Los Mundos de Belén 3 numquam numquam iterum

Nunca digas nunca de nuevo Aunque salga del mundo de la infidelidad. Tal vez siga siendo infidelidad

EL CIGARRAL

Los músculos de la mujer, todavía contraídos, empezaban a relajarse dejando de marcarse en la piel perlada de sudor. Ligeros estremecimientos recorrían su cuerpo. Acompañados por una respiración jadeante y siseante. El hombre, a su lado contempló el resultado de su trabajo con una media sonrisa. La mujer, desnuda a excepción de un tanga negro, estaba estirada de puntillas sobre la espaldera aferrada por los tobillos y muñecas. Mostraba su espalda, trasero y muslos de un color suavemente rojizo, resultado de los numerosos azotes que había recibido. En algunos lugares el rojizo se extendía perfectamente continuo y en otros las finas líneas carmesí marcaban el trazo del azote recibido. El movimiento ondulante de las caderas de la mujer le hacía saber su grado de excitación a pesar, mejor dicho, gracias al castigo que le había dado. El silencio del público, casi reverencial, le hacía saber que había conseguido su objetivo.

El hombre apartó el pelo, húmedo y pegado a la piel de la cara de la mujer, que no cubría la máscara que portaba, llevándolo tras su oido.

  • ¿Satisfecha? - susurró acercando los labios a su oreja

  • Síiii... - siseó la mujer entre dientes estremeciéndose

  • Yo creo que no del todo - volvió a susurrar- No has terminado y lo estas deseando. - ella solo fue capaz de gemir al oírle

  • ¿Has venido sola? - musitó en su oído. Un casi imperceptible movimiento de la cabeza negando fue la contestación.

  • ¿Con alguna amiga? - siguió cuchicheando solo para ella. Otra negación fue la contestación

  • ¿Un hombre? - ella afirmó

  • ¿Tu dueño? - ella negó

Durante unos segundos el hombre se quedó pensando

  • ¿Tu marido? - ella siseó y afirmó con la cabeza

  • No creo que tu marido esperará ver esto - siguió susurrando. Ella negó

  • Creo que se merece todo el espectáculo - susurró riendo en su oído

El hombre se separó un poco de ella y movió el látigo de varias colas que llevaba en la mano y con el que había finalizado el castigo. Lo tomo por las largas tiras y pasándolo entre el cuerpo de la mujer y la espaldera busco una barra que se ajustara a la ingle de la mujer. Empujó hacia arriba el mango hasta que la longitud del mismo presionó los labios de la vulva de la mujer, solo protegidos por el finísimo tanga. Pasó las correas bajo la barra, fijando en esa posición el mango, cruzando parte de las tiras a cada lado, obligando a que siguiera presionando la ingle, ató las correas en la barra superior.

Desde el momento en que el mango rozó la ingle de la mujer, esta había empezado a jadear de forma audible por toda la sala.

El hombre acarició el pelo húmedo de la mujer, casi con un gesto amoroso, volvió a acercarse a su oreja y le susurró.

  • Te dejo para que termines y tu marido vea lo que eres. - tras ello lamió el borde de su oreja, sonriendo acarició la mejilla justo en el borde de la blanca máscara que cubría parcialmente la cara de la mujer.

Lentamente se giró y abandonó el estrado mientras, a su espalda, la mujer se contoneaba gimiendo buscando en el roce del mango el desahogo que necesitaba.

El hombre pasó entre el público, que le abrió un pasillo, hasta alcanzar la barra del club donde se sentó.

Los gemidos de la mujer le acompañaron varios pasos hasta que, un aplauso colectivo, hizo que supiera que el marido ya sabía cómo era ella.

El camarero le acercó su bebida sin siquiera preguntar. Conocía muy bien los gustos del hombre, uno de los socios dueños del club.

El grupo de máscaras que era el público fue disolviéndose, sentándose unos, acercándose a las barras otros, parejas, tríos e incluso grupos dirigiéndose hacia una de las puertas de vidrio del salón.


Ella se preguntaba por qué estaba allí. Cómo se había dejado convencer por Pedro para acudir a El Cigarral. Después de tanto tiempo y esfuerzo para desengancharse de Braco y de la Enagua ¿Qué hacía allí?

Tal vez fuera que necesitaba no sentirse sola después de marcharse Javier y el mal trago pasado hacía solo un día en el notario. Tal vez curiosidad por ese lugar que, cuando no había abierto siquiera, estaba en boca de todos. Pero realmente, si se lo reconocía, se encontraba allí por Luis. Por verlo derrotado por su culpa, por su grandísima culpa. Por eso, después de haber coincido con Pedro en un bar de copas, acompañado de dos chicas de La Enagua, y le propuso acompañarles, ella finalmente aceptó.

Ese sitio le asombraba. Era totalmente distinto a la cueva que era La Enagua. Un lugar a las afueras, apartado de miradas curiosas, en medio de nada, en un desvío de la carretera a Toledo.

Ojeó el salón. Las paredes cristalinas. Las puertas levemente iluminadas, también de cristal. Los estrados. Los muebles funcionales. Si no hubiera estado lleno de gente con la cara cubierta con aquellas medias máscaras, como ella, el lugar habría pasado por ser un local a la moda casi minimalista y no un salón de un club D/s. Allí no había paredes de piedra ni pesados cortinajes. Ni estructuras cubiertas de cuero y tachonadas con un estilo cuasi medieval. Los aparatos que se precisaban aparecían en el momento de necesitarlos y desaparecían, bajo los estrados, una vez finalizado su uso.

