Los Misterios del Vaticano (5) y ultimo
Las conventuales muros del Vaticano también guardan un interesnate e intenso mundo acerca del imperio de sentidos y perversiones
EL IMPERIO DE LAS PERVESIONES (V)
Pasé allí varias semanas, pero aquél día amaneció con una magnánima claridad y con un incipiente calor que se intensificaba a la vez que avanzaba la mañana, lo cual invitaba a no trabajar, y huir en lo que pudiera de aquella monja-amazona que tenía por secretaria. El día pasaba tranquilo, sin que aparentemente nada denotara que allí pasaba algo más que el tranquilo discurrir de la vida monacal,
Quien fuera un poco observador podía vislumbrar que tras aquella aparente calma y sencillez, había signos de allí existían más que una fraternal camaradería monacal: disimulados guiños y pellizcos, cuchicheos y roces casi imperceptibles además de un cierto descaro, pues los hermanos legos de las porquerizas no parecieron inmutarse al ser de nuevo encontrados en los pasillos y claustros monacales.
Pasado el día, me dediqué a esperar la llegada de la noche, para adentrarme a en los intrincados secretos del monasterio, busqué pues a mi particular amazona y secretaria y una vez puesta al corriente de mis intenciones, me llevó por secretos pasillos directamente a la viejas mazmorras, en una de ellas pudimos ver a la pérfida Abadesa con el hábito puesto, pero con una extraño bulto en la entrepierna y amenazando a otra monja que tenía encadenada de pies y manos con echarle a sus queridos "Priapín y Orsón" sino se abría de inmediato de piernas.
La monja se resistía a tal petición y rogaba e imploraba su perdón besando los pies de la Madre Abadesa, cuando alzó los ojos alzó la novicia, la reverenda se levantó el hábito y dejó ver un descomunal príapo de ébano unido a un braguero, el susto de la hermana fue mayúsculo y se resistía a dar cabida aquello entre sus carnes. De algún lado apareció el Prior que hizo beber a la novicia un bebedizo, al poco tiempo la encadenada monja se refocilaba por el suelo desnuda abriéndose el chocho y pidiendo que alguien le calmara aquellos furores uterinos, echaba saliva y saliva en el chocho para calmar los resquemores vaginales que la parecían atormentar.
- Creo querida Landaya , que nuestra hermana está preparada pera el espectáculo de esta noche, llamemos pues al resto de los invitados para que asistan a la fiesta
Decía el prior mientras le sobaba a un joven mancebo su joven príapo y tocaba una campanilla, al toque de ésta fueron llegando diversos hermanos y hermanas, ligeros de ropas y con diversos símbolos pintados en sus cuerpos a la vez que iban dando grandes sorbos de un gran cáliz.
Landaya descubrió unas grande jaulas, hasta ahora tapadas, donde había un chimpancé y un gran dogo, y los echó sueltos al círculo que formaban los hermanos y dentro del cual estaba la suplicante hermana, no sin antes untar a los tres personajes con sus mutuos efluvios, pronto el chimpancé empezó a agitar sus largos brazos y apartaba de su codiciada presa a su adversario, el gran dogo, que se sintió un poco atemorizado, momento que la hermana aprovechó para atrapar el gran mono al que colocó rápidamente debajo y buscaba desesperadamente su vergajo, encontrado éste no dudó un instante en la maniobra, y se lo metió de tal forma y manera que el mono la abrazaba en forma de tenaza como si de su tabla de salvación se tratara.
El gran dogo viendo a su oponente fuera de combate, y teniendo una clara visón del objetivo que se le ofrecía en pompa, no se lo pensó dos veces, se lanzó en pos del festín para su inmensa herramienta. No encontraba donde alojar su sable, y fue Landaya quien acudió en auxilio del can, cogió pues el vergajo de Priapín y lo encaminó hasta la pompa que le ofrecía la lúbrica hermana; encañonó Priapín el agujero posterior de ésta, que estaba muy ilusionada con su polvo homínido, pero no se esperaba que algo tan monstruoso se adentrara por aquellas partes, pero era tarde Priapín se afanaba cada vez más en meter su herramienta a pesar del dolor y los gritos lastimeros de la monja.
Mientras los invitados iban formando grupos a los cuales más ingeniosos y lúbricos, formando perfectos caleidoscopios de chuminos y penes de distintas tonalidades y dimensiones.
