Los Mundos de Belén 6 ¿QUIEN TEME AL PERRO FEROZ?

¿Hay algo más peligroso que un lobo? Sí. Un perro salvaje.

Segunda entrevista

Se estiró perezosa en la cama. Por una vez había dormido de tirón y sin sobresaltos. No quería abrir los ojos todavía. Disfrutar de esos minutos donde todavía estaba dormida y despierta. Hacía tanto, tanto tiempo que no se sentía descansada al despertarse. “Qué bien, es sábado y no tengo que levantarme”. Pensaba mientras volvía a estirarse sin prisas. Toda la mañana para ella. Para no pensar. Para disfrutar de la lectura o lo que fuera. Por un momento recordó la tensa conversación mantenida con Luis la tarde noche anterior, recién llegada a casa de las maniobras. Quería apartarla de su mente, pero vio que no podía. Un rictus se dibujó en su boca un instante amargando su despertar. “¿Por qué siempre hay algo que estropea un buen momento?” se decía. Al fin se sentó en la cama y se subió hasta que su espalda apoyó en el cabecero. Miró a ambas mesillas, como esperando encontrar una cajetilla de tabaco, que sabía imposible. “Con que ganas me fumaba uno ahora.” Volvió a rememorar la conversación mantenida con Luis.

Desde el divorcio algún contacto habían tenido. Cosas referente a Luisito, obviamente, solo cosas referentes a Luisito. Nada más. Ni él intentaba entrar en otras cuestiones ni ella, si él lo hubiera intentado, lo habría consentido. Para hacerlo más fácil ni siquiera hablaban. Mensajes por aplicación y ya está. Luis le había mandado alguna vez mensajes de audio, pero ella los había rechazado. No quería oír su voz. Bastante era tener sus ojos clavados en su mente. Los ojos con los que la miro el día del divorcio. Sin embargo, el día anterior por la tarde él la llamó. Estuvo tentada de no cogerlo. Pero pensó que si llamaba era que algo podía pasar con el chico.

  • ¿Belén? - Para qué engañarse. Oír su voz le hacía estremecer.

  • ¿Para qué me llamas Luis? - le contestó lo más seca y desabrida que podía ser. Al otro lado se produjo un silencio que le pareció eterno. Hasta pensó que se había colgado.

  • Es por un problema. Si no, ten por seguro que no te llamo. - su voz había sonado seca y algo ronca. Como cuando se cabreaba y se contenía. - Es por el fin de semana que viene.

  • No te preocupes. Estaré puntual. A las diez, para que Luisito baje. - le contestó lo más fría que podía, a pesar de que se le oprimía el corazón y quería decirle muchas más cosas.

  • Justo es por eso, Belén. Verás. El colegio ha programado una excursión el fin de semana que viene. Se van todos a la sierra. Estarán todo el fin de semana.- rezongó Luis, esperando el rebote de Belén. - Como te toca a ti estar con Luis. Pues te quería comentar si vas a dejar que vaya o no. Él está muy ilusionado.

  • ¿Pero qué dices? - Ya sabía que estaba sonando irritada, pero es que le estaba privando de ver a su hijo. Y eso le hacía sulfurarse y cabrearse muchísimo. - ¿Tú qué quieres? Joderme, ¿No?. ¿Sabes los cambios que tengo que hacer para poder estar con Luisito fin de semana sí y fin de semana no? - A medida que hablaba se iba calentando. Iba sintiendo su enfado crecer dentro de ella. - De eso, nada de nada. Recogeré a Luisito a las diez el sábado que viene.

  • No lo llames así – la interrumpió Luis

  • ¿Cómo? - se quedó un instante bloqueada en su arrebato, sin entender a qué se refería.

  • Qué no le llames Luisito.- apostilló Luis con un tono de cabreo que empezaba a ser igual al de ella.

  • ¿Ahora también me vas a decir que no llame a mi hijo como quiera? - Ella sentía hervir la sangre. “Pero quién era él para decirle cómo. Pero quién era él”.

  • No. Solo te digo que no le gusta. Que no le gusta que le llamen Lusitio. - respondieron con igual tono.

  • ¿Cómo…? ¿Cómo que no le gusta? - Belén estaba atónita.

  • Qué no. Qué no le gusta. Qué cuando vuelve no hace más que protestar de que lo tratas como un crío. ¿Me oyes? Lo digo por ti, para que él esté mejor contigo. Nada más.

  • Pero... Si no me ha dicho nada a mí - musitó desaparecida la rabia de repente.

  • ¿Qué quieres? ¿Qué le diga a su mamá, que no ve más que cada quince días, que no lo trate como a un crío?- Luis masticaba las palabras. Se las lanzaba una vez más. Haciéndole daño. - ¿Para qué? ¿Para qué su mamá desaparezca otra vez por meses?.

  • Pero... ¿Qué dices Luis...? No digas eso - otra vez estaba desarmada, perdida en medio de su desesperanza.

  • ¿Qué es lo que puede pensar un niño de seis años? - seguía Luis en el mismo tono – Tendrías que ver lo preocupado e inseguro que se muestra, a medida que se acerca tu fin de semana, diciéndome continuamente si vendrá o no mamá.

  • No sigas Luis. Bastante tengo ya. - si seguían por ese derrotero ella sabía que él la oiría llorar y no quería... No quería darle esa satisfacción.

  • Pues vale. Lo que te digo. No le llames Luisito, es Luis. Ya es un chico mayor. - resopló antes de seguir – En cuanto a lo otro. Le hace ilusión ir. Pero al mismo tiempo sabe que es el fin de semana de mamá. Te llamo porque me lo ha pedido él. Que si por mí fuera...

  • ¿Le hace ilusión? – miraba con la vista perdida los caminos blancos que se dibujan en el mármol negro de la mesa del salón – ¿Mucha ilusión?

  • Claro, su primera excursión solo. Le hace mucha ilusión.- Belén cerró los ojos. Ese fin de semana le había costado dieciséis horas extra de trabajo para que un compañero le hiciera la guardia del sábado.

  • Lo pensaré Luis, lo pensaré – musitó.

  • Vale. Piensa rápido porque la inscripción acaba el miércoles que viene. No te olvides y me mandas algo diciéndome. ¿si? - ya su voz parecía más sosegada. Más él.

