Los Mundos de Belén 10 Del Paraiso al Purgatorio

A veces, tras un tropiezo, se desanda el camino recorrido

El coche entró en el garaje y se fue deslizando hasta quedar aparcado. Ricardo apagó el motor. Salió del coche, dando la vuelta, para abrir la puerta de Belén. Tendió su mano para que ella se apeara.

  • Quiero que conozcas un sitio -dijo Ricardo mientras la enlazaba por la cintura y la guiaba hacia la salida. Abordaron el ascensor hasta la última planta. Mientras subían, Ricardo la tenía delante de él, enlazada por la cintura. Ella puso las manos sobre las de él.

Luego la guio por el pasillo. Abrió la puerta y le cedió el paso. Entraron a un amplio recibidor.

  • Esta va a ser mi casa. - Dijo. - Todavía no está terminada de decorar. - Ella miraba preguntándose qué es lo que le faltaba por decorar. - Por aquí – La guio hacia el salón. Un salón tan grande que cabían dos apartamentos como el suyo dentro. Le señaló un sofá que había frente al ventanal que daba a la terraza.

  • Anda. Siéntate. Ponte cómoda. ¿Quieres tomar algo?. Refresco o algo más fuerte... No sé... tal vez un café – Belén se encogió de hombros

  • Lo que tú quieras – Mientras se sentaba en el centro del sofá. Ricardo se fue para aparecer, al cabo de unos minutos, con una bandejita y dos copas de vino blanco, que debía estar helado por la escarcha que empezaba a formarse en las copas.

  • Es semidulce. - Le sonrió, con aquella sonrisa que le parecía tan peligrosa – Como tú.

Se sentó a su lado derecho y le dio una de las copas cogiendo él la otra.

  • ¿Brindamos? - ella asintió. Acercó la copa hasta que ambas sonaron. Dieron un breve sorbo

  • Que rico – musitó Belén. Provocando la sonrisa de él.

  • Me encanta. Pero no hay que abusar. Se sube rápido a la cabeza. Una copa está bien.

  • Sí, me imagino que más lo vuelve peligroso.

  • Dime Belén. ¿Cómo te has sentido al encontrarte, esta mañana, con tu marido? - Ricardo había llevado el brazo izquierdo sobre el respaldo del sofá, su mano estaba a la altura de la cabeza de Belén. Ella dudó un poco.

  • No sé. Normal supongo – Se encogió de hombros. Notó los dedos jugando con su pelo cerca de su nuca. Lo miró de soslayo, pero dejó que siguiera acariciándola. Ni siquiera protestó por decir que era su marido.

Lo cierto es que deseaba recostarse sobre el pecho de Ricardo, pero no se atrevía. Deseaba sentirse igual de protegida que la noche anterior.

  • Me he sentido bien. - Empezó a hablarle sin que él se lo pidiera. - Pero al mismo tiempo asustada. Estaba allí cuando me di la vuelta. Pensé que... pensé que me había visto darte el beso. - Los dedos de Ricardo parecían llevarla hacia donde quería ir o era ella la que se iba inclinando y los dedos la seguían. - me dio vergüenza que me pudiera haber visto.

  • Pero no por el beso. Si no por la alegría que sentía. Por sentirme tan bien delante de él.- No la dejo que se apoyara en su hombro, sino que la fue guiando, hasta que reposó la cabeza sobre el muslo de Ricardo, de espaldas a él. Terminó subiendo los pies sobre el sofá. - Con todo lo que le hice, estar feliz ante él era casi insultarle. - Le encantaba sentir los dedos de Ricardo acariciándole la parte alta del cuello y la nuca. Ese contacto suave era tan agradable. La relajaba tanto.

  • Lo amas mucho ¿Verdad? - Ella asintió reconociéndolo. Se giró, hasta estar boca arriba, con la cabeza apoyada en el muslo de Ricardo. Mirándole a los ojos.

  • Sí. Mucho. Muchísimo. Ni me había dado cuenta de cuanto, Ricardo.- Se le arrasaban los ojos – Por eso tengo que evitarlo. ¿Sabes? Necesito evitarlo. No sabes el asco que sentí, cuando lo vi, al regresar. Todo en él me parecía nauseabundo. - Unas lágrimas se deslizaban desde sus ojos perdiéndose en sus sienes. - Lo ofendí tanto. No solo por el engaño. Si no por mi estúpida actuación intentando que no notara la desazón que me producía. Cómo si no me conociera. En cuanto intentamos hacer el amor todo se acabó, Ricardo. Todo. Esos ojos mirandome me persiguen.

  • ¿Ahora también sientes esa desazón? - Sus dedos pasaban suavemente por su mejilla acariciándola. Ella asintió.

  • Pero no es igual. Ahora cuando hablo por teléfono con él o lo veo, como estos días, la desazón es por no poder tocarlo. Por no poder decirle que lo sigo amando. No sé. Es una locura, Ricardo. Una locura – suspiró profundamente – Tengo que seguir viéndolo. Por Luis y sabiendo de él. - Su cara cambió. Un rictus de enfado asomo, contrayendo su entrecejo – Sale con alguien. Con una. Me lo ha dicho Luis. Seguro que se va con ella. - terminó en un susurró – Todo el fin de semana con... Ella.

Ricardo se daba cuenta de como el estado de Belén iba cambiando. Como poco a poco la alegría que sentía empezaba a trocarse en desesperanza. No iba a permitir que ella volviera a sentirse desdichada. Tenía que irse sobreponiendo y enfrentándose a la realidad de su vida con Luis truncada, de momento rota. Aunque él pensaba que, sí se sobreponía, dejaría de estar rota.

  • Mabi... – ella le miró. Sus ojos habían cambiado al llamarla así. Dejó de llorar. Le miraba atenta, esperando. Deseando oír más. Su cara se relajaba y suavizaba. Tal vez sintió un ligero temblor de ella. Tal vez.

  • Dime Erre – balbuceó, después de lamerse los labios, con la punta de su lengua

  • Quiero que estés bien. ¿Me oyes? - dijo mientras volvía a poner la mano izquierda en el respaldo del sofá. Ella asintió.