El gran espectáculo de la monja violada por los dos animales proseguía, Orsón el Chimpancé al sentir su zurriagazo aplastado por algo raro, que dentro de la monja había y viendo la cabeza del gran dogo por encima de la espalda de la hermana religiosa, se enfureció y se revolvía, mientras el dogo intentaba no perder el equilibrio ahora que tenía hasta la cebolleta metida en el culo de la monja, todas esas sensaciones y circunstancias entraron en conflicto y cada cual quería salirse de aquella macabra situación, la lucha por sacar ambos animales sus oblongos vergajos de los estuches de la hermana, hacían que ésta fuera salvajemente desgarrada echando espumajaros de placer y coágulos de sangre de su doble desgarramiento.
Aldaya que tenía a su vez encalomado con el artificial príapo a un hermano, se reía y llamaba su querido Priapín para que forcejeara aún más y fuera al instante a lamer su oscuro chocho. Cuestión que no tardó en producirse, dejando desgarrada y entre estertores a la monja. No contenta con tan salvaje situación y necesitando de sus guardianes llamó al orangután para que este fuera introduciendo alternativamente su fino y largo pene en los estuches de la Abadesa, mientras el hermano enculado por el palo ébano de la monja daba gritos de placer, pues a cada pistonada del homínido más se le clavaba el príapo de la abadesa.
Ante un grupo compuesto por un orondo padre que se follaba a una joven hermana y que a su vez éste era follado por un campesino mugriento y de espectacular pirula, el Prior Ignacio Valentini, fuera de sí daba zurriagazos mientras era ordeñado a base de lenguatazos por Priapín que esperaba con ansiedad el semen del Prior. El resto de los invitados iban alternado posturas e introducciones según fuesen quedando agujeros libre y ganas de fornicar.
El espectáculo que desde nuestro escondite se veía era impresionante, y pronto tuvo sus efectos entre nosotros, pues mi querida Sandrina buscaba con ávida pasión darse un festín con mi herramienta, aunque yo prefería contemplar otros escenarios, para así poder completar mi detallado informe.
Arrastré pues a la Hermana Sandrina pasillo adelante, que intentaba convencerme de que volviéramos hasta mi casita en el huerto, a lo que me opuse pues sabía que por aquellos pasillos podía asistir a más de un espectáculo y quería volver a Roma, además de con alguna información con algunas nociones y nuevos conceptos amorosos.
En la siguiente celda, había varias hermanas que tenían atado a un mendigo a un banco, sin apenas ropa y con la cabeza metida en su saco negro, las hermanas lo habían puesto de espaldas sobre el estrecho banco y se ensartaban por turnos encima del vergajo del mendigo dándole fustazos para que este se moviera, luego la que ejercía de mandamás se ensartó vilmente por el culo aquel pequeño pirulo, pero de un grosor extraordinario casi diez centímetros y a una orden suya le metieron al mendigo una rata en el saco, el mendigo al encontrar el animal en la bolsa comenzó a revolverse de forma increíble y mientras lo hacía llevaba a la lúbrica hermana al sumun del placer que concluyó con el último estertor de la victima y una impresionante erección que fue aprovechada por casi todas las hermanas, mientras la victima dejaba escapar sus últimas fuerzas.
Lo cierto es que éste último escenario, me dejó un tanto anhelado y con pocas ganas de más juergas, por lo cual busqué la salida de aquellos sótanos de desenfreno, cuando ya iba camino del aire fresco, me llamó la atención el soniquete de una voz muy conocida, me acerqué con cautela y allí en una amplia sala y muy bien acondicionada estaba Monseñor Ciardi y la Sra. Helía que tenían atado de espaldas al marido de ésta sobre una especie de altar con las piernas en alto y atadas a su garganta a través de poleas y grilletes. Ciardi oficiaba tocado de una gran capa de fieltro rojo y largas botas cuero hasta la pantorrilla y la cara medio enmascarada
Helía estaba a su vez atada a una especie de rueda en plan ruleta pero en vertical y según en que posición quedara una cohorte de fenómenos sexuales: tullidos con enormes rabos en longitud y grosor, mendigos con dobles pollas. Una legión de azotadoras y azotadores, hermanos de diferentes congregaciones, se ensartaban o chupaban unos a otros mientras repartían estopa para que aquellos fenómenos humanos le fueran introduciendo a la filipina sus prepotentes órganos.
