Los Mundos de Belén 7 Un Drunch y otros picoteos

Que mejor que un evento para recibir... donaciones. (Gracias por los comentarios.)

  • ¿Tú qué crees? - preguntó Belén al psicólogo al que había pedido opinión sobre el informe que le había remitido su ex sobre su hijo Luis.

  • Verás, Belén. ¿Te llevas bien con tu ex? ¿Estáis en conflicto?

  • No. No nos llevamos ni bien ni mal. Lo justo para ver lo que es mejor para el niño.

  • Bueno. Este tipo de informes son muy habituales en las separaciones litigiosas, fundamentalmente para forzar la patria potestad para una de las partes. Sin embargo, si no tenéis problemas…

  • No. No tenemos problemas, que yo sepa.

  • El contenido del informe es aceptable. Obviamente te preocupa eso de que recomienden que el chico duerma en casa de tu ex en vez de contigo en un hotel. ¿Verdad?

  • Así es.

  • Bueno, desde un punto de vida profesional siempre será mejor, para el chico, dormir en su domicilio y no en un ambiente extraño.

  • Ya, eso ya lo suponía.

  • A ver. Si te parece me informaré de este gabinete psicológico. A ver que me pueden contar los compañeros de Madrid. De todas maneras ¿Tu ex te ha planteado eso como una obligación?

  • No. Es más no me dijo nada. Solo que lo leyera.

  • Bueno, a ver que me dicen. ¿Vale? Te informo de lo que me digan

  • Te lo agradezco Santi. De verdad.

  • No te preocupes Belén. Te llamo y te cuento.

Belén abandonó el despacho del psicólogo del hospital. Había preferido consultar con él, aun en contra de su natural reserva para con los demás. Sin embargo, eso afectaba a Luis. Así que mejor era consultar. Si Santi le decía que ese gabinete era de fiar, pues se plantearía o bien traérselo los fines de semana a su apartamento o, que remedio, dejarlo por la noche durmiendo en la casa de Luis.

Otra cosa ocupaba también sus pensamientos. La desaparición de Ricardo. Llevaba tres días llamando a su despacho. De un empleado a otro, siempre dándole largas. Ese día había llamado seis veces. En cuanto se encerrara en su despacho llamaría de nuevo. “Anda que no sueno como una desesperada” - bufó – “Es que estoy desesperada. Maldita sea. ¿Es que no va a ser capaz de aceptarme las disculpas?” Apretó los dientes. “Pues la llevas clara si piensas que me voy a rendir Erre cabrón.” - pensar eso le provocaba una sonrisa más cínica que otra cosa.

Sentada ya en su despachito volvió a agarrarse al teléfono. Marcó el número del despacho. Había decidido cambiar de táctica. La llamada sonó dos veces.

  • Good morning. Here is High-Tech Applications Company. How can i help you?. Buenos días. Está llamando a la Compañía de aplicaciones de alta tecnología. ¿En qué puedo ayudarle? - sonó una voz masculina.

  • Hola, buenos días. Puede ponerme con Marisa, la secretaria ejecutiva de Don Ricardo. Gracias.

  • ¿Esta usted citada?

  • Justo es para eso. Para concertar una cita. Marisa me mandó un email para que la llamara al respecto. - “Bueno, tampoco es tanta mentira”. Pensaba dando vueltas a un boli encima de la mesa.

  • Un momento por favor. Espere. - la musiquita ocupó durante unos minutos la línea.

  • ¿Oiga? ¿Sí? Doña Marisa está ocupada. - frunció el entrecejo. - Pero me ha dicho que si usted queda a la espera, no más de diez minutos, la atenderá. - se relajó un poco al oírlo. Por lo menos no se escondía detrás del ocupado.

  • Sí. Esperaré aquí. Gracias.

  • Entonces la dejo en espera.

  • Buenos días.

Belén puso el manos libres y siguió trabajando en los historiales. Así se distraía mientras esperaba. Cuando pasaron los diez minutos Belén empezó a tamborilear con los dedos en la mesa. “Menos mal” pensó cuando a los 14 minutos se escuchó.

  • ¿Oiga? Buenos días. Creo que quería hablar conmigo.

