Los Mundos de Belén 9 Semana de Gloria
Todo pasa, todo llega, todo pasa
Jueves
Belén salió corriendo del hotel a las siete y cuarto. Bajó por la boca del metro y se metió en el convoy agarrándose a una de las barras verticales. Mascullaba para sí. En contra de su costumbre de vestir ropa cómoda se había puesto un conjunto de sujetador y mini tanga verde muy calado. Ese conjunto siempre iba con ella, aunque no se lo pusiera casi nunca porque sentir la tira del tanga metiéndose entre las nalgas le ponía muy nerviosa. Había sido el primer conjunto de lencería que se había comprado pensando en Luis, después de casados. Sin embargo nunca se lo había puesto para él. Aquel día, no sabía por qué extraño mecanismo, decidió lucirlo.
A las ocho menos diez estaba delante del portal, recorriendo ese trozo de acera de arriba a abajo. Cada cierto rato llevaba su mano a la parte alta de sus nalgas e intentaba sacar la maldita tira mientras rezongaba. Cada minuto miraba el reloj más que nerviosa. Oyó abrirse el portón “Aún chirría la maldita puerta” se giró, vio salir a los dos.
- Luiss - Gritó agachándose, abriendo los brazos, para que su hijo se tirara al cuello abrazándola. - Mi niño... Mi precioso niño – llenándolo de besos, pero con la mirada puesta en la cara seria del padre. Permanecía silencioso con una mano en un bolsillo y la otra aguantando la mochila escolar. Sentía un nudo en el estómago viéndolo tan serio. Estaba claro, para ella, que con lo de la revista el pequeño adelanto, dado entre ellos, había desaparecido e incluso retrocedido. Eso mezclado con la alegría de tener a Luis entre los brazos hacía que su cabeza fuera un torbellino.
Al fin se incorporó. Cogiendo la mano a su hijo. Se acercó a Luis.
Hola, Luis.- Él cabeceó ligeramente mientras le entregaba la mochila.
Sale a las dos y cuarto. Procura estar un poco antes.
Sí, claro.- Asintió bajando la mirada. No soportaba ver su mirada tan triste y que fuera tan frío. - Estaré puntual.
Esta tarde si quieres puedes venir sobre las cinco como hasta las ocho. ¿Te parece?
Claro, claro, lo que digas estará bien.
Mañana pretendo salir para la sierra sobre las doce. Pretendemos comer arriba. ¿Es una buena hora para ti? - asintió.
Por supuesto. Bueno. - dirigiéndose al chico – ¿Nos vamos para el cole? - el niño empezó a tirar de ella. - Esto... Hasta luego.
Adiós.
Empezaron los dos a andar por la acera, con el chico pegando algún brinco. Belén, de vez en cuando giraba la cabeza para ver a Luis de pie, mirándolos, con las manos en los bolsillos.
Después de dejar a Luis en el colegio, asaeteada por las miradas de otras madres, se fue caminando sin dirección definida. En varias ocasiones tuvo la sensación de ser observada. Se giraba y no veía nada anormal. “Esto de los paparazzi me está volviendo paranoica”. Terminó paseando por Serrano. Mirando tiendas. Viendo embobada algunos escaparates. Sobre todo ante Gucci. “Aquí te cobran por respirar, pero que preciosidades” Se dijo, casi pegada la nariz al cristal del escaparate, como cuando niña pegaba la nariz a los escaparates de juguetes, en navidades.
El sujeto ha mirado escaparates en la Calle Serrano. Se ha interesado especialmente por la joyería de Gucci. Num 49 también se ha interesado por la tienda Roberto Verino num 33 y Versacce Num 16
Poco a poco se fue haciendo la hora de regresar a por Luis. Puntualmente a las dos y cuarto estaba plantada ante la puerta del colegio, aguantando las miradas y los cuchicheos de otras madres. Ya no sabía si por ser una celebriti o por ser la mala madre que abandono a su hijo y ahora reaparecía. Le importaba un soberano comino.
Con el niño de la mano andaba lentamente, de vuelta hacia su casa, por escuchar más su parloteo sobre todo lo que había hecho en el cole, le contaba quienes eran sus amigos y quien el malote que los tenía a todos acobardados. Belén reía, pero levantó una ceja cuando le dijo lo del abusón.
Al llegar al portón llamo al telefonillo. Ni contestaron. Unos minutos aparecía en la entrada Luis. Abrió el portón sin salir. Su hijo tiraba de ella intentando que entrara.
- No cielo. Mamá tiene que ir a comer con uno del trabajo. Nos vemos luego, ¿Sí? Esta tarde. ¿Te parece? - Luis refunfuñó y le preguntó a su padre que porque no subía mamá a comer.
Ya has oído. No puede ahora. - Musitó Luis sin mirarla. El niño al final se soltó de su mano y entró corriendo en la casa.
- A las cinco estaré aquí – Luis cabeceo asintiendo.- Adiós.- Luis no dijo nada, solo cerró el portón.
Que mal sabor de boca tenía. Pero prefería eso a no sentir nada. Por lo menos. Bueno, ambos estaban bien. Se fue a La Latina a comer, en una vieja tasca, comida casera.
El sujeto ha comido en la Taberna La Rayuela. Calle de la Moreria 8. Ha recibido una llamada. La llamada se ha mantenido durante doce minutos.
Sonó el teléfono justo antes de empezar el segundo plato. Era Javier.
Por fin chico. Pensaba que me habías abandonado
Bel ni sabes como están las cosas aquí. Creo que Maca y yo estamos a punto de romper la baraja.
Oh lo siento. Es culpa mía. ¿Verdad?
