Los Mundos de Belén 11 Surcando el Cielo

¿No te has sentido nunca asi?. FIN DE LA PRIMERA PARTE DE LOS MUNDOS DE BELEN. VOLVERA A TRANSITAR POR SUS MUNDOS POER SE TOMA UN PEQUEÑO DESCANSO.

LUNES 1000. EL COPERO. SEVILLA

En medio de la pista de cemento, el personal de mantenimiento se afana en terminar de alistar el HT27-Cougar. En media hora debe emprender el vuelo desde su base en El Copero hacia el peñón de Alhucemas.

Belén, en uniforme de campaña, con un cortado en la mano mira a través, de un ventanal, como lo están alistando. Es el helicóptero que la va a trasladar a su destino durante un mes. Ha observado como efectuaban la carga de bagajes y equipos.

Ya solo falta que lo aborde la tripulación y el personal transportado, ella misma y dos suboficiales del regimiento de guerra electrónica 31. Chicos de pocas palabras, pues sus cometidos les impide hablar. Poco para una aeronave que puede con ventitantos soldados pertrechados.

Hace una hora que han pasado por el briefing pre-vuelo. Plan de vuelo, horarios previstos, parte meteorológico. Medidas de seguridad. Evacuación de la aeronave. Los chicos del BHELMA IV han tenido el detalle de hacerlo en español, ya que todos son de esa nacionalidad.

Belén, contempla el Cougar intentando encontrar la diferencia con los viejos Super Puma, que tan bien conocía de Afganistán. La verdad es que no puede. Tal vez el morro más afilado. Tal vez algo más largos. Básicamente los encuentra iguales.

  • Mi capitán, quince minutos para estar en pista.- Le dice un soldado. Ella cabecea asintiendo, mientras apura el café. Deja la taza sobre la barra. Toma su bolsa de mano. Se encasqueta la boina caqui y se dispone a salir a la pista.

La tripulación está a bordo. El suboficial mecánico gira alrededor de la aeronave comprobando. Delante del piloto hace una señal con el pulgar arriba, que el piloto devuelve. Los rotores empiezan a girar, mientras el ruido de la turbina empieza a ir ascendiendo más y más. Las palas van acelerando su rotación, pareciera que el helicóptero esté a punto de separarse del suelo. Luego reducen su velocidad hasta que el suboficial mecánico hace una señal, en su dirección, para que se acerquen y aborden el helicóptero.

Belén se arranca la boina de la cabeza, aferrándola con la mano derecha, mientras corre hacia la aeronave. Detrás los suboficiales la siguen. Apoya el pie en el estribo y se impulsa dentro del helicóptero. Se gira y sienta en el banco de lona.

  • Bienvenida Capitán – Le grita el piloto

  • Gracias, Teniente – Le responde a gritos, por el ruido del motor, palas y aire, mientras se ajusta el cinturón de seguridad.

Cuando todos han subido lo hace el mecánico, arrastrando consigo la puerta corredera. Para, luego, cerrarla y asegurarla. No es que, un fino panel de aluminio, evite mucho ruido, pero sí bastante. El mecánico le ofrece su casco para que pueda hablar por la interfonía. Ella niega con la cabeza sonriendo.

El ruido de la turbina aumenta. Poco a poco la masa del Cougar empieza a elevarse. Se inclina ligeramente hacia el suelo y empieza a avanzar y elevarse al mismo tiempo. La base va quedando atrás.

Belén recuerda otros vuelos no tan tranquilos, otros vuelos con las puertas desmontadas. Otros vuelos con los artilleros vigilando el terreno a su paso, otros vuelos con el aire ardiente aullando dentro del helicóptero. Pero aquello ya es un lejano pasado. Ahora tiene otras cosas en que pensar.


Lo primero que le viene a la mente es justo lo último que le ha pasado. La llamada de Luis.

Me sorprendió que él me llamase a menos de dos horas de volar. Todavía más me sorprendió el contenido de la conversación.

  • Dime Luis.- Empezó a rememorar la llamada

  • Hola. Mira te llamo para despedirme. Espero que este mes te sea llevadero.

  • Gracias Luis. - Tengo que reconocer que estuve muy seca. Nuestros últimos encuentro no fueron una fiesta precisamente.

  • Verás, también quería disculparme por mi comportamiento. No era mi intención ¿Sabes?

  • No importa Luis. Está todo bien. - intentaba interrumpirle, pero no lo conseguía.

  • No, es que estos días he estado pensando mucho en todo. En todo lo nuestro. Y yo...

  • Luis, no es momento... déjalo. Ya hablaremos

  • Verás Belén... tengo que decírtelo... Yo sigo... Y cuando te vi con él... Por eso te pregunté, aunque sé que no tengo derecho - Sé que le interrumpí. No quería que siguiera hablando de una forma tan dubitativa, él no era así. Además no quería oír lo que me parecía iba a decir. No en ese momento.

  • Luis. Para. Por favor no sigas. Te prometo que hablamos cuando vuelva. Mira te iba a decir más adelante que cuando regrese, tengo una semana libre, me gustaría pasarla con Luis en Tarifa o cerca. En la playa. Si quieres, cuando vuelva con él a Madrid, hablamos todo lo que quieras.

  • ¿Una semana cuando vuelvas?

  • Sí. Una semana. La tengo libre. Lo metes en el Talgo y yo lo recojo en Algeciras.

  • Es que mandar a Luis hasta allí solo. No me gusta la idea Belén. - Por lo menos se había centrado en otra cosa y volvía a ser él. Aunque me estuviera poniendo pegas.

  • Le pondrán a alguien para que lo acompañe y lo vigile, Luis. Ahora no es problema que un niño viaje solo. - Insistí

  • No sé. Me parece que no, Belén. Mejor pasas esa semana en Madrid, puedes quedarte en casa. - Solo lo pensé un instante. Si quería quedarme por el sur era para poder pensar en todo lo que había pasado. La capital no era el mejor sitio para conseguir eso.

  • No. No me apetece pasar una semana allí, mucho menos en tu casa – No sé por qué le dije eso. Aún no lo sé. Pero sin darme cuenta ya lo había dicho – También podrías venir tú con él. Total, porque pierdan de vista al ingeniero jefe una semana, no se va a caer el mundo. - Me arrepentí aún antes de terminar de decirlo. Al otro lado se hizo un silencio largo y ominoso, hasta que al fin volví a oír su voz.

  • Bueno... Tal vez así, sí.- Si me sorprendió haberlo propuesto más me sorprendió que él dejara una puerta entreabierta a aceptarlo. - Así también tendremos más tiempo para hablar.

  • Bueno. Intentaré hacer los arreglos necesarios. ¿Sí? Te llamaré cuando esté por regresar. ¿Vale? Tengo que colgar, nos están llamando ya. - Le mentí. En mi cabeza estaba dando vueltas a como arreglar aquel desaguisado.

  • Un beso Belén. - Me dije ¿Cómo?

  • Sí. Adiós Luis.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué en aquel momento? ¿Por qué no podía haber dicho algo parecido, el lunes pasado? ¿Por qué no el domingo? ¿Por qué?


Allá abajo, la tierra desaparecía sustituida por el azul del mar. Una superficie brillante bajo el sol que se extiende a su alrededor.

Belén se retrotrae al lunes anterior. A aquel maldito lunes que fue la continuación de aquel horrible domingo. Recuerdo como, al llegar al hotel, llamé a Ricardo, para decirle que no iría a la cita que tenía con él y Marisa. Que necesitaba estar sola. Que necesitaba imperiosamente estar sola. Ricardo lo aceptó, pero noté su contrariedad. De todas maneras no podía pensar mucho en su estado de ánimo al respecto.

Era verdad que necesitaba estar sola después de ver llorar a Luis. No dejaba de pensar que había bastado un día para hacerle otra vez daño. Solo unas horas, unas preguntas, y le había vuelto a dañar.