  • Sí, sí, claro que te mando un mensaje -

  • Ya que estamos. Otra cosa. Como te dije. Ha estado en el psicólogo infantil.- se interrumpió un momento – Te mandaré el informe preliminar. Lo lees y me dices algo. -

  • ¿Pero qué dice? - le preguntó ella también más normal

  • Prefiero que tú lo leas y me digas.

  • Vale, mándalo.

  • El lunes Belén. Lo tengo en la oficina.

  • Vale. Vale. ¿Algo más? - no es que no quisiera seguir escuchándolo. Es que le encantaba, le enganchaba oírle, incluso enfadado, incluso cabreandola. Y no quería que eso pasara.

  • De momento nada más. Ya te wasapeare si hay algo ¿Sí?

  • Sí. Hazlo por favor. ¿Todo bien? - Se mordió la lengua nada más decirlo. Se arrepintió. Cómo se arrepintió. Cómo, cómo se arrepintió por preguntar.

  • Adiós Belén. - Ni se dio por aludido. Ella lo agradeció

  • Adiós, Adiós.

Suspiró, aun sentada en la cama recordándolo. Al fin y al cabo no sabía que hacer. Quería estar con Luisito... con Luis... Se dijo con una media sonrisa, que ya es un chico grande. Eso le hizo sentir que las lágrimas asomaban por un instante. Se lo quitó de la cabeza. Miró su reloj y pegó un salto de la cama.

  • Por Dios, las diez ya, que digo casi las once. Seré vaga.- se recriminó a sí misma.

Se quitó las bragas y las lanzó sobre la cama. Inclinándose recogió las zapatillas del suelo. Desnuda y descalza fue hacia baño.

La ducha la relajó. Disfrutaba siempre del contacto con el agua. Como siempre, se inclinó apoyada en la pared, para que el agua golpeara sobre su nuca, su cuello y los hombros. Veía caer el agua salpicando en el suelo. Sentir los hilos de agua deslizándose por su cuerpo le producía una sensación de bienestar.

No por eso dejaba de pensar. Seguía con la cabeza en la llamada de Luis. A pesar de su tono, a veces muy bronco, se sentía bien con su llamada. Muy bien. Demasiado bien. Tenía que apartarlo y evitar, siquiera, aumentar el contacto con él. Si ocurría volvería a hacerle daño y no quería. Bajo ningún concepto quería volver a hacerle daño.

Sacudió la cabeza bajo el agua mandando gotas en todas direcciones. Se incorporó. Cerró los grifos y pasando las manos por el cuerpo fue quitándose el agua que se mantenía sobre su piel.

Envuelta en el albornoz de baño, cubrió su cabeza con una toalla para secarse el pelo. No le gustaba el secador si no tenía el pelo casi seco.

Se frotaba con fuerza el cuero cabelludo cuando sonó el timbre de la puerta. Inmóvil, con la toalla cubriendo su cabeza se miró en el espejo. Volvió a sonar el timbre. Empezó a rezongar sobre las oportunidades de dar por... con el timbrecito.

Fue hacia la puerta, así como estaba, refunfuñando sobre el pesado que había vuelto a tocar el timbre por tercera vez. Abrió la puerta casi con violencia dispuesta a mandar, a quien fuera, donde amargan los pepinos. Se quedó con la boca abierta. Más abierta que la puerta.

Ante ella, un hombre con un elegante traje gris marengo con corbata azul y un portafolios en la mano izquierda le miraba con ojos divertidos, la cabeza inclinada y una media sonrisa altamente irónica.

  • Pero... Pero... - Belén no era capaz de articular más palabras, mientras él recorría la figura de la mujer de arriba abajo.

  • Buenos días, Bel. ¿Tal vez es un mal momento? - Belén solo veía los ojos brillantes y divertidos del hombre.

Seguía parada con la puerta abierta. Al fin reaccionó y se arrancó la toalla de la cabeza con un movimiento brusco. Miró la toalla. Miró alrededor y la lanzó sobre una silla, para poner luego su mano, como una niña pequeña, a la espalda cómo escondiéndola

  • Entonces... ¿Puedo pasar? - preguntó él con un tono divertido.- Belén simplemente se apartó dejándole el paso libre. - Gracias. - pasó hasta el centro del salón. Dio media vuelta encarando de nuevo a Belén.

  • ¿No sería conveniente que cerraras la puerta? - ella, que lo había seguido con la mirada, se sobresaltó. Dejó la puerta con un ligero empujón y casi pegó un salto cuando oyó el ruido del resbalón al cerrarse. No podía quitar los ojos de Ricardo. Tras más de un mes, desde que le mandaron un email diciendo que concertarían una nueva cita, ya se había olvidado de El Cigarral, pensando que no le dirían nada. Desde el centro del salón Ricardo miraba con curiosidad todo. Señaló las dos puertas

  • ¿Puedo? -

  • Mejor no... Está todo desordenado -

  • No importa - sonrió y se acercó a abrir la primera. Era el baño. Lo ojeó desde la puerta y se dirigió a la otra. Antes de abrirla Belén había corrido a ponerse delante

  • De verdad... Está todo desordenado... Ni he hecho la cama - le suplicaba en voz baja. Él la apartó con suavidad y abrió la puerta. Ella vio como sonreía ampliamente observando el desbarajuste del dormitorio.

  • Bonitas bragas – fue lo único que dijo, mientras cerraba la puerta y la miraba sonriendo. Ella sintió como se volvía granate de lo ruborizada que se puso. Él volvió al centro del salón, seguido muy de cerca por una anonadada Belén.

  • Bueno, es un apartamento... Digamos... ¿Diminuto?- sonrió.

  • Si, bueno, para mi sola – se movía intranquila balanceándose, de vez en cuando llevaba el pie derecho a la pantorrilla izquierda y se la rascaba.

  • En cuanto a ti... Tienes un aspecto... Muy... Diría yo.. ¿Hogareño?- su sonrisa se hizo más y más amplia viendo a Belén todavía más ruborizada.- ¿Me puedo sentar? - dijo, señalando el sofá. Ella asintió lentamente todavía en shock

Ricardo se sentó en el centro del sofá, puso su maletín sobre la mesita de salón, lo abrió lentamente. Saco el expediente, una agenda mediana, una pluma y cerró el maletín. Girando la cabeza la miró.