  • Quiero que pienses que todo se arreglara – Ella sonrió ligeramente, también asintió

  • Quiero que me muestres tu pecho derecho – Por un momento, ella, que miraba sus ojos, miró sus labios, como si quisiera confirmar lo que él había dicho, antes de volver a hundirse en su mirada.

Erre vio como aparecía aquella sonrisa tan morbosa en su cara, mientras no dudaba en desabotonar la blusa para él. Tres botones que permitieron, a Belén, separar la blusa lo suficiente, como para que él pudiera ver su pecho derecho, cubierto por el encaje de su sujetador.

Ella escudriñaba la mirada de él. Buscaba ese brillo especial que tenía cuando le miró, recién abierta por él, encima de la cama del hotel. Se lamió de nuevo los labios, metió la mano, para separar el tirante del sujetador hasta que se deslizó fuera del hombro. Bajó lentamente la copa, entregando a sus ojos el pecho desnudo. Entonces tembló, al ver ese brillo maravilloso reaparecer en sus ojos. “Dios, como me quiere. Como me desea” pensó, dejando que ese sentimiento la inundara.

Ricardo deslizó la mirada sobre ella, sabiendo que estaba mirándole. La posó en sus muslos. Escuchó un suspiro.

  • ¿Quieres? - La oyó balbucear. Asintió lentamente, sin quitar la mirada de sus muslos. Belén bajo las manos, subió las caderas para levantar la falda hasta que su borde estaba por encima de sus bragas. Él bajó la mano del respaldo del sofá, la deslizó por la cara interna de su muslo izquierdo. A medida que bajaba, las rodillas de ella se separaban entregándose.

Belén movía las caderas suavemente, anticipando la caricia que él estaba a punto de darle. Sentía la boca y garganta secas. Su corazón latía con fuerza sintiéndose envuelta por el mundo de Ricardo, por el mundo de Erre. Sintiendo su pertenencia, de una forma tan distinta, pero tan poderosa como jamás pensó que pudiera sentir.

  • Pon mi mano donde quieras tenerla – Acarició, la voz, su cerebro. La hizo jadear. Cerró los ojos un instante. Cogió su muñeca con la mano izquierda, separandola con dolor de la cara interna de su muslo, llevándola hacia sus bragas. Cuando ya los dedos rozaban la cinturilla, su otra mano levantó el frente de las bragas haciendo hueco. Con un siseo largo y contenido fue deslizando, la mano de Ricardo, hasta que su palma cubrió su vulva. Allí la dejó, retirándose, soltando las bragas para que encerraran, aquella mano, allí dentro. Aún puso su mano encima de la de Ricardo, sobre las bragas, presionó contra ella hasta producirle un gemido ahogado.

Levantó los ojos y él estaba mirándola. Mirando atentamente su boca y luego sus ojos. Intento sonreirle. Abrió la boca agónicamente porque, en ese momento, fue él quien presiono allá abajo. Se empezó a arquear, mientras un gemido pugnaba por salir de su garganta sin conseguirlo.

Ricardo aprovechó para, metiendo la mano bajo la cabeza, elevarla volviéndola hacia él. Inclinándose sobre ella, hasta que su boca rozó el pezón descubierto. Belén se abrazó a su cuello, liberándose del gemido, que sonó en toda la habitación, mientras los dientes de él trillaban suavemente el pezón inflamado. Cerró los ojos y dejó que todas las sensaciones la arrasaran.

Su cuerpo se retorcía y se balanceaba al ritmo que, las caricias de Ricardo, le marcaban. Dejándose llevar, cada vez más aislada, de todo lo demás, por la oscuridad de sus ojos cerrados. Solo sensible a su boca y a sus dedos. Resoplaba suavemente cada vez, que él, la hacía subir lentamente para luego dejarla ahí colgada unos segundos, luego relajarla un poco, para empezar de nuevo a aumentar su excitación.

Con un bufido de necesidad, porque la había dejado muy cerca esa vez, abrió los ojos con intención de protestar. Vio una figura femenina quieta tras el sofá mirándolos fijamente. Lanzó un grito asustado, se apartó de la boca de Ricardo al mismo tiempo que cerrabas los muslos e intentaba sacar la mano de las bragas. Intentó cubrirse el pecho con la blusa mientras Ricardo giraba la cabeza, pero impedía que ella se apartara más de él con la mano en su espalda.

  • Hola, Marisa – Ella no contestó. Seguía quieta mirando. - ¿Marisa?

  • Hola – Musitó, después de dudar un instante.

  • Acércate, mujer – Ella negó con la cabeza. Belén se sentía roja como un tomate. Avergonzada totalmente. Estaba claro que si Marisa había entrado en el piso, sin llamar, era porque tenía las llaves.

  • No. Mejor me voy a... A tumbar un poco. No me siento muy bien – dijo Marisa a media voz

  • Ven, acércate. - A pesar de la pugna de Belén, por sacar la mano de Ricardo de las bragas, él no se lo permitía.

  • Que no, Ricardo. Me voy a tumbar. - Belén veía los ojos de Marisa. La estaba odiando. “Si esos ojos desprendieran fuego, ahora mismo estaría carbonizada”. Lo sentía en todo su ser. “Me odia.”

  • He dicho que vengas, Dama.- Belén no supo quién se estremeció más, si ella o Marisa, por el tono de voz que usó Ricardo. Marisa vaciló un instante, pero al final se acercó al lado de Ricardo. - Quiero presentarte formalmente a...

  • Conozco bien a la Sra. Suárez – Cortó Marisa a Ricardo con un tono sarcástico. Él sonrió irónicamente

  • No quiero presentarte a la Dra. Suárez. Quiero presentarte a Mabi. - Belén seguía mirando avergonzada a Marisa. Vio como palidecía un poco pero se reponía.

  • Bueno. Pues hola, Mabi. ¿Puedo retirarme a descansar? Me duelen los tobillos.

  • No. Así no se saluda cuando conoces a alguien. ¿Quieres hacerlo bien?

Marisa cerro los ojos conteniéndose. Si hubiera podido hubiera arañado la cara de Belén. Hinchó los pulmones y los vació ruidosamente. Se inclinó, sobre ambos, depositó un beso en la mejilla de Belén, ante su asombro.