Me costó horrores conciliar el sueño. Un sueño intranquilo, cargado de demonios. Un sueño del que me desperté varias veces agitada y sudorosa.

Madrid me recibió, al salir, con una mañana soleada. Me era indiferente. Fui hacia la casa de Luis con la sensación de que me pesaba toneladas todo el cuerpo. Pensar en enfrentarme a él, tras lo sucedido el día anterior, me hacía temer ese encuentro.

Esperé delante del portal, no llamé por el telefonillo, ni le hice una perdida. Solo esperé

Finalmente aparecieron ambos, padre e hijo. Él, serio, adusto, callado, huraño, hurtando la mirada. Apenas extendió la mano, dándome la mochila escolar de Luis. Yo tampoco fui capaz de decir nada, ni siquiera buenos días. Recogí la mochila, tomé la mano de mi hijo y nos fuimos hacia el colegio. Dos desconocidos tropezando en la acera se hubieran dicho más. Después de dar tres pasos volví la cabeza. Ya no estaba, Luis ya no estaba mirándonos, con las manos en los bolsillos, como los otros días.

Después de dejar a Luis en el colegio me fui al Retiro. Necesitaba sentirme aislada. En una plazoleta próxima a la entrada me senté. Me sentía agotada.

Pero no todo iba a ser tranquilidad en aquel lugar.

Primero la llamada del hospital diciéndome que me incorporara el miércoles. Que estaba previsto el transporte, para el domingo, desde Sevilla. Empece a planificar mi regreso para el día siguiente. Así podría ver un poco más a mi hijo. Viajar, después de dejar a Luis en su casa después del cole. Estaba cerrando el billete de regreso, cuando la mensajería me empezó a sonar. Terminé de confirmar el viaje para mirar luego los mensajes..

Eran de Ricardo. Cuando abrí el primero me dio un ligero apretón en el vientre.

“Me acaban de comunicar que estás admitida en El Cigarral. Espero que estés contenta.

Firma contratos en Plaza Pablo Ruiz Picasso. Torre Picasso. Planta 32. CONSEC Ltd. Pregunta por D. Iñígo Asunción. Están avisados y te darán preferencia. Él te dirá fecha y condiciones de ingreso en El Cigarral”

“Ya sabes que, por tu nueva situación, no podemos vernos más. Solo en el Cigarral. Siento que haya sido tan poco tiempo.”

Tuve que releer tres veces los mensajes. Tenía la boca absolutamente seca. Cada segundo me sentía más abatida. “¿Solo eso? ¿Dos mensajes? ¿Nada más? ¿Solo dos mensajes y se acabó?”

  • Bueno - terminé pensando.- Es lo que yo quería, es lo que voy a tener. - Dejé de pensar en los mensajes. - “Luego pensaré en todo. Con más calma. Con mucha más calma.” -

Me negué a hundirme en los pensamientos que me podían producir ambos mensajes.

  • “Todo se me ha juntado. Todo para hacerme 'feliz' muy 'feliz'.”- Nunca he sido más sardónica en mi vida.

CONSEC Ltd.

Son unas oficinas funcionales. Sobre todo muy funcionales. Copiadas de otras oficinas funcionales.

En su recepción di mi nombre, que quería tener una cita con ese Iñígo Asunción. Me pidieron que me sentara un momento y que me informarían.

La verdad es que, apenas había ojeado ligeramente una revista de arquitectura que no me interesaba lo más mínimo, cuando una joven me pidió que la siguiera.

Iñígo Asunción me recordó algo a Ricardo. Traje impecable. Bien cuidado. Tal vez un aspecto más tosco. Aunque puede ser por su barba hipster. Mirada escrutadora e inteligente. Sonrisa profesional. Una edad indeterminada entre los 40 y 50. Algo mayor que Ricardo.

  • Por favor... Dra. Suárez. - Me señaló el asiento frente a su mesa. - Como ambos sabemos a qué se debe su visita, seré breve. - Dijo mirando su reloj – Tengo una reunión en quince minutos. - Tomó una carpetilla y me la extendió.

  • Son los dos contratos, más el documento de confidencialidad. ¿Estamos de acuerdo? - Apenas asentí. - Por favor, léalo con detenimiento.

Me tomé mi tiempo en leer ambos documentos. Se ajustaban a lo negociado con Ricardo. Tomé el bolígrafo que me ofrecía, firmé los marginales y al pie de los documentos.

  • Bueno, me han dicho que también me dirá cuando y como... - Le dije, dejando los documentos y el bolígrafo sobre la mesa.

  • Sí. Cierto. Bien, la presentación podemos hacerla en dos semanas.

  • No puede ser. No estaré disponible en un mes, a partir del domingo. Un mes.

  • Comprendo, comprendo. ¿Un mes? Demasiado tiempo. Podríamos adelantarlo a este fin de semana. ¿Viernes o sábado? - Creo que palidecí algo. No esperaba que fuera antes de irme, pero asentí.

  • Mejor el viernes. El sábado tengo que viajar a Sevilla.

  • Bien. Un momento. - llamó por teléfono a alguien, por la conversación, para confirmar la fecha.- Todo conforme. Este viernes. Tal vez es un poco ajustado, pero lo haremos. Eso sí, tendrá que compartir la presentación con dos más. Dos empleadas más. - asentí. Que me importaba que hubiera dos o quinientas.

  • El viernes, sobre las diez de la noche, pasará un coche a buscarle. No se preocupe ni por vestuario ni por maquillaje. De eso nos encargaremos en El Cigarral. ¿Dónde estará alojada?

  • En El Madroño, si puedo.

  • Apunte mi móvil, por si acaso no es así. - Lo guardé como contacto.

  • Bien. Entonces... Así quedamos. ¡Ah! Por cierto, una cosa que se me olvidaba. Un socio ha hecho una reserva, sobre usted, para su uso exclusivo.- Me quedé de piedra. Palidecí. Estoy segura.

  • Eso no puede ser.

  • Sí, claro que sí. Figura en el contrato. Uno de los socios la ha reservado. Le apetece una novedad.

  • ¿Quién es?

  • No lo puedo decir. El viernes se enterará.

  • Pero ¿Si es alguien que no quiero?

  • Bueno. En el contrato figura que si no acepta los requerimientos de un socio, en los tres primeros meses, el contrato es nulo. Lo ha firmado. De todas maneras, él puede rechazarle al conocerla. Una cosa son vídeos y fotos y otra la realidad. ¿No?

  • ¿Qué vídeos?

  • El de su entrevista.

Enrojecí, me hirvió la sangre. Estaba furiosa. ¿Cómo Ricardo había permitido que alguien viera...? - Me levanté, dispuesta a abandonar todo allí mismo.

  • Entonces, hasta el viernes, Mabi.

  • Hasta el viernes. - Sé que balbuceé insegura. Solo el nombre y ya no tuve fuerzas para abandonar.

  • Un momento. Se me olvidaba – Me tendió un sobre marrón – Son las fotos que le hicieron en el reconocimiento médico y un DVD, con el vídeo de su entrevista. Le aseguro que son las únicas copias. El resto carece de importancia, ya que no afectan a su intimidad.

Me despedí con un gracias.


Salí furiosa. Excitada y furiosa. No lo voy a negar, también excitada. En ese momento solo tuve tiempo para mandar un mensaje corto a Ricardo. Un mensaje hiriente, por lo menos intenté que lo fuera.

“He firmado el contrato. Ya sé todo. Así que seré la puta de otro socio?. Nunca hubiera pensado que me hicieras esto. Ojalá el viernes estés allí para ver como me entrego a él. Porque lo haré. Sea quien sea. Adiós para siempre.”

Hubiera querido ser más sarcástica, más hiriente, más yo qué sé. Pero en ese momento no se me ocurría que más ponerle.

Llegué justo a tiempo para recoger a Luis. Antes de marcharnos, le pregunté quien era el abusón. Él me señalo a un chico que estaba al lado de su madre. Me acerqué.