Ciardí se disponía a clavarle su dardo al marido de la Helía en presencia de ambos, la filipina lloraba a la su vez que iba probando ahora aquel monstruoso pene de pústulas, cuando el inmenso consolador humano de un mendigo negro en los distintos agujeros y ante cada acción Ciardi embolaba al Jefe dela Guardia Suiza, que juraba venganza y matarle en cuanto tuviera ocasión.
La fina Sra. Helía se negaba a dar entrada a un anormal miembro de dos cabezas en su cuidada almeja, y gritaba y gritaba a su amigo: Ciardi por el amor de Dios, ensarta a ese hijoputa afeminado de marido que Dios me ha dado, pero no permitas que estos monstruos se acerquen a mi, se que en estas semanas, no me he portado del todo bien contigo, que le contado parte de tus andanzas, pero no permitas mi este suplicio, haré cuanto quieras, Ciardi.. y eso que le acababan de introducir una polla de pústulas en la boca, esta seguía implorando, con lo cual el mendigo fue azuzado mediante s latigazos, por lo que metió su barriga contra la cara de la filipina no pudiendo ni ver, ni respirar.
Y más cuando sintió que le habrían el culo con una especie de tenaza de embudo y le metían un inmenso pollón, la desesperación de la concubina del Obispo fue tal que cuando se quisieron dar cuenta, la bella filipina se extinguió entre estertores de asfixia , pero también de placer y dolor.
La rabia de su marido fue aún más terrible para el deleite de monseñor que mientras le ensartaba daba vítores para que la alegría le subiera aún más su príapo, el sumun fue cuando Ciardi cogió la pistola del Jefe de la Guardia y le disparó a Helía, el placer de Ciardi era inmenso pues rasgó la carne de su víctima del orgasmo que estaba teniendo. El resto de la banda de sátiros siguió con sus faenas y bebiendo la sangre de la filipina.
Mi dolor fue tanto que me desvanecí y aparecí en mi cama, según me contaron estuve dos días delirando y lleno de fiebres, y al cuidado de mi querida Sandrina.
Pasadas las fiebres, Sandrina me contó los siguientes sucesos, en el Vaticano parece ser que se dio un grave incidente, pues resultaron muertos Doña Helía y su marido Jefe de la Guardia Suiza Vaticana por disparos del joven Hans, cuando éste descubrió en una habitación que su Jefe había matado a su esposa al descubrir su infidelidad.
Lo cierto y según me relató mi querida Sor Angélica, que había llegado hasta el Monasterio para tomar posesión de él y depurar toda la maldad, que no el divertido y sano sexo, fue que al encontrarse Ciardi en su loco disfrute con el cadáver de la Helía, monseñor había llevado el cuerpo de la mujer y al drogado marido hasta sus estancias en Roma, y que allí le había contado al joven que su Jefe había descubierto sus relaciones con Doña Helía y que la había matado de un certero disparo, el joven Hans loco de ira y de pasión llegó pues a los citados aposentos y vio allí en medio de la tragedia a su Jefe pistola en mano, evidentemente estaba despertando de la droga que le habían puesto, y sin mediar palabra allí se efectuaron disparos, y resultando muerto el humillado marido de Doña Helía.
Ciardi, creyó resuelto el caso, pero me han llegado noticias- contaba Sor Angélica- de que ha sido recluido en la Cartuja a pan y agua, y aquí estoy yo para poner orden en este tugurio de monasterio, cuya Abadesa ha sido enviada a España con las Clarisas Redomadas y Esclarecidas y al Prior se le ha enviado a Cracovia para que lo merendasen los comunistas. Y ahora os dejo, si vos Padre Franchesco, nuevo Prior de este monasterio, me permitís voy a visitar a mi querida amiga Aprile para que me ponga al día y traérmela como fiel cocinera.
Os dejo pues, querido y flamante Padre Prior, en las manos de la Hermana Sandrina, que a buen seguro os reparará de todas vuestras dolencias y os dejará exulto para la nueva empresa que nos ha tocado lidiar.
Y aquí tenéis mis queridos lectores la real historia que ha sucedido en estos meses en la Curia Romana donde según la prensa solo había habido un malogrado incidente entre un Capitán Jefe de la Guardia Suiza y un subordinado
GERVASIO DE SILOS