  • Bien venida, hermana – Susurró, con un tono que noqueó a Belén, porque en vez de parecer que la iba a matar sonó realmente cariñoso.

  • Gracias por la bien venida... – balbuceó apenas Belén, no muy segura de contestar bien.

Marisa, de nuevo incorporada, giró sobre sus pies y abandono el salón

  • Creo que me tengo que ir... Creo que sí... - balbuceaba Belén, aún avergonzada.

  • No. No te irás. No, hasta que yo te lo diga o sea la hora de ir a buscar a tu hijo. - Le dijo con voz firme - ¿Está claro Mabi? - ella asintió. Él la volvió a aproximar a su cara y la miró, levantando una ceja, esperando.

Belén gimió bajito, antes de abrir, de nuevo, la blusa para dejar que él volviera a ocuparse de su pezón. Sus dedos habían empezado a jugar de nuevo dentro de sus bragas.


Aún temblaba todo su cuerpo, aferrada a él, después de caer por aquel precipicio desde donde la había lanzado. Él la acunaba lentamente. Disfrutando de los temblores que le había provocado.

  • ¿Estás bien? - Ella asintió sonriendo. Apartada de sus pensamientos la presencia de Marisa.

Ricardo la fue incorporando, hasta que quedó sentada Se levantó del sofá y le tendió la mano ofreciendosela.

  • Vamos. - Ella se cogió a la mano dejándose llevar por el pasillo

Abrió una puerta, la franquearon. Belén se llevó la mano a la boca. Esperaba encontrarse una cama, pero no una cama ocupada. Marisa, vestida, estaba tumbada boca abajo. Se giró, bruscamente, para mirar quien entraba. Había estado llorando. Estaba más que claro que había llorado.

  • Vete, por favor – suplicó Marisa – Vete

Ricardo no le hizo caso. Ningún caso. Señaló un butacón a los pies de la cama

  • Siéntate ahí. - le dijo a Belén. - tengo que ocuparme de algo muy importante.

Belén cayó en el asiento con la cabeza dándole vueltas.

Ricardo se acercó a los pies de la cama. Despacio se quitó la camisa y luego se desprendió de los zapatos y el pantalón. Miraba a Marisa atentamente. Ella negaba lento con la cabeza mirándole a él.

Belén admiró las nalgas prietas de Ricardo cuando se desprendió del calzoncillo. Lo vio trepar sobre la cama. Marisa se removía sobre ella mientras seguía negando con la cabeza.

  • Por favor... Por favor, no sigas... Por favor... - susurraba Marisa, pero no le impidió meter la mano, bajo su vestido arrugado, para tirar de su tanga, hasta que colgó de sus dedos y lo arrojó al suelo. Belén tenía los ojos abiertos como platos, sintiendo su corazón bombear sin consideración ninguna. Ricardo se colocó entre las piernas de Marisa. Para Belén estaba claro que no solo se colocaba él, sino que además estaba colocando su pene en la entrada.

  • Dama... ¿A quién quiero sobre todas las cosas? – susurró Erre

  • ¿A mí? - balbuceó ella, temerosa, dudando.

  • ¿A quién? - resopló él

  • A mí... A mí... - Seguido de un fuerte gemido al ser penetrada. Se agarró a su cuello con todas las fuerzas, mientras Belén veía como Ricardo la iba amando lentamente. Disfrutando de su mujer. Disfrutando de su amor.

Ella quedó sobre la cama temblorosa. Con la vista perdida. Vagando por el mundo de placer que Ricardo le había regalado.

  • Mabi ven. - Belén saltó en el asiento. - Ven, he dicho. - Ella no quería interferir. Había sido tan bonito. Tanto que había tenido ganas de llorar. Se levantó y se puso a un lado de la cama, lo más próximo a ambos que podía.

Ricardo, paseaba las manos por los brazos de Marisa, se los fue subiendo hasta que los tuvo por encima de su cabeza. Marisa había abierto los ojos y lo miraba fijamente

  • Coge sus manos. Que no las mueva. Vamos, Mabi. - Obedeció. Mirando a los ojos a Marisa. Sintió los dedos abrirse. Entrelazó sus dedos con los de ella.

Belén vio la sacudida del cuerpo de ella, antes de que la cara reflejara sus sensaciones.. Abrió la boca asombrada, los ojos bien abiertos mirando a nada y se quejó. Pero no le dio tiempo a más. Embestida tras embestida Erre la poseía. La tomaba. Todos los músculos de ella tensos. Tiraba de sus manos atrapadas. Cada embestida un gemido, cada salida un jadeo. Todo su cuerpo se iba cubriendo de sudor mientras se retorcía, impedida de escapar atada por las manos de Belén, mientras su dueño la poseía. Belén, casi asustada, intentaba retener las manos, como podía, mientras pugnaban por liberarse.

Estalló sin más. Le pareció que bramaba de lo intensos que fueron sus gemidos. Belén vio como Erre caía sobre ella, jadeante, después de haberla llenado con su semen. Su cuerpo cubriéndola. Su cabeza depositada al lado de la de Dama mirándola y a ella también.

Belén soltó las manos de Marisa. Temblaba entera. Había sido... Había sido... sentía arder su cuerpo. Solo arder. Sin necesidad imperiosa, pero ardiendo.

Ricardo cuchicheaba en la oreja de Marisa. Haciendo que ella asintiera despacio con una media sonrisa encantada: Levantó la mirada a Belén.

  • Bésala. - le susurró. Belén se estremeció. Se inclinó con intención de besar la mejilla de Marisa. Pero, cuando estaba a punto de hacerlo, ella giró la cabeza ofreciendole los labios. Era tarde para que sus labios no se juntaran y se besaron con suavidad.

Se separó, ambas ruborizadas. Para Belén era la primera vez.

Ricardo había caído a un lado de Marisa y la miraba sonriendo.

Marisa se pegaba a él, de medio lado empujándose contra su cuerpo..

  • Bien, Belén. ¿Estás a gusto en mi mundo?

Belén los miro fijamente y asintió.


  • Será hora de ponerse en marcha – comentó Ricardo – no falta tanto para que tu hijo salga de la escuela. Marisa ¿Te duchas y nos acompañas?