No habían transcurrido más que unos pocos minutos desde que aquel hombre hiciera eso con la mujer, que le hizo temblar profundamente, y ella fuera soltada de la espaldera y ya varias parejas bailaban sobre lo que antes era el estrado convertido al descender en pista de baile.

A su alrededor pululaban máscaras de todos los colores. Al llegar y verlo todo le recordó la película Eyes Wide Shut. Intentaba recordar lo que Pedro le había dicho sobre sus colores. Negras de los socios dominantes, de colores variados para los sumisos, blancas para los no socios y ajedrezado para los empleados del club.

Aunque era un club privado, se podía acudir invitado por algún socio o sumiso de socio. En el acceso se comprobaba su identidad, se le hacía firmar un acuerdo de confidencialidad y la aceptación de las normas, se le proporcionaba una taquilla, para guardar sus pertenencias, bolso y móvil, y la máscara blanca.

Todas las máscaras básicamente eran iguales. Cubrían frente, ojos, pómulos y parte superior de nariz y se sujetaban mediante unas cintas elásticas. Los socios, dominantes, en sus máscaras negras no solían llevar ninguna marca o señal, ya que cada máscara era de facciones distintas, era como su segunda cara.

Las máscaras de colores de los sumisos llevaban las iniciales del dueño, normalmente letras, y algunos adornos de plumas, más o menos ostentosos, sobre todo en las máscaras de las sumisas. Esas máscaras también eran exclusivas y personales. Sobre la frente lucían, casi todas, un pequeño led que permitían a cualquier iniciado saber las condiciones de uso que su dueño permitía, según el color del led. Aunque el color de las máscaras de los sometidos eran a gusto del dueño era normal que un mismo dueño usará los mismos colores para sus sometidos.

Las máscaras blancas, mucho más sencillas y sin rasgos acusados, llevaban en la frente un pequeño número que podría permitir al servicio de seguridad saber quién era su portador.

Las de los empleados, ajedrezadas, tenía un color común, plata, y un segundo color que permitía saber cuál era su función. Dorado para seguridad y protocolo. Morado, para músicos. Verde, para camareros. Rojo, para empleados sexuales que también ejercían tareas de camareros, tanto en el salón como en los espacios interiores. Se les podía pedir su colaboración cuando un dueño necesitaba un hombre o mujer más para sus juegos. Los empleados se podían negar a las prácticas que no quisieran realizar y recibían un estipendio por el extra.

Durante el tratamiento dado a la mujer, estuvo totalmente atenta. Como su piel se iba marcando con leves y alargadas marcas rojizas, como él había provocado quejidos y gemidos. Casi sintiendo en su piel cada azote. Como ella temblaba y se removía dando quejidos y suspiros poderosos mezclados con jadeos pero sin llegar a gritar. Todavía no entendía como la mujer no había lanzado ni un solo grito de dolor. El final la hizo estremecer. Ver como la mujer, abandonada a su suerte, desbocada, se cimbreaba y agitaba buscando su placer atada todavía, hasta aquel grito-gemido, que también a ella le atravesó, en el momento del orgasmo. Todo le había dejado anonadada.

Siguió con la mirada al hombre, con su máscara negra, hasta ver como se sentaba en la barra bastante cerca de ella. Como le servían una copa, la apuraba mientras miraba alrededor.

Recorrió la mirada por el salón. Se veían bastantes máscaras blancas y además estaban participando. Muchas parejas bailaban. En los sillones ya se podía observar alguna blanca, con la cabeza inclinada sobre el regazo de algún dominante que llevaba el ritmo de su felación. En otra esquina, un dominante observaba tranquilamente como su sumisa era penetrada por un blanco sentada a horcajadas sobre él. El resto miraba o se acariciaba, entre ellos, más o menos disimuladamente.

La mujer que había sido azotada, con su máscara blanca y sin muestras de dolor aparente, tirada sobre un sofá, estaba siendo penetrada furiosamente, casi con rabia, por un blanco, que supuso también sería su pareja o marido. Mientras a su alrededor varios socios y sumisos y otra pareja blanca los jaleaban.

En la barra del otro lado del salón se habían abierto varios paneles de cristal y dos sumisos estaban usando las bocas, de una sumisa y de un sumiso, que se ofrecían

En el piso superior algunas cristaleras se habían vuelto más o menos traslucidas mostrando las siluetas de los que ocupaban esas salas sin que se llegara adivinar que ocurría en ellas. Solo en una de ellas, un hombre con la máscara ajedrezada, pegado al cristal, era bien visible. Parecía que obligaba a tomar su pene a alguien acuclillado ante él.

Pero fijó su mirada en el hombre que había castigado a la mujer. La deslizó mirándolo entero, desde los pies a la cabeza. Preguntándose como sería él, como sería sin esa mascara


El hombre movió lentamente la cabeza intentando relajarse, mientras se preguntaba cómo se había metido en el lío de iniciar a una invitada en el arte de ser azotada. Por lo menos había salido bien. Muchas veces los deseos de alguien primerizo, llevados a la práctica resultaban ser un desastre.

Se aproximó a una de las barras. El camarero inmediatamente sirvió al hombre. Él fue apurando su copa mirando a su alrededor. Comprobando el ambiente que se había creado. Sonrío cínicamente al ver al marido bombeando como un salvaje a su mujer.