  • ¿Piensas estar todo el día ahí? ¿Te importa ponerte delante de la mesa y darme frente? Es incómodo hablar de costado. Gracias.-

Aun alucinando, su cabeza no dejaba de dar vueltas y vueltas “¿Qué hacía aquí? ¿Pero qué hacía aquí? Además... ¿Pero qué hace aquí?” Finalmente se puso a un metro de la mesa, mirándole de frente.

  • Perfecto. Así mejor ¿Cierto?- mientras abría la agenda.- Como supondrás estoy aquí por la entrevista. Casualmente tenía que venir a una reunión ayer y, ya que estaba aquí, decidí hacerla. ¿Estás bien? No sé, te veo un poco envarada.-

  • No. No, estoy bien - balbuceó bajo

  • Bien, ¿Empezamos? Esta parte es bastante más larga que la anterior y me temo que por lo menos hasta anochecer no habremos acabado. Tal vez incluso habrá que prolongarlo mañana por la mañana. ¿Algún problema? - ella negó con la cabeza sin saber por qué. Otra vez se estaba enganchando a su mirada, a sus ojos y envuelta por su voz. - Entonces empecemos. Esta parte de la entrevista, Bel, tiene por objeto conocer tu vida y tus relaciones, sobre todo en relación con tu futuro servicio en El Cigarral. ¿Comprendes Bel?- ella asintió – Te ruego sinceridad en las contestaciones. Por favor. Nada de lo que digas saldrá de esta habitación. Si no eres sincera... - apoyó la mano en el carpetón – puede ocurrir que yo lo sepa.

  • Entonces. Me dijiste, en la anterior entrevista, que estuviste con un hombre. Con un hombre, durante dos periodos de tu vida, que te, digamos, dominó... y que además te convirtió en asidua de La Enagua y de sus actividades. ¿Cierto?

Belén asintió lentamente sintiendo que su boca se secaba.

  • Perdona, no te he dicho que te sientes. Seguramente será incómodo, para ti, estar todo el rato de pie – ella se encogió de hombros – Por favor... Siéntate.- dio un paso hacia uno de los sillones – No, no... Ahí mismo... Así te veo bien. Por favor.

Otra vez la había dejado perpleja. Miró al suelo. Le miró. Vio su mirada fija en ella con la cabeza ligeramente ladeada esperando. Respiró hondo y se sentó en el suelo con las piernas medio extendidas lateralmente, cuidando que el albornoz quedara bajo su trasero y piernas.

  • ¿Más cómoda? - ella asintió – Como te decía vamos a concentrarnos en esa relación y tu visita a la Enagua. ¿Cuándo comenzó?- Belén se pasó la punta de la lengua por los labios para humedecerlos y al mismo tiempo darse tiempo. - “¿Cómoda? ¿Cómoda? Maldito pellizco en el estómago”.-

  • Lo conocí en la facultad. Era uno de los profesores. Yo tenía 18 recién cumplidos – balbuceó nerviosa al recordar.

  • ¿Cómo se llamaba? –

  • David, se llamaba y llama David

  • No me refería a ese nombre. Me refería al otro, Belén.- sonrió levemente – y de paso ¿Cuál era el tuyo? -

Se tomó su tiempo para atreverse a nombrarlo

  • Braco, se hacía llamar Braco... Y yo... Yo era... Era Mabel – mirándolo con cierta fiereza

-Ah, Mabel - susurró, mientras apuntaba en su agenda – Comprendo. Por eso lo de Mabi, claro. -

  • No, no es por eso. Bueno en parte, pero no es por eso. -

  • ¿Entonces? - había levantado una ceja expectante.

  • Bueno, él... Erre... Me preguntó cómo me llamaba y le dije, no se porque, Mabel. A él le pareció largo y me dijo que mejor Mabi

  • Ya. ¿Cuándo terminó la relación con Braco?, y dime si fue satisfactoria -

Belén bajó la cabeza murmurando tan bajo que no se le escuchaba.

  • Perdona Bel. Necesito que me hables un poco más alto. - ella levantó la cara mirándole otra vez con un punto de rabia en los ojos

  • Seis meses después de romper el noviazgo con mi ex-marido y No... No... No fue nada satisfactoria, ni un solo día fue satisfactoria.

  • ¿Seis meses después de romper el noviazgo con tu marido? ¿Por qué fijas la fecha en relación con ese hecho?

  • No es mi marido. Es mi ex-marido. No estoy casada ya. – ahora su mirada si reflejaba rabia

  • Disculpa Bel. Estás confundida. Él, ¿Cómo se llama? - consultó el expediente – Sí, Luis. Él es tu marido.- ella negó con la cabeza.- Me parece que sí, Bel.

  • De eso nada. Nos divorciamos hace casi cuatro meses, por si tu famoso informe no lo pone. Debería estar más actualizado. - masculló algo sarcástica.

Ricardo le sonrió casi con conmiseración. Abrió el informe, como si no lo tuviera todo en la cabeza.

  • Veamos, Belén Suárez... Nacida en Zaragoza, de padres católicos, ella misma católica, bautizada, tomó la comunión, fue confirmada y se casó por el rito católico. ¿Es correcto? - ella asintió - ¿En mayo? Que buen mes. ¿hizo buen tiempo? - volvió a asentir. - Efectivamente, divorciada ahora hace.. Sí... Cuatro meses.

  • Has visto cómo tengo razón.-sonrió triunfante Belén

  • No querida, no. Verás. Tú eres católica. Te casaste por la iglesia católica. Y te divorciaste... Por lo civil. Ante la ley civil eres una mujer libre. Estás divorciada. Pero... - sonrió mientras veía como Belén abría más y más los ojos – para tu religión... Para tus convicciones religiosas... Estás casada. Eres una mujer casada. Y... Luis... es tu marido.

Belén sentía como su corazón bombeaba con fuerza oyéndole, tendría que pensar en eso, tendría que pensar en eso. “Por Dios que retorcido es este hombre”.

  • ¿Bien? ¿Estás casada o no? Todo depende de tus convicciones - lo miró con casi odio, pero terminó asintiendo

  • Perfecto. Entonces, estabas con Braco mientras estabas con tu entonces novio. - asintió.