Sí, sí, claro que sí. - Los dos fueron abandonando la cama. Ricardo dio un beso a Marisa para luego recuperar su ropa. Le dijo a Belén.

  • Si quieres acicalarte algo, la segunda puerta del pasillo de la derecha, es un baño.

Belén salió hacia el baño. Dentro se refrescó la cara. No es que estuviera mal, es que sentía un calor interno que no la abandonaba desde que vio haciendo el amor a Ricardo y Marisa. Un calor que la mantenía en tensión. Metió la cara en el lavabo, mientras se tiraba agua por la cara e incluso un poco por la nuca.

Cuando sintió unas manos en sus caderas se sobresaltó. Levantó la cabeza y vio a Ricardo a través del espejo. Mirándola directamente a los ojos. Sintió otra vez ese pellizco en el estómago que le producía siempre engancharse a su mirada.

Él no dijo nada. Solo subió su falda. Metió las manos, bajando sus bragas bajo las nalgas

  • Pero... pero – balbuceaba Belén mirándolo, desnudo, a través del espejo

  • SSShhhhh – le hacía callar.

Se mordió el labio. Sentía la mano de Ricardo sobre los riñones empujándola ligeramente hacia abajo con una presión constante no molesta. Ella jadeó al notar como pasaba la punta de su verga por sus labios comprimidos. Sin que lo pidiera separó los pies.

  • Pero... Marisa... ¿Marisa? - balbuceó. Él le sonrió en el espejo.

  • Sabe que está pasando esto. Pero no se atreve a verlo... aún. - Sintió como empujaba y gimió, sintiendo como se hacía espacio dentro de su vagina. Arañó la porcelana del lavabo y levantó la cara arqueándose.

Había entrado apenas la mitad cuando se retiró. Belén siseó. Y volvió. Solo la punta y algo más. Ahogándola y otra vez y otra y otra y otra. Belén cerrados los ojos resoplaba. Aquello la estaba matando. Ese roce algo más que en la entrada la estaba volviendo loca. Sacudía la cabeza. Los muslos te temblaban “Que me estás haciendo... que me estás haciendo” Cada entrada rozaba donde más le hacía sentir. No podía respirar, boqueaba como un pez fuera del agua. Sentía los calambrazos que le provocaba el roce dentro de ella y las palpitaciones de su clítoris. Empezaba a sentirse histérica por la tensión que le estaba provocando en el vientre.

Si hubiera podido mantenerse de pie se hubiera arrancado la ropa. Todo le sobraba. Todo su cuerpo ardía, mientras él seguía con ese ritmo infernal en la entrada de su vagina. Ahogó un grito fuerte. Empezó a estremecerse notando como el orgasmo subía desde su vientre y se expandía por todo el cuerpo. Sintiendo como su coño se licuaba alrededor de la verga.

Ricardo gruñó. Un gruñido animal. Y se hundió entero en ella. Empujando. Empujando fuerte. Como si quisiera meterse todo él dentro. Lo sintió correrse bien dentro. Bien en el fondo. Y volvió a empujarla al barranco del que estaba saliendo. Con todo el cuerpo tenso. Sintiendo como los músculos de su coño comprimían, ordeñaban, la verga que la poseía. Que la había tomado tan, tan profundamente.

Las piernas le fallaron. Ricardo la aguantó. Se inclinó sobre su espalda. Soltó sus caderas, cogiéndole del pelo la obligo a girar la cara hasta que pudo besarla.

  • ¿Sabes que te quiero? - Le susurró, jadeante todavía. Ella asintió antes de perderse en su boca.

  • ¿Sabes que yo también Erre? - Le balbuceó cuando él se desprendió, ahíto ya de sus labios.

Ricardo le acaricio la mejilla, fue saliendo de ella. Belén sintió como la leche se derramaba lentamente fuera de ella goteando.

Cuando tuvo fuerzas se subió las bragas. Tanto en el roce de la prenda, contra los muslos, como cuando se la ajustó notó donde había acabado el semen que salió de su vulva.


El coche se deslizaba por las calles de Madrid. Delante, junto a Ricardo, Marisa iba medio vuelta hablando con Belén. Ricardo apostillaba en alguna ocasión. Después de varios temas se habían puesto a charlar sobre El Cigarral y lo que Belén esperaba de aquel lugar.

  • Espero sentirme dominada. Ya no castigada. Tuve bastante con el último castigo. - él sonrió levemente – Quiero que sea un poco mi refugio y mi escudo, para no pensar en Luis. Para que me aparte del todo de él

  • No creo que lo consigas cielo – dijo Marisa. - Es tan difícil luchar contra lo que se siente.- alargó la mano y acarició la de Ricardo, sobre el volante. - Es casi imposible, cuando estás enamorada.

  • Pero yo creo que alguien que me obligue me ayudara. - apuntaba Belén

  • ¿Por qué crees eso? - preguntó Ricardo.

  • Porque estaré obligada a hacer la voluntad de alguien. Eso no me permitirá pensar en él.

  • Que confundida estas, Belén. - apostilló Ricardo. - En este mundo, las que domináis sois vosotras. No nosotros. Las que tenéis el control sois vosotras. Nosotros somo solo los ejecutores de vuestros deseos.

  • Vosotras marcáis los límites. Vosotras las que dicen que sí y que no. Incluso la parafernalia que nos rodea, es lo que vosotras deseáis. Lo que queréis encontraros. Nosotros, a lo más que aspiramos, es a rozar vuestros límites. Ver si se pueden ampliar, pero si no queréis simplemente cejamos en los intentos.

  • Sois vosotras las que domináis la relación.

  • Eso es un poco tonto – Dijo Belén – Hay dueños sin sumisas y sumisas sin dueño.

  • Muy pocos. Tal vez los inadaptados. Tu amigo, por ejemplo, es uno. Pero el resto no. Tú puedes vivir sin un dueño. Nosotros os necesitamos imperiosamente. Para haceros sentir como deseáis.

Belén se calló unos minutos rumiando lo que Ricardo había dicho.