  • Está visto que ya la conoce - se dijo a sí mismo. Tras finalizar el recorrido visual se giró hacia la barra, con un gesto casi imperceptible indicó al camarero que le sirviera otra copa.

Fue entonces cuando captó cómo alguien le observaba fijamente. Una blanca, menuda y sola, que se encontraba apoyada en la barra cerca de él.

  • ¿Pasa algo? - Le espetó un poco molesto por la mirada fija de la mujer. La blanca sufrió un brusco sobresalto y negó con la cabeza rápidamente.

  • Con esa mirada tuya pensaba que tenías alguna duda que resolver -

  • No - contestó en casi un susurro - No me había dado cuenta de que te miraba tan fijamente.

En ese momento hubiera cortado la conversación. Pero ocurrio algo. Algo que le hizo interesarse.

  • Veo que estás sola. ¿Con quién has venido?. - Tal vez ese aire desvalido. Tal vez la ondulación de sus caderas. Tal vez...

  • Nos invitó Pedr... oh no... Dominó, creo que es, a mí y a dos amigas. -

  • Sí. Dominó. O pedrito para otros - sonrió irónicamente. - ¿Dónde están? - Tal vez sus manos temblorosas. Tal vez la profundidad de sus ojos. Tal vez los labios rojos. Tal vez....

  • Dentro. No sé dónde. Ha querido llevarnos a las tres pero yo le he dicho que no. -

  • ¿Por? - Tal vez por ese gesto. Tal vez por la curva de su vientre. Tal vez por sus pechos.

  • Yo no sé si esto me va. En cualquier caso no me van las máscaras de colores.- contestó ella encogiéndose ligeramente de hombros.

  • ¿Sería mejor lucir una negra, como la noche? - dijo sonriendo suavemente

  • Tal vez – musitó Belén, agradeciendo la máscara que ocultaba lo turbada que estaba.

Él lentamente recorrió a la muchacha con la mirada. Se veía apetecible en su vestido de cóctel con tirantes y no demasiado escote y con la falda por encima de la rodilla. El brillo de la pedrería que formaban arabescos en su corpiño bailaba al moverse. El pelo, casi negro en la penumbra del local, recogido en una coleta, que se balanceaba al ritmo de los movimientos de su cabeza. Unos ojos almendrados brillando intensamente en la máscara. Los labios pintados de un rojo sin matices y un maquillaje de tonos suave. Junto a unos tacones, lo que podían ser medias o pantis, conjuntadas con el vestido, completaba el conjunto. No llevaba más joyas que unos pendientes y no se veían anillos en sus dedos.

  • Tal vez sea así… Pero no te veo con una máscara negra. - apostilló.

  • ¿Por qué? -

  • Por tu actitud. Por tu porte tal vez. Yo creo que tu amigo Dominó no se confundió proponiéndote venir, ni proponerte ir con él dentro. Tal vez su error fue hacerlo con tus amigas. - procuro sonreír amablemente para no asustarla más - Cada persona es distinta. Es más, no creo que tus amigas terminen aceptando una máscara distinta de la que llevan. Sin embargo, creo que tu sí -

  • Yo creo, más bien, que esto no me va - encogiéndose de hombros sintiendo un ligerísimo escalofrío.

  • Puede ser… pero creo que me mientes o que te engañas. ¿Cómo te llamas?-

  • Se supone que no debemos dar el nombre, ¿No? -

  • No tu nombre... Sí un nombre, si no quieres que te llamen tía o hembra o algo más desagradable al oído. -

  • Ya… entonces... Mabel... ¿Está bien? - Se sintió ruborizar pensando por qué habría vuelto a dar ese nombre.

  • Mabel... Mabel... Tal vez un poco largo... ¿Mejor Mabi? - Su sonrisa se acentuó al notar como ella relajaba los hombros repentinamente tensos, después de proponer el nombre. Belén, controlándose, se encogió de hombros asintiendo

Bien, blanca Mabi... ¿Entonces quieres averiguar si esto te va o no? - la sonrisa irónica bailaba en sus labios y ojos

  • ¿Cómo? - preguntó seria, con los labios ligeramente apretados, cambiando el peso de un pie a otro empezando a estar nerviosa.

  • Digamos... dándome plazos… Cinco minutos… Otros cinco… y así hasta que digas basta -

  • ¿A ti? -

  • ¿Llevo una máscara negra? - iluminando otra vez su cara con una sonrisa irónica.

  • ¿Qué tendré que hacer? -

  • Obedecer y decir la verdad... Sobre todo decir la verdad... Hasta donde quieras… Por cinco minutos prorrogables. -

  • ¿Cinco minutos? ¿Solo cinco minutos? - volvió a preguntar

  • Prorrogables… mientras quieras - afirmó con la cabeza después de pensarlo unos segundos.

Belén estaba intentando comprender por qué le estaba atrayendo tanto él y sus palabras. Lo había visto azotar a la mujer, eso tendría que repelerle profundamente. Sin embargo se bebía sus palabras.