  • ¿Si? ¿Marisa? - tuvo que carraspear porque la voz le temblaba

  • Sí.- se hizo el silencio durante unos instantes y sonó de nuevo la voz con un deje de duda. - ¿Sra. Suárez? ¿Es usted?

  • Sí. Soy yo.- le parecía oír las maldiciones al otro lado de la línea, pero en cambio escucho la misma voz tranquila

  • Usted dirá, Sra. Suárez. Porque no creo que me llame para concertar una cita con nosotros.

  • Pues justamente eso quiero Marisa. Quiero una cita con Don Ricardo.

  • Eso es del todo imposible Sra. Suárez. Don Ricardo tiene la agenda completa para varios meses.

  • ¿Si? ¿Completa?

  • Así es, Sra. Suárez. - Belén empezaba a estar irritada. Otra negativa. Encima de alguien que no podía estar más cerca de él.

  • ¿Está completa para todos o solo para mí? - soltó un poco enfadada

  • Para usted Sra. Suárez. - la respuesta la dejo congelada.

  • ¿Cómo has dicho?

  • Qué, Don Ricardo, ha dado instrucciones de que si, usted llama, le informemos puntualmente, pero que no atendamos ninguna petición que suponga verlo a él. - su voz seguía sonando igual de agradable que si le dijera ¿Quieres unas pastas para acompañar el té, querida?

  • Pero ¿Por qué?

  • No puedo decirle. Desconozco los motivos de Don Ricardo. Solo cumplo sus indicaciones.

  • Pero… pero… ¿Entonces no puedo verlo?

  • No puedo decirle más, Sra. Suárez. Solo qué, como cada vez que usted ha llamado, se ha informado puntualmente a Don Ricardo. ¿Puedo ayudarle en algo más?

  • No… - estaba totalmente abatida, mientras cortaba la llamada.

“El maldito… Todas las veces que lo he intentado él lo ha sabido. Todas.” Sin embargo no había dado señales de vida. “A ver. Que solo quería disculparme por haberle comparado con Braco. Por lo menos eso me lo tenía que consentir. En fin”

Belén se quedó muy pensativa intentando buscar otra vía para contactar con Ricardo. Cada día que pasaba le parecía más un esfuerzo inutil. Con esa idea recomiéndole abandonó el hospital.

En su apartamento se sentía como un animal enjaulado. No hacía más que dar vueltas y vueltas por el salón. Se tiraba sobre el sofá. Se levantaba y se sentaba en una silla. Se levantaba, iba al dormitorio, se acostaba unos minutos. No podía aguantar quieta en ningún sitio.

Todo el rato en la cabeza como hacerse perdonar por Ricardo. ¿Cómo conseguirlo? “Si solo es decir perdona no quise decirlo... pero me puse rabiosa y me salió”. Solo eso. Nada más. “Luego... pues luego me iré... claro.” Sabía que se mentía. Que, si le perdonaba, no pensaba irse. A no ser que le pegara una patada en el trasero.

“Es que todo lo que me dijo...” Se estremeció recordando. Que Luis seguía siendo su marido. “Tonterías… ¿O no?” Que el sexo… no era solo sexo. “Vaya bobada”... Que si aquella mujer azotada... “Sí, bueno, sí se corrió, pero... pero...” Pateó el suelo, algo furiosa, porque no encontraba peros. ¿Qué yo le decía ámame?... “Pero eso sí que es absurdo… yo solo sentía al tipo aquel follándome… uf… vaya forma de hacerme correr. Sí, eso sí… ¿Pero qué yo le decía ámame con la mirada? De eso nada de...” Sus pensamientos se interrumpieron rememorando nítidamente los dedos acariciándole la mejilla. “Pero… ¡Joder! Erre cabrón… Me atontas.”

Tenía que aclararle todo eso. Se lo debía. Tenía que aclarárselo, luego que hiciera lo que quisiera. Si no la quería ver, pues peor para él.

Además estaba lo otro. La forma de sacarle todo. De obligarla a contarle detalles que solo conocía ella. Ni Javier sabía todo lo que pasó. “El maldito. Que forma de envolverme. Que forma de… desnudarme”. Resopló mirando al techo. “Desnudarme del todo; por dentro… y por fuera. Y ni me miró. Ahí impertérrito como una estatua. ¿Qué pasa? ¿Es que no le gusto?” Medio sonrió recordando que algo le debía gustar, cuando él, en El Cigarral, se excitó. “¿Y su maldita caricia? Rozándome continuamente. Poniéndome todo el vello de punta. ¡Qué cabrón! Haciéndome hablar.”