  • Perdona bonita – Le dije a su madre con mi mejor tono de “te voy a dar por el culo” – ¿Tú eres la mamá de esta ricura? - Ella, la muy zorra, me miró despectivamente antes de asentir. Se ve que no quería dirigirme la palabra. Para mí, mejor.

  • Verás, bonita. Mi Luis me ha dicho que tu engendro va en plan matón con los chicos de su clase y que ha pegado a alguno para quitarles cosas. - Me aproximé tanto a ella que casi nos rozamos las caras – Como mi hijo me vuelva a decir que le amenaza o que intenta pegarle o simplemente que le ha mirado. Vendré y te reventaré esa cara tan pija que tienes. - Algo debió de ver en mi mirada o en el tono de mi voz que palideció. Tal vez fuera simplemente que se dio cuenta de que no era amenaza. Era una realidad.

Sin más, cogí de la mano a Luis y nos fuimos andando hacia casa. Miraba de reojo a mi hijo que me miraba embobado. Al parecer le había impresionado mucho eso de verme tan amenazante.

Antes de llegar al portal hice una perdida a su padre. No tuve que esperar ni un minuto.

Luis salió sin mirarme. Yo sí. Le miré directamente. Ya no estaba para más historias. Había llegado a mi límite. Él no me habló, yo menos. Hice como él por la mañana, extendí el brazo para que él cogiera la mochila escolar. Me acuclillé al lado de Luis y le di dos besos en las mejillas.

  • Bueno Luis. Esta tarde no puedo venir, porque tengo que ir a hacer unas compras. ¿Sabes?. - Vi como asentía – Mañana será el último día que puedo llevarte al cole, porque tengo que irme por la tarde a volver a trabajar. - Me dio pena ver su cara de decepción – A cambio el sábado estaré contigo todo el día... ¿Sí? - Me sonrió

  • El sábado estaremos en la sierra – Oí a Luis. Me giré, al mirarlo apartó la vista.

  • ¿Oyes mi niño? El sábado a las nueve estaré aquí para recogerte. A las nueve en punto.- Mi Luis asentía mirandome a los ojos – Si alguien tiene que cambiar sus planes ya tarda en hacerlo. - le di un último beso.

Me incorporé alisando la falda. “Mierda”. Ni me había dado cuenta de que, desde que Ricardo me había dicho que no le gustaban los pantalones, ya solo llevaba esa falda. Ni miré a Luis. Solo me aparté dándole la espalda y me fui.

Antes de llegar al hotel Luis me había llamado dos veces; de una, en el metro, ni me enteré, la otra simplemente le colgué. No estaba de humor. Ya no. Tenía varios mensajes, pero tampoco los miré.

Al llegar al hotel advertí que dejaría, al día siguiente, la suite y que me reservaran otra habitación para las noches del viernes y sábado. Comí sola en el mismo hotel. Aproveché el famoso servicio de habitaciones sin cargo. Y lo hice en la terraza de la suite.

Aún tomaba el café, después de comer, cuando llamó Ricardo. Dejé el teléfono sonando sobre la mesa. Con unas ganas inmensas de cogerlo, pero no lo hice.

Después de tumbarme un rato, decidí llenar la bañera, en contra de mi costumbre, para sumergirme en el agua caliente y quedarme allí, flotando, hasta que el agua se templó.

Salí a la terraza envuelta en albornoz. Me encanta ese grueso albornoz tan cálido. Me senté, cogí un cigarrillo y me lo fumé lentamente. Mirando como pasaban las horas y empezaba a atardecer. Estaba, en esa hora incierta entre la tarde y la noche, aún sentada en la terraza cuando golpearon la puerta.

Flui a abrir. No me hizo falta entreabrir la puerta. Sabía quien era. Estaba segura. Simplemente abrí. Ni pidió permiso, ni habló. Solo entró en la suite. Cerré tras él. Se había dado la vuelta, me miraba.

  • Te esperaba

  • ¿Por eso no me has cogido la llamada? ¿Por qué me esperabas?

  • No. - negué con la cabeza – Te esperaba porque sabía que vendrías.

Solo me acerqué un paso hacia él. Él hizo el resto cogiéndome de la cintura, atrayéndome hasta su pecho.

  • No puedes. Me lo has dicho. - Le dije mirándole a los ojos. Me asombré de mi propia voz por lo tranquila y segura que sonaba

  • Aún no es viernes – Me dijo, con esa voz suya que me subyugaba. Sus manos me soltaron el cinto del albornoz

  • Siempre me pillas medio desnuda – Conseguí susurrar.

  • Te quiero desnuda siempre – Me iba retirando el albornoz y yo notaba como se deslizaba sobre mi piel.

  • Ya no puedes querer nada. Ya no – No me salía más que un hilo de voz mientras me suplicaba, a mi misma, no venirme abajo.

  • Aún no es viernes – me susurró mientras me alzaba entre sus brazos, como si no pesara nada. Me llevó al dormitorio, como si fuera una novia, llevada por su reciente marido, entrando en su casa. Me aferré a su cuello. Me aferré como si me fuera la vida en ello. Porque la vida, en ese momento, me iba en ello

Me depositó sobre la cama con una suavidad extrema. Tuve que aflojar el abrazo, vi como se apartaba de mí. Busqué su mirada. Antes de que se apartara más atrapé su corbata, tiré de ella. Se quedó quieto. La fui aflojando despacio, hasta que salió del nudo, dejándola caer, convertida en una serpiente azul que se retorcía, sobre mi pecho. Le saqué de los hombros la chaqueta. Él ayudó, quitandosela, mientras ya desabotonaba yo la camisa. Sentía los dedos poco hábiles mientras soltaba aquellos pequeños botones. Tiré de la camisa, sacándosela del pantalón. La saqué de sus hombros, dejando que él la dejara caer. Mis manos ya habían bajado a su cintura, soltando el cinturón. El maldito botón se resistía, pero al fin salió de su ojal. Luego baje la bragueta, sintiendo en mis dedos cada diente que separaba. Metí las manos por sus caderas, arrastré las dos prendas, pantalón y bóxer, por debajo de sus nalgas.

Estaba febril. Me encontraba ardiendo. Todo mi cuerpo me quemaba. Y todo ese calor tenía su origen entre mis muslos que pedía a gritos por él.

Mientras él se terminaba de quitar los pantalones y el bóxer, yo levantaba las caderas y me bajaba de tirón las bragas. Me retorcí para quitármelas. Quedaron colgadas de mi tobillo izquierdo que sacudí, ya nerviosa, hasta que se desprendieron.

Lo atraje hacia mí. Entre mis piernas abiertas. Aún no estaba encima mio y ya mi pie lo rodeaba.

Tenía tanto miedo de que se apartara. Tanto, tanto miedo. Busque entre nuestros cuerpos hasta encontrarlo. Duro, grueso, caliente, tan caliente que sentía que me podía quemar la mano. Lo llevé hasta mí. Hasta notar como su punta rozaba entre mis labios que lo recibieron, provocandome un suspiro. Ahí la solté. Dejándola besada por esos labios tan ocultos. Besando su punta con cariño, con deseo.

Con las manos rodeé sus caderas para atrapar sus nalgas, aún me parece sentir en los dedos la suavidad de su piel. Clavé las uñas pidiendo, exigiendo, necesitando. Lamí mis labios, susurré

  • Sí – Solo eso. Apenas un sí. Nada menos que un sí. Me encantó su sonrisa. Me devoró su sonrisa. Me asesinó el brillo de sus ojos. Solo gemí un poco cuando sentí como me iba abriendo, con esa lentitud que me abrumaba.

Se paró. A medias se paró. Me tuve que volver a lamer los labios. Sabía lo que quería de mí. Lo sabía. Lo sabía y se lo di. Se lo di porque lo sentía. Se lo di porque él sabía que yo lo sentía.