  • Bien, ¿Tengo que llamarte algo especial como amo o algo así? - Él se rio abiertamente

  • Eso son tonterías. Háblame como hasta ahora. Aquí me llaman Erre. Además, no creo que hables mucho. Entonces... ¿Los cinco minutos empiezan…? -

  • Ahora, pero solo cinco minutos - musitó Belén bajando un poco la cabeza sin saber qué hacer

  • Bien Mabi… tic..., tac... Empieza a contar el tiempo… Primero… Levanta la cara - dijo con voz firme y ella obedeció como tantas otras veces. Fue fácil. - Segundo, estírate, estás encogida - ella se irguió - no estés con los pies en paralelo... Adelanta el pie derecho algo y el izquierdo tras el derecho. – ella corrigió su postura, aunque se tambaleó ligeramente

  • ¿Es necesario esto? - dijo

  • Sí. Hace que tus piernas se estiren, que tus tobillos y rodillas se alineen y además favorecen el aspecto de tus piernas. ¿Son pantis o medias?- pregunto, cambiando bruscamente de tema. Ella quedó un momento desconcertada sin saber bien que le había dicho.

  • Medias - musitó.

  • ¿Con o sin liguero? - siempre con un tono plano y tranquilo

Enrojeció bajo la máscara, se humedeció los labios y contestó

  • Sin liguero... pero, no me gusta hablar de esas cosas Erre -

Él guardó silencio unos instantes y sonriendo dijo

  • Han pasado ya los primeros cinco minutos, Mabi... Así que, si quieres, puedes dejar de hablar de esas cosas o seguir contestando – ella suspiró tras unos segundos

  • Seguiré.-

  • No hace falta que te pregunte si llevas o no sujetador… Ya se ve que no - dijo señalando con un dedo el vestido en su pecho, que abultaba por los pezones - Parecen grandes… ¿Lo son? -

Belén no pudo evitar que su mirada fuera hacia donde señalaba

  • No sé… – musitó. ¿Cómo era posible que solamente oyera su voz? ¿Cómo, si había música y la gente parloteaba alrededor? Se preguntaba y se empezaba a sentir mareada.

  • ¿Cómo has dicho? -

  • Que no sé si son grandes... no me lo parece - dijo levantando algo más la voz

El hombre tomó una banqueta de la barra y la colocó entre ambos.

Belén miraba como el hombre, Erre, movía la banqueta. No entendía lo que pasaba. No era eso lo que esperaba. No había ni un insulto, ni un grito, ni una amenaza, ni una humillación. Ni siquiera él había mostrado una posición dominante. Todo lo hacía con educación, con suavidad, con una media sonrisa bajo la máscara negra. Pero había dos cosas que le hacían temblar. Sus ojos oscurecidos por su máscara brillaban mirándola. Y su voz, una voz aterciopelada, acariciadora. ¿Por qué estaba encadenada a su voz? ¿Por qué?

  • Acércate - Ella se aproximó, hasta que rozó la banqueta que los separaba.

  • Si no lo sabes... habrá que comprobarlo – empezando a deslizar el dorso de los dedos de su mano por su cuello, con una lentitud desesperante, y descender por encima del escote de la muchacha.

En un movimiento reflejo de protección, ella agachó la cabeza, y llevó hacia delante los hombros

  • Corrige tu posición... Levanta la cabeza y lleva los hombros hacia atrás. -

A duras penas la mujer obedeció, mientras el dorso de los dedos seguían recorriendo lentamente la piel descubierta de su pecho, sobre el escote del vestido. Era un movimiento tan lento que ella podía anticipar donde estarían sus dedos varios segundo más tarde y en su mente dibujaba el recorrido que los dedos iban a hacer.

  • ¿Bragas o tanga?- El ligero jadeo hizo sonreír al hombre

  • ¿Bragas o tanga?-volvió a preguntar

  • Bragas- susurró Belén

  • ¿Color? -

  • Negro - volvió a susurrar

  • Creo que tendré que ir al otorrino porque no te oigo. ¿Puedes decírmelo, por favor, un poco más alto? - Haciendo un esfuerzo levantó la voz

  • Son... Bragas negras -

  • No dejes de mirarme y quítatelas- le dijo mirándole directamente a los ojos.

  • Yo... Yo creo que ya está bien…- susurró intranquila, balanceándose de un pie a otro

  • Hace rato que han pasado los cinco minutos... Solo tienes que darte la vuelta e irte o mirarme mientras te las quitas –

Transcurrieron unos segundos de indecisión, sin que ella se moviera... Sus manos se abrían y cerraban, se balanceaba como intentando darse la vuelta pero que hubiera algo que se lo impidiera. Belén estaba estupefacta. Sorprendida. Enganchada. Él la miraba con la cabeza ligeramente ladeada estudiando la lucha interior que ella libraba.

  • ¿Entonces? - preguntó el hombre

Belén cerró los ojos, llevó las manos a sus caderas sobre el vestido, empezó a bajar las bragas aferrándolas a través del vestido. Mientras el hombre sonreía ante su maniobra

  • Muy hábil - cuando las bragas ya estaban cerca del límite del borde de la falda.

  • Déjalas ahí - Ella le miró sorprendida.

  • No hemos terminado, pero déjalas ahí - sin dejar de sonreír. Cuando los ojos de Belén cambiaron de sorprendida a expectante él continuó.

  • Levanta la pierna derecha, sácalas solo de tu pierna derecha -

La incómoda maniobra la obligó a contonearse y apoyar la mano en la banqueta hasta que se irguió, todavía con las bragas agarrada con la mano derecha y envolviendo el muslo izquierdo

  • ¿No será conveniente que la sueltes? – le dijo, mientras sonreía

Esa voz seguía envolviéndola y atrapándola. No oía nada de lo que ocurría alrededor. Solo aquella voz. Esperaba, nerviosa, que siguiera. Que siguiera desgranando sus palabras. Palabras que se deslizaban por su piel y penetraban profundamente.