  • Pero tú ahora nos tienes a Marisa y a mí.- Se sintió enrojecer reconociéndolo abiertamente

  • No lo niego... Si siguieras conmigo, tú dejarías de necesitarme un día. Recuperarías ese amor que has hecho que te abandone u otro distinto tan profundo como ese. Me seguirías queriendo, eso no cambia fácilmente, pero por ese amor te apartarás, aunque te duela. Me dolería apartarme de tí, porque no suelo querer a nadie. Marisa, sin embargo, siempre me necesitará porque me ama y sabe que yo la amo. Pero todo eso no ocurrirá, porque entrarás en El Cigarral, luego serás de todos, como quieres.

Belén se quedó callada hasta llegar ante el colegio. Por primera vez no quería ser de todos. No quería, pero no sabía como decirlo.

  • No creo que recupere nada Ricardo. No lo creo.

  • Veremos, que dijo un ciego – mientras el coche se detenía.

Belén se inclinó entre los asientos delanteros, besó en los labios a Ricardo. Después se volvió hacia Marisa, que la miraba, también le dio un beso suave en los labios.

  • Gracias hermana, por tratarme tan bien – le susurró a ella. Marisa le devolvió una sonrisa maravillosa.

  • Bueno... Pasad un buen fin de semana.

  • Igualmente Belén. Te llamo luego, para saber que tal va. Si necesitas algo me llamas o mejor... nos llamas -dijo Ricardo.

Se apeó del auto, dijo adiós con la mano y después de verlo alejarse esperó en la acera, sintiendo la viscosa humedad en sus bragas, a que los niños salieran del cole.


Entrar en el recibidor del edificio ya fue difícil para Belén. Mirar en su buzón donde solo figuraba el nombre de Luis también. Mientras subían en el ascensor sentía sus piernas flojas como si fueran de goma. Estaba sumamente callada. Apenas asentía un poco a lo que Luis parloteaba.

Había intentado retrasar el momento, proponiendo a Luis ir a comer unas hamburguesas y una coca cola. Pero ese chantaje no distrajo a su hijo, quería regresar pronto para ver sus dibus preferidos. Capituló ante él y fueron hacia la casa. “Es tan obstinado como su padre” pensaba.

Ante la puerta Belén rebuscaba en el bolso sin atinar a encontrar las llaves. Cuando las saco el llavero de plata colgaba y fijó su atención.

  • Mamá... Vamos... Abre – le urgía Luis.

Metió la llave en la puerta y abrió. Luis pegó un empujón a la puerta y entró corriendo. Ella se quedó bajo el dintel aspirando su olor. Ese olor indefinible que tienen las casas y que las identifica. Ese olor a su casa.

Terminó por entrar, volvió la puerta, cerrándola a su espalda. Se apoyó en ella intentando recuperarse de la sensación de estar dentro, después de tanto tiempo. Repasó, con la mirada, la entrada y el pasillo. Como siempre en penumbra. Dejando pasar la luz justa a través de las cortinas para dar un ambiente confortable.

  • Luis, ¿dónde estás? – dijo en voz alta.

  • Aquí mamá -le gritó – En mi cuarto. - Anduvo, con paso vacilante, hasta el cuarto de Luis.

El chico se estaba quitando las botas.

  • Deja que te ayude

  • No mamá, que ya soy grande. - Haciendo esfuerzos para que saliera la bota sin soltar los cordones. Cuando lo consiguió cayó de espaldas sobre la cama.

  • Bueno, ¿Entonces te cambias solo?

  • Sí mamá, siempre me cambio solo.

  • Bien, entonces yo también me cambio y hacemos la comida. ¿Vale? - El chico asintió concentrado en su otra bota.

Volvió por el pasillo, preguntándose donde estaría su bolsa. Entró en el salón buscándola por alguna esquina en el suelo. Levantó la mirada, se llevó las manos a la boca y se quedó sin respiración. Ante ella, frente a la puerta, una foto de un cuadro del Greco la miraba. La expulsión de los mercaderes del templo. Ante el cuadro, dos personas la miraban sonriendo. Ella misma, con su vestido de novia, y su marido Luis.

Sintió una congoja absoluta. Bajó las manos al pecho y recorrió todo el salón muy muy despacio con la mirada. Todo estaba igual. Todo. Hasta el mínimo detalle. Hasta el mínimo adorno. Todo estaba igual que el día que salió por la puerta de la casa. No se había deshecho de nada. Ni de un mueble, ni de un adorno, ni de un cuadro. Incluso la manta de cuadros escoceses, que él tanto odiaba, estaba doblada encima del sofá. Lo único fuera de lugar era su bolsa sobre la mesa de comedor.

Belén no se atrevía a entrar. Le costó lo indecible acercarse a la mesa. Al lado de su bolso, un folio con esa escritura tan regular que tan bien conocía. Todas las anotaciones agrupadas por secciones, numeradas. Incluso los contactos telefónicos que le había dejado estaban ordenados alfabéticamente. Belén pasó los dedos sobre la escritura pensando “Siempre tan meticuloso, tan ordenado. Justo lo contrario que yo. ¿Qué vería en mí?”

Luis entró corriendo en el salón, se tiró sobre el sofá al mismo tiempo que cogía el mando de la TV

  • Luis, por favor, ten cuidado. Te vas a hacer daño. - le corrigió con suavidad. Luis ni la escuchaba atento ya a los dibujos. Se encogió de hombros sonriendo. Tomó la bolsa, después de sacudir el pelo de su hijo, salió hacia su habitación. Se fue a la antigua de invitados. Tampoco había cambiado. Todo seguía igual. Dejó la bolsa sobre la cama y se fue desnudando despacio. Saco del bolso una camiseta larga negra que le llegaba a medio muslo y las zapatillas del hotel. Cogió unas bragas. Se asomó y cruzó, casi corriendo, al baño del pasillo. Se encerró.

Con un suspiro, se fue quitando las bragas que, pegajosas, se resistían a abandonar su ingle. Las tiró en el lavabo. Dejó correr el agua y se fue limpiando con la punta húmeda de la toalla. Después de secarse se colocó las bragas limpias. Inclinada sobre el lavabo, usando gel de baño, se puso a lavar las bragas sucias. Cuando quedó contenta de su aspecto, las retorció hasta que dejaron de gotear y las colgó del telefonillo de la ducha para que se secaran. Salió al pasillo secándose las manos en la camiseta.