  • Es decir, le engañaste. ¿O acaso lo sabía y no le importaba?

  • Le engañé – susurró bajo mirando al suelo otra vez

  • ¿Le engañaste también con otros? – Ella asintió sin levantar la cara.

  • ¿También estando ya casados? - aún agachó más la cabeza, avergonzada, dudó y asintió.

  • Pero.. Era solo sexo, nada más que sexo. Sin importancia – intentó justificarse, todavía con la cabeza agachada.

  • Por favor Bel, mírame y levanta la cara. No está bien que estés así, encogida. Tu vida es tuya. Buena o mala. Si te tienes que arrepentir, de algo, es cosa tuya. Suéltate el cinturón del albornoz. Pero eso los demás no tenemos por qué saberlo. Por eso debes mantenerte erguida y firme.

Ella levantó bruscamente la cara mirándolo. Había escuchado cada una de sus palabras, pero, “pero no ha dicho eso” pensaba mirándolo. Sin embargo, sus ojos brillando curiosos y su sonrisa le decía que sí. Qué lo que había oído él lo había dicho.

Se irguió sobre sus nalgas. Le miró y llevó las manos al ceñidor del albornoz y deshizo el lazo. Separó las manos cogiendo las puntas del ceñidor y lo dejó caer a ambos lados de ella.

Él miró, sin hacer un gesto, pero disfrutando de su obediencia y del brillo que, por un instante, destelló en sus ojos y como el albornoz perdía la tensión en su cintura y quedaba flojo, ligeramente abierto, mostrando una línea de piel, entre ambas partes, en los pechos. Como se iba abriendo más, por la inclinación de ella, hasta perderse en la oscuridad de su vientre oculto en la sombra del propio albornoz.

  • Mejor así Bel. ¿Y antes? ¿Cuánto llevabas engañandole con Braco? - preguntó sin alterar su voz

  • Dos semanas, antes de romper con... Luis – consiguió decirlo con voz más o menos entera.

  • ¿Dos semanas? Entiendo que entonces era tu segunda etapa con ese Braco. - asintió.

  • ¿Cómo lo descubrió tu marido? -

  • Por favor, ¿Puedo evitar esto? - removiéndose inquieta sobre sus posaderas.

  • Lo siento Bel. No puedes.

  • Después... Después de una sesión bastante dura. Donde fui azotada y donde me folló por todos lados. - casi gimoteó diciéndolo.

Él vio que ella se estaba descontrolando con el recuerdo y no quería eso. Quería que ella siguiera siendo ella. Decidió cambiar durante un rato de táctica. Distrayendola de la angustia que empezaba a sentir.

  • Mabi. Me gustaría ver tu hombro derecho - se estremeció al ser llamada así, le miraba fijo, movió la mano derecha sin vacilación y separó el albornoz, hasta que el hombro salió totalmente de él. - Déjalo así. Ahora el derecho por favor. - No dudó, aunque tenía los ojos húmedos. Llevó la mano izquierda al hombro derecho y separando el albornoz lo dejó al descubierto.

No se intentó cubrir. Dejó que él la mirara. Que viera sus pechos. Que viera como sus pezones se estaban endureciendo. Por su propio peso, el albornoz fue cayendo, deslizándose por su espalda sin que ella lo detuviera. Le miraba. Tenía fija la mirada en él. Quería ver un destello de que le gustaba lo que le estaba enseñando. No lo obtuvo, pero si la mirada de él prendida en sus ojos. Ricardo apartó hacia la derecha la mesa que los separaba.

  • Ven aquí Mabi.- dando golpecitos con la mano izquierda en la parte baja del sofá.

Belén se inclinó, apoyando las manos en el suelo con todas las mangas del albornoz en sus muñecas, empezó a gatear hacia él. Dejando atrás el albornoz.

  • Espera, recógelo y tráelo contigo.- fue arrastrando el albornoz, aferrado a su mano derecha, mientras gateaba los tres pasos que le separaban de él. Sentía cómo le ardía toda la piel.

  • Dame el albornoz. - extendió el brazo y él lo recogió. Hizo una especie de bola, lo dejó al lado de su pie izquierdo. - Siéntate ahí, estarás más cómoda, Mabi, y apoya la espalda acá - golpeando la parte baja del sofá.

Obedeciendo se sentó sobre el albornoz y puso la espalda contra el sofá. Rozando con su brazo derecho la pierna de él. Solo el contacto le hizo suspirar. Le calmaba tanto notar su pierna. Sintió los dedos de él rozandola. Se mordió los labios para no gemir. Los dedos le acariciaban lentamente entre la base del cuello y el hombro.

  • ¿Cómo fue la primera vez? ¿Por qué volviste? -

  • No lo sé. Tenía que pasar supongo. -

  • No. Nada tiene que pasar, Bel. Cuéntame cómo pasó. - sus dedos seguían rozándole lentamente. Solo los pulpejos la tocaban.

  • Fue en la facultad – se aclaró la garganta - había ido a ver unas notas... yo estaba en cuarto.. y de repente me lo encontré de frente.

  • Sigue... No te pares. Cuéntame.

Braco

  • Fue en la facultad – me aclaré la garganta- había ido a ver unas notas... yo estaba en cuarto.. y de repente me lo encontré de frente.

Recuerdo que me puse la carpeta por delante. Me daba pánico verle. Pero venía de frente por el pasillo y no podía esquivarlo. Me pegué todo lo que pude a la pared contraria y nos cruzamos. Ni me miró. Pero cuando aún no había dado dos pasos cuando oí que me llamaba

  • Srta Suárez – Me paré en seco. Como siempre. Me giré y ahí estaba él mirándome. - Acérquese, tengo que comentarle algo. - di los dos pasos que nos separaban.

  • Srta. Suárez, ordenando mi despacho me he encontrado con algo que le pertenece. Sería conveniente que viniera usted a recogerlo. Digamos, mañana a las seis.

  • No pienso ir.- Le contesté seca.

  • Vendrá Srta. Suárez, vendrá porque le conviene recuperar lo que he encontrado. No lo olvide, mañana a las seis. - siguió su camino por el pasillo sin decirme nada más. Cómo odiaba y odio a ese hombre. No puedes imaginar lo que es odiar, si no sabes lo que siento por él.