Se sentó en el sofá bastante irritada consigo misma. Cogió el mando de la TV y la puso a hacer ruido. Pero ella no estaba para oír las historias de cuernos que contaban. Intentó dejar de pensar en Ricardo.

“Luis. Tengo que llamar a Luis por... Lo del psicólogo, eso es, por el informe.” Se mintió de nuevo. Quería oírle. Desde el día que la llamó, por la excursión escolar, tenía la imperiosa necesidad de volver a oírle. Cogió el teléfono. Buscó el contacto y paseó el dedo por encima del botón de llamada, pero al final no lo hizo. Suspiró, buscando sacárselo de la cabeza.

No dejo el teléfono. Busco la mensajería y le mando uno a Javier.

“Holaaa… soy la loca. Cómo va todo?” Tardaba en contestar así que se incorporó y se fue a la cocina a beber algo. Tenía la boca seca como si hubiera corrido cien kilómetros.

Al volver miró el teléfono. Vio como Javier había leído, pero no había contestado. Estaba claro. Eso solo pasaba cuando Maca estaba cerca de él. Lo comprendía.

Terminó dando un resoplido. Se fue al dormitorio para meterse en la cama. Se removió inquieta dándole vueltas y vueltas a sus pensamientos. Al fin dejó de pensar en ellos y solo ocupó su mente en que ese fin de semana estaría con su chico. Aunque tuviera que llevarlo a dormir a casa. Con una sonrisa se fue hundiendo en un sueño que solo lo ocupaba su hijo. Luego tal vez las pesadillas volvieran a acosarla.


El resto de la semana fue transcurriendo igual. Despertares sobresaltados por sus pesadillas. Trabajo intenso. Tardes de melancolía y discusiones con ella misma. Una vida que se volvía monótona y que le hacía desear algo que la removiera.

Ya no era aquel intenso impulso sexual, que la llevaba a tener encuentros lascivos y fugaces, para descargar la tensión y el estrés. Esos impulsos habían desaparecido, incluso cuando lo intentó. Era otra cosa. Era un deseo íntimo de cambiar, de hacer, de no quedarse quieta.

Por otro lado estaba el poderoso pensamiento de que merecía ser castigada. De que quien la hacía la tenía que pagar y ella tenía mucho que pagar. No se perdonaba, no se podía perdonar. Todo pecado, para ser perdonado, necesita confesión y penitencia. Sin penitencia no hay perdón. Probablemente Luis le llegara a perdonar, tal vez le hubiera perdonado. ¿Pero ella? Ella no. Necesitaba penar para poder perdonarse. Tal vez, solo tal vez, si Ricardo hubiera seguido con la entrevista hubiera podido ayudarle a entenderse a sí misma, a entender esa locura que la embargó y que hizo que todo pasara de ser solo sexo a un enamoramiento que hizo que decidiera romper su matrimonio. Porque lo había decidido. Solo la realidad de saberse engañada, estafada, le hizo intentar recuperarlo. Para fracasar.

El jueves, mientras visitaba sus pacientes ingresados, recibió la llamada que esperaba. Se disculpó y salió al pasillo para contestar.

  • Dime Santiago.

  • Hola, Belén. Es por lo que me pediste del informe

  • Sí, esperaba tu llamada, dime

  • Bueno. Un amigo me ha dicho que el gabinete ese es de prestigio. Varios de sus psicólogos están entre los mejores de Madrid. Por lo que me ha dicho no se casan con nadie. Que los informes que emiten van a misa.

  • Comprendo.

  • Si no tienes litigio con tu ex creo que no habrá intentado que sesguen el informe. Es decir, que lo que hay es lo que hay. Ahora, son recomendaciones todo. Tú tendrás que decidir.

  • ¿Qué me aconsejas?

  • ¿Sinceramente? Que te vayas a vivir a Madrid. Sería lo mejor.

  • Eso es imposible Santi. No puedo volver a vivir allí. Gracias por todo.