En parte, no te lo negaré. Pero no solo eso Bel. Tú solo eres otro punto de discusión más.
Cuánto lo siento, Javi. Cuánto lo siento.
Bueno, ya veremos como acabamos. Por cierto, estoy en Barcelona. ¿Quieres que nos veamos?
Ojalá, Javi. Pero estoy en Madrid. Estoy viendo a Luis, ya que tengo la oportunidad antes de ir destacada...
Claro, claro. ¿Por qué me llamaste?
Oh verás. Tengo tanto que contarte.
Durante un cuarto de hora estuvo contando a Javi todo lo que le había pasado desde la última vez. Cada cosa, cada detalle, desahogándose. Aunque, como siempre, algo se guardaba para ella. Todo lo que consideraba que no era bueno que Javier supiera.
Chica. Vaya dilema. Entre ese Ricardo y Luis
Pero que dices. No hay dilema. A Ricardo lo he mandado donde tú sabes que mando a la gente. Luis nada de nada, ni lo espero.
-Ya, no lo esperas, no. Y eso que lo has mandado a tomar... viento, pues no sé. Hablas con mucho ardor de él.
Anda ya.
Oye Bel. Que me llaman para un poster. Cuéntame ¿eh?. Un beso
Corre. Un beso.
Belén sonrió complacida por la conversación, mientras terminaba de degustar la comida. Después, tranquilamente se fue hacia la casa de Luis. Al llegar le hizo una perdida. Ambos bajaron. Otra vez su hijo se colgó de su cuello.
Por favor a las ocho.- asintió.- tiene que acostarse temprano.
Sí, sin falta.
¿Qué es lo que te apetece hacer, Luis? - le dijo, en cuanto cruzaron la calle.
Un pastel – al niño le brillaban los ojos
No sé sí eso es buena idea.
Sí por favor. Un pastel por favor.
Riendo se puso a buscar una pastelería, hasta que Luis tiró de ella para llevarle ante una pastelería-cafetería
- Anda. Serás sin vergüenza. - Soltó una risa viendo la cara de pícaro del niño.
Allí pasaron las tres horas. Ella viendo como el niño devoraba una porción de pastel de manzana casera y él hablando por los codos de todo y todos. Belén de repente achicó los ojos
Porque la amiga de papá es muy simpática, pero muy pesada
¿Qué amiga?
Pues Andrea. Otra que trabaja con papá.
¿Sí?
Sí. Siempre está en casa metiéndose en lo que hago. Yo no quiero. Yo quiero que me ayude con los deberes papá, pero ella se mete.
Ya. Ya.
Sutilmente Belén siguió interrogando a su hijo sobre esa Andrea. Estaba claro que no era una amiga puntual. Quien sabe cuanto más era. Su pie derecho no hacía más que moverse nervioso punteando el suelo. Estaba claro que tendría que llevar la conversación otra vez a ese tema. “Será zorra” Pensó de repente. “Pero que zorra es.” Sin venir a cuento, pero sintiendo que se sentía mejor habiéndolo pensado.
- Bueno. Tenemos que volver.
Cuando llegaron al portal, Luis gritó señalando un coche amarillo canario
- Mira, mira, ese es el coche de Andrea
Belén resopló. Hizo una perdida a Luis. Luego marco el teléfono de Uber y solicitó uno. No le apetecía meterse en el metro.
Luis apareció con vaqueros y camisa abierta. Con una sonrisa franca los recibió. “Que diferencia con antes. Será por la canaria...” Pensó Belén.
Bueno... Aquí está... Puntualmente.- mirándolo a los ojos.
Sí. Gracias. Estaba terminando de preparar la cena.
Bien. Bueno. No te entretengo que tengas muchas cosas que hacer... aparte de la cena - Belén reconoció su tono irónico – Mañana estoy aquí a las ocho.
Sí. Vale. Te recuerdo que te qued.... - Belén le cortó. Se sentía un poco rabiosa y quería marcharse cuanto antes.
No creo que haga falta que me recuerdes nada. Solo déjame un algo, con las cosas que quieres que Luis haga. ¿Vale? - no esperó respuesta. Dio un beso en la mejilla a su hijo. Se giró y marchó, a buen ritmo, camino de la esquina donde había quedado con el Uber.
Esperaba en la esquina, cuando apareció un coche oscuro, pensó que era el Uber y se acercó al bordillo. El coche siguió lentamente y se paró pasado el portal de su casa. Un hombre cruzó la calle y se subió al coche.
Estaba mirando todavía cuando el Uber se paró a su lado
- ¿Belén Suárez? - Asintió y subió al auto.
El sujeto abandono en un VTC la casa a las 2010
Ricardo tiró el teléfono sobre el asiento del coche.
Belén estaba rendida al entrar en la suite. “Menudo día.” Necesitaba urgentemente una ducha. Necesitaba urgentemente relajarse. “Que pasada de día.” Estaba contenta. Sí no contaba lo de esa Andrea. Eso le había fastidiado. “¿Fastidiado? Qué coño. Me ha jodido.”. Rezongaba mientras se iba desnudando. Estaba ya en tanga cuando sonó la puerta de la suite.
Como siempre, Belén, masculló varias palabrotas por lo intempestivo de la llamada. Se asomó al salón
¿Quién es? -gritó desde la puerta.
Servicio de habitaciones Señora.
Yo no he pedido nada.
Sí señora. Es un tentempié, detalle de la casa.
Belén resopló, gruñendo que tanta atención le empezaba a poner de los nervios. Tomó, de encima de la cama, la camiseta larga que usaba para dormir, enfundada en las zapatillas de baño fue hacia la puerta.