Al día siguiente tuve que poner una excusa a mi novio para no vernos. Le dije no sé qué de un trabajo para poder ir a buscar lo que fuera que él tenía.

A las seis menos cinco estaba ante su puerta. Esperé cinco minutos sin abrirla. Miraba el reloj continuamente porque era una de sus manías. Está visto que las costumbres no se pierden aunque odies al que te las ha inculcado a palos. A las seis en punto abrí la puerta y pedí permiso para entrar.

  • Pase, pase Suárez. Entre y cierre la puerta. - le di la espalda para cerrarla – y ponga el pestillo por favor. - sentí pánico, pero pase el cerrojo.

Me di la vuelta enfrentándolo. Pegada a la puerta con los brazos cruzados.

  • No se quede ahí, pase. - él se levantó de la mesa y buscó algo en un cajón de la librería. Volvió con algo en la mano y lo dejó colgar entre sus dedos. Era un tanga mio que él se había querido quedar ya hacía casi dos años. - He encontrado esto. Creo que le pertenece.

Yo di los dos pasos que me separaban para cogerle el tanga y marcharme. Pero él me apartó la mano y no pude.

  • No tan rápido. No tan rápido. - me dijo con esa sonrisa babosa que ponía cuando me tenía en su poder – Esta prenda vino a este despacho envolviendo tu trasero y se irá envolviendo tu trasero. Mabel.

  • No pienso hacer nada, nada y no me llamo así. Nunca más me llamaré así - le grité. Él sonreía mientras balanceaba la prenda entre los dedos.

  • Pues no te llevarás esta bonita cosa. Lástima. La tendré que pinchar en el tablón de anuncios con un letrerito que ponga que alguien lo perdió en el baño.- miró la etiqueta de la prenda – Vaya, si pone tu nombre. Lo que las madres hacen marcándolo todo.. ¿Verdad?

La verdad es que estaba asustada y él era capaz de hacerlo. Lo conocía y era capaz de hundirme y encima disfrutarlo.

  • ¿Solo será eso? ¿Nada más? Terminé preguntándole

  • Nada más… Srta. Suárez. - me dijo riéndose.

Total, ya me había desnudado en esa habitación tantas veces, que una vez más qué importaba. Era solo quitarme el pantalón y recuperar el tanga y ya estaba.

Ni lo miré cuando, después de quitarme los zapatos, me bajé el pantalón y lo saqué de mis pies, estando ya en el suelo. Extendí la mano para que me lo diera. Y el negó con la cabeza señalándome las bragas que llevaba puestas.

Me costó un mundo, de verdad, un mundo quitármelas. Pero lo hice. Me las bajé y las metí en el bolsillo del pantalón.

Volví a estirar la mano para coger el tanga y me dejó hacerlo. Pero al tirar de él no lo soltaba sin dejar esa maldita sonrisa suya de suficiencia.

Cometí un error. Intente llevármelo con las dos manos. En cuanto lo cogí él me atrapó las dos muñecas con su otra mano.

Me intenté soltar pero no pude. Cada vez apretaba más cuando intentaba soltarme. Se pegó a mí levantándome los brazos al mismo tiempo.

Si quieres que te diga que solo sentía asco o repulsión, no te lo diré. Lo sentía. Pero al mismo tiempo sentía esa sensación que me producía estar en sus manos. Estar atrapada. Una sensación que me crecía en el pecho y me ahogaba.

Dejó caer el tanga al suelo a mis pies y me tocó el estómago poniendo toda la mano encima. La fue moviendo posesivamente sobre todo el estómago. Luego la puso apuntando los dedos abajo y fue bajando hasta que estuvo cubriendo mi vientre, apuntando al monte de venus.

  • Hola, Mabel - No le contesté. Separó la mano y me dio en el vientre. Me dolió. No mucho, pero me dolió.- hola Mabel - repitió. Cuando estaba separando la mano de nuevo le contesté

  • Hola.. Braco.- él se rio

  • Por fin. Has vuelto. - fue girando hasta quedar a un lado y su mano se deslizó por la cadera hasta mi nalga. - Porque has vuelto ¿No? - y me dio un azote que me hizo balancear. Un azote que me escoció, pero que también encogió mi estómago con esa sensación tan especial.

  • Sí. He vuelto. - me encontré respondiendo. Él me azotó igual de fuerte la otra nalga. Y siguió dándome en una y en otra con mucha fuerza. Hasta que me hizo quejarme cada vez más fuerte.

Luego paró. Me metió la mano entre los muslos y me clavó los dedos en la vagina. Sin cuidado. Solo me los clavó. Me hizo gritar el dolor que me produjo.

  • ¿Te vas a ir otra vez Mabel?- me dolía tanto que dije que no con la cabeza

Él siguió un buen rato sin conseguir de mí más que el dolor que me producía. Cuando se cansó me soltó y sacó los dedos.

  • Ponte las bragas, zorra.- me espetó. Yo estaba ya llorando. Me agaché y cuando iba a recoger el tanga me dio un empujón en la nalga con el pie que me mandó de bruces al suelo.

  • Mira la puta… Tirada ya… ¿Quieres que te follen? ¿Eh? ¿No te folla bien tu novio? - Me dio otro empujón en las nalgas que por poco no hace que me dé con la cara en el suelo.

  • Venga... que no sirves ni para recoger un puto tanga. Póntelo y lárgate de una vez.

  • Salí corriendo… En cuanto me vestí.-


  • Salí corriendo… En cuanto me vestí - temblaba como una hoja. Pero mi caricia sobre su cuello la fue calmando poco a poco hasta que con un largo suspiro dejó de temblar. No mirarme le permitió relatarlo con menos tensión. Casi como si redactara un informe.

Cómo se había ensañado con ella. Su deseo de ser dominada, él lo había transformado en una dependencia y entonces empezó a maltratarla como el sádico que era. Aprovechando la más mínima debilidad para volver a tenerla bajo su puño.

  • Evidentemente no fue nada satisfactorio.- apostillé. Negó con la cabeza varias veces. La miraba de reojo. Sus manos, en el regazo, parecían dispuestas a romperse los dedos de tanto retorcérselos.