  • Bueno Luis. Vamos a ver que podemos comer.

  • Pizza – gritó luis.

  • De eso nada. Te he ofrecido hamburguesa y no has querido. Ahora veremos que hay.

Fue a la cocina. Pasó un dedo sobre la encimera y sonrió. En eso tampoco había cambiado Luis. No era muy bueno limpiando la cocina. Abrió la nevera. “Por Dios ¿Posit también?” Varios recipientes herméticos se alineaban dentro de la nevera. Los posits ponían viernes, sábado, domingo. Meneó la cabeza sonriendo “Es que su alma de ingeniero no la puede obviar. Tiene que tener previstas todas las contingencias” Sacó los dos marcados como viernes. “Mmm judías verdes y carne en salsa.” Los calentó en el microondas. Apoyada en la encimera pensaba en Marisa. En como, de sentir que la odiaba, había cambiado a sentir como la apreciaba de verdad. “¿Qué le habrá dicho Ricardo?”. Hubo un instante que extendió la mano buscando el paquete de tabaco que solía tener en la esquina de la encimera. Sonrió ante su inútil gesto. Sirvió los platos colocó los cubiertos en la mesa de la cocina y se asomó para decir a Luis que fuera a comer.

Ambos comieron hablando. Belén llevaba la conversación hacia esa Andrea, amiga de su padre. Quería saber todos los detalles de ella. Luis le contaba todo, aunque se dispersaba rápidamente con otras cosas haciendo reír a su madre.

Cuando terminaron Luis volvió a la tele corriendo. Ella fue recogiendo todo. No pensó en meter nada en el lavavajillas. Fregó todo a mano. Como los primeros años, viviendo en aquel piso, hasta que se pudieron permitir comprar el electrodoméstico.

Se secó las manos y volvió al salón. Luis dormitaba en el sofá. Se acercó, lo cargó a duras penas en brazos para llevarlo a su dormitorio. Lo dejó sobre su cama, tras quitarle las zapatillas lo cubrió con la colcha.

Volvió deprisa hacia la cocina. Por un lado, porque le había entrado un antojo urgente de tomar un colacao caliente y por otro, porque le parecía que le perseguían fantasmas por aquel pasillo.

Armada ya, con un tazón humeante ante su pecho, empezó a recorrer despacio la casa. Entró en el estudio de Luis. Todo impecablemente ordenado. Su mesa de dibujo con una hoja de plano en la que debía estar trabajando. Una cosa había nueva. Había sustituido la pequeña pantalla del PC por una pantalla gigantesca. Otra vez sintió un escalofrió que la hizo suspirar. Sobre su mesa seguía el marco con una foto de los tres.

Luego por el otro cuarto de invitados. No necesito más que una ojeada para comprobar que estaba igual. Después, saltándose el baño y el cuarto de Luis, su trastero, como ella lo había llamado siempre, eso era y eso seguía siendo. Un cuarto revuelto. Con mil cosas. Mil libros desordenados. Mil revistas con más de un año de antigüedad. Sus lapices mordidos. Todo estaba igual. Todo. Hasta la foto de Luis a la que ella, un día de bromas, le había pintado bigotes.

Se detuvo un momento ante la puerta del dormitorio. La abrió despacio, casi con miedo. Enfrente de la puerta, al fondo del cuarto, la puerta del baño del dormitorio. A la izquierda la cama. “La cama”. Se acercó a ella, pasó la mano sobre el cobertor. Cerró los ojos sintendola en los dedos. Suspiró. Era su dormitorio. Todavía era su dormitorio. Todavía podía sentir a ambos allí juntos. Se le arrasaron los ojos. Se sentó, en su lado de la cama, para sollozar un poco. Levantó la cara, se estaba mirando como aquel aciago día. Se inclinó hacia delante y rozó el tablero de la cómoda. Sin saber muy bien por qué, tiró del cajón superior. Gimió. Toda la lencería que no se había llevado seguía allí. En un desorden tan típico de ella.

Se mordió el labio, sintiendo que su corazón galopaba en su pecho. Se incorporó, en dos pasos estaba ante el armario. Cerró los ojos, mientras abría sus amplias puertas. Entre muchas perchas vacías estaban aquellos vestidos que no quiso llevarse, porque le traían demasiados recuerdos. Incluido su vestido de novia dentro de una bolsa porta vestidos. Se ahogaba viéndolo. Sentía que sus ganas de llorar se hacían incontenibles, pero no sabía por qué. Tal vez porque todo seguía allí esperándola o porque todo estaba allí por el asco que le daba a Luis tocar algo que era suyo.

Fue mirando todos los que fueron sus cajones. En todos quedaba alguna prenda que no había querido llevarse. Como si esperaran que volviera para lucirlas. Fue al baño temblandole las manos. Algo se había olvidado cuando salió de aquella casa. Entró en el baño del dormitorio y tuvo que ahogar un quejido. Allí, al lado del espejo, los dos estantes que ella ocupaba seguían llenos de todas sus cosas. Sus colonias. Sus cremas. Sus cepillos. Hasta su cepillo de dientes. Todo. Absolutamente todo, porque con los nervios de marcharse, no había recogido nada de allí.

Temblando regresó al dormitorio. Se acercó a la cajonera de Luis. Encima había un pequeño arcón de cristal. Pero no había nada. Ni dentro del joyero, ni delante. Donde ella había dejado, al marcharse, sus dos anillos; el de pedida y su alianza. Se sintió algo defraudada porque esperaba encontrarlos. Igual que el resto de las cosas.

Iba a salir del cuarto cuando se dio cuenta de la arruga que tenía la cama, donde se había sentado. Se acercó para estirarla y que no se notara que ella había estado allí. Al darse la vuelta su mirada se fijó en su joyero de encima de la cómoda. Le tembló la mano cuando lo abrió. En el fondo del joyero vacío, reposando sobre el terciopelo granate, estaban ambos anillos esperándola. Cerró despacio la tapa, salió del cuarto casi de puntillas.