La abrió sin ninguna precaución. Pasaron, tal vez, dos segundos hasta que se dio cuenta de quien era. Con un grito saltó hacia atrás e intentó dar media vuelta.
Ya era tarde. Ricardo penetró en la habitación a toda velocidad, mientras pegaba un manotazo a la puerta para cerrarla, la atrapó por la cintura medio vuelta para huir.
La levantó en peso y la giró hacia él, apretando más el abrazo a su cintura, mientras ella pataleaba con los pies separados del suelo.
- ¡Suéltame! ¡Suéltame! – forcejeaba sin obtener resultados – Te odio, suéltame. - Ricardo la fue bajando hasta que las puntas de sus pies rozaron la alfombra. Separó la mano derecha de la cintura y le agarró la coleta, obligandola a mirarle a los ojos.
Le fue inclinando la cara y la besó. La besó duro. Apretando los labios contra los labios. Con fuerza. Haciendo que ella sintiera sus labios comprimidos entre los de él y sus dientes. Se quedó congelada. Colgada del brazo que aún la sujetaba.
Él se separó de ella, mirándola a los ojos. Ella intentaba recuperar la respiración, mientras sentía en sus labios el palpitar de su corazón. Su mirada no estaba en sus ojos, estaba en su boca. En los labios que acababan de besarla. Intentó sacudir la cabeza, pero seguía aferrada por la coleta
- ¡Te od...
No pudo decir más. De nuevo la boca de Ricardo arrasaba la suya. Insistente, su lengua se metía entre sus labios para empezar a explorar toda su boca. Ella temblaba. Estaba cortocircuitada. Ni supo cuando se abrazó a su cuello y su lengua colaboró en el beso.
Ricardo le soltó la coleta, pero la apretó más por la cintura. Ella ni intento aparatarse. De puntillas seguía entregada a aquel beso que la arrasaba.
La mano derecha de Ricardo bajó y apretó, abierta, sobre la cara externa del muslo del Belén. Lentamente subía y subía recorriendo todo el muslo. Hasta llegar a su cadera. En ese momento Belén pareció recuperar la consciencia de lo que ocurría. Rompió el beso mirándose en los ojos de él.
¿Tú crees – empezó con voz ronca Ricardo – qué puedes meterte en mi vida y revolverla como lo has hecho? ¿Tú lo crees? - Belén era incapaz de contestar solo miraba sus ojos que brillaban como nunca los había visto brillar y sus labios que le hablaban con aquella voz que le auguraba no sabía qué. Ni se dio cuenta de la mano que subía acariciándola. - ¿Crees que hacer algo así no tiene consecuencias?
Noto un fuerte tirón y oyó el ruido de desgarro del tejido, antes de sentir el dolor en su entrepierna. Abrió los ojos como platos. Aún no sabía que había pasado. El segundo tirón, sí le produjo primero dolor en la ingle, antes de oír como se terminaba de desgarrar la cintura del tanga. Gimió. Notó como el tanga perdía toda la tensión en sus caderas y como caía por sus nalgas, quedando rodeando el muslo izquierdo. Intentó sacudirse.
Ricardo la agarró por las nalgas y la izó. Perdió una de las zapatillas mientras él la llevaba a pulso hacia el dormitorio. Ella empezó a patalear pidiendo que le soltara. Ricardo ni la escuchaba, aunque ella tironeaba con las manos intentando liberarse.
Desde el pie de la cama Ricardo la lanzó sobre ella. Cayó de espaldas, rebotando en el colchón. Empezó patalear subiendo hacia el cabecero. Ricardo se inclinó, le cogió un tobillo. Tiró de ella, hacia el pie de la cama, hasta que toda la pierna quedo fuera de ella.
- Sueltameee... sueltame... – mascullaba con rabia Belén- te odio... ¡Te odioo …!
Ricardo no decía nada. Atrapaba, mientras tanto, el otro tobillo a pesar de las patadas que daba Belén, que lanzó la otra zapatilla a su cara. Empezó a irritarse. La miro a los ojos.
- ¡Quieta!- Sonó seco. Duro. Imperativo. Belén se congeló. Se quedó quieta, inmóvil. Con los brazos en cruz, las manos agarrando la colcha, respirando agitadamente. Toda la energía que había desplegado hasta aquel momento desapareció como por ensalmo. Miraba al techo. No dejaba de oír el “quieta” en su cabeza. No se atrevía ni a levantar la cabeza y mirarlo. Solo la punta de su lengua tenía vida, continuamente pasaba deslizándose por los labios intentando humedecerlos.
Belén sintió como Ricardo apartaba a un lado su tobillo y lo ponía sobre el borde de la cama. Luego, en dirección contraria, el otro hasta ponerlo igual. Así la dejó, con las piernas flexionadas, las rodillas juntas y los pies bien separados. Sentía su corazón bombear con fuerza. Podía contar sus propios latidos. Se atrevió a levantar la cabeza y mirar. Gimió. Él estaba mirándola fijamente a los ojos. En su mano, el cojín del silloncito. Sintió como metía la mano bajo sus nalgas, se las levantó, como si ella no pesara nada, hasta que pudo meter el cojín bajo sus nalgas y caderas. Puso las manos en las rodillas, sin dejar de mirarla, las fue abriendo más y más hasta que ella se quejó.
No podía dejar de mirarlo. No podía. No podía apartar su mirada de sus ojos. Se mordió el labio viendo como sus ojos descendían más y más hasta que solo asomaban por encima de su monte de venus. No podía respirar. Se ahogaba.
