía muchas más facilidades para meter y sacar, empezó a moverse violentamente. Víctor, mientras tanto, movía sus caderas, no sin dificultad, para taladrar a aquella pequeña zorra. Elisabeth, para aumentar la velocidad, intentaba también moverse, pero las manos de los dos hombres la inmovilizaban.
Entraban y salían tan rápido que ella, pobre, en vez de gemir, gritaba de placer.
Pero tener tantos músculos y tan pocas luces no significa, que a los pobres muchachos les cueste mantener el ritmo más de cinco minutos sin correrse una pena, eran un buen partido para la pequeña Elisabeth.
Ambos, antes de acabar, la sacaron del fondo de la pelirroja, y acabaron la fantástica follada encima de la zorra. Mientras acababan de correrse, entre trallazo y trallazo de semen, se dedicaban a insultar y a escupir a nuestra pobre pelirroja, para humillarla.
Acababa humillada, llena de semen, escupitajos y con la dignidad por los suelos, pero satisfecha enormemente.
Helena:
Sí amigos, porque ahora está de moda follarse a todo lo que se mueva, sin importar su raza, sexo, religión, o especie animal que sea, no podría ser nuestra pequeña protagonista menos y no follarse a una buena muchacha de 16 años, uno menos que ella, aunque igualmente sea tan puta como nuestra pelirroja.
Poco se sabía de Helena, que Rumor describía como una admirable zorra drogadicta, que dejó los estudios y pronto se prostituyó malamente para conseguir algo de "perras" para su remedio contra el mono. La poca gente que la vio aseguraba que era muy alta, con grandes pechos y caderas extraordinarias, aunque Rumor finalmente impuso la descripción oficial, que no real: chica de metro y medio, rubia, pechos muy pequeños y muy delgada. Tenía facciones de una treintañera a la que los años le han pasado una mala pasada.
-No, por favor- le pedía con la voz entrecortada.
-Acaríciame por sobre la tela, quiero sentir como tus manos me acarician el coño, como me calientas a través de la ropa, como me voy mojando despacio- decía nuestra pequeña Elisabeth, sabiendo lo necesitada de dinero que estaba.
A nuestra protagonista también le gusta, de vez en cuando, humillar en vez de ser humillada.
Así lo hizo, abrió sus piernas para que trabajara con más comodidad y comenzó a acariciarle por sobre la entrepierna de sus pantalones. Su palma abierta subía y bajaba por toda la extensión de su vulva, presionaba despacito justo en la unión de los labios de su vagina y simulaba meterle un dedo, rozando así el centro de su vagina, dejándome casi desmayada, mientras seguíamos besándonos. Subió su mano y la metió entre mi bombacha y llegó a mi vagina.
-Me encanta que la tengas afeitadita, se siente deliciosa -decía Elisabeth- ¿Quieres más caricias o me dejas meterte los deditos?
-Los dedos los dedos - pedía ella casi desesperadamente.
Dicho y hecho, nuestra pequeña zorra empezó a meter el dedo corazón lentamente por su vagina extremadamente húmeda, que dejaba pasarlo con tanta facilidad que parecía no sentir como le clavaba. Helena la drogadicta gemía sin parar mientras que Elisabeth le metía cada vez más dedos seguidos.
Rumor también comentaba que Helena era una apasionada de los coños, y que no solo le encantaba comérselos y lamerlos, si no que era, sin lugar a dudas, una autentica experta en ello. Para ello, nuestra pequeña zorra Elisabeth, que por fin cogía el mando, se sentaba en el sofá con las piernas abiertas. Muy abiertas. Helena, desnuda, gateando por el salón, empieza a caminar, hipnotizada por el olor de su coño. Si amigos, las zorras tienen ese sentido. Es sentido tan placentero.
Cuando llega, hunde su nariz en el postre y aspira.
Rumor nunca supo si en esas ocasiones Helena iba drogada con su amante la cocaína o si por el contrario iba limpia. Pero al parecer, a nadie le importaba.
Helena, sacando lo máximo que podía la lengua, como esperando una corrida inminente sobre ella, saboreaba de arriba abajo y de abajo a arriba aquel apetitoso coño con un ansia enorme. Al final, Elisabeth siempre se corre con la cara de su amiga entre sus piernas y con trabajo por hacer. Pero lo ha hecho tan bien que está derrotada. Otro día será.
Luis:
¿Qué es lo que se puede decir de Luis? Este chico pasó desapercibido durante gran parte de su vida. Hasta que, de repente, apareció en la vida de Elisabeth. Luis no necesitaba presentación, todos le conocían, por alguna razón u otra. Era de la misma estatura que Elisabeth, aunque un poco más grande. Complexión normal, ojos oscuros, cabello castaño y abundante y una polla normal.
A primera vista, era un chico de lo más normal, un chico que estaba, a simple vista, fuera del alcance de la pelirroja Elisabeth. Y lo estaba. Por eso, ni siquiera Rumor consiguió que la gente le creyera. Tardó semanas en recuperar la confianza de los demás.
Una vez recuperada, Rumor fue informando a los cotillas sobre las "perversiones" y manías de Luis. Y Luis era normal. Le gustaba las mamadas de Elisabeth, le gustaban las tetas, su boca, su coño, y su culo. Le gustaba follarse a la pelirroja sin espejos de por medio, sin pensar en los estudios, ni intentando humillarla.
Su postura favorita era el misionero. Le gustaba estar encima de ella, sentir sus pechos en él, y mover las caderas fácilmente, penetrándola con fuerza, pero con cariño ese coño tan follado. Le gustaba sentir su lengua recorriendo su boca y su cuello, y también besar el cuello de Elisabeth. Sin intentar estrujar ni exprimir sus pechos, Luis sobaba tranquilamente sus senos, acariciándolos y sintiéndolos, cogiendo fuerzas para embestirla con más fuerza.
-Ah ah ah -gemía acompasadamente Elisabeth, mientras, excitada, besaba el cuello de Luis y le tocaba el pecho.
De vez en cuando, Luis cambiaba de postura, colocando a Elisabeth encima de él, dándole libertad para moverse, mientras él se esforzaba un poco más para penetrarla.
Luis tenía, a pesar, la polla más pequeña de todos sus novios, sin contar a Helena la drogadicta lesbiana, pero igualmente hacía disfrutar a Elisabeth, que cabalgaba cada vez más y más deprisa, y más y más violentamente, haciendo crujir la cama a cada salto, arrancándoles gemidos de extremo placer.
Para acabar de redondear el corto pero intenso polvo, Elisabeth se agacha, besando su cuerpo, hacía la polla de Luis.
-Avísame cuando te vayas a correr- advirtió Elisabeth mientras Luis asentía hipnotizado por los primeros lametones de la pelirroja.
La experta mamadora recorrió la lengua del joven Luis como si fuese un caramelo que nunca había tomado, recorriéndolo en cada momento, cada esquina de aquel apetitoso trozo de carne. Siempre lo hacía como si no hubiese un mañana y eso, pasaba factura:
-¡Oooh, Dios, me corro!- gritaba justamente DESPUÉS de correrse.
Elisabeth quedó, de nuevo, con alguna parte de su cuerpo lleno de leche. Rapidamente lo tragó y antes de darse cuenta su novio Luis estaba sentado en el suelo, vestido y jugando con su fantástica Xbox.
-Ya te puedes ir, Elisabeth.
-Me podrías hacer algo tú -pedía juguetona nuestra pelirroja.
-Mañana tengo examen- dijo.
Elisabeth se levantó y se vistió. Pero antes de irse dijo:
-¿Sabes qué? Tú eres mi novio favorito.