  • Sí te quiero – balbuceé, antes de ahogarme, antes de asfixiarme, antes de estallar en mi cabeza las sensaciones de ser tomada entera. Abierta hasta mi útero. Llena, plenamente llena. No llegó a retirarse cuando le repetí

  • Sí te quiero... Sí te quiero... Sí... Sí te quiero... Sítequiero sítequiero sitequierositequierotequiero tequiero tequiero...

Golpe a golpe... Embestida a embestida... Tomando mi cuerpo, al ritmo que se lo decía. Intenso. Completo. Pero al mismo tiempo suave... Delicado... Haciéndome sentir cada milímetro de su verga... Una vez... y otra y otra... Empujando mi cervix cada vez. Haciéndome sentir que estaba allí y que estaba siendo suya. Tanto como yo sabía que estaba siendo mio. Porque no era viernes, porque aún podía ser porque aún no... Aún no era viernes.

Querría recordar que nos corrimos juntos, pero me mentiría. Primero me vine estrepitosamente yo, anegando mi vagina, comprimiendo aquella maravillosa verga que me poseía, sintiendo como la estrujaba, hasta hacerle gruñir, como la ordeñaba, pidiéndole lo que mi cuerpo necesitaba que le diera. Temblaba, mientras clavaba las uñas en sus nalgas, exigiéndole que no se moviera, exigiéndole que se quedara allí dentro.

Me relajé un instante y él aprovechó. Entonces sí embistió con fuerza. Con mucha fuerza. Con muchísima fuerza. Sacudiendo todo mi cuerpo cada vez. Haciéndome gritar. Cada vez. Cada vez más fuerte. Y ya no fui yo la que inundo mi vagina. Fue él. Fue él mientras su verga se sacudía dentro de mí y su lengua arrasaba mi boca.

Me sentía muerta. Con él jadeando sobre mi cuerpo. Me sentía una muerta que no quería que se apartara de mí. Tirité cuando me susurró aquello.

  • Te quiero – Asi, bajito, sin estridencias. Un solo te quiero que lleno mi alma. Que me hizo volver a la taquicardia. Que me hizo sentir feliz y al mismo tiempo desgraciada

  • Solo hasta el viernes – susurré. - Solo hasta el viernes.

Solo salimos de la cama cuando amanecía. Detrás dejamos una cama deshecha, más que deshecha destruida. No sería capaz de recordar cuantas veces lo hicimos. Ni de cuantas formas ni lo que nos dijimos. No sé cuantas veces lo arañe ni las veces que tiro de mi pelo o mordió mis pechos. No lo sé. Ni sé cuantas veces le grité que me follara, ni las que me llamo puta. No lo sé. Pero sé que le di todo lo que me pidió y que me dio todo lo que necesité. Que lo quise cada segundo de cada minuto de cada hora, porque aún no era viernes.

Después de ducharme, mientras él aún estaba en la ducha, me miré en el espejo, comprobando el itinerario que había marcado en mi cuerpo. Sintiendo esa molestia sorda entre mis nalgas. Viendo como cada parte tenía un recuerdo de él.

Tomamos el desayuno, desnudos ambos, sin dejar de tocarnos, como si necesitáramos hacerlo para asegurarnos que estábamos los dos allí. No sé si él lo necesitaría. Pero yo sí. Yo lo necesitaba.

Nos vestimos y me llevo en coche a casa... A casa de Luis. Ya desde la esquina vi que estaba esperando con mi hijo en el portal. Ricardo detuvo el auto frente a la puerta. Iba a darle un beso, pero él ya se había apeado y estaba dando la vuelta al coche. Me abrió la puerta para apearme yo

Sabía que estaba Luis. Era consciente que Luis estaba allí mirando. Por eso lo hice. Por eso y porque lo deseaba. Me abracé al cuello de Ricardo y lo besé. Mi lengua rozó sus labios antes de que llegaran los míos a tocárselos. Sentir sus manos en mi talle, apretándome contra él, fue la mejor sensación. Mientras mi lengua recorría su boca.

Me separé jadeante, me sabía roja de excitación. Pase un dedo por su corbata y le susurré

  • Porque aún no es viernes. Te quiero. - Me sonrió con un deje de tristeza.

  • Adiós Belén. Iré a verte.

  • No lo hagas. Porfi...

  • Tengo que ir. Me dolerá, pero tengo que ir. - Asentí. Me dio otro beso suave. Cerró la puerta, dio la vuelta al coche y arrancó.

Giré lentamente para enfrentarme a Luis y a mi hijo. Luis separó la vista de mí. No me dijo nada. No había nada que decir. Eso había querido yo y eso había sido. Ya se había acabado. No le haría más daño. Lo que había visto le haría pasar página. Aunque me doliera. Aunque me partiera. Eso es lo que tenía que pasar y ya había pasado.

Me acerqué, en silencio, cogí la bolsa de su mano. Ni siquiera la levantó.

  • Vamos Luis, al cole.- Mi hijo se soltó de su padre, me dio la mano que apreté con fuerza. Empezamos a andar en dirección al colegio. Por primera vez no me volví. No es que no quisiera. Es que no podía. No debía. No lo hice.

Luis, curioso, me pregunto por qué había besado a Ricardo.

  • Porque es mi amigo, ya lo sabes

  • Ese no es un beso de amigo, mamá, ese es beso de novio, que yo lo sé – me hizo reír

  • ¿Cómo sabes que es un beso de novio?

  • Porque es como el de las pelis y también como el que le da ella a papá cuando se va

  • ¿La amiga de tu papá?

  • Eso

  • ¿Ves? Son besos de amigos – Por dentro estaba rumiando lo del beso de la amiga.

Llegamos al cole. Le di dos besos y nos despedimos agitando la mano.

Vi a la madre del abusón. La miré de reojo. Fue bastante para que se mostrara nerviosa.


  • ¿Marisa? ¿Puedes dejar al ogro una hora y tomarte un café conmigo? Estoy abajo. - su risa me encantó.

  • En diez minutos bajo. El ogro no está.

  • Perfecto.

Fue más de una hora hablando. Bastante más. Eso sí, no soltó prenda si sabía algo del viernes. Creo que al final hablé yo más que ella. Sabe sonsacarte. Poco a poco la conversación fue derivando a mi vida, a todo lo que me ocupaba y preocupaba. A Ricardo. A ella y a mí. A los tres, los pocos días que fuimos tres.

  • Lo malo de conocerte, Belén, es que no se te puede odiar. Sin conocerte te odié con todas las fuerzas, viendo como ya pusiste a Ricardo el primer día. Luego no sé por qué, tal vez porque él me dijera que no te quería en su vida... pues te dije donde encontrarlo, porque estaba claro que se mentía. Después, en nuestra casa te odié mucho más. Muchísimo más. Viéndote ahí arrobada entre los brazos de él. Viendo como lo mirabas. Como te entregabas. Pero luego, en la cama, cuando me cogiste y entrelazaste mis dedos y me miraste, supe que ya no podría odiarte. Veía en tus ojos que sentías lo mismo que yo. Que absorbías lo que sentía. Que me acompañabas. Ya no fue solo una palabra decirte hermana. Sentí que lo eras. Sigo sintiéndolo.

Sorbió con calma un poco de su café. Sus palabras me habían emocionado. Porque no sabía por qué, tan claro como ella, pero me sentía igual con ella. Me sentía su hermana.

  • Además, tienes un hijo maravilloso – Sonrió. Me hizo sonreír recordarlo

  • Os lleváis muy bien – Ella asintió

  • Es difícil no llevarse bien con un niño así. Vaya ocurrencias tiene. Seguro que a su padre le vuelve loco.

  • Ricardo dice que quiere robarle la novia. - Se rio como si cantara

  • ¿Eso te dijo? Que suerte. Yo no sé que sea su novia. - Las dos reímos

  • Marisa. Ayer pasamos la noche juntos. - Me miró intensamente

  • Lo sé. - Sonrió – Me dijo que iría a despedirse de ti.