Amagó un grito cuando sintió como mordía su clítoris con los labios. Se arqueó, dejando toda su espalda separada de la cama. Sus muslos empezaron a temblar sin control cuando él empezó. Dejó caer la cabeza y solo intentó respirar. Solo eso. Pero no podía. No podía. Se ahogaba. Estaba castigando su coño y ella se derretía. Era consciente que se derretía. No quería. Pero se derretía. Sus caderas se empezaron a mover en cuanto él empezó a comerle con dedicación, buscando con la lengua cada pliegue cada rincón. Metiendo la punta probando la entrada. Cada vez se movía más sin controlarse
He dicho que estés quieta. - Lo intentó. Lo intentaba. Lo intentó. Pero no pudo. Sus caderas giraron, se movieron, lo buscaron, hasta que de repente empezó a correrse mientras apretaba los dientes para no darle el gusto de que la oyera gemir.
Sabes tan bien – susurró – y eres tan desobediente.
Belén, con los ojos cerrados, seguía temblando. No se atrevía a abrirlos. Quería, pero no se atrevía. Los abrió. Mejor no lo hubiera hecho. Ricardo de pie se había despojado de la chaqueta y los pantalones y estaba desabrochándose la camisa sin dejar de mirarla fijo a los ojos. Sintió un temblor solo por el brillo de sus ojos. Finalmente se agachó para quietarse el bóxer. Trepó sobre la cama entre sus muslos. Notó el roce de los muslos contra los suyos. Sus manos subieron su camiseta hasta sacársela por la cabeza y dejarla detrás de su cuello. Todavía con las mangas en sus brazos.
Ricardo se fue inclinando sobre ella. No hacía falta que ella viera que iba a hacer. Solo mirándole los ojos ella lo sabía. Notó el roce de la mano de él en la cara interna del muslo para cogersela y como la colocaba, rozando arriba y abajo unos segundos, en la entrada de su vagina.
Dime que no.- Belén Jadeó. Quería decirlo. Quería decir que no. Pero no le salía
Dime que no – Repitió empujando ligeramente. Ella se mordió el labio.
Dime que no – Sintió como estaba abriéndola. Notó la tensión de sus labios al ser estirados. Cerró los ojos otra vez ahogándose
Dime que no – esperó y empujó. Ella tembló notando como iba entrando en ella, poco a poco, llenándola.. Poco a poco, abriéndola... Poco a poco, trocito a trocito haciéndose espacio dentro de ella. Él se detuvo.
Belén gimió. Abrió los ojos mirándole. “¿Qué pasa? ¿Qué pasa?” Se hundió en sus ojos. Vio que la deseaba que la deseaba mucho... muchísimo. Ricardo sonrió y susurró
Dime que no me quieres - ella se estremeció.- dime que no me quieres o no seguiré. Belén empezó a golpear con la cabeza el colchón maldiciéndole por dentro
No te quiero – balbuceó. Se quedó sin aire al ser penetrada de golpe. Hasta el fondo hasta que él topó en el cervix. Y se retiró. Ella lo miraba casi asustada. Se lamió los labios
No te quiero – Repitió dudando. Gimió al sentirlo entrar de nuevo del todo
nno te quiero – Dijo esperanzada. Tembló entera al ser embestida
no... no te quiero... no te quiero... no te quiero... notequiero... notequiero notequiero notequierotequierotequiero
Al final sus no te quiero eran unos balbuceos incoherentes mientras su cuerpo se contraía subiendo y bajando en las olas de placer, que le causaba la polla de aquel odioso, mientras sus orgasmos casi se encadenaban.
Ricardo sudaba sobre ella, con una sonrisa satisfecha, porque ella no se había dado cuenta de que ya obviaba el no. Solo decía tequierotequierotequiero.
Belén cayó postrada en la cama. Rendida. Agotada. Llena todavía de él. Intentando recuperar su cuerpo. Ese cuerpo que él le había robado. “¿Pero él?” Fue consciente que él no se había corrido. Que él la había llevado de orgasmo en orgasmo pero que él no. “¿No me desea tanto como para no correrse dentro de mí?”·. Se enfureció. “¿Quién piensa que soy? Pero ¿Quién se piensa?”.
Lo envolvió con las piernas. Se colgó de su cuello, levantándose hasta que su mejilla se apoyó en la de él. Se impulsó con sus piernas y se clavó la verga. Disfruto oyendo su quejido.
- Dime que me quieres. - Le susurro en el oído. -dímelo
Siguió elevando sus caderas con fuerza apretando los muslos, haciendo que su polla la atravesara susurrandoselo cada vez – Dime que me quieres
Ricardo apretaba los dientes resistiendo. Pero cuando ella movió las caderas girándolas apretándose contra él con las piernas, soltó un gruñido y se empezó a correr dentro de ella. No pudo aguantar más y sus brazos cedieron, cayendo ambos sobre el colchón.
- Dímelo... dímelo.. dímelo... -susurraba Belén gimiendo, sintiendo que otra vez se iba a venir al sentir su semen corriendo dentro de ella
Terminaron. Ella algo decepcionada por no haber conseguido que se lo dijera, pero ahíta de placer. El jadeante sobre su cuerpo. Todavía sintiendo como aquella vagina endiablada le apretaba y soltaba como si quisiera ordeñarlo todavía más.
Se dejó caer a su lado. Ella lo miraba sin esperar nada ya.
Te quiero.- le susurró besándola en los labios. Belén le envolvió con sus brazos, arrobada, y lo besó
Te quiero.- le susurró ella temblando.
Dejaron pasar los minutos acunándose en los brazos del otro. Se miraban a los ojos ya más tranquilos
- Pero no me amas. - le dijo Ricardo – Ni yo te amo a ti.