Con la respiración agitada, miraba alrededor para ver quien se había fijado, soltó las bragas y se enderezó

  • ¿Tú crees que a alguien le importa dónde están tus bragas? - preguntó, haciendo un gesto a la sala, donde los concurrentes se dedicaban en su mayoría a mirar los estrados o ser mirados ellos mismos.

  • No eres el centro del Universo. En realidad, Mabi, ahora eres el centro de tu y de mi Universo. Nadie más se interesa por ti. Aunque eso cambiará. -

Ella asintió en silencio sin poder evitar estar encogida y con la cabeza baja. En parte por la situación que estaba sufriendo, en parte por como antes tenía que estar ante braco. El rio

  • Está claro que no consigues mostrarte orgullosa de cómo eres… Tendremos que favorecer que lo consigas. Estírate de nuevo... – ella obedeció - Bien… Levanta la cabeza - mientras con el índice empujaba la barbilla de Belén hasta que estaba a la altura que él deseaba. ¿Por qué me quema su dedo? ¿Por qué? - Así.

Él dio un paso atrás y la miró en detalle valorando como estaba de pie.

Vamos a ver… No estás suficientemente erguida... Vamos a corregirlo... Lleva las manos a tu espalda, entrecruza los antebrazos, gira las manos y entrelázalas. Sí... Así... – dijo el hombre a medida que la muchacha obedecía- Intenta juntar los codos un poco más... Exacto... Así.-

La respiración de Belén se había vuelto lenta y profunda. La posición de las manos y brazos provocaba que los hombros estuvieran echados hacia atrás. Que ella tuviera la sensación de que su pecho se proyectaba, obscenamente, hacia adelante, máxime con aquella respiración que no conseguía normalizar, que hacía que de vez en cuando, aspiraciones más profundas proyectaran, todavía más, sus pechos.

  • Esta es la posición justa para valorarte vestida. - dijo el hombre mientras sus dedos se deslizaban sobre las mejillas y los labios resecos de la muchacha, descendiendo luego por su cuello para acariciar su piel sobre el escote.

Él hombre siguió rozando con las yemas de los dedos, de ambas manos. la piel durante un par de minutos. Concentrado en hacerlo y en mirar sus reacciones. Una leve sonrisa se distinguía en su rostro cuando, separando unos milímetros las yemas de los dedos de la piel, la respuesta de ella era una inspiración profunda que hacía que su piel entrara en contacto de nuevo con los dedos. Los dedos se deslizaron por debajo del límite de su escote y abriéndose cubrieron, sobre el vestido, los pechos de Belén

  • Por favor... – musitó con un gemido – No... -

  • Solo tienes que girar y marcharte - dijo el hombre, mientras sus dedos seguían recorriendo los pechos, abarcándolos con las manos o haciendo que las puntas se concentraran en el abultamiento de sus pezones.

La muchacha permaneció sin moverse, mirándolo, mientras que le recorrían ligeros temblores por todo el cuerpo cada pocos momentos.

  • Son de un tamaño y forma casi perfectos para mi gusto - dijo el hombre, mientras sus manos se apartaban finalmente de su cuerpo.

Ella se mordió el labio, al recuperar el equilibrio, dándose cuenta de que su cuerpo se había balanceado, hacia delante, intentando que no se rompiera el contacto con las manos del hombre

  • Date la vuelta. Quiero ver tu espalda. -

Obedeció, pensando que sería más fácil no mirar sus ojos y así huir de él. Porque tenía que huir. Tenía que huir. Sin casi haber terminado de pensarlo sintió los dedos en su espalda y se estremeció. Intentó andar, apartarse definitivamente, en cambio se arqueó suspirando cuando los dedos bajaron a sus riñones y subieron hasta su nuca, hundiéndose en el cabello.

Esas manos la aferraron por las caderas y la atrajeron hacia la banqueta mientras le oía decir

  • Sube – apoyó el pie en el reposapiés de la banqueta, se sentó sobre ella, quedando sus manos atrapadas entre los riñones y el pequeño respaldo. Se ladeó e hizo que las manos pasarán tras el respaldo para estar más cómoda.

Él rozó con el cuerpo su espalda. Se estremeció al sentirlo pegado a su espalda, brazos y, contra sus manos, se pegaba la entrepierna del hombre. Belén quería recostarse contra él. Necesitaba recostarse contra él. Sentirse protegida apoyada en su pecho, notando la dureza de su miembro excitado rozando sus manos. No pudo, ni quiso, evitar una suave sonrisa al saber que ella estaba provocando eso en el hombre

  • ¿Te has dado cuenta de que, aunque no te lo he ordenado, has mantenido las manos en la espalda? - dijo, mientras sus manos se deslizaban de sus caderas por sus flancos hasta cubrir suavemente sus pechos, llegar a los hombros para regresar deshaciendo el camino hasta las caderas

  • Sí… Me he fijado – Contestó con un tono de voz trémulo, tal vez por los labios resecos, y los ojos entrecerrados

  • ¿Cómo si estuvieras esposada y a mi disposición? -

  • Tal vez… - Dudó Belén, mientras sus pensamientos giraban preguntándose ¿Por qué? ¿Por qué es tan distinto? ¿Por qué es tan arrollador?

  • ¿Solo tal vez Mabi? - Al oír el nombre se estremeció y negó con la cabeza.