  • No solo se despidió, Marisa.

  • ¿No? - sonrió más ampliamente. - Esa fue su manera de despedirse, Belén. Seguro que no te importó que durara tanto la... Despedida. - ¿Qué podía hacer? Me sonrojé. Noté como los colores me subían a la cara solo en pensar en como había sido la despedida y ella se rio encantada.

Nos despedimos en la puerta del edificio con dos besos muy cariñosos

  • Marisa... Para mí ha sido muy corto... Demasiado corto... - ella me sonrió

  • Para mí también Belén, para mí también. Pero quien sabe. Puede haber otros momentos. - Yo asentía sabiendo que ya no sería posible a partir del viernes – De todas formas, pase lo que pase, seguirás siendo mi hermana para siempre.

  • Tú la mía, también. Para siempre.


En la puerta del colegio, mientras esperaba que saliera Luis, me asaltó una cincuentona con gafas.

  • Perdone. ¿Usted es la madre de Luis? - simplemente asentí mirándola de arriba a abajo.

  • Me han dicho que usted ha amenazado a la madre de un alumno. Soy la jefa de estudios.

  • Yo nunca amenazo. Aseguro lo que va a ocurrir, si pasa lo que no espero que pase. - Le dije lo más fríamente que pude. - Que, por cierto, ya que usted me molesta sin venir a cuento, hago extensiva a la jefa de estudios y a la maestra de mi hijo. ¿Me ha entendido?

  • ¿Cómo dice? - Tenía una cara mezcla de sorpresa y espanto que me encantó.

  • Digo que, como me entere de que algún compañero intenta abusar de mi hijo, le pega o algo similar. En cuanto me entere y pueda, me presentaré aquí. Les arrancaré la piel a tiras a su profesora, que tiene que vigilar que eso no pase. A la jefa de estudios, que tiene que vigilar que la profesora cumpla con su trabajo. Y a la madre del chico, que tiene que educarlo. Yo de usted se lo diría a las interesadas, porque lo de arrancar la piel a tiras, no es metafórico. ¿Capisci? - La pobre mujer balbuceaba.

Los niños empezaron a salir corriendo del colegio, me desentendí de la pobre mujer. Caminando hacia casa se me ocurrió.

  • Luis, ¿Te apetece esa pizza del otro día? - Luis pegó un bote, diciendo que sí. - Nos paramos en una esquina. Saqué el teléfono y mandé un mensaje.

“Luis y yo comemos juntos. Lo llevaré a las cuatro a tu casa”- Me contestó al instante

“No puede ser. Él tiene que comer y descansar luego”- Ni siquiera me mosqueó.

“He dicho que comemos juntos. Estará a las cuatro.” - Sé que lo leyó, pero ya no me dijo más.

A las cuatro en punto estábamos llegando al portal cuando salió Luis. Me paré allí, como a cinco o seis metros de donde estaba su padre. Me acuclillé, le di dos besos y le recordé que el sábado pasábamos todo el día juntos. Le puse la mochila, riendo por las caras que ponía, Lo giré y le pegué una palmada en el trasero. Él salió corriendo hacia su padre. A medio camino se paró y se giró

  • Adiós mamá, hasta el sábado – Le sonreí y agité la mano porque no podía hablar. En cuanto vi que se aferraba a la mano de su padre me di media vuelta y me marché.

Pasar el miércoles y el jueves fue un suplicio. Sobre todo porque no hacía más que pensar en el viernes.

De todas formas preparar todo el equipo y uniformes para mi marcha me ocupó prácticamente los dos días. Al final todo quedo embutido en un petate y una bolsa de mano. “Menos mal que no llevo ropa de paisano” pensé. Intentaría ir lo más cómoda posible porque esa ropa tenía que durar hasta llegar a Sevilla. Dudé entre unos vaqueros o una falda. Al final, resoplé y guardé la falda. Terminé con vaqueros, un jersey holgado y zapatillas deportivas. Me puse un chaquetón ligero y el bolso en bandolera. Arrastré el petate y el bolso al rellano y cerré aquella parte de mi vida por un mes.

Cuando me senté en el AVE, fui consciente de que ya estaba viviendo el día en cuestión. “Al fin es viernes” me dije y me sumí en imaginar lo que me podía esperar unas cuantas horas después, mientras el tren se deslizaba a más de doscientos kilómetros por hora.


La primera sorpresa del día no se produjo en El Cigarral sino en el hotel. Al llegar a recepción me dieron, sin siquiera esperar a que me identificara, la llave de plástico. Al mirarla se me abrieron los ojos, S602

  • Perdone. Yo no he pedido esa suite. Hay una confusión, seguro.

  • No, Sra Suárez. No hay confusión. Usted tiene asignada esa suite por tiempo indeterminado.

  • ¿Cómo por tiempo indeterminado?

  • Sí señora, es usted huésped permanente.

  • Pero... Yo no he pedido nada de eso...

  • Si quiere, mañana puede hablar con el director, señora.

  • Bueno, mañana, sí. Yo no puedo pagar esto.

  • La suite ya está pagada.

  • ¿Qué? - Yo estaba alucinando

La recepcionista había hecho un gesto a un botones.

  • Si no tiene inconveniente, el servicio de habitaciones le subirá unos canapés y bebida, por si usted no ha comido todavía.

Siguiendo al botones pensaba para mí que para comer estaba. Tenía el estómago cerrado.

La verdad es que, entrar en la suite, me hizo ilusión. Di un par de pasos, hasta la puerta del dormitorio. Sé que enrojecí mirando la cama perfectamente hecha. El botones dejó el petate y la bolsa sobre un banco porta equipaje.

  • ¿Necesita algo más señora?

  • No, no. Espera que te doy una propina.

  • No señora. No podemos aceptar propinas. Muchas gracias de todas maneras, señora.

Me dije. Hasta que vengan... me da tiempo. Me desnudé, tirando la ropa sobre la cama. Fui al baño solo con las zapatillas. Al abrir la puerta, buscando el albornoz, observé que el estante del lavabo estaba lleno de productos de belleza. Mierda, mi colonia pensé asombrada al verla en el estante. También era casualidad. Es probablemente uno de los pocos caprichos que me sigo dando. El Allure Sensual de Chanel. Verlo en el estante y coger el tarro y llevármelo a la nariz fue uno. Me enamora ese aroma. Me siento distinta cuando me envuelve. Dejé el tarro sin ponerme. Estaba entero y no era plan pagar los ciento y pico euros que costaba. Me metí en el albornoz y abrí los grifos de la bañera. Deje correr el agua bastante caliente.

Mientras se llenaba la bañera, volví a recoger la ropa que había dejado tirada por ahí. Abrí el armario y se me cayó la ropa de las manos. El armario no estaba vacío. De las perchas colgaban tres vestidos, uno azul, otro negro y otro rojo fuego. Varias faldas y varias blusas.

Estaba claro que los de recepción se habían confundido. Llamé

  • ¿Hola? Oiga... Estoy en la suite 602. Ha habido una confusión. La suite está ocupada por alguien.

  • ¿Por qué dice eso señora?

  • Porque el armario está lleno de ropa.

  • Un momento por favor. - pasaron como un par de minutos.- ¿Sra. Suárez?

  • Verá. Me dicen que subieron sus paquetes esta mañana. Sentimos sí, al distribuir la ropa hicimos mal. El compañero pensó que era mejor sacarla de las bolsas, antes de que se arrugara.

  • ¿Mis paquetes?

  • Sí, señora. Los trajeron a su nombre sobre las diez de la mañana.- Colgué casi sin dar las gracias.

Observé la ropa suspendida en sus perchas. Volví a acercarme al armario como flotando. Descolgué el vestido rojo para ver la etiqueta, colgando del hombro del vestido. Los revisé todos. Todo era ropa nueva.