Ella no lo negó. No lo rebatió.
Yo no amo a nadie. - susurró Belén. - No puedo amar a nadie.
Mentirosa.- la beso en la nariz – Amas a tu marido.
No empieces. Porfi. No tengo marido.
Venga. Di yo no amo a Luis. Vamos dilo. Pero sinceramente.
Belén se empezó a poner nerviosa. Se removió en la cama y se sentó.
Qué tontería. Yo no voy a decir eso. Es una tontería.- estaba cada vez más nerviosa.
Si es una tontería. ¿Por qué no?
Belén estalló, como siempre estallaba ella. Por sorpresa.
Porque no. Porque él no quiere. Porque yo no puedo. - empezó a sollozar – Porque he sido mala para él. ¿No lo comprendes? No lo puedo amar. Cuando lo he amado le he hecho daño. No puedo. - Terminó de quitarse la camiseta y la tiró al suelo. Miró con pena el tanga que se había convertido en una liga en su muslo izquierdo. Lo tocó con dos dedos - Lo compré para él. Ni siquiera me lo puse para él nunca.
Vaya, te lo rompí. Lo siento. -
No importa. - Se encogió de hombros - He roto tantas cosas de mi vida, incluida a mi misma. - giró la cabeza para mirar a Ricardo – No tengo arreglo ¿Verdad?
Creo que lo que has dicho es una tontería. No te veo rota
Sí. Estoy rota, Ricardo. Por dentro. - Se encogió de hombros, volviendo a mirar hacia el suelo – Encima tú lo has liado todo más. Mucho más. - casi susurraba para sí. - Yo pensaba que todo sería más fácil... como en la Enagua...
Ricardo achicó los ojos. “Otra vez la Enagua” pensó. “No deja de darle vueltas a lo mismo. Si no fuera porque lo odia y lo teme iría con ese cabrón.”
Estás buscando algo que no te conviene Belén. Algo que no solucionará tus problemas. No te sentirías mejor ni sentirías que has redimido tus supuestas culpas.
Tú qué sabes – Le espeto mirándole a los ojos casi con rabia.
¿No lo sé? - ella negó con fuerza con los ojos llenos de lágrimas
Lo necesito, Ricardo. Necesito hacer penitencia. - Él se empezó a irritar. Le molestaba que ella no entendiera que esa necesidad era malsana e innecesaria.
Se incorporó saliendo de la cama. Parsimoniosamente se puso el bóxer y el pantalón. La miró de soslayo
¿Así qué no sé? - agarró con fuerza su coleta y tiró, hasta que ella dio un grito, obligandola a bajar a de la cama – De rodillas – Dijo secamente.
Belén se dejó caer de rodillas. Tiró de su cola arrastrándola fuera del dormitorio, haciendo que ella gateara tras él. La soltó cuando estaba en medio del salón.
¿No sabes ponerte bien? ¿Te lo tengo que explicar? – Su voz sonaba dura. Belén temblaba. Intentaba pensar, pero no podía. Corrigió la posición. Erguida sobre sus nalgas. La espalda recta. Las manos sobre los muslos. Las rodillas levemente separadas. La mirada baja.
Mírame. - Espetó con voz tensa. Belén levantó los ojos y lo miró. Vio como, con lentitud, se iba quitando el cinturón. Un cinturón negro, ancho, largo. Empezó a temblar. Los labios se le entreabrieron porque necesitaba respirar por la boca. - La cabeza en el suelo. - obedeció con un jadeo. Se inclinó hasta que su cabeza rozó el suelo, mientras subía las manos rozando la alfombra. - Levanta el culo – se le secaron las lágrimas. Arañó la alfombra mientras levantaba el trasero. No sentía esa conexión que había habido entre ellos. No sentía, solo espera anticipándose. - He dicho, levanta el culo – gruñó él, a su lado. Se esforzó en levantarlo todo lo que pudo. Los muslos verticales y el trasero totalmente ofrecido. Esperó.
Esperó, hasta que el trallazo sacudió su cuerpo entero. Vio lucecitas ante sus ojos antes de sentir el dolor. Antes de sentir como ardía su trasero, de lado a lado, cruzado por esa banda de dolor. Se mordió los labios con saña. Saboreó su sangre. Pero no gritó. No le dio el gusto de gritar. ”Qué se lo gane” Pensó envuelta en un mar de sensaciones horribles.
¿Esperas más? - De nuevo sonaba tranquila su voz. Intento asentir – Pues de mí no lo obtendrás. Sintió el tirón en su coleta, cuanto él tiró de ella, hasta hacerla sentar sobre sus nalgas. Su cara cerca de la suya. Sus ojos en los suyos. - ¿Has oído Belén? De mí no obtendrás más. Ya has tenido tu castigo. ¿Satisfecha? - Belén negó como pudo con la cabeza
Claro. Ni con ese correazo ni con mil estarías satisfecha, Belén. Porque es insatisfactorio. Porque no consigues lo que te propones. Porque eso no hará que te perdones haber jodido tu amor.- Le soltó la coleta.
Belén estaba con la cabeza revuelta. Sentía la quemazón en las nalgas, cruzandolas como una serpiente de fuego. Era verdad. No la aliviaba. Solo era dolor. Nada más. Levantó la mirada para encontrarse con la suya. - Él le sonreía con cierto aire cínico en los labios
¿Te estás dando cuenta? - Ella asintió apenas – Sin embargo sí mereces ser castigada Mabi. - Ahogó un jadeo al oír su nombre – Porque me has mentido. - Se quedó descolocada pensando en cuando le había mentido.