  • Cómo si lo estuviera - susurró

  • Las esposas, se llevan en las muñecas. No en las manos. Quiero estar entre tus manos - susurró él con los labios pegados a su oreja

Ella se ahogo, forzándose a respirar y desentrelazar los dedos de las manos sin separar mucho las muñecas. Sus dedos aletearon sobre el paquete de su entrepierna hasta que sintió como el hombre empujaba el paquete entre sus manos y pudo sentir, entre los dedos, el tamaño y dureza que él escondía.

  • Verás… Llevar una máscara de colores es... Ofrecerse y ser ofrecida. - susurraba en la oreja de la muchacha, mientras las manos acariciaban sus caderas y muslos

  • Llevar una máscara de colores es... Estar dispuesta y disponible para lo que desee aquel que es dueño de esa máscara y de quien la lleva... Y encontrar en ello la excitación y el placer de la entrega. ¿Entiendes Mabi? -

Ella dudó y cabeceó un sí inseguro. Su cabeza era un torbellino.

  • No... Creo que no lo entiendes del todo... No sé qué experiencias has tenido en el pasado, aunque me parece que no han sido positivas... pero no importa, Mabi... lo vas a comprender -

Él deslizó las manos bajo las corvas de los muslos. Levantó ambas piernas hasta que las rodillas quedaron a la altura de los pechos de la mujer.

  • Esto... Es... Ofrecerte - dijo con voz; por primera vez; ronca mientras separaba los muslos abriéndola obscenamente, obligando a la falda de vestido a subir y subir hasta sus caderas. Belén, gimió mientras se entrecortaba su respiración y se hacía irregular. Por un instante intentó cerrar los muslos

  • No te resistas... Estoy aquí para cuidarte, para protegerte. Nada te pasará - gruñó la voz en su oído, cesó en la resistencia, mientras era abierta más y más, mostrando, a quien quisiera ver, su sexo, casi totalmente depilado, brillante ya de humedad.

Con ella abierta, Erre fue girando lentamente, haciendo que el taburete y ella girarán, mostrándola a todos en 360 grados

  • Ahora sí... Ahora Mabi, eres el centro del Universo y todos se interesan por ti - ella vio las miradas, las sonrisas, los cambios de postura que mostraban el interés por ella.

  • Algunos se interesan más… Otros menos… Unos pocos muchísimo- siguió susurrando en su oído, acariciando su oreja al hablar. En la segunda vuelta él detuvo el giro ante un hombre que también lucía máscara negra.

  • Por ejemplo él -. Un hombre, como si lo hubieran llamado, se aproximó. Belén respiraba agitadamente y sin embargo se sentía segura, tranquila en las manos de Erre. El hombre adelantó los dedos y los deslizo suavemente sobre la vulva expuesta de Belén y luego se los miró sonriendo. Se los mostró a ella. En la punta de los dedos brillaba, abundante, su propio flujo.

Siguió el giro y esta vez se detuvo ante otra máscara negra. Pero la llevaba una mujer, envuelta en un vestido rojo burdeos

  • Ella, también -. La mujer se acercó, mirando a Erre, acompañada de un hombre con una máscara de color burdeos, que le marcaba como perteneciente a ella.

  • Huélela - Dijo la mujer sin dejar de mirar a Erre, mientras empujaba hacia abajo el hombro del hombre. Él se dejó caer de rodillas. La mujer mesó los cabellos del hombre, mientras llevaba su cabeza hasta que la nariz casi rozaba la vulva entreabierta y húmeda. El hombre aspiró profunda y ruidosamente varias veces.

  • Dime a qué huele - dijo la mujer.

  • ¡A hembra...! A una hembra muy excitada – se escuchó una voz ronca tras la máscara burdeos. Belén gimió, al escucharlo, reconociendo la realidad de lo que había olido.

La mujer separó la cabeza del hombre y le indico que se pusiera de pie. Ella no pudo evitar mirar como el falo del hombre, erguido, apuntaba su coño. La mujer rio y dio unos golpecitos en el pene

  • Mi chico no puede evitar ponerse así cuando huele un coño deseoso. - Miró a Erre y continuó - Has hecho una buena adquisición. Ojalá la hubiera visto yo antes. -

  • Todavía no es ninguna adquisición. - dijo el Erre, con voz neutra, mientras cerraba los muslos de Belén, los bajaba hasta que sus pies volvieron a apoyarse en él reposapies de la banqueta. Mientras la mujer se iba retirando seguida de su sirviente.

  • ¿Estás excitada? - susurró en su oído

  • Sí – casi gimió bisbeando

  • Han pasado muchos cinco minutos... ¿Quieres irte Mabi?...- susurró con los labios rozando la oreja

Ella negó con la cabeza estremeciéndose, deseando saber más, sentir más. Deseando recorrer el camino que le estaba marcando Erre.

  • Bien… Pronto acabaremos…- entonces sintió los labios, besándole, bajo su oreja justo en lo alto del cuello y su respiración se detuvo.

Él se apartó de ella. Ella volvió a entrelazar los dedos, sin pensar, cuando el paquete también se apartó. Erre la tomó del brazo, la obligó a descender de la banqueta.

En ese momento ella fue consciente que, al ofrecerla, su vestido se había levantado hasta quedar atrapado el filo de la falda en sus caderas, que casi mostraba a todos su vulva y su culo. Con una extraña sensación se dio cuenta de que no le importaba que fuera así. Tal vez incluso su excitación aumentó más.