  • De nada chica. Ya sabes que para lo que quieras

  • Gracias. Nos vemos.

Belén se quedó pensativa unos instantes. Sacudió la cabeza, metiéndose el teléfono en el bolsillo de la bata y volvió a entrar en la habitación para seguir con la consulta.

Ese jueves se acostó especialmente inquieta. Muy, muy inquieta. No hacía más que rondarle por la cabeza una idea descabellada.

Desde la cama mandó un mensaje a Luis.

He leído detenidamente el informe. De acuerdo, mientras yo este en un hotel en Madrid llevaré a Luis a dormir a tu casa. Pero, buscaré la forma de pillar una casa rural, o lo que sea fuera, de Madrid y me lo llevaré todo el fin de semana. Esté no podre, por falta de tiempo, pero el siguiente que me toque ya estará todo arreglado. — Luis no tardo en contestar más allá de dos minutos con un escueto

OK. — Termino durmiéndose con OK fluorescentes verdes girando alrededor de ella.


Se despertó con la decisión tomada. Tras una ducha rápida, hizo un equipaje somero para el fin de semana. Se vistió, como de costumbre, con ropa cómoda. Apuró un café doble negro y salió hacia el hospital.

Comprobó su agenda. Apenas seis consultas. Todos pacientes nuevos.

Fue a pedir otro favor. No le agradaba pedir favores pero lo necesitaba.

La puerta de dos despachos más allá estaba abierta, señal que él había llegado. Asomó la cabeza por el borde y golpeó con los nudillos.

  • ¿Se puede doctor sabelotodo? - el hombre levantó la mirada y se rio sonoramente

  • El sabelotodo asegura que la doctora gruñona quiere algo.

Belén entró sonriendo encogiéndose de hombros. Se sentó delante del escritorio.

  • ¿Has visto como eres un sabelotodo? Agustín.

  • A ver. ¿Qué quieres?

  • Quiero que me pases consultas a seis citas que tengo. Necesito la mañana, si es sí, me voy a planta, doy un repaso a mis pacientes y a las diez estoy lista para irme

  • Vaya sí que tienes ganas de empezar temprano el fin de semana.

  • Voy a Madrid, Agustín – se encogió de hombros.

  • Ah. Comprendo. El chico. ¿No? - hizo un gesto vago con la mano que bastó para que él diera por bueno que era por su hijo por lo que quería irse temprano

  • Está hecho, pero me deberás una.

  • ¿Qué te deberé? - levantó las cejas esperando

  • Pues… Por ejemplo, una comida sin que me increpes si hablo de fútbol - Belén soltó una carcajada.

  • Hecho, Incluso soportaré dos. Gracias Agustín. Me voy a administración y luego a planta. Nos vemos el lunes

  • Nos vemos gruñona.— Le sacó la lengua y salió

A las doce menos cuarto estaba sentada en el AVE con destino a Madrid. Estaba nerviosa. Íntimamente nerviosa. Nada más arrancar el tren llamó al hotel

  • Hotel El Madroño, en que puedo servirle.

  • Buenos días, querría saber si puedo reservar una habitación para hoy mismo. En realidad ampliar la reserva que tenía para mañana y hacerla extensiva para hoy.

  • Su nombre por favor.

  • Belén Suárez.

Un momento por favor. —oía el tecleo de la operadora - ¿Sra. Suárez?

  • ¿Si?

  • No hay problema. Le reservamos la habitación desde hoy.

  • Estoy en el AVE. ¿Puedo entrar cuando llegue? Supongo que con el taxi como a las dos o así.

  • Sí, señora. A partir de las doce la tiene disponible.

  • Gracias. ¿Me puede hacer una reserva en el restaurante para comer? Solo para mí.

  • Si señora. Gracias por usar nuestros servicios.

  • Hasta luego.

Belén suspiró. Primer inconveniente resuelto. Busco el contacto de Luis.

  • Mañana a las ocho y media recojo a Luis en la puerta de tu casa.

  • ¿Por qué tan pronto? - contestó casi de inmediato.

  • ¿Por qué no duerme conmigo? Poco tiempo me queda ya

  • A esa hora duerme. Mejor a las nueve.