Yo no... - Se mordió los labios, recordando otra ocasión en que dijo que no había mentido y le demostraron duramente que sí - …No recuerdo cuando te he mentido.- Terminó balbuceando.
Me has dicho, no sé cuantas veces, que me odias. Es mentira. Hace nada, me has dicho no sé cuantas veces, que no me quieres. Es mentira. ¿O no lo es? - Lo miraba boquiabierta
Pero... Pero... Me pediste que lo dijera... Me lo pediste tú... - Susurró casi para sí
También te pedí que dijeras no y no lo hiciste. Porque sí querías. ¿Cierto? - Belén asintió
Entonces me mentiste por decisión propia. Ponte de pie.
Belén obedeció tambaleándose. Sintió como la agarraba del brazo izquierdo y la llevaba hacia una esquina de la habitación. La colocó mirando esa esquina, como cuando de pequeña era castigada cara a la pared por Sor Tecla.
- Aquí. No te moverás. Las manos detrás. Cogetelas. Estarás aquí, pensando en que me has mentido y que no volverás a mentirme. ¿Me has oído? Pensarás en todas las mentiras, todos los engaños que has urdido y han hecho daño. ¿Me oyes?- Belén asintió maquinalmente.- Tu castigo terminará cuando yo te lo diga - Sintió como las manos le abandonaban. Pensó que él se había retirado de su lado. La cabeza le empezaba a dar vueltas. Sin esperarlo su voz estallo en su cabeza muy muy muy fría – Mientras estés aquí has dejado de ser Mabi. Por eso no te quiero. No te quiero nada, mientras estés aquí. No te quiero – jadeó Belén.
Ricardo se apartó, sentándose en un sillón alejado, pero que le permitía controlarla. Belén se quedó en aquella esquina, sola consigo misma.
Miraba la esquina ante la que estaba. Su cerebro no dejaba de funcionar. “Qué no me quiere, vaya tontería. Si me quiere, me quiere. Como va a dejar de quererme por ponerme aquí” pero dudaba. Sentía como una opresión en el pecho, a pesar de que se quería convencer de que aquello había sido una tontería de Ricardo.
Intentaba escuchar. Adivinar donde estaba. Oír su respiración. Sentir que seguía unido a ella. Pero no escuchaba, no oía su respiración, no sabía donde estaba. Temía que no siguiera unido a ella. “¿Y si no me quiere? ¿Si es verdad que no me está queriendo mientras esté castigada? No puedes ser. No se puede dejar de querer como se apaga un interruptor. ¿No?” Sintió un escalofrió subiéndole desde los riñones hasta la nuca.
Pensó en las mentiras de las que le acusaba. Los “Te odio”, claro que no lo odiaba. No lo odiaba. “Dios No lo odio, ¿cómo podría odiarlo? Solo lo dije para que él... para que él... para hacerle daño...” Reconocerlo le hizo suspirar profundamente al necesitar respirar. “Bueno... Sí, mentí, pero era una mentirijilla. Lo otro... lo otro... él me lo pidió... fue él...” Rumiaba por dentro, sintiéndose cada vez más intranquila. “Además.... “Se mordió el labio nerviosa. “Quería ver su cara al oírme decírselo. Y cuando entró entero dentro de mí. Ya no pude parar, ya no pude.” Los ojos se le estaban arrasando sin saber por qué. “Me amó a pesar de decirle que no le quería.” Empezaron a deslizarse las primeras lágrimas por las mejillas. Arrepintiéndose por no haberle dicho, desde el principio, que sí, que sí, que sí, que sentía que le quería desde el día en que la acaricio a través del cristal. Desde el día que le dio el amor que necesitaba en ese momento.
Belén se precipitó en sus recuerdos. O sus recuerdos empezaron a caer sobre ella como una cascada. Como si quisieran aplastarla con sus engaños y mentiras a Luis. Desde el primero al último. Desde aquella noche en el parque, apoyada contra un árbol, sintiendo los envites de aquel chico, mientras su novio seguía en el pub charlando con los amigos, mientras suponía que ella estaba fumándose un cigarrillo. Sus escapadas, después de que su novio la dejara, a fiestas donde sabía que tendría sexo. Hasta la última, en Afganistán días antes de regresar, cabalgando mientras le decían las ganas que tenía de empezar con ella una vida nueva.
Se estremecía entera. Sus lágrimas caían mansamente por sus mejillas, luego caían al suelo mientras seguía desgranando sus engaños. Sus reuniones inexistentes para acabar en la trasera de un coche agarrándose al techo y al parabrisas trasero, para no golpearse en la cabeza con la puerta, mientras la follaba uno u otro. Tantas. Tantas veces. Tantos engaños, uno detrás de otro. Sin pensar en él. Sin sentir que le hacía daño. Solo pensando en ella. Pero empeoró. Braco. Después... volvieron. Pensó que aquello había acabado. Pero no. Poco después, a los engaños, añadió las mentiras. Las guardias pasadas en moteles, disfrutando toda la noche de otro cuerpo. Las salidas de fin de semana con amigas, a las que no acudían amigas, y era una casa rural donde disfrutar dos días. Luego en Toledo, las escusas para no regresar las noches a Madrid. Mientras compartía cama y otro la disfrutaba. Para todo terminar en aquella maldita misión en que decidió que estaba enamorada y que había que terminarlo todo. Empezó a sollozar deseando que todo aquello pasara, que ya no siguieran arrojando recuerdos sobre ella.
Ricardo veía su cuerpo sacudiéndose por los sollozos. Como todo su cuerpo reflejaba la angustia y pesadumbre que le producían sus recuerdos. La verdad es que no le gustaba someterla a eso, pero lo creía necesario. Ella tenía que enfrentarse a la realidad que se había ocultado a sí misma. Cuando Belén soltó sus manos de la espalda y las llevó a cubrir su cara y un largo quejido de dolor se le escapó de los labios, mientras toda ella empezaba a encogerse, supo que era el momento.