Después de pasar la tarde, cenar y acostar a Luis, tras leerle dos páginas de su cuento favorito, pudo sentarse en el salón. Estuvo horas sentada, en una esquina del sofá, cubierta por la manta escocesa, pensando. Imaginando en su cabeza mil posibilidades que siempre terminaban fatal. No encontraba ninguna opción para recobrar ese mundo que había perdido y que ahora estaba rozando por un par de días.


Sabado

Fue una locura. Un trajín para los dos. Salieron bien temprano y pasaron toda la mañana en el parque de atracciones de la Casa de Campo. Cuando Luis se cansó de las atracciones comieron, unos perritos en una caseta, con gran alegría por parte del chico. Después fueron al zoo. Media tarde la pasaron viendo los animales entre asustados o divertidos, según la especie. Los tigres asombraron a Luis. Quería uno.

Volvieron a media tarde, agotados. Luis bostezaba continuamente.

  • Vamos a hacer una cosa. Duermes un rato la siesta y yo también, lo necesito. Luego pedimos una pizza para cenar. ¿Hace el plan? - dijó Belén a un adormilado Luis que cabeceó asintiendo, mientras lo llevaba por el pasillo. Tuvo que desnudarle ya dormido. Sonrió mirando como dormía. Se inclinó y le besó el pelo.

En el dormitorio, ella también se desnudó, pero no le dio tiempo ni a ponerse la camiseta. Se dejó caer sobre la cama y se quedó dormida en bragas.

No hubo pizza. Ambos se despertaron para desayunar.


Domingo

Mientras desayunaban, recién duchados, le sonó el móvil. Era Ricardo.

  • Hola, Ricardo. ¿Qué tal?

  • Muy bien, pero soy Marisa.

  • ¡Ahhh! Hola, Marisa.

  • ¿Qué tal todo?

  • Bien, bien. Estoy muerta. Pero bien.

  • ¿Entonces? ¿Dejamos de preocuparnos? - Casi se emocionó, porque estaba convencida de que sí estaban preocupados.

-Bueno... Si pensáis en mis pies podéis seguir preocupados.- Ambas rieron.

  • ¿Qué planes tienes para hoy?

  • Pues no sé, chica. Estamos pensando en perdernos por el parque de la Warner, aunque a mí no me hace mucha gracia.

  • Dice Ricardo qué porque no os venís a montar a caballo con nosotros, comemos en el campo y os dejamos luego en casa. A lo mejor a Luis le gusta.

  • Espera... Espera que le pregunto.

Luis, cuando le dijo Belén que si quería montar a caballo, se puso a pegar saltos por toda la casa.

  • Oye Marisa. Que creo que sí.

-Vale, vale – Riéndose oyendo de fondo la algarabía que montaba el pequeño - Pues como en una hora estamos allí. Poneros vaqueros y zapatillas de deporte. Pero unos para tirar después.

  • Bien, estaremos abajo esperando. Adiós

  • Adiós hermana.

Belén tuvo que calmar a Luis mientras se vestían. La excitación del niño era inmensa. Cuando ya casi pasaba la hora bajaron a esperar a Ricardo y Marisa. Luis era un torbellino. Las preguntas sobre si era ese o ese otro coche no paraban. Belén se reía viendo lo excitado que estaba.

Un Ranger Rover oscuro, con las lunas tintadas, paró junto a ellos. En la ventanilla del acompañante apareció una sonriente Marisa

  • ¿Qué? ¿Nos vamos?

A Belén no le dio tiempo, Luis estaba abriendo la puerta trasera subiéndose al coche. Belén abordó el vehículo que arrancó.

  • Espero que el asiento ese de niño valga para Luis

  • Sí, sí, le vale. - Contesto Belén, ajustando el cinturón de seguridad - Saluda Luis. Estos son Marisa y Ricardo. Unos amigos de mamá.

Luis muy formal saludo a ambos, haciendo las delicias de Marisa, que no hacía más que decir lo bonito que era.

Tardaron como una hora en llegar al picadero. Luis pudo escoger entre tres ponis, cada cual más tranquilo que el otro, aunque él protestaba, porque quería un caballo grande. Los cuatro se adentraron por un camino de tierra que, después de bordear un pinar, se fue metiendo en él haciendo el paseo maravilloso.

Marisa, enamorada de Luis, iba delante hablando con el chico y riendo con sus ocurrencias. Entre otras que se llevaría su caballito a casa.

Detrás, Ricardo y Belén iban hablando de como estaba siendo para ella ese fin de semana. Belén le contaba lo impactada que había quedado al ver que toda la casa se mantenía igual que cuando ella se fue.

Ricardo cabeceaba lentamente escuchándola.

  • ¿Tú qué piensas, Ricardo? - La miró con una sonrisa.

  • Que tu hijo pretende robarme a mi novia. - Belén rio con la ocurrencia.

  • Pero qué tonto eres. Anda, dime que piensas.

  • Que todavía lo tienes. Eso pienso. No sé si lo tendrás mucho más tiempo. Pero ahora mismo, sigue siendo tuyo. Aunque él no quiera.- se encogió de hombros. - Los hombres somos así. Nos cuesta dejar de amar, incluso si nos traicionan.

Belén escuchaba en silencio.

  • ¿Qué me aconsejas?

  • ¿Consejos doy que para mí no tengo? - dijo Ricardo, riéndose. - No sé, Belén. Tal vez dejar que todo vaya fluyendo. Me parece que ambos tendéis a volver a estar cada vez más cercanos. Pero no sé. Esa mujer con la que sale...


Toda la mañana transcurrió maravillosamente. La comida también. Luis acaparó a Marisa y ella se dejó acaparar encantada. Ricardo la miraba, atendiendo al chico, con una sonrisilla encantada, mientras tenía la mano, entre las de ella, en el regazo de Belén. Ella disfrutaba de la estampa, sabiendo que Ricardo estaba viendo en Luis a su futuro hijo.

Llegaron a la casa otra vez derrengados. Luis ni siquiera preguntó. Fue arrastrando los pies a su cuarto, seguido por una Belén sonriente. Ella también estaba muerta. En su dormitorio se desnudó, quedándose de nuevo en bragas. Se metió en la cama, después de poner la alarma del móvil un par de horas antes de la llegada prevista de Luis y se durmió como una bendita.