Erre la obligó a caminar junto a él por un pasillo que formaba la larga barra, que se extendía junto a la pared, y los primeros butacones. Él se detuvo un instante y le dijo señalando a la pared de la barra

  • Mira, Mabi - ella giró la mirada y jadeo.

Ante ella seis cubículos cristalinos de un ancho algo mayor que un cuerpo. Unos vacíos y con el cristal opaco y su luz apagada, otros ocupados por máscaras blancas y de colores con la luz encendida. En unos, se dibujaban lo que las figuras en su interior hacían por tener el cristal translúcido solo, y en otros, se veía perfectamente a la máscara que estaba siendo poseída al tener el cristal transparente mientras quedaba en semi-penumbra quien estaba poseyendo. Algunos de los cristales transparentes se habían levantado parcialmente, permitiendo que la persona sentada en la barra frente al cubículo pudiera tocar al que estaba siendo poseído.

Erre señaló un cubículo sin luz en el centro de la pared.

  • En ese hoy pone Mabi - le dijo en la oreja. Ella tembló.

  • Aun estas a tiempo - mordisqueo su lóbulo haciéndola gemir. Más por el miedo que él se detuviera que por lo que iba a pasar.

Siguieron el camino que marcaba él hasta una puerta próxima. Giraron y encararon un pasillo amplio, donde cada cierto tramo había hombres y mujeres de colores dorados, verdes los menos y azules, casi desnudos, los más. Un dorado les abrió una puerta. Señalando, a la derecha, otro pasillo solo dijo.

  • La quinta. -

Los sonidos del sexo llenaron el ambiente mientras avanzaban. Belén no evitó mirar los cubículos, que iban pasando, donde eran poseídos mujeres y hombres entre gemidos de ambos. Al llegar a la quinta puerta de cristal él la detuvo, la encaró con el cubículo vacío y oscuro. La hizo avanzar un paso dentro y automáticamente la luz se iluminó.

Ella se estremeció pensando que ya todos podían ver su silueta recortada dentro del cubículo. Ante ella se extendía una especie de barra o banco, de pared a pared del cubículo, de una anchura aproximada de algo más de medio metro. Como el ancho de una camilla de reconocimiento, pensó Belén.

Él puso las manos en sus caderas, tiro fuerte de la falda haciendo que subiera casi a su cintura. Belén se ahogó sintiendo como los dedos, después de soltar su falda paseaban por sus riñones y nalgas. Empezaba a sentirse mareada, ahíta de sensaciones que la embargaban, que se concentraban en su vientre contrayéndolo. El, metió el pie entre los suyos y los empujó, obligándola suavemente, a desplazarlos a los lados. Ella gimió.

– Ábrete Mabi… Sabes que tiene que pasar... Sabes que debes hacerlo - ella asintió, sus pies se desplazaron hasta rozar ambos los mamparos del cubículo. Era incapaz de soltar los dedos entrecruzados que fijaban las manos a su espalda.

Él puso entre sus manos un dispositivo, parecido a un joystick, con un pulsador en su extremo.

  • Esto levanta el cristal ante ti para que, si lo deseas, te ofrezcas a quien está fuera mirándote. Es decisión tuya y de nadie más. Si aprietas el pulsador el cristal se levanta. Pero ya no vuelve a bajar aunque quieras. ¿Lo comprendes? -

  • Sí... Sí... – balbuceó, aturdida sin saber cómo había llegado hasta allí y cómo podía desear que continuara..

Erre se separó de ella. Se escuchó un siseo acompañado del movimiento de aquella barra. Comprendió que lo estaba ajustando en altura.

La mano se posó sobre su nuca, obligándola a inclinarse sobre su superficie, casi de puntillas. Volvió a oírse el siseo para ajustar de nuevo. La parte delantera del estrado se levantó un poco, de forma que no quedaba totalmente tumbada sino solo bastante inclinada. Ella gimió, otra vez, cuando el tablero empezó a moverse hacia sus muslos hasta, que quedó encajado justo en las caderas y por debajo de sus pechos. Sus manos sudaban mientras aferraba, entre los dedos entrelazados, el joystic y sus pulgares rozaban el pulsador. Quedó de puntillas abierta y apoyada sobre el estómago y vientre

Intentaba percibir dónde estaba él, pero no sabía, solo que se había retirado. Intentaba escuchar su respiración, pero no la oía. Nada le tocaba. Su excitación crecía y crecía con la espera.

Tras unos segundos de incertidumbre sintió sus manos aferrarse a sus caderas. Como pegaba su cuerpo al suyo, con el pene, erecto y ardiente, apoyado entre las nalgas. La luz que iluminaba el cristal frente a ella, que lo hacía solo translúcido, se empezó a desvanecer lentamente, transformando el cristal en una lámina tan transparente que parecía que no existiera.

Ella empezó a jadear de forma desacompasada e intentó agachar la cabeza para que no la vieran. Pero él, apoyando una mano sobre sus riñones y la otra hundida en su pelo, la obligó a elevar la cabeza.

Belén había cerrado los ojos para no ver quien estaba allí mirándola. Pero tras unos segundos no pudo evitar mirar, entonces lanzó un largo quejido de asombro y miedo. Su adrenalina se disparó secando su boca.

Sentado en la barra, tras el cristal, estaba la máscara negra de él. Erre, con lentitud, levantó la copa que sostenía, sonriendo brindo hacia ella y se la llevó a los labios sin dejar de mirarla. Ella intentó girar la cabeza para ver quién estaba tras ella, pero la mano que aferraba su cabello en la nuca se lo impidió.