Abrí los cajones. Medias de varios tonos desde carne a negro. Dos ligueros. Varios conjuntos de lencería. Desde un body que, solo verlo, me parecía simplemente arrobador hasta uno de micro tanga y más micro sujetador. Encima de todo había una cajita, como de palmo por palmo, cerrada. Pegado a la tapa un posit que ponía “no abrir.”

¿Qué se hace cuando se encuentra una caja que pone no abrir? Pues la abrí. Me quedé pálida. Es más, me tuve que sentar. Su maldita letra, la hubiera reconocido aunque solo hubiera puesto la rubrica. “Ponía no abrir. Desobediente. Espero que compense el que te rompí” Debajo del tarjetón un conjunto de tanga de hilo y sujetador, tan transparentes que parecía que no existieran, de un precioso color verde.

Desde donde estaba vi cuatro pares de zapatos, con varias alturas de tacón. Ni quise probármelos. Sabía que serian de mi medida.

Intenté enfadarme con él. Lo intenté varias veces. Pero no pude. Todo lo que veía me encantaba. Me encantaba muchísimo. Me encantaba muchísimo más porque venía de él.

Me incorporé. Seguía sin conseguir enfadarme y seguía encantada. Eso me ponía de los nervios. De muchos nervios. Me fui a mi zarrapastroso chaquetón y cogí la cajetilla y el mechero. Entonces llamó el servicio de habitaciones. Aquello no eran unos canapés. Aquello era un ágape, acompañándolo una cubitera con una botella de vino blanco, “semi dulce seguro” pensé y acerté.

Primero el largo baño y luego relajarme en el sofá, con una música suave y una copa de vino, picoteando aquí y allá, me permitió ir pasando las horas. A las ocho llamaron preguntando si quería cenar en la suite. Me recomendaron ensalada tibia, un poco de langosta thermidor y de postre un carpaccio de piña. Acepté todo lo que me recomendaron.

Me sirvió en la suite un camarero. Estaba magnífico todo. Pensé que aquello parecía la última cena de un condenado a muerte. Cuando se llevó el servicio me dispuse a arreglarme. Apenas nada. Según me había dicho Iñígo, tanto del vestuario como del maquillaje, se encargaban en El Cigarral. Aun así me arreglé. Primero una crema hidratante, repartida lentamente por todo mi cuerpo. En el estante encontré una crema para dejar la piel perfecta, sin poros, que me apliqué en la cara. La verdad es que dejaba la piel de una tersura asombrosa. No necesito maquillaje, me gusta el color de mi piel. Solo un poco de sombra de ojos ocre y me pinté los labios, con cuidado, de un rojo muy suave. Las uñas siempre me han gustado así, naturales.

Delante del armario dudé. Ya no iba a ir con vaqueros y jersey. Al final escogí el vestido negro. Bastante clásico. Con algo más de escote por la espalda que en el pecho.

Me lo puse un instante, solo para comprobar que me sentaba como un guante. Después de quitármelo, separé con cuidado la etiqueta. Se me escapó un fuerte taco cuando vi el precio.

Estuve tentada de estrenar el conjunto verde, pero pensé que no era ni el momento ni... la persona. Lo sustituí por un conjunto negro de braga tanga alta y un balconet precioso. Hasta la copa se ha sabido, mascullé para mí cuando me lo puse. Enfundé mis piernas en unas medias negras de tono muy poco oscuro, comprobando que la costura seguía, perfectamente rectilínea, la cara posterior de piernas y muslos. Unos zapatos de tacón medio. Ya entonces sí, me puse el vestido. Pensé que iba a pasar un poco de frío, pero me di cuenta de que, lo que suponía una manta sobre un estante del armario, en realidad era un abrigo capa burdeos. La extendí sobre la cama y me encantó.

Sonó en ese momento el teléfono. Recepción me advertía que un vehículo me estaba esperando en la entrada. Les rogué que le dijeran al chófer que en diez minutos estaba.

Entré en el baño y cogí el frasco de colonia. No tuve dudas por estrenarlo. Solo me dejé envolver por su fragancia.

Me puse el abrigo y el bolso, que desentonaba con el conjunto, pero no tenía otro. Respiré profundo un par de veces y bajé a recepción.


Hasta llegar al Cigarral no hablamos ninguno de los dos. El chófer atento a la conducción y yo perdida en mis pensamientos. Sabiendo que aquella noche rompía tanto con Luis como con Ricardo. En el caso de Luis, era lo mejor. Para él era lo mejor, ya no le haría más daño. Incluso para mí iba a ser algo que me apartaría totalmente de Luis o eso quería creer, aunque lo siguiera amando. Casi me dolía más romper con Ricardo, no porque lo quisiera más, pero había sido tan poco tiempo. Sentía que lo necesitaba aún, que demonios, que lo quería. Pero me había prometido a mí misma que iba a seguir adelante con aquello. Que lo que tuviera que ser, sería. Y no pensaba apartarme de esa senda. Ya no.

El auto se detuvo en la parte trasera del edificio. Me guiaron por el 'backstage' de El Cigarral, donde todo era menos mundano, menos fetichista, menos todo. Era la zona de los trabajadores. En un cuartito encontré a Iñígo. Me sonrió casi profesionalmente.

  • Está muy bella Sra. Suárez.- se lo agradecí con un gesto apenas – Bueno, todo va según lo previsto. A partir de aquí eres ya Mabi. Para ti yo soy Vladelet, ese es mi nombre aquí. ¿Entiendes?

  • Sí, Vladelet.

  • Bien, ahora llamo a la encargada de vestuario y al maquillador para terminar de prepararte. Antes de entrar te darán la máscara. Yo estaré contigo, te introduciré en el salón. Solo sigue mis indicaciones procurando no estar nerviosa.

  • No estoy nerviosa. - Le dije, comprobando para mí que efectivamente no lo estaba.

  • Perfecto. Algunas veces ocurre que se pierde el control en esos momentos y, desgraciadamente, se rompe el contrato en ese mismo instante. Un momento. - Se inclinó y pulsó el interfono. - Marga ¿puedes venir?

Pasamos unos pocos minutos en silencio. Yo, con la mirada fija en la pared, y él, recorriendome de arriba abajo con los ojos. Se abrió la puerta, dando paso a una mujer de mediana edad.

  • Esta es Mabi, Marga.- me señaló Vladelet.- Como te he dicho, Marga es la encargada del vestuario. Acude a ella si algo no va bien en cuanto al tuyo. - Ambas nos saludamos con una inclinación de cabeza - ¿Está todo listo, Marga? - ella asintió – Bien, Mabi, ve con ella, al vestuario acudirá Miguel para maquillarte.

Me fui tras ella por el pasillo interior. Subimos al piso superior a una especie de almacén y vestuario.

  • Bueno. A ver. Aquí está tu vestuario. - Me dijo, señalando un grupo de prendas que estaban dobladas sobre un banco de trabajo. - Un poco rebuscado para la primera vez. Pero es lo que me han pedido. Si quieres puedes conservar tus medias. Los zapatos tendremos que cambiarlos por otros con un poco más de tacón. - Solo asentí. - Puedes cambiarte detrás del biombo. Hay una taquilla de combinación con tu nombre, puedes guardar todas las cosas allí. Cuando hayas terminado, te enseño como cambiar la combinación. -

Me puso todas las prendas en las manos. Pasé detrás del biombo. Una silla y una percha era todo el 'vestuario'. Busqué la taquilla, metí bolso y abrigo. Miré alrededor, al ver que no había nadie, me desprendí del vestido allí mismo. Total ¿Quién no iba a verme? Lo colgué. Volví tras el biombo para quitarme el sujetador y las bragas, que quedaron colgados de mis dedos. Me encogí de hombros y volví, desnuda a excepción de las medias, a la taquilla dejando las prendas dentro.