  • Pero volviste con él. - asintió con un casi imperceptible movimiento de cabeza - ¿Cuándo y por qué? -

Belén se resistía a contestar. Estaba entrando en una parte de su vida que hubiera querido borrar totalmente. Sin embargo, yo tenía que hurgar en la herida una y otra vez queriendo sacar todo lo que llevaba dentro, intentando drenar el pus que todavía contenía Belén. Sé que le costaba siquiera pensar en aquello.

Mi caricia cambió. Las puntas de mis dedos bajaron de su hombro y recorrió la zona de la clavícula. Igual de lenta, igual de suave, igual de tranquilizadora.

  • Anda. Dímelo. - suspiró vaciando sus pulmones.

Volví a su despacho quince días después. En mala hora... Si hubiera imaginado solo una pizca de lo que me esperaba. - empezó a musitar – Él me había mandado un mensaje ordenando que fuera y yo me resistí una semana. Pero al fin, allí estaba, otra vez delante de su puerta. Toda la semana perseguida por esa necesidad de... No sé cómo expresarlo... De ser poseída, no sexualmente, sino entera. No sé si me explico bien.

Al entrar se repitió el rito de tantas veces. Entré, me mandó cerrar la puerta y poner el pestillo. Me puse en el centro de la habitación frente a su mesa y esperé. Él me miraba con el ceño fruncido y sabía que eso no auguraba nada bueno.

  • Vaya, por fin apareces. Un poco tarde ¿No, Mabel? - Me mantenía callada, sabiendo que una palabra desataría un torrente de insultos. - Hasta las buenas costumbres has perdido. Venga, ¿A qué esperas? Desnúdate.-

Mi corazón golpeaba en mi pecho. Te aseguro que lo notaba golpear. Me desnudé. Primero el jersey y la blusa. Luego la falda. Me quedé en bragas y sostén, aun sabiendo que eso no le complacería nada.

  • Serás estúpida. Ya ni te acuerdas. ¿Por dónde tienes que empezar a quitarte esos andrajos? - me escupió las palabras.

  • Por las bragas – balbuceé

  • ¿A qué esperas zorra? ¿A qué te lo escriba en la frente? - estaba enfadado o se lo hacía. Pero el resultado sería el mismo. Mi castigo. Lo tenía claro.

Me bajé las bragas hasta los tobillos. Sin quitármelas más. Hasta allí. Le gustaba que trabaran mis piernas. Ya no quise esperar a más broncas y me quité el sujetador. Durante unos instantes me cubrí antes de dejar caer las manos inertes a lo largo del cuerpo.

Él se levantó. Se pegó a mí. Me cogió un pezón y me lo estiró retorciéndolo. Fue el primer grito de dolor que obtuvo de mí ese día.

  • Tanta tontería te ha hecho olvidar todo ¿eh, Mabel? Pero tenemos tiempo para recordártelo. Todo, todo, todo el tiempo. - aquella voz que odiaba, que sin embargo me obligaba, iba descargando sobre mí las sensaciones de ser un objeto en sus manos. Terminó escupiendo en mi cara.

Me soltó y se apartó de mí un paso. Vi como se soltaba el cinturón y lo iba sacando de las trabillas del pantalón. Era un cinturón de cuero marrón, ancho, llevaba como un trenzado de cuero en el centro. Ya lo había conocido y sentido.

  • Ahora voy a disciplinarte por dos motivos. El primero, porque has tardado una semana en venir. ¿Cuánto tienes que tardar cuando te llamo?

  • Un día, Braco. - conseguí susurrar temblando como una hoja.

  • Un día, sí, un día. No una semana. ¿Eso son muchos días desobedeciendo? - asentí.

  • El segundo motivo es que no quisiste darme lo que te había pedido. ¿Te acuerdas? Te negaste. Ya te dije que volverías y que entonces ajustaríamos cuentas. - yo no paraba de temblar. Ya lo creo que me acordaba, vaya si me acordaba del día que había terminado hacía dos años. Sus insultos. Sus imprecaciones. Sus golpes. Pero me negué y allí me dijo que me largara. Qué había muchas putas más. Qué yo le sobraba si no le daba lo que él quería.

  • Sí, me acuerdo – pensé que ni me había oído de lo bajísimo que conteste

  • Pues ahora vas a pagar. Las manos a la nuca. - obedecí - ¿Hay que decirlo todo? Separa los pies. - Los separé lo que daban las bragas agarradas a mis tobillos.

No esperó a más. Aún estaba moviendo los pies cuando el primer correazo cayó sobre mis pechos haciendo que me doblara de dolor. Me gritó que no me moviera y me dio el segundo. No sabes como me dolieron. Creí morir de dolor. Ojalá hubiera muerto. Pero lo aguanté. No grité, porque sabía que eso aún le ponía más y haría que me castigara más.

Siguió dándome correazos en el vientre y en el estómago, sin parar, algunos fuertes otros todavía más. Me retorcía como una anguila fuera del agua. Caí un par de veces de rodillas suplicando que no siguiera. Pero él me tiraba del pelo y me obligaba a ponerme de pie y volvía y volvía.

Sé que no estaba dándome con toda su fuerza. Lo sé, porque si lo hace me hubiera matado. Pero estaba azotando al límite de mis posibilidades.

Cuando se cansó de castigarme por delante, pasó a mi espalda. Y empezó metódicamente. De arriba a abajo. Uno tras otro. La punta del cinto al golpear giraba y prolongaba el azote en mi flanco. Me daba tan fuerte, tan fuerte, que los golpes me hacían avanzar pasito a pasito hasta quedar rozando la mesa de despacho.

Le suplicaba, le rogaba que parara. Mis malditos gritos de dolor rebotaban en la habitación y en mi cabeza Caí varias veces de rodillas llorando, como no sabes que se pueda llorar. Sentía arder de dolor toda la espalda y las nalgas. Después de darme un azote, especialmente duro sobre las nalgas, cerca de los riñones, confieso que me oriné. Me oriné sin control.

  • Serás cerda – me gritó riendo, mientras yo sentía la orina deslizándose por mis piernas hasta vaciar mi vejiga. - Pero serás cerda. Ni has pedido permiso. Ni has pedido permiso.