  • Luis. No me irrites. - la había irritado antes de que lo escribiera

  • Duerme - despotricó un poco

  • Vale. Nueve. Volveré a tu casa a las diez. No me digas nada de sueño. Ya está bien.

  • Está bien.

  • Te haré una perdida cuando estemos en el portal.

  • Puedes subirlo si quieres

  • No. - Solo pensar en subir a su antiguo piso le produjo un escalofrío.

  • Bien. Hazme una perdida y bajo. - Resopló. Era tan irritante.

Era muy irritante. “Uff. Tenía que haberle llamado.” Era muy irritante no saber cuál era su estado de ánimo leyéndola.

Por último busco el contacto de Javi.

“La loca pasa el fin de semana en Madrid. A ver si consigo enderezar algo de mi vida. Ya te contaré. Espero que Maca y tú estéis bien. Beso.”

Vio como las dos rallitas azules se iluminaron, pero Javi no respondió. Suspiró con fuerza. Estaba claro que Javi estaba teniendo problemas con Maca, si no le hubiera contestado.


Estaba terminando el postre cuando se acercó a su mesa un hombre que se identificó como el conductor del Uber que había pedido. Le agradeció que esperara unos minutos, tomándose un café, mientras ella terminaba.

Al llegar al hotel, se cambió la ropa sport que había llevado por un conjunto de chaqueta pantalón oscuro, más formal, conjuntado con una blusa hueso de cuello mao. Una bonita cola de caballo. Sin maquillar, solo una ligera sombra de ojos y un carmín poco llamativo.

Terminó el postre. Se acercó a recepción y el conductor le guió al coche. Desde el hotel fueron directamente a la sede de la empresa de Ricardo.

El primer obstáculo, nada más entrar, fue la recepción. Su intención era entrevistarse con Marisa en primer lugar. Muy amablemente le indicaron que Doña Marisa no podía recibirla.

Pues dígale a Doña Marisa – con cierto retintín – qué, no me muevo de aquí hasta no verla. Añada que soy capaz de montar tal escándalo que tendrán que venir los antidisturbios. No quiero imaginar la buena propaganda que eso producirá.

Diez minutos más tarde el recepcionista le decía que Doña Marisa iba a hacerle un hueco. Serian las seis cuando Belén subía en el ascensor hasta la planta veintiuno.

Al entrar en el despacho le sorprendió la palidez de Marisa. No la recordaba así.

  • Buenas tardes – dijo haciendo hincapié en la palabra tardes.

Marisa se levantó, suponía que para recibirla, pero le pidió de pasada que se sentara y que la disculpara un momento. Sorprendida Belén se sentó en el sillón que había frente a la mesa. Esperó. Marisa regresó al cabo de unos minutos

  • Discúlpeme Sra. Suárez. Una ligera indisposición. - veía como Marisa iba recuperando el color. — Usted dirá.

  • A ver, Marisa. Podemos tutearnos. Creo que la vez anterior me tuteaste. - ella asintió - perfecto. Voy a ser directa. ¿Dónde está Ricardo?

  • No te puedo dar esa información – se puso claramente a la defensiva

  • Sí que puedes. Di que no quieres. Verás Marisa. Necesito verlo. Necesito disculparme. Nada más, te lo prometo. Pero es imprescindible para mí disculparme, por algo que le dije y que sé que le ofendió. - Mientras iba hablando notaba como su voz iba empezando a temblar, notaba ese cosquilleo en los ojos, tan molesto, que le anunciaba que pronto estaría lagrimeando. - Necesito cerrar esa etapa, sin sentirme una asquerosa. ¿Comprendes?

Marisa asentía lentamente mirándola fijamente.

  • Aun así, no puedo decirte donde esta.

  • ¿No me crees? - murmuro Belén retorciéndose los dedos - De verdad. Te prometo que no le diré como lo he averiguado. Que no le molestaré más allá de dos minutos. Por favor Marisa. Por favor. Te prometo que yo nunca nunca más volveré a molestarlo. - no quería que ella la viera llorar, porque estaba a punto. Apretó los dientes mirando a Marisa fijamente.

Marisa seguía dudando. Al fin dijo

  • No te diré donde esta. No puedo. Tengo indicaciones concretas. No puedo traicionar la confianza de Ricar... de Don Ricardo.