La mirada intensa de la máscara se clavaba en la suya que no hacía más que temblar y jadear, con su corazón totalmente desbocado. De repente, ella apretó el disparador, permitiendo que el cristal se levantara, con una mirada que reflejaba el asombro por lo que había hecho, mientras que le inundaba la necesidad de que Erre la tocara.

– Por favor - musitó sin hablarle a la máscara negra.

Él, mirándola acercó la mano, pasándola a través del vano, acariciando su mejilla suavemente. Ella gimiendo, apoyó la mejilla contra la mano mientras notaba como el simple contacto la relajaba. En ese instante su cuerpo se sacudió bruscamente hacia adelante mientras ella ahogaba un grito por la brusca y profunda penetración.

Empezó a ser follada con movimientos largos y fuertes, cada vez más rápidos, violentos y profundos, a medida que se mojaba, que la impulsaban hacia adelante haciendo que sus pies se separen del suelo y luego volviera a caer sobre sus pies. El hombre que la tomaba, en un momento determinado, apartó los tirantes de su vestido dejándolos caer por sus hombros, bajando el vestido hasta que casi asomaban sus pezones.

Ella, sacudida por las acometidas que la llenaban, no quitaba los ojos de los ojos de la máscara negra, que la observaba con un brillo de excitación y deseo, mientras le acariciaba con suavidad la cara y los pechos. Ella solo era capaz de sentir agradecimiento, casi amor, por las caricias que la mano del hombre le proporcionaba, hundida en su mirada, mientras en su cara se reflejaba el placer animal que la embargaba, entre gemidos y jadeos, por la forma en que estaba siendo follada.

Los gemidos de ella se fueron haciendo cada vez más largos y perentorios hasta que un brusco estremecimiento la sacudió y su cuerpo se vio barrido por un orgasmo que la arrasó. Su coño, comprimiendo en los espasmos del orgasmo el pene que la follaba, provocó la corrida del hombre que la inundó con su semen. La mano se retiró de su cara y el cristal descendió.

El hombre se separó de ella. Dejándola recostada recuperándose. Mientras su respiración se recuperaba a duras penas, notó como la luz se apagaba dejándola fuera de la visión del resto del salón. Sintiendo como los espasmos de su vagina provocaban que goterones de semen se deslizaban por la cara interna de sus muslos.

Poco a poco fue juntando sus piernas mientras soltaba sus manos todavía entrelazadas a su espalda. Empezó a enderezarse girando la cabeza para ver quien había sido. Pero ante ella había una mujer con la máscara ajedrezada en plata y oro.

Ella le ayudó a incorporarse y a colocar en orden su vestido levantando los tirantes a sus hombros.

  • Ese tanga... Si se lo pone se manchara - le dijo la mujer.

La muchacha cabeceó un sí mientras musitaba - Son bragas - se terminó de quitar las bragas

  • Tal vez otras… -

  • Lo siento.. No disponemos de esas prendas. -

  • Ya - susurró.

  • Si me acompaña – dijo señalando la puerta

Belén se dejó llevar por los pasillos, sin volver al salón, hasta que desembocó en los vestuarios de invitados cerca del hall de entrada. Donde al llegar había depositado su bolso y su móvil.

  • El socio que le ha invitado, hace una hora que se ha marchado con las otras dos acompañantes. Lo cierto es que no preguntó por usted. Como sabe, los invitados deben abandonar el club con el socio. Pero en este caso no ha sido posible. El caballero, que le ha acompañado, ha considerado que sería muy poco cortés no proporcionarle un medio de transporte, para donde desee ir. Un coche del club está a su disposición.

  • Pero.. ¿No podría hablar con el... Caballero… que me ha acompañado? -

  • Lo siento, pero no es posible, las reglas del club son estrictas en ese aspecto. Sin el socio que le ha invitado no debe permanecer en el club.

  • Comprendo... – dijo, repentinamente abatida, mientras recuperaba sus pertenencias.

  • El caballero en cuestión me ha rogado que le entregue esto -

En las manos de la mujer había un pequeño sobre de color hueso. Ella lo tomó maquinalmente con los pensamientos perdidos.

Espero que haya disfrutado de la estancia en El Cigarral y que volvamos a contar de nuevo con su presencia como nueva socia o invitada.- sonrió muy profesional la mujer

Sentada, en el asiento trasero del flamante BMW del club, Belén rememoraba, pasando los dedos de su mano temblorosa por su cara y cuello, las caricias de Erre. Se tensó en el asiento, con disimulo, pasó la mano entre sus muslos hasta notar las marcas secas del semen que se había deslizado. Se dejó derrumbar sobre el asiento, cerrando los ojos.

Se preguntaba totalmente intranquila, que había pasado. Como se había sentido así. Por qué había sido tan distinto, suave pero intenso, tan brutalmente distinto, sin violencia ni dolor, tan absolutamente distinto, sin gritos ni humillaciones. ¿Cómo él había conseguido eso? ¿Por qué su cuerpo había reaccionado así?

Recordó el sobre y lo abrió despacio. Dentro un tarjetón del mismo color del sobre y en él una fina línea de escritura de pluma ponía - Espero que hallas reconocido que tu máscara no puede ser negra. R.- solo esa inicial como rubrica. Ella se estremeció, en un impulso, que no comprendió, llevó el tarjetón contra sus labios y lo besó, apoyándolo contra su pecho mientras se sentía liberada de parte de su pasado.