Desnuda contemplé mi nuevo vestuario. La primera prenda era un tanga que, sin ser de hilo, sabía que se perdería entre mis nalgas, negro con unas listas transparentes de color, oblicuas que cruzaban sobre el monte de venus. Me lo fui poniendo despacio. Lo ajusté en lo alto de mis caderas, sentí como la tira se iba hundiendo entre mis nalgas, como había supuesto.

  • Falta el sujetador – dije, mirando sin encontrarlo

  • No falta. No hay – me contestó, desde el otro lado del biombo. Me mordí el labio. Respiré hondo.

Las medias las deseché. Prefería las mías. Además tuve el impulso de querer llevar algo de él. El trozo de cuero negro era muy suave y muy flexible. Al extenderlo, ver los corchetes y cintas, entendí que era un corsé. Me lo puse, pero no se ajustaba bien al pecho. Tuve que bajarlo hasta que mis pezones quedaron por encima de su borde. No me había dado cuenta de que no tenía copa. Fui cerrando los corchetes uno a uno, pero aun así no me quedaba bien, holgado por un lado estrecho e incómodo por otro.

  • Esto no me queda bien. Está mal

  • Un momento, voy. - Pasó a mi lado del biombo - Date la vuelta. - Me dijo, dejando algo sobre la silla. - Me giré. Aún tiró más del corsé hacia abajo, dejando todos los pechos al descubierto, rodeados por las formas del corsé bajo ellos. Me cubría, por la espalda, desde debajo de los omóplatos hasta debajo de los riñones, por delante desde debajo de los pechos hasta la forma de punta inferior que parecía una flecha marcando el monte de Venus. Empezó a tirar de las cintas haciendo que sintiera como la piel del corsé se pegaba a la mía, hasta parecer una con ella. Me hacía resoplar cada tirón que me daba, pero, al terminar, no me impedía para nada respirar.

  • Date la vuelta, anda. - Me dijo, mientras recogía lo que había dejado en la silla. Al hacerlo me medio sonrió irónica – El sujetador – mientras movía entre sus dedos lo que había cogido. Despacio me fue poniendo unas pezoneras adhesivas con silicona. - Siéntate y miramos que zapatos. 37 y medio ¿No? - Asentí. Volvió con tres pares de zapatos con unos tacones vertiginosos. Uno con plataforma lo rechacé. Otro abierto me encantó, pero no para llevar medias. Así que fue un zapato clásico negro acharolado, con unos tacones de al menos de diez centímetros. Cuando me incorporé, noté la tensión de mis gemelos y muslos para mantener la vertical. - Esto es todo. A ver si vienen a pintarte.

Pasamos al lado del banco, me senté ante un tocador con espejo. Me miraba y me veía muy deseable. Pero que muy deseable.

No tardo mucho en llegar el maquillador, refunfuñando porque le había llevado mucho tiempo atender a las otras dos.

  • A ver. ¿Qué te gusta? - Me encogí de hombros, mientras empezaba a desmaquillarme

  • Nada exagerado, por favor. - Se detuvo mirandome

  • Hombre, por fin alguien normal que no quiere parecer un Picasso.

El tal Miguel sabía lo que se hacía. Aplicó sombra de ojos oscura, realzandolos muchísimo. Pintó los labios en un rojo suave, igual que las uñas. Poco más necesitó hacer.

  • Lista. Ha sido rápido. ¿Te gusta? - Asentí. Me gustaba. Era yo misma.

  • Bueno – dijo Marga – Justo a tiempo. Habrá que irse ya. Toma – Me extendió unos mitones, del mismo tafilete negro del corsé. - eso complementará todo.

Me llevaron por el pasillo, hasta la puerta de acceso al salón de empleados. ¿Estaba nerviosa? No, estaba expectante. Nada más. Estaba deseando saber que pasaría. Allí estaban las otras dos, junto a Vladelet y otro empleado del staff que llevaba, en las manos, las máscaras ajedrezadas en plata y rojo de los empleados sexuales.

  • Bueno, a ver, el orden... primero tú, luego tú – dijo señalando a las otras para terminar señalándome a mí – por último tú. Es algo más largo y terminaremos con eso.

Me tendieron una máscara y me la puse. Las otras dos hicieron lo mismo. Vladelet ya la tenía puesta. Abrió la puerta y le dijo a la primera – Adelante – la chica salió con paso inseguro.

Desde la puerta vimos toda la presentación. La otra no hacía más que mascullar palabras según pasaban las cosas. La chica que presentaban, hubo un momento que se le doblaron las rodillas y casi cae al suelo

  • ¡Coño! ¿Qué le ha pasado?- Balbuceó mi acompañante

  • Se ha corrido – Dije yo, haciendo que volviera la cara y me mirara

  • ¿Eso ha sido? ¿Se ha corrido? ¿Delante de todos se ha corrido? – Asentí. La chica bajó del estrado, se la llevaron hacia otra puerta de servicio, ya como empleada admitida.

  • Te toca. - Le dije, viendo a Vladelet venir hacia nuestra puerta – Disfruta corriéndote. - Ella me miró con los ojos muy abiertos.

Los vi partir hacia el estado. Ella un poco indecisa, mientras Vladelet la llevaba agarrada por el brazo. No duró mucho. A ella no se le doblaron las rodillas, ella se puso casi de puntillas, arqueó su espalda acompañado de un grito de liberación.

Ahora era yo. “Me toca” pensé. Mientras Vladelet venía a recogerme. Empujé la puerta de cristal y salí a su encuentro. Se quedó parado un poco sorprendido. Igual que a las otras, me cogió del brazo para conducirme. Me clavé en el suelo. Entonces sí me miro sorprendido. Le miré a los ojos, luego a su mano y de nuevo a sus ojos. Me soltó. Como si de repente mi piel le hubiera quemado.

  • ¿Vamos? - Le pregunté, sorprendida por lo sensual que salió mi voz. Él asintió. Mis primeros pasos, cortos al principio, se convirtieron en amplios, cruzando las piernas. Haciendo que mis caderas bascularan y mi cintura cimbreara, provocando un ligero balanceo de mis pechos. Los hombros atrás, los brazos moviéndose al ritmo de mis pasos. La cabeza levantada, mirando a los ojos de cada uno que me miraba. Los miraba retadora. Yo no era cualquiera. Yo era Mabi.

Me fijé en el grupo que esperaba, pegado al estrado. Luego, uno a uno, miré a sus ojos, mientras me acercaba. Me sentía el centro de su universo. Yo era el centro de su universo. Y pensaba seguir siéndolo mucho, mucho tiempo.

Subí los dos escalones del estrado y me coloqué entre los dos pilares bajos que había en el centro. Como me había dicho Vladelet, puse las manos sobre ellos. Bien erguida separé los pies, hasta que casi rozar la base de los pilarillos. Esperé mirando al frente, estaba tranquila, relajada. Era yo. La única chispa de temor, que anidaba en mí, era por no saber quién, de todos ellos, sería. Si lo hubiera sabido ni siquiera esa chispa existiría, aunque fuera el mierdecilla de Dominó.

Fui mirando a todos los que me observaban, mientras Vladalet me iba presentando, apenas oí que me nombraba como Mabi. Todo iba bien hasta que encontré sus ojos. Allí estaba, Erre mirandome, apartado tras la última fila del grupo. No quise mirarlo, volví la mirada al frente.

Vladalet había terminado de presentarme. Ahora tocaba que yo me presentara. Se puso a mi espalda, soltó los lazos que mantenían tenso el corsé. Sentí como el tafilete se iba aflojando, separándose de mi piel. Él pasó las manos sobre mi estómago, atrapando con sus dedos el corsé y, con un gesto estudiado, hizo que se desprendieran todos los corchetes. Dejó caer al suelo la prenda, delante de mí. Apenas me estremecí un poco. Tal vez se me aceleró un poco el pulso y se me secó la boca. Algo inevitable cuando la adrenalina empieza a correr por tu cuerpo.