- Belén. Ven. - Vio el sobresalto de su cuerpo. - He dicho que vengas.- Cuando giró la cara vio sus ojos anegados de lágrimas y como goteaban por toda la cara. Sus ojos asustados. Le miraban sin verle. - Ven ya, Mabi.
Le castañeteaban los dientes de la tensión que sentía cuando oyó aquel “ven ya, Mabi”. Corrió, como una loca, con los brazos por delante hacia él. Saltó subiéndose en su regazo abrazándose al cuello como si le fuera la vida en ello. Totalmente encogida, sobre su regazo, apretándose todo lo que podía. Con la cabeza hundida en el cuello de Ricardo. Sollozando e hipando en medio de una respiración totalmente alterada.
Te quiero, Te quiero, Te quiero – susurraba como una letanía. Sus labios rozándole el cuello. Balanceándose contra él, sin dejar de temblar. – Te quiero
¿Me volverás a mentir Mabi? - Negó con fuerza, repartiendo sus lágrimas por el cuello.
Nunca, nunca más. Te lo prometo te lo prometo, pero... pero no me castigues más... nunca más -. Soltó un quejido – No me vuelvas a decir que no me quieres. No me dejes sola nunca más.
Ricardo la acunaba mientras le abrazaba con suavidad y le acariciaba el pelo.
Cuando se fue calmando él intentó llevarla a la cama, pero ella se removía inquieta y se negaba a dejar su regazo.
Viernes
La madrugada los pillo así. Él, medio tumbado en el sillón y ella dormida, acurrucada en su regazo, abrazada a su cuello. Cuando Ricardo se despertó solo tenía ojos para ese cuerpo encogido abrazado a él casi con desespero.
Cuando Belén se despertó, aun sin abrir los ojos pensó “Que bien me siento... Que bien” soltó el cuello de Ricardo y se apartó un poco hasta poder mirarle la cara.
¿Has dormido bien? - le sonrió. Ella asintió con una pequeña sonrisa casi infantil. - ¿Nos duchamos y desayunamos?
¿Qué hora es? - susurró muy mimosa
Pues las siete
¿Las siete? Ohh llegaré tardeee – se levantó de prisa. Ricardo se quejó después de tenerla tantas horas sobre las piernas – ohh pobre.. Seguro que te he pesado mucho. Tengo que darme prisa. Tengo que estar a las ocho en casa... en casa de Luis... Por Dios, no llegareee
Anda Bel.. Corre a la ducha. Yo preparo unos cafés y te llevo a su casa. -le dijo riéndose.
Fue corriendo a la ducha. Fue una ducha rapidísima. Se secó con un toallon y dejó el pelo suelto todavía húmedo. Por dentro despotricaba por ser tan dormilona. Aun así tuvo un instante para mirarse en el espejo y sonreírse. Le gustaba esa mirada brillante y esa sonrisa que lucia.
Corriendo se fue a vestir. Unos jeans y otro jersey amplio. Fue al salón por el café que ya olfateaba. Se sentía extrañamente liberada
Ricardo estaba apoyado en el pequeño office cuando entró Belén. La miró de arriba abajo, negó con la cabeza. Belén que lo miraba se quedó parada
¿Qué pasa?
Los pantalones
¿Qué le pasan a los pantalones?
No me gustan. No me gusta ningún pantalón de mujer.
“Me mata” Pensó Belén, dando la vuelta corriendo. Rebuscó en el equipaje una falda oscura que le llegaba justo por encima de la rodilla. Se cambió. Volvió sobre sus pasos.
¿Ahora estoy bien?
Solo porque tienes prisa – Le dijo sonriendo ampliamente. Consiguió una risa cantarina de Belén Al acercarse él, también, consiguió un abrazo por la cintura de una mujer encantada con él y consigo misma.
¿Contenta? - susurró mientras le acariciaba el pelo
Mucho... Mucho... - mientras asentía con la cabeza contra su pecho.
Me alegro, Belén. Me alegro. Bien venida a mi mundo.
Belén estaba de los nervios. Se removía continuamente en el asiento de copiloto que ocupaba. A su lado Ricardo sonreía socarronamente. A pesar del mucho tráfico que había a esa hora en Madrid, no era lo que la ponía de los nervios. A pesar de la hora que era, no era eso lo que la ponía de los nervios. Los nervios se los ponía el 'Maldito' que había descubierto que tenía cosquillas en la cara interna de los muslos y no hacía más que hacerselas en cuanto tenía un segundo.
Quietooo ohh quietoooo – Dijo por enésima vez en un semáforo cuando Ricardo metió rápidamente la mano entre sus muslos y volvió a hacerle cosquillas obligandola a retorcerse en el asiento – Eres como un niño – Resopló intentando recuperar la compostura al arrancar el auto. “Es que me mata. ¿Cómo se le ocurren estas cosas? Encima me está poniendo mala” Pensó, mirando de reojo con las manos hacia él para pararlo si lo intentaba de nuevo.
Ricardo le miró de soslayo y se rio. - Pareces una portera de balonmano – Belén bufó.
El coche encaró la calle. Una manzana antes de llegar a la puerta de la casa Belén le dijo que parara. Ricardo no hizo caso y siguió hasta frenar ante el portal.
Es aquí Bel. Andas un poco despistada - “Como odio su sonrisa irónica... Bueno... No, no la odio” - No te quejarás. Son menos diez. Más que justo a tiempo.