Belén comprendió que algo más había en la relación entre Ricardo y ella. Se lanzó a la piscina

  • ¿Él sabe que estás embarazada? - Marisa palideció ostensiblemente. — ¿De cuánto estas? ¿Cómo de dos meses o algo más? - dudó mucho, pero al final asintió.

  • ¿Cómo lo has sabido?

  • Yo también lo pase mal, desde el primer día, con mi Luis. Vaya carreras me daba al baño. Marisa de verdad, solo quiero disculparme. Dime donde está, por favor.

Ella no hablo. Se llevó la mano a la boca y se incorporó. Cogió un sobre de la esquina de su mesa y lo extendió hacia Belén mientras salía corriendo otra vez.

Belén abrió el sobre. Dentro una invitación para un evento benéfico que se celebraba esa misma tarde-noche. Belén, lo pensó solo un momento antes de coger la invitación y meterla en su bolso. Se levantó. En la puerta se cruzó con Marisa que volvía pálida y sudorosa.

  • Gracias Marisa. - le dio un beso en la mejilla – Muchas gracias.- Marisa apenas asintió.

La vio alejarse por el pasillo arrepintiéndose de haberle dado el sobre. Esa mujer… Era un peligro para ella. Pero prefería tenerla a la vista que no saber donde estaba. Se sentía muy muy desgraciada en ese momento y no era por los vómitos.


Belén llegó al lugar del evento. Ya en el portalón de entrada le dio mala espina. El lugar, a las afueras de Madrid, por la carretera de Andalucía, era una especie de finca con una casa antigua y lo que parecían una gran zona ajardinada. Ante la entrada, una zona de aparcamiento que más parecía la exposición de un concesionario de coches de lujo. El Uber la dejó delante del portalón. Belén pidió al conductor que la esperara como máximo una hora. El hombre se avino a esperarla.

Bajó del auto. Ya los dos gorilas, que custodiaban la puerta, le hacía saber que no estaba en su lugar. Ambos, vestidos con impecables smokings, la miraban como diciendo de donde ha salido ese bicho.

Por un momento se mostró indecisa, a punto de salir corriendo de vuelta al Uber. Al final se decidió y avanzó. Ante ambos mostró la invitación. Los dos gorilas se miraron entre sí. Comprobó uno que el número de la invitación figuraba en su lista y finalmente le cedieron el paso.

El evento parecía estar en su apogeo. Sonaba música. La fue siguiendo por un camino empedrado flanqueado de parterres. Desembocaba en un amplio espacio, con mesas dispuestas alrededor de una pista de baile. Desde donde miraba le parecía que aquello tenía pinta de ser un Drunch. Mucha comida y mucha bebida. Los camareros paseaban de un lado a otro con bandejas llenas de bebidas. Antes de entrar había un photocall con los anagramas de varias ONG. Supuso que, al principio del sarao, habrían posado los invitados.

Lo peor, para ella, era el aspecto de la gente. Todos ellos luciendo smoking y ellas vestido de noche. Algunos especialmente atrevidos. “Vamos, lo mismito que yo.” Pensaba, estirándose la chaqueta. Sin embargo, no se amilanó y empezó a otear sobre la gente buscando su objetivo.

Le costó localizar a Ricardo en medio de aquella marabunta. Tal vez no lo hubiera conseguido nunca, pero siguió con la mirada a una mujer, que lucia un espectacular vestido lima, hasta que se paró en una de las mesas a tomar algo. Entonces lo vio. En la esquina de la mesa. Con una copa en la mano y sonriendo mientras, una rubia de bote le decía algo en el oído. La sangre le ardió. “Pero que hace esa buscona”. Sintió que se ponía como una cereza, al darse cuenta del ataque de celos que estaba teniendo. Empezó a bajar hacia la pista, con largas zancadas, con más ganas de arañar a la rubia que de decirle lo que quería a él. Cruzó, entre las parejas que bailaban, atravesando la pista como un rompehielos rompe la banquisa.

Se plantó ante la pareja. Sin pensar adopto la posición. Un pie delante del otro. Se dio cuenta. “Mierda”. Puso los dos pies paralelos. Ninguno de los dos se había dado cuenta de su presencia.