Me agarró de la coleta y me obligó a inclinarme sobre la mesa. Con lo dolorido que tenía los pechos y el estómago cada cosa que había en la mesa era un martirio para mí. Me empezó a castigar el culo. Con saña.

  • Cerda, cerda, cerda - con cada cerda un correazo. Ni sé cuántos me dio. Ni sentía dolor en el culo. Simplemente ardía. Era una llama todo él. De repente paró. Creo que yo ya ni lloraba. Creo que ni estaba allí. Todo mi cuerpo era una llama de dolor y el trasero era simplemente el horror.

De dos patadas me hizo abrirme más de piernas. Me agarró por las caderas. Cada dedo un punto de dolor más. Me la empotró entera. Sin más. Sin cuidado. Me dolió. Me dolió a rabiar. Grité. Era como una barra al rojo clavada en mi vagina. Él empezó a bombear con una rabia brutal, riendo. Llamándome cerda y puta. Yo no tenía ni fuerzas. No tenía fuerzas para gritar. Solo deseaba que acabara eso. Que me desmayara. Que dejara de sentir.

Se inclinó sobre mí. El dolor de él apoyado sobre mi cuerpo fue terrible. Pero más terrible fue lo que me dijo

  • ¿Te acuerdas que no quisiste darme? ¿Te acuerdas, puta? - como no decía nada me pegó un golpe en la cabeza – Contesta cerda ¿Te acuerdas? - no es que no quisiera contestar es que materialmente no podía.

  • Calla si quieres… Me es igual… Porque lo que no me quisiste dar, ahora lo voy a coger yo. ¿Escuchas puta? Lo voy a coger yo. - se irguió. Apuntó con la polla a mi ano. Me lo destrozó. Se clavó. Me la clavó entera. Sentí como me reventaba por dentro. Aullé. Aullé como un animal sacrificado. Me desmayé.

Cuando recobré el conocimiento estaba tirada en el suelo. No podía mover nada. Estaba destrozada. Como pude conseguí ponerme de rodillas. Sentarme era simplemente imposible. Gateé sin mirarlo, buscando mi ropa.

Dios, qué suplicio fue el simple roce de la tela. Solo me puse la blusa y la falda. El resto era imposible. Apoyándome en una pared conseguí incorporarme. Él se reía. Lo miré

  • Anda… Vete… Zorron... Dentro de siete días, te quiero aquí. Vete y enséñale al cornudo de tu novio que bonito culo te he dejado.- Escupía, sentado detrás de la mesa con cara de satisfacción

  • Sí Braco - fue todo lo que pude decir antes de salir y arrastrarme por el pasillo en busca de un taxi.


  • Eso es con lo que se encontró tu marido. ¿No es así? Eso es lo que provocó vuestra ruptura.

Belén asintió. Estaba más que nerviosa. Estaba casi a punto de un ataque de ansiedad. Él empezó a acariciarle suave a lo largo del cuello. Desde debajo de la mandíbula hasta donde se juntaba con el pecho. A medida que acariciaba ella se iba calmando, su respiración se volvía más lenta, aunque seguía llorando sin aspavientos, solo lágrimas cayendo sin parar por sus mejillas.

  • ¿A la semana volviste? - asintió apenas - No quiero que me cuentes detalles. Solo si hubo algo especialmente duro. Supongo que a partir de ahí comenzaste a ser asidua de La Enagua. ¿Es así?

  • Si. Es así. Hubo algo duro, sí, la siguiente vez no estaba solo. Estaba con otro que luego vería mucho por La Enagua. Esa vez no me pegó. Tenía todo el cuerpo cubierto de cardenales. Estaba horrible de medio muslo para arriba hasta casi el cuello.

Volví a desnudarme ante ellos y se pusieron a comentar los verdugones. El color amoratado. Las amarilleces de mi piel. Todo.

Cuando terminaron me hizo poner a gatas. El otro se puso detrás y me folló. Él, de pie, apoyado en la mesa del escritorio se reía.

Ricardo cometió el error de involucrarse en lo relatado en vez de seguir mostrándose neutro.

  • No lo entiendo, Bel. ¿Cómo después de esa paliza que te dio el sádico ese, volviste? Aún más. ¿Cómo te dejaste entregar a ese tipo?- Inmediatamente sintió el cambio en el cuerpo de Belén y como se tensaba toda ella.

Belén se sacudió la mano que le acariciaba de encima y se giró mirando a la cara a Ricardo. Rabiosa. Furiosa. Odiando.

  • ¿Eso me lo dices tú?. ¿El mismo que vi como azotaba a una mujer hasta cansarse? ¿El mismo que me entregó a otro, solo un par de horas más tarde? ¿Cómo puedes ser tan hipócrita? ¿Cómo? Sois iguales, ¡Iguales! - las cejas levantadas de Ricardo mostraban toda la sorpresa que sentía ante ese exabrupto repentino. La veía temblar de rabia, aun con la cara cubierta de churretes de las lágrimas.

  • ¿Qué pensabas? ¿Qué no te había reconocido? Pues sí, claro que sí, te reconocí en cuanto pusiste tus ojos en mí en tu maravilloso despacho. Mira que inteligente.- mascullaba con rabia - Don Ricardo CEO y playboy, te reconocí. Don Erre cabrón. - sollozó y se llevó las manos a la cara – ¿Y tu me dices que no sabes como yo...? - siguió sollozando sin decir más.

Ricardo dejó la agenda encima del expediente en silencio. Puso el capuchón a la pluma y se la guardó despacio en el bolsillo interior de la chaqueta. Esperó pacientemente hasta que ella dejó de llorar. Hasta que solo hipaba.

  • Mírame – espetó con sequedad. Belén levantó la vista, dejando caer las manos sobre su regazo. Su cara era de total desolación.

Ricardo cogió la agenda y hojeó hasta encontrar una fecha. Abrió bien la agenda y le mostró la página a Belén señalando un día. El de su primera reunión. “Me ha reconocido en cuanto ha entrado. ¿Por qué no ha dicho nada? ¿Por qué?” ese último Por qué subrayado. Ricardo cerró la agenda y la volvió a dejar sobre el expediente.