Subió la mano y tiró desprendiendo la pezonera derecha. Luego hizo lo mismo con la izquierda. Dejando mis pechos totalmente descubiertos ante los presentes. Para terminar solo atrapó ambos lados del tanga, de mis caderas, las bajó de un tirón, hasta debajo de las rodillas. Yo misma junté los pies y moví las piernas hasta que cayeron a mis tobillos y luego saqué los pies para volverme a poner con los pies separados. Allí me tenían todos desnuda. Una hembra desnuda.

  • Tenéis tres minutos si quieres saber como se siente su piel. - dijo, con voz potente. Tres minutos estuvieron tocándome. Toques suave. Toques intensos. Toques por todo el cuerpo. Nadie me tocó el sexo, ni los pezones, ni los labios. El resto fue tocado en toda su extensión

Vladalet se aproximó a mi espalda, al finalizar los tres minutos. Pasó su brazo izquierdo cubriéndome el pecho, con su mano izquierda apoyada en el pecho derecho. Su mano derecha se fue deslizando desde mi cadera hacia mi ingle.

  • Relájate y disfrútalo, así será más corto – Me susurró en el oído al mismo tiempo que sus dedos empezaban a jugar con los labios de mi vulva.

Me mordí el labio. No me resistí. ¿Para qué? Sentía como la excitación crecía lentamente dentro de mí. No con esa necesidad imperiosa que sientes cuando estas con alguien que quieres. Era la excitación física, natural ante el roce en aquellas partes del cuerpo que deben ser rozadas para que crezca. Me iba creciendo igual que aquel día que usaron una cucharilla de café, pero sin aquella intensidad. Mis caderas se empezaban a mover, a cimbrear suavemente. Sin embargo, cada vez que recordaba, la excitación no disminuía, pero sí se estabilizaba durante un tiempo, haciendo que estuviera más lejos de terminar.

Él me dijo - Mírame.- Yo giré la cara para mirarle. Lo miré a los ojos. Solo estaba su mano derecha hurgando dentro de mí. Notando mi humedad. Rozando alrededor del clítoris, sintiendo mi respuesta. Me sonrió como diciendo sabes que lo conseguiré.

  • Mírame, mírame, mírame - seguía diciéndome. Tal vez solo él supiera lo excitada y mojada que estaba porque, al mirarle, me había dejado de mover. - ¿Tienes ganas de conocer a tu nuevo dueño? - No me sobresalté, pero sí me obligó a morderme el labio. - Cierra los ojos. Ciérralos. Mira el frente con los ojos cerrados – Obedecí. Se cebó en mi clítoris. Susurró - Ahora ábrelos y mira a tu dueño. - Los abrí y vi una máscara negra, encima del estrado, a menos de un metro de mí. Me vine, sin un ruido, sin un gemido. Pero me viene, sin un aspaviento, nada. Ambos lo supieron. Sé que ambos lo supieron. Solo ellos lo supieron, pero lo supieron. Vladalet me besó en la mejilla

  • Es hora. Pídele que te acepte. - Me dijo, poniéndome una mano en los riñones.

Di ese paso que nos separaba, aun sintiendo en mi vientre las sacudidas del orgasmo. Estudié su máscara tan negra. Los ojos allá en el fondo de ella. Era tan alto como yo o un poquito más.

No iba a faltar a lo que le había dicho a Ricardo, Se lo iba a pedir, fuera quien fuera. No me iba a retractar. Ahora tenía que hacerlo.

Tuve que respirar dos veces antes de levantar la mano derecha y rozar con la punta de los dedos su pecho. Apenas un roce. Ahora sí que tenía la boca seca. Hasta es posible que tuviera alguna lágrima en los ojos, pero estoy segura de que la mascara las ocultaba bien. Cerré los ojos, apoyé la palma en su pecho. No oía nada a mi alrededor, ni siquiera las respiraciones. No quise aclararme la garganta, aunque la sentía tan seca, tan seca que ni el aire me pasaba.

  • ¿Me quieres para ti? - No reconocí mi voz. ¿Cómo podía sonar así? Tan tranquila, tan sensual, casi tan deseosa de recibir un sí.

Sí, te quiero para mí, Mabi – Me gustó como sonó al decirlo. Me gustó mucho. Muchísimo.

  • Bueno, ya esta. - Dijo como contrapunto Vladalet – Tendrás que cambiarte de máscara. Ni lo miré. Solo miraba al hombre que, desde entonces, era mi dueño.

Fue él quien levantó una máscara con escaques plata y rojo con lineas que limitaban los escaques azul eléctrico, con unas plumas el mismo color azul que, saliendo de la frente, parecían formar un casquete que cubriría mi pelo al ponérmela.


Belén se desenganchó un instante de sus recuerdos. El cambio del batir de las palas del helicóptero indicaba que estaba virando para tomar. Lo vio. Allí estaba. Como un barco blanco de casco ocre de piedras y murallas antiguas, varado a nada de la costa. Allí estaba, resistiendo, desde el sigo XVII, los embates del mar embravecido y la fiereza de los hombres. Siempre, desde entonces, con una bandera, fuera la que fuera, que era de España, en lo más alto del lugar. El peñón de Alhucemas.


Me mordí el labio. Rocé su corbata de ese azul tan metálico. El color de sus propiedades más queridas. El color del vestido de Dama. El color de las transparencias de mi tanga. De los adornos y cintas del corsé.

Ni lo dudé. Me llevé la mano a la máscara que llevaba para quitármela y cambiarla por aquella.

  • Espera, no. - Me detuve mirándolo. - Solo se quitan la máscara aquí las personas que se entregan libremente. Por eso muestran su cara, para que todos sepan quien es y a quien se entrega. Coge la máscara. Te guiaran para que te puedas cambiar fuera. - Dudé un momento antes de cogerla de su mano. Pero no me moví. Miraba la máscara que me había dado.

  • No tengo por qué irme – me vi diciéndole a la máscara – No tengo por qué irme si... - levanté la mirada hasta sus ojos – Si Dama me ayuda a ponérmela

Casi me hizo reír ver la cabeza de Dama asomar tras la espalda de su dueño en la base del estrado. A ella la máscara no le ocultaban las lágrimas.

  • Sí. Te ayudaré, Mabi. Te ayudaré. - Subió los dos escalones que le separaban de mí, le di la máscara nueva. Libres mis manos, subieron a mi cabeza y me quité la que llevaba. Sacudí la cabeza, haciendo que mi pelo se balanceará hacia los lados, como liberándome de todo lo anterior, de absolutamente todo, oyendo un murmullo general, paseé la mirada por todos con la cara descubierta para que me vieran bien. Para que supieran quién era. Para que supieran que Erre era mi dueño.

Dama me puso la máscara. Me abrazó, me dio un beso en la mejilla y palmaditas en la espalda.

  • Que contenta estoy, hermana – me susurró. Luego me abrazó Erre.

  • No te odio. Pero eres odioso por hacérmelo pasar tan mal estos días – le susurré provocando su risa y la de Dama que lo oyó también.

Vladalet comentó – Bueno se acabó. Vamos, amigos, a tomar unas copas. Que se merecen. Creo que paga Erre. - provocando la carcajada general. - ahora Mabi, esa solo te sirve para hoy. Necesitarás otra a partir de ahora.

No. Esta me gusta. Es la que quiero.


El suboficial mecánico desbloqueó la puerta, la arrastró abriéndola.

  • Abajo – gritó por encima del ruido de la turbina.

  • Buen vuelo, Teniente – Gritó Belén, antes de saltar. El Piloto le sonrió y asintió.

Ella apoyó el pie en el estribo y saltó a tierra. Algo inclinada, se apartó del helicóptero. Se irguió a cierta distancia, mirando alrededor.

Estirándose se fijó en el mástil, donde la bandera ondeaba, mientras se ponía la boina.

En lo alto de aquel peñón se sintió libre.