  • ¿Nos divertimos? - dijo, con voz lo suficientemente fuerte, como para que la miraran ambos. Ella la miro con extrañeza Ricardo levantó las cejas sorprendido.

  • Belén. - solo atinó a decir eso.

  • ¿Belén? ¡Ah! Sí. Belén. Esa soy yo. Qué raro que te acuerdes. - le masculló, avanzando un paso. La acompañante se tuvo que apartar porque parecía que Belén estaba a punto de atropellarla si no lo hacía. Se dirigió a ella con un tono que auguraba tormenta

  • Oye, guapa, ¿No tendrás que empolvarte la nariz o algo? Porque, si no, tal vez recibas también. - masculló. La chica miró a Ricardo que le dijo que sí con la cabeza un par de veces y ella se retiró un par de pasos sin llegar a marcharse. Belén aún dio otro paso con los brazos cruzados bajo el pecho hasta casi rozarse con él.

  • ¿Qué? ¿Tienes algo que decirme Ricardo?

  • Ya te dije todo lo que tenía que decirte – dijo displicente.

  • ¿Qué ya me has dicho qué? - estalló. Tiró de los brazos, hasta estirarlos al lado de su cuerpo, con los puños apretados, empezando a levantarse sobre las puntas de sus pies y ya con cara de muy pocos amigos - Así que después de dejarme tirada, como una mierda, ¿Eso es todo lo que tenías que decirme? ¿Hasta nunca? ¿Eso? - Ricardo empezó a poner cara de sorpresa. La rubia se había llevado las manos a la boca por el exabrupto de Belén.

  • ¿Qué? Ahora no me dirás que no sabías que me estabas dejando hecha mierda. ¿No me digas? Con lo superinteligente que eres. - seguía mascullando las palabras y además empezaba a agitar las manos – Ahí tirada, en pelotas, después de haberme usado. ¿No lo sabías? - Ricardo empezaba a estar boquiabierto mientras recibía toda la andanada.

  • Vamos a ver Belén, cálmate que vas a dar el espectáculo – llego a mascullar, dejando la copa en la mesa.

  • ¿Qué me calmé? Estoy hasta los ovarios de estar calmada. ¿Me oyes? ¡Hasta los ovarios! ¿Me quieres decir que por decirte una estupidez…? - giró la cara hacia la rubia

  • Tú. Te he dicho que te fueras a empolvar la nariz o el chichi, que seguro lo tienes empapadito... Me es igual ¿O te interesa mucho lo que estoy hablando? - la rubia pegó un gritito y salió corriendo como alma que lleva el diablo. Volvió la atención a Ricardo

  • Por fin solos – dijo irónicamente casi enseñando los dientes. - ¿En dónde estaba? Ah, sí. Por una estupidez que dije en un arranque de rabia. ¿Me dejas tirada? ¿Ese es el estilo de quien? ¿Del CEO o de Erre? - había acercado tanto la cara a él que casi se tocarían si no fuera por el palmo que le pasaba Ricardo.

  • Creo que lo estás tomado a la tremenda – dijo pausadamente. Ella bufó oyéndole. Le señalo con el dedo índice amenazante

  • A mí no me vengas ya con vocecitas. Que ya te conozco. Mucha confianza, mucha comprensión, mucho ábrete… Pero luego que te den

  • Belén, te estás pasando - empezaba a estar serio y ese rictus le recordaba a cuando le dijo que era igual que Braco.

  • ¿Me estoy pasando? ¿Si? No te preocupes. Dejo de pasarme en nada. Así podrás seguir jugando con la rubia de bote esa y con sus tetas de silicona. - casi bramó.

  • Me centraré en lo que he venido a decirte, después de mil intentos de decírtelo. - asintió varias veces para sí misma

  • Vengo a decirte que me disculpes. ¿Qué no eres igual que Braco? No. Para nada eres igual. Para nada. Eres mucho peor. Muchísimo peor. - no pudo evitar que los ojos se le arrasaran de lágrimas en ese momento - ¡Muchísimo peor! - se dio cuenta de que había gritado y se arrepintió pero siguió.

  • Ya esta. Ya lo sabes. Me he disculpado y me largo. Qué aquí, no pinto nada. Solo una cosa… Qué no se me olvide - se acercó, se puso de puntillas hasta rozarse mejilla con mejilla y con la voz más morbosa que pudo le dijo – Te odio… Te odio con toda mi alma.