Ella lo miraba y lo veía especialmente serio. Tal vez más, tal vez cabreado. Tal vez muy cabreado. Sin embargo al hablar su voz seguía siendo igual de suave, igual de tranquila. Solo sus ojos despedían unas chispas que podían hacerle temer.

  • Antes que nada, Belén - “¿dónde está el Bel? ¿Por qué no lo ha usado?” - quiero hacerte notar una cosa, sobre algo que has dicho. Eso que el sexo es solo sexo, nada de importancia. Qué raro que tantos de vosotros, que os dedicáis a la salud, lo afirméis. ¿Es una forma de autoconvenceros? Verás Belén. El sexo así no es nada. Nada. Solo una secreción más de nuestro cuerpo. Algo que no se recuerda. Como orinar o defecar. Nada. ¿Tú te acuerdas cuando orinaste? ¿Qué sentiste de maravilloso al defecar? ¿A qué no?. Es tan nada que dormidos lo hacemos y ni nos enteramos. Bueno, a nosotros se nos nota más que a vosotras. ¿Verdad?. Pero a ambos nos pasa. El sexo, para ser sexo necesita amor, necesita un poquito de amor. Eso que convierte un contacto puramente físico, que no trasciende, a algo que se recuerda durante bastante tiempo. El suficiente como para, en caso de necesidad, te sirva de consuelo. Así que no me digas que es sexo solo sexo. Tú, cuando le ponías los cuernos a tu marido, estabas usando consoladores vivos, Belén. Me gustaría saber en quién o qué has pensado mientras usabas esos consoladores. - sus palabras resonaban en la cabeza de Belén como si fueran golpes en un tambor. - Es más, sin tan poca importancia tiene. ¿Por qué ocultarlo a tu marido? -

  • Por otro lado. ¿Tu amigo y yo somos iguales? ¿De verdad piensas eso?. Me viste azotar a una mujer. Cierto. La azoté. ¿La oíste gritar de dolor? ¿La oíste lanzar un grito la décima, la centésima parte que el más suave que te hizo gritar Braco? - Belén temblaba. - ¡Contesta! ¿La oíste? - sufrió un sobresalto, terminó negando con la cabeza. -Sin embargo si viste como terminó. ¿Verdad? ¿Lo viste? - ella asintió - ¿Cómo terminó?

  • Se... Corrió – musitó bajando la vista

  • Sí. Se corrió. Exactamente justo lo mismito que tú con Braco. ¿Verdad? - con un tono verdaderamente sardónico. Estaba sonando tan duro en sus oídos. Tan, tan duro.

  • No soy ningún santo. Hace no mucho azoté duro a la mujer que más quiero en este mundo. Le di cinco correazos, sí, también correazos. Me enfureció que se pusiera en peligro sin decirme nada. Se los di. Jamás la había azotado. Todavía me duele cada uno. - lo miraba con los ojos abiertos

  • En cuanto a lo otro. Lo de entregarte a alguien. Cierto. Es verdad, obviamente. Te entregué a alguien. Primero no te conocía, segundo sabía que... Bueno es igual eso... Es verdad. Sin embargo dime. ¿Te has acordado de lo que pasó? ¿Te has acordado de todo lo que pasó? Incluido tu orgasmo. - ella asintió - ¿Y has sentido la necesidad, el deseo, de volver a sentir lo que sentiste?

  • Sí, lo he sentido

  • Pues volviendo a lo que te he dicho sobre el sexo. Si has sentido eso, si has sentido el deseo de repetir aquello. Dime Belén ¿Fue por el hombre que te follaba o por Don Erre cabrón que te acariciaba con cariño? Porque tu cara, Belén, decía ámame. Piénsalo.

Ricardo metió el expediente y la agenda dentro del portafolios y lo cerró. Se incorporó separándose de Belén. Ella lo miraba no entendiendo nada.

  • Pero, ¿Qué haces?-

  • Me marcho Belén. He terminado aquí

  • Pero si me dijiste que duraría la entrevista hasta la noche - no entendía nada.

  • Cierto. Pero yo no puedo seguir.

  • ¿Por qué? Pero ¿Por qué?

  • No puedo seguir, sabiendo que piensas que soy como ese profesor tuyo. Tal vez otro venga a terminar la entrevista o te citen. Pero no conmigo. Ya no. Lo ha hecho del todo imposible, Dra. Suárez. Lo siento.

  • No quiero a otro

  • Lo que quieras tú no tiene mayor relevancia. Recuerda que soy el hipócrita Don Erre cabrón, que soy como él. Hasta alguna otra ocasión... Dra. Suárez.- Se dirigió a la puerta y salió cerrando sin hacer ruido.


Estaba anonadada. Miraba la puerta cerrada todavía sin poder reaccionar. “¿Pero qué ha pasado?” Se decía. “¿Pero qué ha pasado, por Dios?”

Sintió frío, frío en todo el cuerpo. Subió al sofá y tomando el albornoz se envolvió empezando a tiritar.

  • ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? Claro que no es igual… Pero, pero… Me salió… Me salió

Durante quince minutos no hizo más que repetir lo que había dicho. Comprendía que él se sintiera molesto. “¿Pero para irse? ¿Para abandonarme? Maldito sea. Otra vez llorando. ¿Pero me ha abandonado? ¿Volverá? Se encorajinó, como solo ella era capaz. “Va listo si cree que va a librarse de mí.” Resopló resuelta. Se levantó dispuesta a meterse otra vez en la ducha para entrar en calor. Al pasar por la barra de la cocina americana vio su móvil. No quería volver a cagarla. No dos veces el mismo día. Llamó.

  • ¿Belen? Esperaba un mensaje.

  • Luis. Es rápido. Apunta a Luisi... a Luis a la excursión. Ya veremos cómo compensar este fin de semana.

  • Perfecto. Si quieres a final de mes hay dos fiestas locales, puedes juntar cuatro días con él.

  • ¿A final de mes?

  • Si, a final de mes.

  • Imposible Luis – se le cayó el alma a los pies, porque no quería haberlo dicho tan pronto - Estaré destacada en los peñones, del quince al quince. Creo que me toca Alhucemas. - el silencio se hizo al otro lado de la línea.

  • ¿Pensabas decírmelo alguna vez?

  • Cuando estuviera segura, Luis, cuando estuviera segura...