Pues sí. Bueno. Voy a esperar a Luis.
Claro, claro – Belén, después de soltarse el cinturón, abrió la puerta del auto.- ¿Ni un beso de despedida? - Ella giró la cara mirándolo y le sonrió. Acercó su cara a la suya con intención de darle un besito de despedida.
Ricardo no tenía las mismas intenciones. Su mano derecha envolvió el cuello de Belén y la obligó a juntar los labios. Ella se rindió, justo al sentir la punta de su lengua rozando sus labios. Le entregó la boca con los ojos cerrados, se quedó colgada, disfrutando y colaborando en un beso que le ponía taquicardica. Cuando se separaron ambos respiraban agitadamente.
- Te recojo luego de que dejes a Luis en el cole. ¿Bien?
Ella asintió. Con una sonrisa que le encantó a Ricardo
- Venga ve. Aun llegaras tarde. Ella se rio otra vez con aquella risa tan juvenil, que le salía cuando se sentía feliz. Se apeó y cerró la puerta. Se inclinó para decirle adiós a través de la ventanilla. Ricardo arrancó el coche alejándose por la calle.
Belén dio media vuelta. Ahí estaban los dos. Luis y Luis. Los dos. El pequeño distraído. El mayor mirándola fijamente. Sintió que enrojecía totalmente. Se acercó con un paso ligeramente indeciso.
Hola, buenos días. Pensaba que era más temprano. - Le dijo a Luis. - Hola, precioso. Se agachó y abrazó a su hijo. Incorporándose miró a Luis a los ojos, tal vez esperando un reproche o más, si había visto algo. - ¿Estás esperando hace mucho?
Acabamos de bajar. Tenía que decirte un par de cosas, porque no nos vamos a ver ya hasta el domingo.
Ah claro, claro. Dime.
Bueno, el piso ya lo conoces – hizo un gesto que no le gustó a Belén – No ha cambiado tanto. He dejado una hoja con algunas instrucciones y horarios encima de la mesa. También una relación de medicamentos, por si al niño le pasara algo. También el teléfono del pediatra y alguno más, por si acaso.
Eso del pediatra no era necesario – apostilló Belén. Luis le dirigió una mirada penetrante.
Por si acaso ahí lo tienes. Además tenía que darte esto – De su mano colgaban unas llaves – Porque no creo que quieras entrar por la ventana.
No había caído en lo de las llaves. - Extendió la mano y Luis las deposito en ella. Al mirarlas le dio un vuelco el corazón. Era su llavero de plata. El mismo que le había devuelto en el notario.
Si me das la bolsa esa te la dejo en el piso. Así no iras cargada toda la mañana con ella.- Belén se la tendió. Al cogerla él su mano rozo la de ella. Sintió una descarga en todo el cuerpo. Tuvo que morderse el labio para no suspirar. - Me iré sobre las doce o algo más. Si quieres puedes esperar en el piso, a partir de la una, seguro que ya no estoy. - Belén cabeceaba asintiendo.
Bueno. Mejor nos vamos o llegaremos tarde. Adiós Luis, pasa un buen fin de semana.
Gracias Belén. Igualmente. Si pasa algo, por favor, llámame.- Ella asintió. Cogió a Luis de la mano y con un gesto de adiós se fueron hacia el colegio.
Antes de llegar a la esquina no evito mirar atrás y comprobar si Luis seguía mirándolos parado como un poste en el portal de su casa. No le molestó sentirse feliz por ello.
Después de dar un beso a Luis. Arreglarle la ropa y asegurarle que estaría esperándolo a la salida, le dio una palmada en el trasero y lo vio correr hacia el colegio. Sintió, sobre ella, las miradas acusadoras de otras madres. Le resbalaron, menuda panda de brujas todas.
Dudó un momento en romper la cita que tenía con Ricardo y volver al piso. Al fin no lo hizo. No quería forzar la situación con Luis. “Ya veremos que pasa.” Se dijo. Siguió adelante dos manzanas más para esperar en la esquina. Miró su reloj, faltaban diez minutos. Esperó con los brazos cruzados. A los cinco sonrió, distinguiendo el coche que se acercaba poniendo los intermitentes. Subió y besó la mejilla de Ricardo.
¿Todo bien? - dijo escrutando su perfil. Ella se encogió de hombros. Metió la mano en el bolso y le enseñó el manojo de llaves. - ¿Qué pasa con eso?
Son las llaves de mí... de su piso. Mis llaves. Las que le di cuando me divorcié. Con el llavero que me regaló. - Ricardo miraba como la mano de Belén temblaba un poco.
¿Me las das? - Instintivamente, Belén cerró el puño, pero luego abrió la mano y se las dio. - Bonito llavero. - musitó Ricardo – Supongo que, el otro trozo de corazón, lo tendrá él – Ella se mordió el labio y se encogió de hombros
No lo sé. - Sin dejar de mirar las llaves, en la mano de Ricardo, como con miedo de que se perdieran. Ricardo se las devolvió para que ella, a toda prisa, las hundiera en el fondo del bolso. Suspiró profundamente.
Mira Belén. En este mundo todo tiene arreglo. Incluso ese corazón roto – Señalando el bolso – Solo hay que saber como volver a juntar los pedazos.
No creo que eso pueda pasar, Ricardo. - Dijo mirándole a los ojos – No lo creo. Ya no.
Tiempo al tiempo, Belén. - Emprendió la marcha. - Ahora vamos a olvidarnos por un rato de todo eso. ¿Vale? - Ella asintió con una sonrisa un poco triste.
Ricardo puso el intermitente incorporando el auto al flujo de la circulación de la capital.