Belén, boca abajo, se despertó de repente. Sentía frío. Al moverse, dormida, prácticamente había quedado desnuda sobre la cama. Tuvo la sensación de ser observada. Se giró y lo vio apoyado en la jamba de la puerta. Luis estaba observándola, con las manos en los bolsillos. Sintió que la boca se le secaba. “¿Tan tarde es?” Pensó. Sin ni siquiera ser consciente que estaba prácticamente desnuda ante él.

  • ¿Ya has vuelto? ¿Tan tarde es? - Balbuceó mirándolo. Luis se encogió de hombros sin dejar de mirarla.

  • No. Hemos... He regresado antes. - Belén fue consciente de su desnudez, sintió vergüenza, empezó a estirar de la sabana intentando cubrirse.

  • Bueno. Me visto enseguida y me iré.- Musitó esperando que él se fuera, pero él no se movía.

  • Ese hombre... El que te besó en el coche. ¿Es el de la revista? - Belén se estremeció. Asintió lentamente mientras conseguía que la punta de la sabana cubriera su pecho. “Dios. Lo sabía. Sabía que lo había visto”

  • Entonces se te pasó el enfado con él – Ella asintió.

  • Es complicado Luis. - Balbuceó de nuevo, casi para sí. - Es complicado

  • Todo suele ser complicado contigo, Belén. - No había enfado, ni irritación. Solo estaba haciendo constar un hecho que él sabía cierto. “Por favor, por favor no me hables así. Prefiero que estés enfadado, prefiero cualquier cosa”

  • ¿Estáis juntos? - Se encogió de hombros

  • Tenemos una relación... Especial. Pero él tiene pareja.

  • ¿Entonces es solo sexo? - Ella bajó la cabeza, mirando a la cama

  • No. Ya no hay solo sexo. Ya no más, desde que nos divorciamos, Luis. Ni una vez más.

  • Pero has tenido sexo con él.

Belén se estremeció. Pensó en mentirle. “Es fácil. Solo decirle no y ya está.” Cuando se dio cuenta ya estaba asintiendo con la cabeza. Se lamió los labios lentamente

  • Sí. Hemos tenido.

Luis se había apartado de la jamba, quedando en el centro del vano de la puerta.

  • ¿Le amas? - Ella le miró a los ojos “Justo tenías que usar esa palabra. ¿Justo esa?”

  • No. Luis. No le amo. Hace mucho que ya no me permito amar.- Susurró.

  • Bien. Es tu vida. Solo espero que no afecte a Luis. Eso no lo permitiré. Te espero en el salón. - Se fue.

Belén saltó de la cama y se vistió a toda prisa. Necesitaba, le urgía, salir de allí. No quería, no podía, soportar la frialdad de Luis hablándole. No podía. No podía. Si estaba un minuto más saltaría a su cuello para besarlo, para decirle que al único que había amado era a él. Tenía que huir. Tenía que huir del mundo de Luis.

Salió casi corriendo del dormitorio, después de hacer la cama. No entró en el salón. Se quedó en la puerta, enfrentada a su foto de boda.

  • Bueno. Ya estoy. Mejor me marcho ya - Luis estaba sentado en uno de los sillones, el mismo que ocupó aquel maldito día, mientras ella ocupaba el enfrentado, desde donde le contó todo lo que había pasado cavando su tumba.

  • No hace falta que te vayas así.

  • Si creo que sí. Es mejor.

  • ¿No vas a esperar a que Luis se levante?

  • Bueno. Mañana a las ocho lo recogeré. Ya... Ya hablaremos entonces.- Dudó un momento – Seguro que él estará encantado de contarte como ha disfrutado montando a caballo

  • ¿Sí? ¿Lo has llevado a montar a caballo? - Le dijo sorprendido. Ella asintió - ¿Cómo ha sido eso?

  • Hemos ido con unos amigos míos, que nos han invitado

  • ¿Unos amigos? ¿Qué amigos? - Belén comprendió que había cometido un error al hablar de amigos.

  • Sí, amigos míos, Marisa y Ricardo.- Musitó, esperando que él no hubiera leído la revista tanto como para acordarse del nombre.

  • ¿Ricardo? Comprendo. ¿El Ricardo del coche? - Belén cerró los ojos. Como no iba a relacionarlo todo. Como no.

  • Sí. Él – Se sentía abochornada. Sabía que su cara ardía

  • Bien Belén. Mañana a las ochos. Recuerda. - permanecía en el sillón mirándola. Ella asintió desde la puerta con la mirada perdida en la foto.

Se dio la vuelta hasta la puerta de salida. Se paró un instante recordando algo. Volvió sobre sus pasos. Vio a Luis, todavía en el sillón, inclinado hacia adelante con las manos en la cabeza, negando lentamente.

  • Yo.- Se interrumpió. Luis había levantado la cara para mirarla. No hubiera deseado en la vida verle así. No hubiera deseado en la vida verle llorar.

No sabía qué hacer. No sabía. Deseaba lanzarse a sus brazos. Consolarle. Pero no se veía capaz de hacerlo.

  • Las llaves... Me... Me llevaba las llaves – Atinó a decir nerviosisima, mostrándoselas – Yo... Yo... Las dejo aquí mismo... - Las puso, sobre el asiento de una silla próxima a la puerta – Bueno... Bueno... Sí... Bueno... Me voy... Me voy... Adiós Luis.

Dio la vuelta, corriendo abrió la puerta y salió de la casa. No quiso esperar al ascensor. Se precipitó por las escaleras, mientras sus ojos se empañaban por las lágrimas. En el principal no pudo más. Se acuclilló en el rellano, todo el dolor que sentía, toda la pena por él, afloró con un largo quejido. Empezó a sollozar con fuerza, su cuerpo sacudido por los sollozos.

Luis, viendo como se iba, la había seguido intentando detenerla. Al llegar al rellano oyó como ella bajaba por las escaleras. Se quedó agarrado a la barandilla oyendo sus rápidos pasos bajándolas. Escuchó como se detenía y el largo quejido que ella lanzó, antes de empezar a sollozar.

Luis lentamente se fue hacia el piso y cerró la puerta sin hacer ningún ruido.