Solo el contacto con su mejilla le había erizado todo el vello. Pero no iba a permitir que le estropeara el final, que era darle un bofetón. Cuando se separó dispuesta a dárselo no pudo. “Maldito seas.” No pudo. Pero sí pudo coger la copa, que había dejado Ricardo, de la mesa, mirarla unos segundos decidiendo si se la arrojaba encima o no. Al final optó por lo mejor. Se la metió entera de un golpe.

Dejó la copa en la mesa. Dio media vuelta y en ese momento giró la cabeza y le espetó

  • Felicidades... Papá - salió al mismo paso de carga que había llegado.

Hasta que no se sentó en el Uber y se sintió protegida no empezó a llorar. El conductor ni preguntó. Emprendió el regreso al hotel.


Ricardo la vio alejarse, a pesar de todo lo que había pasado, no pudo evitar fijarse en su trasero y en sus andares poderosos. Sin perderla del todo de vista llamó con el móvil. Pensaba en las últimas palabras de Belén. Sonaba cuando su acompañante se acercaba con carita compungida. Él la paró con un movimiento de mano. Descolgaron, pero nadie dijo nada al otro lado.

  • Marisa. ¿Me puedes decir como la doctora Suárez me ha encontrado aquí? - aún hubo silencio un par de segundos

  • Se lo he dicho yo Ricardo.

  • Pues has de saber que me ha puesto como chupa de dómine. Menuda la que me ha caído.

  • Lo siento Ricardo. Me dijo que quería disculparse

  • ¿Disculparse?. Sí, disculparse se ha disculpado. Vaya si se ha disculpado.

  • Lo siento.

  • Sabes que te dije que mejor no tenerla en mi vida. Sin embargo tú vas y la vuelves a meter en ella. Dime solo una cosa Dama. ¿Eres consciente que me has desobedecido por segunda vez? - el silencio se hizo al otro lado durante varios segundos.

Sí, Erre. Soy consciente que te he vuelto a desobedecer. - la voz había perdido la serenidad que siempre tenía.

  • Hablaremos luego. Espérame despierta. Buenas noches, Marisa

  • Buenas noches, Ricardo.


El domingo por la noche Belén en el AVE de regreso a Zaragoza hacía balance del fin de semana.

Le había soltado todo a Ricardo. Por fin. Ahora había cerrado ese capítulo. Llorar no iba a negar que había llorado. Más que María Magdalena. Las dos noches y seguro que esa también lloraba. Lo sentía en su pecho. “Pero cuando deje de llorar… Bueno… Se habrá acabado.” Pensaba.

Sin embargo el conjunto del fin de semana había sido maravilloso. Los dos días con Luis los habían aprovechado a tope. Qué cansado era remar en el Retiro. Cuanto comían las palomas. Qué comida más asquerosamente rica daban en el Fosters Hollywod. Qué buenos estaban los helados compartidos. En fin. Todo. Y sus historias. Todo lo que hacía en el cole. Cómo jugaba con su padre. Cómo le obligaba a leerle el cuento todas las noches.

Lo único malo era tener que dejarlo en la casa. “Bueno, esta semana mejor, porque para verme llorar.”

Luego estaba Luis padre. Verlo el sábado y que le diera un vuelco el corazón fue uno. Ni pudo decir, siquiera, buenos días. Temblaba viendo como se acercaba con el niño de la mano. Menos mal que se pudo agachar y abrazar a su hijo, evitando que él la viera tan alterada. Por la noche aún hablaron un minuto. Normal. Bueno, normal no, estaba cortadisima. Al día siguiente lo mismo. Le producía siempre esa sensación del corazón acelerándose y quedarse sin respiración. Ya, al final del domingo, volvieron a hablar unos minutos y al despedirse ella alargó la mano y se ahogó cuando él se inclinó para besarle la mejilla. Se quedó allí temblandole las piernas, roja como un tomate, como si fuera una adolescente.

Mientras volvía, de vez en cuando olvidaba de su despedida de Ricardo y de su diversión con su hijo, para pasarse la mano por la mejilla donde Luis le había besado y sonreír bobamente.